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JULIÁN RUIZ: EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ

Vine porque me acordaba mucho de los de aquí. Creía que estaban todos vivos y me encontré con que habían muerto casi todos. Catorce a quince quedarían de los de entonces, y de mis ideas, solo dos o tres.

Julián Ruiz, marido de Dolores Ibárruri, en una entrevista al diario Pueblo, en 1977

Nos habíamos casado en la iglesia de Gallarta. E hicimos el viaje de novios a Santander. Apenas unos días. Al regreso ya sabía lo que era tener, en las sombras de la noche, un hombre en mis brazos.

Andrés Sorel, Dolores Ibárruri, Pasionaria. Memoria humana

El 5 de agosto de 1977 Dolores lbárruri regresaba a Somorrostro para asistir al entierro de su marido, Julián Ruiz. Según la crónica de El País, varios millares de personas acompañaron al ataúd hasta el cementerio, portado por seis militantes del partido y cubierto por una bandera del PCE y una ikurriña: «Detrás de ellos caminó a pie por espacio de un kilómetro largo Dolores Ibárruri, que en varios momentos no pudo contener las lágrimas».

Julián y Dolores estuvieron casados sesenta años, si bien solo llegaron a convivir quince. Cuando él muere apenas tenían relación. Pasionaria nunca edulcoró el recuerdo de su vida en pareja. El suyo no fue un matrimonio feliz. Sin embargo, es probable que, sin Julián Ruiz, Dolores Ibárruri no se hubiera convertido nunca en Pasionaria. Ella misma lo reconocía en octubre de 1931 en su primera entrevista a un medio de comunicación: «Cuando me casé a los veinte años, pensé que mi marido seguiría hablándome siempre de lo mismo, del tema ineludible de todos los noviazgos. Pero me encontré con que me hablaba de socialismo y obrerismo con una insistencia que convertía nuestras conversaciones en monólogos. No era cosa de abandonarle a este monólogo. Me trajo libros y leí».7

También en 1935, cuando Dolores viaja a Moscú al VII Congreso de la Komintern y realiza un breve esbozo autobiográfico, señala a su marido como la persona que la había introducido en las ideas socialistas. Como Ibárruri, Julián era un obrero con un nivel cultural algo superior al de sus compañeros. Otro hijo de la ilustración popular a través del movimiento socialista. Otra vida inesperada. Otro error en el sistema. Uno de los primeros libros que le da a leer es una novela de Víctor Hugo. Hasta entonces Dolores apenas había conocido otra literatura que no fuese la religiosa y los folletines. A pesar de ser una de las personas más importantes en la biografía de Ibárruri, Julián Ruiz es al mismo tiempo una de las principales ausencias en el relato que Pasionaria quiso dejar de sí misma. En su autobiografía pasa de puntillas por la figura de su marido, y en posteriores entrevistas tampoco quiso dar demasiados detalles sobre una relación que se rompe en torno a 1931.

«Unos días breves, fugaces de ilusión, y después… Después, la prosa fría, hiriente, inmisericorde de la vida». Con esta elipsis resume Ibárruri en El único camino sus quince años de vida en pareja con Julián Ruiz. Después de una modesta luna de miel en la casa de unos familiares de su marido en Santander, el matrimonio regresaría a Gallarta. A los nueve meses nacía Esther, su primera hija. Poco tiempo después la familia se mudaba a Somorrostro, otra localidad minera situada en la parte baja de Las Encartaciones, cerca de la costa, de la que procedía Julián, y donde trabajaba como minero para la compañía franco-belga. Dentro de sus escasas posibilidades económicas, el matrimonio invertiría una pequeña suma de dinero en comprar una parcela y juntos construirían una casa con sus propias manos. La nueva vivienda disponía de algo de terreno para poder cultivar una huerta y criar animales, actividad de la que se ocuparía Dolores y que les permitiría sobrevivir durante los largos periodos en los que Julián estaba en huelga, encarcelado o, sencillamente, llovía con fuerza, no se podía trabajar en la mina y la empresa no pagaba a los trabajadores.

