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II. UNA CIUDAD DE CABALLEROS SIN CABALLO

1. LA REAL MAESTRANZA Y LA INEXISTENCIA DE UNA EQUITACIÓN MODERNA

Durante los primeros años de la Restauración, los caballos no abundaban en la ciudad de Valencia. Si bien el paseo de la Alameda podía ser el centro de reunión y exhibición de la sociedad elegante en carruaje, como en los años cuarenta del siglo XX recordaba Teodoro Llorente: «Entonces lucíanse buenos troncos de caballos extranjeros y españoles, y se presentaban lujosos trenes. Valencia conservaba la nota señorial de su historia, que ahora se ha perdido mucho»,1 esto no dejaba de ocurrir sólo los domingos y ser, de hecho, una prueba de la inexistencia de cualquier otra actividad hípica en la ciudad.

No obstante, existía en Valencia un cuerpo de nobles integrado por los miembros más selectos de la nobleza con título, la Real Maestranza, cuya función debía ser precisamente el cultivo del arte ecuestre, tal como rezaba su escudo: Equestris labor nobilitati decus. La Real Maestranza desarrollaba sus actividades con privilegios reales desde 1754, pero a principios de la década de 1880, no era precisamente una institución con mucha vida. Como relataba en 1884 José Martínez Aloy en El Almanaque de «Las Provincias»:

¿Qué hace en la actualidad la Real Maestranza de Valencia?

¿Subsiste con los mismos fines para que fue creada?

Doloroso es confesar que sus trabajos colectivos, caso de que existan, pasan inadvertidos á los ojos del público.

Precisamente en esta época, en que el espíritu de asociación se ha desarrollado en nuestra ciudad de un modo asombroso, haciendo surgir academias, ateneos y congregaciones de todas las clases para el adelantamiento de las ciencias, de las letras, de las artes, de las industrias y hasta del simple recreo, hasta extendiendo la cultura y coadyuvando al progreso en todas sus manifestaciones por medio de la discusión y de las conferencias, del premio y de la emulación, de los certámenes y de las ex posiciones, en esta época, en fin, de febril actividad, permanece inerte, al parecer, la Real Maestranza, sin más pensamiento que la conservación de sus prerrogativas, y el arreglo de sus vistosos uniformes.

Y no será, sin duda, porque sociedad alguna se haya adelantado á llenar los fines que corresponden al Real Cuerpo, porque precisamente es Valencia la capital en que más se siente el vacío de una asociación consagrada al mejoramiento de la raza caballar y al ejercicio de la equitación, cuyo arte requiere por su índole especial de esfuerzos colectivos.

La Real Maestranza cuenta con fuerzas para construir un hipódromo, cual requiere la importancia de nuestra ciudad, para establecer picaderos públicos, sin perjuicio de las reservas propias de la institución y para reanudar las antiguas justas y torneos, como diversión más propia de la aristocrática juventud que las corridas de becerros á que últimamente se ha aficionado.

El pueblo valenciano se complace al observar en las procesiones religiosas, en las recepciones oficiales (...) las apuestas figuras de los caballeros maestrantes (...) pero se pregunta con curiosidad quienes son aquellos caballeros que no montan.

Las instituciones que pierden su objeto, graban su nombre en una página de la historia, y desaparecen. Las que no se encuentran en este caso, deben adaptarse á la marcha de los tiempos para hacer factibles sus trabajos y cumplir como buenas.2

No era casualidad que Martínez Aloy expresara estas preocupaciones. Él sería concejal en el Ayuntamiento por la Liga Católica, grupo político que defendería una aristocratización de los dirigentes conservadores valencianos para fortalecer el supuesto liderazgo natural que debía caracterizarlos. Por otra parte, también sería uno de los principales accionistas de la Sociedad Valenciana de Tranvías,3 cuyos coches usaban tracción animal y, por lo tanto, tuvo que ser un buen conocedor del mercado equino local. Por todo esto, era normal que denunciase el letargo vital de la Real Maestranza, que suponía un claro incumplimiento de los maestrantes con las ordenanzas de su propio cuerpo, ya que como rezaba el artículo VI:

Deberán concurrir los Caballeros Maestrantes al picadero lo más que puedan y tener lo menos un caballo que enviarán al picadero tres días á la semana, y no podrán enagenarle sin dar cuenta antes al Teniente de S.A.R. en quien legítimo motivo resida facultad para embarazarlo, como para hacérsele reemplazar con brevedad, y deberá presentarlo al Caballero Fiscal cuando ejecute la visita.4

