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Читать книгу: «De Túpac Amaru a Gamarra: Cusco y la formación del Perú republicano», страница 5

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Por otro lado, para entender el levantamiento de Túpac Amaru se deben considerar otros factores más inmediatos, particularmente su propio camino hacia la rebelión. José Gabriel Condorcanqui Noguera nació el 10 de marzo de 1738 en Surimana, situada aproximadamente a ochenta kilómetros al sudeste de Cusco. Su padre, que murió en 1750, era el cacique de tres pueblos, Surimana, Pampamarca y Tungasuca, ubicados en el distrito de Tinta. José Gabriel estudió en el prestigioso colegio de San Francisco en Cusco, donde los jesuitas educaban a los vástagos de los caciques. Heredó 350 mulas y solía hacerlas trabajar en la ruta entre Cusco y el Alto Perú; esta condición de propietario de recuas de mulas le proporcionó importantes contactos a lo largo de esa región. Además, por ser cacique, tenía derecho a la tierra, y también tenía modestos intereses en la minería y en los cocales de Carabaya, al sur.70 De esta manera, José Gabriel podría ser considerado miembro de la clase media colonial, con fuertes vínculos con las clases baja y alta. Hablaba quechua, lo que le vinculó no solo con la mayoría india sino también con los indios nobles y con los muchos “no-indígenas” que hablaban la lengua de Cusco. Como cacique del linaje real inca formaba parte de una clase privilegiada; así, él y Gabriel Ugarte Zeliorogo, un miembro distinguido del Cabildo de Cusco, se llamaban primos y se consideraban parte de una misma familia.71 En 1760 se casó con Micaela Bastidas Puyucahua, una mestiza de Pampamarca, poblado cercano a Tinta, quien sería una importante dirigente durante la sublevación. Tuvieron tres hijos: Hipólito, Fernando y Mariano.

Los constantes problemas de José Gabriel con las autoridades en relación a sus reclamos ante la oficina del cacique y su larga batalla legal en torno a sus derechos como descendiente del último Inca le produjeron profunda amargura. No obstante, también le dotaron de importante experiencia en Lima y en otros lugares acerca del uso de los tribunales y del empleo de habilidades retóricas no solo para defender sus derechos sino también en torno a la explotación ejercida sobre los indios. En 1766, luego de años de demora, se le otorgó el cargo de cacique que su padre y su hermano habían tenido; sin embargo, en 1769 se le sacó de su cargo, el que se le restituyó recién en 1771. Los conflictos con los sucesivos corregidores de la provincia de Tinta, Gregorio de Viana y Pedro Muñoz de Arjona, dieron pábulo a esas demoras.72 Por tanto, no es sorprendente que una década después la rebelión tuviera en la mira, y con particular vehemencia, a los corregidores.

A principios de 1776, Túpac Amaru litigó en los tribunales con don Diego Felipe de Betancur, en relación a cuál de los dos era el legítimo descendiente del último Inca, Túpac Amaru, a quien el virrey Toledo había ordenado decapitar en 1572. Betancur intentaba confirmar su linaje real con el fin de ganar el marquesado de Oropesa, un rico feudo que databa del siglo XVII. José Gabriel, por su parte intentaba probar su línea descendiente a través de la familia de su padre con el fin de ganar prestigio y fortalecer su posición en la sociedad colonial. Es difícil determinar si él intentaba probar que era el verdadero Inca para justificar una sublevación que reemplazara a la monarquía española con una monarquía inca. Lo que sí resulta claro es que terminó frustrado frente al sistema legal, pues pasó gran parte de 1777 en Lima presentando su caso ante los tribunales y ante todos aquellos que se mostraran interesados en ello.73 En este mismo período solicitó al virrey que los indios de su cacicazgo fueran exonerados del trabajo obligatorio en la mina de Potosí luego de señalar las terribles condiciones de trabajo y la falta de hombres en su distrito. El visitador general José Antonio de Areche, que recién había llegado, denegó esta petición, pero José Gabriel persistió y obtuvo el apoyo de otros caciques de la provincia de Tinta (Canas y Canchis), aunque fue nuevamente rechazado. Cuando la rebelión se inició, en noviembre de 1780, no se había llegado a ninguna decisión en el litigio con Betancur.74 En ese momento, Túpac Amaru tenía motivos suficientes para volverse contra el Estado español; también había logrado obtener los contactos y el respeto necesarios para conducir una rebelión de masas.

