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2. DEFINICIONES

El tratamiento de esta noción impone algunas precauciones particulares en la medida en que la introducción del concepto de “valencia” debería conducir a una revisión de la noción de paradigma, por el hecho de que el paradigma es una estructura que acoge los valores, en el sentido saussuriano. Para nosotros, la valencia contribuye en una medida que queda por establecer, a la significación del paradigma mismo: cada paradigma presupone, en efecto, valencias. Añadamos que el tratamiento de la valencia exige que la versión “danesa” del estructuralismo tome en nuestra mente la delantera con relación a la versión “de Praga”, puesto que el estructuralismo “danés” interviene definitivamente antes de las nociones mejor aceptadas, asumiendo el riesgo de explicitar sus presupuestos constitutivos.

2.1 Definiciones paradigmáticas

Numerosos son los elementos que indican que la noción de paradigma, en la que tanto la lingüística como la semiótica se siguen apoyando, presenta el defecto, por el que se llega a una auténtica obstrucción epistemológica, de colocar la relación paradigmática como el punto de partida de la organización de una categoría, siendo así que no es más que el resultado.

Con excepción de la obra de V. Brøndal, sobre la que volveremos más adelante, la mayor parte de las teorías se contentan con una solución de continuidad entre paradigma y definición. ¿De qué se trata, en efecto? Una magnitud semiótica se presenta como una “pasarela” entre dos niveles de articulación: dicha magnitud está comprendida en un paradigma, más o menos numeroso, más o menos estabilizado, y por otro lado, comprende su definición, es decir, según la enseñanza de los Prolegómenos2, su división, sus articulaciones internas.

El signo, necesariamente, hace que se comunique el paradigma al que pertenece con su propia definición: el problema reside en la manera como asegura esa comunicación.

La captación paradigmática de la valencia tiene por objeto restablecer o precisar el lazo que existe entre la definición y el paradigma. En otros términos, se trata de intentar comprender cómo es que, premunida de su definición, una magnitud semiótica, intrínsecamente compleja, puede insertarse en un inventario reglado de oposiciones. Todas las definiciones son “verdaderas”, en la medida en que se apoyan en una división, y “falsas”, ya que los objetos más corrientes conocen fluctuaciones definicionales sorprendentes. Y es así como para el Littré, el perro es un “cuadrúpedo doméstico, el más apegado al hombre, que guarda su casa y sus rebaños y le ayuda en las labores de caza”, mientras que para el Micro-Robert, es un “mamífero doméstico del que existen numerosas razas domesticadas para cumplir determinadas funciones cerca del hombre”.

Lo menos que se puede decir es que el “retrato” del informador, el perro, es correlativo a la posición y a los intereses del observador, el redactor del artículo del diccionario. Todas las definiciones practican una división, instalan una desigualdad y un conflicto entre dos direcciones; cada una de esas direcciones produce por sí misma un efecto de perspectiva. En el caso del perro, ese conflicto pone en presencia:

• De una parte, una elección clasemática entre “cuadrúpedo” y “mamífero”, que no puede ser considerada como una oposición, puesto que uno engloba al otro, sino más bien como una variación en la profundidad jerárquica del género y de las especies: “cuadrúpedo” acerca, puesto que ese clasema toma en cuenta la apariencia visible del perro, mientras que “mamífero” aleja, ya que el hombre y la ballena son también mamíferos. Según la profundidad clasemática, “cuadrúpedo” tendría una débil profundidad y “mamífero”, una profundidad más importante.

• De otra parte un gradiente tímico según el cual la afectividad investida sería fuerte (tónica) cuando las funciones domésticas se ponen en primer plano, y débil (átona) cuando se relegan a un segundo plano.

La correlación en la que se apoyan las dos definiciones que hemos escogido, asocia el clasema próximo “cuadrúpedo” a un efecto tímico fuerte, y el clasema alejado (“mamífero”) a un efecto tímico débil. El Littré da testimonio de la primera correlación, el Micro-Robert, de la segunda. Pero las dos definiciones dependen del mismo sistema de valencias, aunque les atribuyen diferente ponderación. Esas valencias podrían ser caracterizadas como una correlación entre los gradientes respectivos de la profundidad clasemática y de la tonicidad tímica.

