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Forjando un territorio: «Nosotros ya somos de acá…»

Daniel Alfonso León y Helwar Figueroa Salamanca

Introducción

El valle del río Cimitarra comprende el costado oriental de la Cordillera Central, parte del valle del río Magdalena y el costado sur de la serranía de San Lucas. Cubre todo el municipio de Yondó y parte de los municipios de Remedios (Antioquia), San Pablo y Cantagallo (sur de Bolívar), en un área aproximada de más de 500.000 hectáreas. Es una zona con abundancia de fuentes hídricas, como los ríos Tamar, Ité, San Francisco, Caño Bravo y Caño Don Juan, que, en conjunto con otros riachuelos y quebradas, crean un sistema fluvial que permite la comunicación en el territorio. El valle posee importantes recursos mineros, energéticos y madereros, así como corredores estratégicos que se disputan el Estado y los actores armados.

Desde la década de los setenta, el valle del río Cimitarra experimentó procesos de colonización y organización campesina de la lucha por la tierra. Estos procesos estuvieron motivados inicialmente por la expansión de la ganadería y el modelo latifundista en diversas zonas del país que obligaron a muchos campesinos del Magdalena Medio que no tenían tierras o títulos de propiedad a buscar otros lugares donde asentarse. Estos colonizaron y «recolonizaron3» las tierras ubicadas en la desembocadura de los ríos Ité y Tamar, siguiendo el curso del río Cimitarra desde la desembocadura del río Magdalena, en las zonas de frontera de los municipios de Remedios, Yondó, San Pablo y Cantagallo. Un proceso que continuó en la década de los ochenta, como consecuencia del enfrentamiento del ejército y los paramilitares en su guerra contra las guerrillas (ELN, M19 y FARC-EP), y que obligó a cientos de campesinos a continuar desplazándose selva adentro hacia el interior de los baldíos que todavía quedaban, lejos de los márgenes del río Cimitarra. De esta manera, en el Magdalena Medio, la colonización, la «recolonización» y el desplazamiento forzado trajeron consigo distintas formas de movilización y organización social: creación de comités de tierras, juntas de acción comunal, cooperativas y asociaciones que, entre otras, permitieron garantizar las condiciones de vida de los campesinos en sus territorios y proteger sus derechos.

Este valle ha mantenido un flujo irregular de entrada y salida de población de orígenes ribereño, sabanero y de ladera lo que ha permitido la consolidación de focos de colonización, veredas, corregimientos y municipios sobre las riberas del río y en el interior de las selvas. De esta manera, la llegada a la región de gente proveniente de los departamentos de Antioquia, Caldas, Huila y Bolívar configuró un proceso de poblamiento contemporáneo marcado por elementos naturales, espaciales y económicos que configuraron la región4. En ese contexto, la vereda Puerto Nuevo Ité se desarrolló como uno de los focos de colonización que surgió del encuentro de campesinos desplazados y colonos en busca de madera y tierra. Allí se fundó, a comienzos de 1980, un proceso organizativo que se extendió sobre el río Cimitarra y que años más tarde dio origen a la ACVC.

Este capítulo busca indagar sobre las condiciones bajo las que se dio el proceso de colonización y la génesis del proceso organizativo y comunitario de la ACVC, así como su relación con procesos políticos y la violencia derivada del avance de los grupos armados en la zona entre 1980 y 2016. El trabajo parte principalmente de los testimonios de los campesinos y campesinas que han estado ligados a la ACVC. Intentan visibilizar elementos internos y externos que han marcado la trayectoria de esta organización, así como la relación de estos acontecimientos en los ámbitos local, regional y nacional.5 De este modo, se evidencian las transformaciones vividas en medio de fenómenos de migración, desplazamiento, colonización, exclusión y violencia contra los campesinos, y los distintos logros, resistencias y propuestas de la asociación en la construcción de su territorio. Asimismo, se pretende identificar cuáles han sido sus intereses, cómo se han gestionado sus demandas ante el Estado, los hechos de violencia que los han afectado colectivamente y las formas de lucha en defensa de sus intereses económicos, políticos, sociales y culturales.