Es más, el caballero fiscal tenía la obligación de vigilar el cumplimiento de las ordenanzas y controlar que los maestrantes asistieran al picadero y enviaran, al menos, un caballo. También existía la figura del picador, quien:

Artículo III

Debe asistir indefectiblemente á todos los picaderos, ejercicios y ensayos, y dar noticia en ellos al Fiscal del estado de escuela de los caballos que concurren, y de todo lo que juzgue importante para el adelantamiento en el ejercicio, así de caballeros, como de caballos, que ha de ser su principal objeto, destinando á cada discípulo el caballo que ha de trabajar, y en qué aires, según el conocimiento que debe tener del estado y habilidad de caballeros y caballos.

Artículo IV

Deben trabajar todos los caballos bajo su dirección manejando la cuerda en los que la necesiten, montándolos en lo violento siempre que le parezca necesario, é igualmente dejándolos de su mano, siempre que no quedaren á su satisfacción, y principalmente de paso; ó fiarlos solo para esto á quien suficientemente sepa manejarlos, y no montará caballo de fuera de la Maestranza en los días de picadero, sin preceder permiso del Caballero Fiscal; y los del Cuerpo deberá sacarlos al campo, siempre que por lección lo necesiten, en los días que no son de picadero.5

Es difícil aventurar hipótesis sobre las razones de la manifiesta dejadez de las ordenanzas que mostraban los maestrantes. La primera, y más lógica, es que el «caballero de muy notoria y distinguida nobleza, de conducta recomendable, de haberes suficientes para mantener la correspondiente decencia y gastos que el Cuerpo le repartiere»6que integraba esta sociedad, no disponía de muchos caballos para enviar al picadero, ni del tiempo ni de la predisposición necesarios para entrenarse en ejercicios del tipo de «evoluciones de escaramuzas y cañas, cabezas, alcancías, carrillos ú otros».7 Pero, probablemente, la razón de más peso sea que las prácticas de equitación que caracterizaban a la Real Maestranza eran ridículamente señoriales, desfasadas y lindantes con lo grotesco. Para ser maestrante era necesario tener siempre preparados los «aprestos, como son: uniformes grande y pequeño, con los aderezos correspondientes, pistolas, espadas, cinturón, botines, espuelas, lanzas, dardos y adargas, correaje de uniforme, jaez de color de su cuadrilla y presentarlo todo al Caballero Fiscal cuando ejecute la visita».8

Todo esto con el objeto de realizar simulacros de justas medievales en funciones públicas representadas durante las procesiones religiosas. Y las escaramuzas debían ser exhibiciones del manejo de cabezas, cañas, alcancías, carrillos y sortija. Como es evidente, tenemos, en este caso, un ejemplo perfecto de una actividad física que excluye casi todos los criterios que Guttmann asociaba a la práctica de los deportes modernos. No debe extrañar, pues, que los jóvenes aristócratas no se sintieran muy atraídos por esta expresión de entretenimiento simbólico cuya función era recuperar unas artes militares olvidadas y periclitadas, que habían sido una vía de adquisición de la virtud personal que facilitaba un acceso preferente a la oficialidad del ejército. Las diversiones del Antiguo Régimen no parecía que sedujeran mucho a los nobles valencianos.

Así se explicaría el gran éxito que tuvo en aquellos años el circo ecuestre de Micalea Alegría entre la sociedad más elegante de Valencia.9 Empezó sus funciones en 1885 en el Teatro Circo de Colón,10 y desde entonces no paró de actuar en Valencia hasta tomar en empresa el Teatro Apolo. Su espectáculo se fundamentaba, básicamente, en los números de equitación y alcanzó tanta aceptación en Valencia que, incluso una vez, llevó sus caballos al Teatro Principal para hacer sus números ecuestres.

En el Apolo, un público formado por clases medias y populares disfrutaba de una función circense, mientras que los jóvenes de buena familia aprovechaban la única posibilidad que tenían para ver caballos, haciendo algo más que dar vueltas lentamente alrededor de la Alameda los domingos por la tarde.

