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1. Estado del arte y marco teórico

Los conceptos clave: felicidad, pobreza y valores

Este libro aborda la relación entre la felicidad y los valores en los segmentos poblacionales más pobres y ricos del Perú desde una mirada mutidisciplinaria. Se otorga particular énfasis también a la pobreza, la cual es menor pero no deja de estar ausente en el mundo de los distritos más adinerados. Por tanto, es menester comenzar definiendo qué entendemos por lo que podríamos considerar los conceptos clave: felicidad, pobreza y valores.

Como se presentó en la introducción, la investigación detrás de este texto ha producido anteriormente un primer libro (Vásquez et al., 2021). Aquel volumen, titulado Los números de la felicidad en dos Perúes, versaba sobre la felicidad y su relación con la pobreza y riqueza. En el capítulo primero de dicho libro, expusimos el marco teórico que da sustento a los conceptos de felicidad y pobreza. Por tanto, en este capítulo solo presentaremos una versión resumida de ellos. El lector puede consultar el mencionado volumen para más información. En cambio, dedicaremos la mayor parte del contenido de este capítulo al concepto de valores.

La felicidad como aspiración social

Personas y pueblos utilizan la palabra «felicidad» en muy diversos sentidos. Sin embargo, pareciera que comparten la idea de que es algo muy importante en la vida, o, tal vez, incluso lo más importante. Por lo mismo, desde hace décadas, y con creciente interés, académicos, hacedores de políticas públicas y el público en general se han lanzado a la búsqueda de la felicidad. Pero ¿qué es?

En los estudios contemporáneos sobre la felicidad, suelen primar dos visiones de esta: la eudaimonista y la hedonista1. La primera entiende la felicidad sobre todo como el desarrollo de una vida plena, por eso frecuentemente la asocia con expresiones como bienestar o la satisfacción vital. Una persona feliz, según la concepción eudaimonista, es aquella que ha logrado sus metas más importantes y, por tanto, se siente bien o satisfecha con la vida que tiene. La otra vertiente, la concepción hedonista, más bien, comprende la felicidad como el sentirse bien o contento o el disfrutar de la vida. Otras clasificaciones de la felicidad y sus teorías son posibles. Por ejemplo, visiones objetivas –que residen en indicadores objetivos y cuantificables– y subjetivas –que residen en la propia experiencia o introspección del sujeto encuestado–; o concepciones evaluativas –que inciden en el aspecto racional sobre el cómo uno evalúa su vida– y emotivas –que destacan el aspecto emocional, el cómo uno vive la vida.

Frente a dichas definiciones, el equipo de autores del presente libro eligió el instrumento conocido como el Cuestionario de Felicidad de Oxford (Hills & Argyle, 2002). Dicho cuestionario original contiene 29 preguntas que en conjunto ofrecen una visión bastante amplia y pluridimensional de la felicidad. Sin embargo, se tuvo que utilizar una versión más simple, reducida a ocho preguntas, también desarrollada por Hills y Argyle (2002), pues no fue posible obtener siempre respuesta para la versión de 29 debido a que algunas cuestiones requieren demasiada abstracción o reflexión, a la que no están habituados los pobladores de más escasos recursos y de zonas rurales. De todos modos, con los ocho ítems fue posible calcular puntajes de felicidad en una escala del 0 al 20 (Mateu et al., 2020a). Algunas de las preguntas o ítems que la componen se aproximan más al modelo eudaimonista; otras, al hedonista; y otras, a concepciones más contemporáneas cercanas al uso de la psicología positiva. El detalle del cálculo de la felicidad con el que se trabaja para el contenido del presente libro se precisa en el anexo metodológico.

La pobreza como mal social complejo

Los países en desarrollo viven combatiendo la pobreza. Pero una visión amplia de esta puede recordarnos que incluso en sociedades desarrolladas habitan millones de personas también en situación de pobreza. Sucede que, desde hace unas décadas, académicos y hacedores de políticas públicas no la definen solo como falta de dinero, ingreso o riqueza. Esta sería una visión unidimensional, pues se reduce la pobreza a un único factor o dimensión, como el dinero o la tenencia de activos. Si bien este enfoque de la pobreza –que se llama también «monetario»– ha primado por muchos años y sigue vigente en las esferas oficiales, comienza a ser retado por comprensiones más bien multidimensionales.

