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IV

Esquema

1. RECENSIÓN

Para proceder a la recensión de este tema, hay que establecer primero el corpus de los términos emparentados. En primer lugar, el lexema “esquema” puede presentarse de modo absoluto o bien especificado. En el dominio semiolingüístico, el empleo absoluto es propio de Hjelmslev, y funda la distinción entre forma y sustancia, en la cual veía él lo esencial del descubrimiento saussuriano. El empleo absoluto es igualmente mantenido por Greimas a propósito de las estructuras elementales de la significación para designar la relación entre los términos contradictorios del cuadrado semiótico, relación de s1 con no-s1, y de s2 con no-s2, y para recordar que la forma semiótica “está hecha de exclusiones, de presencias y de ausencias”1. Hay que precisar de entrada que Greimas no enlaza esa denominación con la expresión hjelmsleviana —cosa que no deja de hacer cuando la continuidad de conceptos es patente—, pero es claro que, concebida como productora de un “esquema”, la negación se identifica con una operación de selección (tri), cuyo objetivo consiste en delimitar la zona de una categoría: la esquematización tendría, en ese sentido, algo que ver con la “sumación”.

En segundo lugar, el “esquema” se presenta también premunido de un adjetivo, como en el sintagma “esquema narrativo”, en cuyo desarrollo Greimas veía inscrito el “sentido de la vida”. Pero, si se nos permite la expresión, el “esquema narrativo” se ha quedado huérfano: ¿por qué no hablar, por ejemplo, de un “esquema modal”? La modalización forma parte importante de la narratividad, ciertamente, pero puede ser encarada directamente como tal, y considerada como una dimensión autónoma del discurso. En ese caso, ¿no exigiría para su explicación la presencia de un “esquema modal”?

El corpus comprende también los términos de “esquematismo”, que debemos a Kant, y de “esquematización de las categorías”, según J. Petitot, el cual considera esta última como una mediación entre la trascendencia de las categorías y su objetividad fenoménica. Pero más allá del sentido propio, que consistiría en atenerse a la letra kantiana, es decir, el “esquematismo” concebido como mediación entre el concepto y la imgen2, encontramos también un sentido figurado, que propone Cassirer, en Filosofía de las formas simbólicas, ampliando esa noción a la mediación entre lo que se ha dado en llamar lo sensible y lo inteligible.

El lenguaje, con los nombres que asigna a los contenidos y a las relaciones espaciales, posee igualmente un esquema, al que tiene que remitir todas las representaciones intelectuales a fin de que puedan ser captadas y representadas por los setidos3.

Por su cuenta, J. Petitot precisa el estatuto del esquema confrontádolo con el de modelo: a medio camino entre el concepto y la diversidad fenoménica, las estructuras topológicas son esquemas en relación con los conceptos teóricos, puesto que los traducen en un imaginario susceptible de ser desarrollado en ocurrencias, y son a su vez modelos en relación con la diversidad de las ocurrencias que reducen.

La cuestión que se plantea entonces es la siguiente: ¿tal diversidad es realmente reductible? ¿Es posible extraer un núcleo que pueda ser atestiguado en todos los usos que hemos detectado, los cuales serían solo variedades de ese núcleo? Al parecer, la convocación de una esquematización responde a la necesidad de tratar con el máximo rigor una heterogeneidad o una alteridad considerada como constitutiva: entre la forma y la sustancia, para Hjelmslev; entre lo inteligible y lo sensible, para Cassirer; entre la imagen y el concepto, para Kant; entre la estética trascendental y la percepción, para J. Petitot. Quedan los dos usos diferentes del término “esquema” en Greimas: dichos usos, correlacionados, por lo demás, entre sí, no contradicen la anterior propuesta en la medida en que, si bien se colocan en un nivel menor de generalidad, cumplen la misión de cerrar una brecha, puramente semántica en el caso del cuadrado, existencial en el caso del esquema narrativo. Todo ocurre como si, en los diversos autores, el esquema solo debiera su posición de mediador a esa brecha entre la intensidad y la concentración conceptual y categorial, de una parte, y de otra, la extensión y la dispersión de las ocurrencias.

