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Читать книгу: «Mares de sangre I», страница 2

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Necesito compañía, estoy sola y no puedo parar de llorar. Si estuviera mi madre aquí todo sería distinto, ya casi ni recuerdo cómo eran sus facciones, ¿qué será de ella?, ¿por qué me abandonó?

En verdad la necesito, jamás pensé que me haría tanta falta. ¡Mamá, por favor, regresa! Ya no soporto esta vida miserable y estoy segura de que, si estuvieras aquí, las cosas serían completamente diferentes. Siempre he necesitado comprensión, la cual me ha entregado tía Marcia, pero duele tanto no tener amigos, en este nuevo colegio soy un bicho raro, por lo que nadie quiere estar conmigo.

El cambio a esta nueva vida ha sido, en verdad, doloroso, pues perdí a todos mis amigos. Me duele pensar que estoy sola sin un confidente, un amigo fiel que me dé consejos y ánimo para seguir adelante. Han sido cinco mugrosos años de rechazo, ¡cuánto duele! Ojalá algún día vuelva a hablar con Roberto, la última vez que lo vi fue en el funeral de mi padre».

Cerró su diario, dejando la pluma sobre la contratapa. Pegó un suspiro sentándose sobre la cama.

No sabía qué hacer, quería gritar, correr y reprocharle al fantasma de su madre todo este sufrimiento vivido desde que ella se había marchado sin decir por qué. Se secó las lágrimas con la manga de su chaleco, confundida, sin pensar en lo que hacía, abrió el ventanal que estaba frente a su cama y se tiró al vacío. No le era posible ver, solo sentía el roce del frío viento de la madrugada azotándole en el rostro. Algo amortiguó su caída, parecían brazos, pero pronto se vio sentada en el suelo sobre hojas secas. Levantó su mirada, se puso en pie y corrió sin rumbo por el campo, sin darse cuenta de que había salido de los límites de la hacienda. Cayó de rodillas cubriéndose el rostro con sus manos, llorando profundamente por largo rato, hasta que las lágrimas convulsionantes cesaron. Entonces se sentó abrazando sus piernas y viendo un lago frente a sí.

—¿¡Por qué me abandonaste, por qué!? —gritó enojada—, ¿no pensaste en que algún día te necesitaría? ¡Lo único que sé de ti es tu nombre: Alma! Dime qué tienes de alma si te fuiste sin pensar en tu hija; ¡no sabes cuánto he sufrido sin ti!

«8:05 de la mañana

No sé cómo volví, pero ya estoy aquí y me siento mucho mejor. Creo que me desahogué bastante gritándole a la inmensidad de la noche solitaria y fría, por lejos fue lo mejor que pude hacer. Me siento reanimada, estas palabras, en verdad, me ahogaban, por ello, deseaba sacarlas de mí.... ahora me siento aliviada, completamente libre. Esta es una sensación muy extraña, pero me gusta».

—Mi niña —golpeó la puerta, Marcia—, el desayuno está servido.

—Ya voy, tía —anunció Luzbella, guardando su diario en el cajón del velador—, bajo enseguida. No se preocupe, estoy bien.

¿Por qué dijo eso si no se lo había preguntado? Escuchó los pasos de la mujer perdiéndose por el pasillo.

Abrió la puerta del cuarto y se dirigió al comedor, donde encontró a sus tíos sentados alrededor de la mesa esperándola, eso no era normal.

—Luzbella, toma asiento —le ordenó Manuel, ella obedeció un tanto nerviosa—, las cosas en esta casa cambiarán para ti. Lo he meditado mucho y creo que lo mejor será que no asistas más a esa escuela.

—¿¡Qué!? —saltó Marcia—, ¿cómo puedes decir eso?, ¡ella debe instruirse!... ¿en qué estás pensando?

—Déjame continuar, por favor —intervino el hombre pacientemente—. Es un riesgo que sigas en ese colegio, pues en cualquier momento pueden descubrir tu condición anormal, así que, desde mañana, tendrás un maestro que vendrá a instruirte personalmente, ¿entiendes? —la niña asintió, esto era lo que menos había esperado—. Solo te pediré que intentes ser normal frente a él, nada de magia o esas cosas raras que haces.

