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2. Los estudios organizacionales, su locus y su relación con la administración: un aporte a la conversación desde el contexto colombiano y latinoamericano

Mauricio Sanabria Universidad del Rosario

DOI: https://doi.org/10.17230/9789587206845ch2

Popper ha mostrado que la objetividad de la ciencia, así como el rigor de las teorías científicas “no es una cuestión individual propia de los hombres de ciencia, sino una cuestión social que es resultado de su crítica mutua, de la división del trabajo amistoso-hostil entre los científicos, de su colaboración tanto como de su rivalidad.

Edgar Morin, Ciencia con consciencia

2.1 Introducción

El campo de los estudios organizacionales es amplio, diverso e incluyente y está en pleno desarrollo (Clegg, 2002, 2010; Clegg, Hardy, Lawrence y Nord, 2006). Su configuración ha estado marcada por la corriente principal –la perspectiva hegemónica o mainstream– estadounidense (Vergara, 2001). Esta ha sido impulsada en múltiples contextos, entre ellos el latinoamericano, en particular desde la década de 1960 (Varela, 2018), bajo las etiquetas de “teoría general de la administración” (Chiavenato, 1995), “teoría organizacional” (Lozada, Arias y Perdomo, 2015), “teoría de las organizaciones” (Alonso, Ocegueda Mendoza y Castro Medina, 2006) o “pensamiento administrativo” (Kliksberg, 1975a).

En el marco de la corriente principal se suele transmitir el mensaje de que la administración se ha conformado a partir de la configuración de múltiples escuelas de pensamiento (o enfoques), cuya constitución se ha dado principalmente en un proceso que establece primero unos antecedentes (que pueden ser llevados hasta la Antigüedad – Alonso et al., 2006, pp. 26-31–), unos precursores (ubicados usualmente entre la primera y la segunda Revolución Industrial –Merrill, 2000–) y luego, sintetizando, una mirada clásica o tradicional y una moderna o contemporánea (Chiavenato, 1995; Dávila, 2001; Kliksberg, 1975a, 1975b; Martínez, 1989; Rojot, 2005; Shafritz, Ott y Jang, 2011).

Dependiendo del analista, suele indicarse que la mirada clásica o tradicional reúne los planteamientos de Taylor, Fayol y Weber, y que la moderna o contemporánea aglutina a un importante número de autores y planteamientos provenientes de diversas áreas del saber y de diferentes contextos espaciotemporales. La narrativa establecida, por lo general, culmina señalando la configuración de la denominada escuela de contingencias (Chiavenato, 1995). Esta, según autores como Donaldson (1995), representa la cúspide del desarrollo del campo y la materialización de su mirada más rigurosa, práctica y positivista (Donaldson, 1996).

De acuerdo con esta narrativa, de amplia difusión, la administración se ha desarrollado esencialmente en el transcurso del siglo XX, un período durante el cual logró alcanzar su desarrollo, madurez y consolidación. En su proceso de consolidación, avanzó entonces más rápido de lo que pudieron hacerlo ramas del saber cercanas como la economía (Daniel, 2014) o la sociología (Delas y Milly, 2015). Según el discurso que da forma a este punto de vista, la administración logró además definir con claridad múltiples escuelas de pensamiento y avanzar en virtud de los aportes secuenciales, acumulativos y ordenados de diversos autores.

Así, en ese relato, se da cuenta de una historia más bien “terminada”, que resulta del trabajo “sistemático” y, en particular, “colaborativo” de diversos aportantes. En esta no es fácilmente visible, entonces, la existencia de algún tipo de conflicto importante, de cualquier forma de desacuerdo acerca de lo fundamental y, lo que es más destacado, de alguna asimetría o lucha de poder entre los actores, escuelas, instituciones, países y regiones que han contribuido a conformar la denominada “teoría de la organización”.

