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PRESENTACIÓN

Óscar A. Alfonso R.


¡La calle para siempre! es la respuesta que un habitante de la calle dio a un agresor que, además de inculparlo de un hurto que no había cometido, lo sometía arma de fuego en mano al manido ultimátum ¡hable ahora o calle para siempre! De tanto escuchar la anécdota de cómo la agilidad mental de esta persona le permitió salvar, al menos en ese instante, su vida, surgió el convencimiento de que no había mejor título que este para el libro que les presento. En eventos académicos, entre autoridades locales y en las charlas espontáneas sostenidas a lo largo de los dos últimos años en el centro tradicional de la ciudad con una treintena de habitantes de sus calles, la anécdota se recrea con diferentes connotaciones y, como seguramente ha ocurrido, con algunas tergiversaciones.

Esto último es intrascendente, lo crucial es lo que el mensaje encarna en el contexto de la investigación. “La calle para siempre” expresa, desde un punto de vista crítico, la existencia de un fenómeno social que carece de connotación política y, por ello, acostumbra a juzgársele como algo irresoluble. A estos juicios subyace un pésimo sentido común, que sostiene que, si hay uno o 10.000 habitantes de la calle en Bogotá o en cualquier otra metrópoli, es porque así debe ser. Y de estos mismos convencimientos es que emana la idea segregacionista de que la solución es someter a los habitantes de la calle arbitrariamente a alguna tarea en algún dominio lejano para que no incomoden como desean muchos comerciantes, engatusarlos con un viaje de placer por el mar Caribe para luego hundir el barco en altamar como en la obra de García Márquez, o simplemente degollarlos masivamente al “estilo maoísta” como sugiere un aporocida macondiano que negocia con el suelo en el centro tradicional.

“La calle para siempre” alude entonces a un fenómeno de raigambre societal, noción que en su etimología es un anglicismo que cualifica a esos fenómenos sociales que, por diferentes razones, no gozan de connotación política alguna, siendo en tal olvido en el que se debe buscar las razones de su perennidad.

Desde una perspectiva societal, es ineludible la alteridad como práctica cotidiana, así como en el desarrollo de la investigación es parte del método de análisis e incide en el de exposición. Al intentar colocarnos en la piel del habitante de la calle, corremos el riesgo de sesgar nuestro análisis, pero esto es controlable. Las teorías y las estadísticas ayudan en tal propósito, pero aún más el estar consciente de lo que se está haciendo. Por el contrario, si se deshecha la alteridad, el riesgo de convertir estos resultados en uno más de otros tantos es inevitable.

El contenido de estos primeros párrafos es indispensable para comprender los objetivos que se procuran alcanzar con la investigación. De hecho, no se consiguieron plenamente, pero en el intento surgió la posibilidad de abordarlos en una segunda etapa que ya está en curso. Contribuir a la elaboración de un lenguaje diferente con el que se evite reiterar los preconceptos que obstaculizan la comprensión del fenómeno de la habitanza de la calle, es el propósito fundamental del que se desprende el fin último, cual es realizar una denuncia propositiva que aporte a una solución dignificante, preventiva, participativa y eficaz para los habitantes de la calle.

Estos propósitos orientaron la construcción del subtítulo del libro. El preconcepto más difundido y comúnmente aceptado, es que el habitante de la calle está allí por drogadicto, y que estando allí continúa con su hedonismo. Invito a los lectores a descubrir en este libro que eso no es verdad. Más aún, que en la toxicomanía de los habitantes de la calle, más que los placeres que advirtió Lacan, se encuentran los sufrimientos y penalidades que degradan la vida del ser humano y que estudia Derrida en Pharmacea.

Hay otros preconceptos aún más difíciles de remover del imaginario colectivo, y en esta obra no eludimos ese reto. Para comenzar, la habitanza de la calle no es una elección libre. Los habitantes de la calle poseen las capacidades para ser libres, pero el entorno social conspira de diferentes maneras para que no lo sean. Esta es la idea de fondo que orienta de inicio a fin este libro, y está asociada a la noción de la metacapacidad que, tal como advierte Jiménez (2016, p. 6), es inasumible desde los enfoques de las capacidades sociales y aun de las contracapacidades, por ejemplo, pues en ellos se concibe la seguridad humana como ausencia de vulnerabilidad; en tal sentido, habría que precisar, escapa también a la comprensión desde la ética individualista de las oportunidades.