La pobreza sigue siendo un mal por combatir. Pero las sociedades que han logrado ingresos altos para cada habitante no están libres de ella si se la entiende, precisamente, en términos amplios o múltiples. Por ello, en el primer volumen (Vásquez et al., 2021) y en este libro, los autores hemos preferido utilizar la visión de la pobreza multidimensional desarrollada por un equipo de investigadores de Oxford (Alkire et al., 2015), quienes a su vez se inspiraron en el nobel de Economía Amartya Sen. En realidad, como es común en varios estudios, se realizó una adaptación de la metodología según los datos disponibles. La pobreza multidimensional, como la entendemos y medimos en este libro, está constituida por tres elementos: salud o asistencia sanitaria, educación y calidad de vida –esta última referida a las condiciones de vivienda–. En Mateu et al. (2020a) explicamos el modo en que se calculó el Índice de Pobreza Multidimensional. Solo cabe añadir que esta visión, consideramos nosotros, es más rica que aquella unidimensional y tradicional, pues abarca dimensiones fundamentales para la vida y centra la atención en las privaciones que afectan a las personas.

De todos modos, conviene advertir que en algunas partes del libro –como también sucedió con el primer volumen– se utiliza la visión de la pobreza unidimensional y monetaria más tradicional. Sucede que las poblaciones objeto de estudio las constituyen muestras de jefes de hogares de los distritos más pobres y ricos del país. Estos 10 distritos fueron identificados a partir de una escala de pobreza monetaria (INEI, 2015). No existe para el Perú un mapa o ranking semejante desde la pobreza multidimensional. Por tal razón, nos vimos obligados a recurrir a la visión clásica. En el anexo metodológico de este libro, realizaremos la explicación del cálculo del Índice de la Pobreza Multidimensional basado en la encuesta especialmente aplicada.

Los problemas de definición de los valores

Corresponde, ahora sí, abocarnos al otro concepto principal no desarrollado en el primer volumen: los valores. El siglo XX se puede considerar el siglo de los valores. Se les ha prestado gran atención especialmente para asuntos educativos. Se cree que los valores podrían solucionar todos los problemas de la convivencia gracias a una robusta campaña. La educación en valores forjará seres humanos solidarios, generosos, honestos, veraces, etc., lo cual, a su vez, significaría un antídoto contra la indiferencia, la corrupción, la agresividad, la violencia y otros males que aquejan a la sociedad (Aaron, Mann, & Taylor, 1993).

Los valores son claves para la enseñanza de la ética y tienen una función insustituible. Sin embargo, van más allá de la moral e incluyen otros espacios de valoración, como lo estético o incluso lo económico. Frecuentemente se piensa en los valores como realidades ya dadas y obvias, pero se descuida ahondar más en ellos. Se asume que todos entienden o saben implícitamente que se refieren a entidades abstractas. Luego, no se ponen en cuestión. ¿Qué es un valor? ¿Qué hace que un valor sea tal? ¿Existe alguna jerarquía entre ellos? ¿Son algunos más importantes o imprescindibles que otros? ¿Para qué sirven o cuáles serían sus límites? Estas son algunas de las preguntas cuyo abordaje es importante. Sin embargo, para el sentido común y buena parte de las ciencias sociales es más fácil responder las últimas preguntas que las primeras –que, más bien, corresponderían a la axiología o una teoría de valor–. Debe comenzarse por allí: ¿qué son y/o para qué sirven los valores?

