Читать книгу: «Una Vez Perdido », страница 3

Шрифт:

CAPÍTULO CINCO

A George Tully no le gustaba cómo se veía un cierto pedazo de tierra por el camino. No sabía exactamente por qué.

“Nada de qué preocuparse”, se dijo a sí mismo. La luz de la mañana probablemente solo le estaba jugando una mala pasada.

Respiró aire fresco profundamente. Luego se inclinó y cogió un puñado de tierra suelta. Como siempre, se sentía suave y lujosa. También olía bien, rica en nutrientes de las últimas cosechas de maíz.

“La gran tierra de Iowa”, pensó mientras la tierra se deslizaba entre sus dedos.

Estas tierras habían estado en la familia de George durante años, por lo que había conocido estas tierras finas toda su vida. Sin embargo, nunca se cansó de ellas, y su orgullo de cultivar las tierras más ricas del mundo nunca menguó.

Levantó la mirada a los campos que se extendían tan lejos que no los alcanzaba ver todos. La tierra había sido cultivada durante un par de días. Estaba lista y en espera de granos de maíz púrpura cubiertos con insecticida que serían colocados donde pronto aparecería cada nuevo tallo de maíz.

No había sembrado antes debido al clima. Por supuesto, nunca había una forma de estar seguro de que una helada no llegaría a estas alturas del año y arruinaría la cosecha. Recordó en ese momento una tormenta de nieve monstruosa de abril que ocurrió en los años 70 que tomó a su padre por sorpresa. Pero a lo que George sintió un soplo de aire caliente y vio unas nubes altas en el cielo, se sintió muy seguro de que todo saldría bien.

“Hoy es el día”, pensó.

Mientras George estaba allí mirando, su ayudante Duke Russo llegó conduciendo un tractor que arrastraba una sembradora de doce metros de largo detrás de él. La sembradora sembraría dieciséis filas a la vez, a setenta y seis centímetros de distancia, un grano a la vez, depositaría abono sobre cada uno, cubriría la semilla y seguiría adelante.

Los hijos de George, Roland y Jasper, habían estado de pie en el campo a la espera de la llegada del tractor, y se dirigían hacia él mientras retumbaba a lo largo de un lado del campo. George sonrió. Duke y los muchachos hacían un buen equipo. No había necesidad de que George se quedara para la siembra. Saludó a los tres hombres con la mano y luego se volvió para regresar a su camioneta.

Pero ese parche extraño de tierra cerca de la carretera le llamó la atención de nuevo. ¿Qué estaba mal? ¿El arado cincel había pasado por alto ese parche? No lo creía posible.

Tal vez una marmota había estado cavando allí.

Pero a lo que se acercó al lugar, vio que ninguna marmota había hecho esto. No había ninguna abertura, y el suelo había sido aplanado.

Parecía que algo había sido enterrado allí.

George gruñó por lo bajo. Algunos vándalos y bromistas a veces le causaban problemas. Hace un par de años, algunos niños del pueblo cercano de Angier robaron un tractor y lo usaron para derribar un cobertizo. Más recientemente, otros habían pintado obscenidades con spray sobre las cercas y paredes e incluso su ganado.

Era exasperante, e hiriente.

George no tenía idea de por qué los niños se esforzaban tanto por darle problemas. Nunca les había hecho ningún daño. Había reportado los incidentes a Joe Sinard, el jefe de policía de Angier, pero nunca se hizo nada al respecto.

“¿Ahora qué hicieron estos bastardos?”, dijo en voz alta, tocando el suelo con el pie.

Supuso que debía averiguarlo. Lo que estaba enterrado aquí podría destruir su equipo.

Se volvió hacia su tripulación y agitó una mano para que Duke detuviera el tractor. Cuando él apagó el motor, George les gritó a sus hijos:

“Jasper, Roland, tráiganme la pala que está en el asiento del tractor”.

“¿Qué pasa, papá?”, respondió Jasper.

“No sé. Solo hazlo”.

Un momento más tarde, Duke y los chicos estaban caminando hacia él. Jasper le entregó una pala a su padre.