El relato implícito trae así a la mente la imagen de una “carrera de relevos”, en la que cada participante, en su momento, tuvo la responsabilidad de llevar “el testigo”. Así, de manera secuencial, un aportante tras otro encontró la oportunidad de complementar el trabajo realizado por su predecesor, es decir, aquello que el anterior participante en la dinámica no había podido ver o no había tenido en cuenta (ver gráfica 2). Cada contribuyente asumió entonces su responsabilidad histórica mientras fue su turno y, de este modo, gracias a su pequeño o gran aporte, facilitó el avance de la administración como área del conocimiento. Lo anterior, hasta que, finalmente, esta pudo avanzar hacia su estado de madurez y consolidación (el cual se consigue, en realidad, según la narrativa imperante, con el desarrollo de la escuela de contingencias).

GRÁFICA 2. Difusión del avance de la teoría de la organización tradicional


Fuente: elaboración propia, a partir de la imagen de Kindersley y Universal Images Group (2016, imagen 31).

Respecto a esta narrativa, dos perspectivas desarrolladas desde el contexto colombiano, por supuesto sin ser las únicas (Durango, 2005; Universidad de los Andes, 2014), están ganando cierta visibilidad a nivel latinoamericano (Ascorra, Rivera-Aguilera, Mandiola Cotroneo y Espejo, 2018). Estas son impulsadas principalmente por Gonzales-Miranda (2014), desde la Universidad EAFIT en Medellín, y Sanabria, Saavedra Mayorga y Smida (2014), con un eje de desarrollo centrado en la Universidad del Rosario en Bogotá. Las dos miradas se han acercado a dialogar, a construir colectivamente y a desarrollar proyectos comunes. De hecho, por iniciativa del profesor Gonzales-Miranda, han llegado a establecerse de manera conjunta al interior de la Red de Estudios Organizacionales Colombiana (REOC). El presente libro, en realidad, es un resultado de este esfuerzo cooperativo.

Es claro para nosotros, después de sostener varias conversaciones al interior de la REOC, así como en otros contextos académicos (Ascolfa, 2018) y no académicos, vinculados estos últimos con la relación de amistad que nos une, que existen múltiples coincidencias, entre otros aspectos, alrededor de una consideración esencial. Esta puede formularse de la siguiente manera: el surgimiento y, en particular, el desarrollo de la administración y del estudio de las organizaciones no responden a la dinámica tan ordenada, acabada y libre de confrontaciones, inequidades y exclusiones que la corriente principal se ha ocupado de promover y que, en este texto, acabamos de caracterizar.

El desarrollo del campo de los estudios organizacionales corresponde más bien a un proceso en construcción, marcado por diversas relaciones asimétricas de poder, de naturaleza y dinámica no lineales y, de hecho, desordenado en múltiples aspectos. En el marco de este proceso evolutivo, de acuerdo con las dos miradas que hemos destacado en Colombia, coexisten múltiples posiciones, incluida por supuesto la defendida por la corriente principal. Estas dos miradas perciben que, en el avance de este campo de conocimientos, aspectos como el conflicto están constantemente presentes y aspiraciones de algunos autores como la unicidad, la coherencia absoluta y el consenso (Pfeffer, 1993) están lejos de alcanzarse. De hecho, ambas se vinculan con la idea de que lograr lo anterior, pueda no ser ni siquiera algo deseable (Clegg, 2002, 2010; Clegg y Dunkerley, 1977; Clegg y Hardy, 1999; Clegg, Hardy y Nord, 1996; Clegg et al., 2006; Westwood y Clegg, 2003).

Con todo, a pesar de las coincidencias, como es natural en los campos de conocimiento y en las comunidades científicas, las dos perspectivas indicadas en Colombia tienen algunas divergencias. El objetivo básico de este capítulo es conversar acerca de dos de ellas en particular.

En efecto, en tanto impulsores de una de estas dos posiciones y, con el fin de aportar a la construcción de una identidad colombiana y latinoamericana –o nuestroamericana– de los estudios organizacionales, lo cual constituye la principal misión que nos hemos impuesto, buscamos seguir favoreciendo, con este texto, el desarrollo de una conversación acerca del tema. Para esto, hacemos explícitas aquí las dos divergencias señaladas y las abordamos una a una, indicando en particular los argumentos que soportan nuestra perspectiva. Esperamos con ello favorecer la continuación del diálogo no solo entre los contribuyentes a estas miradas, sino también al interior de la creciente comunidad del campo de los estudios organizacionales en Colombia y, desde este locus, en América Latina y el mundo.