Esta investigación se enmarca en un esfuerzo de reconstrucción de memoria histórica. Por ello, se centra en los recuerdos colectivos como un entretejido de memorias individuales en flujo constante, una evocación volcada al presente de una organización social, cuya visión en conjunto trae interpretaciones sobre el conflicto, proyectos y aprendizajes en un territorio en construcción. La memoria histórica no es un dato, es un proceso de construcción que, en el caso de este capítulo, surge de talleres colectivos, de entrevistas a líderes y de documentos producidos por la propia asociación. De este modo adquieren sentido más de treinta años de historia, un pasado que en el acto de rememorar/olvidar fue cobrando significado en su enlace con el presente y de cara al futuro, proceso subjetivo y activo construido socialmente, en diálogo e interacción.

En esta reconstrucción, múltiples experiencias dan cuenta del proceso organizativo y comunitario de la ACVC. Sin embargo, debido a las características que adquirió el conflicto armado, sus protagonistas recuerdan con vehemencia las acciones violentas por parte de los diversos actores armados (entre 1980 y 2016) en contra de las comunidades, de sus líderes y de los proyectos comunitarios. El impacto de los operativos militares, los bloqueos alimentarios, la destrucción de asentamientos, los bombardeos, las ejecuciones extrajudiciales, la persecución y los asesinatos de líderes están presentes recurrentemente en los testimonios de los protagonistas de esta historia (ver capítulo 2). Asimismo, las conquistas y aprendizajes a partir de los cuales se configuran las expectativas que a futuro tienen los miembros de la asociación, principalmente con los recientes diálogos de paz adelantados entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC-EP y la implementación de los acuerdos firmados. En este sentido, vale la pena aclarar que los talleres con las comunidades se hicieron en un momento en que los diálogos entre el Gobierno nacional y las FARC-EP situaban en el centro del debate a las víctimas. Verdad, justicia, reparación y no repetición fueron las palabras más apropiadas por los movimientos sociales de la región, recurrentemente mencionados en los diferentes encuentros organizados en las salidas de campo.

Por lo anterior, aquí se narra con la voz de los campesinos una historia cargada de resistencia y de ganas de vivir. Los protagonistas evocaron el pasado de forma oral en medio de encuentros, ejercicios de memorias, entrevistas individuales y colectivas desarrolladas en los municipios de Remedios, San Pablo, Cantagallo, Yondó y Barrancabermeja, durante el segundo semestre del 2017 y el primero del 2018. En medio de una guerra que se ensaña con las personas más débiles y donde el Estado sobresale por su ausencia, las narraciones se escriben con las voces de sus protagonistas. Experiencias que en muchas ocasiones nos fueron trasmitidas en múltiples encuentros en las cabeceras municipales, pero también recorriendo las veredas, los caminos y los ríos que surcan este paisaje que todavía se muestra exuberante, a pesar de la tala indiscriminada. Un ejercicio de etnografía e historia oral contrastado con la bibliografía existente sobre la región y con el periódico virtual Prensa Rural, un medio de comunicación alternativo impulsado por la misma organización campesina (ver capítulo 3).

El capítulo se centra en los antecedentes del proceso social de la ACVC durante el periodo 1980-1995. Bajo esa óptica se reconocen las características, atributos y percepciones sobre el valle geográfico del río Cimitarra, el poblamiento, los focos de colonización y la recolonización de las tierras baldías. Así se describen las primeras experiencias organizativas en el territorio: comités de tierras, juntas de acción comunal y la cooperativa; también se hace una aproximación a las vías de participación política que los campesinos utilizaron para elevar sus demandas en los ámbitos municipal, regional, nacional e internacional. De manera transversal también se abordan las percepciones sociales en torno a los grupos armados en el territorio donde la asociación tenía algún tipo de injerencia o influencia; Fuerzas Militares, guerrillas y paramilitares se comportaron de manera diferente con los campesinos, avanzando sobre el territorio de manera simultánea con múltiples consecuencias. El texto finaliza ubicando las acciones colectivas que la asociación realizó después de 1998 en torno a los derechos humanos y la defensa del territorio. Con ello aparecen los logros y desafíos que han surgido del trabajo de la ACVC y sus aportes a una región golpeada por el conflicto armado.