2. EL POLO-CLUB

Sin embargo, en el inicio de la década de 1890 hubo intentos de cambiar esta situación. El 27 de mayo de 1893 se presentaron en el Gobierno Civil los estatutos del Círculo Hípico Valenciano, sociedad que contaba con 79 so cios; aunque se disolvió al poco tiempo11 y sin haber organizado ninguna actividad reseñable. Por el contrario, en 1897 habría más suerte y el Valencia-Polo-Club llegaría a abrir sus puertas. Instalado en unos terrenos del camino del Grao, celebró su inauguración el domingo 24 de mayo. Tal como relataba Las Provincias en primera plana:

Fué una fiesta brillantísima. Mucho se esperaba de ella; pero confi eso que los resultados han sorprendido á los más optimistas. Satisfechos deben estar los clubsmens [sic], pues las señoras de Valencia han respondido unánimemente á su invitación.

El aspecto de los jardines y de la pista no podía ser más espléndido. Aquello no parecía Valencia; y conste que no hay en ello ofensa para nadie; pero todos convendrán conmigo en que, dado el carácter retraído de la sociedad valenciana, es muy difícil organizar tan complicada sociedad y encontrar una acogida tan excelente.12

Aquella tarde, se jugó un partido de polo que enfrentó a ocho jinetes. Luego, las señoras fueron obsequiadas con un lunch ofrecido por los caballeros y terminó la fiesta con un rigodón y un vals. El viernes 18 de junio, se volvió a disputar un partido de polo que reunió a los mismos jugadores; pero, también, a más público:

Aumenta el número de señoras que presencia el juego desde sus carruajes, que se sitúan junto á la pista, formando bonito cuadro el conjunto de los trenes ocupados por elegantes señoras, cubiertas con las sombrillas. Hermosa nota de color.

También el partido fue muy bueno; nuestros sportmen adelantan en el juego. Ensayan con frecuencia, y cada día dominan más el manejo de la raqueta. Serán unos buenos polistas.13

Hubo apuestas, y a las nueve de la noche se dio por concluida la velada, después de bailar algunos valses. Al día siguiente, sábado 19 de junio, hubo diversión también, a pesar de consistir esta vez en unos discretos asaltos de esgrima dirigidos por los hermanos Chust, propietarios del gimnasio más antiguo de Valencia. De nuevo, hubo «grande adorno de las más elegantes y distinguidas señoritas»14 y baile final de valses.

El martes 22 de junio los deportes eran sustituidos por un cotillón que reunió a la sociedad más elegante:

Al hablar de la fundación de este club, decía que con poco que se empujara, marcharía viento en popa: así sucede, y hoy son los jardines del Polo el centro de la más elegante sociedad valenciana. A cualquiera de las fiestas que allí se dan, acude un público que, por su cantidad y calidad, da el buen tono en cualquier parte (...).

Muchas mujeres y muy bonitas, luz, flores y alegría. Con estos elementos no hay fracaso posible.15

A la semana siguiente, el martes 29 de junio, los miembros del Polo-Club celebraron una verbena de «marcado carácter español». Se puede decir, sin exagerar, que vivían cierta adicción a los actos sociales:

Para dar más carácter á la fiesta, muchas señoritas se presentaron luciendo ricas mantillas de encaje ó de madroños, y vistosos pañuelos de Manila.

Los hombres vestían todos smoking, que no resultaba muy propio junto á los mantones y mantillas. Pero no era cosa de vestirse de corto.

Lo importante eran las señoritas, y estas estaban de primera.

Para dar más carácter a la fiesta, se habían hecho algunas instalaciones muy divertidas. (...) Los columpios, la caseta del pim-pam-pum, los cuadros disolventes, el puesto del porrat, el de las flores, el de horchata y otros más.

También había venta de buñuelos. (...) Á cargo de bonitas camareras. No faltaba un solo detalle, parecía que estábamos en la más popular de las verbenas madrileñas.16