2.2 Dos divergencias que promueven el desarrollo de nuevas conversaciones

Establecer conversaciones está en el centro de la identidad del campo de los estudios organizacionales. Nord, Lawrence, Hardy y Clegg (2017), cuatro autores destacados de este campo y responsables de The Sage Handbook of Organization Studies, hacen explícita su intención así: “Queríamos estimular conversaciones dentro y entre los diferentes enfoques de los EO. De hecho, conceptualizamos estos estudios como una serie de conversaciones múltiples, sobrepuestas, que reflejan, reproducen y refutan conversaciones anteriores” (p. 1).

Conversar es una actividad esencial que define de manera importante la identidad de este campo. De hecho, este aspecto se resalta también en la primera página de la introducción que hacen los editores de la traducción al español de la citada obra (Tratado de estudios organizacionales). En efecto, Gonzales-Miranda y Ramírez Martínez (2017), en calidad de editores de la misma, se refieren a esto de la siguiente manera:

Por conversación se entiende, en general, el intercambio dialogal que, sin plan previo, expone sendas consideraciones sobre algún tópico específico. Con dicha plática se establece una comunicación donde se transmite un conjunto de ideas, una interacción donde los interlocutores o partícipes contribuyen a la construcción de un texto. Es lo contrario a un monólogo, ya que, en este caso, el discurso producido depende exclusivamente de un solo individuo.

La elaboración del texto dialógico no se realiza en simultaneidad, sino que cada interlocutor toma su turno y ocupa el tiempo necesario para expresar sus consideraciones. Tal proceso, por tanto, no está prestablecido de manera rigurosa, pues el intercambio de ideas se lleva a cabo en forma espontánea, de acuerdo con la aparición y la creación de argumentos que los actores expresan como fruto del dinamismo propio de la conversación y del tema que se discute. (p. 23)

El interés de entrar en este juego de conversaciones, tal como procuraron hacerlo Clegg et al. (2006) en The Sage Handbook of Organization Studies, nos condujo a la realización de un trabajo previo (Sanabria et al., 2014, pp. 9-56). En él pudimos resaltar la existencia de múltiples perspectivas, enfoques y comunidades del campo de los estudios organizacionales alrededor del mundo, a saber: norteamericano, europeo, anglosajón, francófono, germánico, escandinavo o nórdico, de Europa Oriental, asiático, africano, árabe y brasilero. Uno de estos es también el latinoamericano.

A través de ese trabajo, en efecto, fue posible observar que múltiples grupos, conformados por diversos autores, escuelas y organizaciones han desarrollado aportes teóricos, educativos y prácticos en este campo, los cuales conservan ciertos rasgos característicos y gravitan así, de algún modo, alrededor de una determinada identidad.1 Estos resultados, de hecho, dan lugar a una primera divergencia entre las dos posiciones que hemos resaltado arriba sobre el campo de los estudios organizacionales en Colombia.

2.2.1 Primera divergencia: “Considerar el locus no es adecuado”

Como hemos señalado, nuestro trabajo ha resaltado la existencia de múltiples perspectivas a nivel global desarrolladas al interior del campo de los estudios organizacionales. Una distancia importante que Gonzales-Miranda toma respecto a esta aproximación se centra en nuestra consideración de que es posible identificar la existencia de estudios organizacionales “europeos”, “norteamericanos”, etc. Esto teniendo en cuenta entonces, de manera central, el locus en el que ellos han emergido y con base en el cual se han desarrollado. De acuerdo con este autor, la aproximación de Sanabria et al. (2014) no es la más adecuada, pues:

Ellos hacen la diferencia entre estudios organizacionales europeos y estudios organizacionales norteamericanos. Yo particularmente no comparto, digamos, esa división. Ellos lo saben, hemos discutido mucho, somos muy amigos, este…, porque tú, de alguna u otra manera, acotas el campo, a partir de un asunto geográfico, pero, en el caso de Estados Unidos y, hay varios textos que comentan eso, hay muchos europeos que se van a Estados Unidos y desde Estados Unidos desarrollan su propuesta teórica sobre estudios organizacionales. Entonces, tratar de hacer una diferenciación, una clasificación, una tipología, a partir de lo que es europeo y norteamericano, me parece muy forzado; porque la realidad no es esa. La geografía, o sea, las divisiones, digamos, de los marcos teóricos, no están definidas con temas geográficos. Digamos…, me parece un asunto muy forzado. (Gonzales-Miranda, 2018)