—¿Eso quiere decir que permaneceré en esta casa? —repuso ella, Manuel asintió—. ¡Gracias, tío!

—Desde hoy dejo de ser tu tío —espetó con firmeza—, dime señor, solo en público deberé soportar que me digas de ese modo, pero entre nos no lo toleraré.

El desayuno estuvo un tanto tenso, pero digerible. Don Manuel se retiró a los campos de su propiedad, mientras Marcia, un tanto nerviosa, continuó su merienda acompañada de su sobrina.

—Luz, querida —habló de pronto—, prometo buscarte ayuda. En estos lugares siempre existen personas con tus capacidades.

—Lo único que he visto en estos cinco años es gente que tiene miedo a cualquier cosa —contestó sin ganas Luzbella—. Miedo a la Santa Inquisición, miedo a ser tachado extraño y, por tanto, peligroso para el prójimo. ¿Qué sociedad han construido? De lo poco que recuerdo de mi antigua vida, me doy cuenta de la diferencia entre los dos mundos; allá la paz reina, existe el respeto a las diferencias y nadie se esconde, no existe el temor, ni las súper reglas impuestas.

—Mi niña, me habría fascinado ser como mi hermana, pero nací no esotérica, como eran algunas de nuestras ancestras —recordó Marcia—. Siempre soñé ser como ella, pero debí conformarme con esta vida y no puedo hacer otra cosa que aceptarla. Entiendo tu postura, el problema es que esta sociedad ya se construyó así y deberán pasar siglos para que se produzca un cambio de mentalidad. En verdad, desearía que fuera distinto, pero no es posible, lo que debes tener presente es que siempre te protegeré, así que debes tenerme confianza. Puedo ser tu amiga, solo te pido que confíes en mí.

Al día siguiente, después del desayuno, Manuel les presentó al nuevo maestro de la niña. Era un hombre de estatura promedio, cabello negro rizado bien recortado sobre su casco, tez blanca y unos candentes ojos verde agua, vestía con una capa larga hasta el piso.

—Él es don Clemente Mayola, maestro de Humanidades —lo presentó ante las mujeres, después de saludarlo con calidez—. Espero que mi sobrina no se transforme en una molestia para usted, confío en que se comporte. Cualquier inconveniente me lo hace saber.

—¡Cómo no, señor Ribbleton! —convino Clemente cortésmente—. Estoy seguro de que su sobrina es educada, ¿cierto? —la chica asintió, seguido de una reverencia—. Bien, pues, ¿en qué lugar de este hogar tendré el honor de instruirla?

—Acompáñeme —indicó Manuel, guiándolo por el pasillo del vestíbulo a una salita a un lado de la chimenea.

—Manuel no lo sabe —le susurró a su sobrina—, pero me alegra que sea él quien te enseñe.

—¿Por qué? —se extrañó Luzbella.

—Reconozco ese atuendo en cuanto lo veo, no creo estar tan equivocada —murmuró para sí, luego se dirigió a la niña—. Él es como tú, debemos intentar descubrirlo, tal vez de ese modo te pueda ayudar.

La muchacha pasó toda la mañana aprendiendo sobre Ciencias de la Naturaleza, Historia y Castellano sin ningún acontecimiento inusual.

Se tomaron un receso a la hora del almuerzo. Posteriormente, continuaron con Matemáticas, Lengua Fronceisa y Música.

De ese modo, pasaron los meses, ella aprendió con rapidez a tocar el piano y la flauta, más aún la Lengua Fronceisa la dominaba a la perfección y habían comenzado el estudio del Angleish, pero no todo era tan perfecto, ya que en estos seis meses habían sucedido acontecimientos extraños alrededor de Luzbella y el profesor se había percatado de ellos, sin decir una palabra. Cada día eran más notorios, comenzando con una lámpara que volaba, hasta prenderse todas las velas de la sala de música.

—Lo siento, don Clemente —se disculpó Marcia, al ver que las velas se habían encendido solas—, no sé cómo explicarle esto.