En tal sentido, es decir, en los límites que presupone, la noción de esquema será abordaba aquí. Basándonos en la problemática tensiva que sostiene el conjunto de estos ensayos, el esquema será considerado como la mediación entre las dos dimensiones cuya intersección constituye el hecho tensivo por excelencia, a saber, la intensidad y la extensidad. El esquema no trata, pues, ni de la intensidad ni de la extensidad en sí, sino que pretende centrarse en el principio de su correlación en el proceso de la semiosis, y particularmente, en la mediación entre lo realizable y lo realizado, entre una categoría y sus diversos usos.

2. DEFINICIONES
2.1 Definiciones paradigmáticas

En los años sesenta, gracias a la “fonologización de la semántica”4, que se presentaba entonces como la vía más prometedora, se admitía por lo general que el problema teórico se centraba en el inventario de una veintena de parejas de rasgos distintivos con cuya ayuda parecía posible describir los microuniversos semánticos que aparecían en los discursos verbales y no verbales. Se pretendía creer que la epistemología de la semántica era imitativa o analógica: a partir de los trabajos de R. Jakobson, especialmente el gran estudio titulado Fonología y fonética5, se trataba de aplicar al plano del contenido una aproximación que se había mostrado eficaz para describir el plano de la expresión. Sabemos hoy que la empresa ha fracasado, aunque en este asunto la respuesta es menos defectuosa que la pregunta.

Expresado en la terminología hjelmsleviana, la orientación binarista procede del punto de vista “intensional”, mientras que el punto de vista de la semiótica debe ser también “extensional”. Esto exige algunas aclaraciones: para Hjelmslev, el valor —tal como lo hemos señalado en el ensayo sobre el valor— se define por su extensión: concentrada o extendida. Pero en la medida en que la semiótica tiene por objeto el discurso, esa magnitud será una extensión discursiva, mínima para el sema, máxima cuando la isotopía es coextensiva al discurso-objeto; en segundo lugar, las magnitudes que ofrecen las mismas características en la cadena, forman una clase, y hasta una categoría, ya que esta es definida como “un paradigma cuyos elementos no pueden ser introducidos más que en algunos lugares de la cadena y no en otros”6; recordemos que en el Curso de lingüística general, Saussure señala:

Cuando, en una conferencia, escuchamos repetidas veces la palabra “¡señores!”, tenemos el sentimiento de que se trata cada vez de la misma expresión, y, no obstante, las variaciones en la manera de pronunciarla y de entonación la presentan, en los diversos pasajes, con diferencias fónicas muy aprecibles (…)7.

A costa de anticipar un poco, diremos que los valores esquemáticos de “¡señores!” son reevaluados constantemente por el enunciador; finalmente, las magnitudes, consideradas aisladamente, se definen por la intersección de dos dimensiones cuando menos; pero tal como nos hemos esforzado en establecerlo en el ensayo “Categoría-cuadrado semiótico”, las dimensiones forman parte decisiva de lo que nosotros llamamos una red, que se basa en la “compenetración” de dos dimensiones, y esa vinculación responde a su complejidad estructural. Creemos que en tales condiciones es útil distinguir entre definición extendida y definición restringida.

2.1.1 Definiciones paradigmáticas extendidas

La orientación de Hjelmslev en los Prolegómenos consiste en colocarse primeramente fuera del lenguaje para instalar luego la función y la dependencia como objetos del análisis. Posteriormente, a partir de ese “credo”, introduce, una a una, las categorías, que constituyen desde siempre el objeto de la reflexión lingüística. Tal orientación concuerda con lo que habría que establecer: la posibilidad de esa expulsión inicial del lenguaje.

Al menos esa orientación debería demostrar que la reintroducción del lenguaje se produce sin generar consecuencias. Ahora bien, si es claro que el componente estructural de la lengua, y más generalmente, el componente llamado “semionarrativo”, no son afectados en nada, no se podría decir lo mismo de lo que atañe a lo sensible (la foria) y a lo perceptible (la tensividad). Lo que definitivamente es afectado y falseado en este asunto es precisamente la mediación, es decir, la conversión entre la tensividad y la foria, de una parte, y la estructura, de otra parte, conversión que las nociones de “esquema”, “esquematismo” y “esquematización” intentan explicitar. Hasta cierto punto, la orientación hjelmsleviana trata de someter el objeto al método que preconiza, y la distinción entre los caracteres “arbitrario” y “adecuado” de la teoría, lo mismo que la independencia del “sistema” con relación al “proceso” son solamente corolarios de esa opción.

