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Читать книгу: «Mares de sangre I», страница 3

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—Mamá —susurró al fin tomándole una mano, ¡qué fría estaba!—, gracias por venir, espero volver a verte otra vez. Aunque sea en sueños.

—Está bien que lo creas así —le sonrió con lágrimas en sus ojos—, solo deberás pedir verme y lo conseguirás.

—¿Tienes frío? —preguntó torpemente—, estás muy helada...

—No te preocupes, desde hace ya mucho que no lo siento. —Le rodeó la muñeca con una pulsera de lana roja—. Es parte de mi nueva vida, dulces sueños, mi niña.

—Luz, querida, levántate —abrió la puerta encontrando a la niña entre las mantas, la movió un poco consiguiendo que abriera los ojos—, ya es hora, don Clemente llegará dentro de una hora, vamos.

—Me ha despertado del sueño más maravilloso que he tenido jamás —dijo efusivamente, saliendo de la cama de un salto—. Mi madre vino a visitarme, fue hermoso hablar con ella, casi no la recordaba.

—Mi niña —exclamó conmovida—, me alegra mucho, espero que estés más tranquila.

—¿Cómo no estarlo? ¡Esta ha sido la más maravillosa experiencia! —Saltaba, sacando del armario la ropa que se pondría ese día—. Ojalá se repita.

—Estoy segura de que sí —coincidió Marcia—, cuando nuestros seres queridos parten, jamás nos dejan.

Clemente llegó y juntos salieron de la casa. Mientras ella alegremente corría por el campo.

La clase con Wilkin terminó pasado el mediodía. El gnomo se despidió de ella informándole que esta había sido su última clase y que dentro de un año más debía volver para repasar y aprender más con él.

Luz, por su parte, merodeó por el lugar viendo cómo otros gnomos enseñaban a sus respectivos pupilos. Al parecer, aún, Enrique no llegaba. Cerca de las dos de la tarde el chico apareció ante la mirada de Luz, quien lo vio doblar por una esquina del viejo sauce llorón.

—Hola, ¿cómo te encuentras hoy? —preguntó besándole el dorso de su mano derecha—. Esperaba verte entrenando.

—Hola, estoy bien —repuso—, hoy ha sido mi última clase, no me verás más.

—¡Oh! —exclamó—, pero, de todos modos, podemos vernos o puedes venir a visitar a Will y...

—Lo dudo —aclaró Luzbella—, es muy difícil, mi tío no me permitirá salir de casa.

—Pero ¿cómo?

—Es que él no sabe que he practicado magia y si se entera no sé qué sucedería. Gracias a tu padre he podido asistir, ya que él, por un tiempo, me dio clases particulares de Humanidades hasta que me descubrió; entonces habló con él para pedirle su permiso con la excusa de unas clases prácticas de botánica, desde entonces he estado aquí, pero ahora que las lecciones han terminado, no hay nada que me permita volver. Estoy segura de que me encerrará sin derecho a ver nuevamente la luz del día más que por la ventana.

—Pues entonces...

—Muchacho, muchacho —llamaba Blokin—, al fin llegas, pensé que nuevamente no vendrías.

—¿De qué hablas? Si he asistido a todas estas clases —recordó Enrique—, pero creo que hoy me iré...

—¿Por qué? —saltó Luz—. No lo permitiré. Vamos, estaré con ustedes, os ayudaré.

El resto de la tarde, Blokin intentó enseñarle a Enrique, sin conseguir más que diversión al ver cómo fallaba en cada intento. Mientras él reía a carcajadas revolcándose en la tierra, Luzbella tomó el mando. Consiguiendo que mantuviera y moviera una roca en el aire, pero el aterrizaje fue infructuoso, pues, ya sea por mala suerte o inconscientemente el chico lo hacía, las rocas caían sobre la cabeza del gnomo. Al cabo de siete intentos, logró posarla con suavidad sobre el suelo.

—Bien, al fin has conseguido dominar un hechizo básico de neófito —se mofó—, me alegra. Por otro lado, Luzbellita es una buenísima profesora, ¿podrías venir todos los días a enseñarle, mientras yo los superviso?

—Eso desearía, pero me será imposible —respondió cabizbaja.