—Pequeña, puedes retirarte, por favor. —Miró a su pupila sonriéndole, esta obedeció al instante—. Señora Ribbleton —se puso en pie—, no finja más. La niña es una esoterista; usted y su marido lo saben y han estado protegiéndola, por eso me contrataron. No querían exponerla más a las miradas inquisidoras de sus conocidos. —La miró directamente a los ojos—. Si la Santa Inquisición se entera, no solo ella será enjuiciada, ¿lo sabe? —Marcia incómoda asintió—. Por otro lado, esto quedará entre nos —le sonrió—, tengo quien puede ayudarla, solo necesito su permiso para comenzar.

—Mi marido no puede enterarse —sentenció la mujer—. Él no estará de acuerdo y, por otro lado, ella lo necesita, si no aprende a controlarlos, terminará muy mal.

—Hablaré con su marido personalmente —repuso Clemente— y le explicaré que necesito sacarla de esta casa por unas clases prácticas. No se preocupe, confíe en mí.

«10 de junio de 1825:

Hoy, don Clemente vio cómo se encendieron las velas solas y creo que con este hecho corroboró sus sospechas sobre mi condición. En verdad, espero no estar nuevamente en peligro de muerte. Ojalá, mi tía pueda hacer algo».

—Hoy tendremos clases prácticas —anunció el profesor a su pupila, cuando la tuvo frente a él, junto a la puerta de salida—. No te preocupes, ya hablé con vuestro tío y dio su consentimiento.

—¿Adónde iremos? —preguntó sin preámbulos, mirando a su tía preocupada.

—Confía en él —asintió Marcia—. Tranquila, irás al lugar donde debes estar en estos momentos.

Salieron de la casa sin hablar, Luzbella, aún asustada, caminaba tras del hombre. Se adentraron en el bosque, pasaron por el lago de sus desahogos. Pronto el camino cambió radicalmente, ya que aparecieron unos hongos de metro y medio, era un paraje salvaje, pero bello y bien cuidado. Por allí revoloteaban, unas diminutas mujeres con alas, a gran velocidad.

—¿Qué son —preguntó la niña— esas mujeres voladoras?

—Yo no las veo —apuntó divertido el hombre—, solo tú puedes verlas en este momento, son hadas.

—Clemente, ¿traes a la niña? —le preguntó un hombrecillo que no medía más de un metro de altura. Poseía cabello plateado alrededor de su cabeza, dejando una calva en medio, su rostro era tosco con una nariz ganchuda, labios delgados, ojos verdes y saltones y tez marrón clara. Vestía pantalón color crema, camisa amarillenta, saco verde oscuro y zapatos cafés impregnados de tierra—. Hola, ¿tú eres Luzbella? —preguntó al verla.

—Sí —respondió—, soy yo.

—Él, es Wilkin —anunció Clemente—: gnomo jefe.

—Gracias, pero no necesito de presentaciones. —Miró enojado al hombre—. Muchacha, ¿qué miras tanto?

—Esas hadas —sonrió mirando a las mujercillas aladas—, nunca las había visto.

—Eso quiere decir que eres una niña esotérica, nada especial —apuntó malhumorado el gnomo—. Ahora debemos comenzar tu instrucción.

—Volveré en unas cinco horas más. —Se dirigió a la niña—. Vuestro tío os quiere de regreso antes de las seis de la tarde.

—Para controlar tus poderes —comenzó Will, cuando Clemente se retiró— debes concentrar todas tus energías y lanzadlas con la ayuda de esto. —Le tendió una fina vara de color marrón con diseños de estrellas—. Es una varita, con ella podrás hacer hechizos, en un futuro no la necesitarás, pero para todo comienzo es necesaria, puesto que aún no tienes la capacidad de dominar tus energías. Este instrumento te será muy útil y es de vital importancia que lo lleves siempre contigo, de ese modo, te familiarizarás con ella.

—Y ¿cómo concentraré toda mi magia en esto? —preguntó con la vara en su mano derecha.