A lo largo de la historia humana, no han faltado alusiones a ideales morales con sentido limitado y de uso amplio, como aquellos ya mencionados u otros como libertad, igualdad y fraternidad, por hacer eco del lema de los revolucionarios franceses. Sin embargo, preguntarse por la naturaleza de los valores en sentido estricto es una cuestión de un par de siglos (Valcárcel, 2002). Por un lado, tal vez por herencia religiosa, algunos pueden asumir fácilmente que los valores son universales, eternos, casi de naturaleza divina. Si Dios es creador de lo bueno, lo bello o lo justo, es obvio que esto debería ser universal, es decir, válido en cualquier tiempo y lugar. Esta posición se puede catalogar de realista. Un antecedente en un sentido muy amplio se podría hallar en la teoría de las ideas que postulaba Platón en sus diálogos del siglo IV a. C. El célebre filósofo ateniense dedicó textos al bien, la justicia, el deber, la belleza, la valentía y otras ideas que una persona contemporánea podría equiparar con lo que hoy se suele denominar valor. Sin embargo, en sentido estricto él no hablaba de valores, aunque pareciera estar de acuerdo con las categorías comunes actuales. Es preciso decir que son, más bien, algunas corrientes realistas del siglo XIX las que comprendieron los valores como entidades abstractas trascendentales casi con vida propia. Valcárcel señala como ejemplo a Windelband y sus Preludios filosóficos originalmente publicados en 1884 (1949). Por otro lado, otro de los primeros y célebres pensadores que centraron su atención sistemáticamente sobre los valores fue Nietzsche. Él sostiene una posición más bien historicista, relativista o contextualista en textos como Más allá del bien y del mal o La genealogía de la moral, publicados originalmente en 1886 (1997b) y 1887 (1997a), es decir, casi coetáneos a la obra de Windelband. En ellos, señala que los valores son invenciones sociales. El ser humano, por su propia naturaleza, crea valores sin darse cuenta; luego los proyecta como si fueran entes abstractos con estatuto ontológico o vida propia. Posteriormente, pareciera que estos han cobrado vida propia. Así, el ser humano se ha vuelto inconscientemente presa de sus creaciones. En el siglo XX, las teorías de valor quisieron superar el impase entre realistas e historicistas. Se generó bastante atención y producción. Uno de los autores centrales en el debate fue Max Scheler (2001).

La cuestión sobre la naturaleza de los valores es hasta hoy bastante espinosa. Pese a la gran difusión del término «valor» y sus usos en diversos campos en el siglo XX, no se concluyó con una buena sistematización que resolviera la paradoja sobre la naturaleza de los valores –¿universales o temporales?– o su jerarquía –¿son algunos más importantes que otros?–. Sentencia Valcárcel: «las teorías de valor se colapsaron: habían abarcado demasiado, […] habían logrado, en fin, un implante difuso de su terminología en el lenguaje cotidiano enorme mientras que su núcleo se fragilizaba velozmente. Murieron de éxito» (2002, p. 419). Y añade: «por ahora existe la estrategia que podríamos llamar “avanzar por exhauciones”. Es decir, analizar por separado cada valor, la libertad, la paz, la igualdad, la fidelidad […] intentando no nombrar sus mayores, el bien y el mal» (2002, p. 426). En suma, el sentido común los asume como evidentes, aunque tiene problemas para definir lo que son.

Los valores según su función social

Dados los problemas de fundamentación y definición de los valores, en el presente libro se continúa con la estrategia más común al respecto. Se asume que las personas entienden intuitivamente qué son los valores; luego, poseen y priorizan algunos para guiar su acción. Además, existe mayor consenso sobre su función, «para qué sirven» o «qué hacen», pero no sobre su definición, «qué son». Los valores hacen que las cosas se vuelvan valiosas. Les otorgan sentido o importancia, las fortalecen, las vuelven apreciables. De hecho, el sentido del término «valor» proviene etimológicamente del verbo latino valere, «ser fuerte» –semejante a ser valiente–. Por lo anterior, se puede decir que los valores permiten jerarquizar entre objetos, acciones, decisiones, entre otros. Este enfoque, que se centra en la funcionalidad de los valores, permite importantes aplicaciones en las ciencias sociales, la psicología y las políticas educativas, entre otros campos.