Mientras el grupo observaba con curiosidad, George empezó a meter la pala en el suelo. Mientras lo hacía, un olor extraño y agrio se encontró con sus fosas nasales.

Sintió una oleada de temor instintivo.

“¿Qué demonios hay aquí?”, pensó.

Sacó bastante tierra con la pala hasta que chocó con algo sólido, pero suave.

Cavó con más cuidado, tratando de destapar lo que fuera. Pronto algo pálido apareció a la vista.

A George le tomó unos minutos entender lo que era.

“¡Dios mío!”, exclamó, con el estómago revuelto de horror.

Era una mano, la mano de una mujer joven.

CAPÍTULO SEIS

A la mañana siguiente, Riley estaba mirando a Blaine preparar un desayuno de Huevos Benedict con jugo de naranja recién exprimido y café. Pensó que hacer el amor apasionadamente no se limitaba a ex esposos. Y que despertar alegre con un hombre era algo nuevo para ella.

Se sentía agradecida por esta mañana, y agradecida con Gabriela, quien le aseguró que se ocuparía de todo cuando Riley llamó la noche anterior. Pero no podía evitar preguntarse si una relación como esta podría sobrevivir, dadas las muchas otras complicaciones de su vida.

Riley decidió ignorar esa pregunta y centrarse en la deliciosa comida. Pero mientras comían, se dio cuenta de que la mente de Blaine parecía estar en otro lugar.

“¿Qué pasa?”, le preguntó.

Blaine no respondió. Se veía inquieto, mirando de un lugar a otro.

Experimentó una sensación repentina de preocupación. ¿Qué pasaba?

¿Estaba teniendo dudas sobre lo sucedido la noche anterior? ¿No estaba tan contento con esto como ella?

“Blaine, ¿qué pasa?”, preguntó Riley, su voz temblando un poco.

Después de una pausa, Blaine dijo: “Riley, simplemente no me siento... seguro”.

Riley intentó darle sentido a lo que Blaine había dicho. ¿Todo el calor y el afecto que habían compartido desde su cita habían desaparecido? ¿Qué había sucedido entre ellos para cambiar todo de esta forma?

“N-n-no entiendo”, tartamudeó Riley. “¿Cómo que no te sientes seguro?”.

Blaine vaciló, y luego dijo: “Creo que necesito comprar un arma. Para tener con qué protegerme en mi casa”.

Sus palabras sacudieron a Riley. No había esperado esto.

“Pero tal vez debí haberlo esperado”, pensó.

Sentada al otro lado de la mesa de él, podía ver una cicatriz en su mejilla derecha. Esa cicatriz le había sido ocasionada el noviembre pasado en la propia casa de Riley, cuando trató de proteger a April y Gabriela de un atacante en busca de venganza.

Riley recordó la terrible culpa que sintió cuando vio a Blaine inconsciente en una cama de hospital después de lo sucedido.

Y ahora sentía esa culpa de nuevo.

¿Blaine nunca se sentiría seguro con Riley en su vida? ¿Jamás sentiría que su hija podría estar a salvo?

¿Y una pistola era lo que realmente necesitaba para sentirse más seguro?

Riley negó con la cabeza.

“No sé, Blaine”, dijo. “No me gusta mucho la idea de que civiles mantengan armas en sus casas”.

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, Riley se dio cuenta de lo condescendientes que sonaron.

No sabía por la expresión de Blaine si se había sentido ofendido por sus palabras o no. Parecía estar esperando a que continuara.

Riley tomó un sorbo de café para organizar sus pensamientos.

Ella dijo: “¿Sabías que, estadísticamente, las armas domésticas tienen mayores probabilidades de ocasionar homicidios, suicidios y muertes accidentales que de defender una casa con éxito? De hecho, los propietarios de armas corren un mayor riesgo de convertirse en víctimas de homicidio que las personas que no son propietarias de armas de fuego”.

Blaine asintió.

“Sí, sé todo eso”, dijo. “He estado investigando. También sé acerca de las leyes de defensa propia de Virginia. Y que este estado permite la portación a la vista”.

Riley inclinó la cabeza con aprobación.