En los años precedentes a la rebelión, en Cusco, la Iglesia y el Estado se enfrentaban en una virtual guerra civil, situación que podría considerarse como la división al interior de la clase dominante, que en muchos casos ha servido para precipitar revoluciones sociales. En general, el Estado borbónico había desafiado la influencia de la Iglesia católica en América al expulsar a los jesuitas en 1767 y supervisar mucho más estrechamente las finanzas de la Iglesia. En Cusco el conflicto estuvo personalizado en el choque entre dos participantes claves en el levantamiento de Túpac Amaru: el obispo Juan Moscoso y el corregidor de Tinta Antonio de Arriaga. Moscoso, en sus intentos por ser absuelto de las acusaciones de apoyo a los rebeldes, proporcionó algunos de los relatos más detallados del levantamiento. En cuanto a Arriaga, su ahorcamiento por orden de Tupac Amaru marcó el inicio de la rebelión.

En 1779 Moscoso, recientemente nombrado obispo de Cusco, solicitó a todos los sacerdotes de los poblados situados a lo largo del Camino Real que presentaran resúmenes detallados del estado de su parroquia. Solo el cura del pueblo de Yauri, Justo Martínez, no cumplió, por lo que a fines de 1779 e inicios de 1780, Moscoso envió comisiones a investigar; pero su llegada hizo estallar levantamientos en Yauri y Coporaque, poblados de las provincias altas del sur de Cusco, y cada uno de los bandos culpaba al otro por la violencia. Moscoso decía que Arriaga, en un intento por defender sus intereses políticos y económicos en la región, dirigió la resistencia ante los representantes de la Iglesia, mientras que Arriaga se quejaba de que Moscoso había sobrepasado su jurisdicción y había apoyado actividades subversivas en la región. Ambos apelaron a las conocidas aversiones de los Borbones: Moscoso al disgusto frente a los omnipotentes funcionarios locales y Arriaga a la oposición a sacerdotes supuestamente rupturistas. Justo cuando el asunto llegaba a los tribunales, Arriaga fue ejecutado por Túpac Amaru y esta coincidencia en el tiempo respaldó las acusaciones que culpaban a Moscoso de haber apoyado a los rebeldes, por lo que este pasó los siguientes años defendiéndose de estos cargos.75 Además, durante la rebelión, Moscoso escribió informes largos y hostiles sobre el levantamiento, y recolectó dinero para las fuerzas realistas.76

A fines de la década de 1770 y en 1780 ocurrieron docenas de alzamientos en diferentes áreas de los Andes, varias de las cuales tuvieron lugar solo meses antes del estallido de la rebelión de Túpac Amaru. En Arequipa y en la ciudad de Cusco ellas expresaban el extendido furor frente a las reformas fiscales impuestas por el visitador Areche. Como movimientos multiétnicos que empleaban una ideología ecléctica eran evidentes sus paralelismos con el movimiento de Túpac Amaru. Pueden hallarse algunos indicadores de que el propio José Gabriel estuvo involucrado en estos levantamientos. Aun cuando esto es cuestionable, sin duda ellos influyeron en la naturaleza y el momento del levantamiento que se inició en la provincia de Tinta en noviembre de 1780.

