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INTRODUCCIÓN

Como ocurre en otras comunidades saturadas de historicismo, en el País Vasco dos episodios tan brutales como la Guerra Civil y la larga dictadura que le siguió vienen aquejados en su conocimiento por los efectos de una memoria acomodaticia. Influida por la hegemonía de las narrativas nacionalistas, la sociedad vasca de las últimas generaciones pretende identificar aquellos momentos traumáticos como procesos exógenos, que nada tenían que ver con su trayectoria histórica. La Guerra Civil y la dictadura resultarían, de esta manera, imposiciones exteriores sostenidas por sus propias fuerzas. Es por ello que los grupos políticos que apoyaron a los sublevados han tendido a la invisibilización. Este proceso resultaba complicado en el caso del potente tradicionalismo vasco y navarro, pero la conflictiva relación que mantuvo con el régimen franquista posibilitó su adecuación al paradigma nacionalista mediante la figura de la traición o engaño por el que apoyaron a los rebeldes. Como contraste, la tarea de hacer lo propio con el trasunto español de los fascismos de los años treinta resultó mucho más factible. Falange, que es de lo que habla este libro, simplemente no habría existido aquí y su continuidad en el tiempo durante la dictadura no sería sino expresión de ese genérico fascismo sin conexión con el país y antítesis de la visión estereotipada y construida del mismo.

Sin embargo, el ejercicio de la disciplina histórica nos revela un escenario bien diferente. El País Vasco fue uno de los territorios en los que actuó la crisis de los años treinta del pasado siglo, un contexto de búsqueda de alternativas políticas, filosóficas, artísticas y religiosas que respondía al avance secularizador de la modernidad y a la incapacidad del liberalismo de hacer realidad su promesa primigenia de libertad, igualdad y fraternidad. A la vez, como en el resto del continente, la «guerra civil europea» (Traverso, 2009) que sostuvieron diferentes movimientos y regímenes políticos que prometían una salida a la situación terminal de la civilización occidental que ellos mismos proclamaban encontró aquí su manifestación propia con las versiones locales de cada uno de ellos. El País Vasco, como territorio afectado de manera intensa por el proceso de modernización y por las consecuencias del despliegue de la sociedad de masas, vio también florecer diferentes reelaboraciones de presupuestos ideológicos tradicionales dispuestos a generar un nuevo instrumental adaptado a los nuevos tiempos. En ese sentido, no constituyó ninguna excepción y conoció el mismo despliegue de formaciones fascistas que el resto de España, ocupando además el caso vasco un lugar destacado en la aparición y consolidación de ese movimiento, puesto que aquí surgieron algunos de los más importantes configuradores de esa cultura política. En esta tarea se destacaron una serie de literatos y periodistas bilbaínos, agrupados originariamente en torno a una nebulosa Escuela Romana del Pirineo, pioneros en la estetización de la política y responsables en buena medida de la conformación del estilo y retórica de Falange Española.

A pesar de todo, hablar hoy de fascismo vasco en la primera mitad del siglo XX parece una provocación, que a su vez exige preguntar y responder sobre el porqué de la desaparición de esa cultura política de nuestra memoria colectiva. Existen diversas razones. Una radica en el reducido número de los fascistas vascos y en la asimilación simbólica y doctrinal que el franquismo operó enseguida con ellos. Mediante el Decreto de Unificación de abril de 1937, y a pesar de algunas resistencias, los falangistas fueron integrados en el partido único, diluyéndose su identidad en la amalgama franquista. Algo similar ocurrió con el tradicionalismo vasco, pero el potencial numérico y organizativo de este hizo que las historias de unos y otros fueran bien distintas. Además, la gran mayoría de los antiguos falangistas, y de nuevo en contraste con el tradicionalismo, se integraron en el partido único sin mayores dificultades y actuaron desde allí durante la larga dictadura, reforzando de esta manera su identificación con el Régimen.

