Читать книгу: «La persona en la empresa y la empresa en la persona»

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© 2021 Carlos Ruiz González

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contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos

de Autor y Arts. 242 y siguientes del Código Penal)

Versión impresa, ISBN: 978-607-99201-7-3

Versión digital, ISBN: 978-607-99201-9-7

Dirección editorial y diseño de portada: Miryam Meza Robles

Corrección de estilo: Óscar Díaz Chávez

Cuidado editorial: Felipe G. Sierra Beamonte

Diagramación: Daniel Prisciliano Estrella Alvarado

Impreso en México


Índice

Agradecimientos

Prólogo

Prefacio

Introducción

1. Justificación de la necesidad de una aproximación filosófica al estudio de la empresa

2. Algunas dificultades

3. Estructura general

CAPÍTULO 1

Fundamentos teóricos para una aproximación filosófica en perspectiva antropológica al estudio de la empresa

1.1. La naturaleza humana y el trabajo

1.2. La empresa como un lugar natural de trabajo

1.3. Tres paradigmas para entender la empresa

1.4. Las cuatro finalidades de la empresa

a) Creación de valor económico agregado

b) Satisfacción de alguna necesidad de la sociedad

c) Autocontinuidad

d) Creación de valor humano agregado

1.5. Modos de generar valor humano agregado en la empresa

CAPÍTULO 2

El trabajo como prâxis y la formación del carácter

2.1. El trabajo, la autorrealización humana y la felicidad

2.2. La virtud como principio de acción

2.3. Prâxis y poíesis

2.4. La dimensión práctica del trabajo productivo

2.5. El trabajo y el valor humano agregado

CAPÍTULO 3

La empresa como comunidad

3.1. La noción de comunidad aristotélica

3.2. “Racionalidad instrumental” y “racionalidad teleológica”

3.3. Polis, comunidad y autorrealización

A. Predominio de la inclusión sobre el rango

B. Fomento de las motivaciones asociativas sobre las motivaciones de preponderancia

C. Trabajo en equipo

D. La amistad en la empresa

CAPÍTULO 4

El valor humano agregado y la articulación de la experiencia en la nueva teoría del management

4.1. La especialización del management como disciplina

4.2. El management: ¿arte o ciencia?

4.3. El arte del management y la antropología filosófica

CAPÍTULO 5

Un modelo de evaluación

A) Eje uno. De mecanicista a humanista: la empresa humana

B) Eje dos. De la eficacia operativa a la plenitud en comunidad: la empresa plena

C) Eje tres. De la experiencia a la teoría: la empresa inteligente

Conclusiones

La etapa de las personas

Hacia un estudio de la empresa en clave antropológica

Referencias


Con todo cariño y gratitud

a mis padres, a quienes tanto les debo:

María de Lourdes González de Ruiz

Ing. Carlos Jorge Ruiz Coutiño

No importa cuán lejos lleguemos,

nuestros padres siempre están en nosotros.

Brad Meltzer

Agradecimientos

En primer lugar, quisiera agradecer a mi editora, Mariana Flores Rabasa, que con paciencia y mucho empeño me acompañó en la labor de volcar mi tesis doctoral en un libro que expusiera con claridad las bases filosóficas que la sustentan, cuidando con atención su edición. Un trabajo que no fue sencillo y que Mariana enfrentó con serenidad y aplomo.

Este libro nunca hubiera visto la luz si no fuera por la insistencia de mi maestro y amigo, el Dr. Fernando Múgica Martinena, quien se empeñó en que las ideas y modelos expuestos en mi tesis doctoral quedaran plasmados en un texto que pudiera compartirse con otros. Un gran maestro, siempre preocupado por las personas. Sus muchos discípulos, entre los que orgullosamente me cuento, atestiguan los resultados de su labor como formador. Para mí ha sido un privilegio conocerlo y contarme entre sus amigos.

Al Dr. Alberto Ross, quien me manifestó su interés de publicar este trabajo en su naciente proyecto editorial, Notas Universitarias, lo cual me pareció estupendo; agradezco mucho su interés en el libro y también que haya escrito el prólogo; para mí representa un inmerecido reconocimiento a las ideas expresadas en esta obra.