Se imponen desde ahora algunas precisiones teóricas y terminológicas. Tratamos de articular aquí una semántica de lo continuo, que pueda desembocar en una semiótica de lo continuo, y que sea susceptible de responder por la aparición de lo discontinuo*. En el plano de la expresión, las magnitudes continuas corresponden a lo que Hjelmslev llama los exponentes (acentos y entonación), que pertenecen al orden de la intensidad y de la cantidad, en la medida en que el acento y la entonación pueden afectar tanto la altura y la longitud de los fenómenos (su cantidad o su extensión) como la energía articulatoria (su intensidad).

En nombre del isomorfismo entre la expresión y el contenido, creemos que tenemos que ver, en el caso de las valencias, con gradientes de intensidad (por ejemplo, el gradiente de intensidad afectiva) y con gradientes de extensidad (por ejemplo, el gradiente de la “funcionalidad”, el de los roles domésticos del perro, o el de la jerarquía de los géneros y las especies). La intensidad y la extensidad son los funtivos de una función que podríamos identificar como la tonicidad (tónico/átono): la intensidad, en virtud de la “energía” que hace que la percepción sea más o menos viva; la extensidad, gracias a las “morfologías cuantitativas” del mundo sensible, que guían o limitan el flujo de atención del sujeto de la percepción.

En el espacio tensivo que constituye su dominio de elección, esos gradientes son puestos en perspectiva por la mira y por la captación de un sujeto perceptivo. Dicha orientación de los gradientes en relación con un centro deíctico y con un observador, los convierte en profundidades semánticas. Se trata, claro está, de profundidades que articulan un espacio mental más o menos abstracto, el espacio epistemológico de la categorización, isomorfo con el de la percepción y directamente derivado de él: la profundidad semántica obedece, en efecto, a la misma definición que la profundidad figurativa; solo cambia el grado de abstracción.

Cuando dos profundidades se recortan para engendrar un valor, las llamaremos valencias en la medida en que su asociación, y la tensión que emana de ellas, se convierte en la condición de emergencia del valor. El término gradiente designa el modo continuo de las magnitudes consideradas. El término profundidad indica la orientación en la perspectiva de un observador (que “pone en la mira” o que “capta”).

El término valencia designa una profundidad correlacionada con otra profundidad. Cuando hablamos de la valencia clasemática “mamífero”, hablamos de (i) su pertenencia a una profundidad clasemática, por una parte, y (ii) del hecho de que esa profundidad está correlacionada con otra profundidad, aquella de lo tímico.

Globalmente, las valencias adquieren su definición por su participación en una correlación de gradientes, orientados en función de su tonicidad sensible/perceptible. Es decir, que un observador sensible está instalado en el corazón mismo de la categorización, como lugar de las correlaciones entre gradientes semánticos.

En otros términos, la “caja negra” de la semiótica de las pasiones, a saber, el cuerpo propio del sujeto sintiente, encuentra aquí una definición oblicua inesperada: el cuerpo propio es el lugar en el que se crean y se sienten al mismo tiempo las correlaciones entre valencias perceptivas (intensidad/extensidad).

La correlación que sustenta la definición de perro puede ser presentada en forma de diagrama:

Y en forma de red:


Donde el “perro” del Littré ocupa las casillas afectuoso + cuadrúpedo, mientras que el “perro” del Robert ocupa las casillas mamífero + funcional

El análisis de un valor requiere, por consiguiente, (i) dos gradientes al menos, que, en la medida en que están orientados, funcionan como “profundidades” para el sujeto de enunciación, y (ii) una variación en cada una de esas “profundidades”, que se puede identificar con una variación de intensidad o de extensidad, o mejor, para mantener el isomorfismo entre la expresión y el contenido, con una variación de tonicidad. Cada gradiente incluirá una zona fuerte, o tónica, y una zona débil, o átona. En la medida en que las valencias son graduales y pertenecen al orden de la tonicidad, su correlación es, por definición, tensiva.

