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SEGUNDA PARTE

LOS HABITANTES DE LA CALLE DE BOGOTÁ Y LAS PARTICULARIDADES DE SU HABITANZA EN EL CENTRO TRADICIONAL



CAPÍTULO II.

LOS GRANDES DETERMINANTES DE LA HABITANZA DE LA CALLE EN LA HISTORIA DEL CENTRO TRADICIONAL

Pedro Ignacio Bernal F.

La habitabilidad de calle es un fenómeno derivado, es decir surge y se desarrolla condicionado por el desarrollo de la sociedad en la que se inscribe. Es, por llamarlo así, un síntoma de los males del crecimiento de la sociedad. En las décadas en las que la sociedad colombiana inició su despegue demográfico, industrial y urbano, este se concentró en su ciudad capital, con efectos diversos y sobre todo contrastes de acumulación de riqueza y miseria en un espacio urbano r educido, el centro de Bogotá.

El propósito de este capítulo es explorar la tesis según la cual el desarrollo histórico de la centralidad urbana bogotana ha tenido incidencia en el fenómeno de habitabilidad de la calle. ¿Cuáles son los principales determinantes de la concentración de habitantes de la calle en el centro de Bogotá? A continuación, se presenta una síntesis de lo que se va a desarrollar.

Diversos factores socioeconómicos tales como el crecimiento vegetativo de la población, las intensas migraciones desde las zonas rurales y el proceso de industrialización, ocurridos desde la segunda mitad del siglo XIX y la década de los años 70 del siglo XX, incidieron significativamente en la rápida e intensa concentración de población y actividades económicas en el centro de Bogotá. Este proceso estuvo acompañado y reforzado por la instalación de la estación del ferrocarril de La Sabana y, poco después, de las sedes de diversas empresas de transporte intermunicipal de pasajeros, que canalizaron la gran afluencia de viajeros y migrantes provenientes de varias regiones del país, muchos de los cuales se instalarían en las inmediaciones de la estación de La Sabana y sobre todo de los terminales de buses. Esto incidiría fuertemente en el carácter popular y la intensidad y uso de la ocupación del espacio urbano, tanto en cuanto al hábitat como a las actividades económicas del centro.

En las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, con posterioridad al Bogotazo, al mismo tiempo que se mantenía e intensificaba el proceso de densificación popular del centro, una serie de decisiones que se venían gestando desde los años 1930 marcaría la configuración del centro: la construcción y ampliación de grandes avenidas, de modernos edificios administrativos y la migración, principalmente hacia el norte de la población acomodada que habitaba en algunos sectores del centro. Estas dinámicas marcaron el carácter del centro. Se consolidó su vocación popular en lo económico, su condición central de sede político-administrativa de carácter nacional y, junto con el abandono por parte de los sectores de elite y el descuido y desidia por parte de las autoridades, propició su degradación y “lumpenización”, a todo lo cual se agregan propósitos y decisiones públicas con efectos de especulación.

2.1 DETERMINANTES DEMOGRÁFICOS

Antes del período republicano, hasta inicios del siglo XVIII, el fenómeno de habitabilidad de calle no era frecuente debido a que las instituciones coloniales asignaban un papel muy definido a cada persona según su condición social (españoles, criollos, mestizos, indígenas y esclavos), lo cual era una forma de limitar la autonomía y la libertad personales. Durante la Independencia y la República, desde inicios del siglo XIX, con la existencia de problemas de desocupación laboral y migraciones, aparecen los primeros mendigos, fenómeno que creció en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Entre las causas de ello cabe destacar la violencia en los campos y el inicio de la producción industrial en las ciudades que desencadenaron procesos de desestructuración familiar y expulsión a la calle de algunos de sus miembros (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2015, p. 15).

Según Melo (2001, pp. 50 y 56), el proceso de migración rural-urbano, desde inicios del siglo XVIII, se reflejó en la segunda mitad del siglo en la proliferación de vagos, maleantes, mendigos, prostitutas y “toda guisa de desechos sociales”. Por esta razón las autoridades coloniales y el clero crearon la institución del hospicio como solución para afrontar el problema de la indigencia en la calle, para hacer desaparecer de las calles y plazas a mendigos y demás indigentes. Este mismo autor señala que el siglo XIX se caracterizó más por la guerra civil que por el desarrollo económico, lo cual influyó en la marginalidad (indigencia y delincuencia) de la calle. La guerra desplazó del campo a muchas personas (viudas, huérfanos, soldados) e indígenas de sus resguardos. Las mujeres se dedicarían a la prostitución y los hombres se convertirían en indigentes (mendigos y ladrones).