Según su propia confesión, Dolores había ido al matrimonio enamorada, pero también en busca de la liberación del duro y mal pagado trabajo como sirvienta en casas ajenas. Sin embargo, junto a Ruiz, lejos de mejorar en sus condiciones de vida experimentaría el hundimiento en una miseria que jamás había conocido hasta entonces. En los peores momentos Ibárruri tendría que recurrir al crédito de los comerciantes y a la solidaridad de los vecinos para salir adelante. Otras veces tendrían el apoyo de los compañeros de partido y sindicato. Su familia, a pesar de desaprobar el matrimonio con Julián, también le prestaría alguna ayuda esporádica. Las estrecheces económicas jalonarían la vida de una pareja que tendría seis hijos mientras hacía malabarismos para poder darles de comer. Solo dos de ellos llegarían a la vida adulta: Amaya y Rubén. Esther, su primera hija, moriría con tan solo tres años, y el matrimonio, siempre con dificultades, tendría que pedir prestado para tener un pequeño ataúd con el que darle sepultura. En 1923, en plena huelga minera, nacerían las trillizas Amaya, Amagoya y Azucena. De ellas, Amagoya moriría apenas nacida, y sería enterrada en un cajón de conservas arreglado por un vecino a modo de féretro. Azucena no llegaría a cumplir los tres años, y una última hija, Eva, viviría solo unos pocos meses.

A las estrecheces económicas y la muerte de las hijas se sumaba la sensación de claustrofobia de Dolores, que en su adolescencia había aspirado a ser maestra y que ahora se asfixiaba repitiendo la misma vida triste de su madre, condenada a ese papel de «ángel del hogar» en el que nunca se había querido encasillar. En sus memorias, Pasionaria denunciaría la doble moral de aquellos reformistas burgueses que habían decidido liberar a las mujeres del «embrutecedor» trabajo en las minas, pero para encerrarlas en las cuatro paredes del hogar, convertidas en «esclavas domésticas» de sus maridos.

Envuelta en el ambiente político de su marido, que había sido uno de los fundadores de las Juventudes Socialistas, Ibárruri comienza a acompañarlo en las actividades políticas y sindicales y a frecuentar la Casa del Pueblo de Somorrostro. La buena alumna de la escuela de Gallarta se ha convertido ahora en la alumna aventajada del centro obrero. Lee toda la literatura socialista de su biblioteca, incluso una versión abreviada de El capital. Estas lecturas acompañan su abandono de la fe católica, un proceso no exento de dudas y dolor, que coincidiría en el tiempo con la crisis provocada por la muerte de sus hijas. Pasionaria siempre atribuiría también su alejamiento del catolicismo a la doble moral y la hipocresía que veía en la Iglesia y en las burguesas dedicadas a la caridad cristiana. Orgullosa, Dolores rechazaría los intentos de las Damas Catequistas de Paúl de alejarla del socialismo ofreciéndole un empleo mejor para su marido y una casa más cómoda con huerta, a cambio de su regreso a la Iglesia.

El acercamiento de Ibárruri al socialismo le cerraría la puerta de su casa familiar, pero le abriría otras tradicionalmente cerradas a una mujer casada de clase trabajadora. En primer lugar, aquella en la que ella más insistiría a posteriori: una comprensión racional del porqué de sus penosas condiciones de vida, así como un camino para superarlas. El socialismo mostraría a Dolores que la vida podía ser algo más que un «valle de lágrimas». Los explotados como ella podían construir aquí y ahora el paraíso que la fe católica les había prometido para una vida después de la muerte. No menos importante que esto sería elevar su horizonte vital como persona más allá de las tediosas rutinas del ama de casa proletaria. En la politización de quien pronto sería la Pasionaria, pesarían tanto el rechazo a la miseria y la explotación, que tan bien conocía, como el anhelo de superar esa vida de «hilar, parir y llorar», como había pronosticado su madre. Después de sentir que con el matrimonio su misión en la vida estaba cumplida y que ya «no podía ni debía aspirar a más», el socialismo le devolvía la esperanza de convertirse en un sujeto autónomo con decisiones propias y participación en la vida pública, así como un espacio donde desarrollar las mismas inquietudes que en la adolescencia la habían llevado a querer ser maestra: leer, aprender, escribir, exponer y enseñar a otros.

