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Probablemente, para lograr cumplir esa pretensión de internacionalizarse en un futuro no muy lejano, el Casino de Cazadores organizó el primer certamen de tiro de pichón de la ciudad de Valencia durante las fiestas del patronato de Nuestra Señora de los Desamparados, justo el mismo día en que también se celebró por primera vez un concurso de velocipedistas.

La expectación generada fue grande, y hubo que sortear los nombres de los participantes porque las inscripciones habían superado con exceso el número de plazas. El jurado estaba presidido por el concejal Sr. Llivert, por el Sr. José Rausell, en representación del Casino de Cazadores, y por el presidente del Casino de San Humberto. Hubo dos modalidades: tiro al pichón y tiro a bolas de cristal. La primera reunió a 15 tiradores y la segunda a 11, que se disputaron varios premios. El 1.er premio para el ganador del tiro al pichón era una escopeta inglesa Scott regalada por el Ayuntamiento; el 2.º premio, una escopeta belga Gulikers ofrecida por el Casino de Cazadores, y el 3.er premio, una cigarrera «alegórica» entregada por el Ayuntamiento. En la modalidad de tiro a las bolas de cristal, los regalos eran un poco más modestos. El 1.er premio era, también, una escopeta Scott, pero esta vez sufragada por el Casino de Cazadores. El 2.º premio era un gran trofeo venatorio ofrecido por el Ayuntamiento y el 3.er premio era un joyero de bronce. Obviamente, el hecho de que ningún premio consistiera en una retribución en metálico marcaba el carácter amateur de los concursantes y exhibía los fines elevados de la competición, promovida sólo por el amor al deporte.

El certamen tuvo lugar el 7 de mayo en la plaza de toros, y la asistencia de público no fue muy numerosa. Para el tiro de pichón se adaptó el sistema de cajas con resorte, con el objetivo de que los tiradores valencianos fueran acostumbrándose a esta variedad y de este modo poder competir con éxito con los forasteros y los extranjeros, y para asegurar la igualdad entre todos los contrincantes, al no depender tanto de la buena voluntad del colombaire.

De la lista de concursantes, ha sido posible identificar a algunas personas, entre ellas: el impresor Miguel Manáut;34 Manuel Carretero de 25 años de edad y proveniente de Murcia,35 quien estaba terminando sus estudios de Derecho y lograría, después de muchos esfuerzos, ser notario, pese a que se dedicaría al comercio. Enrique Albors, quien debe de ser Enrique Albors Raduán, un estudiante que estuvo en 1882 sólo un año en el Colegio de los Jesuitas, y que nunca llegó a obtener el título de bachiller, al menos en el Instituto de Valencia. Por lo tanto, se trataría de un joven de apenas 20 años con una gran afición a las armas de fuego (participaría en tres ocasiones en estos concursos), hecho que lo vincularía con un tal Enrique Albors que, siendo inspector de policía, ganaría otro certamen de tiro en 1907. José Esteve, de 30 años y natural de Teruel, licenciado en Derecho en 1882. Manuel Olmos Moreno, de 32 años de edad, licenciado en Medicina y miembro del Casino de San Humberto.36 En 1897 sería secretario general del Instituto Médico Valenciano y, posteriormente, concejal blasquista en el Ayuntamiento de Valencia.37 Además de Ricardo Beltrán, suplente en la tirada contra Gandía, y futuro concejal por los liberales en el Ayuntamiento.

