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Capítulo 2 Grandes transformaciones

UNA VEZ ESTABLECIDAS en el capítulo anterior las bases fundamentales desde las cuales se propone repensar en este trabajo el gobierno de los individuos, en el presente capítulo abordaremos, desde una perspectiva histórica, tanto los cambios que se imponen a nivel del peso relativo entre los grandes paradigmas de análisis como, sobre todo, las grandes transformaciones estructurales en curso.

Como lo hemos visto, tres grandes nociones se destacan, incluso desde antes del nacimiento de las ciencias sociales, en lo que al gobierno de los individuos se refiere: la autoridad, la dominación y el poder. Formularemos la hipótesis que, en el equilibrio y la tensión existentes entre ellas, a causa de grandes cambios estructurales que detallaremos a continuación, un nuevo panorama analítico se diseña: (1) se asiste a una crisis tendencial de la autoridad, en el sentido estricto y más preciso del término; (2) en lo que concierne a la ecuación analítica de la dominación (coerción y consentimiento), la obtención del consentimiento propiamente dicha, sin desaparecer, ha perdido peso y función en beneficio de la instrumentalización de las coacciones (amenazas, controles); (3) se asiste cada vez más a una explicita confrontación estratégica de asimetrías de poder en muchos ámbitos y entre distintos actores sociales.

En otros términos, por un lado, se advierte la crisis de la autoridad y el debilitamiento de la dominación-consentimiento; por el otro lado, es patente el incremento de la dominación-coacción y de las asimetrías de poder. Dentro de este escenario, los litigios, las fricciones y los conflictos se multiplican. El recurso creciente a lo judicial y a lo jurídico se incrementa como una manera de regular situaciones que no logran serlo más desde la autoridad, y, sin duda que la consolidación de fuertes deseos de vigilar, pero sobre todo de castigar, no es ajeno a ello (Garland, 2001; Fassin, 2017). Se observa tanto un incremento de la crítica social ordinaria como de la necesidad de justificación de las acciones (Boltanski y Thévenot, 1991). Todo lo anterior da cuenta, entre tantos otros ejemplos posibles, de la complejidad creciente del gobierno de los individuos.

Para aprehender la situación actual es necesario comprender las grandes razones estructurales que dan cuenta del nuevo equilibrio nocional entre la autoridad, la dominación y el poder. En lo que sigue, apoyándonos en tres grandes cambios estructurales, trataremos de mostrar las inflexiones en curso a nivel de las experiencias y de los mecanismos en el gobierno de los individuos. El objetivo de este capítulo no será describir en detalle estos procesos (sobre los cuales regresaremos de manera pormenorizada en otros capítulos), sino presentar de manera sinóptica un panorama amplio de las grandes transformaciones actuales.

I. La revolución de los controles

Si comenzamos por este factor no es solamente porque es uno de los ámbitos en donde los cambios han sido más significativos, sino también porque su incremento factual condiciona fuertemente las transformaciones generales a nivel del gobierno de los individuos.

1. Extensión e intensificación de los controles fácticos

Los controles tienden a operar cada vez más a través de soportes económicos, jurídicos, técnicos u organizacionales que regulan/canalizan/restringen las conductas fácticamente, incluso independientemente de la obtención forzada del consentimiento o del consentimiento conciliado. En muchos ámbitos «la coerción es vista a la vez como un límite de la acción y un determinante de la acción» (Courpasson, 2000: 24). O sea, se intenta disminuir tanto el campo de las opciones posibles como determinar las formas de las acciones. Se busca, así, tendencialmente, minimizar el papel de los factores que subrayan la adhesión, la sumisión y la servidumbre en beneficio de un sistema de coacciones que limita la acción de manera sustancial y desigual. El actor, individual o colectivo, está obligado a someterse a una restricción exógena frente a la cual experimenta un sentimiento de impotencia.

Estos controles operan a veces a distancia, independientemente de las interacciones cara-a-cara (a través por ejemplo de soportes digitales), aunque también lo hacen, al menos parcialmente, en las relaciones cara-a-cara. Lo importante es que se presentan y son percibidos como estructurales; actuando más a nivel del encuadre de las situaciones que a través de un trabajo explícito de inculcación ideológica. El resultado es que tendencialmente se transita hacia una forma de puro control fáctico (regulación y canalización) de las conductas. Esta tendencia que no nace con las TIC (tecnologías de la información y de la comunicación), y que incluso puede pensarse ha sido uno de los más viejos anhelos en el ejercicio del gobierno de los individuos, toma empero formulaciones extremas y cotidianas con las nuevas tecnologías de la tercera e incluso cuarta revolución industrial (la robótica y la automatización).