A lo largo del siglo XIX hubo un gran aumento de la densificación urbana, que llegó a niveles de 410 habitantes/ hectárea entre 1881 y 1890 y de 371 en 1900; posteriormente descendería a 131 habitantes/hectárea en 1938 (Vargas y Zambrano, 1988, p. 19). Una de las causas de los problemas sanitarios de las calles bogotanas a comienzos del siglo XX era la “excesiva afluencia de personas indigentes de la provincia”, sin un techo donde protegerse, y que debían pasar la noche bajo aleros y zaguanes. La gente de la calle aumenta conforme lo hace la población de la ciudad (Melo, 2001, p. 63).

Esta llegada masiva de familias en busca de vivienda se traduce en la densificación del centro tradicional, y en el crecimiento de la ciudad por el incremento de barrios obreros. El impacto territorial de esta oleada migratoria deja una evidencia física en la ciudad que se traduce en un proceso de urbanización vertiginoso, un crecimiento urbano acelerado y desordenado y en la congestión en su centro tradicional (De Urbina, 2011, p. 24).

Entre 1900 y 1910 los ritmos del crecimiento poblacional de Bogotá y del país en su conjunto estaban emparejados bordeando el 3% anual, pero hacia mediados de la década de 1910 Bogotá comenzó a desmarcarse significativamente pasando de 2,9% en 1918 a 6,6% en 1964 –ver figura 1–, frente a 2,4% y 3,2% respectivamente para Colombia. Es decir, en cinco décadas se abrió una brecha demográfica entre Bogotá y Colombia, de tal manera que la capital pasó de representar en 1905 el 2,4% de la población nacional a 9,7% en 1964 (Vargas y Zambrano, 1988, pp. 21-22). La primacía poblacional bogotana no ha parado de crecer: en 1985 ya representaba el 13,7% del total nacional, y en 2018 alcanzó el 23,1%.

FIGURA 1.

POBLACIÓN CENSADA DE BOGOTÁ Y SU TASA DE CRECIMIENTO, 1800-2018


Fuente: Elaborada con base en Vargas y Zambrano (1988, p. 15) y Estadísticas Poblacionales del DANE.

La localidad de Los Mártires, en particular, es una de las más representativas del centro de Bogotá. Algunos eventos que contribuyeron al desarrollo de su papel central fueron: la construcción del cementerio, entre 1820 y 1840 (en ese momento en las afueras de la ciudad). En 1873 se construyó junto al anterior el que sería el cementerio central; la plaza de Los Mártires en 1850, en lo que hoy es la calle 10 con Avenida Caracas; y la plaza de Maderas en 1883 que luego sería la plaza España por un Acuerdo de 1902 del Concejo de la ciudad. Esta plaza se especializó en la venta de materiales de construcción, leña, carbón y animales en pie, actividades que fueron reemplazadas por comercios ejercidos en la plaza de San Victorino, donde confluía el comercio de la Sabana. En San Victorino también coincidían los visitantes que llegaban a la ciudad, generando gran concentración de actividades, suciedad, presencia de mendigos, etc. En la transición de los siglos XIX y XX, era una localidad periférica, pero al mismo tiempo la comunicación con el río Magdalena y el exterior partía de allí, marcando su carácter de centralidad en los años siguientes. En 1910, por ejemplo, San Victorino tenía 14.000 habitantes (censo de 1912), acogía el 12% de los habitantes de la ciudad y concentraba gran parte de la actividad comercial (Cardeño, 2007, pp. 19-23).