“Bueno, ya estás mejor preparado que la mayoría de las personas que deciden comprar un arma. Aun así…”.

Dejó que las palabras quedaran en el aire. Estaba reacia a decir lo que tenía en mente.

“¿Qué pasa?”, preguntó Blaine.

Riley respiró profundamente.

“Blaine, ¿comprarías un arma si yo no formara parte de tu vida?”.

“Ay, Riley...”.

“Dime la verdad. Por favor”.

Blaine se quedó mirando su café por un momento.

“No, no lo haría”, dijo finalmente.

Riley se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Blaine.

“Eso es justo lo que pensaba. Y estoy segura de que puedes entender cómo me hace sentir. Me importas mucho, Blaine. Es terrible saber que tu vida es más peligrosa por mí”.

“Yo entiendo”, dijo Blaine. “Pero quiero que tú me digas la verdad sobre algo. Y espero no te lo tomes a mal”.

Riley se preparó en silencio para lo que Blaine estaba a punto de preguntarle.

“¿Tus sentimientos realmente son un argumento válido para no comprar un arma? Digo, ¿no es un hecho de que estoy en más peligro que cualquier ciudadano promedio? ¿Y que debería ser capaz de defenderme y de defender a Crystal... y tal vez incluso de defenderte a ti?”.

Riley se encogió un poco. Se sentía triste de admitírselo a sí misma, pero Blaine tenía razón.

Si una pistola lo haría sentirse más seguro y protegido, debería tener una.

También estaba segura de que sería muy responsable con ella.

“Está bien”, dijo ella. “Después del desayuno nos iremos de compras”.

*

Más tarde esa mañana, Blaine entró en una tienda de armas con Riley. Blaine se preguntó si estaba cometiendo un error. Había un montón de armas temibles en las paredes y en las vitrinas. Nunca había disparado un arma, a menos que la pistola de aire comprimido que había tenido de niño contara como una.

“¿En qué me estoy metiendo?”, pensó.

Un hombre alto, con barba y una camisa a cuadros se movía entre la mercancía.

“¿Qué se les ofrece?”, preguntó.

Riley dijo: “Estamos en busca de un arma doméstica para mi amigo”.

“Bueno, estoy seguro de que tenemos algo aquí que le sirva”, dijo el hombre.

Blaine se sentía incómodo bajo la mirada del hombre. Supuso que no todos los días una mujer atractiva traía a su novio aquí para ayudarle a elegir un arma.

Blaine no pudo evitar sentirse avergonzado. Incluso se sentía avergonzado por sentir vergüenza. No creía ser el tipo de hombre que se sentía inseguro sobre su masculinidad.

Mientras Blaine trató de relajarse, el vendedor de armas observó la propia arma lateral de Riley con aprobación.

“Ese modelo Glock 22 que tiene es excelente, señora”, dijo. “Una profesional de la aplicación de la ley, ¿cierto?”.

Riley sonrió y le mostró su placa.

El hombre señaló una fila de armas similares en una vitrina.

“Bueno, tengo muchas Glock allá. Me parece una excelente opción”.

Riley miró las armas y luego miró a Blaine, como para pedirle su opinión.

Blaine no pudo hacer nada más que encogerse de hombros y ruborizarse. Deseaba haber dedicado el mismo tiempo a investigar armas que había dedicado a la investigación de estadísticas y leyes.

Riley negó con la cabeza.

“No creo que una semiautomática es exactamente lo que estamos buscando”, dijo ella.

El hombre asintió con la cabeza.

“Sí, son un poco complicadas, especialmente para alguien que no tiene experiencia con armas. Las cosas pueden salir mal”.

Riley asintió, añadiendo: “Sí, como fallos de encendido, balas atascadas, etcétera”.

El hombre dijo: “Por supuesto, esos no son problemas reales para una agente experimentada de la FBI como usted. Tal vez un revólver sea lo mejor para él”.

El hombre los acompañó hasta una vitrina llena de revólveres.

Los ojos de Blaine se sintieron atraídos por algunas de las armas de fuego con cañones más cortos.

Al menos se veían menos intimidantes.

“¿Qué tal ese?”, dijo, señalando uno.