Sin pretender exhaustividad, es importante distinguir, en la medida en que tienden a presentarse como un bloque fáctico compacto, entre diversos tipos de control.

El primer tipo de control fáctico es de tipo económico: una dimensión indisociable del capitalismo moderno y de la obligación a la cual se encuentran sometidos los trabajadores, jurídicamente libres, de tener que vender su fuerza de trabajo en un mercado laboral. Este rasgo estructural del capitalismo, que Marx (1977) colocó en la base de su sistema de dominación, fue amortiguado en ciertas sociedades tras la Segunda Guerra Mundial, pero se ha vuelto a intensificar con el debilitamiento de los derechos sociales, la moderación salarial o la importancia y generalización del endeudamiento. Pero comprendamos en toda su complejidad este proceso. Uno de los grandes rasgos del capitalismo moderno es el paso desde una subordinación formal, propia de las antiguas manufacturas y sancionada sobre todo por las horas de trabajo, pero muchas veces con escasos controles efectivos en los talleres, a una subordinación real bajo la impronta de crecientes y cada vez más eficaces controles de la producción dentro de la industria moderna. Los controles intentan hacer sistema entre sí, pero limitan sobre todo desde el exterior, por la fuerza de las cosas, las acciones de los subordinados, sin que ello impida empero las tácticas mediante las cuales revierten y neutralizan parcialmente la voluntad de los poderosos (Certeau, 1980).

Dentro de esta continuidad es importante aprehender el cambio actual. Durante mucho tiempo, cualquiera que fuera la fuerza de las coerciones, se pensó que la adhesión y el consentimiento de los subordinados era determinante. Ciertamente, la noción de reificación significó una inflexión importante ya que subrayó la tendencia fundamental del capitalismo a abordar las relaciones entre individuos como relaciones entre cosas. Fue, de alguna manera, una de las primeras grandes nociones por las que se aprehendió y se intentó desenmascarar un sistema total de dominación que oprime a todo el mundo. Como lo ejemplificó Marx, cualquiera que sea su voluntad personal, el capitalista está obligado, so pena de quiebra económica, a desempeñarse (añadamos, dentro de cierta elasticidad)10 como un patrón capitalista: las presiones sistémicas a las que como todo actor dentro de un sistema de acción concreta está sometido son altamente coercitivas. Como lo iremos viendo y lo profundizaremos en otros capítulos, los controles económicos son cada vez más percibidos como coacciones fácticas insuperables.

Un segundo tipo de control que también se acentuó en las últimas décadas tiene más de un lazo con la modalidad precedente: a saber, el disciplinamiento de la mano de obra por controles de índole jurídica. Éste fue y es uno de los grandes epicentros de la ofensiva política y empresarial conservadora-neoliberal desde los años 1970-80: modificar las garantías y los derechos asociados con el contrato de trabajo. Las transformaciones del mercado laboral (extensión de contratos «atípicos», subcontratación, externalización, autoemprendedores, etc.), en tanto facilitadoras jurídico-contractuales de la disciplinarización de la mano de obra deben entenderse como parte de un proceso más general de renovación de los controles. El taylorismo supuso la elección de un sistema de producción, no solamente por cuestiones técnicas, sino también de control (Marglin, 1973). Solo fue el primero de muy diversos y constantes procesos de descalificación profesional (Braverman, 1978). De manera análoga las transformaciones jurídicas actuales en los contratos de trabajo (muy visibles a nivel del capitalismo de las plataformas) no deben leerse únicamente desde una variable económica, sino también como un mecanismo de control. El disciplinamiento jurídico concernió tanto a los asalariados como a ciertas franjas del empresariado (al cambiar las modalidades de la competencia o de la acumulación), e incluso incluyó a los gobiernos (a través de la prioridad acordada e inscrita en textos legales coercitivos a la lucha contra la inflación o a ciertos equilibrios macroeconómicos, como los criterios supranacionales impuestos en el marco de la Unión Europea). También los denominados préstamos por políticas (frecuentes cuando un país recurre al FMI) son un ejemplo de talla de este tipo de disciplinamiento: que el actor (por lo general Estados) adhiera normativamente o no a las políticas que son impuestas no es lo central, lo importante es que en los hechos pliegue su conducta a estas exigencias.

El tercer control es de tipo organizacional. Si estos siempre existieron, una de las novedades relativas de las últimas décadas es la voluntad expresa de utilizar la presión de los colectivos de trabajo (pero también de la opinión pública), en sus aspectos tanto formales e informales, como mecanismos de control (presión de los pares en el trabajo para alcanzar los resultados fijados y por ende las primas; transformación y aparición de nuevos mecanismos de control social informal de las conductas, etc.).

