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La puerta no estaba cerrada con llave, y esta se abrió.

CAPÍTULO OCHO

Parecía que el apartamento de Bill había sido robado. Riley se congeló en la puerta por un momento, a punto de sacar su arma en caso de que el intruso todavía estuviera aquí.

Luego se relajó. Esas cosas esparcidas por todas partes eran envoltorios de comida y platos y vasos sucios. El lugar era un desastre, pero nada más estaba fuera de lugar.

Llamó el nombre de Bill.

No oyó ninguna respuesta.

Luego volvió a llamar.

Esta vez le pareció oír un gemido de un cuarto cercano.

Su corazón latió con fuerza de nuevo mientras se apresuró a la habitación de Bill. La habitación estaba en penumbra y las persianas estaban cerradas. Bill estaba tumbado en la cama, vestido con ropa arrugada y mirando el techo.

“Bill, ¿por qué no me respondiste cuando te llamé?”, le preguntó un tanto irritada.

“Sí lo hice”, le dijo a Riley en un susurro. “No me escuchaste. Deja de hacer tanto ruido”.

Riley vio una botella de whisky americano casi vacía sobre la mesita de noche. De repente entendió toda la escena. Se sentó en la cama junto a él.

“Pasé mala noche”, dijo Bill, tratando de forzar una sonrisa débil. “Sabes cómo es eso”.

“Sí, lo sé”, dijo Riley.

Después de todo, la desesperación la había llevado a sus propias borracheras y resacas posteriores.

Tocó su frente sudorosa, imaginando lo enfermo que debía sentirse.

“¿Cuál fue el desencadenante para que comenzaras a beber?”, le preguntó ella.

Bill gimió.

“Mis hijos”, dijo.

Luego se quedó en silencio. Riley tenía mucho tiempo sin ver a los dos hijos de Bill. Supuso que debían tener nueve y once años ahora.

“¿Qué pasó con ellos?”, preguntó Riley.

“Ellos vinieron a visitarme ayer. Fue terrible. Toda mi casa estaba vuelta un desastre, y yo estaba muy irritable y tenso. Estaban locos por irse a casa. Riley, fue horrible. Me porté muy mal. Si se repite otra visita como esa, Maggie no me dejará volverlos a ver. Está buscando cualquier excusa para sacarlos de mi vida para siempre”.

Bill hizo un ruido parecido a un sollozo. Pero no parecía tener la energía para llorar. Riley sospechaba que había llorado bastante por su cuenta.

Bill dijo: “Riley, si no soy bueno como padre, ¿para qué soy bueno entonces? Ya no soy buen agente. ¿Qué me queda?”.

Riley sintió una punzada de tristeza en su garganta.

“Bill, no digas eso”, dijo ella. “Eres un gran padre. Y eres un gran agente. Tal vez hoy no, pero sí los demás días del año”.

Bill negó con la cabeza.

“De seguro no me sentí como un padre ayer. Y sigo oyendo ese tiro. Sigo recordando haber entrado al edificio, haber visto a Lucy tumbada en el suelo sangrando”.

Riley sintió su propio cuerpo temblar un poco.

También lo recordaba muy bien.

Lucy había entrado a un edificio abandonado sin saber que estaba en peligro, solo para ser abatida por la bala de un francotirador momentos después. Bill le había disparado por error a un joven que había estado tratando de ayudarla. Para cuando Riley llegó allí, Lucy había usado su fuerza restante para matar al francotirador con múltiples disparos.

Lucy murió momentos después.

Fue una escena horrible.

Era la peor situación que había vivido en su carrera.

Ella dijo: “Yo llegué mucho después de ti”.

“Sí, pero no le disparaste a un chico inocente”.

“No fue tu culpa. Estaba oscuro. No tenías forma de saberlo. Además, ese chico está bien ahora”.

Bill negó con la cabeza. Levantó una mano temblorosa.

“Mírame. ¿Crees que pueda volver al trabajo así?”.