Pero no eran sólo bailes y deportes nobles como la equitación y la esgrima las diversiones que ofrecía el Polo-Club. Esta entidad también contaba con una pista de patinaje bastante concurrida por los jóvenes de ambos sexos. El patinaje fue introducido en Valencia, en torno a 1880, cuando se vivió una moda similar en toda Europa.17 Juan Solís, «un completo tarambana (...) emprendedor de los negocios más originales y más distintos, siempre sin tener ni la menor idea del valor del dinero, ni la más leve noción del “debe” y del “haber”»18 abrió el Skating-Ring en el Jardín del Santísimo al lado de la Alameda. Se trataba de un salón rodeado por una valla donde «la “creme” (...) de la sociedad valenciana, calzábase los patines y se lanzaba a lucir sus habilidades. (...) Las acarameladas parejas patinaban del brazo, demostrando lo acordes que marchaban en la vida».19 El recinto se llenaba todas las tardes, pero Juan Solís casó con una de las hijas del conde de Trigona y acabó por desprenderse del local para abrir una heladería hacia 1885. El Skating-Ring lo cogió Salvador Sánchez y dejó de ser patrimonio de las clases elevadas.20 Pasó a llamarse Skating-Garden y el deporte se popularizó, por lo que los jóvenes de las familias más selectas se encontraron sin un espacio donde practicar la sociabilidad entre los dos sexos sin sufrir los riesgos de mezclarse con personas con las que no podían tomarse demasiadas confianzas. No es posible saber con certeza la composición social de los primeros patinadores y los cambios exactos que se produjeron porque la única referencia disponible a este respecto son las palabras de Teodoro Llorente Falcó. No obstante, gracias a un poema del dramaturgo Manuel Millás, antepasado del escritor Juan José Millás, podemos hacernos una ligera idea:

Recuerdos del Skating-Rink [Sic]

– «¿Quiere usted patinar conmigo hermosa?»

Te dije, y respondiste: «Sí, señor».

Nos calzamos al punto los patines,

Y entramos al salón;

Y cogidos del brazo, fuertemente,

Con ímpetu veloz,

Tres vueltas dimos, pero al dar la cuarta

Tropezamos, caímos y... tableau21

Gracias a Constantí Llombart,22 tenemos datos muy reveladores de la biografía de Manuel Millás. Nacido en 1845 e hijo de unos ricos comerciantes, su familia se arruinó cuando él tenía unos 20 años y se vio obligado a buscar empleo en la Diputación Provincial como oficial. En 1887, cuando escribe los versos anteriores, vivía en el número 21, 3.ª, de la calle de Quart; domicilio que podría considerarse como modesto.23 Esto pondría de manifiesto que, además de patinar también los mayores de 30 años, la principal razón de discriminación del Skating-Ring no atendía tanto a la condición económica como al prestigio social acumulado. Manuel Millás, pese a pertenecer a una austera clase media de empleados de la administración pública, disfrutaba de un estatus diferenciado por sus estudios universitarios y su pasado desahogado que le confería la suficiente respetabilidad como para establecer un contacto informal con las hijas de las buenas familias. Por otro lado, evidencia que la popularización que experimentó el Skating-Ring tuvo que ser bastante amplia e incluir a personas de estratos sociales lindantes entre la clase media y los trabajadores manuales cualificados.

Esto explicaría la despavorida huida de los valencianos elegantes, porque al ser un espacio donde la segregación por géneros se atenuaba, pese a que las jovencitas siempre estaban acompañadas por alguno de sus progenitores, debía aumentarse la segregación clasista, ya que los roces y equívocos desagradables podían ser mayores. Por esta razón, el patinaje tenía una fuerte presencia al lado de la equitación en el Polo-Club, debido a que esta sociedad se constituyó como la más selecta y elitista de Valencia. Fue el espacio de sociabilidad más restringido y exclusivo, con una oferta de ocio propia y dirigida sólo a sus miembros, y existió hasta 1905 en la ciudad.

Este hecho se pone de manifiesto al leer los nombres de sus integrantes: su presidente era Vicente López Puigcerver (Valencia, 1844-Madrid, 1911), teniente coronel que ascendería en 1905 a general de brigada como jefe del Estado Mayor del Ministerio de Guerra, además de ocupar el cargo de director del Instituto Geográfico y Estadístico. Fue hijo del magistrado del Tribunal Supremo y antiguo progresista Joaquín López Ibáñez y hermano mayor de Joaquín López Puigcerver (1845-1906), abogado y político demócrata que accedió en 1871, durante el reinado de D. Amadeo de Saboya, a la subsecretaría de Hacienda, y en 1886 al Ministerio de Hacienda.24

Asimismo, entre los 44 nombres relativos a personas que participaron en estas veladas que se ha logrado identificar, encontramos a personajes públicos tan distinguidos como Federico Trénor Bucelli (1830-1897), quien tenía 67 años de edad en el verano de 1897, y sus sobrinos Francisco Trénor y Palavicino, futuro conde de Trénor, y de unos 24 años de edad, y Leopoldo Trénor y Palavicino (1870-1937), de unos 27 años de edad; aunque sólo Francisco se ejercitó en actividades físicas como el polo y la esgrima.25