No solo las lecturas fomentarían este proceso de formación política. Dolores se acercaba al movimiento obrero y socialista cuando un ciclo de movilización social sin precedentes estaba a punto de estallar en España. Con el final de la Primera Guerra Mundial se acababan los años de expansión económica que había conocido el país exportando materias primas y manufacturas a las potencias europeas en conflicto. La recesión económica se solapa y agudiza la crisis política de la Restauración. El generalizado malestar social y político del país, así como los ecos de las revoluciones democráticas rusa y alemana, que tendrían lugar entre principios de 1917 y finales de 1918, animarían a una ofensiva contra la monarquía de Alfonso XIII.

El matrimonio entre Ibárruri y Ruiz coincide con el inicio de ese intenso periodo de convulsiones y politización de las clases populares llamado Trienio Bolchevique. Ibárruri se radicalizará muy rápido. Un año después de su matrimonio, la antigua integrante del Apostolado de la Oración ya está fabricando en una cueva bombas caseras con botes de hojalata, dinamita, clavos y trozos de hierro. UGT y CNT preparan la gran huelga general de agosto de 1917. Una fortísima movilización obrera sacudirá todo el país y Vizcaya será una de las provincias en las que más seguimiento tenga el paro, que se prolonga durante varios días. La monarquía reaccionará al desafío de sindicatos, republicanos y socialistas con una gran represión. Más de setenta huelguistas caen muertos por la actuación de las fuerzas de orden público y dos mil son detenidos. Julián Ruiz será uno de los casi doscientos obreros detenidos y encerrados en la cárcel de Larrinaga. Con el tiempo Ibárruri también pasará por las celdas de esa prisión.

A diferencia de su marido, que es un dirigente natural, cuyo liderazgo se basa en su valentía, carisma y arrojo, Dolores une a sus aptitudes personales una mayor inquietud intelectual y por profundizar en el pensamiento socialista. «Yo me casé con Dolores Ibárruri Gómez, pero me he encontrado con Pasionaria» era una de las frases que Julián Ruiz repetía sobre su mujer muchos años después de haberse separado. Si bien Ruiz había jugado un papel importante en alentar la evolución de su pareja del catolicismo al socialismo, Ibárruri, «mujer de larga zancada», como la definió Manuel Vázquez Montalbán, pronto dejaría atrás a su marido, un militante ejemplar, pero también un hombre de su tiempo que no encajaba con una personalidad tan singular como la de su esposa, muy poco interesada en llevar la típica vida de un ama de casa obrera, aunque en este caso fuera de un ama de casa obrera e implicada en el movimiento obrero. En una entrevista a su regreso al País Vasco, poco antes de morir, Ruiz recordaba a Pasionaria como una mujer de «mal genio» y con la que no volvería a casarse.8 Ibárruri nunca quiso hablar demasiado sobre su marido, pero en uno de sus escasos comentarios sobre él, dejaría caer que pasaba demasiado tiempo en la taberna mientras ella tenía que apañárselas para sacar a la familia adelante.

Los frecuentes encarcelamientos de Ruiz supondrían sufrimiento y privaciones económicas, pero también una oportunidad para que Dolores desarrollara y explorase su autonomía personal. Las largas ausencias de Julián irían convirtiendo a su mujer en una militante con personalidad propia y pronto también en una dirigente política del recién estrenado bolchevismo español. Había comenzado barriendo y limpiando la Casa del Pueblo. Menos de tres años más tarde, en enero de 1920, Ibárruri ya es elegida para el Comité Provincial del recién fundado Partido Comunista Español. Es la única compañera en un comité de hombres. En 1928 lidera una movilización de mujeres de presos políticos en Bilbao. En 1930 es cooptada para el Comité Central del PCE, y en las elecciones de abril de 1931 participa como candidata y oradora en la campaña electoral comunista. En estas mismas elecciones Julián será escogido concejal del PCE en el Ayuntamiento de Muskiz, uno de los pocos municipios en los que los comunistas logran obtener representación.