El hombre abrió la vitrina, sacó la pistola y se la dio a Blaine. El arma se sintió extraña en su mano. No podía decidir si era más pesada o más ligera de lo que esperaba.

“Un Ruger SP101”, dijo el hombre. “Es una buena opción”.

Riley miró el arma con reservas.

“Creo que estamos buscando algo con un cañón de diez centímetros”, dijo. “Algo que absorba mejor el retroceso”.

El hombre asintió de nuevo.

“Sí. Bueno, creo que tengo exactamente lo que están buscando”.

Metió la mano en la vitrina y sacó otra pistola más grande. Se la dio a Riley, quien la examinó con aprobación.

“Sí, definitivamente”, dijo. “Una Smith and Wesson 686”.

Luego le sonrió a Blaine y le entregó el arma.

“¿Qué te parece?”, dijo Riley.

Esta arma más larga se sentía aún más extraña en su mano que el arma más pequeña. Lo único que pudo hacer fue sonreírle a Riley con timidez. Ella le sonrió de vuelta. Sabía por su expresión que finalmente había reconocido lo incómodo que se estaba sintiendo.

Se volvió hacia el dueño y dijo: “Nos la llevaremos. ¿Cuánto cuesta?”.

A Blaine le sorprendió el precio del arma, pero estaba seguro de que Riley sabía si este era un buen trato o no.

También le sorprendió bastante lo fácil que fue hacer la compra. El hombre le pidió dos pruebas de identidad, y Blaine le ofreció su licencia de conducir y su tarjeta de inscripción para votar. Luego Blaine llenó un formulario corto y simple dando su consentimiento para ser sometido a una verificación de antecedentes. La verificación computarizada tomó solo un par de minutos, y Blaine fue autorizado para comprar su arma.

“¿Qué tipo de munición quiere?”, preguntó el hombre mientras finalizaba la venta.

Riley dijo: “Denos una caja de Federal Premium de bajo retroceso”.

Unos momentos después, Blaine se convirtió en propietario de un arma.

Se quedó ahí mirando el arma intimidante, que estaba sobre el mostrador en una caja de plástico abierta, situada entre espuma protectora. Blaine le dio las gracias al hombre, cerró la caja y se volvió para irse.

“Espere un momento”, dijo el hombre alegremente. “¿No quiere probar su arma?”,

El hombre llevó a Riley y Blaine a través de una puerta en la parte trasera de la tienda que daba a un gran campo de tiro bajo techo. Luego dejó a Riley y Blaine por su cuenta. A Blaine le alegraba estar solo con Riley en este momento.

Riley señaló la lista de reglas en la pared, y Blaine las leyó cuidadosamente. Luego negó con la cabeza con inquietud.

“Riley, no me avergüenza decirte que...”.

Riley soltó una risa.

“Ya sé. Estás un poco intimidado. Yo te explico todo paso a paso”.

Lo condujo a una de las cabinas vacías, donde le colocó los equipos de protección para sus ojos y oídos. Abrió la caja de la pistola, con cuidado de mantenerla apuntada hacia el suelo.

“¿La cargo?”, le preguntó a Riley.

“Todavía no. Primero practicaremos disparar sin balas”.

Blaine tomó la pistola en sus manos, y Riley lo ayudó a encontrar la posición adecuada: ambas manos sobre el mango de la pistola, pero con los dedos alejados del cilindro, sus codos y rodillas ligeramente dobladas, inclinado un poco hacia adelante. En unos momentos, Blaine se encontró apuntando su pistola a una forma vagamente humana sobre un blanco de papel a unos veintidós metros de distancia.

“Vamos a practicar la doble acción primero”, dijo Riley. “Eso es cuando no tienes que montar el martillo con cada disparo, haces todo el trabajo con el gatillo. Eso te dará una buena idea de cómo se siente el gatillo. Aprieta el gatillo suavemente, y luego suéltalo de la misma forma”.

Blaine practicó con la pistola vacía un par de veces. Luego Riley le enseñó cómo abrir el cilindro y llenarlo de proyectiles.

Blaine se posicionó como antes. Se preparó, sabiendo que sentiría el retroceso, y apuntó a la diana con cuidado.