El cuarto tipo de control, a veces transversal a los precedentes, es de tipo sociotécnico. Con la tercera y cuarta revolución industrial esta modalidad de regulación y control de los actores tomó alcances jamás antes vistos. Ningún otro tipo de control es más revelador de la dimensión propiamente fáctica desde la cual se intenta hoy gobernar a los individuos. Basta evocar, entre tantos otros, un ejemplo cuyo interés reside justamente en su banalidad misma: el control presente en muchas plataformas digitales en las cuales si no se llenan los rubros obligatorios (generalmente marcados con un asterisco) la acción es simplemente imposible. El control digital permite rodear el espinoso problema del forzamiento o de la conciliación del consentimiento, incluso imprime una línea de acción necesaria en medio de una apabullante asimetría de poderes. No es el único ejemplo: variantes de esta modalidad de gobierno de las conductas, desde dimensiones exclusivamente factuales, también son visibles en diversos dispositivos del ámbito urbano: los caddies de los supermercados y el gobierno de las conductas de los consumidores con una moneda; los dispositivos de urbanismo para regular la presencia de jóvenes en lugares públicos a través de perturbaciones sonoras; mecanismos para regular, fácticamente, la velocidad de los automovilistas, los «policías tumbados»; pequeños arbustos en el ingreso de las aglomeraciones para influir en la velocidad de los automovilistas, rotondas, etc. Pero pensemos también en las nuevas potencialidades de control que hacen posibles los algoritmos, algo visible, por ejemplo, en la gestión del trabajo de los futbolistas durante un partido, cuyos rendimientos, desplazamientos, tiempo de posesión del balón, pases, bajas de ritmo son evaluados en tiempo real por los entrenadores. Esto es particularmente determinante desde hace poco más de una década en las bolsas de valores, en donde se ha generalizado el uso de algoritmos para realizar estrategias de inversión con mucha –muchísima– mayor velocidad que los humanos, y cuyo objetivo expreso es alcanzar una total autonomía (o sea control) de operación.

Se consolidan, así, nuevas formas de gobierno de las conductas gracias a los algoritmos que hasta hace muy poco tiempo eran difícilmente realizables o incluso imposibles. Por ejemplo, en lo que concierne a la gestión del trabajo (como lo muestran las prácticas de cloppening), gracias a la gestión por algoritmos, es posible comunicar con solo una semana de anticipación los horarios hebdomadarios a los trabajadores, y, en el caso de algunas empresas en los Estados Unidos, regular estos servicios para que nunca superen las 34 h por semana (porque desde 35 h los asalariados obtienen ciertos beneficios). Como se vislumbra, el control por los algoritmos (como por ejemplo la selección de los candidatos a un puesto de trabajo vía una evaluación automatizada de los CV) no excluye la decisión. Los algoritmos son en sí mismos decisiones (opacas, escondidas, etc.), pero que al ser automatizadas/matematizadas, se perciben y se presentan como meramente factuales (O’Neil, 2017). Se ejercita así una dominación, incluso en algunos casos se extrae al fin y al cabo un consentimiento, pero los controles se presentan y se perciben como operando sobre bases estrictamente factuales.

Este es el corazón del cambio que produce y producirá, en lo que al gobierno de los individuos se refiere, la IA. Más allá de la cuestión –polémica– del grado efectivo de determinismo comportamental que se alcanza, lo importante es que se apunta a una determinación de las conductas incluso más allá de las intenciones explícitas de los actores. Los mensajes publicitarios personalizados, el almacenamiento y procesamiento de nuestras conductas pasadas en la web, hacen que progresivamente las correlaciones se vuelvan normativas (Harari, 2017; Koenig, 2019). En verdad, que ellas nos dicten lo que haremos independientemente de nuestras voluntades o conciencia.

Como esta lista heterogénea lo muestra, no todo es nuevo en el incremento de los controles, pero en los hechos, muchas veces, los distintos controles diferenciados se refuerzan entre sí, lo que, a su vez, refuerza el sentimiento de estar frente a un bloque fáctico compacto.

2. La publicitación de los controles

A diferencia del pasado aún reciente en donde los controles se velaban (de ahí el necesario trabajo de develación de la crítica social), en el mundo de hoy tiende a generalizarse la visibilidad de los controles. Se indica, así, por ejemplo, la existencia de cámaras en los lugares públicos (o en los inmuebles que disponen de servicios de vigilancia privados); se explicita en muchos servicios comerciales en línea que las conversaciones serán grabadas (lo que permite el doble control de los asalariados y de los clientes). No es un asunto menor: si durante mucho tiempo se intentó invisibilizar los controles (un aspecto fundamental en el ejercicio espontáneo y conciliado de la autoridad), de ahora en adelante se los hace cada vez más visibles con el fin de incrementar su eficacia a nivel del gobierno de las conductas. El que los individuos sepan cómo son controlados forma parte del proceso mismo de gobierno de sus conductas.

