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¿Qué es la eusocialidad?

El modelo básico más generalizado acerca del origen de la vida y la explicación acerca de la lógica de los sistemas vivos es la teoría de la evolución. El mérito de Darwin consistió en haber explicado un problema que llevaba cien años antes de él sin explicación, a saber: explicar la teoría de la evolución. Y la respuesta de Darwin fue el mecanismo de la selección natural. Los organismos y las especies que logran, como sea, superar las restricciones e imposiciones de la selección, logran adaptarse idóneamente y son, selectivamente, los mejores (fittest).

Es sabido que Darwin no emplea el término “evolución” en su obra cumbre, El origen de las especies por medio de la selección natural (1859), sino hasta la sexta edición, y ello debido al peso que ya había logrado el pensamiento de H. Spencer. Es debido a Spencer que a partir de la sexta edición del libro de Darwin que aparece el concepto de “evolución” expresamente en biología.

Ahora bien, al final de la introducción del libro mencionado, Darwin advierte expresamente que el mecanismo de la selección es la forma como él ha logrado explicar la dinámica de los seres vivos, su origen, su lógica. Pero que no está para nada seguro de que sea la única explicación posible de la evolución.

Numerosas otras alternativas aparecieron ulteriormente para explicar la evolución, acaso el concepto arquimédico de toda la cultura y la civilización contemporánea. Pero la idea quedó en el ambiente: la competencia y la lucha, la exclusión e incluso la violencia fueron las claves para explicar lo que había sucedido desde las escalas más básicas hasta el surgimiento del Homo sapiens. La lucha por el mejor macho o la mejor hembra, por el cuidado de los críos, por el territorio, digamos.

Esta historia ha cambiado radicalmente en años recientes. El paradigma de la evolución, latu sensu, ya no es la selección en manera alguna. Antecedida por la obra de L. Margulis, específicamente la teoría de la endosimbiosis, la teoría más sólida a la fecha acerca de la vida y los sistemas vivos, se funda en la importancia de la cooperación: cooperación, comensalismo, mutualismo. Esta es la eusocialidad.

Desarrollada originariamente por E. O. Wilson, M. A. Nowak y C. Tarnita, la eusocialidad es el término usado que describe cómo, a partir de los insectos sociales y de otras especies animales, la vida consiste en una gran trama de cooperación centrada en los más jóvenes y en el cuidado del nido, el nicho, el hogar. La teoría es desarrollada entre 2004 y 2010, y constituye la mejor aplicación acerca de un hecho básico: la vida no es un sistema de lucha y competencia, sino de ayuda, de altruismo y de cooperación. Es lo que en términos algo más técnicos Margulis expresa como simbiosis y holobiontes.

De esta suerte, la teoría de la evolución cooperativa (=eusocial) pone de manifiesto una explicación multiniveles de la evolución, así: existe una imbricación entre selección individual y selección grupal, que favorece ampliamente, ya desde los invertebrados hasta los mamíferos superiores más complejos, la cooperación y el beneficio mutuo antes que la competencia y la lucha recíproca. Este modelo ha sido sustentado por nuevas matemáticas de sistemas dinámicos no lineales, que arrojan nuevas y refrescantes luces sobre la lógica de la vida.

Ciertamente, el origen de la eusocialidad ha sido raro en la historia de la vida, debido a que la selección de grupo ha sido excepcionalmente poderosa para relajar la fuerza de la selección individual. Desde la genética hasta la epigenética, la eusocialidad ha sido confirmada una y otra vez poniendo en claro, a plena de luz del día, que las especies se benefician enormemente más de procesos de ayuda mutua antes que de rivalidad.

Digámoslo de manera puntual: los sistemas más complejos son aquellos que poseen eusocialidad, esto es, una condición verdaderamente social. La complejidad se funda en la eusocialidad y a su vez la eusocialidad permite formas, dinámicas y estructuras auténticamente complejas.

Como se aprecia, la biología, la ecología y las propias matemáticas han tomado una ventaja selectiva en el panorama de las ciencias y las disciplinas en este plano. Sin la menor duda, las más rezagadas son las ciencias sociales, por ejemplo, la economía, la administración, la educación y la política, las cuales siguen haciéndose ampliamente posibles a la fecha con base en conceptos (erróneos), como “competencia” y “competitividad”. Competencias argumentativas, crecimiento competitivo de la economía, competitividad empresarial, lucha por el poder, por ejemplo.