Por otra parte, a ese proceso de desintegración en una estructura de mayor proyección y continuidad contribuyó también el antifranquismo vasco, sobre todo en la fase final de la dictadura: los falangistas, en el desprestigio adquirido al final de esta, no eran sino «fascistas» indistinguibles en el conjunto enemigo. Ni los propios ni sus contrarios tuvieron especial interés en mantener su identidad de origen. Además, como señalábamos, se insistió en la idea de que los falangistas eran ajenos al país a todos los efectos y a ellos, ahora sí, se les identificaba, a diferencia forzada de los carlistas, con los foráneos que abusaron de la violencia durante la Guerra Civil o con los que la mantuvieron desde los gobiernos provinciales y demás organismos a lo largo de la dictadura. Al terminar esta, la campaña criminal desatada por el terrorismo contra aquellos colaboradores directos del Régimen hizo que solo los más contumaces levantaran el estandarte de su cultura política original. En todo caso, unos pocos; una minoría dentro de las derechas integradas en el Movimiento que, durante la Transición, tan solo era identificada cuando sus perseguidores querían hacer valer la maldad intrínseca de la víctima y el valor redentor de su acción «depuradora».

Por todo ello, recuperar el protagonismo jugado por aquella Falange vasca contribuye a rebatir una memoria colectiva a la carta erigida sobre la primacía de la voluntad política por encima del análisis histórico y a construir un conocimiento mucho más acabado en su complejidad sobre nuestro pasado. Para ello se ha acudido a una investigación historiográfica estructurada en tres partes –República, Guerra Civil y franquismo– y en cinco capítulos, ordenados conforme a la cronología de los procesos y hechos. El primero trata de la implantación del fascismo en el País Vasco en los años treinta, analizando las diversas realidades provinciales, así como su extensión respectiva, praxis política y perfiles de su militancia. El segundo capítulo, ya en la Guerra Civil, aborda la dura represión de retaguardia sufrida por los falangistas vascos en el territorio controlado por el Gobierno republicano legítimo, mientras que el tercero enfrenta el otro gran fenómeno de entonces: su participación en las milicias de voluntarios para el frente. Ahí se estudia el proceso de expansión que vivió este partido y el papel que jugó en la retaguardia de los alzados. Ya en el franquismo, el cuarto capítulo analiza el Decreto de Unificación y las respuestas de la militancia falangista a este, incluidas las expresiones de resistencia. Finalmente, el último capítulo detalla el proceso de implantación e institucionalización del régimen de Franco, la capacidad mostrada por el franquismo para imponerse en el tiempo a la cultura política falangista, el enfrentamiento habido en algunos casos, pero, sobre todo, la integración y el acceso al poder institucional que acabaron teniendo en diferentes épocas aquellos militantes del original fascismo vasco.

El resultado final contribuye, entendemos, a enriquecer el conocimiento del falangismo español desde un territorio en el que la fortaleza de sus socios competidores relegó a este a un papel secundario dentro de la coalición contrarrevolucionaria. Durante la II República la potencialidad del tradicionalismo atenuó de manera considerable las posibilidades de crecimiento del fascismo en territorio vasco, mientras que durante el franquismo la primacía de las élites económicas y sociales, cuyo mejor ejemplo lo representó la oligarquía industrial vizcaína, hizo por completo imposible la realización del proyecto político fascista. La juventud de sus primeros militantes y la dura represión de retaguardia menguaron notablemente su capacidad de influencia política futura, algo a lo que tampoco resultó ajena la división interna en sus filas. En este sentido, una de las características más interesantes del caso vasco es la posibilidad de observar cómo se comportó el fascismo en una situación de equilibrio de fuerzas desfavorable con sus socios contrarrevolucionarios tanto en una etapa insurreccional como en otra posterior institucional. De esta manera, se constituye en mirador privilegiado para el examen de dos de los procesos cruciales de estos momentos, el de fascistización de las fuerzas de derecha y el de la institucionalización del régimen franquista.