A fines de la década de 1779, el visitador Areche supervisó el severo endurecimiento del sistema tributario: elevó los tributos, sobre todo los impuestos a las ventas —la alcabala—, amplió el número de los productos y comerciantes que se vieran afectados por este, y mejoró los procedimientos de recaudación. Los cambios fueron rápidos y drásticos, y afectaron virtualmente a todos los componentes de la sociedad colonial, incluyendo a los propietarios de tierras, a las autoridades criollas desplazadas, a un vasto número de comerciantes de clase baja, y a los indios.77 El hecho de que las nuevas tasas y las aduanas pusieran la puntería en los comerciantes ayuda a explicar la sorprendente velocidad con la que se esparcieron las noticias, los rumores y el descontento general, ya que en esta época los comerciantes vinculaban a diferentes regiones no solo a través de productos sino también de información (no hay que olvidar que el propio Túpac Amaru era propietario de mulas de arrieraje). Las reformas fiscales de 1770 alentaron diversas formas de insubordinación. Así, en 1774 estalló un levantamiento contra la recientemente inaugurada aduana de Cochabamba, en el Alto Perú; en 1777 ocurrió un disturbio en Maras, ubicado en la provincia de Urubamba; en tanto que en 1777 y 1780 la aduana de La Paz sufrió ataques.78 Sin embargo, los antecedentes más importantes del levantamiento de Túpac Amaru fueron los levantamientos y conspiraciones en Arequipa y Cusco en 1780.

El 1o de enero de ese año un pasquín escrito a mano, fijado en la puerta de la Catedral de Arequipa, proclamaba: “Quito y Cochabamba se alzó/ y Arequipa “¿por qué no?/ La necesidad nos obliga/ A quitarle al aduanero la vida/ Y a cuantos le den abrigo/¡Cuidado!”. El quinto día de ese mes se colocaron más pasquines. Uno de ellos estaba dirigido contra el corregidor de Arequipa Baltasar de Sematnat, quien había ofrecido una recompensa de 500 pesos por el arresto del autor de los versos del 1 o de enero. Decía:

Semanat

Vuestra cabeza guardad

y también la de tus compañeros

Los Señores Aduaneros

q’ sin tener caridad

han venido a esta Ciudad

de lejanas tierras y estrañas

a sacarnos las entrañas,

sin moverles a piedad

a todos vernos clamar

Porque cierto, y es verdad

que no hay un exemplar,

de matar a estos ladrones,

nos tienen que desnudar,

y así, nobles Ciudadanos,

en vuestra manos está

que gocéis sin pensiones

todas vuestras posesiones,

quitándoles las vidas

a estos infames ladrones.

Y continuaba:

Viva nuestro gran Monarca

viva pues Carlos tercero

y muera todo aduanero

y muera todo mal govierno.

Los versos atacaban inicialmente a aquellos que ejecutaban las nuevas políticas tributarias y exoneraban a la Corona española: “Pasquines ponemos/ No, no lo negamos/ Pero sin negar/ la obediencia a Carlos”.79 Empero, no persistió la acostumbrada consigna “Viva el Rey y Muerte al Mal Govierno”, que fue tan común en el pensamiento insurgente de inicios del período moderno. Los pasquines hallados el 12 de enero se preguntaban: “¿Hasta quándo Ciudadanos/ de Arequipa habéis de ser/ el blanco de tantos pechos/ que os imponen por el rey?”.80 El autor anónimo también hace un contraste de los monarcas españoles con los monarcas ingleses: “Que el Rey de Inglaterra/ es amante a sus vasallos/ al contrario es el de España/ hablo del señor Don Carlos”.81 De igual manera, otros versos felicitaban a Inglaterra, en momentos en que España se había aliado secretamente con Francia con el fin de defender sus propiedades en América del Norte y recuperar Gibraltar. Si bien había tenido un moderado éxito en ultramar, España era incapaz de derrotar a la armada británica en Gibraltar. Los pasquines también se referían al reemplazo de Carlos III con un rey inca, Casimiro.82