Tenemos la sensación de que el recorrido de la semiótica se ha preocupado, más o menos, por este último. Bajo el impulso de Greimas, la semiótica ha colocado el acento sucesivamente en el hacer, en el creer y en el sentir. Observemos de entrada que el creer ha estado peor “servido” que las otras dos dimensiones. La semiótica de la pasión se queda más acá de la semiótica de la acción, si así se puede decir. La semiótica de la acción, en nombre de los derechos inmemoriales del “primer ocupante”, se ha apropiado de la narratividad; y sobre todo, gracias a su precedencia, la semiótica de la acción se ha constituido en referencia obligada en materia de proceso y de consecución en la cadena.

La “Introducción” de Semiótica de las pasiones marca con nitidez que la semiótica de la pasión no viene después que la de la acción, sino como un esfuerzo de integración en relación con los desniveles aceptados hasta ese momento:

No está demás insistir aquí en el hecho de que, si las dos concepciones del estado —estado de cosas, transformado o transformable, y estado de alma del sujeto, en cuanto competencia para la transformación y como consecuencia de la misma— se reconcilian en una dimensión semiótica homogénea, se hace a costa de una mediación somática y “sensibilizante8.

La cuestión que se nos plantea es la siguiente: ¿integración por adopción de un punto de vista englobante o conmutación que conlleva una mutación de punto de vista? ¿Se trata de ver más, o de ver otra cosa o de otra manera? De hecho, el segundo término de la alternativa es el que se impone a nuestra atención. En las manifestaciones discursivas del sentir, todo indica que el sujeto advierte un cambio de régimen modal, si es que no de rección: en lugar de regir y de informar el objeto, en lugar de actuar sobre él, el sujeto padece el objeto. Esa revolución íntima —interpretable sumariamente como retorno de la dependencia— se coloca según Merleau-Ponty en el corazón mismo de la praxis pictórica:

El pintor vive en la fascinación. Le parece que sus acciones más típicas —sus gestos, sus trazos, que solo él es capaz de hacer, y que serán para los demás una revelación, ya que no tienen las mismas carencias que él— emanan de las cosas mismas, como el dibujo de las constelaciones: Entre él y lo visible, los roles inevitablemente se invierten. Y por eso, muchos pintores han dicho que las cosas los miran…9.

Sin embargo, no hay nada que permita limitar dicho dispositivo modal únicamente a la experiencia estética, y de hecho, Cassirer propone convertirlo en criterio de lo que él llama el “pensamiento mítico”:

El pensamiento teórico adopta, para el que lo aborda en cuanto objeto, con pretensiones de objetividad y de necesidad, una actitud de investigación, de interrogación, de duda y de examen: se le opone con sus normas propias. El pensamiento mítico, al contrario, no conoce ningún enfrentamiento de ese género. Dicho pensamiento no “tiene” el objeto sino que es dominado por ese objeto: no lo posee al construirlo, sino que más bien es absolutamente poseído por él. Este pensamiento no es movido por la voluntad de comprender el objeto, en el sentido de abrazarlo con el pensamiento y de incorporarlo a un complejo de causas y de consecuencias: es simplemente captado por el objeto10.

Captar o ser captado, esa es la cuestión.

En cierto modo, la teoría confiesa aquí una de sus carencias: a saber, la existencia de un sistema modal fundado en la alternancia de dos sistemas modales: uno que ponga el acento en el sujeto, instaurándolo como sujeto de control eficaz; otro que ponga el acento en el objeto y lo califique como tal, o que recategorice al sujeto como sujeto de acogida y de escucha, y aún mejor, como sujeto “pasible”, en términos de A. Hénault11.