Como los lectores sin duda se darán cuenta, este libro está basado en muchas de las ideas de quien fuera mi maestro, amigo (y además codirector de mi tesis), el Dr. Carlos Llano Cifuentes. A 10 años de su partida no sobra decir que lo extrañamos; nos hace mucha falta. Aquí se aplica con mucha precisión la frase de Bernardo de Chartres, filósofo neoplatónico, canciller precisamente de la bellísima catedral de Chartres de 1117 a 1124: “Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura”. Creo que es una frase que se aplica muy certeramente a quienes seguimos al Dr. Llano.

Finalmente, soy un hombre de familia, y a la mía siempre le he agradecido su apoyo y comprensión. Reconozco por tanto el sostén de mis hijos Carlos y Pili, no sólo en el proceso de elaboración de este libro, sino también en toda mi vida. En cuanto a Nora, mi esposa, tengo la certeza de que no sería lo que soy sin su constante apoyo e interés en mí, lo cual agradezco de corazón.

Prólogo

El filósofo mexicano Carlos Llano decía que ser original no es simplemente pensar o actuar de modo distinto del resto de las personas. La originalidad implica algo más, pues conlleva conocer algo desde su origen, remontarnos a sus principios y repensar personalmente desde ellos. Sin duda, el libro de Carlos Ruiz refleja muy bien este sentido de la originalidad, pues nos ofrece una obra que despliega una reflexión filosófica acerca de un fenómeno complejo, pero también muy relevante para nuestra época: la empresa. El presente texto aborda esta realidad contemporánea a la luz de los principios de la filosofía clásica, lo cual dota de una indiscutible actualidad tanto a su marco de referencia como al objeto estudiado.

Los libros sobre teoría de la empresa y management no escasean en nuestros días. Encontramos obras tanto académicas –sobre todo, desde el ámbito de las ciencias sociales–, como de divulgación. Sin embargo, lo original y lo novedoso del presente libro es que se trata de un estudio hecho desde el ámbito de la filosofía práctica. De esta forma, el texto de Carlos Ruiz se inserta en una vía de reflexión sobre el humanismo y la empresa que fue inaugurada en México hace algunas décadas por el filósofo Carlos Llano.

El estudio aquí presentado lleva de la mano al lector por los distintos desafíos que presenta la reflexión filosófica acerca de la empresa. En primer lugar, el autor nos ofrece una justificación de la necesidad de hacer este tipo de aproximaciones al mundo de las organizaciones. Carlos explica las dificultades a las que nos enfrentamos ante esta clase de reflexión interdisciplinaria y defiende con buenas razones su viabilidad y conveniencia. En consonancia con ello, el libro continúa con una exposición de los fundamentos teóricos de una aproximación filosófica en clave antropológica al estudio de la empresa y su dirección.

El análisis de Carlos Ruiz nos presenta al trabajo como un cierto tipo de prâxis y, por tanto, nos explica el papel que desempeña en la formación del carácter, la autorrealización humana y la felicidad. La empresa, por su parte, es abordada como una comunidad en sentido aristotélico y, por ende, como un espacio para el despliegue de las virtudes y para la realización personal. Esto permite que el autor reflexione sobre la naturaleza del management y su relación con la antropología filosófica, lo cual nos aporta elementos muy valiosos para comprender mejor el estatuto de esta disciplina y un modelo de evaluación al respecto.

La reflexión de Carlos Ruiz desemboca, finalmente, en la formulación del principio del valor humano agregado que sintetiza su aportación al debate contemporáneo sobre el tema. El autor concluye, a partir de estos elementos, que cuando la empresa no logra cumplir satisfactoriamente con la vocación antropológica que le es inherente, entonces corre el riesgo de autodestruirse. La comprensión del alcance de esta afirmación supone una lectura cuidadosa del libro y una atención especial a los argumentos desarrollados a lo largo de sus páginas.