A pesar del acta de edil de Ruiz, Dolores es la verdadera estrella ascendente en el pequeño partido comunista que dirige José Bullejos, antiguo líder del sindicato minero. El año de la proclamación de la Segunda República se consuma el ascenso político de Dolores y también su separación de facto de Julián. Después del verano de 1931 Dolores es llamada a trabajar en la redacción de Mundo Obrero. A su marido no se le ha perdido nada en la capital de la República española. Prefiere seguir viviendo en su pueblo minero. Para Dolores en cambio es un desafío. Una gran oportunidad. Se lleva con ella a su hijo Rubén, mientras que temporalmente su hija Amaya se queda en casa de su hermana Teresa.

Ya separado en la práctica de su mujer, Julián tomaría partido en la huelga general revolucionaria de octubre de 1934; perseguido por ello, tuvo que huir del País Vasco para escapar de la represión. En la guerra participaría como comisario político en el frente del norte, y tras su caída lograría pasar a la zona republicana, llegando a combatir en la batalla del Ebro. Derrotado el Ejército Popular de la República en Cataluña, marcharía junto a otros derrotados a Francia, donde pasaría algún tiempo en un campo de concentración en el departamento francés de Aude, antes de lograr exiliarse en la URSS. Allí vive la Segunda Guerra Mundial, la muerte de su hijo Rubén en la batalla de Stalingrado, el matrimonio de su hija Amaya con el militar soviético Artiom Serguéiev y el nacimiento de sus tres nietos: Dolores, Fiódor y Rubén. En la URSS Dolores y Julián seguirían manteniendo vidas separadas. Los contactos entre ambos serían escasos, y principalmente motivados por su hija y sus nietos en común. En 1972 se jubilaba de su trabajo en una fábrica y decidía retornar con su pensión a su pueblo. En su largo exilio soviético nunca había abandonado la tradicional txapela vasca. Dolores y Amaya le organizarían en Moscú una pequeña cena de despedida junto a otros exiliados españoles. Sería la última vez que el matrimonio se reuniría. Los últimos cinco años de su vida los pasaría con una sobrina, su marido y su hijo.

En noviembre de 1976 Comisiones Obreras de Euskadi, aún ilegal, rendiría homenaje a Julián entregándole el primer carné del sindicato en el transcurso de una comida de confraternización en Portugalete. Ya enfermo, y sin apenas movilidad, lastrado por un accidente que había sufrido en la mina siendo joven, en abril de 1977 concedía una entrevista al diario Pueblo en la que expresaría bastante amargura y desencanto con respecto a su retorno a España: «Si llego a estar así hace cinco años, me quedo en Rusia. Me pagan la jubilación, 80 rublos, y de aquí de cuando las minas, cobro un poco más de 5000 pesetas; en total, unas 7000. Veo la televisión, sobre todo el fútbol y los toros, y me acuesto muy pronto».9 De su mujer decía que no tenía mucho interés por volver a verla. Fallecería cuatro meses más tarde.

LA APUESTA POR EL BOLCHEVISMO

¡Camaradas trabajadores! Recordad que vosotros mismos gobernáis ahora el país. Nadie os ayudará si vosotros mismos no os unís y no tomáis en vuestras manos los asuntos del Estado. Vuestros sóviets son, desde ahora, órganos de poder del Estado, órganos plenipotenciarios y decisivos.

V. I. Lenin, «A la población», noviembre de 1917

El periodo de transición de dictadura —continuó diciendo Lenin— será entre nosotros muy largo…, tal vez cuarenta o cincuenta años; otros pueblos, como Alemania e Inglaterra, podrán, a causa de su mayor industrialización, hacer más breve este periodo. […] el problema para nosotros no es de libertad, pues respecto de esta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?