¿Cabe mencionar aquí que el 97 % de la biomasa son plantas? ¿O que la biomasa de las hormigas es esencialmente igual a la de los seres humanos a todo lo largo de la historia? ¿O que la vida se funda esencialmente en la importancia de las colonias bacteriales y que el microbioma es una instancia fundamental para comprender la salud humana? (Ello sin mencionar el significado del viroma).

Existe en el imaginario social y en la cultura en general una idea equivocada, se trata de la creencia de que la vida es un combate incesante y solo los más fuertes sobreviven; no los mejores, no los más inteligentes, no lo más buenos. Esta creencia errónea tiene enormes consecuencias en numerosos planos. Frente a este imaginario, bien vale una actualización de lo mejor de la ciencia y la investigación. En este caso se trata de la idea de eusocialidad. El origen de la vida en el planeta fue exactamente el origen de procesos de ayuda mutua, de codependencia, de reciprocidad.

La cultura ha conducido a conceptos como “fuego amigo”, “bajas casuales”, “falsos positivos”, “posverdad” y los ya mencionados de “competencia” y “competitividad”, para no elaborar una lista larga. La ignorancia en ciencia se traduce en políticas peligrosas y en creencias falsas.

La eusocialidad, el hecho de que la vida es una gran red de cooperación y ayuda mutua, y en la que la naturaleza carece de jerarquías. Los sistemas vivos generan constantemente las condiciones de posibilidad de su propia existencia y se hacen posibles con base en aprendizaje mutuo y cooperación recíproca. No es difícil.

Un demonio innombrable: la auditoría tecnológica

La inmensa mayoría de las empresas y universidades se caracterizan por tener una doble moral. Mientras que de un lado pretenden políticas de armonía e integración, de otra parte son verdaderos mecanismos de control y manipulación. Con seguridad, el mejor ejemplo es la auditoría tecnológica.

La auditoría tecnológica consiste en el hecho de que todas las comunicaciones, particularmente de internet, están siendo monitoreadas o pueden serlo en cualquier instante, siempre que se use la red de la compañía o la universidad de que se trate. Cualquier correo electrónico, cualquier consulta de páginas web, entrante o saliente, es objeto de supervisión y control. Control moral, control político, control ideológico. En muchas ocasiones, cuando existen planes corporativos de telefonía móvil, lo mismo puede estar sucediendo. Y los trabajadores, los empleados o como eufemísticamente se dice “los colaboradores”, pueden no saberlo.

La auditoría tecnológica es una práctica común y ya de larga data en muchos lugares. Pero se trata de un secreto a voces. Secreto porque propiamente dicho es un acto ilegal. Vila el derecho a la intimidad, el derecho a la libre opinión, en fin, el derecho mismo a la libertad (de opinión, de creencia política, sexual y otras). La dificultad enorme es que de una parte la inmensa mayoría de los empleados de una empresa semejante no lo saben, o lo saben y no pueden hacer nada. Mucha gente prefiere la vigilancia y el control con tal de tener un empleo permanente, o casi.

Y de otra parte, peor aún, es porque no existe ninguna legislación que prohíba esa clase de prácticas y políticas de intromisión y violación del derecho a la información. Sin la menor duda, el más básico de los derechos en los contextos de la sociedad de la información o de la sociedad del conocimiento.

Se habla mucho del control que ejercen Facebook y Google, notablemente, no sin acierto, se afirma que estas empresas fueron declaradas como de interés nacional estratégico por parte de los Estados Unidos. Pero poco y nada se sabe ni se discute a nivel local, particularmente en el caso de las medianas y grandes empresas. Eso que la oficina de impuestos nacional declara como “grandes contribuyentes”.

Es fundamental que diversas instancias se apersonen del problema: los sindicatos, allí donde existan, y las diversas organizaciones de trabajadores (desde los Fondos de Empleados a las Cooperativas y otros). Si en un plano la ignorancia de la ley no justifica la violación de la misma, en otro plano la ignorancia de la violación a los más elementales derechos no justifica la denuncia y la crítica. Todas las cuales conducen a la acción: acción colectiva.

De este modo, muchas empresas tienen oficinas no públicas ni declaradas de espionaje de los correos y consultas en la web que llevan a cabo los trabajadores. Se trata, literalmente, de red de cooperantes, red de colaboradores, redes de denuncia y persecución. Persecución por motivos morales, ideológicos o políticos, principalmente. En el momento en que un trabajador es objeto de movimientos sospechosos en materias de información, consultas y correos, se procede con prácticas habituales como acoso laboral hasta aburrirlo para despedirlo; o bien, incluso el despido sin justa causa. Empresas panópticas, monstruos de control y manipulación.