Por otro lado, la prueba irrefutable de que el Polo-Club nacía para ofrecer esas diversiones aristocráticas que la Real Maestranza era incapaz de impulsar son los maestrantes miembros de dicho club. El más importante es el conde de Creixell, quien ocupó varias veces el principal cargo de la Real Maestranza, teniente de hermano mayor, y que aparece disputando un partido de polo.26 Otra persona destacada es Diego de León y Núñez-Robres, de unos 24 años de edad e hijo de Antonio de León y Juez-Sarmiento, también Teniente de Hermano Mayor.27

Pero si los dos anteriores montan a caballo, José María Lamo de Espinosa, miembro de la Real Maestranza desde 1908, de unos 21 años de edad y licenciado en Derecho en 1898,28 sólo se entretiene con el patinaje. Su padre, el propietario Antonio Lamos de Espinosa, y su tío, el diputado provincial por los liberales Francisco Lamos de Espinosa, eran maestrantes desde 1853.29 También se abstiene de jugar a polo, y se dedica sólo a los patines, José María Despujols y de Chaves, maestrante desde 1892 y de unos 24 años de edad.

Evidentemente, el hecho de patinar no excluía tener conocimientos de equitación suficientes como para poder jugar al polo, ya que el club contaba con dos profesores, los hermanos Ferrandis, para tal menester. Además, el conde de Romrré (título nobiliario proveniente de Austria), Carlos Romrré Paulín Cebrián, era capitán comandante del Arma de Caballería30 y en el Polo-Club sólo practicó el patinaje junto con su hija, y llegó a ser considerado por Las Provincias como todo un experto.

Entre los diez hombres que jugaron al polo, aparece Juan Pérez Sanmillán (1868-1936), quien sería senador electo y disfrutaría del título nobiliario, creado ex professo, de marqués de Benicarló, aunque en 1897 sólo era un ingeniero de 31 años. En 1907 casaría con Emilia Fontanals, hermana de un compañero suyo en el juego de Polo, Juan Fontanals. Tampoco es intranscendente que Juan Fontanals participara en este deporte, porque puede servirnos para hacernos una idea del poco nivel que tenían los encuentros. Según Teodoro Llorente, amigo personal suyo, éste era «alto, de rostro muy encendido, aun cuando muy apagado de carácter, debido a unos ataques epilépticos que padecía».31 Por el contrario, quien siempre hacía de juez de campo era Eduardo Zaragoza, soltero de unos 44 años, y «prototipo del hombre fuerte, matador de toros en las corridas de la Taurina, buen jinete y tirador de sable y espada como pocos».32

Otro jugador de polo era José Berruezo Berruezo, concejal conservador en el Ayuntamiento de Valencia en 1896 y de unos 29 años de edad. José Moróder Peñalva, hijo del rico comerciante y propietario José Moróder Peyro, fue otro polista.

Otras personas identificadas que no participaron en los partidos de polo son Manuel Perera Garrigó, consignatario de la Compañía de Vapores Vinuesa, que tendría un papel muy destacado en la fundación del Club Náutico de Valencia. También Francisco Tovía Aracil, nacido en 1877 y licenciado en Derecho, después de muchos esfuerzos, en 1902,33 e hijo del hacendado Francisco Tovía y Marau. La lista de nombres y apellidos ilustres se amplía con los comerciantes y/o propietarios con sus respectivos hijos: Rafael Oliag y Oliag, Rafael Pampló, Víctor Pedrer, Francisco Royo, Rafael Santonja... todos ellos principales fortunas de la ciudad inscritas en la Sociedad Valenciana de Agricultura. En realidad, detrás del Polo-Club se encontraba esta sociedad, ya que un anuncio en Las Provincias recordaba a sus socios que pasaran por la Secretaría de la Sociedad Valenciana de Agricultura a recoger sus pases.34 Además, Vicente López Puigcerver fue, con toda probabilidad, recompensado por su labor de dirección con su designación como presidente de la Sociedad Valenciana de Agricultura a finales de 1897.