El presente libro acercará a los filósofos hacia un mejor entendimiento del mundo de la empresa y ayudará a que los empresarios se acerquen a la filosofía y a una comprensión de su propia actividad desde un horizonte más amplio. Sin duda, el diálogo que se suscite entre la comunidad académica y el mundo empresarial a partir de la lectura de esta obra será muy interesante y muy fecundo para todos los participantes en la discusión. Ojalá que esto repercuta en un acercamiento entre ambos mundos y más trabajos colaborativos entre ellos sobre la materia en cuestión.

Alberto Ross

Ciudad de México, marzo de 2021

Prefacio

El presente libro constituye, sustancialmente, la primera parte de mi tesis de doctorado, defendida en 2012 en la Universidad de Navarra.[1] Originalmente, dicho trabajo estaba constituido por dos grandes partes: una, eminentemente teórica, tuvo como objetivo desentrañar los conceptos antropológicos clave para construir un modelo a partir del cual fuera posible analizar la creación de valor humano agregado (vha) como criterio para abordar antropológicamente la realidad de la empresa; otra, de carácter más bien práctico, tuvo en su propósito el análisis de algunas de las principales corrientes o escuelas de management del siglo xx para evaluarlas a la luz de dicho modelo.

Como puede preverse, y considerando el tiempo que separa la defensa de mi tesis respecto de la presente publicación, no se trata de una simple reimpresión de esas ideas. El tiempo me ha dado la oportunidad de madurarlas aún más y de profundizar en ellas, así como de pulir algunos cabos sueltos que inevitablemente siempre quedan en los escritos de este tipo. Por otra parte, y debido a la extensión del trabajo original, también las he separado, mas no desvinculado, de la segunda parte de la tesis original, pues cada una es una propuesta sólida interesante y que tiene sentido por sí misma. En cualquier caso, espero tener la oportunidad de publicar la segunda parte más adelante.

Por lo pronto, en este texto me centraré con mayor profundidad en las bases filosóficas que me permitieron enriquecer esta teoría sobre el valor humano agregado, propuesta que retomo tanto de Antonio Valero como de Carlos Llano, a la luz de la antropología filosófica de corte clásico. Se trata de una reflexión profunda sobre una realidad que, desde mi quehacer cotidiano como profesor durante más de 40 años en el ipade, considero que no puede dejarse de lado: la persona en la empresa y la empresa en la persona, idea central sobre la que orbita el presente trabajo, y que le ha dado título a este libro.

[1] Carlos Jorge Guillermo Ruiz González, Elementos para una filosofía de la empresa en perspectiva antropológica; El Valor Humano Agregado a la luz de diversas teorías sobre la empresa, tesis doctoral, director de tesis: Prof. Dr. Fernando Múgica Martinena, Universidad de Navarra, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Filosofía, Pamplona, España, 2012, defendida el 17 de abril de 2012.

Introducción

1. Justificación de la necesidad de una

aproximación filosófica al estudio de la empresa

Uno de los temas que ha generado una gran cantidad de literatura desde finales del siglo xix hasta nuestros días es el de la empresa, particularmente enfocada desde el punto de vista de su gestión. Aquí, como en cualquier otra materia, existen autores más reconocidos que otros; unos son más pragmáticos, otros más teóricos. Hay quienes escriben desde su propia experiencia con el fin de transmitir algunos consejos útiles, mientras que otros aportan los conocimientos construidos como investigadores universitarios o como consultores. Generalmente, estos últimos son quienes poseen ma­yor autoridad en el tema, por lo que reciben el término coloquial de gurús, pues, en analogía con los maestros espirituales hindúes, sus propuestas, aparentemente novedosas, son capaces de conducir al éxito a los encargados de guiar una organización económica cualquiera.