Para comprender cómo funcionan los valores, se puede recurrir a las siguientes imágenes. Quien adquiere un celular, y no otro, lo hace porque el modelo elegido posee propiedades que el comprador considera valiosas; por ejemplo, es más resistente, portátil, veloz. Es posible reinterpretar el hecho desde los valores: el usuario está ponderando la resistencia, la portabilidad, la velocidad, aunque no siempre sea consciente de que estos valores sean importantes para él. El considerar valiosas tales características le permite elegir entre uno u otro modelo. Lo mismo sucede para calificar acciones. Un peatón observa que cerca de él un adulto mayor ha resbalado en la calle y no puede levantarse por sus propios medios. Si el observador decide continuar su camino en vez de ayudar, probablemente será juzgado por otros espectadores como indiferente o egoísta. Los valores permiten calificar, aprobar o desaprobar acciones desde la perspectiva de otros, pero incluso la de uno mismo, esto es, los valores ofrecen un punto de juicio que se puede encarnar tanto en otros como en uno mismo. No es infrecuente el juzgar nuestras propias conductas. El observador inicial puede razonar así: «si el caído fuese un familiar mío o yo mismo, ¿me gustaría que un transeúnte pase de largo o que se detenga para socorrer al necesitado?». El argumento demuestra que el valor de la solidaridad es importante y, por tanto, es bueno que sea internalizado para que no tengamos que razonar todo el tiempo frente a situaciones similares, sino que actuemos de la manera correcta casi por inercia. Además de evaluar objetos y acciones cotidianas, los valores permiten ponderar y elegir opciones más fundamentales de largo plazo. Si una persona considera apreciable la función de los médicos de curar a las personas, es probable que quiera ser uno de ellos. Si, en cambio, decide estudiar administración de negocios porque estima importante y necesaria la generación de riqueza, está priorizando otros valores. Desde luego, también es posible elegir esas carreras u otras no por la función social que cumplen, sino porque prometen dinero o fama. Allí también hay una valoración de estos últimos. Entonces, siempre hay algo que se valora. Como se aprecia, los valores son motores para la acción, son guía u orientación. Permiten elegir entre cauces posibles de acción inmediata e incluso apostar por proyectos grandes en la vida.

Las definiciones y teorías expuestas desde múltiples disciplinas y a partir de diversos estudios comparten similitudes de lo que son los valores. Un ejemplo de ello es la premisa de que las comunidades o sociedades se construyen y sobreviven sobre la base de prácticas, actitudes y comportamientos de personas, familias y grupos de individuos que conviven. Estas prácticas se rigen sobre la base de aquellos filtros que definen lo bueno o lo malo, lo aceptable o lo inaceptable, lo correcto o lo incorrecto, entre otras opciones. En este contexto, los valores son los filtros que definen, orientan o guían el quehacer de las personas y, consecuentemente, de grupos humanos y las sociedades. Usualmente, cuando las personas piensan en «valores», inmediatamente los relacionan con actitudes positivas en la sociedad. Acciones como el respeto, la honestidad, el compromiso o la disciplina son solo algunos ejemplos (Anderson, 1992; Raby, 2005). De acuerdo con este concepto, la Real Academia Española (RAE, 2014) define «valor» como «Subsistencia y firmeza de algún acto. Persona que posee o a la que se le atribuyen cualidades positivas para desarrollar una determinada actividad». Sin embargo, desde una perspectiva filosófica, la RAE (2014) define «valor» como «Cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables. Los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores». Desde este punto de vista, académicos como Allport (1955), Hartman (1967) y Rokeach (1973) han construido teorías que condensan las principales características que definen a una sociedad; es decir; teorías para los valores.

Una distinción sutil: valores generales y valores éticos

Conviene hacer una aclaración sobre el uso de la expresión «valores» en la ética o «valores éticos». La limpieza es un valor; la eficiencia o la inteligencia, también. Para contratar a un empleado, elegimos uno que sea limpio, eficiente e inteligente, si es que estimamos tales valores. Pero hay una sutil diferencia con otros valores como la honestidad, la lealtad, el respeto, la justicia, entre otros. A estos últimos se les suele llamar «valores éticos», pues hacen que una persona sea ética. Una persona limpia por supuesto que sigue valores –como la limpieza–, pero no afirmamos que sea ética o no. Solo podríamos calificarla como ética si supiéramos que cuida la limpieza por respeto a otros, pero, en este caso, el valor ético es el respeto, no la limpieza. Los valores éticos, a diferencia de los valores generales, nos hacen buenas personas; y, en caso de ausencia, malas.