El año 1886 terminó con la votación por unanimidad de la directiva del Casino de Cazadores, que conocemos por El Almanaque de «Las Provincias» y que supuso la continuación del mismo equipo directivo anterior. De la directiva de 1880, seguían Eduardo Vilar Torres, aunque ahora como vicesecretario, y Tomás Perelló, quien continuaba como vocal. Eran nuevos Ricardo Beltrán y José de Ródenas, representantes del Casino frente a Gandía, y Arcadio Tudela, licenciado en Medicina de 26 años de edad38 y oficial interventor en la contaduría de la Junta de las obras del Puerto,39 que ocupaba el cargo de contador; además de ser hijo del político conservador de mismo nombre y apellido, que había sido elegido concejal y diputado en varias ocasiones.40 El presidente era Eugenio Malo de Molina, también miembro de la Sociedad Valenciana de Agricultura, y Fernando Prosper, ayudante en la Dirección de carreteras provinciales,41 era el vicepresidente. Pero la mayor sorpresa la suponía su tesorero, el liberal José Rausell, el hombre más rico de Gandía y su alcalde.42 Debemos suponer que la victoria para el Casino de Cazadores no fue tan sólo una satisfacción personal, sino que también ayudó a su lanzamiento como plataforma para integrar y consolidar las redes que los caciques del sistema alfonsino habían trazado por la provincia.

Probablemente, la nueva directiva consideró que había que continuar convocando certámenes de tiro y darles una publicidad más correcta, a la vez que celebrarlos en unas fechas más propicias, ya que para la Feria de Julio de 1888 se organizó otra tirada y se publicaron las bases del concurso en la prensa. Para participar, se exigía ser español y estar domiciliado en el antiguo Reino de Valencia, además de ser mayor de 20 años. Si se quería participar en las modalidades de carambolas a palomos o tiro de pichón en libertad, había que abonar la cantidad de 40 pesetas, y si se optaba por las modalidades de tiro rápido al blanco o tiro de carambolas a cristal, la inscripción costaba 20 pesetas. Sólo se podía concurrir en una modalidad, aunque era posible matricularse en las cuatro. En caso de exceso de participantes, se efectuaría un sorteo y aquellos que resultasen eliminados y no pudiesen competir recuperarían los derechos de matrícula. Esta vez, la implicación del Ayuntamiento fue mayor, ya que los premios grandes, dos escopetas inglesas para los ganadores de la modalidad de carambolas a palomos y tiro de pichón en libertad, eran ofrecidos por el consistorio municipal, mientras que el Casino de Cazadores y el de San Humberto donaban un trofeo alegórico, un rifle de 14 tiros y varios accésits.43 No obstante, el valor de los premios seguía siendo más simbólico que pecuniario.

En esta ocasión, se reunió un público bastante numeroso en la plaza de toros el 27 de julio, y tomaron parte en la competición 24 tiradores; todos, menos uno, miembros del Casino de Cazadores o del de San Humberto. Repetían Manuel Olmos, entre otros, y de los nuevos ha sido posible identificar a Ramón Gil, probablemente el dueño del Café Del Cid en la plaza de la Virgen;44 a Antonio Benet, empleado que vivía en el número 39 de la calle de la Nau, aunque es muy posible que trabajara para su padre, quien era propietario y se dedicaba junto con su esposa al comercio,45 así como a José Martí y Grajales, hijo de un zapatero, que logró finalizar el bachillerato en 1875, pero que tuvo que esperar hasta 1902 y tener 40 años para licenciarse en Filosofía y Letras.46 Pese a no pertenecer a ningún casino, cuando murió en 1906 era el comandante del regimiento de veteranos.

El certamen fue todo un éxito, y una muestra de la buena convivencia que existía entre los dos casinos:

Hubo también sus brindis, que no podían faltar entre la franqueza y el buen humor, reflejando un excelente pensamiento; el de la fusión entre las dos sociedades de cazadores de Valencia y de San Humberto, que si gozan desahogada vida con su separación, la disfrutarían próspera si unieran sus valiosos elementos, pudiendo alcanzar la importancia de las mejores sociedades de sport.47

Para el año siguiente, se repitió la fórmula y volvió celebrarse un certamen de tiro al pichón; pero esta vez con auténtico éxito de público. Las Provincias cifraba entre 2.000 o 3.000 el número de espectadores que fueron a la plaza de toros, y hacía mención de que por primera vez «acudieron elegantes señoritas».48

