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Читать книгу: «Poetas de color», страница 3

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JUAN FRANCISCO MANZANO

El lector mil veces habrá oido nombrar á Juan Francisco Manzano, habrá quizá leido algunas de las producciones de su inculto genio; pero ¿conoce su vida? ¿se detuvo alguna vez á escuchar los lamentos de aquel pobre-desheredado de todos los bienes del mundo? Quizás no; por lo mismo le invitamos ahora á derramar algunas lágrimas á su memoria: lea su lamentable historia y por empedernido que se halle su corazon se unirá á nosotros para tributarle ese tardío tristísimo homenage.

Víctima de una malhadada institucion que si aun existe es porque responde todavía á ciertas ya moribundas exigencias de los tiempos, la historia de aquel esclavo es una prolongada nota de agonía, un poema de dolor y lágrimas. Nunca llegó á la altura popular de Plácido; pero la relacion de su vida no es ménos interesante: es, sí, más dolorosa; Plácido es una súbita ráfaga de muerte, un drama de sangre; Manzano es una larga série de padecimientos ocultos, de sollozos ahogados en misterioso silencio. La historia de Plácido conmueve é indigna, la de Manzano enternece y hace llorar.

Desde luego no puede ménos de admirar el hecho de un esclavo oscuro, para cuyo talento no fué rémora la más miserable de las condiciones, y que gracias á su solo ingenio hace sonar su nombre en lenguas y naciones extranjeras. ¿Qué habria sido se pregunta uno naturalmente, si hubiera nacido libre y con proporciones?

– Nada ó muy poco, contestará quizá alguno, porque la pólvora necesita la presion para estallar, y solo el lamentarse de su suerte presenta á un esclavo fecundo y no esplotado campo de poesía elegiaca. Pero he ahí justamente en lo que erraría el que así pensara, porque Manzano nunca empleó su musa en llorar su condicion; es verdad que todas sus poesías están impregnadas en mística melancolía, es verdad que en cada verso parece oirse el ay desgarrador del siervo indefenso; pero jamás una imprecacion, jamás un arranque de ira en quien tenia más que otro alguno derecho á maldecir.

Para considerar en su justo valor la situacion de Manzano, es preciso trasladarse á su época, en la cual, aunque precedente inmediata de la nuestra, eran mucho mayores las preocupaciones y mucho menor la conmiseracion hácia esa raza: el hombre de color aun libre no podia hablar al blanco más humilde sino con el sombrero en la mano y con tratamiento de su merced: no existia esa luz que solo de hace poco ilumina nuestra conciencia en ese oscurísimo punto que hemos dado en llamar institucion social.

Trasladado uno á esos primeros dias de nuestro protagonista, se pregunta con asombro ¿cómo pudo ilustrarse? ¿cómo aprendió siquiera á leer? Hé aquí lo que van á revelarnos sus Apuntes autobiográficos, modelo de sencillez en el estilo narrativo que vamos á dar á conocer. Consérvanse estos en manuscrito autógrafo en la biblioteca del Sr. Delmonte, y aunque traducidos al inglés por Richard Maddens (Lóndres 1840)20 el original castellano ha permanecido inédito. Nosotros hemos leido sin poder contener el llanto esas páginas de amargura, hemos devorado con el corazon oprimido de angustia ese poema de ignorados dolores. Su publicacion seria el mayor de los anatemas lanzados contra una institucion social, pero abominable, admitida aunque inadmisible. No ha llegado empero la hora de su publicacion; aparte la ofensa que se infiriera á ciertas susceptibilidades (que acaso deploran culpas de sus abuelos) debemos recordar que la libertad concedida á la prensa esceptúa lo relativo á la esclavitud. Comprendemos los motivos de esa exclusion, sabemos lo inconveniente que seria ventilar hoy con libertad cuestion de tal trascendencia que ha de resolverse con mesura y precauciones; mas deseando dar á conocer en todas sus faces la vida de nuestro poeta, tomarémos de sus Apuntes lo necesario para nuestra biografía.