Un sicario o asesino profesional puede ser eficiente: cumple sus encargos en el tiempo preciso, con puntería y discreción. Pero no es ético porque no respeta a las personas: claramente no a sus víctimas. Alguien podría sostener que sí es respetuoso de su palabra y de sus clientes. Pero el respeto es un valor fundamentalmente universal: quien se dice respetuoso lo es con todos; no solo con quienes le pagan. Tampoco es que vea a sus clientes con respeto, sino que estos son fuentes de dinero, por tanto, podría matarlos si otra persona los contrata para ello. Entonces, un asesino puntual y limpio no ejerce un oficio respetuoso, justo, honrado. ¿Tiene valores? Sí –puntualidad, limpieza–, pero en un sentido más fino podríamos decir que no observa valores éticos –respeto, justicia, honradez.

Para la presente investigación, nuestro enfoque se centra en los valores en sentido general. No solo excluiremos el uso de los valores en un sentido ético o moral más estrecho, sino que evitaremos enunciar juicios de valor o calificaciones respecto de las personas y sus creencias. No jerarquizaremos los valores ni a sus poseedores, a diferencia de otros enfoques que veremos en breve. Por ejemplo, la teoría de los valores saludables y no saludables suscribe un orden o jerarquización de unos valores como superiores o saludables frente a otros.

La Encuesta Mundial de Valores

Uno de los estudios más amplios y reputados sobre el tema proviene de la Encuesta Mundial de Valores –EMV o World Values Survey en inglés2–. Esta es una amplia red internacional que cubre casi 100 países en el mundo que representan el 90% de la población mundial y que ha venido operando durante casi 30 años. La red estudia temas como la importancia de la religión, la identificación nacional o la relación con la autoridad, entre otros, que transparentan valores como religiosidad, patriotismo u obediencia. La EMV nace con la finalidad de investigar los cambios en los valores que se produjeron por los procesos de modernización, relacionados con la burocratización social y el desarrollo económico. La industrialización, la especialización laboral, la urbanización, el crecimiento del aparato estatal, entre otros signos, diferencian a las sociedades modernas de las tradicionales. Los estudios pioneros de estos procesos por Marx y Webber indicaban un progresivo declive de la religión, tema que llamó la atención de la EMV, pues no parecía ser correcto (Inglehart & Welzel, 2005).

Luego, el grupo de investigadores también fue ampliando la motivación inicial hasta proponer un marco teórico que permite organizar los valores de los individuos y sociedades en dos ejes. Primero, la modernidad no ha implicado la desaparición de la religión en todas las sociedades, pero sí un reacomodo profundo en otros ámbitos que demuestran cambios y permanencias en creencias y valores. Una sociedad moderna no es irreligiosa, pero tiende a ser urbana y letrada, entre otras características. Entonces, el primer eje de comparación es la escala gradual entre valores tradicionales, donde prima lo religioso, y valores modernos o, más precisamente, seculares.

Las sociedades con valores tradicionales enfatizan la preponderancia de la religión, la obediencia a la autoridad, los lazos entre padres e hijos y las familias con padre y madre, así como estándares morales absolutos; estas sociedades rechazan el divorcio, el aborto, la eutanasia y el suicidio, y tienden a ser más patriotas y nacionalistas. En contraste, las sociedades con valores seculares-racionales muestran preferencias contrarias respecto de todos esos temas (Inglehart & Carballo, 2013, p. 26).