Los pasquines estaban dirigidos principalmente a la reciente política fiscal, y denunciaban a las aduanas y la alcabala, y ridiculizaban y amenazaban a aquellos que las operaban.83 Ellos buscaban claramente inducir a un amplio sector de la población a participar en las protestas. El pasquín dirigido a Sematnat terminaba así: “No os acobarden temores/ oh, muy nobles ciudadanos/ ayúdennos con sus fuerzas/ nobles, plebeyos y ancianos”.84 Los pasquines combinaban diferentes elementos de pensamiento anticolonial: la crítica a los aviesos representantes del rey y luego al propio rey, la restauración inca, la religión popular, y motivos de queja específicos, tales como la acción de las aduanas, en lo que un autor denomina “la búsqueda de alternativas políticas al Estado colonial”.85 Los rebeldes no eran los únicos que utilizaban versos; los defensores del statu quo replicaron en un largo poema, en el cual, a la vez que describían los recientes eventos “criminales”, planteaban la pregunta: “¿Qué es esto, Vulgo Ignorante/ Qué fantástico delirio/ ha manchado en un instante la lealtad de tantos siglos?”.86

La “rebelión de los pasquines” fue más allá de la retórica. La noche de los días 5 y 8 de enero los guardias de la ciudad notaron que personas extrañas la atravesaban a caballo y a pie. Durante los días siguientes, la cantidad de estos jinetes fantasmas creció y dio forma al temor a la violencia que había sido incitada por los pasquines. El día 13, un grupo atacó la aduana. Sin embargo, Juan Bautista Pando, el administrador y el principal objetivo de los dardos y amenazas de los pasquines, se negó a cambiar sus enérgicos esfuerzos recaudadores, con lo que subestimó a la oposición. El día 14, una turba de unas 3000 personas atacó nuevamente la aduana y saqueó sus instalaciones. Pando y sus colegas apenas pudieron escapar. La súbita abolición que el corregidor Sematnat hizo de la política de Areche no apaciguó a la creciente banda de rebeldes, a la que se ha descrito como un grupo en el que se mezclaban mestizos, indios y algunos blancos.87 Los disturbios continuaron en los días siguientes, cuando diversos grupos atacaron la casa del corregidor y la cárcel. El día 16, con gran dificultad, una unidad de milicia tomó la ciudad contra las fuerzas rebeldes y, tan pronto la ciudad estuvo asegurada, aprehendió sospechosos y muchos de ellos fueron ahorcados. Igualmente, las fuerzas gubernamentales castigaron a determinados poblados indios cercanos por ser sospechosos de apoyar los disturbios.88

Algunos documentos sugieren que Túpac Amaru estuvo presente en los disturbios de Arequipa, incluso si no fuera cierto, no hay duda de que sus designios políticos estuvieron influenciados por tales acontecimientos.89 Las noticias habían llegado rápidamente a Cusco donde ya el 14 de enero aparecía un pasquín “Víctor Arequipa, Víctor Arequipa/ Arequipa habló primero que el Cuzco, cabeza de este Reino, por no haber en ella quien oiga los clamores de los pobres; pero ya llegó el tiempo en que a porfía griten: ¡Viva el Rey y Muera el Mal Gobierno y la Tiranía”.90 El documento se quejaba de los monopolios reales y de los nuevos tributos, y se mofaba de Areche. Terminaba así: “Más vale morir matando que vivir penando y que no hemos de ser menos que los de Arequipa”, lo que apelaba a la prolongada rivalidad de la ciudad con Arequipa.91

En enero de 1780 en Cusco se estableció una aduana, lo que acarreó la ira de un amplio sector de la ciudad. Un documento llamaba a los empleados “finos ladrones”, y se quejaba de que sometían a los indios a explotación y a determinados abusos.92 El Cabildo de la Ciudad señalaba nerviosamente el creciente número de pasquines contra la aduana, que, según señalaba, “había incitado el tumulto en Arequipa”. Luego de poner como argumento la amenaza proveniente por la plebe urbana y la población de las catorce provincias del Cusco, el Cabildo convocó a la formación de patrullas, con instrucciones de prestar una atención especial a reuniones dudosas.93 Las sospechas eran fundadas.