Se efectuaron tres modalidades: tiro de pichón a brazo, tiro de pichón a caja y tiro de pichón a carambolas, y el número total de participantes fue de 20. Una novedad fue que el 1.er premio de cada modalidad, una escopeta inglesa, podía cambiarse por su equivalente en metálico, 500 pesetas. Esto suponía asumir que la principal motivación para competir era un cierto lucro personal, o la ganancia de un objeto valioso, más que el honor mismo que implica siempre el triunfo. Curiosamente, la posibilidad de obtener un sustancioso premio monetario no provocó ningún tipo de debate en la prensa, ni tan siquiera el más mínimo comentario o consideración, y se aceptó como normal y esperable. De los participantes, no ha sido posible saber mucho, y sólo se ha podido identificar a Vicente Arnal, licenciado en Derecho, de 33 años.49

En 1890, no se celebró la Feria de Julio por la epidemia de cólera, y no hubo tirada que disputar. Por el contrario, en 1891 sí se celebró. Organizada de nuevo en la plaza de toros ante numerosísimo público, consistía en tres pruebas: tiro al blanco móvil, tiro de pichón a caja y carambola de pichón a caja. En las dos primeras, hubo 13 participantes, y en la última 8 participantes, aunque tuvo que ser suspendida, por haber anochecido y ser imposible seguir tirando, y repetirse al día siguiente por la mañana. Además de los accésits como objetos artísticos, los premios importantes volvían a ser armas de fuego que podían cambiarse por su valor en metálico, un rifle cuyo precio era de 100 pesetas y otro cuyo precio era de 75 pesetas. La mayoría de los concursantes ya había participado en anteriores competiciones, y de los nuevos no ha sido posible obtener ninguna información de interés. Sólo queda decir que varios de los tiradores presentaron una protesta formal por el orden en que se realizaron las pruebas que obligó a suspender la última tirada, pidiendo que se anularan los resultados del certamen y se volviese a celebrar otro día. No es posible saber si esto supuso una contrariedad insuperable para los organizadores o un pequeño inconveniente, pero el hecho cierto es que dejaron de celebrarse torneos de tiro después de 1891.

Durante los cinco años que el Casino de Cazadores de Valencia y el Casino de San Humberto promovieron tiradas públicas, participaron 59 hombres en tales eventos, de los cuales 14 se puede afirmar con toda seguridad que eran miembros del Casino de Valencia, 10 pertenecían al Casino de San Humberto y 7 eran tiradores libres. Es probable que tales cifras sean modestas y que no tengan ninguna relevancia especial. Sin embargo, demuestran que en Valencia ciudad hubo una práctica competitiva regular durante un período de tiempo largo que permitió crear y sostener un número de competidores y aficionados considerable, y desarrollar su actividad deportiva pacíficamente con una escopeta bajo el brazo. Para hacernos una pequeña idea de la proliferación de las armas de fuego, no se puede olvidar que en Valencia ciudad, entre bazares de armas, armeros y tiendas de efectos militares, había 10 establecimientos; mientras que el número total de librerías ascendía a 9.50

El alcance en cifras que llegó a tener la práctica del tiro es imposible de estimar, y es obvio que el número de participantes en estos certámenes estaba limitado por el importe de los derechos de matrícula, cuyo mínimo era de 20 pesetas. De todas formas, las profesiones que se han podido identifi car muestran que el segmento de población que comprendían los concursantes era bastante amplio: un impresor, un médico republicano, el dueño de un café, un empleado, un oficial, un abogado... Se trata de unas clases medias que no se sentían ofendidas ni insultadas por luchar para obtener premios valiosos, o dinero simple y llanamente. Es decir, que no consideraban deshonroso ganar premios en metálico con el ejercicio de sus aficiones, no de sus profesiones.