Apretó el gatillo y disparó.

La fuerza del retroceso repentino lo sobresaltó, y la pistola saltó en su mano. Bajó el arma y miró el blanco. No vio ningún agujero en ella. Se preguntó fugazmente cómo alguien podía apuntar un arma que saltaba tan bruscamente.

“Vamos a trabajar en tu respiración”, dijo Riley. “Inhala lentamente mientras apuntas, luego exhala lentamente, retrocediendo el gatillo para que dispares exactamente cuando hayas terminado de exhalar. Ese es el momento en el que tu cuerpo está más inmóvil”.

Blaine volvió a disparar. Le sorprendió que ahora sentía mucho más control.

Miró y vio que al menos había dado en el blanco de papel en esta ocasión.

Pero cuando se preparó para volver a disparar, un recuerdo pasó por su mente, un recuerdo del momento más aterrador de su vida. Un día, cuando todavía vivía al lado de Riley, había oído un ruido terrible al lado. Había corrido a la casa adosada de Riley y encontrado la puerta parcialmente abierta.

Un hombre había tirado a la hija de Riley al suelo y la estaba atacando.

Blaine había corrido hacia ellos y quitado al atacante de encima de April. Pero el hombre era demasiado fuerte, y Blaine fue golpeado fuertemente y había perdido el conocimiento.

Era un recuerdo amargo, y trajo consigo una sensación de impotencia repugnante.

Pero esa sensación se evaporó de repente cuando sintió el peso de la pistola en sus manos.

Respiró y disparó, respiró y disparó, cuatro veces más hasta que el cilindro quedó vacío.

Riley presionó un botón que acercó el blanco de papel hasta la cabina.

“Nada mal para tu primer intento”, dijo Riley.

De hecho, Blaine vio que los últimos cuatro tiros al menos habían alcanzado dentro de la forma humana.

Pero se dio cuenta de que su corazón latía con fuerza, y que estaba abrumado por una mezcla extraña de sensaciones.

Uno de esas sensaciones era miedo.

Pero ¿miedo de qué?

“Poder”, cayó en cuenta Blaine.

La sensación de poder en sus manos era asombrosa, como nada que jamás había sentido antes.

Se sentía tan bien que le daba miedo.

Riley le enseñó a abrir el cilindro y sacar los cartuchos vacíos.

“¿Suficiente por hoy?”, preguntó.

“Para nada”, dijo Blaine sin aliento. “Quiero que me enseñes todo lo que tenga que saber de esta cosa”.

Riley le sonrió mientras él volvía a cargar el arma.

Todavía sentía su sonrisa mientras apuntaba a un nuevo blanco.

Pero en ese momento oyó el teléfono celular de Riley sonar.

CAPÍTULO SIETE

Cuando el teléfono celular de Riley comenzó a sonar, los últimos disparos de Blaine seguían resonando en sus oídos. Sacó su teléfono a regañadientes. Quería una mañana ininterrumpida con Blaine. Cuando miró el teléfono, supo que estaba a punto de sentirse decepcionada. La llamada era de Brent Meredith.

Le sorprendía lo mucho que estaba disfrutando de enseñarle a Blaine cómo disparar su nueva pistola. Riley estaba segura de que esta llamada interrumpiría el mejor día que había tenido en mucho tiempo.

Pero no tenía otra opción que contestar la llamada.

Como de costumbre, Meredith fue brusco y directo al grano.

“Tenemos un nuevo caso. Necesitamos que trabajes en él. ¿En cuánto tiempo puedes llegar a Quántico?”.

Riley contuvo un suspiro. Con Bill de licencia, Riley tenía la esperanza de tener algo de tiempo libre hasta que el dolor de la muerte de Lucy menguara un poco.

“Tristemente ese no sería el caso”, pensó.

No cabía duda de que viajaría fuera de la ciudad en breve. ¿Tendría el tiempo suficiente para correr a casa, ver a todos y cambiarse de ropa?

“En una hora”, respondió Riley.

“Te necesito aquí antes. Nos vemos en mi oficina. Y trae tu maleta”.