Manzano no nació, como dice Cuba Poética, «en las haciendas de sus señores» ni fué libertado «por varios matanceros»21: con mejores datos aseguramos que vió la luz en la Habana, Agosto de 1804, casa contigua á la Machina, de los marqueses Juztiz de Santa Ana, de quienes nació esclavo (esto es D. Juan Manzano y Doña Beatriz Juztiz de Santa Ana.) Fué su madre la negra María del Pilar Manzano, que traida del ingenio llegó á ser una de las criadas de distincion de la dicha marquesa; y su padre Toribio Castro, mulato, quedando al nacido, como es costumbre el apellido de los amos. «Saliendo yo á luz el año de… dice la Autobiografía, y aunque no da fecha, la hemos deducido por advertir más adelante que, con diferencia de dias, fué contemporáneo de D. Nicolás de Cárdenas y Manzano, uno de sus señores.

Los primeros años del poeta fueron felices; apacible aurora que precedió á un dia de tinieblas; su madre era la criada favorita de la dicha marquesa, quien llamaba al reciennacido el niño de su vejez, y éste á su vez la llamaba mamá. Cuenta la Autobiografía que en el mismo faldellin de la señora Doña Beatriz fué envuelto para su bautismo, del cual recuerda… «que se celebró22 con arpa que tocaba mi padre por música, con clarinete y flauta, y que mi señora quiso marcar este dia con uno de sus rasgos de generosidad, coartando á mis padres en trescientos pesos. Yo debí ser más feliz, pero…»

Es preciso notar aquí con cuánto agradecimiento, con qué candorosa sinceridad habla el autobiográfico de estos primeros años, refiriendo los menores detalles relativos á sus amos, y á la educacion cariñosa, aunque no por eso mejor dirijida, que se le dió; es verdad que no se pensaba en formar un poeta, ni nadie habia adivinado al genio: siendo esclavo raro es que se le permitiera aprender á leer.

«A los seis años, dice, por demasiado vivo me mandaron á la escuela en casa de mi madrina de bautismo Trinidad de Zayas; á las doce y por la tarde me traian para que la señora me viera. De diez años daba de memoria los más largos sermones de Fray Luis de Granada, sabia tambien todo el Catecismo, y cuanto puede enseñar de religion una mujer, é infinidad de relaciones, loas, entremeses; cosia regular y conocia la colocacion de las piezas: de esa edad me pusieron á pupilo, con mis padrinos, llevando ya las primeras lecciones de sastre por mi padre.»

Entónces viajaba la señora Marquesa con frecuencia á su hacienda El Molino situada en tierras de Matanzas; en uno de estos viajes enfermó y murió en la dicha finca, y esto fué para el poeta, entónces de once años el crepúsculo nebuloso que anunció la série de sinsabores apuradas durante el resto de su vida; pero no podemos ménos de copiar la hermosa pincelada con que describe la muerte de la buena marquesa, su protectora.

«Esta época por lo remota no está bien fija en mi memoria: solo me acuerdo de que mi madre y la señora Doña Joaquina23 el padre y yo estuvimos en fila en su cuarto mortuorio, que ella me tenia puesta la mano en mi hombro, que mi madre y la señora Doña Joaquina lloraban, de lo que hablaban no sé, que salimos de allí y yo me fuí á jugar: que á la mañana siguiente la ví tendida en una gran cama; que grité y me llevaron al fondo de la casa, donde estaban los demás criados enlutados, que por la noche toda la negrada sollozando rezó el rosario, que yo lloraba á mares, y que me separaron entregándome á mi padre.»