—Con práctica —respondió—. Tómala por el mango y apunta a aquella piedra, ¿lista? —ella asintió—, ahora concentra tu mirada en la punta del artefacto. —Luz obedeció—. Imagina a la piedra flotando unos centímetros sobre el suelo, ¿lo ves? —volvió a asentir—, piensa que eso es posible, ten fe, como si estuviera pasando en la realidad, ¿comprendes, lo sientes? —De la punta salió una luz blanquecina que iluminó a la roca hasta hacerla trastabillar, pero no se levantó ni un poco—. Nada mal para ser tu primer intento, tienes potencial. Vamos, hazlo nuevamente. —Después de cinco fallidos intentos, la piedra se levantó por unos segundos cayendo de golpe al piso—. Ahora debes mantenerla en el aire.

En esas cinco horas logró dominar el hechizo, manteniéndola y moviéndola por el aire.

—¡Genial, excelente! —celebraba el gnomo, mientras Luz caminaba con la vara en alto dirigiendo la piedra que se mantenía elevada—. En círculos, ¿podrás? —Agitó su varita en círculos y el objeto volador se movió de la misma forma—. Haz que descienda despacio.

—Ha progresado bastante, señorita —dijo Clemente al ver como la piedra se posaba suavemente sobre el césped—. Mañana seguirás con las lecciones. Will. —Saludó sacándose el sombrero—. Vayámonos, señorita Luzbella.

—Claro. —Sonrió, aproximándosele—. Gracias por todo, señor Wilkin.

Así pasaron los días, semanas y meses, en los cuales la aprendiz practicó miles de encantamientos guiados por el gnomo Wilkin, quien se convirtió, en más que un maestro, su amigo y confidente. Esta relación de complicidad hizo que Luzbella se sintiera por primera vez en mucho tiempo: querida, respetada y escuchada. Mientras compartía en los descansos con otros chicos que eran instruidos por diferentes gnomos. Sin embargo, no tuvo una mayor afinidad con ninguno de sus compañeros como para considerarlos amigos o tan cercanos como lo era su maestro. Además, el hecho de ser la única alumna de Will la hacía diferente y muchas veces sintió que sus compañeros no la aceptaban del todo.

—Bueno, estimada pupila —decía Will—. Hoy es tu última lección, pero esto no es una despedida, pues puedes venir a visitarme cuando quieras, siempre habrá un espacio para ti en este lugar.

»Además, en un año más deberás volver para seguir practicando antes de que ingreses a una academia esotérica —recordó Blokin.

—¿Academia esotérica? —se extrañó Luzbella—, ¿dónde y cuándo?

—Así será —se inmiscuyó Blokin—, cuando usted cumpla quince años. Entonces deberá asistir, pues a esa edad automáticamente estará inscrita en una. Nosotros solo preparamos a los niños antes de ese tiempo para que controlen sus energías y no tengan problemas con ya sabe quiénes.

—Hola. —Un chico de contextura delgada, cabello castaño claro, ojos marrón-verdosos, tez blanca, labios finos vestido con un pantalón plomo, camisa blanca y gillette café, saludaba a los gnomos—. ¿Qué tal, alguna novedad? —Se detuvo a un lado de Luz, mientras la observaba con atención—. Señorita, no la había visto antes por aquí.

—Hola —murmuró un tanto nerviosa—, soy Luzbella.

—Qué bello nombre —opinó esbozando una sonrisa coqueta—, es resplandeciente y hermoso, por cierto.

—¡Ya, galán! —Rio Blokin—. Vienes a practicar, más tarde podrás lucirte, ven...

—Mi nombre es Enrique Mayola —le susurró a la chica—, un gusto conocer a una niña tan hermosa.

—Luz, Luz —llamaba Wilkin—; continuemos con tu entrenamiento, ¡Luzbella!

—¿Ah? —exclamó, sin entender lo que sucedía—, ¿qué?

—Practiquemos de una vez —rezongó el gnomo molesto—. Levanta la vara, vamos, hazlo. Ahora imagina que aparecerá una vela rosada sobre la mesa.

Ella estaba totalmente desconcentrada, solo pensaba en aquel chico, por lo que concretar lo solicitado le fue imposible.

—¡MAL! ¡MAL, MUY MAL! —reclamaba enojado Wilkin—. Hoy ha sido la peor última clase que he tenido en toda mi existencia. Aún no eres capaz de aparecer objetos, así que mañana deberás volver. Sin aprender a invocar este hechizo correctamente no te irás.