El 13 de marzo, un sacerdote agustino, Gabriel Castellanos, alertaba a las autoridades sobre una extensa conspiración en Cusco, de la que se había enterado en el confesionario, durante la Cuaresma. Al parecer, Pedro Sahuaraura, el cacique de Oropesa, también había traicionado a los conspiradores.94 Los líderes fueron rápidamente apresados. Once de veinte eran criollos o mestizos, y uno era un cacique indio, Bernardo Tambohuacso Pumayala, del poblado cercano de Písac. Cuatro de ellos eran plateros y varios de ellos tenían propiedades; ambas actividades se habían visto afectadas por el reciente rigor fiscal.95 En sus testimonios, los acusados repetían la denuncia de los pasquines —su oposición a la aduana y su resentimiento hacia Lima y los españoles— y aceptaban que el movimiento buscaba incorporar a criollos, mestizos e indios. De hecho, pueden hallarse conexiones con el movimiento de Túpac Amaru, pues algunos de los acusados, o sus parientes, participaron en la gran rebelión de meses después. El cuñado de Túpac Amaru, Antonio Bastidas, afirmó que “cuando Túpac Amaru supo que Tambohuacso había sido ahorcado, dijo que no podía entender cómo los indios podían haber permitido que esto sucediera”.96 Arriaga y otros acusaron al Obispo Moscoso de instigar a los rebeldes, lo que profundizó la animosidad entre el Corregidor y el Obispo.97

En el Alto Perú otro levantamiento masivo estalló en forma paralela y conjunta, contraviniendo al de Túpac Amaru. En realidad, la rebelión de Túpac Katari fue una sucesión de levantamientos. Entre 1777 y 1780, la comunidad de Macha, en la provincia de Chayanta, cercana a Potosí, había luchado en los tribunales contra el Corregidor, el cacique no-indígena y otras autoridades locales. El líder de los indios, Tomás Katari, quien afirmaba ser el cacique legítimo de la comunidad, había sido puesto en prisión a fines de 1779, y luego liberado a la fuerza cuando estaba en camino al juicio. La comunidad llevó su litigio a la corte en la ciudad de La Plata. A mediados de agosto de 1780, las relaciones entre los indios y las autoridades locales se habían tornado cada vez más violentas: el Corregidor fue capturado y luego liberado. Ambas partes argumentaban que tenían el apoyo de las autoridades virreinales y que se habían visto obligados a usar la coerción para implementar sus decisiones. En setiembre, Katari se autoproclamó gobernador de Macha y dirigió la expulsión de la región de todas aquellas autoridades que no fueran indígenas. Además, puso énfasis en su sometimiento a la Corona y planteó que sus gestiones eran la justa implementación de los mandatos de la Audiencia. El 15 de enero de 1781, sin embargo, fue asesinado. Inicialmente sus hermanos Dámaso y Nicolás lo reemplazaron en el liderazgo y, en marzo, Julián Apaza asumió el comando de la rebelión que crecientemente se diseminaba en todo el Alto Perú, bajo el nombre de Túpac Katari. Todavía no está claro si en noviembre de 1780 José Gabriel tuvo vínculos con Katari.98

La gran rebelión

A pesar de los disturbios en Cusco, Arequipa y otros lugares, el levantamiento de Túpac Amaru tomó por sorpresa al Estado colonial. Este fue ciertamente el caso del Corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga. El 4 de noviembre en la casa del cura de Yanaoca, Carlos José Rodríguez y Ávila, el corregidor y José Gabriel celebraban la fiesta de San Carlos, cuyo nombre llevaban el propio cura y también el rey de España. Si bien José Gabriel y Arriaga estaban en relaciones suficientemente cordiales como para compartir el pan, ambos habían litigado por años en relación a los derechos de cacicazgo de José Gabriel.99 José Gabriel se retiró temprano, tras fingir que tenía una diligencia inesperada pero urgente en Cusco. Él y un grupo de sus seguidores esperaron a Arriaga en el camino a Tinta, lo emboscaron esa noche, y lo llevaron a él y a sus tres ayudantes a una celda en la casa de Túpac Amaru en el poblado de Tungasuca. Obligaron a Arriaga a escribir cartas a su tesorero en las que solicitaba dinero y armas (con el artilugio de que estaba planificando una expedición contra los piratas en la costa) y, posteriormente, a un funcionario, en las que solicitaba cadenas, una cama y las llaves de la Municipalidad de Tinta. También fue obligado a ordenar que todos los habitantes de la región se reunieran en Tungasuca en un plazo de veinticuatro horas. El apresamiento de Arriaga se había mantenido en secreto; así, Túpac Amaru logró obtener dinero, armas, abastecimientos y el auditorio necesario para lanzar la revuelta.100