Este análisis sumario del valor del objeto muestra cómo se podría enfrentar la tarea de medir las variaciones graduales. El valor constituye la función que asocia las dos valencias, y esas dos valencias (esos gradientes orientados y correlacionados) son los funtivos del valor. La valencia es susceptible de dos análisis: de un lado, es una orientación gradual en un conjunto de magnitudes tónicas o átonas; de otro, la valencia varía bajo el control de otra valencia, en relación con la cual es percibida como asociada o dependiente.

La noción de valencia aporta un correctivo apreciable a la concepción semiótica del valor en la medida en que esta tiene que responder hoy en día a las cuestiones que plantea la semántica del prototipo: en la constitución de una categoría, ¿qué papel juegan lo gradual y lo discreto? ¿Cómo se combinan, en la definición de cada unidad, los rasgos distintivos isótopos y los rasgos de posición jerárquica (hiponimia e hiperonimia)? ¿De qué manera intervienen la diferencia y la dependencia? ¿Cuál es, finalmente, el rol del observador al poner en perspectiva esos rasgos?

Nuestra aproximación es aún muy sumaria para poder ofrecer respuestas satisfactorias a todas esas preguntas. Pero este primer esbozo muestra bien a las claras que antes del cuadrado semiótico, es decir, antes de la categoría estabilizada y discretizada, las valencias y sus correlaciones diseñan el espacio teórico en el que deberían adquirir forma las respuestas esperadas:

• La cuestión de la frontera de las categorías es reformulada aquí en términos de extensidad, pues los gradientes de la extensión son susceptibles de aceptar umbrales, determinados con mayor o menor fuerza.

• La cuestión de la posición jerárquica del prototipo de una categoría corresponde aquí a la profundidad denominada “clasemática”.

• La relación entre los rasgos distintivos, la posición jerárquica y las propiedades que varían en continuidad, es tratada como una función hjelmsleviana: los rasgos distintivos del valor corresponden a la función, y las variaciones extensivas e intensivas de la tonicidad corresponden a los funtivos (las valencias).

• La inscripción del sujeto observador en la organización de la categoría y en la selección de su prototipo, es considerada de pronto como el resultado de las propiedades perceptivas de las valencias (propiedades intensivas y extensivas), puesto que su orientación en “profundidad” es para nosotros el efecto de un sujeto perceptivo que les impone su deixis.

Desde otro punto de vista, al examinar la manera cómo los valores adquieren forma y circulan en los discursos, y también en las macrosemióticas que constituyen las culturas, se da uno cuenta de que la polarización axiológica de las categorías semánticas no es la única propiedad requerida. Además, el carácter atractivo o repulsivo de los objetos y de las funciones no depende únicamente del contenido semántico que está investido en ellos: los universos axiológicos tienen que obedecer previamente a ciertas condiciones de extensidad y de intensidad, de tal suerte que la conjugación de las valencias intensivas y extensivas logren modular el flujo de los intercambios y especialmente su tempo.

Se trata ahora de precisar el lazo existente entre “definición” y “paradigma”.

Reduciendo por comodidad el paradigma a un par de términos, examinaremos la definición de “gato” propuesta por el Micro-Robert: “Pequeño mamífero familiar, de piel suave, de ojos oblongos y brillantes, de orejas triangulares, que araña”.

Dejemos de lado la indicación pequeño, que afecta aquí a la profundidad clasemática, para centrarnos en el gradiente tímico, que se proyecta en profundidad propiamente afectiva y en profundidad funcional, y hasta utilitaria: el “perro” no es más que “doméstico” y los servicios que presta son numerosos y variados, mientras que el “gato” asciende de “doméstico” a “familiar”, pero no “sirve” para nada (para el Furetière, el “gato” conserva una valencia funcional como la de “cazar ratones”).