Riley estaba casi enfadada. Realmente tenía un aspecto terrible, ciertamente nada parecido al compañero astuto y valiente en el que había aprendido a confiar con su vida, ni al hombre guapo que le atrajo hace un tiempo. Y toda esta autocompasión no le sentaba bien.

Pero se recordó a sí misma severamente:

“Yo también pasé por esto. Yo sé lo que se siente”.

Y cuando pasó por eso, Bill siempre estuvo allí para ella.

A veces tuvo que ser duro con ella.

Supuso que él necesitaba un poco de eso en este momento.

“Te ves terrible”, dijo ella. “Pero tú mismo te llevaste a este punto, a estar en estas condiciones. Y eres el único que puede arreglarlo”.

Bill la miró a los ojos. Sentía que él le estaba prestando atención ahora.

“Siéntate”, le dijo ella. “Recomponte”.

Bill se sentó en el borde de la cama al lado de Riley.

“¿Ya te asignaron un terapeuta?”, le preguntó ella.

Bill asintió.

“¿Quién es?”, preguntó Riley.

“No importa”, dijo Bill.

“Claro que sí importa”, dijo Riley. “¿Quién es?”.

Bill no respondió. Pero Riley fue capaz de adivinar. El psiquiatra asignado de Bill era Leonard Ralston, mejor conocido por el público como “Dr. Leo”. Sintió una punzada de rabia. Pero no por Bill.

“Dios mío”, le dijo. “No me digas que el Dr. Leo. ¿De quién fue la idea? De Walder, te lo apuesto”.

“Como dije, no importa”.

Riley quería sacudirlo.

“Es un loco”, le dijo ella. “Sabes eso más que nadie. Cree en la hipnosis, recuerdos recuperados, en todo tipo de basura desacreditada. ¿No recuerdas el año pasado, cuando convenció a un hombre inocente que era culpable de asesinato? A Walder le gusta el Dr. Leo porque ha escrito libros y ha estado en la televisión”.

“No voy a dejar que se meta en mi cabeza”, dijo Bill. “No voy a dejar que me hipnotice”.

Riley estaba tratando de mantener su voz bajo control.

“Ese no es el punto. Necesitas a alguien que te sea de ayuda”.

“¿Cómo quién?”, preguntó Bill.

Riley no tuvo que pensarlo mucho.

“Te prepararé un poco de café”, le dijo. “Cuando regrese, quiero que estés de pie y listo para salir de este lugar”.

En su camino a la cocina de Bill, Riley miró su reloj. No tenía mucho tiempo. Tenía que actuar con rapidez.

Sacó su teléfono celular y marcó el número personal de Mike Nevins, un psiquiatra forense en DC que trabajaba para el FBI de vez en cuando. Riley lo consideraba un amigo cercano, y la había ayudado a superar sus propias crisis en el pasado, incluyendo un terrible caso de trastorno de estrés postraumático.

Cuando el teléfono de Mike comenzó a sonar, colocó su teléfono celular en altavoz, lo colocó sobre el mostrador de la cocina y comenzó a preparar café en la cafetera de Bill. Se sintió aliviada cuando Mike contestó el teléfono.

“¡Riley! ¡Es bueno saber de ti! ¿Cómo están las cosas? ¿Cómo está esa creciente familia tuya?”.

El sonido de la voz de Mike era refrescante, y casi podía ver al hombre bien vestido y su expresión agradable. Deseaba poder hablar bien con él para ponerse al día, pero no había tiempo para eso.

“Estoy bien, Mike. Pero estoy apurada. Tengo que montarme en un avión. Necesito un favor”.

“Dime”, dijo Mike.

“Mi compañero, Bill Jeffreys, está pasando por un momento difícil después de nuestro último caso”.

Oía verdadera preocupación en la voz de Mike.

“Sí, me enteré de lo que sucedió. Qué terrible lo de la muerte de su joven protegida. ¿Es cierto que tu compañero fue puesto de licencia? ¿Algo relacionado con haberle disparado a la persona equivocada?”.

“Así es. Él necesita tu ayuda. Y la necesita de inmediato. Él está bebiendo, Mike. Nunca lo había visto tan mal”.