Fernando de los Ríos, Mi viaje a la Rusia sovietista

La noche del 6 de noviembre de 1917 el Palacio de Invierno de San Petersburgo, antigua residencia de los zares y sede del Gobierno provisional desde la revolución democrática de febrero, caía sin apenas resistencia ante las milicias del partido bolchevique. Por primera vez desde la Comuna parisina de 1871 una revolución socialista triunfaba en el mundo. Los acontecimientos revolucionarios en Rusia despertarían en los meses siguientes una formidable ola de simpatía entre millones de obreros, campesinos e intelectuales de todo el planeta que veían por primera vez alzarse victoriosamente a un gobierno autoproclamado de los trabajadores del campo y la ciudad. Lo sucedido parecía además que no quedaría ceñido al antiguo imperio zarista, sino que sería el preámbulo de una inminente revolución mundial. En marzo de 1919 los bolcheviques, convencidos de que esta vez el mundo sí iba a «cambiar de base», lanzarían un órdago al movimiento socialista: la construcción de una Tercera Internacional revolucionaria, antiimperialista y con centro en Moscú, depurada de los líderes socialdemócratas que habían apoyado la Primera Guerra Mundial. Una organización disciplinada, «un partido de hierro, fundido en un bloque homogéneo», en palabras de Zinóviev, compuesta por los elementos más combativos del movimiento obrero y preparada para ejecutar sin vacilaciones el asalto revolucionario al poder. Trabajadores manuales, intelectuales, algunos miembros de las clases medias, vanguardias culturales de los pueblos colonizados; todos ellos, radicalizados por el desastre de la guerra mundial, fascinados por la promesa del mundo nuevo que parecía estar empezando a construirse en Rusia y convencidos de que el viejo orden burgués estaba en tránsito de demolición, se lanzarían a construir el partido bolchevique en sus respectivos países.

El entusiasmo despertado por la Revolución bolchevique entre amplios segmentos de las bases socialdemócratas chocaría con la actitud mucho más templada o directamente hostil de la mayoría de los dirigentes socialistas. En España, un país sumido en una crisis que para muchos era análoga a la de la Rusia de 1917, la simpatía por el bolchevismo traspasaba fronteras ideológicas y doctrinales. En diciembre de 1919 la CNT acordaba en su Segundo Congreso, celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid, adherirse provisionalmente a la Tercera Internacional. Ese mismo mes se celebraría también el Congreso Extraordinario del PSOE para debatir la afiliación internacional del partido español. La mayoría del partido abogaba por la unidad del movimiento obrero, pero la corriente probolchevique era tan fuerte en ese momento que obligaría a la dirección del PSOE a admitir una enmienda por la cual se afirmaba que, en caso de no lograrse la unificación entre la Internacional Socialista y la Internacional Comunista, el partido se iría con la segunda. No obstante, no todos los partidarios de la Tercera Internacional aguardarían al desenlace, que aún tardaría otros dos congresos en llegar. Ansiosos por romper con dirigentes reformistas como Pablo Iglesias y Julián Besteiro, la mayoría de las Juventudes Socialistas decidiría no esperar más, y el 15 de abril de 1920 fundaban el Partido Comunista Español.

La fundación del PCE debilitaría a los otros terceristas que abogaban por esperar y tratar de ganar la batalla dentro del PSOE. No obstante, todavía seguían siendo mayoría los simpatizantes de la Revolución bolchevique. Un nuevo congreso extraordinario celebrado en junio de 1920 acordaría la adhesión provisional del partido socialista a la Komintern, pero a la espera de que una delegación española al país de los sóviets regresara con más información y pudiera exponerla a la militancia para que en un siguiente congreso esta tomara la decisión final. La encabezaban el catedrático Fernando de los Ríos, representante del ala más reformista, y Daniel Anguiano, ferroviario y sindicalista de la UGT, partidario del acercamiento a los bolcheviques.