La meta propia de toda esquematización consiste en cerrar una brecha, en evitar una alteridad que se encuentra amenazada de inconsistencia. En realidad, no hay alteridad más resistente que la que opone el yo al no-yo, sea en forma de la relación sujeto/objeto o en forma de la relación sujeto/otro sujeto. Aceptaremos de buen grado que, gracias al hacer, el yo trata de reducir al no-yo; en último término, el yo se propone asimilar al no-yo, y desde cierto punto de vista, intenta incluso anularlo, mientras que en el caso del padecer, el yo es invitado a conformarse, a plegarse al no-yo que lo precede. Es posible llevar más lejos aún el contraste: en el caso del hacer, es el no-yo el que sufre y el que resiste, mientras que con el padecer, ese rol actancial corresponde al yo. Esa inversión de roles, más que una respuesta, constituye una serie de preguntas relativas a las condiciones de emergencia del sentir y del padecer.

Por lo demás, los conceptos operacionales de la teoría lingüística, a saber, la alternancia, la inversión, la conmutación, la polarización…, no son conceptos libres que danzan en un éter mental, sino son coerciones ligadas a lo que venimos llamando primado de la tensividad (intensidad/extensidad), concebido como medida imaginaria de la alteridad entre el yo y el no-yo. Ese valor puede ser nulo o encontrarse en vías de anulación, aunque la nulidad no es la ausencia. La predicación ordinaria, que se presenta como una unidad compacta, es una ilusión, y aquí nos proponemos distinguir los siguientes tipos de predicación, yendo de la presupuesta a la que presupone: (i) una predicación tensiva referida al complejo intensidad/extensidad; (ii) una predicación existencial relativa a la presencia y a la ausencia, y correlacionada con los modos de existencia; (iii) una predicación diferencial y cualitativa, abierta al análisis sémico. Este orden no es solamente sincrónico: permite también dar cuenta del devenir de la semiótica misma, si se admite, aunque la hipótesis sea muy pesada, que la evolución teórica conduce progresivamente a desprender los presupuestos subyacentes.

En primer lugar, ese ordenamiento se puede justificar de la siguiente manera: la predicación de las diferencias en discurso solo es posible cuando cada una de las magnitudes concurrentes está dotada de un modo de existencia propio; tal figura solo se actualiza cuando su contraria es potencializada o virtualizada. Por otro lado, la predicación de los modos de existencia, que da lugar a las modulaciones de la presencia y de la ausencia discursivas, no puede comprenderse sin referencia a la intensidad y a la extensidad de un campo perceptivo. De ahí la secuencia propuesta: la predicación diferencial presupone la predicación existencial, la cual a su vez presupone la predicación tensiva. En segundo lugar, nos acercamos a los límites del nominalismo, ya que la aserción tanto de las cosas como de sus cualidades es condicional y se sitúa en el interior de los gradientes de la intensidad/extensidad, como Pascal lo ha señalado con energía:

Nosotros no sentimos ni el calor extremo ni el frío extremo. Las cualidades excesivas son nuestras enemigas, y no son sensibles: no las sentimos sino que las sufrimos. Demasiada juventud y demasiada vejez estorban al espíritu y dejan poco lugar para la instrucción. En fin, las cosas extremas son para nosotros como si no fueran, y nosotros no somos nada para ellos: se nos escapan, simplemente, y nosotros a ellas12.

Asimismo, una semiótica de lo visible, en su esfuerzo por captar los estados significantes de la luz, se estrella contra dos límites: de un lado, el deslumbramiento, y del otro, la oscuridad. Por esa razón, el discurso, negociando siempre entre lo sensible y lo inteligible, tiende a “traducir” en extensión la gradiente de intensidad, y a la inversa. Por ejemplo, la intensidad luminosa solo accede a la significación en discurso cuando se “espacializa” en forma de brillos, iluminaciones, cromatismos, etc. Inversamente, la extensión espacial solo es figurativamente aprehendible cuando se somete al gradiente de la intensidad luminosa.