Y continua despues de algunos renglones que omitimos:

«Transcurrido algun tiempo pasamos á la Habana, donde de nuevo fuí á casa de mi madrina; corrieron algunos años sin ver á mis padres; creo no equivocarme si digo que fueron seis… hacia el oficio de paje…»

«Habia compuesto ya á los doce años muchas décimas de memoria, causa porque mis padrinos no querian que aprendiese á escribir; pero yo los dictaba á escondidas á una jóven morena llamada Serafina»…

«Pero la verdadera historia de mi vida empieza desde los catorce años de edad en que la fortuna se desplegó contra mí hasta el grado de mayor encarnizamiento, como veremos. Por la más leve maldad propia de un muchacho me encerraban por más de veinte y cuatro horas en una carbonera; era yo en estremo miedoso y me gustaba comer: mi cárcel, como puede verse todavía, era tan oscuro que en lo más claro del medio dia se necesitaba vela para distinguir en ella los objetos. Allí, despues de llevar récios azotes, me ponian con órden, so pena de gran castigo, al que me diese una gota de agua; lo que sufria aquejado del hambre y de la sed, atormentado del miedo en lugar tan soturno como apartado de la casa, en el traspatio, junto á la caballeriza, á un espantoso y evaporante basurero, y á un lugar comun infecto, húmedo y siempre pestífero, que solo estaba separado por sus paredes, todas agujereadas, guarida de diformes ratas que sin cesar me pasaban por encima… tenia la cabeza llena de los cuentos de cosa-mala de otros tiempos, de las almas aparecidas en este mundo y de los encantamientos, y por eso cuando aparecia un tropel de ratas haciendo ruido, me parecia ver aquel sótano cundido de fantasmas, y daba tantos gritos pidiendo misericordia, que entónces me sacaban de allí y me crucificaban á zaetazos… luego me encerraban otra vez, guardando la llave en el cuarto mismo de la señora.»

Dos ó tres veces se distinguió la piedad del señor D. Nicolás24 y sus hermanos introduciéndome, por la noche, algun poco de pan bizcochado por una rendija de la puerta y dándome agua con una cafetera de pico largo. Esta penitencia era tan frecuente que no pasaba semana sin que la sufriera dos ó tres veces, y en el campo tenia igual martirio siempre. Yo he atribuido la pequeñez de mi estatura y la debilidad de mi naturaleza á la amargosa vida que desde trece ó catorce años he traido: siempre flaco y estenuado, llevaba en mi semblante la palidez de un convaleciente con tamañas ojeras… no es de estrañar que de contínuo hambriento me comiese cuanto hallaba por lo que se me miraba como el más gloton; no teniendo hora marcada comia á dos carrillos, tragándome las cosas medio enteras, de donde me provenian frecuentes indigestiones, y yendo á menudos á ciertas necesidades, me hacia acreedor á otros castigos; mis delitos comunes eran no oir á la primera vez que me llamaban, si al tiempo de dárseme un recado dejaba alguna palabra por escuchar. Como llevaba una vida tan angustiada, sufriendo casi diariamente rompeduras tras rompeduras de narices, lo mismo era llamárseme que me entraba un temblor tan grande que apénas podia tenerme sobre mis piernas; pero suponiéndose esto fingimiento no pocas ocasiones recibí por manos de un negro rigurosos azotes… Desde la edad de trece ó catorce años la alegría y viveza de mi genio, lo parlero de mis labios, llamados pico de oro, todo se trocó en cierta melancolía que se me hizo con el tiempo característica; la música me embelesaba; sin saber por qué lloraba y gustaba de ese consuelo, en hallando ocasion de llorar, que siempre buscaba la soledad para dar rienda suelta á mis pesares, adquiriendo mi corazon cierto estado de abatimiento incurable hasta el dia»............