Frente a esta concepción, nuestro argumento es quíntuple. En primer lugar, los estudios organizacionales, como hemos fundamentado ampliamente, nacen con el interés de demarcar la mirada “europea” de la “norteamericana”, de modo que el locus, desde el origen, ha sido en realidad un asunto verdaderamente esencial (Sanabria et al., 2014, pp. 15-24). Baste recordar que el organismo alrededor del cual esta mirada alternativa se ha consolidado e institucionalizado, desde su fundación en noviembre de 1973, se denomina European Group for Organizational Studies (EGOS) y que Clegg y Dunkerley (1977) señalaban, en los inicios de esta concepción, en los años setenta, que “una tradición distintivamente europea está[ba] emergiendo” (p. 2, cursivas nuestras). Reforzaron esto al indicar que, en efecto:

Una tradición distintivamente europea de la teoría organizacional está ahora emergiendo, y en su centro está el European Group for Organizational Studies (EGOS). Su foco principal se sustenta en una aproximación ‘institucional’ al estudio de las organizaciones, y los contribuyentes a este volumen reflejan todos esta nueva aproximación. Los asuntos críticos discutidos se relacionan con el sexismo, el poder, el desarrollo capitalista, las transacciones e interacciones organizacionales, y la interpenetración del Estado y el capital. (tapa posterior, cursivas nuestras)

Una serie de hechos relevantes de las dos grandes perspectivas que hemos caracterizado y a las que hace referencia Gonzales-Miranda en su crítica (norteamericana y europea) se presentan en la gráfica 3.

GRÁFICA 3. Síntesis de algunos hechos relevantes de los estudios organizacionales norteamericanos y europeos


Azul: perspectiva norteamericana

Verde: perspectiva europea

Crema: antecedentes previos al siglo XX

Fuente: elaboración propia.

En segundo lugar, como ilustraron bien los trabajos de Ibarra (Faria, Ibarra y Guedes, 2010; Ibarra, 1991, 2006a, 2008a, 2008b, Ibarra, Faria y Guedes, 2010), el locus importa tanto que, justamente, identidades como la “latinoamericana”, por cuya identificación y construcción varios investigadores nos encontramos trabajando en la región, resulta ser relevante. De hecho, es en función de este criterio, entre otros, que queremos aportar al desarrollo de los estudios organizacionales “desde América Latina”.

En tercer lugar, perspectivas como la crítica suramericana (Chumbita, 2015) o latinoamericana (Isuani, 2013) y la decolonial (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007a, 2007b; Rodríguez, Mandiola, Pulido y Giraldo, 2017; Wanderley, 2015) han contribuido a entender que, comúnmente, identidades e influjos como los que se esconden detrás de aquello a lo que llamamos “europeo” –o “norteamericano”– trascienden la simple consideración geográfica y se centran en profundas, complejas y comúnmente asimétricas relaciones de poder (Quijano, 2007).

“Lo europeo” o “lo norteamericano” alude, en efecto, a conceptos que aunque nacen de la consideración de un territorio físico, van más allá del mismo, lo trascienden. Así, por ejemplo, la noción de “el sur” trasciende el plano físico cuando se hace referencia, por ejemplo, a las “epistemologías del sur” (De Sousa y Meneses, 2014).

Ahora bien, estos conceptos avanzan más allá del referente físico, es cierto, pero no se puede desconocer que inician con este y que, en consecuencia, le deben parte importante de su identidad. Esto es así, en lo fundamental, pues ellos suelen dar cuenta de aspectos políticos, económicos, sociales, culturales, tecnológicos, normativos e históricos vinculados, en principio, con los poderes, la ideología y los dispositivos nacidos justamente en los locus en los cuales emergen y desde los cuales se despliegan luego.