El libro está organizado en tres partes.

La primera parte contiene, so pretexto de reconstruir un estado del arte sobre la habitanza de la calle, una exposición sobre los determinantes del entorno social que alientan el desplazamiento de las personas a la calle. Esta discusión busca, por tanto, esclarecer que no se trata de una decisión libre. Como ocurre en un sinnúmero de situaciones, las disyuntivas que se les presentan a las personas evocan meramente las libertades formales, pasando por alto la existencia de estructuras del entorno que las moldean. Revisemos dos situaciones.

En medio de las flaquezas de los sistemas sanitarios en el mundo, consistentes en la escasez de profesionales de la salud, de medicamentos y de instrumentos para atender la pandemia del SARS-CoV-2, no resultó sorprendente que ante la avalancha de urgencias los facultativos se enfrentaran a la elección de a quién dedicar esas capacidades. Las salas de urgencias se tornaron en la aduana para ingresar a las unidades de cuidado intensivo. Allí llegaron los que a juicio de los galenos tenían más posibilidades de sobrevivir, y los demás terminaron más temprano que tarde en los tanatorios. Los médicos tomaron esa decisión, pero hubieran preferido no hacerlo, y entre algunos de ellos comenzó a experimentarse de manera temprana el estrés que se agudizará en el futuro por la convicción de haber tomado una decisión injusta. Este ejemplo ilustra lo que es una libertad formal que, en la práctica, es una no-libertad.

Otro ejemplo es el del conjunto de habitantes de un lugar que es objetivo militar en el fragor de alguna guerra que, sabiendo que ello les significa pérdidas de bienestar, e incluso de la vida, deciden no abandonarlo (Sen, 1998 citado por Jiménez, 2016, p. 7). Esas personas tienen la posibilidad de emigrar en busca de amparo y, sin embargo, no lo hacen a pesar de que tienen las facultades para juzgar lo que ponen juego en términos de bienestar. Si se abstienen de huir a pesar de que preferirían hacerlo, es porque debe haber una metapreferencia como la de ser patriota. “Hubiera preferido huir, pero no lo hago porque soy patriota”, plantea la cuestión de si esa conducta perdurará aun cuando cese el conflicto bélico. La ausencia de conflicto sería el ideal óptimo individual, salvo que es un estado que se alcanza a una escala diferente a la de aquella en donde se realizan las elecciones individuales.

Las libertades formales se tornan conflictivas cuando los entornos sociales, además de obstaculizarlas, refuerzan las inclinaciones de las personas a prescindir de aquello que a su juicio tiene valor, y a tomar decisiones privativas de su bienestar, tanto en el tiempo presente como en el venidero. Es decir que las instituciones que limitan la libertad real, aquellas que constriñen el acto libre, son de superior jerarquía porque moldean las conductas individuales.

¿Es factible que alguna persona valore positivamente la habitanza de la calle? Así como los médicos decidieron dedicar su atención a ciertas personas y a otras no, pero hubieran preferido no hacerlo, o como los patriotas que decidieron no huir, aunque habrían preferido no hacerlo, los habitantes de la calle optan por esa circunstancia extrema, a pesar de que prefieran el amparo de la familia en lugar de la desesperanza de vivir a la intemperie, de soportar hambre y de convivir con el estrés resultante de las amenazas de muerte. Las causas de la habitanza de la calle deben buscarse, como se mostrará a lo largo de este libro, en el entorno social.