«Quince ó diez y seis años tenia cuando fuí llevado á Matanzas otra vez; abracé á mis padres y á mis hermanos y conocí á los que nacieron despues de mí… Cinco años pasamos en Matanzas donde era mi oficio barrer y limpiar cuando podia… desde el amanecer, ántes que nadie se levantase»…

Desde este punto toda la autobiografía es un continuado lamento, un quejido de angustia: jamás hemos visto la desventura ensañarse con mayor terquedad en la persona del humilde y del indefenso. Sin duda aquel venerable sacerdote á quien se atribuye la idea de traer africanos25 para aliviar á los indios sus protejidos, no se representó el cuadro horrible del talento encadenado y al arbitrio de un amo desapiadado é insensible: él sin duda solo consideró al africano devorado en su tierra por las guerras, desnudo y hambriento, sin pan para sus hijos, sin religion, sin familia; no pensó en la sórdida avaricia, en el látigo acerado, en las hijas separadas de sus madres, en las madres castigadas en presencia de los hijos; no adivinó que andando el tiempo de esa raza negra habia de nacer un Plácido cuya vida y muerte seria padron de deshonra para su siglo, y un Manzano cuyos ahogados lamentos habian de sonar como el grito de la conciencia humana, revelándose á un tiempo en el corazon de todos los hombres rectos.

Continuemos copiando: por estos dias su señora se mudó á su hacienda de El Molino, y venia todas las noches á Matanzas, donde jugaba al tresillo hasta las doce, obligado el page («como un falderillo») á estar de pié detrás de su sillon para servirla en lo que se ofreciera.

«Si durante la tertulia me dormia, si al ir detrás de la volanta se me apagaba el farol, aunque fuése por casualidad, como sucedia en los carrilones de las carretas, que llenándose de agua, al caer la rueda, saltaba aquella y se entraba por las labores del farol de hoja de lata, luego que llegábamos se despertaba al mayoral ó administrador, y yo iba á dormir al cepo y al amanecer ejercia aquel en mí una de sus funciones26 pero no como en un muchacho… nadie me valia… A mi pobre madre y á mi hermano más de dos veces les amaneció esperándome, interin encerrado aguardaba yo un doloroso amanecer.

«Aquella vivia tan recelosa ya que cuando yo no llegaba á la hora poco más ó menos, bajaba de su bohío y acercándose á la puerta de la enfermería, donde estaba el cepo, hácia la izquierda por ver si me hallaba allí, me llamaba… ¡Juan!.. y yo le contestaba gimiendo, y ella decia desde afuera… ¡ay, hijo!.. Entónces era el llamar de la sepultura á su marido porque cuando esto ya mi padre se habia muerto: tres ocasiones recuerdo haber visto repetirse esta escena, pero otras veces me encontraba mi madre en el camino cuando me llevaban de la casa de vivienda al cepo.

«Una vez más que todas para mí memorable me sucedió lo siguiente: nos retirábamos del pueblo27 y como era ya demasiado tarde y la volanta andaba despacio, y yo venia sentado como siempre, asido con una mano á un barrote, y en la otra el farol, me dormí de tal modo que solté aquel, pero tan bien que cayó parado á unos veinte pasos: abrí de pronto los ojos, me hallo sin él, veo la luz en donde estaba, tírome abajo, corro á cojerle, doy ántes de llegar dos caidas con los terrones, tropezando al fin lo alcanzo, quiero volar en pos de la volante que ya me sacaba una ventaja considerable; pero cuál fué mi sorpresa al ver que el carruaje apretó marcha, y por más que procuré alcanzarlo se me desapareció. Sabia lo que me iba á suceder, llorando seguí á pié, pero cuando llegué cerca de la casa de vivienda, me hallé cojido por D. Silvestre, que era el nombre del mayoral, quien ya venia en mi busca. Al conducirme para el cepo nos encontramos con mi madre, que siguiendo los impulsos de su corazon, vino á acabar de colmar mis infortunios. En habiéndome visto quiso preguntarme qué habia hecho, mas el mayoral imponiéndole silencio, se lo trató de estorbar, sin atender á ruegos ni lágrimas. Irritado porque lo habian hecho levantar á aquella hora, alzó la mano y le dió á mi madre con el manatí: este golpe lo sentí en el corazon. Dar un grito y convertirme de un manso cordero en un leon, todo fué uno: me le zafé con un fuerte tiron del brazo por donde me llevaba y me le tiré encima con dientes y manos; es de considerarse cuantos manatiazos, puntapiés y otros golpes llevaria; mi madre y yo fuimos conducidos y puestos en un mismo lugar. Los dos gemíamos á una allí, miéntras mis hermanos Filomeno y Fernando lloraban en el bohío. El primero tendria seis años, y el segundo, que hoy sirve al médico señor D. Tomás Pintado, cinco. Apénas amaneció dos contramayorales y el mayoral nos sacaron llevando cada uno de los negros su presa al lugar del sacrificio. Yo sufrí más de lo mandado por guapito; pero las sagradas leyes de la naturaleza obran en las madres efectos maravillosos. La culpa de la mia fué que viendo que me tiraban á matar, se tiró encima del mayoral para hacerse atender, mas llegando los negros del tendal nos echaron mano. Al contemplar á mi madre por primera vez en su vida en el lugar del sacrificio, suspenso, sin poder ni llorar, ni discurrir, ni huir, temblando, interin sin pudor los cuatro negros se apoderaron de ella y la arrojaron por tierra para azotarla… no hacia más que pedir por Dios, todo lo resistia por ella; pero al oir estallar el primer foetazo, enfurecido como un tigre ó como la fiera más animosa, estuve á pique de perder la vida á manos del citado D. Silvestre… pasemos, pasemos en silencio el resto de esta escena dolorosa…