—Pues ni modo, deberé seguir tratando de instruirte sin éxito, chico. —Le palmeó la espalda a Luz—. Pueden irse, sé que quieren charlar en privado.

—Desearía verte mañana y el resto de mi vida —habló Enrique, mientras caminaban por la orilla del lago—: te aseguro que encontraré la manera de verte, te lo prometo.

—Enrique, me gustaría saber qué somos. —Lo miró a los ojos deteniendo su marcha—. Por más que lo pienso, no sé. Eres lo más parecido a un amigo, pero no estoy segura si lo que siento por ti sea, precisamente, el cariño que se le tiene a un amigo.

—Luzbella, tengo amigas y amigos —entrelazó sus manos con las de ella—, por lo que puedo asegurar de que lo que siento por ti va más allá de una amistad. Quería decírtelo, pero no tan pronto.

—¿Qué sientes? —murmuró nerviosa.

—Es la primera vez que me atrae una niña, me gustas, Luz —aseguró en un susurro—, me gustas desde el primer día en que te vi y no he parado de pensar en ti, es por eso por lo que buscaré la forma de verte, siempre lo haré.

—¿No crees que somos muy chicos para pensar en esto? —preguntó Luz—. No es correcto y...

—No me importa, nada me importa. Solo tú haces la diferencia en mí —le sonrió—; me alegra haberte conocido y el seguir conociéndote me incita a hacer lo imposible por estar a tu lado. —Se abrazaron—. Nuestra historia comienza hoy, si lo permites.

—Por supuesto. —Lo miró de reojo—. Aunque no sé de relaciones.

—Aprenderemos juntos —aseguró Enrique—, lo descubriremos, tenemos mucho tiempo.

Pasaron el resto de la tarde caminando abrazados por el bosque. Contemplaron la puesta de sol, cuando la luna se dejó ver en todo su esplendor, Luzbella volvió a la realidad.

—¡Debo irme! —gritó poniéndose de pie—. Tu padre debe haberme buscado como loco y mi tío. ¡Oh! ¡No!

Salió corriendo despavorida, solo deseaba llegar a casa antes que su tío, aunque eso era prácticamente imposible. Entró al antejardín y frente a la puerta de entrada escuchó la voz de Manuel.

—Don Clemente, buenas noches —lo saludaba—. ¿Cómo estuvo su día con mi sobrina?

—Bien, es una de mis mejores estudiantes —aseguró el hombre—. Bueno, con su permiso, debo retirarme, Margaret me espera en casa.

—Por supuesto —repuso Manuel—. ¿Y Luzbella dónde está?

—En su cuarto —contestó, Marcia, nerviosa—, estaba cansada.

Alguien la retenía de la cintura.

—No grites, soy yo —Enrique le susurró—, puedo ayudarte, ¿dónde queda tu habitación? —Le tomó una mano—. Esto, en parte, es mi culpa por retenerte a mi lado, lo siento, pero puedo ayudarte.

Luzbella lo condujo por el lado derecho de la fachada. Se detuvieron en los potreros y ella le apuntó hacia el gran ventanal del segundo piso.

—Bien. —Se encaramó por las ramas de un árbol cercano a la ventana señalada y le tendió su mano al encontrarse firme en él—. Toma mi mano, vamos, no tengas miedo.

Cuando al fin reaccionó, estaba en el interior de su habitación junto a Enrique.

—Recuéstate, ven. —La condujo al lecho—. ¿Qué te sucede?

—No lo sé —murmuró—, estoy algo confundida y asustada. —La tapó con las mantas—. No te vayas, no me dejes, por favor.

—No me iré. —Movió sus labios describiendo esas palabras—. Viene alguien. —Se escondió bajo la cama, justo cuando la puerta se abría.

—Déjala descansar —rezongaba nerviosa, Marcia—, está cansada, ¡no!

Ambos vieron a Luzbella acostada y aparentemente dormida en su cama. Entonces, el hombre cerró la puerta, mientras su mujer le reprochaba el haber hecho tal escándalo por verla si podía hacerlo al día siguiente. Cuando los pasos y discusiones se dejaron de oír, Enrique salió de su escondite, sentándose sobre la cama.