En verdad, es necesario ir un poco más lejos. Una de las grandes novedades en lo que al control digital de los individuos se refiere es que, a diferencia de la distopía de 1984 de George Orwell o del proyecto del Panóptico de Bentham, los actores colaboran activa y voluntariamente a su propia vigilancia. Los individuos son más o menos conscientes de que cada vez que acceden a ciertos sitios (Facebook, Twitter Google+) transmiten datos, sin embargo, ya sea porque no «pueden hacer otra cosa», o porque el universo digital les da satisfacciones narcisistas y hedonistas, «aceptan» con cierta imprudencia y desenvoltura esta realidad (Harcourt, 2020). Se establecen así nuevas relaciones entre el deseo y el poder. Los individuos quieren exhibirse, exponerse, darse a conocer y ser reconocidos (lo que exige el recurso a las redes sociales), y al mismo tiempo expresan ciertas inquietudes o anhelos de intimidad o por lo menos de control de sus vidas privadas.

El cambio es importante porque transforma el trabajo propiamente ideológico de la dominación-consentimiento o de la autoridad. Sin que estos aspectos desaparezcan, la creciente visibilidad de los controles hace que el trabajo de justificación y legitimación del gobierno de los individuos pierda tendencialmente centralidad. Los procesos de orientación escolar son un buen ejemplo de la manera como la visibilidad de los controles, transformados en laberintos de vidrio, operan: el actor «ve» todo (tanto el resultado de las estructuras sobre él, como la diversidad de trayectorias escolares posibles), pero es incapaz de liberarse de los controles que se ejercen sobre él (Berthelot, 1993).

No siempre se le da a este aspecto la importancia que merece; en mucho a causa de la inclinación todavía muy presente en buena parte de la sociología de la dominación a darle un papel fundamental a las creencias, a las ideologías, al soft power. Sin embargo, lo esencial ya no se juega realmente a este nivel. Por ejemplo, las críticas (a la vez ordinarias, políticas, académicas) al neoliberalismo son frecuentes y reiterativas, pero todo este trabajo crítico no logra cuestionar la fuerza de los entramados prácticos que los actores sociales perciben y padecen como sólidos e imposibles de transformar. Una de las más frecuentes defensas ideológicas del «sistema» se hace así cada vez más justamente desde consideraciones propiamente fácticas: sería imposible modificar las cosas dado el poder de los mercados, los flujos financieros, la globalización. Nadie expresó mejor este cambio de orientación en el gobierno de los individuos que Margaret Thatcher y su famoso TINA, there is no alternative. En última instancia se considera que el gobierno de los individuos hace «carne», fácticamente, con la realidad.

Consecuencia importante de lo anterior es que el gobierno ejercido por los jefes (comprendidos tanto en la multiplicidad de sus figuras como en el sentido amplio de su ejercicio, o sea incluso como instancia impersonal de control de conductas) reposa cada vez menos sobre la autoridad, el aura, el carisma, el respeto, la admiración o la violencia simbólica (todo lo cual es inseparable de un importante trabajo de inculcación ideológica) y cada vez más sobre una capacidad efectiva de control, coacción, vigilancia, sanción, constantemente recordada al subordinado. Los actores se ven obligados a someterse a controles facticos, más o menos independientemente de todo consentimiento. La voluntad se pliega ante los hechos.

Otra variante de la publicitación de los controles se observa a nivel del creciente recurso a los controles ex post como una manera de regular las conductas ex ante. O sea, se gobiernan las conductas bajo el postulado (indisociable de una amenaza y de una sospecha latentes) de que todo lo que se haga podrá ser, y será, controlado dadas las trazas grabadas en el mundo (el tracking). Al amparo de estas nuevas facultades de control, la filosofía del gobierno de los individuos cambia en muchos ámbitos de la vida social de manera más o menos subrepticia. Se pasa, así, por ejemplo, de la declaración jurada del ciudadano a la generalización de los controles fácticos (cruzados) gracias a las declaraciones fiscales digitalizadas de los contribuyentes. Una forma de control fáctico desde las trazas que no es, por lo demás, ajeno al proyecto de eliminación de la moneda física. Este tipo de control por tracking también es muy visible a nivel de la generalización de las cámaras en los lugares públicos (pero también en las propias casas, ya sea a cargo de empresas de seguridad contratadas para este fin, ya sea vía las cámaras que ciertos padres usan para vigilar a distancia a las niñeras de sus hijos). El incremento de este tipo de control no se limita, así, al solo mundo digital, pero éste es, justamente por las trazas más o menos indelebles que en ellos se dejan, un gran ejemplo de esta tendencia.

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9789560014849
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