En la segunda parte se presentan los resultados de la investigación con un énfasis espacial: el centro tradicional de Bogotá. Preciso que es un énfasis, y no un estudio de caso, pues en sus resultados están considerados los habitantes de la calle de esta metrópoli, y los resultados atañen a tal universo. La congregación de la mayor proporción de habitantes de la calle en el centro tradicional –el 57,9%–, y la existencia de lugares emblemáticos, tales como El Cartucho, El Bronx y Cinco Huecos, entre otras razones, alentaron los esfuerzos para indagar por sus particularidades. El desplazamiento reciente hacia Puente Aranda, en especial hacia el canal Comuneros, exigió una mirada complementaria a lo que ocurre en La Candelaria, Santa Fe y Los Mártires.

Los determinantes de la habitanza de la calle en el centro tradicional se presentan en perspectiva histórica como contexto, pero, también, como evidencia de su perennidad. La proliferación de los inquilinatos, de las “ollas” y del genocidio de los habitantes de la calle son fenómenos que se imbrican como en ningún otro lugar de la metrópoli para desencadenar dinámicas de realimentación positiva, esto es, de crecimiento del fenómeno.

Detrás del síndrome de Diógenes, de esa apariencia demacrada y descuidada de los habitantes de la calle, se esconde su envejecimiento temprano. La dureza del asfalto y de la intemperie alteran el ciclo vital. La pérdida de las facultades físicas y mentales, que normalmente sobrevienen hacia los 80 años de edad, entre los habitantes de la calle aparecen a los pocos meses de practicar la habitanza, dependiendo del sexo de la persona y de la etapa del ciclo de vida por la que atravesaban cuando llegaron a la calle. La demanda de cuidados se anticipa años, quizás décadas, y ello exige que la política pública preste especial atención al tratamiento.

El asesinato de los habitantes de la calle en razón del odio que les profesan los aporocidas ocupa un lugar neurálgico de esta exposición. Al considerar a los habitantes de la calle como un grupo social específico, sus tasas de homicidio equivalentes por 100.000 habitantes son brutalmente más elevadas que las de Bogotá, y que las de Colombia. Esa brutalidad no es, ni mucho menos, una expresión grandilocuente; por el contrario, señala la existencia del genocidio como práctica regular. La escala adquirida por el aporocidio de los habitantes de la calle, así como el uso indiscriminado del peyorativo término de la “limpieza social”, son las evidencias más conspicuas de un fenómeno societal; esto es que, a pesar de sus magnitudes y trascendencia social, no ha adquirido la connotación política necesaria para ser enfrentado colectivamente.

Pregúntese ahora por la habitanza de la calle para las mujeres, por la manera como enfrentan la llegada de menarca y, de allí en adelante, cómo gestionan su menstruación. La higiene no está a su alcance. ¿Y la llegada de la menopausia en la calle? No es arbitrario que estas situaciones, inmanentes al sexo femenino, se hayan estudiado desde una perspectiva tan pertinente y provocadora como la de la infranqueabilidad histórica de la sociedad patriarcal pues, de otra forma, no se podría dar cuenta del feminicidio, desenlace fatal de las omisiones en una sociedad permisiva y tolerante con el abuso y el desprecio a las mujeres.

Como ya se advirtió, sobre la toxicomanía de los habitantes de la calle se han elaborado los preconceptos y generalizaciones más perniciosas y, por tanto, menos esclarecedoras del fenómeno. Muchos de los habitantes de la calle conocieron los efectos de su consumo en su habitanza de la calle, sin experiencia previa, y son cientos de ellos los que por más años de habitanza en la calle no las consumen. De nuevo, el tratamiento diferenciado es ineludible para cualquier política pública sobre habitanza de la calle. Pero existen particularidades, y no son pocas ni de menor calado social. Los alucinógenos que consumen para engatusar el hipotálamo ante las señales de frío, hambre, dolor, angustia y temor sobrevinientes a la vida a la intemperie, son de mala calidad. Es un mercado de tóxicos para pobres y, por tanto, más peligroso para la salud de quien los consume. Al no poder comprar las 20 o más papeletas de basuco, está el chámber, por ejemplo, y con esa sustitución el riesgo de la ceguera. Hay una decena de sustitutos semejantes, lo que torna impensable por más alteridad que queramos, un síndrome de abstinencia tan doloroso y desesperante.