—No quiero perderte. —Le tomó una mano—. Quédate esta noche conmigo.

—Desearía hacerlo, pero no es posible. —Le acarició el cabello con su mano libre—. No me perderás.

Durante toda una semana, Clemente continuó llevándola con los gnomos. Allí hablaba con Will hasta la llegada de Enrique y continuaba su día ayudándolo a mejorar en sus hechizos, mientras Blokin los observaba dando, a ratos, consejos a Luzbella para mejorar la eficiencia de sus hechizos.

—Hoy ha sido nuestro último día juntos en estas clases —le informó caminando abrazada a él—; tu padre me dijo que sería el último porque tío Manuel ha comenzado a sospechar.

—No importa, prometo mejorar —sonrió afectuosamente— y también prometo ir a visitarte a diario. Si un solo día no voy, te escribiré mi disculpa.

—Te quiero. —Lo abrazó—. Ojalá lo nuestro perdure.

—También te quiero y espero estar a tu lado siempre —aseguró, apretándola contra sí—, te quiero, te quiero, te quierooooo…

«11 de enero de 1826:

Estos días junto a Enrique han sido, de lejos, los mejores de mi estancia en esta casa, me siento querida y aceptada. Su cariño, cuidados y dedicación hacia mí me hacen sentir que ya todo lo malo ha pasado y que a su lado puedo ser feliz.

Sé que es muy pronto para asegurar que es el hombre de mi vida, pero es que en verdad lo que siento por él pasó de ser una mera atracción o un simple me gustas, ahora siento algo intenso y quemante en mi corazón cada vez que estoy a su lado.

Desearía largarme de esta casa y hacer mi vida, mi propia vida junto a él, ya que siento su protección y apoyo. Ojalá mañana pueda verlo, prometió venir apenas salga de sus clases. Espero con ansias su visita».

«12 de enero de 1826: 11 de la noche

Enrique acaba de irse, llegó a eso de la seis de la tarde. Subió a través del membrillero, no sé cómo tuvo tanto equilibrio para caminar por la delgada rama cercana a mi ventana, pero lo hizo...

Conversamos de su día de prácticas, según me dijo, logró realizar el hechizo espantaespectros a la perfección y comenzó con aparición y desaparición de velas, espero lo logre pronto, le di unos consejos para que lo realice con rapidez. También hablamos de nosotros y de lo que cada uno está sintiendo por el otro. Me encanta ser sincera, decirle que cada día esta sensación en mi corazón crece más y escuchar la misma respuesta de él no tiene precio... Me siento segura y querida, ya nada me importa, solo él... Enrique es mi mundo, en el cual estoy dispuesta a permanecer hasta el último de mis días».

Después de levantarse y desayunar, salió al patio trasero donde se encontró con un cuervo negro en el manzanero. ¿Cómo lo pudo olvidar?, había quedado con Roberto que las respuestas debían llegar cada lunes a su cuarto, seguro el ave llegó cuando ella no estaba y como las instrucciones eran claras: «solo entregárselas a ella», se quedó en el árbol de donde despegó la última vez.

Se aproximó desenrollándole el pergamino de su pata. «Vuelvo enseguida», le dijo al ave y corrió al interior de la casa, al estar en su cuarto lo desplegó.

«Amiga:

Me alegra recibir vuestra respuesta, siento enormemente haber desconfiado de tu cariño y lo que hizo vuestro tío no es muy sensato, pero no es de eso lo que deseo comunicarte. Quiero volverte a ver, tengo una forma. Solo debes ir al lago Multicolor, el cual está relativamente cerca de vuestra casa, solo necesito saber cuándo puedes y yo te esperaré allí.

Sin otro particular; esperando que estés bien,

Roberto Grip.

P. D.: Espero con ansias tu respuesta para que pronto nos reencontremos. No puedes imaginar cuánto lo deseo y te extraño una inmensidad.

Aquí te mando unos pergaminos para las próximas cartas, cuando te falten, házmelo saber».