Igualmente, el campo general de la administración, cuya aportación conforma la columna vertebral de las organizaciones, ha presenciado una profesionalización y especialización sin precedentes. Entre los conocimientos que forman parte del curriculum de cualquier estudiante del área económico-administrativa en el ámbito profesional se encuentran aquellos relacionados con finanzas, estadística, mercadotecnia, cálculo, derecho, economía e, incluso, ética profesional; situación que también se verifica en el caso de las ingenierías. A lo largo del tiempo, toda esta cantidad de información ha sido acumulada de tal manera que ha llegado a formar una disciplina con vida y objetivo propios. Esto ha permitido que, a diferencia de hace dos centurias, actualmente cualquier persona que desee participar en la cuestión administrativa y/o directiva de una empresa cuente con las herramientas necesarias –llámese conocimientos, métodos, competencias, técnicas y habilidades bien establecidas y delimitadas– que lo guiarán para tomar mejores decisiones en su respectiva organización.

Sin embargo, la empresa posee una dimensión que, a diferencia de su faceta lucrativa, apenas ha tomado relevancia en los últimos tiempos. Me refiero a su aspecto antropológico, sin el cual su función económica carecería de sentido. Una mirada atenta pone de manifiesto que la empresa, construida sobre la base del capital, el trabajo y los recursos materiales, ha ocupado una función protagónica en la vida de las sociedades actuales, no sólo como pieza decisiva para el equilibrio de las economías nacionales –e internacionales–, sino también como vehículo para el desarrollo personal y el progreso social. En efecto, su papel ha trascendido el ámbito de lo puramente económico para hacer eco en la dimensión personal e íntima de quienes trabajan en ella, al promover la trascendencia en el tiempo y el espacio del esfuerzo individual, mientras da cauce a algunas de las aspiraciones humanas más íntimas, articulando fines y objetivos particulares en proyectos de alcance regional o global vitalmente significativos.

Además, muchos y distintos talentos individuales han encontrado en la empresa el soporte adecuado para su despliegue y perfeccionamiento, así como un vehículo seguro para incidir positivamente en otros, sin mencionar que algunos de los retos más acuciantes de la época contemporánea, tales como una adecuada gestión del conocimiento, el desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías o el compromiso con la racionalización o reducción del deterioro ambiental sólo pueden ser afrontados mediante la conjunción organizada de talento y virtud que pueden encontrar en la organización empresarial un fértil campo de cultivo.

En resumen, la empresa se ha constituido en una de las instituciones más importantes, influyentes y definitivas de nuestros tiempos, y su indiscutible rol en el desarrollo económico, social, cultural e incluso personal de quienes conforman las sociedades actuales me lleva a proponer la necesidad de abordarla desde una perspectiva filosófica que, más allá de los retos de índole estructural y económico a los que se enfrenta cotidianamente, indague en las posibilidades de plenitud que, mediante su trabajo, puede encontrar el ser humano en ella. Parafraseando el concepto de vita activa de Hanna Arendt, en analogía con la antigua polis griega, la empresa también puede ser un lugar para llevar a cabo grandes acciones y pronunciar grandes palabras, mediante las cuales la persona se manifieste a sí mismo y muestre activamente su única y personal identidad, haciendo su aparición en un mundo auténticamente humano. La revelación de las distintas y numerosas capacidades humanas en el quehacer cotidiano del trabajo reclama a la empresa la responsabilidad de convertirse en un foro apropiado que no sólo posibilite dicha manifestación, sino que, más aún, la empuje y aliente.

La propuesta principal de esta obra radica, pues, en sostener que, más allá del valor económico agregado que siempre la ha impulsado como motor principal, la empresa también es capaz de generar valor humano agregado para quienes laboran en ella. Esto es, las posibilidades de aprendizaje y desarrollo que la empresa ofrece, así como su dinamismo y estructuración, puede otorgar a sus trabajadores una ganancia no sólo económica sino personal en el sentido más profundo de la palabra, al ser una plataforma para desplegar, de forma organizada y articulada, sus capacidades intelectuales, morales, sociales y técnicas, y llevar a plenitud los talentos dados por la naturaleza en favor tanto del propio individuo como del bien común. Carlos Llano, gran mentor, y de quien echaré mano continuamente a lo largo de este trabajo, no lo puede expresar mejor:

de nuestra parte, somos partidarios de incluir a la empresa dentro de los ámbitos principales en los que se desarrolla el carácter del hombre. Y, esto, por varios motivos. No es el menos importante el hecho de que la empresa ha adquirido en el mundo contemporáneo una legitimidad e importancia decisivas: la incorporación del capitalismo por parte de los países del Este de Europa ha puesto en manos de la empresa privada responsabilidades nuevas que debe encarar: una de ellas es, precisamente, la de la educación laboral de los ciudadanos, que incluye sin duda la formación de las personas.[1]

Este trabajo constituye, por tanto, una indagación filosófica sobre las posibilidades antropológicas de esta propuesta.