La consideración del locus es justamente lo que permite caracterizar, en la práctica, algunas de las más importantes relaciones centro-periferia materializadas al interior de la disciplina administrativa y del campo de los estudios organizacionales (Westwood, Jack, Khan y Frenkel, 2014). Un ejemplo de esto es la creación de la Decolonizing Alliance (2019), conformada en el seno de la conferencia de los Critical Management Studies en 2016. Esta nace:

En respuesta a la abrumadora blancura, masculinidad y anglo/eurocentrismo de la disciplina de la administración y de los estudios organizacionales, incluso dentro del subconjunto de los estudios críticos en administración al interior del campo. Los miembros fundadores acordaron apoyarse mutuamente a través de la colaboración, la traducción, la solidaridad activa y el intercambio de recursos materiales y educativos siempre que sea posible, y ser liderados por académicos del Sur Global y académicos de color del Norte Global. (párr. 1-2, cursivas nuestras)

En cuarto lugar, aceptando por supuesto la amplia diversidad existente al interior de identidades como la “europea” o la “norteamericana” –algo que es innegable al comparar, por ejemplo, al pueblo francés con el inglés o al alemán con el portugués o el español–, es evidente que, cuando se les ve como un todo, existen rasgos comunes y, en particular, configuraciones de poder (económico, político, cultural, ideológico y otros) claramente establecidas en estos bloques. Esto es visible también en nuestro contexto, por ejemplo, si se consideran las luchas y resistencias que comparten de algún modo los pueblos pertenecientes a una región como Latinoamérica (Misoczky, 2006).

Los bloques norteamericano y europeo han mostrado justamente su influjo sobre otros pueblos, entre ellos el latinoamericano. De hecho, se deslindan de estos haciendo uso de diversos mecanismos que permiten desplegar su poder. Entre otros, se encuentran su elevado nivel de influencia en instituciones multilaterales, su narrativa acerca de la historia, su visión de la geopolítica global, su lengua, sus investigaciones y su modelo de desarrollo.

Lo anterior da origen a que autores como Ibarra (2012), por ejemplo, hayan señalado2 que Latinoamérica se ha considerado una zona común (locus), justamente, por sus lazos históricos y culturales y que en una de sus experiencias académicas haya indicado lo siguiente:

Por ello nos encontramos hoy, no en Filadelfia sino en Río de Janeiro, y no en América “Latina” sino en América “la nuestra”, preparándonos para dialogar e intercambiar experiencias y problemas, pero también para apreciar en qué medida seguimos importando e imitando saberes ajenos, esos que hemos traducido y falsificado desde hace tiempo sin saber bien a bien por qué, y a pesar de la incomodidad que nos producen, pues finalmente percibimos que algo no funciona, porque sentimos en el fondo de nuestra consciencia que en nuestras latitudes las cosas son y suceden de otra manera. (p. 20)

Esto se refuerza en otros textos en los que, dando importancia al locus al que pretendía contribuir y desde el cual buscaba desarrollar su trabajo, este autor señaló:

Las tensiones entre ese proyecto que se nos impone desde afuera, y las prácticas y modos de existencia y organización que emergen de lo más profundo de nuestra historia cultural, hacen de los Estudios Organizacionales en América Latina un proyecto inédito que podría conducirnos a pensar nuestros problemas de organización desde las orillas de la modernidad, en los márgenes de una existencia que sólo recientemente se ha hecho escuchar, dictando sus primeras lecciones. Ojalá sepamos aprender de ellas, para reencontrarnos a nosotros mismos y caminar con firmeza por los senderos de la utopía de una unidad latinoamericana, edificada mediante el ensamble problemático de su gran diversidad. (Ibarra, 2006b, p. 148)

Como se observa, la consideración geopolítica, social, económica, histórica y cultural vinculada con la identidad latinoamericana y, más intencionadamente, a nuestro modo de ver, “nuestroamericana” (Rincón Soto y Vega García, 2009), o de “nuestra América” (Martí, 1891/2002), es evidente en el propio Ibarra (2006b). De hecho, este aboga por el reconocimiento de:

Dos Américas: una latina, que ha sido marginada desde el poder en sus aspiraciones míticas en torno a la modernidad; la otra Amerindia, que se mantiene en pie a pesar de haber sido sistemáticamente negada, contenida y sumergida. Ambas, sobrepuestas y en tensión permanente, marcan las discontinuidades y fragmentaciones de las realidades de una región que, en un juego de inclusiones/exclusiones, se agrega sólo parcialmente al mundo global. (p. 149)

Ahora bien, conviene considerar que la identidad latinoamericana se afirma en históricas relaciones de identificación, pero también de demarcación (Ayala Mora, 2013), propias, en lo fundamental, de mediados del siglo XIX. Esto, justamente, frente a los europeos y la ascendencia “latina” de los pueblos conquistadores (Quijada, 1998).3 Esta relación, de algún modo, continúa en eventos como los que hasta el año pasado sucedieron en nuestra región, en los que Ibarra participó, y que en su momento describió así: “Hace unos meses participé en el Segundo Coloquio del Latin America and European Meeting on Organization Studies (LAEMOS), agrupación que intenta reunir a los investigadores ‘latino-’americanos en Estudios Organizacionales para ponerlos en diálogo con sus colegas europeos” (Ibarra, 2012, p. 17).

A pesar de que se han desarrollado diversas iniciativas interesantes respecto al campo de los estudios organizacionales en América Latina (De la Rosa, Rosas Castro, Núñez Rodríguez y Espinosa Infante, 2017; Dornelas, 2017; Ibarra, 1991; Ibarra, 2006b; Mandiola, 2016; Medina, 2007; Medina, 2010; Misoczky, 2017a; Montaño, 2004; Padilla, Hernández y Ríos, 2015; Pérez y Guzmán, 2015; Ramírez Martínez et al., 2015a, 2015b; Saavedra Mayorga, Gonzales-Miranda y Marín-Idárraga, 2017), hasta el momento no ha sido posible contar, en este contexto, con el suficiente esfuerzo investigativo a nivel teórico, con sustento empírico, que permita construir un sentido (sensemaking) identitario al respecto.

Con todo, los valiosos esfuerzos mencionados, la constitución de organizaciones como la REOC, la realización de proyectos como el que nosotros mismos hemos formulado con el fin de integrar e inspirar a otros actores del campo latinoamericano (Sanabria, 2018) y que ahora, justamente, tendrá cabida y un mayor desarrollo y alcance colectivo al interior de la REOL (en la que, de hecho, se prevé formular un proyecto en el mismo sentido), constituyen avances significativos y bien encaminados. Estos pueden aportar a seguir modificando la observación que múltiples autores hemos realizado, de diversas formas, y que sintetizó bien Ibarra (2012) cuando indicó lo siguiente:

Son tales las distancias que nos separan que los latinoamericanos hemos terminado por encontrarnos, no en nuestra América, sino en los Estados Unidos o en Europa, y no por contactos directos entre nosotros, sino por acercamientos que se produjeron por intermediación de colegas de aquellos países en los que los Estudios Organizacionales tienen más peso y presencia: Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido y Australia. En fin, nuestros encuentros han sido indirectos e intermitentes y se han producido generalmente en los espacios y territorios de la disciplina a nivel internacional, en los que cada quien por su cuenta, mexicanos y brasileños, pero también argentinos, chilenos, colombianos, ecuatorianos y algunos otros latinoamericanos desperdigados, hemos recorrido largas distancias bajo rutas particulares hasta encontrarnos, nosotros latinoamericanos, para constatar lo alejados que nos mantenemos. Nuestros puntos de encuentro no han sido generalmente nuestras tierras latinoamericanas, ni los acercamientos se han producido tampoco debido a lazos históricos o a la herencia cultural compartida, ni a los problemas comunes asociados con nuestro origen como espacio colonizado marcado por la pobreza y la exclusión. No, nuestros referentes han sido las teorías anglosajonas, sus revistas, sus congresos y la admiración que sentimos por sus autores y sus obras; pero también lo ha sido la intención negada o no reconocida, acaso inconsciente, de parecernos o de llegar a ser como ellos, de volvernos expertos modernos en “organizaciones modernas”, para hablar con ellos de sus problemas como si fueran los nuestros, para discutir con ellos en sus términos como si fueran los nuestros, para emplear como ellos sus teorías y sus métodos como si fueran los nuestros, para asumir, siguiéndolos siempre a ellos, sus propias agendas de investigación como si fueran las nuestras. (pp. 18-19)