Sacó uno de los papeles que su amigo le envió e inició su escritura:

«Querido amigo:

Estoy bien, más que bien, al fin tengo a alguien que me comprende y me entrega su cariño. Me encantaría que lo conocieras, pero estás lejos y lo más probable es que no pueda salir de mi casa por un largo tiempo, ya que don Manuel no me lo permite y solo desea mantenerme lejos de las miradas curiosas de sus conocidos. En verdad, me encantaría verte y contarte cuánto ha cambiado mi vida con este chico, el problema es que no puedo. Te prometo hacer lo posible por concretar este reencuentro. Cuando lo logre, te haré saber el día y hora en que se realizará.

Esperando estés bien,

Luzbella Castilla».

En la cocina llenó un pequeño cuenco con agua y otro con semillas, los que le llevó al ave, la cual devoró todo. Después de eso, emprendió el vuelo con el pergamino atado en su pata derecha.

Esa noche, Enrique entró por el ventanal que estaba entreabierto, cerrándolo despacio. Se acercó a la cama, viendo a la niña de sus sueños durmiendo, sonrió seguido de una sensación de euforia que controló al instante; sentado ya a su lado, le acarició la mejilla con su mano derecha. Aquellos pómulos rosados, su respiración pasiva, todo en ella le era hermosamente atrayente. No lograba dimensionar cuánto la quería, ni cuánto su cariño hacia ella crecía cada día, solo sabía que deseaba pasar el mayor tiempo posible a su lado.

—¿Enrique? —murmuró bostezando—. ¿Hace cuánto estás contemplando mis sueños?

—No importa —la abrazó—, solo me interesa estar a tu lado, eres mi mundo.

—Y tú el mío —aseguró Luzbella—, te quiero.

—Te extrañé hoy —expresó Enrique—, desearía que pudieras escapar, salir de esta casa, aunque fuera por unas cuantas horas.

—De eso quería hablarte —dijo seriamente, separándose ambos al instante—, necesito tu ayuda, confío en que puedas.

—¿Qué necesitas? —preguntó preocupado—, ¿quieres escapar?

—No, solo salir por unas cuantas horas —le informó—. Es que hoy recibí una carta y quiere verme en el lago Multicolor, no sé dónde queda, pero necesito salir y verlo. Hace seis años que no lo veo y era mi mejor amigo cuando vivía con mis padres.

—Tengo claro cuánto lo quieres, te ayudaré —aseguró, reteniéndola entre sus brazos—. Planearé una forma para sacarte de aquí, te diré cuándo y cómo, no te preocupes.

Durante una semana, Enrique trazó el plan que le daría a Luzbella unas cuantas horas de libertad junto a su amigo de la infancia.

—Está todo listo —saludó el chico, entrando por la ventana—, tus tíos saldrán hoy a un banquete, ¿enviaste la carta a Roberto?

—Sí, pero no he recibido su respuesta —contestó preocupada—. ¿Cuántas horas tendremos?

—Cerca de ocho horas, pero no podrás salir por la puerta —le recordó—. Laureano estará a cargo de la vigilancia, no dejará que nadie entre o salga; así que saldremos por la ventana.

—Luz, querida. —Su tía golpeó la puerta—. Nos vamos.

El chico se escondió bajo la cama, mientras Luzbella la abría. Don Manuel y Marcia estaban fuera.

—Queríamos despedirnos —repuso Manuel— y ver que todo estuviera en orden.

—Está todo bien —contestó cortésmente—, permaneceré todo el día en casa.

El hombre se abrió paso entrando a la habitación e inspeccionó con la mirada hasta detenerse en el ventanal a medio abrir.

—Esa ventana —apuntó, cerrándola— no debería estar abierta.

—¿Por qué? —se extrañó Luz—. No le encuentro lo malo, es solo para refrescar...

—Mandaré que la enrejen —anunció el hombre—. Espero que te comportes, Laureano estará vigilándote.

—Hasta más tarde, amor —se despidió Marcia, sin darle importancia al comentario de su esposo—, puedes disponer de la casa como quieras, pero no tienes permitido salir, cuídate. —Sonrió maternalmente. Su marido solo movió la cabeza asintiendo y cerró la puerta.

—En verdad, tu tío es molesto —dijo Enrique saliendo de su escondite, cuando los pasos de los adultos se dejaron de oír—. Esta no es vida para ti, algún día saldrás de aquí y nos iremos juntos. —Tomó sus manos—. Te quiero.