…«No, que no puedo enumerar los increibles trabajos de mi vida, toda ella está regada de lágrimas… Mi pobre corazon se enfermó á fuerza de tanto sufrir, por lo que todo me asustaba»… .

Endulzóse un momento la suerte del infeliz esclavo cuando pasando segunda vez á la Habana, fué entregado para el servicio de D. Nicolás de Cárdenas y Manzano, su amito; pero ¡ay! estos cortos dias de ventura no son más que un oasis en el dilatado desierto de su existencia. Veamos con qué palabras describe el carácter de aquel señor.

«Solo me privaba de la calle, de la cocina y del roce con personas de malas costumbres, porque este señor como que desde bien jóven las tuvo irreprensibles, queria que todo el que tuviera á su lado fuera lo mismo.»

El lector sin duda sabe quien fué Cárdenas y Manzano, á quien todos convienen en reconocer un hombre probo, un digno ciudadano que prestó valiosos servicios en la causa de la instruccion pública; pero el elogio sincero del humilde poeta esclavo, ese certificado irrecusable de la bondad de Cárdenas, le realza más en nuestro concepto que los que le otorgaron las aulas y corporaciones de que fue ilustre miembro. ¿Por qué la suerte que hizo esclavo á Manzano al ménos no lo hizo siempre esclavo de Cárdenas? No hubiera sufrido el horrible tratamiento de que se lamentaba con tanta humildad como razon, quizás no leeríamos hoy esta autobiografía escrita con hiel, quizás hubiéramos tenido un poeta de más alcance; porque quien lea sus versos pronto descubre que á aquella fantasía solo faltó el elemento de la instruccion para elevarse á la region de Heredia y la Avellaneda.

Continuemos estractando:

«Me fuí de tal modo identificando con sus costumbres, que empecé tambien á darme á ellos (á los libros). Tomaba sus libros de Retórica, me ponia mi leccion de memoria, la aprendia como un papagayo, y ya creia yo saber algo; pero el poco fruto que de ello sacaba, lo conocia en que nunca habia ocasion de aplicar mis conocimientos. Entónces determiné darme á otro estudio más fácil que fué el de aprender á escribir.»