2. Algunas dificultades

La consecución de esta finalidad como una tarea propia e irrenunciable no es sencilla ni mucho menos obvia para la gran mayoría de los empresarios de nuestro país ni del mundo. Además, una propuesta de este tipo, por demás ambiciosa, y por ello arriesgada, no se encuentra libre de obstáculos que sin duda han retrasado y entorpecido la discusión que ahora se propone. En primer lugar, parecería que la filosofía, disciplina teorética por antonomasia, poco o nada tiene que ver con la empresa, cuyos fines y métodos parecen guiarse únicamente por juicios de carácter pragmático o utilitarista. Mientras el nivel abstracto de una actividad como la filosofía se enfoca en las causas y principios generales del ser, la estructura, finalidad y operación de la empresa parece provenir exclusivamente de conocimientos concretos y bien delimitados a su propia función. Esta total asimetría entre ambas entidades pronto desafía la necesidad, e incluso la posibilidad, de abordarla filosóficamente.

Ciertamente, al examinar un poco las causas de esta aparente incompatibilidad es posible enfrentarse con cierta actitud de rechazo o indiferencia hacia el tema por parte de la comunidad académica. Es un hecho que para la mayoría de los círculos de estudiosos más reconocidos en filosofía –llámese instituciones de educación superior, asociaciones filosóficas, facultades, etc.–, el mismo compuesto “filosofía de la empresa” resulta por completo ajeno o, en todo caso, refiere en un sentido casi equívoco, a los principios constitutivos que supuestamente rigen una empresa en particular.[2] A reserva de falsear nuestra tesis mediante algunos contraejemplos, actualmente, al menos en nuestro país, no es posible hallar algún proyecto académico de especialización o investigación en el área; igualmente, las discusiones sobre el tema se caracterizan por su poca relevancia o completa ausencia en los congresos filosóficos nacionales, seminarios, jornadas, revistas y otros espacios de discusión y divulgación.

En este sentido, resulta significativo el reducido número de filósofos y pensadores que han dirigido su atención al fenómeno de la empresa desde un ángulo que vaya más allá del establecimiento de hipótesis para lograr mejores niveles de ingreso, u organizaciones más eficientes, para inquirir de modo más profundo en los principios antropológicos fundamentales que subyacen en su estructura. Lo anterior no significa que el problema se encuentre excluido completamente del horizonte filosófico, pues actualmente es posible encontrar una respetable cantidad y calidad de producción escrita al respecto, y prueba de ello es la extensa obra de quien fue el primer director de la tesis que daría origen a este manuscrito, Carlos Llano,[3] o el propio Instituto de Humanismo y Empresa perteneciente a la Universidad de Navarra, España, cuya labor docente e indagatoria también constituye un precedente importante. Pero más allá de estas excepciones, sospechamos, en última instancia, que el motivo del poco desarrollo de un programa de este talante se debe a ciertos prejuicios en torno al cariz predominantemente mercantil y lucrativo que caracteriza a la empresa y que se opone a la condición particularmente contemplativa y especulativa de la filosofía.