—También yo. —Sonrió abrazándolo—. Deseo estar el resto de mi vida a tu lado, soy feliz si estamos juntos.

A los pocos minutos vieron la carroza empujada por caballos, en la que iban sus tíos, moviéndose sin prisa hasta perderse al doblar por la esquina de la casona.

—Bien —dijo Enrique abriendo el ventanal y ofreciéndole su mano derecha—, debemos salir ahora. —La chica la aceptó y con cuidado caminaron por la larga rama hasta llegar al súber, donde eran cobijados por muchas hojas que impedían que los viera, sin embargo, ellos podían ver lo que sucedía bajo sus pies—. Laureano —exclamó al ver a un joven de cabello negro y contextura delgada vestido con una camisa y pantalones cafés, su cabeza estaba cubierta con una chupalla, este se acercaba al árbol.

—¿No nos puede ver o sí? —Luzbella estaba nerviosa—. No podremos salir de aquí.

—No, este árbol es muy frondoso, solo nosotros lo podemos ver —contestó apoyándose en el tronco, mientras pasaba sus pies a la siguiente rama—. Saldremos de aquí, aunque él esté ahí.

Pasaron de una rama a otra formando un perfecto círculo, hasta lograr penetrar en el siguiente árbol caminando sobre una delgada rama, la cual no tenía casi hojas.

Luzbella no comprendía cómo Laureano no miraba hacia ellos, en especial cuando ella resbaló, profiriendo un gritito ahogado, en ese instante, Enrique alcanzó a tomarle una mano y tirar hasta sentarla a su lado. Ahora comenzaban a descender del árbol, saltando entre las más juntas por el lado contrario a la casa, donde nadie podía verlos.

Enrique extendió ambos brazos hacia Luzbella, esta se dejó caer en ellos, desde la segunda rama a dos metros de altura. Él, luego de mirarla sonriente a los ojos, la dejó con suavidad parada sobre hojas secas. Entonces, tomó su mano, invitándola a correr a su lado, empujándola con suavidad. Unidos de ese modo corrieron, riendo por lo bajo, varios kilómetros.

La joven se dejaba guiar por el chico, hasta que ambos se detuvieron frente a un inmenso roble blanco.

—Lo conseguimos —reía alegremente la muchacha—, pudimos salir de casa, no sé cómo, pero lo hicimos.

—Dije que así sería —recordó Enrique—, lo prometido es deuda, por tanto, sí o sí debía lograrlo.

—No puedo creer que, a pesar de mi grito, Laureano no nos vio y pareciera que tampoco nos oyó. —Rio nerviosamente—. Siempre te agradeceré por esto.

—Luz —sonrió abrazándola—, lo hago con gusto porque te quiero.

—También te quiero. —Lo abrazó con más fuerza—. Me encantaría hacer mi vida a tu lado… ¿Y cómo llegaremos al lago?

—Pues —colocó la mano izquierda en su nuca, sonriendo continuó—: debemos atravesar una muralla mágica, la cual está aquí, el problema es que la única forma de hacerlo es volando sobre ella y el lago está justo después.

—¿Alguna idea de cómo volar? —siseó ella.

—Sé que soy el de las ideas —contestó bajando el brazo— y… la única que se me ocurre es con escobas, pero tú no sabes cómo usar una.

—Es cosa de que me enseñes, aprendo rápido —repuso exasperada—, ¿tienes algunas?

—Aunque te enseñara, es difícil que logres pasarla, pues al sobrevolarla serías empujada por una fuerza succionante, no lograrías mantener el equilibrio, ni el mando...

—Entonces, ¿qué haremos? —saltó Luz—, salimos de mi casa con un propósito, creí que lo tenías todo planeado y...

—Cálmate. —Rio divertido—. Es broma, no te exaltes. —Levantó su índice en dirección al cielo tras de ella—: Allá viene nuestra salvación.

Luzbella contempló un animal alado gigantesco, cuya piel se apreciaba escamosa de color rojo oscuro. No dejó de mirarlo hasta que este aterrizó a su lado levantando una estela de polvo. Entonces pudo apreciar sus sombríos y profundos ojos negros en cuyo centro había un alargado iris de color azul rey.