Pinta aquí con tanta sencillez como galanura los apuros que pasó porque «no hallaba cómo empezar.» No sabia, dice, cómo cortar las plumas y me guardaria de tocar ninguna de las de mi señor. Sin embargo, ¿qué hice? compré un tajaplumas, plumas y papel muy fino y metia entre llanas algun pedazo de los que mi señor botaba escritos, con el fin de acostumbrar el pulso á formar letras, ó iba siguiendo la forma de los que tenia debajo, con cuya invencion ántes de un mes, ya hacia renglones, logrando la forma de letra de mi amo; por lo que hay tanta identidad entre la suya y la mia»…

«Prohibióseme la escritura, pero en vano, porque todos se habian de acostar, y entónces yo encendia mi cabito de vela, y me desquitaba á mi gusto, copiando las más bonitas letrillas de Arriaza, á quien imitaba siempre, figurándome que con parecerme á él ya era poeta. Pilláronme una vez algunos papelillos de décimas, y el señor Dr. Coronado fué el primero que pronosticó que yo seria poeta, aunque se opusiera todo el mundo.»

Hé aquí una noticia desconsoladora: la melancolía que enjendra la lectura de ese escrito se convierte ahora en indignacion. ¡Con que ya se habia revelado el genio! ¡Con que ya hubo quien leyera al poeta á traves de la tosca envoltura del esclavo! ¡Con que ya no era el caso un poco ménos acerbo del africano embrutecido, de cerebro imperfecto, en quien tal vez no hay más sufrimiento que el físico, porque no tiene idea de la dignidad, que carece de amor propio, que creyó ser nacido para ello! Es preciso siempre trasladarse á la época para no hacer inculpaciones injustas: nadie duda que Cárdenas Manzano fué recto, benévolo, magnánimo; como tal aparece en nuestro Diccionario ¿por qué volvió el sinventura poeta á la hacienda del Molino despues de la revelacion de Coronado?28

«Entretanto (habla Manzano) estaba mi señor en vísperas de casarse con la señorita Doña Teresa Herrera; y yo era el Mercurio que llevaba y traia; distinguido lugar que me daba mucho, pues tenia doblones sin pedirlos. No sabia qué hacer del dinero y despues de comprar gran provision de papel, plumas y buena tinta, y haber comprado un tintero, lo demás se lo enviaba á mi madre en efectivo.»

«Cosa fué de tres años ó poco más esta felicidad cuando viniendo mi señora de Matanzas, oyó la fama de mi servicio en todo, y sin saber yo por qué determinó llevarme otra vez consigo.»

La azarosa vida del poeta vuelve aquí á nublarse y ahora por un espacio más dilatado: con su vuelta á Matanzas se renovaron las angustiosas visitas al Molino. Habla aquí de los padrinos que á menudo tenia que buscar para sustraerse á un vejaminoso castigo; D. Tomás Gener, el Conde de Jibacoa &.ª y esclama en un arranque de justísima indignacion «¡Vergüenza me daban estos padrinazgos.» Y hé aquí toda la imprecacion que pronuncian los labios del manso cordero en los momentos en que el infortunio fulminaba sobre él sus rayos más tremendos! Por eso, lo repetimos, quien quiera aborrecer y execrar esa institucion ó mejor dicho ese crímen social en cuanto se merece, lea esa epopeya de lágrimas en que no se ha escrito la palabra maldicion. Es justamente su estilo cuasibíblico, bien semejante al de Silvio Pellico, es esa misma simplicidad, es la verdad tristísima que se traspira en ella, lo que hace que esa dolorosa relacion, bella en su desórden, sublime en su desaliño, sin adorno de estilo como no escrita para lucir erudicion, acongoje el alma hasta arrancarle lágrimas de enternecimiento y de indignacion.

El espectáculo contínuo del sufrimiento de otros, la tolerancia general respecto de un error intolerable, sin endurecer acaso las almas ha llegado á rodearnos de una atmósfera deletérea, á crear un pernicioso hábito, una ceguedad de que nadie podria darse cuenta. Es que todo se degrada y se envilece allí donde hay hasta sacerdotes poseedores de esclavos y verdaderos amos feudales de séres que conviene sostener en el embrutecimiento y en la ignominia. ¿Cuál era el instrumento, cuál era la fiera elegida por el acaso para atormentar á aquella víctima desventurada? ¡Era una mujer!