Un observador inusual, el genovés Santiago Bolaños, un fabricante de salchichas que vivía en Sicuani, describió los acontecimientos de aquellos días. Al llegar a Tungasuca, donde ya se habían congregado miles de personas, preguntó por Arriaga y se enteró de que se hallaba preso en la casa de Túpac Amaru. Bolaños pensó que “sería por una superior orden”, pero por casualidad escuchó que alguna gente comentaba que “era orden del Rey”.101 Los amigos españoles de Bolaños le dijeron que quizás el castigo se debía a los crímenes de Arriaga como gobernador de la Provincia de Tucumán en el Virreinato de Río de la Plata.102 El día 9, Túpac Amaru, “en castellano y en lengua índica”, mandó a españoles, mestizos e indios que formaran filas y luego se les permitió dispersarse. Al día siguiente marcharon al son de cajas y pitos hacia un montículo donde se habían erigido horcas. Según cálculos de un testigo, habría allí unos cuatro mil indios, todos armados con hondas. Un cholo —mestizo con vínculos culturales tanto con la cultura india como con la española— comenzó a leer una proclama en español, pero se le mandó que lo haga en quechua. Bolaños pidió que le traduzcan. El documento afirmaba que “por el Rey se mandaba que no hubiera alcabala, aduanas, ni mina de Potosí, y que por dañino se quitase la vida al corregidor Don Antonio Arriaga”.103 Otro testigo explicó que Túpac Amaru llamó a Arriaga “dañino y tirano” y llamó a que “se asolase los obrajes, se quitasen mitas de Potosí, alcabalas, aduana y repartimientos, y que los indios quedasen en libertad y en unión y armonía con los criollos”.104 En esos momentos, cuando los líderes rebeldes habían logrado movilizar miles de efectivos y hecho gala de una retórica beligerante, estaba claro que sus planes iban más allá de castigar a una autoridad venal y de negociar mejores condiciones.

Los rebeldes condujeron a Arriaga a la horca. En el primer intento, la cuerda se rompió, lo que salvó momentáneamente al reo, pero los verdugos lo reemplazaron con una soga que se usaba para enlazar las mulas y la ejecución se realizó. Bolaños había escuchado rumores de que Túpac Amaru intentaba destruir los obrajes y capturar a seis corregidores más, y que amenazaba con perseguir a cualquiera que se le opusiera en todo el reino. Regresó a Sicuani confundido por los eventos que había presenciado y decidió permanecer en el pueblo; sin embargo, luego fue convencido por don Ramón Vera —el concesionario local del monopolio de tabaco— que saliera tan pronto como fuera posible. Si bien Bolaños podía parecer poco sagaz, aquellos que habían presenciado el ahorcamiento del corregidor en ese momento ya no estaban seguros de lo que vendría después. Como señalaba un informe “la crueldad inimaginable considerándose executado capitalmente un Corregidor en el centro de su Provincia, por un subdito suyo, su beneficiado y aun confidente, en presencia de los mismos que le respetaban y temían” dejó a las tropas de una pieza.105