—Hola, Will. —Era Clemente—. ¿A qué se debe tu indignación?, ¿no que la señorita Luzbella era perfecta?

—¡Hoy no —contestó exaltado—, desde que llegó su hijo y lo vio no ha sido capaz de realizar ni un solo hechizo!

—¿Es su hijo? —pronunció sin darse cuenta—: Enrique...

—¡Ah!, ya veo. —Esbozó media sonrisa—. Sí, es uno de mis hijos. Me alegra que lo conociera, así podrá establecer una amistad con alguien de su edad.

—Padre —el muchacho acababa de llegar y hablaba tras ella—, señorita, espero volver a verla mañana.

—Por supuesto que la verás —murmuró Will— y creo que por mucho tiempo más.

«31 de diciembre de 1825:

Hoy en las clases con Wilkin conocí a un muchacho que resultó ser hijo de don Clemente y no comprendo qué me sucedió; al verlo tuve una sensación muy extraña, jamás la había experimentado antes. Fue como un magnetismo que no me dejaba pensar en otra cosa que no fuera él. Concentrarme en el entrenamiento me fue imposible y al tenerlo cerca me inquietaba, nervios tal vez eran.... No sé, pero quiero volver a verlo, creo necesario tenerlo nuevamente frente a mí».

—Espero que hoy puedas realizarlo —farfulló Will—. Cuando lo tengas, aparecerá.

Luzbella estaba un poco inquieta, por la ausencia del muchacho. Pero sin él le fue fácil concentrarse; primero apareció una alargada vela blanca, luego un velón rojo de quince centímetros de altura, después un velón azul de treinta y cinco centímetros.

—Me parecen aceptables —opinó el gnomo—. Ahora intenta aparecer un candelabro con tres velas bien ajustadas en él. —Obtuvo lo pedido enseguida—. Has logrado tu nivel, me alegra.

—Will, señorita Luzbella —la joven miró al recién llegado e instantáneamente todas las velas se encendieron—, buenas tardes.

—Hola —susurró ella.

—Siempre tan impuntual. —Blokin acababa de aparecer—. No puede ser como su padre.

—Hola, Blokin —saludó caminando en su dirección—, espero poder charlar contigo hoy —le dijo a Luz cuando pasó por su lado—, intentaré escaparme un momento, y buen hechizo; aún no puedo prender esas malditas velas. —Sonrió y continuó su camino.

—Espero que puedas concentrarte —rezongó Will—, desaparécelas, pero antes apágalas.

Ella quería terminar pronto para ver la práctica del chico que estaba unos metros más atrás. Así que puso todo su empeño y concentración, pero por más rápido que realizaba lo que el gnomo le ordenaba, más y nuevas prácticas le enseñaba.

Cerca de las cuatro y media, Will la dejó libre y se dirigió a ver el entrenamiento de Enrique.

—Muchacho, eres un verdadero desastre —decía el gnomo entre risas—. Ni un solo hechizo bien hecho... Si Will fuera tu mentor.

En verdad, el chico era un desastre, pues no era capaz de levantar ni una hoja. Mucho menos de concentrarse en lo que hacía, ya que cualquier movimiento lo distraía.

—Bien, veo que durante este tiempo no habéis practicado, por tanto, has olvidado todo lo que te había enseñado —dijo divertido Blokin—. Mañana te veo, espero llegues a las nueve. Se puntual una vez en tu vida. Señorita, hasta mañana —se despidió de Luz al pasar por su lado.

—¿Desde cuándo estabas aquí? —le preguntó Enrique al verla—. Viste mi desastroso desempeño.

—Algo así —contestó con una leve sonrisa dibujada en su rostro—, ¿desde cuándo practicas?

—Bueno, a simple vista pareciera que soy un novato, pero la verdad es que este es mi segundo año con él. —Sonrió.

—Si quieres, puedo ayudarte —se ofreció—, sé que es mi primer año, pero he aprendido mucho y creo estar capacitada para hacerte un refuerzo.

—Bueno —aceptó Enrique—, ¿cuándo puedes?