En el nivel de la transformación discursiva, la forma sensible es la del acontecimiento, caracterizado por su estallido y por su “saltancia”, y su conversión en elemento inteligible y extenso engendra el proceso, definido frecuentemente como un “entero” cuantificable y divisible en aspectos; inversamente, el proceso solo puede ser captado por el sujeto del sentir cuando está modulado por la intensidad, en cuyo caso se convierte en un acontecimiento para el observador. La correlación fundadora de la esquematización narrativa del discurso se presentaría entonces como sigue:


Estamos en condiciones de proponer un primer esbozo de esquema: en la medida en que toma a su cargo la tensión que surge de la desigualdad entre la intensidad y la extensidad, el esquema se presenta como la mediación entre esas dos dimensiones. En varios estudios, Hjelmslev opone dos dimensiones del plano de la expresión, la de los “constituyentes” (los fonemas) y la de los “exponentes” (la prosodia): los exponentes son para él de dos tipos: los acentos, intensos y localizados, y las modulaciones, extensas y distribuidas. Ese análisis vale para los dos planos del lenguaje, puesto que:

Hablando a grandes rasgos, los morfemas extensos son los morfemas ‘verbales’, y los morfemas intensos son los morfemas ‘nominales’13.

En esa dirección quisiéramos comprometernos.

En el plano del contenido, el esquema conllevaría igualmente dos funtivos: un funtivo intenso y un funtivo extenso. El funtivo intenso se refiere, con toda evidencia, a lo que Semiótica de las pasiones llama la “sumación”:

El primer gesto es un acto puro, el acto por excelencia: una “sumación”; (…) dicha “sumación” es en sí misma una negación, o más bien una captación, una detención en las fluctuaciones de la tensión. En efecto, el mundo como valor se ofrece todo entero al sentir del sujeto tensivo; pero para conocerlo, es preciso detener el desfile continuo, es decir, generalizar la “clausura” —ésa es la fuente de la primera negación—, recortar una zona, circunscribir un lugar; es decir, negar lo que no se halla en ese lugar14.

La “sumación” se presenta como la presentificación de una relación in absentia. Bajo el sello del estallido y de la detención, recorta y estabiliza un lugar, pero un lugar vacío, en espera de ser llenado; en ese sentido, la “sumación”, culminación y suspensión, al mismo tiempo, de la intensidad, constituye una “demanda”. Lo que reclama es el funtivo extenso del esquema, que denominamos una resolución. De suerte que, si a un nivel general, el esquema conjuga la intensidad y la extensidad, en el plano del contenido, asocia la “sumación” y la resolución:

esquema = “sumación” ⇔ resolución

La dimensión tensiva y la dimensión esquemática se ajustan de ese modo una a otra, permitiendo el paso entre el acontecimiento y el proceso, entre la categoría como “lugar vacío” y sus articulaciones discretas; entre el estallido y sus resonancias discursivas, entre el sobrevenir y el devenir.

El esquematismo elemental que estamos proponiendo, consiste, pues, en un sentido, en resolver una “sumación” en extensidad, y en el otro, en contraer una resolución en una forma intensiva. A partir de ahí, las diversas acepciones que hemos comentado en la recensión anterior se aclaran globalmente: el esquematismo asegura la mediación entre el concepto (“sumación”) y la diversidad fenoménica (resolución), entre las definiciones en extensión (resolución) y las definiciones en comprensión (“sumación”), entre el acontecimiento (“sumación”) y el proceso (resolución), entre la junción (“sumación”) y su despliegue en forma de “esquema narrativo canónico” (resolución).

Nota.- Desde el punto de vista de la manifestación, esta hipótesis permitiría comprender cómo dos niveles de articulación diferentes (por ejemplo, de un lado, la junción, o la transformación narrativa elemental, y del otro, el esquema narrativo canónico, o el proceso aspectualizado), pueden ser asumidos alternativamente por la predicación discursiva. En esa perspectiva, la elección con vistas a la manifestación discursiva del nivel presupuesto es una elección intensiva (del tipo “sumación”), y la elección del nivel presuponiente, una elección extensiva (del tipo “resolución”). De ese modo, la manifestación directa de una magnitud o de una estructura que proviene de los niveles profundos del recorrido generativo resulta siempre más “sensible”, y la de una magnitud o la de una estructura que surge de los niveles superficiales, resulta más “inteligible”. La esquematización que venimos proponiendo concierne directamente a la operación de “convocación”, cuya elección obedece, al menos en parte, al principio de correlación entre intensidad y extensidad. (Véase, a este respecto, el estudio consagrado a la “Praxis enunciativa”).

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500 стр. 85 иллюстраций
ISBN:
9789972453724
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