Este libro es una parte de las investigaciones que me permitieron obtener el grado de doctor en Historia Contemporánea ante un tribunal compuesto por los profesores Pedro Barruso, Eduardo Alonso, Teresa Ortega, Carme Molinero y Antonio Rivera. Les agradezco los comentarios que me aportaron en aquella defensa y que han contribuido a mejorar este texto. También tengo que hacer una mención especial a mis directores de tesis, los profesores Fernando Molina y Luis Castells, quienes, con empeño, me han enseñado el oficio de historiador. A ello han colaborado también otros compañeros y amigos del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, especialmente José Antonio Pérez, Rafa Ruzafa, Antonio Rivera, Pedro Berriochoa y Mikel Aizpuru. De la misma manera lo han hecho otros doctorandos y jóvenes doctores con los que me unen lazos de amistad y con los que disfruté, y disfruto, de un rico y ameno intercambio de opiniones científicas: Aritz Ipiña, David Mota, Jon Kortazar, Erik Zubiaga, Bárbara van der Leuw, Guillermo Marín, Javi Gómez Calvo, Germán Ruiz, Virginia López de Maturana, Joseba Louzao y Marijose Villa. Nada hubiera sido posible sin la beca del Programa de Formación y Perfeccionamiento del Personal Investigador que me concedió el Gobierno vasco para desarrollar la investigación, ni sin la estancia en la Universidade de Lisboa, bajo la mirada atenta del profesor António Costa Pinto, que me permitió formarme todavía más, conocer mejor la historia portuguesa y disfrutar de esa bella ciudad. Los empleados y empleadas de archivos y centros documentales han mostrado en general una gran disposición y profesionalidad, por lo que la nota discordante del Archivo Histórico Provincial de Vizcaya se antoja especialmente amarga. Finalmente, tantos años de investigación y de atención casi enfermiza a un tema solo son posibles con el respaldo de los más cercanos. A todos ellos he de agradecer su apoyo incondicional: mi madre, Icíar, mi abuela, Anamari, mi hermana, Amaia, y todos mis amigos, capaces de aguantar con el mejor humor mis ataques de pedantería academicista. Por último, a Laura, por hacer que todo sea mejor. De alguno me olvidaré y pido perdón por ello; fue sin querer.

SIGLAS Y ABREVIATURAS EMPLEADAS

Archivos, bibliotecas, otros centros y publicaciones periódicas


AFB Archivo Foral de Bizkaia
AGA Archivo General de la Administración
AGG Archivo General de Gipuzkoa
AGMAV Archivo General Militar de Ávila
AHPA Archivo Histórico Provincial de Álava
AHPG Archivo Histórico Provincial de Guipúzcoa
AHPV Archivo Histórico Provincial de Vizcaya
AIMNO Archivo Intermedio Militar del Noroeste
AMB Archivo Municipal de Bilbao
AMDSS Archivo Municipal de Donostia-San Sebastián
AMVG Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz
ATHA Archivo del Territorio Histórico de Álava
BN Biblioteca Nacional
BOE Boletín Oficial del Estado
BOJDNE Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España
BOM Boletín Oficial del Movimiento
CDMH Centro Documental de la Memoria Histórica
FSA Fundación Sabino Arana
FSS Fundación Sancho el Sabio

Partidos, organizaciones obreras y otras instituciones


ACNP Asociación Católica Nacional de Propagandistas
AET Agrupación Escolar Tradicionalista
ANV Acción Nacionalista Vasca
AP Acción Popular
CE Concierto Económico
CEDA Confederación Española de Derechas Autónoma
CNS Central Nacional Sindicalista
CNT Confederación Nacional del Trabajo
CONS Central Obrera Nacional Sindicalista
CT Comunión Tradicionalista
DA División Azul
DEV División Española de Voluntarios
DRM Derecha Regional Murciana
DVA Derecha Vasca Autónoma
FAEC Federación Alavesa de Estudiantes Católicos
FAI Federación Anarquista Ibérica
FE Falange Española
FEA Falange Española Auténtica
FET Falange Española Tradicionalista
FJJ Frente de Juventudes
FUE Federación Universitaria Española
HA Hermandad Alavesa
JONS Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista
PCE Partido Comunista de España
PNE Partido Nacionalista Español
PNV Partido Nacionalista Vasco
PRR Partido Republicano Radical
PSOE Partido Socialista Obrero Español
RE Renovación Española
SEU Sindicato Español Universitario
SF Sección Femenina
SIPM Servicio de Información y Policía Militar
SOV Solidaridad de Obreros Vascos
UGT Unión General de Trabajadores
UP Unión Patriótica
URG Unión Regionalista de Guipúzcoa

PUNTUALIZACIONES SOBRE TERMINOLOGÍA

Antes de comenzar nuestra exposición hemos de realizar una serie de matizaciones sobre el empleo de determinados términos. Para favorecer la fluidez del texto hemos optado por un empleo laxo del nombre de Falange. Así, podremos emplear este término para referirnos indistintamente a FE/JONS y a FET/JONS. Asimismo, para evitar repeticiones innecesarias y acumulación de largas siglas hemos decidido eliminar la referencia a las JONS, sobreentendiéndose que al referirnos a Falange incluimos a este grupo desde el momento de su fusión, a menos que se señale expresamente lo contrario o que se deduzca de manera indubitable por el contexto.