En un breve recorrido por el desarrollo de la filosofía occidental en torno al tema del trabajo productivo,[4] acción primordial sobre la cual se forja la empresa, podemos percatarnos del poco interés que éste ha generado como motivo de investigación, particularmente hasta antes de la llamada Revolución Industrial. Así, por ejemplo, sabemos que Platón, en una jerarquización de los ciudadanos de la polis de acuerdo con su tipo de alma, defendía que los encargados de satisfacer las necesidades surgidas de la vida corriente tenían alma de bronce, mientras que aquellos encargados de gobernar –estirpe a la cual pertenece el filósofo rey– tenían alma de oro.[5] Por su parte, Aristóteles,[6] quien también distinguía entre actividades libres y serviles, desdeñaba estas últimas porque “inutilizaban al cuerpo, al alma y la práctica de la virtud”.[7] Este rechazo por las actividades de carácter “económico” [8] también era moneda corriente durante la Edad Media, época en la que los “asuntos lucrativos” eran menospreciados en beneficio de cuestiones relativas a la vida religiosa, académica o pública,[9] de manera que el aristócrata, el bachiller o el clérigo tenían un estatus social muy superior al del mercader o el negociante.

Un panorama muy diferente lo encontramos a partir del siglo xvi con el surgimiento del pensamiento económico mercantilista, preocupado por la preservación de la fuerza del Estado mediante el reforzamiento del mercado interno. Con el fin de asegurar la expansión de la riqueza de los príncipes o reyes, en el ámbito de lo público los valores religiosos comenzaron a ser poco a poco relegados, y las cuestiones morales relativas a la usura o la adquisición desmedida de riqueza perdieron vigor en favor de las “razones de Estado”.[10] Desde entonces las prácticas políticas se separarían de las cuestiones éticas o morales,[11] y con el tiempo, este tipo de razonamiento también se trasladaría a las mismas materias económicas.

Los siglos xvii y xviii se caracterizaron por las grandes revoluciones científicas e ideológicas que delinearon las pautas de la modernidad. Desde Copérnico hasta Newton, desde Diderot hasta Voltaire, desde Descartes hasta Kant, la preocupación de la ciencia y la filosofía se tornó hacia el hombre y su condición racional, capaz de combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, para conducirlo hacia un progreso perpetuo: “Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración”.[12] Las preocupaciones intelectuales, políticas, sociales y culturales de aquella época recayeron sobre la posibilidad de llevar a cabo el proyecto ilustrado. En ese ambiente fue posible el surgimiento de la economía política como ciencia moderna, gracias a las aportaciones de los fisiócratas (cuya doctrina queda bien resumida en la conocida expresión laissez faire), y sobre todo del liberalismo de Adam Smith y su obra La riqueza de las naciones.

Uno de los principales temas tratados en ese libro, emblemático para el sistema económico capitalista posterior, y por ende para la historia de la empresa como institución cardinal, es el de la división del trabajo y su capacidad para crear riqueza. El trabajo se concibe además como la fuente de propiedad, pues de acuerdo con filósofos como John Locke, Dios ha ofrecido el mundo a los seres humanos y por tanto cada hombre es libre de apropiarse de aquello que sea capaz de transformar con sus manos.[13] Esta corriente de ideas ocasionó una glorificación teórica del trabajo, pues éste, incorporado al producto, constituía ahora la fuente de propiedad y de valor. De esta forma, el papel del trabajo productivo quedó reivindicado y su poderoso influjo como vehículo transformador de la sociedad fue sellado definitivamente con la Revolución Industrial, comenzada en Inglaterra hacia la segunda mitad del siglo xviii.

Sin embargo, el conjunto de transformaciones socioeconómicas, tecnológicas y culturales devenidas, al tiempo que impulsaron el desarrollo de las industrias modernas y la manufactura, también se enfrentaron a nuevos retos de carácter social. El éxodo masivo del campo a las ciudades, aunado a un considerable aumento de la riqueza de éstas (que fundamentalmente se tradujo en una mejor alimentación y el mejoramiento de las condiciones higiénicas y sanitarias), implicó un crecimiento demográfico sin precedentes en la historia de Europa. El capitalismo triunfante logró transformar una sociedad rural, tradicional y agrícola en una sociedad industrial y urbana, que no se libró de nuevos retos. La gran mayoría de los obreros, llegados por miles para amontonarse en los suburbios de las grandes ciudades industriales, vivía en condiciones miserables y sin trabajo garantizado. Las epidemias de tifus o cólera abundaban, las condiciones laborales eran en general muy malas y las jornadas demasiado extensas (12 a 14 horas diarias), sin mencionar que incluían el trabajo de mujeres y niños de muy corta edad, carentes de toda protección legal.