Hubo un breve silencio.

“No creo entender”, dijo Mike. “¿No ha sido asignado a un terapeuta?”.

“Sí, pero no lo está ayudando en nada”.

Ahora Mike sonaba reservado.

“No sé, Riley. Me incomoda aceptar pacientes que ya están bajo el cuidado de otra persona”.

Riley sintió una punzada de preocupación. No tenía tiempo para lidiar con la ética de Mike.

“Mike, lo asignaron al Dr. Leo”.

Hubo otro momento de silencio.

“Apuesto a que eso será suficiente”, pensó Riley. Sabía perfectamente bien que Mike odiaba al terapeuta-celebridad con todo su corazón.

Finalmente Mike dijo: “¿Cuándo puede venir?”.

“¿Qué estás haciendo en este momento?”.

“Estoy en mi oficina. Estaré ocupado por unas horas, pero estaré disponible más tarde”.

“Estupendo. Irá para allá luego. Pero por favor llámame si nunca llega”.

“Eso haré”.

A lo que finalizaron la llamada, el café estaba comenzando a gotear en la jarra. Riley sirvió una taza y se dirigió de nuevo a la habitación de Bill. Ya no estaba allí. Pero la puerta del baño contiguo estaba cerrada, y Riley oía la maquinilla de afeitar eléctrica de Bill al otro lado.

Riley tocó la puerta.

“Pasa, estoy vestido”, dijo Bill.

Riley abrió la puerta y vio que Bill se estaba afeitando. Colocó el café en el borde del lavabo.

“Te hice una cita con Mike Nevins”, dijo.

“¿Para cuándo?”.

“Ahora mismo. Puedes irte ya, para cuando llegues estará desocupado. Te enviaré la dirección de su oficina por mensaje de texto. Tengo que irme”.

Bill se veía sorprendido. Por supuesto, Riley no le había dicho nada acerca de estar apurada.

“Tengo un caso en Iowa”, explicó Riley. “El avión me está esperando en este momento. No dejes plantado a Mike Nevins. Me enteraré si lo haces, y te las verás conmigo”.

Bill se quejó, pero luego dijo: “Está bien, yo voy”.

Riley se volvió para irse. Entonces pensó en algo que no estaba segura de que debería sacar a relucir.

Finalmente dijo: “Bill, Shane Hatcher sigue prófugo. Hay agentes vigilando mi casa. Pero recibí un mensaje amenazante de él, y nadie lo sabe excepto tú. No creo que atacaría a mi familia, pero tampoco estoy cien por ciento segura. Me pregunto si tal vez...”.

Bill asintió.

“Yo estaré pendiente”, le dijo él. “Necesito hacer algo útil”.

Riley le dio un abrazo y salió del apartamento.

Mientras caminaba hacia su auto, miró su reloj de nuevo.

Si no se topaba con tráfico, llegaría a la pista de aterrizaje justo a tiempo.

Ahora tenía que empezar a pensar en su nuevo caso, pero no estaba particularmente preocupada por eso. Este probablemente no le tomaría mucho tiempo.

Después de todo, ¿qué tanto esfuerzo y tiempo podría tomar un caso de un único asesinato en un pueblo pequeño?

CAPÍTULO NUEVE

Incluso mientras caminaba por la pista hacia el avión, Riley comenzó a prepararse psicológicamente para su nuevo caso. Pero había una cosa que tenía que hacer antes de meterse de lleno en el caso.

Le envió un mensaje a Mike Nevins.

Envíame un mensaje cuando llegue Bill. Envíame un mensaje si no llega.

Soltó un suspiro de alivio cuando Mike le respondió de inmediato.

Eso haré.

Riley se dijo a sí misma que había hecho todo lo que podía hacer por Bill, y que ahora él tendría que dar de su parte para sacarle el mayor provecho a la ayuda profesional. Mike definitivamente podría ayudar a Bill a lidiar con las cosas que lo atormentaban.

Subió los escalones y entró al avión, donde vio a Jenn Roston ya sentada y trabajando en su computadora portátil. Jenn levantó la mirada y asintió a lo que Riley se sentó al otro lado de la mesa.