Entre la marcha y el éxodo

La creación de la ACVC se dio entre 1996 y 1998, en medio de dos grandes movilizaciones de carácter regional: la marcha de los parques (1996) y el éxodo campesino (1998). En ambas, juntas de acción comunal rurales y urbanas, comunidades campesinas, mineras, pescadoras y cocaleras de los municipios de Yondó, Remedios (Antioquia) y Cantagallo (sur de Bolívar) marcharon hacia Barrancabermeja. Esta gama de actores sociales en ámbitos local y regional buscaba soluciones y el cumplimiento de acuerdos sobre las necesidades veredales de infraestructura, salud y educación en toda la región, que ya habían sido firmados con el Gobierno nacional. Además, formulaban nuevas demandas respecto a los derechos humanos, las políticas agrarias, las condiciones de vida y el control de grupos armados.6

La marcha de los parques reunió aproximadamente a tres mil campesinos y surgió en respuesta al Decreto 1956 de 1995, «Compromiso de Colombia frente al problema de las drogas», con el cual el gobierno del presidente Ernesto Samper tomó medidas coercitivas que se hicieron sentir en las zonas con cultivos de coca, al afectar la agricultura familiar y la comercialización con fines lícitos de mercancías como el cemento y los combustibles. La marcha, además, fue una reacción a la definición de los municipios de Remedios y Segovia como zonas especiales de orden público7 y al incumplimiento de los acuerdos firmados con anterioridad. Por último, la marcha hizo evidentes las preocupaciones por la expansión de las «Convivir»8 y la intensificación de las acciones violentas de los paramilitares y el ejército contra la guerrilla y la población civil en sus territorios. En esta ocasión los campesinos se reunieron con una comisión de la Presidencia de la República y representantes de las alcaldías de Barrancabermeja, Yondó y Cantagallo, y se crearon cinco áreas de trabajos: orden público y derechos humanos; infraestructura; inversión social; desarrollo agropecuario, y división administrativa. Esta dinámica de trabajo fue la base para llegar a un acuerdo que fue firmado en el Parque Infantil de Barrancabermeja, el 28 de octubre de 1996 (Páez, 2016; Pedraza, A. Entrevista 26 con líder de la ACVC. 25 de febrero, 2018).

Dos años después, entre julio y octubre de 1998, se efectuó el éxodo campesino a Barrancabermeja. Esta movilización se dio ante el incumplimiento por parte del Gobierno de los acuerdos firmados en 1996, especialmente en relación con la violación de los derechos humanos, ya que el conflicto se había intensificado en las zonas rurales de Yondó, Remedios y Cantagallo, y se había extendido a las comunidades campesinas de San Pablo, Santa Rosa del Sur y Simití. El éxodo permaneció durante el cambio de gobierno de Ernesto Samper Pizano (1994-1998) al de Andrés Pastrana Arango (1998-2002). Este último, ante la fuerza de la movilización campesina, se hizo presente para la firma de los acuerdos en Barrancabermeja el 4 de octubre de 1998: un acto que será recordado como la primera vez en la historia de la región del Magdalena Medio que un presidente de la República firma directamente un acuerdo con los campesinos (León, D. Entrevista 20 con líder de la ACVC. 25 de febrero, 2017).

Retrospectivamente, estos acontecimientos fueron claves para la génesis de la ACVC, porque evidenciaron, al igual que en otras movilizaciones en distintas partes del país9, la falta de políticas y programas que atendieran en el largo plazo las necesidades básicas de la población rural en las zonas de colonización. Las marchas además ponían en evidencia las acciones violentas contra los campesinos realizadas por los paramilitares; entre ellas, la quema por segunda vez de la sede de la Cooperativa de Pequeños y Medianos Agricultores de Antioquia (Coopemantioquia), en el caserío Puerto Nuevo, a orillas del río Ité (1986-1996); la masacre paramilitar en Barrancabermeja, en mayo de 199810, y la estigmatización de los campesinos por parte de sectores castrenses señalándolos como «guerrilleros» o «auxiliadores de la guerrilla». Por último, las marchas dieron cuenta de los impactos de la política de fumigaciones sobre los territorios campesinos, el acceso y gestión de los bienes comunes: agua, suelo, bosques y biodiversidad.