En lo que respecta a las instituciones provinciales también hemos de realizar una apreciación. Por mor de la corrección terminológica hemos de hacer constar que la denominación correcta para todo el arco cronológico del franquismo es la de comisión gestora, puesto que se trata de un periodo de excepcionalidad y provisionalidad (sin duda muy dilatado en el tiempo) en el que los criterios de representatividad en la formación de las instituciones provinciales y locales fue suprimido. En cualquier caso, y una vez hecha la aclaración, por sencillez expositiva y facilitación de la lectura en las páginas siguientes se emplearán indistintamente los términos Ayuntamiento y Diputación para referirse a las comisiones gestoras municipales y provinciales respectivamente, así como el de alcalde para denominar al presidente de una comisión gestora municipal y concejal para el resto de sus miembros.

La última aclaración es una cuestión lingüística. Este trabajo está redactado en castellano y por ese motivo se ha recurrido a la grafía castellana a la hora de la transcripción de los nombres propios. Siguiendo este criterio, en el caso de la nomenclatura de las localidades se ha optado por mantener la denominación oficial en castellano de la época.

PARTE I

EL FASCISMO EN EL PAÍS VASCO

DE LA II REPÚBLICA

Siglo que bajas de los cielos rojos,

Vírulo te ilumine con sus ojos.

Vírulo. Poema. Mocedades

RAMÓN DE BASTERRA

I. IMPLANTACIÓN Y DINÁMICA POLÍTICA FASCISTA

A lo largo de este capítulo vamos a realizar una visión de conjunto sobre el proceso de implantación y desarrollo de las diferentes manifestaciones orgánicas del fascismo español en el País Vasco durante la II República. Entre estas sobresale FE de las JONS, el principal partido fascista que encontró asiento en las tres provincias vascas y al que dedicaremos la mayor parte de las páginas siguientes. A través del análisis de los procesos de implantación y de la dinámica política pretendemos poner de relieve cómo el fascismo vasco no constituye ninguna excepcionalidad dentro del panorama español y europeo, y sigue unas pautas generales observables en la dinámica nacional de Falange Española y en otros productos fascistas del mapa europeo.

La primera matización que cabría advertir es que esa FE de las JONS que hemos señalado como la principal aglutinadora del fascismo vasco no funcionó en una dimensión regional más que en una serie de aspectos casi anecdóticos. Esto es, no nos encontraremos ante lo que se pueda calificar como una Falange vasca, sino que convivieron una Falange alavesa, una Falange guipuzcoana y una Falange vizcaína, una Falange, en suma, «provincializada». Existió dentro del organigrama estructural de FE de las JONS una Jefatura Territorial de Vascongadas, pero esta estructura apenas tuvo relevancia en la dinámica política de Falange en el País Vasco más allá de ocupar la representación territorial en los Consejos Nacionales. Además, las dinámicas provinciales dentro del País Vasco fueron bastante diferentes entre sí (dentro de un guión común) siendo, en definitiva, las jefaturas provinciales las entidades que regían la vida del partido. Por otra parte, en este aspecto, no dejaban de reproducir los usos políticos del momento, en el que la provincia era en buena medida la «escala» a la que se articulaban los partidos políticos y, hasta cierto punto, la Administración. Además, la provincia ocupaba un lugar privilegiado en la concepción tradicional de España dentro del pensamiento conservador. Así, podemos señalar las Juntas Provinciales de CT o los Buru Batzar, órganos de decisión provinciales del PNV.