Las correlaciones se pueden observar en el siguiente diagrama:


La valencia fuerte del “gato” en el eje de la profundidad afectiva está controlada por la percepción visual y táctil. Habría que mencionar también, para ser exhaustivos, una dimensión estética y una dimensión fiduciaria, contenida en la oración relativa que araña, correlacionada sin duda con la precedente, que dan a entender que cuanto más atractivo, seductor es el gato, más hay que desconfiar de él.

La existencia de un lazo paradigmático entre dos magnitudes de la lengua presupone que ambas participan de las mismas valencias. El paradigma declina, a través de los valores que acoge, las valencias subyacentes que la definición asocia, de suerte que, entre las unidades constitutivas de un paradigma, encontramos las correlaciones que definen cada unidad, considerada aisladamente en su definición: por ejemplo, si la correlación entre la valencia “tímica” y la valencia “funcional” es pertinente para las definiciones respectivas de “gato” y de “perro”, debe serlo igualmente para la construcción del paradigma al que ambos pertenecen, y debe hallarse en la base misma de la oposición distintiva que los articula en paradigma.

En relación con el análisis sémico tradicional, dos diferencias saltan a la vista: (i) el valor pone en marcha dos valencias ligadas entre sí por una función, de suerte que las valencias, por definición, corren siempre “en pares”; en su propio nivel de pertinencias, lo que hace sentido es su correlación; una valencia no podría surgir sin la aparición de su contravalencia, pues la tensión entre las valencias es, de hecho, constitutiva de los metatérminos de la estructura elemental; (ii) en segundo lugar, los rasgos sémicos, por depender de la interacción tensiva de las valencias, no son solamente rasgos de contenido enumerables, sino valencias ligadas.

Esta última propiedad concierne directamente a la estructura de los sememas y de las configuraciones semánticas: la semiótica entera está construida, en cierta manera, sobre la idea de que el semema no puede ser un simple conglomerado (aditivo, acumulativo) de rasgos distintivos. El recorrido generativo, que se basa en una distribución jerárquica, es una de las respuestas posibles a esa dificultad. Pero desde un punto de vista inmediatamente operativo, cuando el análisis concreto ha destacado por conmutación y segmentación cierto número de semas, su distribución en los diferentes niveles del recorrido, en función de su grado de abstracción o de su densidad figurativa, el recorrido generativo no constituye una respuesta satisfactoria a la cuestión de los lazos de dependencia específica que producen tal efecto de sentido particular en discurso, tal semema actualizado (como sucede en nuestro caso con la dependencia inversa entre la funcionalidad doméstica del “perro” y del “gato” y la afectividad investida en cada uno de ellos). La teoría de las valencias, en cambio, podría precisar la naturaleza de esos lazos gracias a las correlaciones de gradientes que propone, e incluso podría permitir preverlos en base a las dimensiones generales de la intensidad y de la extensidad.

2.2 Definiciones sintagmáticas
2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

Al tratar de las definiciones paradigmáticas, hemos hecho mención de una “función”, sin mayores precisiones. Para tratar de la sintagmatización de las valencias, es indispensable oponer ahora la “función” a sí misma. A falta de precedente sugestivo, tomaremos como guía la distinción más simple posible, a saber, la tensión entre la conjunción, la relación “y…y”, y la disjunción, la relación “o…o”.

En el primer caso, el de la conjunción, las valencias varían en el mismo sentido, es decir, que menos reclama siempre menos; más reclama siempre más. Se trata entonces de una correlación conversa. En el segundo caso, el de la disjunción, las valencias varían en razón inversa la una de la otra; la textualización culmina en los tipos de enunciados siguientes: más reclama menos, menos reclama más. En ese caso, la correlación es inversa. Ambas correlaciones pueden representarse así:


NB. La forma de arco es potencialmente explotable, pero apenas sería pertinente para nuestro propósito: si hubiera que definir un “lugar geométrico” de cada correlación, sería más bien de tipo estadístico, y ocuparía zonas de densidad variables, teniendo como eje de simetría el trazado de los arcos.