Riley hizo lo mismo.

Luego Riley miró por la ventana durante el despegue y mientras el avión subía a la altitud de crucero. No le gustaba el silencio incómodo entre ella y Jenn. Se preguntó si tal vez a Jenn tampoco le gustaba. Estos vuelos normalmente eran buenos momentos para hablar sobre los detalles de un caso. Pero no había nada que decir acerca de este todavía. El cuerpo acababa de ser encontrado después de todo.

Riley sacó una revista de su bolso y trató de leer, pero no pudo centrarse en las palabras. Tener a Jenn frente a ella era demasiado molesto. En su lugar, Riley se quedó allí, fingiendo leer.

“La historia de mi vida”, pensó.

Fingir y mentir se estaban volviendo demasiado rutinarios.

Finalmente Jenn levantó la mirada de su portátil.

“Agente Paige, lo que dije en la oficina de Meredith fue de corazón”, dijo.

“¿Cómo?”, preguntó Riley, levantando la mirada de su revista.

“Lo que dije respecto a que será un honor trabajar contigo. Es un sueño para mí. He seguido tu trabajo desde que empecé en la academia”.

Por un momento, Riley no supo qué decir. Jenn le había dicho lo mismo antes. Pero, de nuevo, Riley no sabía por la expresión de Jenn si estaba siendo sincera.

“He oído cosas buenas de ti”, dijo Riley.

Aunque sonaba muy evasivo, al menos era verdad. En circunstancias diferentes, Riley se habría emocionado ante la oportunidad de trabajar con una nueva agente inteligente.

Riley agregó con una sonrisa débil: “Pero, si fuera tú, no me emocionaría mucho con este caso”.

“Sí”, dijo Jenn. “Probablemente ni siquiera sea un caso para la UAC. Quizás volvamos a Quántico esta misma noche. Bueno, habrá otros casos”.

Jenn volvió su atención de nuevo a su portátil. Riley se preguntó si estaba trabajando en los archivos de Shane Hatcher. Y, por supuesto, le preocupó de nuevo el hecho de que quizás no debió haberle entregado la unidad USB.

Pero se dio cuenta de algo. Si Jenn realmente había tenido la intención de traicionarla al pedirle esa información, ¿ya no la habría usado en su contra?

Recordó lo que Jenn le había dicho ayer.

“De hecho, estoy bastante segura de que las dos queremos exactamente lo mismo. Acabar con la carrera criminal de Shane Hatcher”.

Si eso era cierto, Jenn realmente era una aliada de Riley.

Pero ¿cómo podría saberlo a ciencia cierta? Se quedó allí considerando si debería abordar el tema.

No le había dicho nada a Jenn sobre la amenaza que había recibido de Hatcher.

¿Realmente existía una razón para no hacerlo?

¿Jenn podría realmente ser capaz de ayudarla de alguna manera? Tal vez, pero Riley todavía no se sentía lista para dar ese paso.

Mientras tanto, parecía francamente extraño que su nueva compañera aún la llamara agente Paige aunque insistía en que Riley la llamara por su nombre de pila.

“Jenn”, dijo.

Jenn levantó la mirada de su portátil.

“Creo que deberías llamarme Riley”, dijo Riley.

Jenn sonrió un poco y volvió su atención a su portátil.

Riley colocó la revista a un lado y miró las nubes por la ventana. El sol brillaba, pero Riley no le parecía nada alegre.

Se sentía terriblemente sola. Echaba de menos tener a Bill con ella.

Y extrañaba tanto a Lucy que le dolía el corazón.

*

Cuando el avión llegó al Aeropuerto Internacional de Des Moines, Riley fue capaz de chequear su teléfono celular. Le contentó ver que había recibido un mensaje de Mike Nevins.

Bill está aquí conmigo en este momento.

Era una cosa menos de qué preocuparse.

Una patrulla estaba esperándolas afuera del avión. Dos policías de Angier se presentaron en la base de la escalerilla. Darryl Laird era un joven desgarbado de unos veinte años, y Howard Doty era un hombre mucho más bajito de unos cuarenta años.