San Victorino se afianzó en las actividades de comercio de productos para construcción y alimentos, llegando a ser el primer puerto de descargue y de entrada y salida de mercancías, especializado en la producción de bienes de consumo no duradero. Según Cardeño (2007, pp. 38-40), San Victorino se especializó en actividades industriales más tradicionales y el espacio productivo por excelencia era el taller. Algunos de los factores que favorecieron el asentamiento de la industria en este sector fuero la estación de La Sabana y el sistema vial orientado hacia el occidente (Facatativá) por la calle 13 y hacia el aeropuerto de Techo por la avenida de Las Américas, el uso de la energía eléctrica, el aprovechamiento de las economías de aglomeración, y la aparición de barrios obreros alrededor de las vías del ferrocarril y el crecimiento demográfico. En San Victorino se establecieron cervecerías, molinos, bodegas, agencias de víveres que recibían los productos agrícolas, fábricas de velas, de galletas, cigarrillos, etc. El crecimiento urbano tendía a orientarse a lo largo de los ejes viales: hacia el norte (Chapinero), el sur (San Cristóbal), el occidente (Bosa, Soacha y Fontibón). Se construyeron nuevos barrios obreros sobre la sabana, a manera de saltos, dispersos en enclaves aislados, como bloques independientes, dejando espacios vacíos conectados por alguna vía. En la localidad de Los Mártires, por ejemplo, surgieron Samper Mendoza, Ricaurte, Eduardo Santos (Tívoli), La Favorita, El Vergel, entre otros.

A mediados del siglo XX, con la intensificación de las migraciones rurales, la población que se asentó en el centro y en sectores periféricos de la ciudad no contaba con servicios básicos ni oportunidades laborales. Las mujeres se veían obligadas a trabajar, siendo una de las causas de la desarticulación de la familia; por esta época surgen los primeros niños y niñas de la calle. (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2015, p. 16). El documento Política pública distrital para el fenómeno de habitabilidad en calle (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2015) reconoce que el fenómeno responde a factores históricos-sociales, específicos a cada sociedad, y que en Bogotá hay diferencias en su manifestación entre las localidades, debido a diferencias institucionales, actores involucrados, actividades sociales, económicas y políticas, y elementos de infraestructura y de arquitectura. Además, que los factores específicos detonantes del fenómeno son la violencia intrafamiliar, el abuso de drogas, el microtráfico, la informalidad económica, los procesos migratorios y el desplazamiento forzado por el conflicto armado interno.

Diversos autores insisten en el papel desempeñado por las migraciones. Por ejemplo, Guerra (2017, p. 1) señala que a comienzos del siglo XX las migraciones hacia Bogotá de personas que habían sido reclutadas para la guerra, en general campesinos y artesanos, gestó una vida urbana de “choques e imposiciones” en una ciudad hacinada en su centro histórico. Hacia 1916, en el barrio donde está la catedral del Voto Nacional (carrera 15, calle 10), se concentraba la vida urbana, antes de la construcción de la carrera 10 y la avenida Jiménez, que surgirían años después como respuesta a la falta de espacio para los carros que reemplazaron a los coches, carruajes y tranvías.

Como resultado de lo anterior, comienzan a proliferar inquilinatos y casuchas de barrios pobres, en sectores aledaños a la carrera 4 con calle 24, y hoteles populares en la calle 10, que eran lugares de acogida de recién llegados a la ciudad. Para despejar las calles de vagos reincidentes y ladrones, la ley 48 de 1936 creó colonias agrícolas de trabajo. Los habitantes de la calle eran enviados a las colonias, acusados de maleantes, vagos, y ladrones, y recibían condenas que variaban entre 6 meses y 5 años. El centro, en los alrededores de la carrera 10 entre las calles 12 y 13, se caracterizaba en la época por el hacinamiento, la suciedad y la congestión, y en los pasajes Hernández y Rivas, eran comunes las ventas de chicha. En esa época la gran plaza de San Victorino servía de lugar de huelgas y reyertas, al igual que la plaza central, dos espacios que le quedaban a la población que había sido desalojada de las calles y reducida a cuartos, mientras se alzaban grandes edificios de oficinas, parqueaderos y almacenes (Guerra, 2017, pp. 32-39).