En la montura del jinete se divisaba un chico de unos diecisiete años, cuyo cabello castaño rizado le caía grácilmente sobre sus hombros. Su tez era mucho más pálida que la de Enrique, pero compartían un sutil parecido en sus rasgos faciales. Estaba cubierto por una polera negra y un pantalón del mismo color.

—Álvaro, pensé que no vendrías —se adelantó Enrique.

—Sí, pensé en dormir un poco más —contestó con un dejo de ironía—, pero luego recordé: mi hermanito necesita mi ayuda, ha estado molestándome desde hace dos semanas y, claro, ¿qué pierdo si no cumplo mi palabra? A ver.... sí, sí, aunque no lo creas, lo recordé —su mandíbula se tensó justo cuando entrecerró sus verdes ojos achinados, frunciendo sus labios terminó—: cierta información que nuestro padre no debe saber puede ser revelada por mi querido hermanito menor...

—Pues entonces fue una suerte el enterarme de aquella «información clasificada», como la llamas. De lo contrario, no estarías aquí —indicó estirando el brazo con la palma abierta en dirección a Luz— y habrías dejado a esta preciosidad sin un medio de transporte. —El jinete dirigió su mirada en la dirección indicada, al verla profirió un silbido abriendo sus ojos al máximo—: Ella es Luzbella Castilla, mi...

—En verdad, es hermosa —susurró tirando del dogal con los largos dedos de sus manos enrollándose en él, consiguiendo así que el animal caminara hasta quedar a un lado de la muchacha—. Querida, soy Álvaro Mayola, hermano mayor del individuo aquí presente —extendió su brazo derecho hacia ella—, ¿adónde la llevo?

—Ya, tarado —interrumpió Enrique—, más respeto, eres muy mayor para...

—Soy cuatro años mayor que tú, gran diferencia —contestó irritado.

—Diferencia que me haces saber cada día —se defendió—. Vamos, Luz, sube.

Con ayuda de Álvaro y el impulso de Enrique consiguió montarse tras el primero, mientras el otro cruzó sus brazos alrededor de la cintura de Luzbella.

El dragón ascendió lentamente hasta traspasar las nubes, luego, con un gran impulso, se lanzó en una estampida que aumentaba de velocidad. La muchacha cerró sus ojos, pues esa rapidez a tal altura le ponía nerviosa e insegura. Para cuando los volvió a abrir se encontró sobre un lago que tenía los colores del arcoíris. A la distancia se apreciaba una imponente cascada. Al sobrevolar el lago, el animal tocó con sus patas traseras el agua dejando a su paso una estela de polvo colorido. Continuaron su vuelo hasta casi el roquerío de la cascada, pues cerca de él se desviaron hacia la izquierda, posándose con suavidad en el césped, con sus patas traseras, luego apoyó las delanteras.

Enrique descendió de un salto, ayudando a Luz a bajar.

—Bueno, creo que iré a recorrer las tiendas del mundo esotérico —opinó el jinete—, volveré en unas tres o cuatro horas más. —Levantó el dogal—. Nos vemos, muchacho; señorita.

Cuando el animal se perdió tras unas nubes alguien habló desde sus espaldas.

—Luzbella, ¿eres tú? —La aludida se dio media vuelta encontrándose con un muchacho escuálido, alto, de cabello negro rizado, tez pálida, ojos cafés, labios finos casi sin color, vestido con un pantalón, camisa y chaleco con cuello en v negros, este la miraba con nostalgia—. ¿Luz?

Ella solo extendió sus brazos, no supo cómo ni cuándo, ya que al abrir sus ojos lagrimosos tenía al muchacho apretujado contra sí y lloraba, no de tristeza, sino de emoción. Pronto sintió los brazos del chico rodeándole la cintura, seguido de una cálida presión. ¿Qué era eso? Se preguntó; la respuesta le llegó al instante: el calor del afecto, del cariño, de la amistad, del reencuentro después de un tiempo largo de separación.

—Luz —murmuró en su oído con ternura—, te extrañé, no sabes cuánto.

—Yo también, yo también —aseguró lloriqueando, mientras se aferraba con más fuerza a los hombros del muchacho—, me has hecho tanta falta... te necesitaba mucho, amigo...