Esta estrategia militar ejerció una fuerte presión sobre los campesinos y campesinas del valle del río Cimitarra, quienes recurrieron a diferentes estrategias para protegerse del conflicto armado y elaborar proyectos que contribuyeran al fortalecimiento del territorio y la economía campesina. Por ello, los campesinos se organizaron en juntas de acción comunal desde donde lideraron y organizaron la movilización de las dos marchas y la creación de una organización de segundo nivel que denominaron Asociación Campesina del valle del río Cimitarra. Es así como, en medio de las movilizaciones, realizaron un fuerte trabajo de base, trazaron un plan de acción con énfasis en la formación y amparo de los derechos humanos11, y formularon además una propuesta, siguiendo la Ley 164 de 1994, de una zona de reserva campesina. Por cierto, para la memoria de los campesinos que hacen parte de la asociación, las movilizaciones campesinas de 1996 y 1998 no pueden entenderse desligadas de otras movilizaciones y acciones colectivas. En esa perspectiva, están presentes otras coyunturas de orden regional y nacional que jugaron un papel fundamental en la formación de líderes y la creación de una organización que acogiera y dirigiera el interés colectivo de las juntas. Así lo recuerdan sus dirigentes:

… es importante echarnos un poquito para atrás ¿no?, en 1985 fue cuando se consolida el proceso de Belisario Betancur de la UP. Ya ahí pues hay líderes que hoy hacen parte de la ACVC haciendo un papel importante. Está lo de la marcha que hubo en Cartagena, que acá desde el sur de Bolívar fue en 1984, la toma de Cartagena. De ahí parte mucho lo del tema organizativo: que es importante organizarnos acá en las veredas para seguirle saliendo al Gobierno nacional, y por eso de ahí nacen entonces unos acuerdos con el Gobierno nacional que son incumplidos, y entonces se siguen programando movilizaciones de personas del Magdalena Medio, que termina esa fase en 1996, cuando las grandes movilizaciones, y entonces se decide buscar una organización interlocutora entre el Gobierno nacional y las comunidades, y de ahí es donde se decide que entonces se crea la ACVC (GPAD, Taller colectivo1, sur de Bolívar, ACVC, 2017).

La ACVC se constituyó, en ese momento, en una de las organizaciones campesinas de la región cuya territorialidad se fue extendiendo de norte a sur por el valle del río Cimitarra. En ese sentido, la realización de las dos movilizaciones antes mencionadas (1996-1998) y la creación de la asociación fueron parte de los desafíos que los campesinos venían encarando desde finales de la década de los setenta, como una forma de ejercer la demanda de derechos sociales, cívicos, políticos y económicos, así como de reafirmar su condición de actor dentro de la ley y la lucha por sus derechos campesinos.

Río abajo y río arriba

Las tierras baldías en el valle del río Cimitarra fueron refugio y alternativa para muchos campesinos que migraron de antiguas zonas de poblamiento, en un proceso que empieza en 1950 y se fue intensificando en las tres últimas décadas del siglo XX. Esto se tradujo en la formación de diferentes focos de colonización campesina donde se reunieron conocidos y desconocidos sustentados en los recursos naturales, los conocimientos y la herencia cultural de sus lugares de origen. Con ello, boyacenses, tolimenses, santandereanos, antioqueños, chocoanos y caribeños, entre otros, llegaron para quedarse y, aún en medio de condiciones difíciles, se aferraron a una tierra con un gran potencial de producción, rica en madera y agua.

El valle del río Cimitarra es una región que se circunscribe a la influencia de las más diversas problemáticas propias del Magdalena Medio relacionadas con la represión a la protesta social y las luchas de los múltiples movimientos sociales que allí confluyen, donde el circuito Yondó, Cantagallo, San Pablo, Remedios y Segovia es epicentro de disputa permanente por parte de los actores armados ilegales, ante la ausencia del Estado. En efecto, la región del Magdalena Medio es uno de los espacios geográficos y sociales del territorio colombiano donde convergen el conflicto armado y otros procesos históricos que le son afines, se trata de una región determinada también por el conflicto agrario y su violenta intensidad en las zonas de colonización, desplazamiento y recolonización. Aunque no sea oficialmente una unidad territorial político-administrativa, esta región12 comprende a los municipios ribereños del río Magdalena, desde La Dorada (Caldas) y Puerto Salgar (Cundinamarca) al sur; hasta Gamarra al norte, en el departamento del Cesar (Alonso, 1992). Vale la pena reiterar que este espacio histórico-cultural se definió al margen del Estado por quienes intentaron controlar sus recursos naturales, y que es vista por el Estado como un espacio de otredad, periférico, marginal y de frontera (Alonso, 1992).