—Después de las clases, podría ser ahora —propuso Luz—: antes de que vuestro padre llegue.

—Buena idea —repuso el chico—: busquemos un lugar, entonces.

Se detuvieron en el lago de sus desahogos.

—Aquí puede ser. —Sacó su varita apuntando a una diminuta roca cercana a la orilla del lago—. Yo comencé con una más grande, pero creo que está bien para ti.

—¡Oh! —exclamó divertido extendiendo la suya—, lo intentaré.

—Como me enseñó Will —recordó—, debes concentrar tu atención en la punta de la vara y visualizar que la roca se levanta, cuando creas que es posible y real, el hechizo saldrá por sí mismo.

—Me parece genial —apuntó el chico, mientras la roca se elevaba describiendo una línea recta y se posaba frente a él—. Tú ya lo dominas a la perfección.

—Sí —contestó—, inténtalo tú.

Al cabo de unos quince minutos, la piedra comenzó a trastabillar y torpemente se elevó por unos segundos cayendo de golpe.

—Bueno, por algo se empieza —le dio ánimos—; inténtalo otra vez.

—Lo dominaré pronto —aseguró guardando su vara—, creo que con la visualización es más fácil. —Sonrió—. ¿Qué edad tienes, para tan elevado nivel esotérico?

—Trece años, ¿y tú? —le preguntó, pero no le dio tiempo para responder—. Si llevas dos años acá debes tener trece también.

—En efecto —contestó—, mi problema es que no practico y no consigo concentrarme, me es muy difícil hacer algo por mucho tiempo.

—Ya veo —razonó—, te ayudaré, mejorarás, te lo aseguro.

—Señorita, hijo, lamento interrumpirlos, pero debemos irnos —recordó Clemente, cubierto por una larga capa ploma cuyas puntas inferiores tocaban la hojarasca—, porque vuestro tío está por llegar.

—Lo sé —dijo acercándose al joven, al cual le dio un beso en la mejilla—, nos vemos mañana.

—¿Ah? —exclamó desorientado.

—Vamos —indicó el hombre dándoles la espalda y continuando su camino. Luz lo siguió, hasta que fue detenida por Enrique, quien tomó su mano derecha.

—¿Sí? —murmuró sonrojada—, ¿qué sucede?

—Solo quería despedirme —le besó la mano que sostenía—, hasta mañana.

Su tía los esperaba en el jardín delantero, al verlos entrar, la abrazó, conduciéndolos al interior del inmueble.

—Ya me inquietaba su retraso —habló Marcia—, si Manuel hubiese llegado antes que ustedes...

—Cálmese, podría solucionarlo de inmediato —aseguró Clemente—, se distrajo con mi hijo, ya se han hecho amigos, ¿es así?

—Supongo que sí —respondió Luz—. Con vuestro permiso, hasta pronto.

«3 de enero de 1826:

Hoy, por primera vez, estuve a solas con Enrique, enseñándole a realizar los hechizos. En verdad, es un desastre, no logra hacer uno solo bien, por lo demás, creo poder ayudarlo a mejorar.

Nos presentamos, él tiene trece años, es todo lo que sé; tal vez eso no es una presentación formal, pero me conformo con saber que lo volveré a ver y podré conocerlo cada día más.

Ocurrió algo extraño, me despedí de él dándole un beso en la mejilla y quedó pasmado, sin reaccionar, yo seguí mi camino hasta que tomó de mi mano y la besó, creo haberme sonrojado. Me pregunto qué es lo que siento por él, es extrañísimo y primera vez que lo siento; en verdad, necesito el consejo de mi madre o el de una amiga y no la tengo, o tal vez sí, pero me da miedo hablar de esto con mi tía».

—Luz, querida —golpeó la puerta, Marcia. La niña automáticamente guardó su diario en el cajón del velador—, debemos hablar —entró, cerrando la puerta con cerrojo—: ha llegado esto para ti. —Le entregó una carta—. Un cuervo la ha traído. —La chica vio el remitente, era de su amigo Roberto Grip. Sin pensarlo, la abrió—. Debo confesarte que ese niño te ha estado enviando cartas desde después del funeral de tu padre.