—Ya, cálmate —le pidió tiernamente Roberto acariciándole el cabello, mientras observaba al otro que contemplaba la escena—. Todo está bien, estoy aquí para ti, siempre lo estaré.

Pasaron quince minutos, en los cuales Luzbella no paraba de llorar, cuando se calmó y secó sus lágrimas, respiró profundo y continuó con la presentación.

—Él es Enrique, quien me ayudó a escapar de casa y reencontrarme contigo —lo presentó, ambos chicos se estrecharon las manos— y como ya habrás notado es...

—Roberto Grip, tu amigo de la infancia —terminó entre dientes, Enrique—. Lo mejor será darles un tiempo de privacidad, estaré cerca, con permiso.

—Supongo... que él es ese niño especial —aventuró Roberto siguiéndolo con la mirada—. ¿Es él?

—Sí —confesó, un tanto sonrojada—, él me... pues me... no sé cómo explicártelo... es difícil y...

—¿Te gusta? —prosiguió—. Me parece un poco pedante y estirado... no me agrada, tú mereces a alguien mejor. —Juntó sus manos con las de ella—. No es para ti.

—Roberto, creo que estás dejándote llevar por la primera impresión —le sonrió comprensivamente—, debes conocerlo más, una charla con él estaría bien... en verdad es un buen chico, me quiere, yo también a él y siento que podríamos estar juntos una eternidad. —Su interlocutor entreabrió los labios como en un gesto de desagrado, no de réplica—. Dale una oportunidad, me encantaría que se llevaran bien, que tengamos una buena relación, que los tres compartamos muchos momentos juntos...

—En verdad, estoy aquí por ti —intervino conduciéndola más cerca del lago—, solo quiero estar contigo, que retomemos nuestra amistad. Deseo recuperar todo el tiempo perdido. —Le sonrió—. Haré lo que sea con tal de estar más cerca de ti.

—¡Oh! —exclamó emocionada—, me harías muy feliz.

—Entre nos —le susurró al oído—, no necesitas un animal alado para atravesar esta barrera al otro mundo, pensé que lo sabías. Ven, sígueme... te lo mostraré.

La condujo por un sendero bien mantenido, parecía ser cuidado a diario, ¿tal vez era parte de la magia de ese nuevo mundo? Caminaron tomados de las manos por largo rato, mientras él le relataba trivialidades de su vida diaria, lo mucho que la extrañaba y le preocupaba desde la última vez que la vio y debió despedirse en el funeral de su padre.

Llegaron al final del sendero, donde unas ramas bajas muy frondosas tapaban el camino, Roberto, imitó el movimiento de una medusa con su mano derecha y las ramas se separaron dejando ver una cueva rocosa oscura, parecía no tener fin.

—Después de ti —le indicó, ella, sin decir una sola palabra, caminó hasta sentir un movimiento de ramas chocando con violencia en su espalda.

Al entrar, la oscuridad se apoderó del lugar hasta que un fuego se encendió en la mano derecha de su acompañante. Eran llamas azules, las cuales crepitaban onduladamente en su palma. Sorprendida y un poco asustada siguió el camino, el cual estaba finamente constituido por enormes rocas de canteras azules, dispuestas de forma circular, tanto en el techo como en las paredes.

—¿A dónde conduce? —preguntó en un hilo de voz—. Es tétrica, no me...

—Relájate —le sonrió—, queda poco, ya estamos llegando y por la llama no te preocupes. No me quema en absoluto; si deseas, puedo enseñarte a invocar tu fuego interno.

—Sorprendente cuánto me falta por aprender —comentó—. Me encantaría, ¿en qué nivel estás?

—En tercer nivel esotérico —respondió—. El próximo año asistiré al colegio.

—Pero aún no tienes edad para ingresar a uno y —se extrañó Luz—, ¿esas clases no comienzan a los quince años?

—Sí, para el común de los niños —respondió—, es decir, si avanzas de nivel puedes ingresar anticipadamente y, con ello, terminar antes tus estudios, todo depende de cuánto progreses en las clases con los gnomos y las calificaciones que obtengas.

—¿Nos califican?