Durante las décadas de 1920 y 1930 las altas tasas de natalidad y las inmigraciones regionales principalmente desde Cundinamarca y Boyacá, trajeron como consecuencia el desbordamiento del estrecho perímetro urbano y rellenando el vacío que quedaba entre este nuevo sector y el centro tradicional. Esta tendencia de relleno se reforzaría en las décadas de 1930 y 1940, abriendo tramos en las carreras 13 y 14 desde el centro hacia el norte (Barrios Unidos, Alfonso López), en las laderas (Perseverancia) y el sur (más allá de Las Cruces y Santa Bárbara: San Cristóbal y Veinte de Julio). Sin embargo, el centro tradicional conservaría su hegemonía como complejo administrativo, institucional, comercial, de mercado y de abasto. Se conformará una estructura social menos homogénea y más compleja, una fisura en la hegemonía política de la oligarquía y la intervención novedosa de otros sectores sociales en el escenario urbano. La población con menores recursos estaba asentada en “aposentos” o cuartos en el centro y en una serie de “barrios de miseria”, o en los “arrabales” de San Miguel, San Luis y otros situados al oriente de la carrera primera entre las calles 6 y 26, a lo largo de los cerros orientales. En 1936 se iniciaría la reubicación de los habitantes, se tumbaron las casas y se indemnizaron a sus habitantes, que se trasladaron a barrios estilo Ciudad Jardín para obreros en el occidente del pericentro: Centenario, Ricaurte, Olaya, etc. (Aprile-Gniset, 1983, p. 13 y p. 306).

Entre 1938 y 1951 la población bogotana pasó de 330.000 a 700.000 habitantes, en gran parte por el éxodo rural, siendo el barrio Ricaurte un gran receptor de este flujo poblacional. Se generó gran congestión alrededor de la plaza de mercado de La Concepción (carrera 10 con calle 10, hoy centro comercial San Victorino) y deterioro ambiental, físico y social con expansión hacia los alrededores. En el pericentro se dio densificación por medio del arriendo y subarriendo, partición de casas unifamiliares, división de apartamentos por piso, alquiler de piezas y la generalización de los inquilinatos en San Victorino, La Perseverancia, Las Cruces, Santa Bárbara, Egipto, Las Nieves, San Diego, etc. (Aprille-Gniset, 1983, p. 7; Cardeño, 2007, pp. 51-52; Jaramillo, 2012, p. 58).

Fue durante los años cuarenta que ingresaron en términos absolutos y relativos una mayor cantidad de migrantes que en épocas anteriores. La mayor interconexión vial amplió el radio de atracción a otras regiones diferentes de Boyacá y Cundinamarca (…) El censo de 1951 muestra estadísticamente esta realidad. De los 653.791 vecinos tan solo el 30% eran bogotanos perdidos en una marea de 455.000 provincianos (Vargas y Zambrano, 1988, p. 28).

Desde al menos finales de los años 1940 la mayoría de la población estaba concentrada en el centro. Parte de la burguesía ya había migrado hacia Teusaquillo y Chapinero). Los habitantes del centro eran las clases medias y bajas (Melo, 2001, p. 72).

En el barrio Santa Inés, donde posteriormente se ubicaría El Cartucho, vivió “lo más granado de la clase alta de Bogotá”. Después del Bogotazo se deterioró por el abandono de sus residentes que se trasladaron al norte. En su lugar, el barrio fue ocupado por desplazados por la violencia de los años 1940 y 1950, y por personas sin techo que vivían de vender materiales reciclados. Debido a las condiciones de extrema precariedad de las familias que residían allí, y a la débil cohesión de estas, muchos de los hijos terminaron en la calle. En este sector se concentraron actividades de contrabando, ventas estacionarias y se dio un alto desempleo urbano. Ya desde las décadas de 1960 y 1970 había expendio y consumo de drogas, llegando a ser el eje de esta actividad en Bogotá (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2015, pp. 19-21; Jaramillo, 2012, pp. 68 y 69).

2.2 DETERMINANTES ECONÓMICOS

Desde finales del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, Bogotá se convierte en el centro administrativo y genera servicios y empleos en distintas áreas económicas. En la capital se concentrarán una burguesía afianzada en los excedentes acumulados por la economía cafetera, y un proletariado ligado al incipiente desarrollo de la industria.

La evolución, sofisticación, diversificación y especialización del sector terciario dedicado a la prestación de servicios se empieza a concentrar en el sector fundacional, imprimiéndole el carácter de centro urbano que conserva actualmente. De manera simultánea se está viviendo un proceso de densificación residencial producto del incremento de la demanda de vivienda para todos los estratos sociales, sobrecargando las estructuras residenciales (De Urbina, 2011, p. 26).