Tampoco puede considerarse la cifra de 20 pesetas como el impedimento principal para quienes quisieran concursar, ya que otros factores serían más determinantes, como las posibilidades reales de éxito, que dependían, al fin y al cabo, de la pericia de cada cual con un arma. Esto hacía de la decisión de inscribirse una cuestión de cálculo personal; fácilmente observable en el caso de Manuel Olmos, quien participa en 1886, en 1888 y en 1891, y resulta siempre ganador de algún premio o accésit. Los mejores tiradores repiten; mientras que la pauta de participación del resto es simplemente ocasional, una vez y no más. El coste de la inscripción suponía un sacrificio no compensado y, en consecuencia, se optaba por no volver a jugar. Como participar era caro, ganar era importante. Esto explicaría que la edad de los concursantes rondase los 30 años, ya que no se trataba de una distracción ociosa para que las personas de posición desahogada matasen el tiempo, sino de un deporte competitivo que requería estar en pleno y perfecto dominio de las propias facultades.

Por otro lado, no se puede observar ningún tipo de discriminación o discrepancias en la organización de los torneos por razones o afinidades políticas. Si la existencia de dos casinos en la ciudad podría inducir a pensar que se trataba de la clásica división conservadores/republicanos, ésta se demuestra imposible por la buena convivencia de ambas entidades. Además, un tirador tan significado políticamente como el republicano Manuel Olmos es en 1886 miembro del Casino de Cazadores de San Humberto; pero en 1891 pasa a ser miembro del Casino de Cazadores de Valencia. Puede que esto se debiese a un acercamiento al sistema alfonsino favorecido por la reintroducción del sufragio masculino, pero, aún así, parece difícil sostener que la adscripción política tuviese un papel relevante o significativo en estos espacios competitivos de sociabilidad.

En definitiva, estos certámenes, así como los lugares donde se podía ejercitar la puntería, fueron puntos de encuentro público entre hombres, mayoritariamente jóvenes, que desarrollaron un deporte competitivo reglado con total normalidad y que se reconocían como iguales, sin poder observarse que ningún tipo de discriminación o exclusión condicionara la vida de estos centros. Cuando en 1910 se dispuso una tirada «como se hacía en el año 1880, (...) no faltaron, entre los concurrentes a la tirada, evocaciones de lo que consideraban la edad de oro del tiro de palomo».51

4. EL DISCRETO SILENCIO Y LA CONVERSIÓN A LAS SOCIEDADES DE TIRO

No obstante, este auge daría paso a un largo y discreto silencio. El Casino de Cazadores seguiría organizando actividades para sus miembros, pero perdería la presencia pública que disfrutaba en los certámenes de tiro de la Feria de Julio. Como entidad social, su carácter de representación colectiva daría paso una proyección más privada. En estos años, también es posible que muchos miembros optaran por una forma de sociabilización más reservada y circunscrita a un núcleo de personas más cercanas. Un buen ejemplo del nuevo tipo de sociedades informales de cazadores que se darían a finales del siglo XIX se encuentra en las memorias de Teodoro Llorente, que relata las partidas de caza que organizaban él y su grupo de «amigotes», y cuya sede social era el domicilio de Salvador Oliag. No había más reglamento escrito que sus propias costumbres y ninguna otra finalidad que no fuera pasar un buen rato divirtiéndose con la caza y la comida.52

Pero, una vez iniciado el siglo XX, los periódicos expresarían los lamentos que producía la falta de una entidad que organizase tiradas públicas. En relación con un campeonato nacional, escribían:

Nosotros atribuimos la ausencia de aficionados valencianos á la falta de costumbre de tirar á caja; y sobre todo de tirar en público, para lo cual nada mejor que organizar aquí certámenes regionales en los que (...) vayan nuestros cazadores ejercitándose y al propio tiempo perdiendo el miedo, causa única de su retraimiento.53