Solo que en el caso de las universidades, se trata del control no solamente de los trabajadores (académicos y administrativos), sino también de los estudiantes. De cualquier usuario, incluso visitantes de la red local operante.

El descaro llega hasta el punto que en ocasiones, por ejemplo, en la base de los correos electrónicos se dice explícitamente: “Los mensajes entrantes o salientes pueden ser objeto de supervisión, etc.”. Basta con echar una mirada cuidadosa a la letra pequeña de las páginas web, de las de tecnología u otras semejantes.

Pues bien, debe ser posible desarrollar normas de protección a los usuarios de la red, así se trate de redes privadas. Al fin y al cabo, la red podrá ser privada, pero el derecho a la información es un servicio público y un derecho fundamental. La dificultad estriba en el hecho de que numerosas empresas y en muchos países no existe una legislación que proteja a los ciudadanos y a los empleados y usuarios de prácticas nocivas, peligrosas o nefastas semejantes.

Como se aprecia, la doble moral es evidente. Como en política, se puede decir lo que se quiera, pero lo verdaderamente importante es lo que se hace. Una disociación total de la personalidad. En el mismo sentido, muchas empresas parecen preocuparse por el clima laboral, el prestigio institucional, en fin, el cuidado de la marca y el top of mind. Pero lo real es lo que hacen: en este caso, los sistemas de control, espionaje y la violencia subsiguiente conducente a la persecución y la amenaza del desempleo.

En los planos de la administración, la política, las ciencias sociales y humanas, e incluso en materia de salud al interior de las empresas, es fundamental atender a este comportamiento esquizoide o psicótico. Hay que dejar de creer en los discursos y atender mejor a las prácticas y los ejercicios, a las decisiones reales y a las acciones. Es, por lo demás, un tema básico de cultura científica, a saber: lograr distinguir entre las palabras y las cosas, o bien, entre los discursos y los hechos o los datos. Y la verdad es que el dato es el control y el espionaje de la información. Los discursos, la empresa familiar, la responsabilidad social empresarial, la cultura y el clima organizacional, por ejemplo.

Una empresa, cualquiera que sea su frente de actividad, que lleva a cabo prácticas disociativas semejantes, enferma literalmente a sus empleados, miembros y usuarios. Que es lo que sucede en muchas ocasiones en el marco de las políticas de gobierno y estado: a qué creer, a las palabras o a los hechos. El mejor representante de eso que se llama “posmodernidad” son las empresas mismas. Es decir, desde el imperio del discurso, la disociación con los hechos y la imposición de posverdades. Es cuando se hacen cosas con palabras y se termina confundiendo a los hechos mismos con palabras.

Empresas enfermizas, un mundo enfermizo.

No se puede disciplinar la investigación

Una tendencia peligrosa tiende a hacer carrera en muchas universidades hoy en día, con paso cada vez más apretado y voz cada vez más elevada. Se trata de los intentos por disciplinar la investigación. Esto es, que los economistas deben publicar en revistas de economía, los administradores en revistas de administración, los politólogos en revistas de su disciplina y los médicos, por ejemplo, en las revistas de su área.

Se les quieren cortar las alas a los investigadores para que publiquen en revistas diferentes a su propia disciplina, y es creciente la tendencia a que, por ejemplo, para efectos de reconocimiento por producción intelectual, se valore poco y nada publicar artículos de alta calidad en revistas de otras áreas, incluso aunque esas revistas puedan ser 1A.

Esta es una tendencia evidente en Colombia y en otros países. Por tanto, cabe pensar que se trata de una estrategia velada que solo se podría ver como anomalías locales. Falso.

Se trata, manifiestamente, de un esfuerzo cuyas finalidades son evidentes: adoctrinar a los investigadores y ejercer un control teórico –ideológico, digamos– sobre su producción y su pensamiento. Y claro, de pasada, cerrarle las puertas a enfoques cruzados, a aproximaciones transversales, en fin, a la interdisciplinariedad.

Esta es una política a todas luces hipócrita: en efecto, mientras que de un lado cada vez más los gestores del conocimiento hablan de la importancia de la interdisciplinariedad, de otra parte se cierran; de un lado, en los programas de enseñanza y de otra parte, en los procesos mismos de investigación; libertades básicas que corresponden a lo mejor del avance del conocimiento en nuestros días.

Ciertamente que el conocimiento en general puede tener un avance al interior de cada disciplina. Pero ese progreso es limitado, técnico y minimalista. Dicho con palabras grandes: ese avance beneficia a la disciplina, pero deja intacto el mundo. No cambia para nada la realidad, ni la de la naturaleza ni la de la sociedad.