Ambos tenían expresiones de asombro en sus rostros.

“Estamos muy felices de que estén aquí”, les dijo Doty a Riley y Jenn mientras los dos policías las acompañaban hasta el auto.

Laird dijo: “Todo esto es tan...”.

El joven negó con la cabeza sin terminar su oración.

“Pobrecitos”, pensó Riley.

No eran más que policías regulares. Los asesinatos no eran muy comunes en un pequeño pueblo de Iowa. Tal vez el policía mayor había manejado uno que otro homicidio, pero Riley supuso que era primera vez que el joven pasaba por algo así.

A lo que Doty comenzó a conducir, Riley les pidió a los dos policías que les dijeran todo lo posible acerca de lo que había sucedido.

Doty dijo: “El nombre de la chica es Katy Philbin, de diecisiete años de edad. Una estudiante de la Escuela Secundaria Wilson. Sus padres son dueños de la farmacia local. Una chica agradable, les agradaba a todos. El viejo George Tully encontró su cuerpo esta mañana cuando él y sus muchachos se preparaban para hacer la siembra de primavera. Tully tiene una granja cerca de Angier”.

Jenn preguntó: “¿Saben cuánto tiempo pasó enterrada allí?”.

“Tendrás que preguntárselo al jefe Sinard. O al médico forense”.

Riley pensó en lo poco que Meredith había sido capaz de decirles sobre la situación.

“¿Y la otra chica?”, preguntó ella. “¿La que desapareció hace poco?”.

“Su nombre es Holly Struthers”, dijo Laird. “Ella era... eh, supongo que es una estudiante de nuestra otra escuela secundaria, Lincoln. Lleva aproximadamente una semana desaparecida. Todo el pueblo esperaba que simplemente apareciera. Pero ahora... bueno, supongo que tenemos que seguir albergando esa esperanza”.

“Y orando”, agregó Doty.

Riley sintió un extraño escalofrío cuando dijo eso. Era muy frecuente oír a las personas decir que estaban orando para que una persona desaparecida apareciera sana y salva. Nunca tuvo la impresión de que orar ayudara en algo.

“¿Hace que la gente se sienta mejor?”, se preguntó a sí misma.

No entendía por qué o cómo.

Era una tarde brillante y despejada cuando el auto salió de Des Moines y se dirigió por una amplia carretera. Pronto Doty salió a una carretera de dos carriles que se extendía sobre el campo.

Riley sintió una sensación extraña en su estómago. Le tomó unos minutos darse cuenta de que sus sentimientos no tenían nada que ver con el caso, al menos no directamente.

Normalmente se sentía así cada vez que tenía un trabajo que hacer en el Medio Oeste. Normalmente no temía los espacios abiertos, no sufría de “agorafobia”, como se llamaba. Pero las vastas llanuras y praderas despertaban una ansiedad en ella.

Riley no sabía qué era peor, las llanuras que había visto en estados como Nebraska, que se extendían tan lejos como el ojo humano alcanzaba a ver, o las praderas monótonas como estas, las mismas casas de campo, pueblos y campos apareciendo una y otra vez. De cualquier manera, le resultaba inquietante, incluso un poco nauseabundo.

A pesar de la reputación de esta región del país de sus valores estadounidenses bien arraigados, por alguna razón no le sorprendía que las personas cometían asesinato aquí. Para ella, el campo por sí solo sería suficiente para volver a alguien loco.

En parte para dejar de pensar en el paisaje, Riley sacó su teléfono celular para enviarle un mensaje de texto grupal a toda su familia, April, Jilly, Liam y Gabriela.

Llegué bien.

Se quedó pensando por un momento y luego agregó...

Ya los echo a todos de menos. Pero probablemente regresaré pronto.

*

Después de aproximadamente una hora en la carretera de dos carriles, Doty giró el auto en un camino de grava.

Mientras seguía conduciendo, dijo: “Estamos cerca de las tierras de George Tully”.