La tercera parte es propositiva y reúne tres aproximaciones complementarias. La primera es la de las experiencias internacionales, parcialmente introducidas en el primer capítulo, pero desarrolladas con mayor profundidad con la idea de propiciar un aprendizaje sobre las innovaciones, obstáculos y alcances de las intervenciones en ciudades centrales y del subcontinente latinoamericano.

En el tratamiento jurídico a la habitanza de la calle, su aproximación histórica, más allá de perseguir la identificación de alguna línea jurisprudencial, pone en cuestión varios preceptos que, en su momento, asumieron los jueces constitucionales como regla de decisión. La “sociedad protectora”, por ejemplo, persistió por mucho tiempo, quizá demasiado, entronizada en la visión peligrosista del habitante de la calle, hasta que la consagración del Estado Social de Derecho en la Constitución Política de 1991 instauró un nuevo lenguaje sobre la dignidad, el libre desarrollo de la personalidad y la garantía del Estado a los derechos fundamentales de los colombianos, desarrollándose el criterio del conocimiento informado como fundamente de sentencias de trascendencia socio-jurídica y política.

El libro concluye con la reiteración de la crítica a un modelo trunco, a pesar de los avances que en materia de juridicidad se han alcanzado. La seguridad humana en sentido amplio se discute retomando la cuestión de las libertades nominales y las reales, como telón de fondo a la necesidad de superar los obstáculos que impone el entorno social y político al diseño de políticas públicas que, como en el caso de la garantía del Estado a los derechos fundamentales de la población desplazada, permitan que la habitanza de la calle adquiera connotación política pues, solo de esa manera, les pondremos la cara a los grandes problemas de Colombia.

El interés por participar activamente en las discusiones académicas y en los debates de las políticas sobre habitanza de la calle, nos motivaron a participar con la denuncia del aporocidio en el Primer Congreso Iberoamericano sobre Habitabilidad en Calle, realizado en Bogotá en 2018, ponencia que recogió los aspectos centrales que se presentan en el cuarto capítulo, los que previamente fueron publicados en el documento de trabajo Aporocidio, la deconstrucción de la mal llamada “limpieza social” y una aproximación a los modos, medios, tiempos y lugares en Bogotá, en 2019, año en el que también se publicó El ciclo mortal de los habitantes de calle en Bogotá. Teorías, olvidos, políticas y desenlaces fatales, artículo de investigación en el que llamamos la atención sobre los determinantes del entorno social de la habitanza en la calle. En medio de la revuelta de mayo de 2021 fue publicado el artículo Los habitantes de la calle, entre el abuso policial y el genocidio, cuyo título ilustra con claridad la denuncia que contiene y que es retomada en este libro de manera literal. Las críticas y sugerencias que hemos recibido nos permitieron detectar nuestros errores y vacíos, de manera que sus contenidos se han mejorado y ahora hacen parte de este libro.

Un encuentro fortuito en la calle, como debía ser, lo tuve con Fátima Martínez Gutiérrez y no ha podido ser más afortunado para el buen desarrollo de este proyecto. El lector podrá constatar en el prólogo y en las imágenes que generosamente nos ha aportado, la calidad de un compromiso sin límites en la búsqueda de una sociedad menos indolente con la habitanza de la calle.

A Pedro Ignacio, Laura, Diana, Rafael, Alejandro, Pablo, Stephany, Manuela y Fátima mi gratitud por los esfuerzos realizados, por los riesgos asumidos y por la claridad de sus aportes. Sin ustedes no habría sido posible esta obra, y con personas como ustedes es que esta sociedad puede aspirar a ser menos injusta y más optimista.

REFERENCIAS

Jiménez C., M.A. (2016). “Amartya Sen frente al espejo social de la libertad. Límites al enfoque de las capacidades individuales”. Revista Internacional de Sociología 74 (3). Recuperado el 10/4/2020 de http://revintsociologia.revistas.csic.es/index.php/revintsociologia/article/view/652/761.