Pese a ser Álava el territorio vasco en el que FE de las JONS alcanzó la implantación más limitada, fue en esta provincia donde paradójicamente se produjeron algunas de las manifestaciones más tempranas de grupos fascistas. En este caso, el 18 julio de 1933, Vitoria amaneció sembrada de octavillas con un manifiesto de esta naturaleza.1 Desde las páginas de La Libertad, el PCE alavés alertó de la llegada del peligro fascista a Vitoria y llamó a formar milicias antifascistas.2 A pesar de ello, el suceso no tuvo mucha repercusión más allá de los comentarios entre curiosos y temerosos de los vecinos. Los autores, Hilario Catón, Juan José Abreu, Luis Jevenois, Eduardo Ortiz, Eladio González, Patricio Gómez y Eduardo Valdivielso, eran un grupo de jóvenes, estudiantes en su mayoría y procedentes de familias bien de la capital. El texto envolvía en exaltaciones al fascismo valores conservadores radicalizados que recordaban al PNE de José María Albiñana, al que se referenciaba con admiración en varias ocasiones.3 Esta amalgama aún inmadura reflejaba, como reconocían los protagonistas, que en aquel momento eran un grupo precario, sin ningún vínculo organizativo ni filiación más allá de un genérico y nebuloso apelativo de fascistas. Buena parte de estos jóvenes, así mismo, pertenecían o habían pertenecido a la FAEC. En esta entidad dio comienzo su socialización política y se vieron inmersos en el proceso de actualización que el catolicismo político, y de manera más acuciada los sectores más jóvenes, había venido experimentando en un sentido irracionalista y voluntarista, lo que, en su caso, les aproximó y facilitó el paso al fascismo. En buena medida, sus primeros contactos reales con este se produjeron en el ámbito universitario de las ciudades en las que se encontraban estudiando, Valladolid en el caso de Hilario Catón y Eduardo Ortiz, o Bilbao en el de Eduardo Valdivielso. La importancia de las redes informales y de las relaciones personales entre estudiantes para la difusión del fascismo en España ya ha sido puesta de manifiesto (Rodríguez Barreira, 2013: 98) y, en este sentido, Álava sería un buen ejemplo de ello. Por otra parte, esta procedencia ideológica del núcleo fundador vitoriano, que tenía ecos de una adaptación modernizadora de valores conservadores, suponía una cierta diferenciación de los casos guipuzcoano y vizcaíno, más directamente relacionados, en lo que tienen de recorrido ideológico, con el impacto de la modernidad y la percepción del agotamiento del sistema político liberal ante los desafíos que esta planteaba y la necesidad de articular alternativas radicalmente nuevas.

A nivel organizativo la situación de indefinición se prolongó unos meses hasta la constitución oficial de FE en Vitoria en noviembre de 1933 tras su fundación a nivel nacional.4 El mes anterior, y con una clara intención organizativa, José Antonio Primo de Rivera realizó una visita a Vitoria durante la cual se reunió con sus escasos seguidores y con un grupo de requetés y tradicionalistas.5 Pese a los esfuerzos iniciales, la presencia y actividad de Falange en Álava fue mínima hasta la primavera de 1936.

El caso vizcaíno también fue temprano y presentó una mayor riqueza derivada, por una parte, de la experiencia previa de un núcleo intelectual agrupado bajo la forzada denominación de Escuela Romana del Pirineo, y por otra, de la presencia de varios grupos fascistas y fascistizados. Durante las décadas de los diez y de los veinte, en Bilbao, al calor de las hondas transformaciones que el cambio social que se vivía como resultado del proceso de industrialización estaba produciendo, se conformó un grupo de escritores e intelectuales agrupados en la tertulia del café Lyon d’Or presidida por Pedro Eguillor. Entre los contertulios, y para el objeto de este trabajo, revistieron una cierta importancia una serie de jóvenes literatos, encabezados por Ramón de Basterra, que anhelaban elevar la esfera cultural bilbaína a la altura del desarrollo económico de la ciudad, participando e impulsando algunas de las más emblemáticas iniciativas en este sentido, como la revista cultural Hermes. Basterra articuló en su corta obra conceptos y un estilo que se encuentran en la base de la cultura política de Falange. Su contribución descansaba en un retorno a valores asociados con el clasicismo, especialmente con la Roma imperial, la politización de la estética y la noción de España como depositaria de una misión universal que habría adquirido al convertirse en la heredera del Imperio romano en su destino civilizador tras el descubrimiento de América y la extensión de la civilización católica occidental. Esta idea, perlada de ecos orteguianos y d’orsianos, junto a un estilo clasicista que adjudicaba a categorías estéticas valores político-ideológicos que se elevaban a la categoría de absolutos, fue llevada a Falange Española de mano de los colegas de Basterra encabezados por Rafael Sánchez Mazas, puesto que el primero falleció de manera prematura en 1928. Mazas se convirtió en el principal creador del estilo y retórica falangistas, y no es complicado vislumbrar los planteamientos de Basterra por debajo de nociones centrales del ideario de FE como la del «destino común en lo universal» (Carbajosa y Carbajosa, 2003; Fernández Redondo, 2013).