Tras varios tira y afloja, en abril de 1920 el informe de Fernando de los Ríos terminará de decantar al PSOE hacia donde querían sus principales dirigentes, Pablo Iglesias, Julián Besteiro, Largo Caballero y Andrés Saborit: la reconstrucción de la Internacional Socialista. Los terceristas, descontentos con el desenlace del Congreso Extraordinario de abril de 1921, abandonarán el PSOE, pero no en dirección al Partido Comunista Español, sino que marcharían a fundar su propia organización: el Partido Comunista Obrero Español. Ambas siglas se mantienen separadas y enfrentadas hasta noviembre de 1921, cuando la Komintern logra imponer a unos y otros la unificación de los dos partidos en un único Partido Comunista de España. Finalmente había nacido la sección española de la III Internacional.

Los ecos de la Revolución rusa también llegarán a Somorrostro. Julián Ruiz y Dolores Ibárruri van a simpatizar con el bolchevismo desde el primer momento. Cuando Lenin y los suyos toman el poder tienen veintisiete y veintidós años respectivamente. En 1919 son dos jóvenes activistas inmersos en el ciclo de crisis política y movilización social que vive el país. Quieren romper con el reformismo, representado en el País Vasco por líderes como Indalecio Prieto, aspiran a un partido genuinamente revolucionario que se prepare para conquistar el Estado como han hecho los bolcheviques en Rusia. En julio de 1919 Julián se da de baja en el PSOE y, como la mayoría de sus compañeros de la Agrupación Socialista de Somorrostro, se suma al Comité Nacional de partidarios de la construcción en España de la III Internacional. En 1920 Julián y Dolores se integran en el recién nacido Partido Comunista Español. Ella, casi una recién llegada al activismo político, pero que ha demostrado con creces su temperamento y capacidad política, es elegida para el Comité Provincial.

Entre 1919 y 1921 la mayoría de los afiliados socialistas de la zona minera de Vizcaya se van pasando al comunismo y arrastran consigo al Sindicato Minero, que se rompe en dos, uno con dirección comunista y otro con dirección socialista. También lo hacen en menor medida otros núcleos socialistas de Bilbao, Sestao y Barakaldo, así como varias de las Casas del Pueblo de la provincia, entre ellas la de la capital.

Entre 1921 y 1923 el PCE se va a lanzar a un fortísimo activismo en Vizcaya que se traducirá en cinco huelgas generales con desiguales resultados. Algunas de ellas, mal planificadas y excesivamente voluntaristas, supondrán un gran desgaste para la militancia comunista, a la que algunos fracasos pasan una notable factura en represión y pérdida de afiliados. Solo los más convencidos, como Julián y Dolores, logran encajar duras pruebas en forma de detenciones, cárcel y grandes privaciones económicas. En esos años llega incluso a haber planes verdaderamente delirantes, como iniciar en Bilbao una insurrección armada que se expandiría luego a toda España. La provincia es el principal bastión del PCE, pero eso no significa que este sea un partido hegemónico entre la clase obrera de Vizcaya, ni siquiera entre la clase trabajadora organizada. Los motivos de las huelgas generales convocadas por los comunistas entre 1921 y 1923 son variopintos: desde el rechazo al envío de tropas a Marruecos a la solidaridad con los mineros o la protesta contra medidas represivas.