PRIMERA PARTE

ESTADO DEL ARTE



CAPÍTULO I.

LA DESESPERANZA DE HABITAR EN LA CALLE: APROXIMACIONES CONCEPTUALES, EXPERIENCIAS INTERNACIONALES Y TESTIMONIOS LOCALES 1

Óscar A. Alfonso R.

Rafael Andrés Barrera G.

Pedro Ignacio Bernal F.

Diana Carolina Camargo C.

Laura Camila Garzón B. B.

¿Prevenir o remediar? Todas las naciones se han enfrentado a esta disyuntiva estratégica en algún momento de su historia. En relación con sus problemas sociales más agobiantes, inseparables de la garantía del Estado a los derechos fundamentales de amplios segmentos poblacionales generalmente marginados de los beneficios del desarrollo, son reiterados los análisis de diferente naturaleza que inclinan la balanza en favor de la prevención y, sin embargo, predominan las políticas reactivas, más onerosas e ineficaces que las políticas activas. La primacía de las políticas reactivas indica que han existido y existirán gobernantes que ignoran deliberadamente las reglas constitucionales del Estado Social de Derecho, para recrearse ante el clamor de la manida “voluntad política”.

Ese sistema acarrea consecuencias sociales que, al alcanzar cierta envergadura, mutan a fenómenos que parecen insuperables. La incertidumbre sobre los derechos fundamentales de la población desplazada de manera forzada con el uso de la violencia y la persistencia y sistematicidad socioespacial del asesinato de los líderes sociales después del Acuerdo Final son, sin lugar a duda, los más conocidos por los colombianos. En un Estado Social de Derecho serio, esto se habría evitado. Hay otros fenómenos que, por diversas razones como la naturalización o la falta de interés mediático, no tienen el mismo interés societal, siendo el más protuberante el de la habitabilidad de miles de personas en las calles de las metrópolis colombianos.

Ese desinterés es paliado por la atención humanitaria reactiva de entidades públicas y de algunas organizaciones no gubernamentales que, por su mismo diseño, pretenden hacer más tolerante la vida en la calle a una reducida porción de este grupo social, antes que procurar una solución a la desesperanza que emana de enfrentar el miedo, el hambre y el frío.

Por su parte, la justicia tampoco contribuye eficazmente a enfrentar el problema social de la habitanza de la calle. El abandono de menores de edad y de personas desvalidas es un delito tipificado en el artículo 127 del Código Penal, declarado exequible en sentencias de la Corte Constitucional como la C-034/05. Sin embargo, existen más de 10.000 personas abandonadas en las calles de Bogotá y no se conoce de un número siquiera parecido de juicios por abandono.

En este capítulo se busca, mediante un análisis de bibliografía seleccionada, precisar que la elección de habitanza de la calle hace parte de las libertades formales de las personas, pero no de su libertad real, por cuanto es el entorno social el que moldea de manera decisiva su decisión. Seguidamente se exploran esos elementos del entorno social a partir de un balance crítico de una porción de la abundante literatura académica destinada al análisis del fenómeno de la habitanza de la calle para, en la parte final, analizar la dialéctica inmanente a las razones de los habitantes de la calle que los llevaron a tomar la decisión, no sin antes revisar lo que ocurre en otras metrópolis del continente. Esas evidencias estadísticas son la base para el desarrollo de la hipótesis fundamental de esta obra cual es que, desde una perspectiva psicológica del ciclo vital individual, los habitantes de la calle de cualquier sexo y grupo etáreo, ingresan de manera precoz a la etapa de la desesperanza con la que se inicia el ciclo mortal de las personas.

1.1 LA ELECCIÓN DE HABITANZA DE LA CALLE NO ES UN ACTO LIBRE

Guiarse por la idea de que los habitantes de la calle hicieron tal elección porque es ese el tipo de vida que quieren llevar conduce a la misma conclusión a la que se llega con la voluntad política: ¡no hay nada que hacer! Y, en tal caso, lo mejor es no intervenir. Esta ideología es insustancial, pues conviene de manera simplista en que eso es la libertad. Y claro que es libertad, pero en términos meramente formales; es decir, la libertad formal tiene como función opacar la libertad plena.