El segundo eje de comparación se centra en la dicotomía entre valores materialistas y posmaterialistas, o supervivencia y autoexpresión. En el siglo XX se experimentó un crecimiento económico sin igual que posibilitó el Estado benefactor en muchos lugares del mundo, como Europa. De este modo, para buena parte de la población mundial, la prioridad no consistía en asegurar las condiciones mínimas de supervivencia, sino fomentar la expresión personal: que cada uno haga lo que desea. Esta última idea está asociada a valores como la tolerancia, la democracia, la igualdad entre hombres y mujeres, entre otros. Una sociedad posmaterialista, por ejemplo, tiende a ser más receptiva frente a la homosexualidad, pues esta representa la libre expresión del individuo. En este contexto, materialista no debe confundirse con la cultura del shopping y consumismo, sino con el priorizar la seguridad física, alimentaria y otras.

Las sociedades que califican alto en valores de supervivencia tienden a fortalecer las orientaciones materialistas y los roles tradicionales de género; estas sociedades muestran una relativa intolerancia a extranjeros, homosexuales y otros «out-groups» y niveles relativamente bajos de bienestar subjetivo; califican bajo en confianza interpersonal; y enfatizan el trabajo arduo –más que la imaginación o la tolerancia– como el asunto esencial que se debe enseñar a los niños. Sociedades que enfatizan valores de autoexpresión exhiben preferencias opuestas acerca de todos estos temas (Inglehart & Carballo, 2013, pp. 29-30).

Sobre la base de ambos ejes, el grupo de investigadores ha construido un mapa mundial de valores. En él, se puede ubicar los países y confirmar que la agrupación de algunos de ellos constituye unidades culturales, en tanto que piensan y valoran de manera semejante, como se aprecia en las figuras 1 y 2. Por ejemplo, los países latinoamericanos son todavía bastante religiosos y, aunque se registra un ligero crecimiento del ateísmo en los últimos años, no se identifican aún con la cultura secular más propia de la Europa protestante. Del mismo modo, Latinoamérica se encuentra en el medio entre la situación de supervivencia material y la posibilidad de promover los valores de autoexpresión, que sí han alcanzado los países protestantes europeos.

Figura 1 Localización de 43 sociedades en el mapa global cultural para la EMV, 1990-1991


Fuente: Inglehart (2018, p. 45).

Figura 2 Localización de 94 sociedades en el mapa global cultural para la EMV, 2008-2014.


Fuente: Inglehart (2018, p. 46).

Los procesos de recolección de datos que dieron origen a ambas figuras se distancian por casi 20 años. Sin embargo, se aprecia aún gran estabilidad entre los bloques culturales. Además, en la segunda figura la muestra de países fue mayor, por lo que se confirman los bloques culturales. Por ejemplo, el Perú estaba ausente en la muestra de la primera figura, mas no lo está en la segunda. Como comentario final respecto de la EMV, se puede decir que asume una perspectiva historicista: los valores se crean o recrean según contextos históricos determinados. La prueba estaría en la escasa presencia o atención a los valores «posmaterialistas» en Occidente antes de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, con los problemas de supervivencia material resueltos en gran parte, aparecen allí nuevos valores o se genera nueva atención sobre ellos. Estos son los valores de autoexpresión.

La teoría de valores de Schwartz

Uno de los principales esfuerzos contemporáneos para teorizar y medir los valores, esfuerzo que inspira este libro, proviene de la teoría de los valores humanos de Schwartz (1992, 2005, 2006, 2012). En esta, se definen los valores como «Conceptos o creencias pertenecientes a estados finales o comportamientos deseables, que trascienden situaciones específicas, guían la selección o evaluación de comportamientos y eventos y están ordenados por importancia relativa» (Schwartz & Bilsky, 1987, p. 551). Desde esta perspectiva, los valores satisfacen necesidades humanas biológicas, sociales, de supervivencia y de bienestar. Son estas las que motivan los comportamientos de los individuos en las distintas sociedades. Como estas necesidades son transversales a toda la humanidad o independientes del contexto social, se dice que los valores son universales (Schwartz, 1992).