Frente a esta paradójica situación de pobreza y precariedad comenzaron a surgir críticas y fórmulas que intentaron ponerle solución. Una de las más sobresalientes, debido a su profunda influencia filosófica, ideológica y política, cuyo eco aún resuena en nuestros días, fue el llamado “materialismo histórico”, de Carlos Marx, el cual presupone una interpretación de la historia en la que las fuerzas económicas constituyen la infraestructura que determina en última instancia los fenómenos “superestructurales” del orden social, político y cultural. Desde esta perspectiva, el trabajo llevado a cabo en un sistema capitalista es degradado, según Marx, a una actividad “enajenante”, pues éste no le pertenece al trabajador, quien tiene que sacrificar la energía de su espíritu y la fuerza de su cuerpo en beneficio de otro.[14] Su consecuencia más palpable sería a la postre la instauración de los regímenes comunistas, que teóricamente se propusieron la abolición de las clases sociales y la apropiación de los medios de producción por parte de la única clase que históricamente persistiría, es decir, el proletariado.

Las críticas a la ideología anterior no se hicieron esperar; se enfocaron tanto en elementos concretos de la obra de Marx, como en las interpretaciones que de ésta hicieron las organizaciones políticas y los intelectuales socialistas o comunistas posteriores; empero, su preocupación se centró más bien en la moralidad o viabilidad de los nuevos sistemas económicos derivados de las distintas ramas de la ideología marxista, así como en el papel del Estado y su función reguladora. Por su parte, las naciones autodenominadas “capitalistas” se enfrentaron al reto de generar diversos mecanismos de control que impidiesen la explotación laboral en un sistema de libre mercado y proporcionar en cambio condiciones más dignas para el desempeño del trabajo.

Tanto el surgimiento del liberalismo económico como de su crítica marxista detonaron el interés por el estudio del tema del trabajo desde distintas perspectivas y disciplinas. Sin embargo, esta renovada atracción intelectual mantuvo en casi todas sus vertientes el mismo denominador común: una concepción meramente utilitaria. El trabajo es únicamente el medio para ganarse la vida y colocarlo como fin vital resulta perverso.

Hannah Arendt tiene una explicación plausible de esta actitud intelectual. El problema no radica tanto en la actividad del trabajo en sí misma como en “la generalización de la experiencia de fabricación en la que [se había establecido] la utilidad como modelo para la vida y el mundo de los hombres”.[15] A juicio de Arendt, el Homo faber, que en la antigüedad clásica pertenecía al ámbito de lo privado, de la casa, se había trasladado al dominio de lo público, desplazando lo auténticamente político,[16] convirtiendo la vida en pura instrumentalización. La acción personal, base de la polis griega, que se manifiesta en forma de discurso o hazaña, queda relegada y es sustituida por el comportamiento económico de las masas, “sometidas [ahora] al imperio de lo impersonal, a las leyes necesarias de los grandes números, ante las que casi nada puede el discurso razonable o la acción libre. La política se convierte en administración y la filosofía política en economía política. Los acontecimientos sociales pierden su sentido humano”.[17] Todo parece haber quedado mediatizado, los fines en realidad son medios para otros fines y el ámbito de lo público se ha diluido en el ámbito de lo social y lo económico. La vida contemplativa ha sido hipostasiada por la vida activa, y ésta, a su vez, ha quedado bajo el gobierno del Homo faber, con su afán de instrumentarlo todo. Ante este panorama no resulta extraño que el filósofo viera invadido su terreno; lo que él hace no es importante porque carece de utilidad. La estrategia defensora pareció ser el castigo del menosprecio, mediante el cual aún intenta resguardar su amor desinteresado por la sabiduría: consciente o inconscientemente parece subyacer la crítica marxista al trabajo, y por ende a la libre empresa como su herramienta por excelencia, como factor de enajenación humana, que no vale la pena ser estudiado, a riesgo de trivializarse con él.

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9786079920197
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