—¿Qué? —saltó irritada Luzbella—, ¡y jamás me las has entregado!... ¡no sabes cuánto lo necesitaba, siempre quise volver a hablar con él! ¿En qué pensabas? No sabes cuán sola me he sentido todos estos años... él era mi mejor amigo, ¿¡cómo pudiste!?

—Manuel las recibía y yo no podía hacer nada —le informó— porque las escondía, no sé dónde, pero esta vez el cuervo llegó unos minutos después de que él se fue a los campos. El ave te espera en el patio trasero escondida entre el follaje del manzanero —informó su tía—: llévala pronto e intenta que Manuel no te vea.

Cuando su tía salió de su cuarto, la leyó:

«Querida amiga:

Te he enviado mucha correspondencia en estos casi seis años y aún no recibo respuesta de tu parte.

Creo que necesitabas, tal vez, un tiempo de reflexión, en el que querías vivir tu duelo sola y yo solo molestaba. No lo sé, pero, a pesar de eso, te seguiré insistiendo hasta el día que reciba una respuesta de tu parte; al menos un “déjame en paz”, “no mandes más cartas”, cualquier cosa te la agradecería enormemente, pues me preocupa tu silencio.

¿Cómo estás?, ¿qué tal tu nueva vida? Si necesitas un amigo con quien hablar, estaré siempre para ti.

De un viejo amigo que te quiere y espera estés bien,

Roberto Grip.

P. D.: Espero una respuesta esta vez».

Le arrancó una hoja a su diario de vida y comenzó a escribir.

«Querido Roberto:

Hola, tanto tiempo sin saber de ti. En verdad, es mucho para mí, puesto que creía jamás volvería a saber de ti, ya que no sabía cómo enviarte una carta, pero hoy mi tía Marcia me entregó esta contándome lo que sucedió con todas, las que durante estos casi seis años, me has enviado y es que mi tío Manuel las ha recibido todas; mi tía, por su parte, no ha podido encontrarlas, pues él las escondió quién sabe dónde (hasta las puede haber quemado). Siento mucho el no haberte respondido ninguna, la verdad, no sé cuántas son con exactitud, pero han sido seis años, deben ser muchas.

Durante estos años no la he pasado bien, ya que mis nuevos compañeros de escuela no me aceptaban, era un bicho raro a quien molestar. Me sentía completamente sola, sin amigos ni nadie con quien hablar y desahogarme, necesitaba a alguien que me aconsejara y escuchara como lo hacías tú, tanta añoranza de aquella época escolar junto a ti, nuestra infancia. Creo que, si mi familia no se hubiese disuelto, nos habríamos criado juntos.

De una amiga que siempre estará a tu lado y que te quiere mucho,

Luzbella Castilla.

P. D.: Disculpa la hoja es que no tengo pergaminos; las cartas que desees enviarme mándalas a la tercera habitación del lado izquierdo de la segunda planta, junto al membrillero».

Después de entregarle la carta al cuervo, se dirigió al comedor donde, junto a sus tíos, tomó el té.

—¿De qué tratan tus clases prácticas? —preguntó el hombre—. Han sido bastantes meses ya, debes saber mucho.

—Son de botánica —mintió—, muy interesantes y constructivas, por cierto.

—Y cómo va el estudio del froincés —preguntó Manuel con un tono de sospecha—: ¿puedes hablarlo o aún no?

—Bien sur, croyez-le ou pas de domino à la perfection —respondió Luzbella—. Cette langue n’est pas la seule chose, a également apprise à jouer de la flûte et le piano correctement.

—Ya —espetó Manuel—, aprendes rápido, al parecer.

—Luzbellita es una buena estudiante —prosiguió Marcia—, he estado presente en alguna de sus lecciones y es muy aplicada, la concentración es uno de sus fuertes.

Después del té, la chica se fue a su cuarto, abrió el gran ventanal, por el que el año anterior se había lanzado, recordando aquella caída, en la que creyó no quedaría con vida, pero aún lo estaba. La sensación de caída libre, de sentirse en los brazos de la muerte y no morir le pareció extraña. Si mal no recordaba, tuvo la sensación de haber caído en los brazos de alguien, pero eso era realmente descabellado, ya que no vio a nadie y, al reaccionar, estaba sobre hojas secas en el piso. ¿Tal vez su madre desde el más allá la había salvado? ¿Estaría muerta realmente?