En realidad, disciplinar la investigación corresponde a la emergencia y consolidación del capitalismo académico. Bien vale la pena volver a leer, incluso entre líneas, el libro fundamental de Slaughter, S., and Rhoades, G., (2009). Academic Capitalism and the New Economy. Johns Hopkins University Press. Un texto invaluable sobre el cual los gestores del conocimiento en países como Colombia han arrojado un manto de silencio. Mientras que en los contextos académicos y de investigación de algunos países desarrollados sí es un motivo de reflexión y crítica.

Están pretendiendo controlar el pensamiento mismo de los investigadores. Ya no solamente el de los educadores y profesores. Con ello, de consuno, se trata de controlar a posibles futuros lectores, a los estudiantes y a una parte de la sociedad. Una empresa de control total.

En muchos colegios, los mecanismos de control ya están establecidos, notablemente a partir de las fuentes que trabajan; los libros, por ejemplo, muchos de ellos, concentrados en dos o tres fondos editoriales. El control ya viene desde las editoriales elegidas por numerosos colegios para la formación del pensamiento de los niños.

En las universidades se ha establecido ya la elaboración de los syllabus y de los programas. La libertad de enseñanza, la libertad de cátedra, como se decía, quiere ser más cercenada y manipulada. Incluso hay numerosos lugares donde se discuten colectivamente los programas, todo con la finalidad de ajustarlos finalmente a los syllabus.

Y a nivel de la investigación, el más reciente, el control ha venido a introducirse justamente con el llamado a la publicación de artículos en revistas de la disciplina. La libertad de pensamiento (=investigación) queda así limitada, si no eliminada.

En un evento internacional hace poco conocí a un profesor que había estudiado un pregrado determinado, había hecho su doctorado en otra área en un país europeo, y como resultado investiga en otros temas diferentes; pero, como pude comprobarlo, en investigación de punta (spearhead science). Pues bien, este profesor anda por medio país, y ahora por medio continente, buscando trabajo, pues las convocatorias en muchas ocasiones exigen disciplinariedad. Así, por ejemplo, haber estudiado economía y tener un doctorado en economía. De manera “generosa” (ironía), se escribe con frecuencia: “o en áreas afines”. Economía es aquí tan solo un ejemplo.

El subdesarrollo –eso ha quedado en claro hace ya tiempo– no es un asunto de ingresos, dinero o crecimiento económico. Es ante todo una estructura mental. Pues bien, con fenómenos como los que estamos señalando, las universidades están reproduciendo las condiciones del atraso, la violencia, el subdesarrollo y la inequidad. Por más edificios que compren o reestructuren, por más aparatos y dispositivos que introduzcan en las clases y en los campus.

Como se aprecia, parece haber toda una estrategia política. Y sí, la política se ha convertido en un asunto de control y manipulación, no de libertad y emancipación.

Disciplinar la investigación es, en muchas ocasiones, un asunto de improvisación, en otras, una cuestión de mala fe (en el sentido Sartreano de la palabra), y en muchas ocasiones también un asunto de ignorancia.

Muchos profesores, simplemente por cuestiones básicas de supervivencia, terminan ajustándose a elaborar programas en concordancia con los syllabus, y a investigar y publicar en acuerdo con las nuevas tendencias y políticas. Por miedo, por pasividad. Pero siempre hay otros que conservan su sentido de independencia y autonomía.

Como sea, en el futuro inmediato, parece que el problema no se resolverá a corto plazo. Debemos poder elevar alertas tempranas contra la disciplinarización de la investigación, y hacer de eso un asunto de discusión, estudio y cuestionamiento. Son numerosos los amigos y colegas que conozco que enfrentan este marasmo.

(Los) dos modos de avance de la ciencia

El primero, es de lejos, el estándar.

La investigación científica sucede análogamente al trabajo de los maestros de construcción en un edificio. Uno pone un ladrillo, otro más pone otro ladrillo, y así sucesivamente. Alguno pone el marco de una ventana, otro más cada vidrio y así sucesivamente hasta que se va completando todo el edificio. Se trata de un proceso, no acumulativo, pero sí que se va superponiendo como pequeñas capas geológicas. Ninguno tiene como finalidad revolucionar la ciencia y mucho menos transformar el mundo. Simplemente, hacen su trabajo.

Exactamente en este sentido, la inmensa mayoría de la investigación científica es minimalista por técnica, por especializada. Como el obrero experto en la tubería, el que es conocedor del cableado eléctrico, el que conoce como ninguno la plomada y la rectitud de los ladrillos, aquel otro que pinta los muros y paredes, por ejemplo.