Las capacidades de las personas delinean la noción de sus libertades reales en la obra de Sen (2000), pues el acumulado de las primeras les confiere la ampliación de su haz de oportunidades. Desde esta perspectiva, los derechos políticos y humanos son determinantes de las libertades. De allí que el desarrollo implica eliminar las privaciones de libertad, entre las que están la pobreza, la desigualdad, la inasistencia sanitaria, la tiranía, las privaciones sociales, el abandono, los Estados represivos y demás; es decir, la falta de libertades está relacionada directamente con la falta de oportunidades y se priva la libertad cuando hay falta de servicios y atención social.

La diferenciación entre las nociones de desarrollo y subdesarrollo no es universal ni automática, en razón a que las instituciones tienden a edificarse en buena medida sobre los valores y costumbres sociales, entre las que existe una relación simbiótica con la libertad. Sin embargo, las investigaciones empíricas que han adoptado una perspectiva instrumental han enfatizado en que las libertades políticas, los servicios económicos, las oportunidades sociales, las garantías de transparencia y la seguridad protectora, son los determinantes del desarrollo y, por tanto, son los ejes normativos de las políticas públicas.

La falta de libertad surge a raíz de procesos inadecuados o por insuficiencia de oportunidades para conseguir lo que mínimamente les gustaría a las personas conseguir. Un ingreso insuficiente está asociado a fenómenos como la mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo y, por esta razón, los sistemas de seguridad social son imprescindibles para la política pública. Por ejemplo, el sistema de seguridad social europeo respecto al desempleo tiende a compensar el bajo nivel de renta o su ausencia temporal, y se realiza aun si ello conlleva la confianza personal entre los subempleados y desempleados.

Pero la mera voluntad de acción individual no es suficiente para explicar el desarrollo. Jiménez (2016, p. 3) discute la dimensión social de la libertad, asimilándola a la libertad de procesos, noción que no hace parte de la aproximación desde la perspectiva de Sen de las capacidades individuales, ya que guarda más relación con la idea de las capacidades absolutas.

Cualquier teoría de la justicia social es incomprensible si en su construcción elude la cuestión distributiva, como ocurre con los enfoques basados en el individualismo ético de la oportunidad. La coerción a la libertad de expresión, la censura a quienes piensan diferente o el desplazamiento y confinamiento forzados, son algunos ejemplos de los obstáculos de que se ocupa la libertad de procesos, pero es algo más, pues también se ocupa de la negación de las relaciones interpersonales como rasgo distintivo de algún entorno social; es decir, hay restricciones sociales que coartan procesos (Jiménez, 2016, p. 4-5): de nada sirve saber escribir si el ejercicio del poder lo impide, de nada sirve tener una fuente de agua si no es posible beber.

Los individuos que han acumulado capacidades seguramente serán más libres que aquellos que no lo han hecho, pero unos y otros quedarán confinados en similar precariedad si el entorno socialmente construido así lo determina. Son las capacidades sociales y técnicas acumuladas por las sociedades las que gozan del poder para potenciar o constreñir el desarrollo de las capacidades individuales y, por ello, son asumidas como “capacidades sociales” o “capacidades de funcionamiento”, a las que es consustancial la noción de “contracapacidad” que no son otra cosa que los impedimentos para funcionar surgidos del entorno social (Jiménez, 2016, pp. 5-6): la voluntad política asida al clientelismo es una contracapacidad al obstruir deliberadamente la libertad social, tanto de elegir como de disponer de bienes públicos.