No es difícil suponer que se trataba de un ambiente próximo a una ideología conservadora. De los 14 jóvenes por cuya edad podían haber asistido al Colegio de San José, la escuela dirigida por los jesuitas, 6 lo hicieron. Sin embargo, llama la atención la presencia de los hermanos César y Ricardo Santomá y Friera, de 20 y 19 años de edad respectivamente e hijos de César Santomá, catedrático de Química en el Instituto de Valencia y representante de la compañía Gas Lebon, así como amigo de Blasco Ibáñez.35

Pero, independientemente de la adscripción concreta de sus miembros, el Polo-Club, que nacía en el mismo año que su homólogo de Barcelona, reunía al pequeño núcleo de las clases dirigentes valencianas que ahora podían entretenerse imitando los comportamientos sociales propios de los gentlemen ingleses. El Valencia-Polo-Club era su espacio particular para escenificar su propia distinción y sofisticación. Como es lógico, esto abre la pregunta de cómo eran vistos por los sectores más democráticos de la ciudad. El Mercantil Valenciano relataba de este modo la inauguración:

No nos equivocamos al asegurar hace algunos días que el Polo Club sería el centro de reunión de la buena sociedad valenciana en la parte que sin ofensa para nadie pudiéramos llamar la más selecta y elegante.

La inauguración oficial verificóse ayer con gran esplendor. Daba gloria ver el marco que las mujeres más hermosas y distinguidas de Valencia formaban alrededor de la ancha pista donde se jugaba al polo (...).

Nosotros felicitamos á los fundadores del Polo Club, y saludamos con cariño y respeto á esta nueva sociedad.

Somos partidarios de todo cuanto tienda á la regeneración física de nuestro pueblo, porque la salud del cuerpo influye poderosamente en la salud del alma, y nosotros estamos firmemente convencidos de que los problemas de la educación se imponen con fuerza irresistible y que hay que hacer mucho para vigorizar á nuestra juventud, fortaleciendo á la par su cuerpo y espíritu.

Por eso, sin que pretendamos volver á los juegos atléticos de los griegos y de los romanos, entendemos que hay que fomentar los modernos sports, y si aplaudiríamos toda tentativa dirigida á la instalación de gimnasios populares y si nos complace la afición popular á algunos juegos, hemos de declarar que merecen nuestras simpatías y nuestra gratitud los que fomentan esos sports de las clases sociales más elevadas, complaciéndonos mucho ver á los jóvenes de la buena sociedad en el gimnasio, en la sala de armas, en el Polo Club y en todos aquellos sitios en donde el ejercicio fortalece, haciendo al hombre apto para el trabajo y vigoroso para vencer en la lucha por la existencia.

Y de estos sports nos gustan más aquellos que, como el Polo, no sólo fortalecen los músculos, sino que fortalecen el espíritu, porque es un ejercicio que exige valor, corazón, y en algunos momentos cálculo y reflexión para alcanzar la victoria.

Y nuestra alegría sería completa si junto al hipódromo viéramos el Ateneo y si llegáramos al ideal bellísimo y encantador de aplaudir en un mismo día la obra de la inteligencia y el ejercicio físico de nuestra juventud, viendo en ella perfectamente nivelados el desarrollo corporal y la cultura del espíritu.36

El periódico se mostraba cercano a «la afición popular á algunos juegos» (la pelota); pero no por ello era contrario a los deportes elitistas. Más bien, los defendían con entusiasmo, siempre y cuando éstos sirvieran para difundir los mismos valores que inculcaban las public schools y algún día llegase «la instalación de gimnasios populares». Por el contrario, El Pueblo optaba por una breve nota:

La fiesta inaugural de la nueva sociedad Valencia-Polo-Club resultó brillante.

Después de varias sesiones del juego hípico del polo, en que lucieron sus nacientes aptitudes varios distinguidos jóvenes, sin sufrir percance alguno, pasaron todos los socios e invitados y con ello multitud de señoras y señoritas á los hermosos jardines.37

Es obvio que a los lectores de El Pueblo no les interesarían mucho las notas de sociedad; pero hay que señalar que el «populismo blasquista» tenía una buena oportunidad para construir un discurso vindicativo en favor de las clases trabajadoras, tanto medias como populares, de gran fuerza. Los miembros del Polo-Club eran fácilmente identificables como una elite oligárquica y aristocrática enfrentada al conjunto de los hombres honestos y de costumbres humildes y sencillas, ya que su propio fin era segregar físicamente a un pequeño grupo de personas ricas e influyentes en un espacio de lujo y diversión bien delimitado con el resto de la sociedad. Sin embargo, El Pueblo prefería no hacer valoraciones de ningún tipo, en una actitud nada «populista».