Riley miró a su alrededor. El paisaje era exactamente igual, grandes extensiones de campos sin sembrar interrumpidos por barrancos, vallas y árboles. Vio una sola casa grande en el medio de todo esto, junto a un granero ruinoso. Supuso que allí vivía Tully con su familia.

Era una casa de aspecto extraño que parecía haber sido construida con los años, probablemente por un buen número de generaciones.

Pronto el vehículo de un médico forense apareció a la vista, estacionado en el arcén de la carretera. Varios otros autos estaban estacionados cerca. Doty se estacionó justo detrás de la furgoneta del médico forense, y Riley y Jenn lo siguieron a él y a su compañero más joven a un campo recientemente labrado.

Riley vio a tres hombres de pie sobre un punto desenterrado. No veía lo que se había encontrado allí, pero sí vislumbró la ropa de colores brillantes moviéndose en la brisa de primavera.

“Ahí es donde la enterraron”, pensó.

Y, en ese momento, Riley sintió un presentimiento extraño.

Atrás había quedado la sensación de que ella y Jenn no tendrían nada que hacer aquí.

Tenían trabajo que hacer, una niña estaba muerta y no se detendrían hasta encontrar al asesino.

CAPÍTULO DIEZ

Dos personas estaban de pie junto al cuerpo recién desenterrado. Riley se dirigió directamente hacia uno de ellos, un hombre musculoso de su misma edad.

“Jefe Joseph Sinard, supongo”, dijo ella, ofreciéndole su mano.

Él asintió y le dio la mano.

“Todos por aquí me llaman Joe”.

Sinard señaló al hombre obeso y cincuentón a su lado que se veía aburrido: “Este es Barry Teague, el médico forense del condado. Ustedes dos son las gentes del FBI que hemos estado esperando, supongo”.

Riley y Jenn sacaron sus placas y se presentaron.

“Aquí está nuestra víctima”, dijo Sinard.

Señaló hacia un agujero poco profundo, donde una mujer joven que llevaba un vestido de color naranja brillante estaba tendida descuidadamente. El vestido estaba sobre sus muslos, y Riley vio que no llevaba ropa interior. No llevaba zapatos. Su cara estaba extrañamente pálida, y su boca abierta estaba llena de tierra. Sus ojos estaban muy abiertos. Su cuerpo estaba pálido.

Riley se estremeció un poco. Rara vez sentía emoción al ver un cuerpo muerto ya que había visto demasiados de ellos en los últimos años. Pero esta chica le recordaba demasiado a April.

Riley se volvió hacia el médico forense.

“¿Has llegado a alguna conclusión, Sr. Teague?”.

Barry Teague se puso en cuclillas al lado del hueco, y Riley se agachó junto a él.

“Es feo, muy feo”, dijo con una voz que no expresaba ninguna emoción en absoluto.

Señaló los muslos de la chica.

“¿Ves esos moretones?”, preguntó. “Me parece que fue violada”.

Riley no lo expresó en voz alta, pero estaba segura de que estaba en lo cierto. Juzgando por el olor, también supuso que la chica había muerto la noche anterior, y que había estado enterrada aquí desde entonces.

Le preguntó al médico forense: “¿Cuál fue la causa de muerte?”.

Teague dejó escapar un gruñido impaciente.

“No sé”, dijo. “Si ustedes los federales me dejaran llevarme el cuerpo y hacer mi trabajo, podría ser capaz de decirles”.

Esto enfureció a Riley. Era evidente lo mucho que este hombre resentía la presencia del FBI. ¿Ella y Jenn Roston tendrían que enfrentarse a mucha resistencia local?

Recordó que el jefe Sinard fue el que hizo la solicitud. Al menos podían contar con su cooperación.

Ella le dijo al médico forense: “Puedes llevártela ahora”.

Se puso de pie y miró a su alrededor. Vio a un hombre mayor a unos quince metros de distancia, apoyado en un tractor y mirando directamente al lugar donde estaba el cuerpo.

“¿Quién es ese?”, le preguntó al jefe Sinard.

“George Tully”, dijo Sinard.