Después de años de silencio, se preparó de nuevo un certamen de tiro para la Feria de Julio de 1906, y al año siguiente, bajo la dirección del Ateneo Mercantil, se repitió el evento, que logró reunir a 32 tiradores. Hubo dos modalidades: tiro a pichón y tiro a carambolas de pichón. Los premios ya eran exclusivamente en metálico y las cantidades considerablemente generosas. Para el primer ejercicio, había 500 pesetas para el 1.er clasificado, y 250 ptas para el 2.º clasificado. En el segundo ejercicio, el 1.er premio, de 750 pesetas, además de un servicio de té de plata regalado por la infanta Isabel (quien presenció durante media hora el torneo), recayó en Enrique Albors, inspector de policía y un asiduo participante de los torneos celebrados desde hacía 20 años; mientras que el 2.º premio, una escopeta más la cantidad de 250 pesetas, fue para Francisco Devís, un industrial domiciliado en Masamagrell.54

Sin embargo, el Ateneo no suplía el déficit de sociedades de caza y la mayoría de encuentros seguía celebrándose en el ámbito privado. Por ejemplo, en la granja de José Moróder de Moncada, donde tenía instalada su vaquería:

En el campo de tiro que la Sociedad «Los XII» tiene establecido en la magnífica granja de D. José Moróder, se celebró ayer una tirada de palomos. (...) Los expedicionarios regresaron á Valencia altamente satisfechos, haciendo votos porque cuanto antes sea un hecho la nueva sociedad de Tiro que ha de establecerse en la playa.55

La referida sociedad ya se había fundado en abril de 1908 y se llamaba Sociedad de Tiro al Pichón, cuyo presidente era J. Dupuy de Lome, y, tal como se esperaba, construiría una sede social y unas instalaciones de tiro en la playa.56 Éstas se inaugurarían en 1909, aprovechando la visita de Alfonso XIII durante la Exposición Regional, y la sociedad cambiaría de nombre para llamarse Real Sociedad de Tiro. Su composición y funcionamiento es ya una cuestión que queda fuera del presente trabajo.

Para concluir, se debe destacar que el Casino de Cazadores había nacido siete años antes de la Ley de Asociaciones para ofrecer un nuevo marco de sociabilidad promovido por los líderes restauracionistas. Su primera directiva estuvo formada por un grupo de hombres que iniciarían a los pocos años dispares carreras políticas en la Diputación Provincial y el Ayuntamiento, representado tanto a los conservadores como a los liberales y agrupando tras de sí a 400 socios de distinto perfil profesional. Esta entidad canalizaba una arraigada afición al tiro y se configuraba como un interlocutor con el Gobierno Civil para el cumplimiento de las leyes sobre caza y pesca y la concesión de licencias. Su declive a raíz de 1890 es difícil de explicar; pero es probable que perdiese parte de su utilidad como un centro de poder informal en paralelo a la propia administración pública y los incentivos para gestionar colectivamente esta afición disminuyeran, por lo que los participantes se retraerían a una práctica más individual o en grupos pequeños.

1. A. Laborde: Itinerario descriptivo de España y de sus islas y posesiones en el Mediterráneo, Valencia, 1826, p. 90 (ed. facsímil París-Valencia, 1998).

2. I. Frasquet: Valencia en la revolución (1834-1843). Sociabilidad, cultura y ocio, Universitat de València, Valencia, 2002, p. 112.

3. J. M. Settier: Guía del viajero en Valencia, Imp. Salvador Martínez, Valencia, 1866, pp. 308-310. Para los profesores J. Serna y A. Pons, se trataba de lugares frecuentados por personas modestas: J. Serna y A. Pons: La ciudad extensa. La burguesía comercial financiera en la Valencia de mediados del siglo XIX, Diputació de València, Valencia, 1992, p. 239.

4. El Almanaque de «Las Provincias» de 1880, Imp. Doménech, Valencia, p. 134. En la transcripción de textos, se respeta la ortografía original.