La organización es joven, muy izquierdista y con cierta tendencia a venirse arriba. El voluntarismo de los comunistas recuerda en ocasiones a la gimnasia revolucionaria de los anarcosindicalistas catalanes. Los comunistas atraen a los trabajadores más combativos, especialmente a los jóvenes. Entre estos jóvenes comunistas también hay algunos, casi adolescentes, sin demasiada relación con el mundo del trabajo, que están fascinados por el estilo violento de los hombres de acción de la CNT y quieren imitarlo en el PCE. Los jóvenes pistoleros recurren al atraco a mano armada para financiar la causa, pero sobre todo para ajustes de cuentas con los rivales socialistas. A diferencia de Barcelona, la capital española de la violencia política, en Bilbao, la Margen Izquierda del río Nervión y los pueblos mineros de Las Encartaciones el pistolerismo no tiene lugar entre sindicatos y patronal, sino entre competidores por la hegemonía del movimiento obrero local. Durante los tres primeros años de la década de 1920 socialistas y comunistas se sumen en una suerte de guerra civil. Una guerra que no es solo de palabras. Unos y otros recurren habitualmente a la violencia. José Bullejos, líder del Sindicato Minero de Vizcaya y posteriormente del PCE, quedaría lisiado de una pierna a causa de un balazo de sus rivales en el trascurso de un enfrentamiento sindical con los socialistas en abril de 1922. Jesús Hernández, futuro ministro comunista de Instrucción Pública, participa, con tan solo dieciséis años, en el intento en agosto de 1923 de asesinar al socialista Indalecio Prieto.

Dolores se referiría autocríticamente en sus memorias a ese tiempo como años de «infantilismo revolucionario», en los que el sacrificio y la heroicidad de la militancia se desperdiciaba en acciones suicidas y sectarias. El maximalismo del PCE le iría progresivamente aislando de la mayoría de los trabajadores vizcaínos. Más tarde también reconocería que, a pesar del sectarismo, esos años sirvieron para forjar una militancia de acero. Ser comunista en los años veinte supone una entrega y un nivel de compromiso al que no están dispuestos la mayoría de los obreros. Julián paga con detenciones, cárcel y despidos su participación en muchas huelgas que acaban en fracaso. También Dolores se compromete al máximo. Logra como puede dar de comer a su familia mientras le roba horas al sueño y asume todo tipo de tareas políticas: escribe en la prensa, organiza piquetes de mujeres durante una huelga minera, agita de viva voz por las calles y las fábricas de Bilbao contra la guerra de Marruecos o protesta a las puertas de la cárcel por la libertad de su marido y otros presos políticos. En las reuniones nocturnas que se celebran en la Casa del Pueblo de Somorrostro a menudo lleva a sus hijos, a los que deja durmiendo en un rincón de la sala.

Esta entrega total a la causa va, sin embargo, a contracorriente de un clima político que se está empezando a enfriar en todas partes. Los tiempos son cada vez menos favorables para esa revolución que Julián y Dolores han creído ver durante algunos años a la vuelta de la esquina. La inestabilidad de la posguerra está dando paso a un nuevo orden capitalista. En 1921 se confirma el definitivo fracaso por extender la revolución comunista a Alemania. En la URSS la guerra civil ha concluido con la victoria bolchevique, pero a un precio muy alto. Lenin tiene que dar marcha atrás al proceso de colectivización y estatalización de la economía e iniciar la Nueva Política Económica, un comunismo menos estricto que permite ciertas formas de propiedad privada e incluso la inversión económica extranjera.

Conscientes de que las grandes convulsiones revolucionarias de posguerra han quedado atrás, Lenin y Grigori Zinóviev, presidente de la Internacional Comunista, se deciden a combatir los excesos izquierdistas en los que ha caído el movimiento, y abogan por que los extremistas y a menudo anarquizantes partidos comunistas presten mayor atención al trabajo sindical y parlamentario, menospreciado hasta entonces por reformista y pequeñoburgués. También la IC se abrirá a propugnar una cierta colaboración entre comunistas y socialdemócratas a través de la política de Frente Único. Europa estaba cambiando y no precisamente en el sentido revolucionario previsto al término de la Primera Guerra Mundial. En octubre de 1922 Mussolini toma el poder en Italia con el beneplácito de Víctor Manuel III. Solo un año más tarde otro monarca de la Europa meridional abre las puertas a un dictador. Hablamos de España y de Alfonso XIII. El rey entrega al general Miguel Primo de Rivera las riendas del país. En una afortunada metáfora bélica del comunista italiano Antonio Gramsci, el comunismo pasaba de la guerra de movimientos a la guerra de posiciones. Las cosas serán más lentas de lo previsto.

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9788418918209
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