Riley recordó que George Tully era el dueño de estas tierras.

Ella y Jenn se acercaron a él y se presentaron. Tully parecía apenas estar consciente de su presencia. Seguía mirando hacia el cuerpo mientras el equipo de Teague se preparaba cuidadosamente para moverlo.

Riley le dijo: “Sr. Tully, me informaron que usted fue el que encontró el cuerpo”.

Él asintió débilmente, sin apartar la mirada del cuerpo.

Riley dijo: “Yo sé que esto es difícil. Pero ¿podría decirme qué pasó?”.

Tully habló en una voz débil y distante.

“No hay mucho que contar. Los chicos y yo salimos temprano esta mañana para sembrar. Noté algo extraño en el suelo allí. El aspecto del suelo me inquietó, así que empecé a cavar... y allí estaba ella”.

Riley sentía que Tully no iba a ser capaz de decirles mucho.

Jenn dijo: “¿Tiene alguna idea de cuándo el cuerpo pudo haber sido enterrado aquí?”.

Tully negó con la cabeza sin decir nada.

Riley miró a su alrededor por un momento. El campo parecía haber sido labrado recientemente.

“¿Cuándo labraron este campo?”, preguntó.

“Hace dos días. No, hace tres días. Apenas íbamos empezando con la siembra hoy”.

Riley analizó esto en su mente. Parecía coherente con su suposición de que la chica había sido asesinada y enterrada hace dos noches.

Tully entrecerró los ojos mientras seguía mirando al frente.

“El jefe Sinard me dijo su nombre”, dijo. “Katy. Creo que su apellido era Philbin. Lo extraño es que no reconozco el nombre. Tampoco la reconozco a ella. Hubo un tiempo en el que...”.

Se detuvo por un momento.

“Hubo un tiempo en el que conocía a casi todas las familias del pueblo, y a sus hijos también. Los tiempos han cambiado”.

Oyó tristeza en su voz.

Riley sentía su dolor. Estaba segura de que había vivido en estas tierras toda su vida, así como también sus padres, abuelos y bisabuelos, y que había esperado dejar la granja en herencia a sus propios hijos y nietos.

Nunca se había imaginado que algo así pudiera suceder aquí.

También se dio cuenta de algo más. Tully había estado parado exactamente en este mismo lugar durante horas, mirando el cuerpo de la pobre chica con incredulidad horrorizada. Había encontrado el cuerpo esa mañana y no había sido capaz de moverse de ese lugar. Ahora que el cuerpo estaba siendo llevado, tal vez se iría pronto.

Pero Riley sabía que el horror no lo dejaría en paz.

Sus palabras resonaron en su mente:

“Los tiempos han cambiado”.

Quizás sentía que el mundo se había perdido.

“Y tal vez esté en lo cierto”, pensó Riley.

“Lamentamos mucho que esto haya sucedido”, le dijo Riley.

Luego ella y Jenn se dirigieron de nuevo hacia el lugar excavado.

El equipo de Teague ahora tenía el cuerpo cubierto sobre una camilla. Estaban moviéndolo torpemente por la tierra labrada hacia el vehículo del médico forense.

Teague se acercó a Riley y Jenn. Habló en su voz monótona.

“En respuesta a tu pregunta de cómo murió... Le eché un mejor vistazo y fue aporreada, golpeada más de una vez. Eso es todo”.

Sin decir más, se volvió y se alejó para unirse a su equipo.

Jenn soltó un resoplido de fastidio.

“Bueno, me parece que cree haber terminado su examinación”, dijo. “Ese tipo es un pendejo”.

Riley negó con la cabeza. Estaba de acuerdo con Jenn.

Luego se dirigió hacia el jefe Sinard y le preguntó: “¿Encontraron otra cosa con el cuerpo? ¿Una cartera? ¿Un teléfono celular?”.

“No”, dijo Sinard. “El que hizo esto debió haberse quedado con sus pertenencias”.

“La agente Roston y yo tenemos que reunirnos con la familia de la chica tan pronto como sea posible”.