Según De Urbina y Zambrano (2019, p. 17), la economía exportadora fue un factor clave en el auge económico del centro en el cambio de siglo: se instalaron bancos, agencias mercantiles y almacenes, restaurantes y hoteles, universidades y toda una serie de servicios urbanos asociados al desarrollo capitalista. Luego del Bogotazo, fueron creadas fábricas de materiales de construcción (cemento, concreto, ladrillos…) como Cementos Samper, Diamante, El Progreso, Cedonia, Moore, La Catalana, “para cimentar el progreso de la ciudad”. En 1945 se creó la Lonja de Propiedad Raíz y después de que se terminó de canalizar el río San Francisco hacia 1948, fue construida la avenida Jiménez para conectar la ciudad con el occidente (Guerra, p. 3 y p. 7).

El 9 de abril de 1948 desempeñó un papel decisivo en la transformación de lo que era una zona residencial: “Se rompió el equilibrio anterior. Se valorizó Chapinero y se desvalorizó el centro”. El realojo de comerciantes en el pericentro, en Chapinero, Siete de Agosto, Restrepo, tiende a aliviar la presión de demanda en el centro histórico, pero lleva la especulación hacia estos sectores donde se registran alzas de precios (Aprile-Gniset, 1983, pp. 218-219).

En la década de 1950 se da un cambio en el patrón de la industria, pasando de la producción de bienes de consumo final a la de bienes de consumo intermedio y de capital, lo cual implicó cambios en la estructura y tamaño de los establecimientos industriales, que requerían espacios mayores y más adaptados a sus necesidades como el manejo de materias primas y el transporte de carga. Con ello se impulsa el crecimiento físico de Bogotá hacia el occidente: barrios obreros y de empleados, dispersos, en forma de saltos, y fábricas e industrias con tendencia a localizarse en las carreras 18 y 22, a lo largo del eje de la avenida Colón, en los alrededores de la estación de La Sabana. Predominan las actividades relacionadas con la recepción y despacho de mercancías por el ferrocarril y relacionadas con el comercio local y de las provincias, molinos y fábricas de chocolate y carpinterías regionales. El barrio Ricaurte se especializó en la fabricación de espermas y productos químicos. El Acuerdo 21 de 1944 reglamentó y reforzó la ubicación industrial hacia el occidente, más allá de la carrera 30, hasta el barrio Puente Aranda (De Urbina y Zambrano, 2019, p. 39). La reubicación de la industria hacia el occidente se consolida sobre los ejes viales en la periferia urbana, dejando en la localidad de Los Mártires todo tipo de industrias, principalmente talleres en los que predomina le economía familiar. Mientras tanto el centro urbano perdía valor y la especulación del suelo fue aprovechada por los constructores para expandir la urbanización hacia la periferia, donde los precios del suelo eran menores. En el centro y el pericentro se dio un rápido deterioro físico, a lo largo de la avenida Caracas (Cardeño, 2007, pp. 60-67)

En 1970, las migraciones explicaban el 49% del crecimiento de Bogotá contra solo 22% en 1999. Amplias áreas de expansión de la ciudad hacia la periferia acogieron parte de los flujos migratorios. Luego de los años 1970 el centro dejó de ser el punto favorito de llegada y asentamiento de la población. Progresivamente la periferia urbana comenzó a ser el destino predilecto de esos movimientos. Entre 1973 y 1985 las localidades del centro (Santa Fe, Los Mártires y La Candelaria) decrecieron (-0,48%, -1,34% y -3,72% respectivamente). La nula inversión en viviendas reduce la renta del suelo en los sectores reconstruidos, los barrios son tomados por el comercio y habitantes de escasos recursos, mientras algunas zonas quedan completamente abandonadas y son ocupadas por población marginada y aquella dedicada a actividades delictivas (Melo, 2001, pp. 73-74).