El hecho de que este grupo intelectual bilbaíno buscase respuestas en el pasado a la situación de crisis o de agotamiento que percibían en la sociedad y sistema político de comienzos del siglo XX no debe conducirnos a asimilar esta experiencia con un grupo reaccionario. Estos escritores no estaban tanto en un proceso de actualización de los valores conservadores tradicionales que podrían remitir en última instancia al Antiguo Régimen o a las alternativas liberales que se le planteaban cuanto en la búsqueda de alternativas y planteamientos radicalmente nuevos que pudiesen poner fin a la sensación de anomia que entendían desprendía el momento que estaban viviendo. Para ello recurrieron al pasado, sí, pero a un pasado remoto y en buena medida construido por ellos mismos a partir de sus propias inquietudes y preferencias. De esta manera, pretendían reinstaurar una perdida mítica época dorada mediante la recuperación de los principios que consideraban la habían posibilitado. Estos valores, que ellos asociaban a la tradición grecolatina y de manera más concreta a la civilización romana, formaban parte en algunos casos de la tradición intelectual occidental, como el de jerarquía o el de autoridad, pero en otros eran elementos novedosos, como el irracionalismo, el vitalismo o el voluntarismo. Pero el elemento diferenciador más importante es que en esta búsqueda de respuestas a los desafíos planteados por la Modernidad emprendieron un camino que condujo al definitivo trasvase de trascendencia desde las esferas de la divinidad a la nación, convirtiéndola en objeto de su religión política secular de la misma manera que había ocurrido y estaba ocurriendo en otros lugares de Europa (Gentile, 2007).

En cualquier caso, como ya hemos mencionado, esta experiencia debemos situarla en el terreno de los antecedentes puesto que está comprendida en las dos primeras décadas del siglo XX. A un nivel estrictamente organizativo, el primero de los grupos al que hemos de hacer referencia, es el del fascistizado PNE. Como ya ha señalado Julio Gil Pecharromán (2000: 127), el PNE no fue legalizado en Bilbao hasta julio de 1932 pero ya funcionaba con anterioridad camuflado bajo el nombre de la sociedad deportiva Laurak-Bat para escapar de la persecución gubernativa. Vinculado a las clases preeminentes bilbaínas y al monarquismo alfonsino más conservador, el PNE nunca dejó de ser un grupo marginal y con nula presencia más allá de los ambientes oligárquicos vizcaínos. Su nicho preferente de implantación y reclutamiento fue copado por FE tras su aparición, siendo los falangistas provenientes del PNE una parte significativa del partido joseantoniano en Bilbao y Guecho. Este fenómeno, que ya hemos visto en Álava, no fue algo privativo del caso vasco sino que ya ha sido puesto de relieve a nivel nacional (Thomàs, 1999: 40).

El otro grupo fascista aparecido en Bilbao con anterioridad a la constitución de Falange fue las JONS. Diversos indicios, como el hecho de que en julio de 1933 las autoridades dispusiesen el cierre de sus locales o que en las rememoraciones de época franquista se hablase de un núcleo previo a la fundación, nos conduce a pensar que ya había actividad de este partido con anterioridad a la fecha de su constitución oficial.6 Esta tuvo lugar en octubre de 1933 en un edificio de Indauchu confiscado por el Gobierno republicano a los jesuitas (Arrarás, 1942: 314; Talón, 1988: 83). Entre los presentes se encontraban algunos futuros militantes de relieve de FE de las JONS, como los que ostentarían la Jefatura Provincial Felipe Sanz Paracuellos y Alberto Cobos, o la Jefatura de Milicias, como Zoilo Zuazagoitia. Los jonsistas bilbaínos, pese a su escaso número, mantuvieron un activismo considerable y protagonizaron algunos incidentes en los que tuvieron que intervenir las fuerzas de seguridad, principalmente derivados de sus actividades propagandísticas.7

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