El jefe Sinard frunció el ceño.

“Eso va a ser muy difícil”, dijo. “Su padre, Drew, estuvo aquí hace poco para identificar el cuerpo. Está muy mal”.

“Entiendo”, dijo Riley. “Pero es necesario”.

El jefe Sinard asintió, sacó una llave de su bolsillo y señaló un auto cercano.

“Supongo que ustedes dos van a necesitar su propio medio de transporte”, dijo. “Pueden usar mi auto todo el tiempo que estén aquí. Yo me iré en un vehículo de la policía y les mostraré donde viven los Philbin”.

Riley dejó a Jenn tomar las llaves y conducir. Ahora estaban siguiendo a la patrulla de Sinard al pueblo de Angier.

Riley le preguntó a su nueva compañera: “¿Qué piensas de todo esto?”.

Jenn condujo en silencio por un momento mientras reflexionaba.

Luego dijo: “Sabemos que la víctima tenía diecisiete años, dentro del rango de edad de aproximadamente la mitad de las víctimas de este tipo de delito. Pero sigue siendo un caso inusual. La mayoría de las víctimas de depredadores sexuales en serie son prostitutas. Esta víctima quizás figure entre el diez por ciento que son víctimas de algún conocido”.

Jenn se detuvo de nuevo.

Luego agregó: “Más de la mitad de este tipo de homicidios son por estrangulamiento. Pero un fuerte traumatismo es la segunda causa de muerte más frecuente. Así que, en ese sentido, este asesinato quizás no sea atípico. Aun así, nos falta mucho por aprender. La pregunta más importante es si estamos lidiando con un asesino en serie o no”.

Riley asintió con la cabeza. Jenn no estaba diciendo nada que ya no supiera pero, aunque sentía dudas respecto a su nueva compañera, al menos ella estaba bien informada. Y ambas enfrentaban la posibilidad de una terrible respuesta a esta última pregunta, ambas albergaban la esperanza de que la respuesta fuera “no”.

En cuestión de minutos estaban siguiendo a Sinard por la calle principal de Angier. Era muy parecida al resto de las calles principales que había visto en el Medio Oeste, filas de tiendas sosas y sin carácter, algunas de ellas viejas y algunas de ellas nuevas. No detectó nada de encanto o singularidad. Riley sentía la misma sensación que había tenido durante el viaje a través de las praderas, una sensación de algo oscuro acechando detrás de la fachada de la integridad del Medio Oeste.

Estuvo a punto de expresar sus pensamientos. Pero se recordó a sí misma con rapidez que Bill no era el que estaba a su lado, sino una mujer joven que apenas conocía. Tampoco sabía si podía confiar en ella o no.

¿Jenn Roston compartía las sensaciones de Riley o siquiera querría oírlas?

Riley no tenía forma de saberlo, y eso le molestaba.

Era difícil no tener una compañera con la que pudiera hablar sin reparos, expresando ideas sin importar si tuvieran sentido o no. Extrañaba a Bill cada vez más, y también a Lucy.

La familia de la víctima vivía en un bungaló de ladrillo viejo pero bien cuidado en una calle tranquila, con grandes árboles en el patio. La acera y la entrada estaban llenas de vehículos estacionados. Riley supuso que los Philbin tenían muchos visitantes en este momento.

Sinard detuvo su patrulla marcada en la calle y se bajó. Le hizo un gesto a Jenn hacia un espacio de estacionamiento pequeño y se quedó allí parado, dándole instrucciones para ayudarla a estacionar el auto en el espacio pequeño. Una vez que el auto estaba estacionado, Riley y Jenn se bajaron y caminaron hacia la casa. El jefe Sinard ya estaba de camino a la puerta principal, su auto patrulla todavía estacionado en la calle.

Riley se preguntó si estaban a punto de conocer a una familia afligida e inocente con muchos amigos y seres queridos sinceros y bien intencionados.

O si estaban a punto de encontrarse con personas que podrían ser capaces de asesinato.

De todas formas, Riley siempre odiaba este tipo de visitas.

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599 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
291 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640298675
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
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