—Gracias, mamá, por haberme salvado —agradeció en voz alta a la fresca noche veraniega—, estés donde estés, me alegra que pensaras en mí, quizás moriste, no lo sé, nadie sabe de ti, pero te agradezco tu protección porque, de lo contrario, no lo habría conocido.

—¿A quién? —era Marcia—, ¿hablas del hijo de don Clemente?

—¡Tía! —exclamó—, ¿hace cuánto está escuchando?

—Acabo de llegar —cerró la puerta—, pero dime, ¿de él estás hablando? —la niña no le respondió—. No importa, quizás es muy pronto, pero tengo la esperanza de que algún día confíes en mí —sonrió aproximándosele—, puedo serte de ayuda. Estás en edad de conocer y enamorarte.

—¿Enamorarme? —se extrañó mirándola—, yo no... ¿qué?, pero si...

—Cálmate —colocó sus manos sobre los hombros de Luz—, es algo normal a tu edad, si lo deseas, podemos charlar sobre lo que estás experimentando.

—No —contestó secamente—, le agradezco su interés, pero, en verdad, no me siento cómoda hablando de esto con usted. Es más, ni siquiera sé qué es lo que en verdad siento. Es muy confuso. No sé cómo explicarlo y... no, definitivamente no.

—Solo te diré que enamorarse es la experiencia más maravillosa que, como humanos, somos capaces de experimentar —dijo con añoranza—. Al ver a aquella persona especial por primera vez, te sientes torpe, nerviosa y muy muy pequeña. Después, cuando comienzas a conocerlo, aquí —colocó su mano derecha sobre su pecho—, sientes como te palpita por él, no lo sientes propio, sino compartido, más bien de él. —Suspiró—. La confusión es normal, es parte de la atracción, pero, con el paso del tiempo, eso se aclara y tus sentimientos son parte de ese nuevo mundo, el mundo del amor, en el que, si el sentimiento es correspondido, será el mundo de los dos.

—Tía —la abrazó—, qué hermoso eso del amor.

—Mi niña, si es eso lo que estás experimentando, no debes temerle, sino dejarlo entrar, pero debes cuidarte, ya que esta será tu primera experiencia y, si no termina bien, te marcará de por vida en todas tus futuras relaciones. —La miró a los ojos—. En mí tienes a esa amiga o madre que necesites, tenme confianza, puedo ayudarte.

A la mañana siguiente, la chica se levantó muy temprano, no esperó el desayuno, ni a su tía, ni a que don Clemente llegara y salió de la casa con la clara intención de llegar pronto al lago. No sabía por qué, pero su intuición le decía que debía llegar allí antes de la salida del sol, pues pasaría algo importante. Al hallarse frente al lago se sentó en el pasto. ¿Qué era eso tan importante que la había convocado? Expectante esperaba, la ansiedad y nerviosismo la invadieron poco a poco hasta desesperarla.

—Hija. —Se dio la vuelta encontrando a una mujer pálida de candentes y carnosos labios rojos, ojos color miel y cabello castaño ceniza—. Lo siento, en verdad, desde que me fui no he parado de pensar en cuánto daño te he hecho, te extraño mucho, no sabes cuánto he sufrido por estar lejos de ti, pero no puedo regresar. Ya mi destino cambió y, por ello, no estoy contigo, pero quiero que sepas que estaré siempre a tu lado, cuidándote. Te protegeré con mi vida. —Abrazó a Luz, quien estaba completamente pasmada, sin creer lo que sucedía—. Te quiero infinitamente, hasta más allá del multiverso, eso tenlo siempre presente. —Besó su frente—. El que no esté cerca de ti no significa que no te quiera y mucho menos que te haya abandonado, siempre estaré a tu lado; podrás hablarme y ten la seguridad de que te escucharé.

913,50 ₽
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394 стр. 8 иллюстраций
ISBN:
9788411146012
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
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