Pero doblemos unas cuantas hojas, y copiemos algun otro de sus dolientes episodios: no será estraño que nos estendamos demasiado en estos estractos, porque esta autobiografía no ha sido publicada y pocos cubanos29 la conocen.

«Ya he dicho que era el falderillo de mi señora, y así puede decirse, porque tenia por obligacion seguirla siempre, á ménos que fuese á sus cuartos, que entónces me quedaba á las puertas, impidiendo la entrada á todos, ó llamando á quien ella llamase, ó haciendo silencio si consideraba que dormia. Pues una tarde salimos al jardin; largo tiempo hacia que ayudaba á mi señora á cojer flores y á trasplantar algunas maticas como en género de diversion, miéntras el jardinero andaba por todo lo ancho del jardin cumpliendo su deber; cuando al retirarnos, sin saber materialmente lo que hacia, cojí una hojita no más de geranio donato. Esta malva sumamente olorosa, iba en mis manos, mas yo no sabia lo que llevaba, distraido con mis versos: seguia á mi señora á distancia de dos ó tres pasos, tan ageno de mí que iba haciendo añicos la hoja, de la que resultaba mayor fragancia. Al entrar en una antesala, no sé con qué motivo retrocedió, hícela paso, pero al enfrentar conmigo llamóle la atencion el olor: colérica de pronto, con una voz vivísima y alterada me preguntó ¿Qué traes en las manos? Yo me quedé muerto; el cuerpo se me heló de improviso, y sin poder tenerme del temblor que me dió en ambas piernas, dejé caer en el suelo una porcion de pedacitos que fueron un monton, una mata, un atrevimiento de marca. Me rompieron las narices y en seguida vino D. Luis Rodriguez, emigrado de Santo Domingo, empleado en la finca, á quien se me entregó. Serian las seis de la tarde en el rigor del invierno; la volante estaba puesta para partir al pueblo y yo debia ir detrás, pero ¡Cuán frágil es la suerte del que está sugeto á contínuas vicisitudes, como yo que nunca tenia hora segura! Lleváronme al cepo: en este lugar ántes enfermería de hombres, cabrán, si existe, cincuenta camas en cada lado,30 pues en ella se recibian los enfermos de la Hacienda y á más los del ingenio San Miguel; pero entónces estaba vacío y no se le daba ningun empleo; tenian allí el cepo y solo se depositaba algun cadáver hasta la hora de llevarlo al pueblo á darle sepultura. Metiéronme en aquel los dos piés con un frio que helaba, sin ninguna cubierta, y despues me encerraron. ¡Qué noche no pasaria allí, solo en el alma! Parecíame que los muertos se levantaban y bajaban por todo lo largo del salon, y que se colgaban por una ventana medio derrumbada que caia al rio31 cerca de un despeñadero de agua cuyo perenne golpeo se me figuraba una legion de duendes. No bien habia empezado á aclarar cuando sentí correr el cerrojo: entra un contramayoral seguido del administrador envuelto en su capote; me sacan á una tabla parada contra un horcon que sostenia el colgadizo y veo al pié de aquella un mazo de cincuenta cujes. El administrador por debajo del pañuelo que le tapaba la boca gritó con una voz ronca: «amarren». Me atan las manos como las de Jesucristo; me cargan y me meten los piés en las dos aberturas que tenia la tabla… ¡Oh, Dios! ¡corramos un velo sobre esta escena tan triste!.. ¡ay! mi sangre se derramó y yo perdí el sentido. Cuando volví en mí me hallé á las puertas del oratorio, en los brazos de mi madre anegada en lágrimas, que á instancias del padre don Jaime Florid, se retiró de allí desistiendo del intento que tenia de ponérsele delante á mi señora, qué sé yo con qué pretension. A las nueve poco más ó ménos se levantó aquella; su primer diligencia fue imponerse de si me habian tratado bien: el administrador que la esperaba me llamó y me la presentó: ella entónces me preguntó: «Si queria otra vez tomar hojas de su geranio:» como no quisiese responder por poco me sucede otro tanto, y tuve á bien decir que no. Como á las nueve me entró crecimiento, y mé pusieron en un cuarto; tres dias sin intermision estuve en este estado, dándome baños y unturas. Mi madre no venia allí sino por la noche, cuando consideraba que mi señora estuviese en el pueblo. Al sesto dia andaba ya solo y se contaba con mi vida: á eso de las doce me encontré con ella que atravesaba por el tendal, y me dijo: «Juan, aquí llevo el dinero de tu libertad, ya tú ves que tu padre se ha muerto, y tú vas á ser el padre de tus hermanos; ya no te volverán á castigar más, Juan, cuidadito, ¡eh!.. Un torrente de lágrimas fué mi única respuesta. Ella siguió y yo fuí á mi mandado, mas el resultado de esto fué que mi madre salió sin dinero, y yo quedé de esperar qué sé yo cuanto tiempo que nunca llegó»32.