Cada quien sabe hacer lo suyo, todos se implican recíproca y necesariamente, y ninguno adquiere, y ciertamente no a priori, un protagonismo más allá de su especialidad. Así sucede en la física, y en cada una de sus especialidades, en la ingeniería, en la inmunología, en la bioquímica, o también en la economía, por mencionar tan solo algunos casos.

Se trata de trabajadores intelectuales que, en el mejor de los casos, hacen la tarea. Hay quienes enseñan poco e investigan mucho, y otros más que escriben alguna cosa, son invitados a algún congreso nacional o internacional y que adquieren, durante un momento episódico, una cierta notoriedad y fama local. Existe un recíproco reconocimiento entre los investigadores, acaso cada quien reconociendo la valía de los demás. Como los maestros de construcción, esos que fueron llamados durante mucho tiempo “los rusos”.

Es en este sentido que se habla justamente de redes, esto es, de imbricaciones y colaboraciones, directas o indirectas, en las que cada quien se apoya en el trabajo de los otros, y todos en una red que confluye, ulteriormente, en la consolidación de la ciencia o la disciplina. El edificio del caso.

Y es que la analogía no es exagerada. En un caso como en otro, se les impone a obreros e investigadores metas, logros, cumplimientos, y se les establecen objetivos e indicadores precisos. Y cuando un edificio ha sido terminado –y vendido, entonces–, pues se comienza con la construcción de otro. Es lo que podría asimilarse como la conclusión de un proyecto de investigación y el inicio de otro. Que es la forma como se va construyendo esa urbe que es la ciencia en general. Hoy por hoy, una urbe cada vez más poblada, con mayores especializaciones, con recovecos cada vez más sutiles y difíciles.

Otro es el modo radical, pero inmensamente más difícil de avance de la ciencia.

La otra forma de avance de la ciencia no desplaza, en absoluto, al modo anterior, sino, lo supone. Mientras que allí tiene lugar, de manera imperceptible, el cambio de mentalidades, el segundo modo de avance de la ciencia es el que produce rupturas y discontinuidades, revoluciones y cambios profundos y estructurales.

Este segundo modo de avance de la ciencia no se propone, y ciertamente no de entrada, el cambio del mundo y la realización de una revolución científica o tecnológica. Pero lo que sí es claro es que, al final del día, por así decirlo, es que los científicos logran adivinar que se viene un cambio profundo y que las cosas cambiarán radicalmente. Y entonces dedican sus mejores esfuerzos y energías a llevar a cabo la revolución. Les creen, más que a las ideas, adicionalmente, a sus pálpitos e intuiciones, a su capacidad de apuesta y sus corazonadas (guts, en inglés).

Las revoluciones científicas suceden a través de dos caminos distintos, pero que, a cabo, pueden encontrarse, eventualmente. De un lado, se trata del trabajo descomunal, verdaderamente titánico, que logra realizar grandes síntesis. Son pocos los investigadores que alcanzan a visualizar, y mucho menos a proponerse la realización de grandes síntesis. Pues, como queda dicho, la inmensa mayoría son minimalistas por técnicos.

Y de otra parte, se trata de aquellos que son verdaderamente radicales, se enfrentan al destino, al mundo y a sí mismos, y se proponen rupturas y quiebres –frente a la tradición y frente a la corriente dominante de pensamiento (mainstream science)–. Literalmente, estos investigadores son ludópatas: apuestan los bienes más preciados a la empresa de innovación y descubrimiento. Pierre Curie muere por radioactividad, Einstein termina en una confortable soledad, Gödel es víctima de la paranoia y muere al cabo de hambre; cuando no son asesinados, como Turing, por preferencias personales, por ejemplo.

Porque enfrentarse a los poderes establecidos de la ciencia implica un cierto espíritu de radicalidad; mucho mejor, hybris (un concepto que conocían muy bien los griegos de la Grecia arcaica, y que bastante más que “pasión” o “pathos”). Se trata de una compleja mezcla de fuerte autoestima, espíritu de riesgo, capacidad de desafío, y mucho trabajo con tesón y disciplina, entre otras condiciones.

De suerte que el segundo modo de avance de la ciencia consiste en una capacidad de apuesta fuerte, y en mucha capacidad de autonomía, libertad y criterio propio. Grothendieck constituye uno de esos excelsos casos de independencia y ruptura. Pero la verdad es que la historia está llena de otros buenos casos, en casi todas las disciplinas.

Investigar como quien hace más que la tarea, y más exactamente como quien no hace la tarea. Porque su decisión y su apuesta son otros.

En filosofía no sucede algo diferente.

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9789587391701
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