Pero, cuando el Polo-Club había cumplido un mes de su existencia, decidió abrir sus puertas al público y ofrecer un festival de beneficencia para socorrer a los heridos de Cuba. Las Provincias describía así el ambiente:

Ayer estaba toda Valencia [cursiva en el original] en los jardines del Polo-Club. No recordamos en este género de fiestas otra que haya estado más brillante. (...) Había junto a la extensa barandilla de la pista cinco o seis apretadas filas de hermosas y elegantes valencianas. Aquello era gloria.38

Hubo exhibición hípica, partido de polo y coreografías sobre patines dirigidas por el Conde de Romrré. Además, se jugó un partido de fútbol con patines, siendo esta curiosa variación la primera referencia a este deporte encontrada en Valencia. A las diez de las noche «todavía estaba la gente joven dedicada al baile». No obstante, para El Pueblo fue más que una sesión de alegre caridad:

Puede asegurarse que toda la sociedad elegante de la capital se congregó en los hermosos jardines del Polo (...).

Todos los concurrentes, y con ellos algunos representantes de la prensa, abonaron el importe de su tarjeta de entrada (...).

Merece agradecimiento la Sociedad Valencia-Polo-Club, y entusiasta felicitación los Sres. D. Leopoldo Trénor, D. Rafael Oliag y D. Rafael Colomina, que han trabajado con celo y generosidad dignos del mayor encomio para lograr el brillante éxito obtenido.

La citada comisión debe estar satisfecha del concurso que todas las clases sociales de Valencia le han prestado para sus benéficos fines.39

Fue un amable y educado recordatorio del necesario concurso de «todas las clases sociales», de la imposibilidad de separarse y prescindir de la ciudad.

De todas formas, el Polo-Club no vivió mucho más. Dos semanas después, justo cuando debía convocarse una junta general de socios, falleció Federico Trénor y Bucelli y ésta se suspendió. Una vez empezado agosto, no se reunió y el Polo-Club desapareció de la prensa. Según el Libro de Registro de Asociaciones, se disolvió sin precisar fecha.40

Las razones pueden ser varias, pero la principal es la poca voluntad e interés por practicar deportes hípicos en comparación con los esfuerzos y costes que éstos requieren. Los jóvenes de buena familia disfrutaban de un lugar confortable donde entretenerse sin necesidad de saber montar o jugar bien al polo, y muchos optaban por el camino más cómodo y se abstenían de aprender. En los tres partidos disputados siempre juegan los mismos: 10 varones, contando a los árbitros, que es el mínimo de personas que requiere un encuentro de polo. Además, no parece que todos ellos fueran grandes polistas, si tenemos en cuenta que uno de los jinetes sufría ataques epilépticos y no era una persona especialmente atlética. El objeto del Polo-Club no era inculcar los mismos valores que las public schools, sino ofrecer entretenimientos con un barniz aristocrático. En Valencia había una tienda llamada The Sport cuyo emblema era un gorro y una fusta de jockey; pero cuyo objeto era vender artículos como «Corbatas, pañuelos, calcetines, guantes, y perfumería. Bastones, paraguas, petacas, carteras y bisutería».41

En realidad, se trataba de recuperar un espacio donde los chicos pudieran sociabilizarse con las chicas de forma distendida pero sin roces con personas inapropiadas. Tan sólo con leer las crónicas de Las Provincias, se observa la gran importancia que tenía la presencia de las «bellas señoritas» en la vida del Polo-Club. En palabras de El Mercantil Valenciano:

Bajo el punto de vista del honesto exparcimiento y de la sociabilidad [cursiva en el original], el Polo Club cumple en Valencia una misión digna de encomio y llena una necesidad que se deja sentir con gran imperio.

Valencia carece de puntos de reunión y de grandes centros de recreo; aquí no se dan reuniones; la mayor parte de nuestras hermosas paisanas se pasan la vida metidas durante la tarde en el carruaje y encajonadas durante la noche en el palco del teatro, cuando los teatros están abiertos. Y de los hombres no hablemos. La vida de café y de casino los enerva y la falta de trato y de comunicación establece un aislamiento, una falta de sentido de la realidad y un desconocimiento del mundo que les perjudica notablemente.

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