Túpac Amaru asumió acciones inmediatas y decisivas. A principios del día 20, sus fuerzas, estimadas en miles, llegaron a Quiquijana, la capital de la provincia de Quispicanchi en el valle de Vilcamayo. El corregidor Fernando Cabrera ya había escapado, lo que indica la rapidez con que corrían los rumores. Luego de oír misa, Túpac Amaru regresó a Tungasuca. En el camino atacó los obrajes de Pomacanchi y Parapicchu. Abrió la cárcel de Pomacanchi y, luego de preguntar si el propietario del obraje debía dinero a alguien, distribuyó algo de ropa, y miles de libras de lana entre su hermano Juan Bautista Túpac Amaru, un sacerdote, y sus seguidores indígenas. Un informe señalaba que “resentidos los naturales, les habrían metido fuego a instancias de los mismos presos”.106 Los indios despreciaban los obrajes a causa de las viles condiciones de trabajo y porque eran usados como cárceles. Asimismo, los obrajes jugaban un rol central en el reparto, pues sus propietarios adquirían lana a precios artificialmente bajos y vendían telas a altos precios. Cuando José Gabriel retornó a Tungasuca, fue recibido por varios curas; sin embargo, uno de ellos le escribió una carta, en la que cuestionaba si la Corona realmente aprobaba sus actividades. Túpac Amaru le respondió acremente y terminó su carta con esta nota ominosa: “Por la expresiones de Vd. llego a penetrar tiene mucho sentimiento de aflicción de los ladrones de los corregidores, quienes sin temor de Dios inferían insoportables trabajos a los indios con sus indebidos repartos, robándoles con sus manos largas, a cuya danza no dejan de concurrir algunos de los señores Doctrineros, los que serán extrañados de sus empleos como ladrones, y entonces conocerán mi poderío, y verán si tengo facultad para hacerlo”.107 El 12 de noviembre, el Cabildo se reunió en Cusco para discutir el “horrible exceso” de Tungasuca: ya habían llegado noticias de la ejecución de Arriaga.108

El corregidor de Cusco, Fernando Inclán Valdez, estableció un consejo de Guerra que incluía a algunos de los ciudadanos importantes de la ciudad. Reunieron fondos y el día 13 enviaron un emisario a Lima para pedir ayuda. Don Tiburcio Landa organizó una compañía compuesta por miembros de la milicia local, voluntarios de Cusco, y aproximadamente ochocientos indios y mestizos proporcionados por los caciques de Oropesa, Pedro Sahuaraura y Ambrosio Chillitupa. El día 17 llegaron a Sangarará, un pequeño poblado al norte de Tinta. Los informes sobre lo que aconteció durante las veinticuatro horas siguientes son contradictorios; no obstante, tanto los que muestran simpatía ante los rebeldes como aquellos que son leales al Estado colonial concuerdan en que las fuerzas de Túpac Amaru pusieron en fuga a las fuerzas de Landa.

Según una versión, cuando los centinelas informaron que no había signos del enemigo, la compañía de Landa acampó en la noche, más preocupada por la inminente tormenta de nieve que por el enemigo. A las cuatro de la mañana despertaron cuando estaban totalmente rodeados y todos —Landa y sus soldados— se refugiaron en la iglesia. Túpac Amaru les ordenó que capitulen y mandó salir al párroco y a su sacristán. Cuando estas instrucciones fueron desobedecidas ordenó que todos los criollos y mujeres abandonaran la iglesia, y les indicó que el ataque era inminente. Landa y sus fuerzas impidieron que alguien saliera y muchos murieron en el caos que sobrevino, pues, además, cuando el fuego estalló, gran parte del techo de la iglesia se quemó y causó la caída de una de las paredes. Ya desesperados, cargaron su cañón y dispararon, pero excedidos en número y en total desorden, cientos de soldados de Landa murieron. Este informe calcula que hubo 576 muertos, incluyendo unos veinte europeos. Veintiocho criollos heridos fueron curados y liberados.109