Esta sensación está encontrando cada vez más actores, recursos, mecanismos y espacios que pueden favorecer que esa imagen deje de seguir reproduciéndose. Los trabajos mencionados, así como las iniciativas en curso, dan cuenta de esto. Con seguridad, el proceso tomará tiempo. Esta es una lección que nos dejan los esfuerzos realizados hace décadas por valiosos autores en diversos países latinoamericanos, en particular desde los años ochenta. Con todo, si construimos sobre lo construido, si hacemos uso de un espíritu de colaboración, reconocimiento, integración, búsqueda de identidad, revalorización de lo nuestro y apertura –no de competencia, lucha de egos e isomorfismo frente a lo establecido desde el norte global–, podremos seguir avanzando en el buen camino. La tarea está en marcha, pero el sendero es largo y demanda la superación de múltiples obstáculos que será necesario enfrentar, colectivamente, desde nuestra América.

Finalmente, en quinto lugar, es necesario considerar el hecho práctico de que este libro emerge como resultado del trabajo de la Red de Estudios Organizacionales Colombiana (REOC) y que nuestra red, además, busca articularse con otras más en la región con el fin de lograr objetivos comunes. Esto, de hecho, sucedió los pasados 15 y 16 de julio de 2018 en el seno de la Universidad EAFIT. Allí pudimos conformar la Red de Estudios Organizacionales Latinoamericana (REOL). Con ella, entre otras importantes actividades de construcción colectiva y de aporte, se busca llenar el espacio que dejó la decisión tomada en 2018, unilateralmente, por parte del Consejo de Administración del European Group for Organizational Studies (EGOS) en el sentido de finalizar su “compromiso con la coordinación directa y práctica y el gobierno” de la conferencia de LAEMOS. Lo anterior, luego de procesar una carta abierta que, a la fecha de elaboración de este capítulo, ha sido firmada por 112 académicos provenientes de diversos lugares del mundo (Delegates and Friends of the LAEMOS 2018 conference y EGOS Board, 2019), en la que se hacían diversas críticas a la forma en la que este evento estaba desarrollándose.

En el contexto mencionado, el locus “latinoamericano” importa y su comunidad busca una identidad, no solo en función de lo que es, sino también de lo que no es o de lo que no quiere ser. Y, para poder hacer esto, como es natural, requiere considerar entre otros aspectos lo que desde su perspectiva es “norteamericano” y “europeo”. Esta necesidad, de hecho, fue una de nuestras motivaciones principales para realizar el trabajo panorámico que elaboramos hace unos años (Sanabria et al., 2014).

Así, de acuerdo con lo indicado, consideramos que el locus –que en efecto ocupa un lugar central de nuestra aproximación, en el que se han desarrollado diversas perspectivas del campo de los estudios organizacionales y desde el que unas más, como la latinoamericana, están buscando desarrollarse– es un factor definitorio y central y, dado lo señalado, constituye un argumento importante, valioso y fundamentado.

Baste solo resaltar, como colofón de esta idea, que el locus está vinculado con una diversidad de aspectos centrales, entre los que se encuentra, por ejemplo, el idioma. Este, en realidad, no es un asunto trivial, pues, como es reconocido hoy por parte de investigadoras como Boroditsky (2011), “los idiomas que hablamos afectan nuestras percepciones del mundo” (p. 63) y “la forma en que pensamos influye en la forma en que hablamos, pero la influencia también va en sentido contrario” (p. 64).

Lo anterior sucede, entre otras razones, dado que, por ejemplo, los hablantes de mandarín perciben “el tiempo como un espacio que corre de arriba hacia abajo en tanto que los hablantes de inglés y de árabe lo sitúan en un espacio horizontal que va de izquierda a derecha o de derecha a izquierda respectivamente” (Reynoso, 2012, p. 189). Esto “no se debe a ninguna metáfora verbal sino a las formas de escritura dominantes para una y otra lengua, las cuales a su vez se deben a principios corporales o sinestésicos precedentes y más básicos todavía” (Reynoso, 2012, p. 189).

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