Ahora bien, en la memoria colectiva de los campesinos el Magdalena Medio ha quedado marcado por la coexistencia de diversos actores, desde empresas petroleras, madereras, ganaderos y palmeros, hasta trabajadores dedicados a la actividad minera o migrantes temporales o definitivos relacionados con los cultivos de coca. Esto ha generado flujos de entrada y salida de gentes, creación de circuitos comerciales y vías de acceso a la zona. Así, las tierras de colonización se convirtieron en foco de disputa por la tierra y de tensiones sociales, políticas y económicas presentes en todos los actores de la región. Uno de los campesinos retrata esta situación al referirse a la dinámica de las empresas petroleras y la explotación de madera:

… lo que yo quiero contarle es que en ese entonces había dificultades: no había vías, no entraba sino un ramal de carretera que había hecho la Shell-Cóndor, que fue la empresa que vino a explorar petróleo en lo que hoy es el territorio de Yondó [...] entonces esa disputa era como una disputa también territorial [...] pero cuando ya nosotros empezamos la creación del municipio de Yondó (1979), ahí ya los intereses eran por el hidrocarburo; entonces de Ecopetrol empiezan a traer concesionarias, a seguir explorando petróleo, pero en la colonización estábamos por el interés de las maderas y el aporte que hacíamos era la agricultura, con el arroz, pero entonces ahí ya empezó a trabajase sobre la pequeña ganadería (León, D. Entrevista 4 con líder de la ACVC. 5 de septiembre, 2017).

Entre los árboles de mayor renombre y más buscados para la madera figuraban el abarco, guayacán, ceiba amarilla, ceiba tolúa, canelo, caracolí y perillo, entre otros. Algunas de estas especies nativas fueron explotadas para obras de infraestructura en el ámbito nacional o llevadas rumbo a los puertos del Caribe y comercializadas para diversos usos:

Mi primo había llegado aquí a este territorio; venía del Carare más bien como detrás de las maderas. Él trabajaba con madera; cortando madera, cuando eso el aserrío era el serrucho; una pareja cortaba los árboles, los entablaban y los volvían bloques a puro serrucho, no había motosierra. Al primo lo habilitaba un señor Fermín, no recuerdo el apellido del señor en ese entonces, ¿ese señor qué hacía? Tenía un negocio de contratar muchas parejas de aserradores, aparte de lo que cortaban a serrucho en el Carare tenía una contrata de polines para el ferrocarril, que eso sí los trozaban y los labraban era a pura hacha; pero, más que todo, cuando el primo mío vino aquí a esta tierra fue con la misión de venir a cortar abarco, coco abarco, que es una madera muy especial que aquí ya está extinguida. Tiempo después apareció una empresa que venía de Barranquilla, y sacaban la madera, porque ya se usaban las motosierras y las usaban para tumbar el árbol y descogollarlo, después lo tiraban al río [...] río abajo lo llevaban a Barranquilla, y allá con una máquina los soltaban y los limpiaban y los echaban pa´ otro país (León, D. Entrevista 4 con líder de la ACVC. 5 de septiembre, 2017).