En las tres últimas décadas, la teoría de Schwartz ha cobrado relevancia también por la capacidad de establecer comparaciones entre sociedades y dentro de ellas. Schwartz y colaboradores parten de la identificación de 10 tipos o conjuntos de valores que consideran observables en todas las culturas. Algunas de estas agrupaciones entran en conflicto, como el poder versus la benevolencia, mientras que otras, más bien, son compatibles, como la obediencia y la seguridad. La estructura o modo en que estos valores se relacionan entre sí, apoyándose u oponiéndose, es semejante a través de distintas culturas. Por tanto, les es posible confirmar una estructura motivacional similar en distintas sociedades. Sin embargo, es importante destacar que las culturas y los individuos dan pesos diferenciados a los valores. Entonces, aunque la estructura de oposiciones y complementos se mantiene, los colectivos y personas construyen sus propias jerarquías de valores.

La elección de esta teoría para el análisis de valores en este estudio tiene dos sustentos principales. El primero es que, si bien las dos muestras (ricos y pobres) pertenecen al mismo país, presentan características culturales distintas debido a los diferenciados contextos socioeconómicos y geográficos en los que se desarrollan. En este sentido, la teoría de Schwartz permite comparar los valores de estas dos muestras debido al carácter universal de los valores. En segundo lugar, la amplia literatura existente permite contrastar los resultados de este estudio con trabajos realizados en diversos países de todo el mundo.

La concepción de los valores en la teoría de Schwartz posee seis características (Schwartz, 2012)3. Primero, son creencias ligadas inextricablemente a los afectos o emociones. Segundo, y en relación con lo anterior, están referidos a fines deseables que motivan la acción. Tercero, trascienden acciones y situaciones específicas, es decir, el sujeto los aplica en todo contexto y no solo en algunos. Cuarto, sirven como estándares o criterios para elegir o evaluar acciones, personas, cosas, etc. –como se ha mencionado párrafos atrás–. Quinto, los individuos o grupos pueden establecer órdenes o jerarquías entre los valores según sus propias preferencias. Sexto, la importancia relativa de múltiples valores, no solo uno, guía la acción.

La teoría agrupa los valores en 10 conjuntos a partir del objetivo o motivación que cada uno expresa. Estos 10 grupos se exponen en la tabla 1.

Tabla 1

Los valores y sus motivaciones según Schwartz4 (1992)


ValorMotivaciones
UniversalismoIgualdad, unidad con la naturaleza, sabiduría, tolerancia, un mundo de belleza, justicia social y paz.
BenevolenciaAyuda, responsabilidad, perdón, honestidad, lealtad, amistad verdadera y amor maduro.
ObedienciaObediencia, autodisciplina, cortesía, honrar a padres y mayores.
TradiciónRespeto por la tradición, devoción, aceptar lo que la vida da, humildad y moderación.
SeguridadSeguridad nacional, seguridad familiar, sentimiento de pertenencia, orden social, reciprocidad de favores, salud y limpieza.
PoderPoder social, riqueza, autoridad, buena imagen y reconocimiento público.
LogroAmbición, capacidad, éxito, inteligencia y autorrespeto.
HedonismoPlacer y disfrute de la vida.
EstimulaciónVida excitante y variada, y atrevimiento.
AutodirecciónLibertad, creatividad, independencia, elección de metas propias, curiosidad y autorrespeto.

Nota. Las motivaciones resaltadas en negritas son aquellas que fueron capturadas por la encuesta aplicada para el presente estudio, Encuesta FPV (2017).

Fuente: Schwartz (1992). Elaboración: Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico.

Debido a las semejanzas y oposiciones entre algunos de estos 10 conjuntos de valores, es posible reagruparlos a su vez en cuatro grandes clases o, como los llama Schwartz, cuadrantes. La primera, apertura al cambio –openness to change–, comprende los valores de autodeterminación, estimulación y, parcialmente, hedonismo. La segunda es la autotrascendencia –self-trascendence– e incluye las categorías de universalismo y benevolencia. La tercera, conservación –conservation–, agrupa los valores de obediencia, tradición y seguridad. La cuarta, automejora –self-enhancement–, abarca los valores del poder, logro y, parcialmente, hedonismo –este último compartido con «apertura al cambio».

La tabla 2 resume los cuatro cuadrantes de valores y brinda la definición establecida por Schwartz para cada uno de ellos.

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9789972574887
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