El sector de la estación de La Sabana presentaba actividad mixta. Comercio, pequeñas industrias, y la población residente era sobre todo arrendataria, lo cual incidió en la pérdida de sentido de pertenencia y dificultades para la organización comunitaria. Predominan los inquilinatos, lo cual contribuye al deterioro físico y la falta de mantenimiento del hábitat físico. Ello ha incidido en la caída de los precios de la vivienda y la ocupación por grupos de bajos ingresos, acelerando aún más el deterioro. En el centro de Bogotá la vida de la calle depende exclusivamente del ritmo impuesto por la economía: frenesí en las horas diurnas u “horas pico”, que se mantiene mientras el comercio está activo; en la noche, cuando la calle se vacía de gente, el centro queda en poder del lumpen, o de la policía. (Melo, 2001, pp. 74-75; Jaramillo, 2012, pp. 69-70)

En la década de 1980, el comercio informal, las microempresas, los recicladores de basuras, el mercado negro y toda suerte de esfuerzos por generar recursos para participar en la vida social, han ocupado amplios sectores del centro de Bogotá abandonados después de que en su tiempo fueran considerados como el ápice de la modernidad (Aprile-Gniset, 1983, p. 311).

Con la ubicación de la industria hacia la periferia, el centro se especializa cada vez más en actividades comerciales, administrativas, cívicas y culturales. Alrededor de la mitad de los establecimientos se dedicará a la venta de prendas de vestir y calzado, seguido de editoriales, imprentas, y comercialización de alimentos. La mayoría de las empresas se concentrará en procesos de producción de baja complejidad, de tipo artesanal y con bajos niveles de generación de empleo. Es decir, industrias céntricas, dedicadas al comercio al detal y dependientes de la cercanía del consumidor final (De Urbina y Zambrano, 2019, pp. 49-50).

2.3 DINÁMICAS SOCIOESPACIALES Y DETERMINANTES DE POLÍTICA URBANA

Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, el centro de Bogotá era el lugar de vivienda y trabajo de casi todos los grupos sociales de la ciudad. Luego, se dividiría en zonas o barrios para grupos sociales específicos, enmarcadas dentro de un patrón general que segregaba las actividades laborales de las residenciales. Después de 1930, los grupos más ricos prefirieron adquirir sus viviendas en la ciudad jardín, la nueva imagen de la modernidad, en vez de modernizar sus casas en el centro. Así, inician el éxodo a partir de los últimos años de la década de 1920 hacia nuevos barrios en el norte (Ratwitscher, 2000, pp. 302-303).

Ya desde los años 1910 a 1940 se presentaba una tendencia de crecimiento segregado de la ciudad, entre barrios acomodados en el norte y pobres en el sur y occidente de la ciudad, y un contraste entre edificios en el centro y casas dispersas por sus alrededores. Esta distribución segregada sería fuente de conflictos y evitaría, al menos en apariencia, la posible interacción social entre los diferentes grupos que habitaban la ciudad. Además, generó diferencias de renta entre el norte, por un lado, y el centro y el sur por el otro, gracias al juego de la especulación que empujó hacia arriba los precios del suelo en el norte, que es hacia donde la elite eligió instalarse (Guerra, 2017, pp. 10-18).

La introducción del modelo de ordenamiento urbano propuesto por Karl Brunner (director del Departamento de Urbanismo creado en 1933) se concibió como solución al vigoroso aumento de la población, que pasó de 100.000 habitantes en 1905 a más de 330.000 en 1938. Entonces, los arriendos urbanos aumentaron 350% entre 1918 y 1928, con un déficit de vivienda de alrededor de 30%. Los precios de la tierra en el centro llegaron posteriormente a más del doble de los barrios de la sabana (Ratwitscher, 2000, p. 303). El desmesurado aumento de la población creó condiciones de insalubridad y estimuló el contacto cercano entre los habitantes urbanos, haciendo difícil delimitar los grupos sociales en el espacio. El ruido de los carros en las estrechas calles incomodaba la vida diaria en una ciudad demasiado angosta para construir los edificios modernos. La elite se sentía insatisfecha en sus casas tradicionales, lo que indicaba un cambio en su concepción sobre la cultura material. Las edificaciones construidas antes de 1930 ya no eran “modernas”. Entonces, se prefirió adquirir la ciudad jardín (K. Brunner) como nueva imagen de la modernidad, en vez de modernizar las casas del centro. Es el caso de los grupos sociales acomodados, que comenzaron el éxodo desde finales de los años 1920 hacia nuevos barrios ubicados en el norte: Teusaquillo, Santa Teresita, Avenida Chile, Chapinero, etc., y algunos en el sur: San Cristóbal (Ratwitscher, 2000, p. 303).