Para ese entonces, algunos colonos llegaban río abajo o río arriba, otros por las carreteras y trochas construidas por las empresas petroleras o siguiendo a los mineros y aserradores; o viceversa, los mineros y aserradores siguiendo a los colonos. Algunos mineros en busca de oro descendían de Remedios y lograban cruzar hasta Yondó, Barrancabermeja y San Pablo. Los aserradores compraban madera; con ello, los colonos podían «hacer una finquita», o lo que llaman «un fundo». Este poblamiento tuvo como soporte una gran biodiversidad de flora, fauna y gran cantidad de ciénegas y afluentes fluviales, un paisaje hídrico que le da a sus pobladores una identidad ribereña:

… en la propia selva entonces teníamos la guagua, los cafuches, los micos, el pescado en los caños, ¡muy rico el pescado! [...] el guti, el conejo, el ñeque que llamamos y las aves, el pajuil, la pava, la gallineta [...] Había mucha abundancia, por carne no se sufría. Usted tenía su anzuelo e iba y lo tiraba y venga pa acá: usted en media hora se cogía 10 doradas, doncellas, blanquillos, ¿pa qué más? [...] cuando eso había mucho pescado en el río, ahorita no hay tanto por la minería, un almuerzo era arroz, yuca, plátano cocinado y pescado o carne de monte [...] siempre la comida gracias a Dios nunca nos ha faltado (León, D. Entrevista 1 con lideresa de la ACVC. 25 de agosto, 2017).

Los ríos Ité y Tamar, que desembocan en el río Cimitarra e integran la cuenca media del río Magdalena, han sido fundamentales en la construcción del territorio campesino. En sus cuencas, además de los paisajes, geoformas, coberturas y la gran biodiversidad, se han formado comunidades campesinas cuyos modos de vida y visión sobre el territorio han cambiado al ritmo de las dinámicas de aprovechamiento de los ecosistemas y de las relaciones con otros actores. En contraste con la explotación petrolera, la extracción ilegal de oro y el cercado y apropiación de los espacios del agua por parte de ganaderos y palmeros, los colonos han construido una identidad campesina en estrecha relación con uno de los pocos reductos ecosistémicos que quedan en la región.


Figura 1.1. Mapa del valle del río Cimitarra. Tomado de Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y Asociación Campesina del valle del río Cimitarra (2014).

Precisamente el contacto de los colonos con los baldíos permitió identificar tres zonas de producción: sectores fértiles, semifértiles y estériles. En las partes más fértiles, quienes sabían sembrar frijol, maíz y plátano conseguían tener animales de cría como gallinas y cerdos. En las partes semifértiles, que se inundaban entre abril-mayo y agosto-noviembre, se implementó el cultivo de arroz. Finalmente, en las zonas con poco material orgánico abundaban los cultivos de yuca o pequeños descubiertos para la cría de ganado. Asimismo, a lo largo del río, al lado de los cultivos de plátano y yuca estaban los tejedores de atarrayas y pescadores. De esta forma, se fueron integrando distintas costumbres entre los agricultores: unos sabían pescar y salar el pescado, otros preparaban mazamorra y conservaban la grasa de los cerdos o «entrojaban» (guardaban) el arroz, tal como lo explicó uno de los colonos:

Cuando nosotros llegamos a la ciénaga el potencial era pescado. Nosotros [...] los antioqueños no sabemos mucho, de pronto pescar por ahí con anzuelo y allá tocaba era con canoas y atarrayas. Pues nos demoramos mucho tiempo para nosotros empezar a disfrutar de eso también, porque no teníamos ni camino pa llegar a la ciénaga. A nosotros nos tocó fue empezar de ceros. Cuando le agregamos a esas dos hectáreas otro pedacito de monte que derribamos pa sembrar arroz, cogimos el arroz y lo guardamos, lo entrojamos en una parte del ranchito donde vivíamos [...] Entonces se optó por cultivar arroz y todo mundo nos dedicamos a eso: en todas las finquitas se cultivaba arroz, yo conocí en la tierra de los Medinas que en una sola cosecha se cultivaron 250 cargas de arroz, entre varios socios, porque también la siembra era artesanal, a barretón y cogerlo a mano, lo que se llama raspao, quizás cuando ya entraron a cultivar arroz grande en las partes de la costa y en la parte del Tolima se cayó la producción de arroz artesanal aquí en esta región, entonces ya no se pudo cultivar más (León, D. Entrevista 4 con líder de la ACVC. 5 de septiembre, 2017).