La coexistencia de esos dos regímenes funcionales deslinda un espacio de acogida plausible para los dos grandes principios puestos a la luz por la antropología, a saber, el principio de exclusión, que tiene como operador la disjunción, y el principio de participación, cuyo operador es la conjunción. Después de convocar la presuposición recíproca, ¿conviene colocar esos dos regímenes funcionales en el mismo rango? De hecho, da la impresión de que los microuniversos discursivos conjugan esos dos principios, y se contentan con mantener una suerte de modus vivendi. Este asunto exige una breve explicación: en sí misma, la valencia pertenece aún a la sustancia; solo accede a la forma si se convierte en un reto para los dos grandes principios de la exclusión y de la participación. Como ilustración sumaria, examinemos la relación que existe entre ciertas prácticas y la pertenencia sexual de los que las ejercen: el bricolage está reservado a los hombres, de tal suerte que si lo practica una mujer, produce como efecto “virilizarla”. El caso de la cocina es diferente: es una práctica predominantemente femenina, pero se abre también a los hombres, hasta tal punto que la “gran cocina” pasa por ser un asunto de hombres. No obstante, las mujeres que han superado la prueba son admitidas en dicha práctica a título de excepción. Examinando las cosas un poco más de cerca, es fácil darse cuenta de que la “peyoración” y el “mejoramiento” sirven de términos medios entre los dos principios señalados y el juego propio de las valencias. El recurso a la “peyoración” y al “mejoramiento” permite excluir a los participantes y hacer participar a los excluidos, respectivamente. De ese modo, la cocina ordinaria muestra una tendencia a abrirse y a permitir, por mejoramiento, la inclusión de nuevos participantes masculinos (a muchos hombres les gusta cocinar en casa los fines de semana). De modo inverso, en el caso de la “gran cocina”, que excluye en principio a las mujeres, tal exclusión empieza a resquebrajarse por el desempeño exitoso de algunas mujeres que han incursionado en esa práctica. Basta con introducir las categorías vida/muerte, naturaleza/cultura, centrales en antropología, para entrever la motivación del mito en la aproximación de Lévi-Strauss, que consiste en moderar los excesos, correlacionados sin duda, de la participación y de la exclusión. Volveremos sobre este asunto en el estudio consagrado a los valores.

En segundo lugar, esos dos principios ofrecen dos imágenes opuestas de la noción de límite: en cuanto al principio de participación, que funciona por correlación conversa, cada gradiente puede modificar, al parecer indefinidamente, el límite del otro, generando, así, siempre más de más y siempre menos de menos; en cuanto al principio de exclusión, que opera por correlación inversa, el límite ya no está situado en los confines, sino en el equilibrio de las valencias concurrentes. Los ejemplos del “perro” y del “gato” son particularmente ilustrativos a ese respecto, en la medida en que las fronteras de las categorías son las afectadas. En la definición del “perro”, considerada aisladamente, la cantidad de servicios rendidos es proporcional a la carga afectiva invertida, de suerte que esa correlación conversa no puede proporcionar una indicación determinante sobre los límites de la categoría, salvo en el caso de valencias nulas: un “perro” que no sirve para nada, un perro salvaje por ejemplo, ¿puede ser amado, puede incluso ser considerado como “perro”? ¿No se acerca más al lobo? Pero desde el momento en que se consideran en conjunto las valencias correlacionadas de las definiciones respectivas del “perro” y del “gato”, el límite es claro: un “perro” que no sirve para nada y que es excesivamente familiar (un “perro faldero”, por ejemplo), comienza a parecerse al “gato”. La diferencia entre categorías con frontera difusa y categorías con frontera nítida podría acortarse gracias a la distinción entre correlación conversa (régimen participativo) y correlación inversa (régimen exclusivo).

399
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9789972453724
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