5. El Almanaque de «Las Provincias» de 1880, Imp. Doménech, Valencia, pp. 134-135.

6. El Almanaque de «Las Provincias» de 1882, Imp. Doménech, Valencia, p. 223.

7. Ibíd., p. 224.

8. Ibíd., p. 330.

9. El Almanaque de «Las Provincias» de 1914, Imp. Doménech, Valencia, p. 307. T. Llorente Falcó: Memorias de un setentón, vol. II, Federico Doménech, Valencia, 2001, pp. 125-126.

10. R. Reig: Obrers i ciutadans. Blasquisme i moviment obrer, Institució Alfons el Magnànim, Valencia, 1982, pp. 97-126.

11. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros. La más detallada y completa que se conoce, Pascual Aguilar, 1887, p. 823.

12. El Almanaque de «Las Provincias» de 1904, Imp. Doménech, Valencia, p. 357.

13. AUV, Ex. A. 169/50.

14. F. Doménech: Indicador General de Valencia, Valencia, 1888.

15. J. L. Almunia: Guía Valenciana de Títulos y Honores, Valencia, 1921.

16. El Almanaque de «Las Provincias» de 1907, Imp. Doménech, Valencia, pp. 386-387.

17. La Caza. Periódico oficial del Casino de Cazadores de Valencia 5, Valencia, 1880, p. 20.

18. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros..., pp. 764-765.

19. F. Almela y Vives: Valencia a comienzos del Siglo XX, Semana Gráfi ca, Valencia, 1964, p. 49.

20. Reproducida en Las Provincias, 23 de enero de 1886.

21. F. Doménech: Indicador General de Valencia, Valencia, 1888.

22. Las Provincias, 23 de enero de 1886.

23. El Mercantil Valenciano, 22 de enero de 1886.

24. Las Provincias, 26 de enero de 1886.

25. El Mercantil Valenciano, 26 de enero de 1886.

26. Ibíd.

27. Las Provincias, 26 de enero de 1886.

28. Ibíd., 28 de enero de 1886.

29. El Mercantil Valenciano, 28 de enero de 1886.

30. El Llauraoret se llamaba Bartolomé Llosá, según F. Almela y Vives: Valencia a comienzos..., p. 48.

31. El Mercantil Valenciano, 4 de febrero de 1886.

32. El Almanaque de «Las Provincias» de 1887, Imp. Doménech, Valencia, p. 314.

33. Las Provincias, 19 de febrero de 1886.

34. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros..., p. 829.

35. AUV, Ex. A. 1312/0010.

36. AUV, Ex. A. 153/28.

37. R. Reig: Blasquistas y Clericales, Institució Alfons el Magnànim, Valencia, 1986, p. 234.

38. AUV, Ex. A. 167/75.

39. F. Doménech: Indicador General de Valencia, Valencia, 1888.

40. J. Paniagua y J. A. Piqueras: Diccionario biográfico de políticos valencianos, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2006, p. 577.

41. F. Doménech: Indicador General de Valencia, Valencia, 1888.

42. J. E. Alonso: Història de la Sabor, La Xara, Simat de la Valldinga, 1998, pp. 195-205.

43. Las Provincias, 25 de julio de 1888.

44. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros..., p. 818.

45. AUV, Ex. A. 119-159.

46. AUV, Ex. A. 1213/0003.

47. Las Provincias, 28 de julio de 1888.

48. Ibíd., 24 de julio de 1888.

49. AUV, Ex. A. 5/0056.

50. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros..., pp. 811-832.

51. F. Almela y Vives: Valencia a comienzos..., p. 49.

52. T. Llorente Falcó: Memorias de un..., pp. 443-444.

53. Las Provincias, 26 de mayo de 1907.

54. Las Provincias, 31 de julio y 1 de agosto de 1907. El Pueblo, 31 de julio y 1 de agosto de 1907.

55. Las Provincias, 27 de junio de 1908.

56. ADGV, Libros de Registro de Entrada de Asociaciones, Libro I, n.º 2.306.

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