Los sobrevivientes que lucharon por el bando de los españoles hacen un recuento más detallado y culpan al propio Túpac Amaru por el daño causado a la iglesia y por la violencia. Empero, Bartolomé Castañeda se quejó de que cuando llegaron, Landa les había asegurado que los indios de Sangarará los apoyarían. También afirmó que los oficiales se dieron cuenta de que el enemigo estaba cerca y que discutían la alternativa de acampar en uno de los cerros circundantes o en las cercanías de la bien fortificada iglesia. Luego de buscar un refugio del frío de la noche, escogieron la iglesia, lo que terminó siendo un error fatal, ya que las tropas de Túpac Amaru se introdujeron en el cementerio contiguo a la iglesia y bombardearon al enemigo con piedras lanzadas por sus hondas. La artillería de Landa resultó inútil a causa de los muros que la separaban del cementerio y un soldado murió a causa de la estampida que ocurrió en la iglesia.110 Castañeda afirmaba que las fuerzas de Túpac Amaru hicieron arder la iglesia y que, desesperados, muchos de los soldados se confesaban ante un abrumado cura. Cuando fueron obligados a salir de la iglesia, fueron muertos por una lluvia de piedras y lanzas. Castañeda pudo salvarse por haberse escondido en una pequeña capilla. Él calculaba que habían muerto por lo menos trescientos de sus compañeros, la mayor parte de los cuales posteriormente fueron despojados por las tropas de Túpac Amaru. Calculaba, asimismo, que había 6000 indios en los cerros circundantes, y un gran apoyo a los rebeldes en gran parte de la región.111

El relato del capellán de las fuerzas de Landa, Juan de Mollinedo, proporciona más detalles sobre la batalla de Sangarará, y describe el pánico y sentimiento de odio de los soldados. Señala que en Cusco se ofreció una recompensa por Túpac Amaru, vivo o muerto, lo que incitó a la compañía a acelerar su expedición. Luego de que Landa había ganado en la discusión sobre si acampar en la iglesia o fuera del pueblo, en varias oportunidades hubo falsas alarmas entre las tropas. Mollinedo describe la frustración que se generó cuando los indios tomaron el cementerio vecino y señala que un soldado terminó cegado por una piedra que le había sido lanzada por una honda. Detalla las hazañas de Landa y de otros jefes que combatieron a pesar de que estaban heridos. Muchos fueron muertos por el incendio de la iglesia, de lo que se culpó a Túpac Amaru, mientras aquellos que escaparon “de las llamas del voraz elemento, caía en las manos no menos voraces de los rebeldes. La matanza universal, el lastimoso quejido de los moribundos, la sanguinolencia de los contrarios, los fragmentos de las llamas; por hablar en breve, todo cuanto se presentaba en aquel infeliz día, conspiraba al horror y a la conmiseración, mas ésta jamás había sido conocida por los rebeldes, ciegos de furor y sedientos de sangre, no pensaban sino en pasar a cuchillo a todos los blancos...”.112 Mollinedo contabilizó 395 muertos en los campos de batalla más un número incalculable que murieron incinerados en la iglesia. Calculaba que las fuerzas de Túpac Amaru estaban compuestas por 20 000 indios y 400 mestizos. Luego de haber recibido algunos maltratos mientras permaneció en manos de sus captores, fue liberado por el propio Túpac Amaru como deferencia a su rol de capellán.

Para Túpac Amaru Sangarará fue una victoria abrumadora, aunque, en cierto modo, costosa. Al derrotar al bien armado contingente de Cusco, demostró al creciente número de sus seguidores su poderío militar colectivo, a la vez que agregó cientos de armas a su arsenal. Los acontecimientos de Sangarará eran relatados una y otra vez en toda la región. Los españoles, por su parte, incorporaron a su propaganda esta debacle; así, en Cusco, el obispo Moscoso excomulgó a Túpac Amaru por el “atroz delito” de incendiar una iglesia. Desde allí en adelante, el Estado colonial nunca se cansó de presentarlo como un sacrílego traidor.113 Más aún, el Estado propagó una interpretación de la batalla de Sangarará similar al relato de Mollinedo: miles de indios sedientos de sangre asesinaron a gente que no era indígena y que había hallado refugio en una iglesia. La presentación del levantamiento como una irracional guerra de castas amenazaba los esfuerzos de Túpac Amaru por ganar el apoyo de los criollos y de otros personajes influyentes que no eran indígenas. No obstante, en el corto plazo, la batalla de Sangarará le había dado un aire de invencibilidad que le ganó el respeto y el apoyo de las masas indígenas.

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ISBN:
9786123176662
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