Otra de las huellas profundas dejadas por el territorio en la memoria de los colonos está vinculada con las enfermedades tropicales. La salud y la enfermedad estuvieron estrechamente relacionadas con las incursiones en nuevas áreas de colonización, pues aumentaban los accidentes y riesgos de contraer enfermedades. Las endemias, como paludismo, fiebre amarilla y hepatitis, se sumaban a las mordeduras de serpientes como la patoquilla o patoco, la coral negra, blanca, amarilla, la veinticuatro, la boga, la mapaná o mata gota, el verrugo y la talla xx. Para hacerle frente a estos problemas de salubridad, los colonos manejaban una amplia variedad de especies nativas de flora y fauna para contrarrestar los efectos mortales de las afectaciones que experimentaban. De estas plantas se destacan las siguientes: guaco, escubilla, mataandrea, caña, limón criollo, valdivia, raíz de limón, la fruta del cedro, la cascara de quina, el caldo de mico, la hiel de guagua, doncella y dorada.

Si bien es cierto que el territorio del que venimos hablando posee una gran riqueza humana y de recursos naturales, no es menos cierto que los procesos económicos capitalistas, sus ciclos y enclaves han estado estrechamente relacionados con la deforestación de los bosques, ocupación de humedales y ciénagas, contaminación de las aguas, desarrollo de sistemas agrícolas intensivos y pérdida de la biodiversidad. Sin embargo, el territorio campesino del valle del río Cimitarra está definido no solamente por las zonas descubiertas en el largo proceso de colonización, sino también con las zonas que no han sido colonizadas ni ocupadas13.

Esta doble condición es una de las particularidades que distinguen el valle del río Cimitarra y que desde las memorias de los campesinos se hace evidente su dimensión geográfica, biodiversidad, prácticas de uso de la tierra y riquezas naturales:

Para mí, el valle del río Cimitarra significa un territorio amplio, lógico, de vida, de vida para muchos años, o sea muchos años, y de vida porque es que el valle del río Cimitarra tiene muchos elementos de vida, como el agua, o sea las partes hídricas, todavía tenemos riquezas naturales como las mismas montañas, ¿cierto? En este caso bosques, porque es que a veces uno habla de montañas y entonces algunos entienden que es una cordillera altísima por allá con rocas y eso. No, hablamos de bosques, de quebradas, y esto significa un centro, un territorio para vivir en un futuro no lejano, porque ya estamos trabajando sobre ello, que el pueblo y las comunidades vivamos una vida digna (León, D. Entrevista 19 con líder de la ACVC. 24 de febrero, 2018).

En conclusión, las tierras baldías en el valle del río Cimitarra fueron refugio y alternativa para muchos campesinos que migraron de antiguas zonas de poblamiento, a mediados del siglo xx, y se fue intensificando hasta comienzos de los años ochenta. Esto se tradujo en la formación de diferentes focos de colonización campesina, donde se reunieron conocidos y desconocidos, para «tumbar monte» y volver cultivables las tierras; inicialmente sobrevivieron con los recursos naturales de la región (pescado) y sembrando plátano y yuca, para después ir recreando los conocimientos agrícolas y la herencia cultural de sus lugares de origen y poco a poco crear una economía campesina que contribuyó al desarrollo de la región. Así, boyacenses, tolimenses, santandereanos, antioqueños, chocoanos y caribeños, entre otras colonias, llegaron para quedarse y, aun en medio de condiciones extremamente difíciles, aferrarse a una tierra con un gran potencial de producción, rica en madera, agua y pescado, con la cual se identifican y defienden.

La recolonización: perdimos y aprendimos

Aunque el proceso de colonización no se dio al mismo tiempo y en los mismos espacios geográficos, los agricultores recuerdan que la migración y desplazamiento en toda la región fueron en gran medida por motivos políticos y económicos. Una buena parte de los colonos llegó en búsqueda de tierra y mejores condiciones de vida, o bien escapando de la expansión del latifundio, los proyectos de infraestructura y la violencia, aspecto que ha marcado la vida de los colonos. Hombres y mujeres llegaron con fuerza de trabajo para «tumbar montaña» y sembrar, pero sin perder los vínculos culturales con sus lugares de procedencia y labores, lo que, unido a la rápida adaptación a los nuevos lugares, les permitió apropiarse del paisaje y construir poco a poco una identidad con el territorio, en medio de las adversidades y el conflicto.

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