Mientras los barrios residenciales se ubicaban hacia la periferia, los administradores distritales anhelaban convertir el centro en un lugar de trabajo. Con este fin, Karl Brunner (1938) propuso su “Plan regulador y de ensanche para dirigir el crecimiento de Bogotá” y la demolición de las casas antiguas para abrir vías de transporte rápido por todo el centro de la ciudad. Avenidas y edificios modernistas, de acuerdo con el plan norteamericano, para que así el centro se adaptara a la función de reparto de gente hacia sus trabajos y viviendas, mientras que se formaría un sector comercial sobre la carrera séptima. Este esfuerzo se acompañó, sobre todo después de los años 1940, con la demolición de las construcciones coloniales, republicanas y afrancesadas que fueron reemplazadas por edificaciones modernas a lo largo de la carrera Séptima y la avenida Jiménez. El plan vial de Brunner también incluía la ampliación de vías centrales, como la carrera 30, la calle 6 y la calle 22, rompiendo con la trama y estilo anteriores (Aprile-Gniset, 1983, p. 305).

Así, pues, antes del Bogotazo, la herencia de una trama colonial con una morfología que impedía la modernización mediante el ensanche vial, sobre todo en el centro, hacinado, sucio e insuficiente, estorbaba el desarrollo urbano. Los acontecimientos del 9 de abril marcaron el desarrollo de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX: “la ira popular se convirtió en una máquina demoledora que recayó sobre las casonas y los edificios de Bogotá” (Cardeño, 2007, pp. 49-50). Uno de los efectos del 9 de abril fue la liberación del suelo de una manera más radical y rápida que con cualquier “declaración de expropiación por utilidad pública” (Cardeño, 2007, p. 55).

Aunque el fenómeno de la especulación se había presentado en la ciudad (en tierras de la zona periférica de la época) desde años atrás, a partir de 1946 se recrudeció bajo la presión de una demanda en aumento, agudizado por las corrientes migratorias y los éxodos provenientes del campo. Varias empresas se dedicaban a la división, parcelación y modificación de lotes en algunas haciendas colindantes con la ciudad (Aprile-Gniset, 1983, p. 115).

El centro actual de Bogotá, en su gran mayoría, fue construido después de 1950. Hasta esa época permaneció sometido a un proceso de sobrepoblamiento, mientras su estructura física había permanecido intacta desde el siglo XVIII. La violencia de la década de 1950, luego del Bogotazo, que llegó hasta 1957, fortaleció las migraciones hacia Bogotá, simultáneamente a una incipiente industrialización, fomentando la aparición de nuevos barrios. Algunos de los componentes del proceso de modernización de Bogotá a comienzos de la década de 1950 son la introducción del automóvil como eje de la movilidad urbana, el plan piloto de Le Corbusier (1951) y el fortalecimiento del Estado mediante el equipamiento urbano y las obras púbicas. Estos procesos urbanos marcaron profundamente la configuración espacial de la ciudad (Cardeño, 2007, pp. 55-58). La política de urbanismo refuerza las tendencias especulativas y las alzas de los precios. En 1951, el plan piloto urbano propuesto por Wiesner y Le Corbusier, durante la alcaldía de Fernando Mazuera, dejó por fuera barrios populares como El Guavio, La Perseverancia, San Fernando, Las Ferias, Boyacá Real, La Cabaña, Santa Inés, Tunjuelo, Lourdes y Girardot.

Después del Bogotazo se afianzó la idea de una red arterial de avenidas anchas con amplios andenes. De ello se aprovecharon los monopolios del transporte público, y los andenes se convirtieron en mercados del “lumpenterciario” callejero. En los años 1940-1957, con la ampliación de la carrera 10, fue encerrado el gran barrio San Victorino y segregado del resto de la ciudad, desaparecieron el hotel Barranquilla, la iglesia de Santa Inés, la gran plaza de mercado y la central de buses. En la calle 13 fue donde la ciudad “llegó a su división total y donde se alzó definitivamente como metrópolis” (Aprile-Gniset, 1983, p. 220). Así pues, la reconstrucción del centro posterior al 9 de abril de 1948 incluyó la construcción de grandes edificios de estética norteamericana y la construcción de grandes avenidas. A las nuevas edificaciones se les asigna la función de administración y gestión, de dominación económica y política, dejando al ciudadano sin ningún espacio de identificación, desarraigado (Melo, 2001, p. 73).

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