—Por supuesto, de eso depende nuestro cupo en una academia. Si nos va mal, será sumamente difícil que te acepten en alguna institución educacional prestigiosa. ¿Qué tal te ha ido?

—Bien. He aprendido rápido, es más, terminaron mis prácticas. No asistiré hasta el próximo año. ¿Y cómo lograste avanzar tanto?

—Bueno, he entrenado en casa desde que comencé a sentir los primeros cambios en mí... ya sabes, cosas que vuelan, se mueven sin ninguna razón a tu alrededor. Gracias a eso conseguí el cupo antes de tiempo. Ya tuve la prueba de rigor y me aceptaron para el próximo año... me habría gustado comenzar este mismo, pero las reglas son las reglas y por muy avanzado que seas no puedes ingresar a la Academia Aquelarre por mérito académico hasta los trece años y nueve meses como mínimo.

—Tú cumples los trece el veintinueve de enero, por lo que pronto podrás ser seleccionado y…, pues la próxima semana estás de cumpleaños, ¡oh! Me encantaría celebrarlo contigo, pero...

—Tus tíos —terminó—, no te preocupes, me encargaré de ellos.

La miró radiante justo en el momento en que las llamas se desvanecían. Luzbella pensó que todo quedaría a oscuras, pero se hizo la luz, pues habían llegado al final del túnel, sin ella haber advertido aquello. Salieron a un exuberante bosque que conocía bien. Estaban en el mundo mortal, cerca del campo de estudio gnomo.

—Creo que conoces este lugar... lo digo por tu expresión —aclaró—, a través de este túnel llegas directamente al lago. Debí decírtelo, pero mi cuervo ha estado un poco enfermo..., aún no se recupera, por eso no te respondí la carta, lo siento.

—No es conveniente que me vean —entró al túnel, el chico la siguió—, si me ven, tío Manuel me castigará y...

—Lo comprendo —dijo comprensivamente—, solo quería mostrarte un camino más rápido y práctico. ¿De cuánto tiempo dispones?

—Tres horas, como mucho —informó tras consultar el reloj de bolsillo que había heredado de su padre.

—Te enseñaré algunos trucos —dijo apresurando el paso—, estoy seguro de que lograré enseñarte un poco de Magia Elementaria. —La miró cariñosamente—. Dices que aprendes rápido, pues si es así, lo lograrás. No será un gran desafío.

Llegaron al otro lado del túnel, luego doblaron a la izquierda, internándose en el bosque. A cada paso que daban, la impresión de que estaba siendo mantenido a diario le era indudable. El camino se les abría, sin necesidad de luchar con la maleza que en algún momento obstaculizó el tránsito, pero al acercarse a este retrocedía, dejándoles libre el paso.

—Hemos llegado —anunció Roberto, Luzbella vio aparecer ante sus ojos un pequeño riachuelo. El césped y los arbustos se habían encogido dándoles la libertad para moverse—. Te enseñaré un truco fácil, luego nos iremos... no quiero que tengas problemas en casa por no estar en ella a tiempo.

—¿Qué me enseñarás? —saltó sin más, con ansias y mucha curiosidad—. ¿Qué es Magia Elementaria?

—Son prácticas naturales, en otras palabras, la magia palpable en la naturaleza, cada planta tiene su poder curativo, lo cual ayuda a mantener el equilibrio de la vida y la salud por medio de pociones o, como la llaman los mortales, ungimientos. —Acercó su mano al riachuelo—. El agua: gran elemento, de él depende parte de nuestra vida. Por otro lado, nuestro cuerpo está constituido por aproximadamente un 80 % de ella, debido a eso, somos capaces de controlarla. —Finalmente, se sentó sobre sus talones para luego prosternarse sobre el césped, en esa postura respiró con suavidad, pero profundamente—. La tierra y el aire, uno es palpable y duro, mientras el otro es amorfo y pareciera efímero, pero la verdad es que siempre está con nosotros. —Salió de esa postura, entrecruzando sus piernas—. Sin su composición, no existiría la vida en este planeta. En verdad, todo esto es mágico, el cómo se creó este mundo tan perfecto para vivir es un misterio para algunos.

913,50 ₽
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394 стр. 8 иллюстраций
ISBN:
9788411146012
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
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