20.El único ejemplar que hemos podido examinar de esta traduccion se halla en poder de D. José A. Echeverría. Poems by a slave in the Island of Cuba recently liberated, translated from the spanish, by R. R. Maddens, M. D. wish the history of the early life of the negro poet, written by himself, to which are prefixed two pieces descriptive of cuban slavery, and the slave traffic by R. R. M. London. Thomas Ward and Co. 27 Paternoster Row: and may be had at the office of the British and Foreign antislavery Society 27 New-Broad street. 1840.
  (J. I. Rodriguez, Washington, carta á V. Morales. Habana, 1877.)
21.Sin duda tomando ese dato de las Memorias de un matancero, por Pedro A. Alfonso, Matanzas 1854.
22.Las frases de entre comillas son tomadas de los Apuntes Autobiográficos, y los puntos suspensivos indicarán los trozos que saltamos.
23.Gutierrez de Zayas.
24.De Cárdenas y Manzano.
25.Véanse en nuestro Diccionario-Biográfica-Cubano los artículos Saco y Las Casas.
26.En el original estas palabras están con letra comun: las subrayamos para llamar la atencion sobre ellas. ¡Qué sublime sencillez, qué mansedumbre! Quintana hallando innoble la palabra vaca usó de este circunloquio «La mansa esposa del celoso toro.» Y el pobre esclavo se vale de esa ingénua perífrasis para no decir la inmunda, la asquerosa palabra bocabajo.
27.Matanzas.
28.En 1821 se publicaron sus Cantos á Lesbia poesías de Juan Francisco Manzano, un tomo de más de 15 fojas, bajo garantía, pues no podian los esclavos publicar nada: se libertó en 1837 durante diez y seis años fué por lo tanto poeta y esclavo.
29.En nuestro círculo literario casi todos la conocen ó de oidas ó por haberla leido: tanto que cuando se dice la autobiografía, ya por antonomasia se entiende que se habla de la de Manzano.
30.Existia cuando Manzano escribió esto, pero no existe hoy.
31.San Juan.
32.Este pasage nos parece oscuro y no comprendemos qué aplicacion se diera al dinero ó en qué sentido se recibiera, pues no podemos creer que dolosamente y contra su derecho lo guardara la señora. Los que hayan leido la autobiografía recordarán que Manzano se consideraba con derecho á su libertad, que en cierta ocasion habiéndole dado su ama una bofetada que le hizo sangre, le dijo arrebatada de furia: «Te he de matar ántes que llegues á la edad» palabras que el esclavo no se podia esplicar. Despues de la muerte de María del Pilar, á insinuaciones de una tia libre, el esclavo dirije á su ama algunas tímidas palabras sobre el asunto, y ésta contesta: «Tan apurado estás por tu herencia, no sabes que soy heredera de mis esclavos? A pesar de estos y otros cabos nos negamos á creer que se defraudará al esclavo y preferimos confesar que no comprendemos el pasage.
Возрастное ограничение:
12+
Дата выхода на Литрес:
27 сентября 2017
Объем:
91 стр. 3 иллюстрации
Правообладатель:
Public Domain

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