1.2 APORTES PLURIDISCIPLINARES A LA COMPRENSIÓN DEL ENTORNO SOCIAL

Nieto y Koller (2015) buscan sintetizar el panorama general de la discusión internacional sobre la definición de habitante de calle, encontrando diferencias entre las definiciones propuestas en países desarrollados, países en vía de desarrollo y las Naciones Unidas. Aunque la habitabilidad en calle es un fenómeno social presente en muchos países y en varios momentos históricos de la humanidad, en la actualidad no hay un consenso general respecto a su definición. Las definiciones de habitante de calle son variadas y hay diferencias no solo entre los países, sino incluso al interior de un mismo país. “Según los términos utilizados en las discusiones sobre la habitabilidad en calle de los países desarrollados, se puede afirmar que se trata de una definición circunscrita a la dimensión habitacional, operativa y funcional para los estudios cuantitativos y de enumeración, pero conceptualmente asociada a la dimensión social de dicha problemática” (Nieto & Koller, 2015, p. 10). En los países en desarrollo, las definiciones de habitabilidad en calle no han sido estables ni homogéneas, como tampoco objeto de debate. Por el contrario, son amplias e incluyen tanto a quienes no habitan en una vivienda como a quienes viven en la calle o en instituciones de abrigo. Por su parte, las definiciones utilizadas por Naciones Unidas también son inestables y variadas, y están dedicadas a estudiar el fenómeno desde una perspectiva habitacional, enfocado en la calidad de la vivienda. Los niños en situación de calle son considerados como un subgrupo de habitantes de calle. La definición de niño, niña y adolescente en situación de calle también es heterogénea e inestable, con connotaciones políticas y ha sido objeto de variadas discusiones. La falta de consenso afecta la forma en que los habitantes de calle son caracterizados, así como las comparaciones que se hacen sobre la prevalencia de esta problemática en diferentes países, e incluso los criterios para que sean incluidas en investigaciones, en programas o en políticas de intervención social.

1.2.1 La desigualdad

El trato desigual atañe al ingreso de las personas, pero también al acceso a los bienes y servicios inseparables de la órbita funcional del Estado, y a prácticas discriminatorias en las esferas privadas de la vida. Los habitantes de la calle son el resultado humano más conspicuo de la desigualdad. Wilkinson y Pickett (2009) convienen en que la desigualdad dificulta la vida en comunidad, las relaciones y la movilidad sociales. El igualitarismo no es una regla universal y, por el contrario, aun entre los más pobres la desigualdad en la percepción de los ingresos es considerable (Sen, 2011). Dentro de los pobres se encuentran aquellos a quienes su ingreso no les permite acceder a los bienes que les garanticen su consumo básico y menos aún su equilibrio nutricional. El costo de la canasta normativa de satisfactores básicos es denominado la línea de indigencia, quedando por construir la línea de habitanza de la calle que sería la del ingreso cero.

1.2.2 Juridicidad, psicoanálisis y representaciones sociales

Báez, González & Fernández (2013) proponen una investigación-intervención sustentada en las disposiciones de la teoría psicoanalítica, donde el sujeto se constituye como actor principal. La noción del sujeto que habita en la calle se acuñó en espacios de participación marcados por los discursos religiosos y del Estado de derecho y de deberes. Esto posibilitó la entrada del significante, aquel que interroga y permite la apertura del inconsciente para que sea el sujeto mismo quien encuentre un sentido a su decir. El acercamiento con el habitante de calle permitió que este se reconociera así mismo y pudiera expresar a qué se hace referencia cuando se le denomina de esa manera, qué hace en las calles y por qué circula en ellas. Intentan comprender el fenómeno del habitar en la calle como un modo de subjetivación, donde el sujeto, por un lado, establece una particular forma de relación con otro sujeto y, por otro lado, una relación con el discurso mismo que lo sostiene, puesto que la visión del otro puede sesgarse por efecto de las diferentes interpretaciones y concepciones que se tienen del habitante de calle. Como resultado plantean que “quien habita en la calle no lo es, tanto, por el hecho de que viva o no en ella, sino de que exista en lo que implica el discurso de la calle, es decir, ser en la calle, decir desde la calle y hacer en la calle” Báez, González & Fernández (2013, p. 11); esto es, existe un sujeto consciente de la decisión de habitar en la calle que es responsable del lugar que ocupa, y que con ello da cuenta de la participación en un discurso que le permite su establecimiento en la calle.

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