Meredith finalizó la llamada sin esperar una respuesta.

Blaine estaba parado allí esperándola. Se quitó los equipos de protección ocular y auditiva y le preguntó: “¿Te llamaron del trabajo?”.

Riley suspiró en voz alta.

“Sí, tengo que irme a Quántico de inmediato”.

Blaine asintió sin quejarse y descargó el arma.

“Yo te llevo”, dijo

“No, necesito mi maleta. Y está en mi auto en casa. Me temo que necesito que me lleves a mi casa. También me temo que tengo prisa”.

“No te preocupes”, dijo Blaine, poniendo el arma en su caja cuidadosamente.

Riley le dio un beso en la mejilla.

“Parece que tendré que viajar”, dijo ella. “Odio eso. La he pasado de lo mejor contigo”.

Blaine sonrió y le devolvió el beso.

“Yo también la he pasado muy bien”, dijo. “No te preocupes. Continuaremos donde lo dejamos tan pronto como regreses”.

A lo que salieron del campo de tiro y llegaron de nuevo a la tienda de armas, el propietario los despidió con cordialidad.

*

A lo que Blaine la dejó en su casa, Riley corrió hacia adentro para explicarles a todos que se iba. Ni siquiera tuvo tiempo para cambiarse de ropa, pero al menos se había duchado en la casa de Blaine esta mañana. Se sintió aliviada de que a su familia pareció no molestarle su repentino cambio de planes.

“Se están acostumbrando a estar sin mí”, pensó. No le gustaba mucho la idea, pero sabía que era una necesidad en una vida como la suya.

Riley verificó que tenía todo lo que necesitaba en su auto y luego hizo el corto viaje a Quántico. Cuando llegó al edificio de la UAC, se dirigió directamente a la oficina de Brent Meredith. Lamentablemente se encontró con Jenn Roston, quien estaba caminando en la misma dirección por el pasillo.

Riley y Jenn hicieron contacto visual por un momento fugaz, luego ambas siguieron en silencio.

Riley se preguntó si Jenn se sentía igual de incómoda que ella. Ayer tuvieron una reunión incómoda, y Riley aún no sabía si había cometido un terrible error al entregarle a Jenn esa unidad USB.

“Pero Jenn probablemente no esté preocupada”, pensó Riley.

Después de todo, Jenn había tenido la ventaja ayer. Había controlado la situación brillantemente para beneficio propio. Riley jamás había conocido a alguien capaz de manipularla de esa forma.

Pero luego recordó que eso no era cierto.

Shane Hatcher también tenía esa capaz de manipularla.

Sin dejar de caminar y todavía mirando al frente, la agente más joven habló en voz baja. “No encontré nada”.

“¿Qué?”, preguntó Riley, sin dejar de caminar.

“Te hablo de la información financiera en la unidad USB. Hatcher solía tener fondos almacenados en esas cuentas. Pero el dinero fue retirado, y las cuentas fueron cerradas”.

Riley resistió el impulso de decir: “Ya sé”.

Después de todo, Hatcher se lo había dicho ayer en su mensaje de texto amenazante.

Por un momento, Riley no supo qué decir. Siguió caminando sin hacer ningún comentario.

¿Jenn pensaba que Riley la había traicionado y que el archivo era falso?

Finalmente Riley dijo: “Ese archivo era lo único que tenía. No estoy reteniendo nada”.

Jenn no respondió. Riley deseaba saber si le creía o no.

También se preguntó si Hatcher estaría tras las rejas en este momento si hubiera usado esa información antes. O quizás hasta muerto.

Cuando llegaron a la puerta de la oficina de Meredith, Riley se detuvo, y lo mismo hizo Jenn.

Riley se sintió alarmada.

Jenn obviamente también iba a la oficina de Meredith.

¿Por qué la nueva agente estaba aquí para esta reunión? ¿Le había dicho a Meredith que Riley había estado reteniendo información?

Pero Jenn se quedó allí, aún sin hacer contacto visual.

Riley tocó la puerta de Meredith, y luego ambas entraron.

El jefe Meredith estaba sentado detrás de su escritorio, viéndose tan intimidante como de costumbre.

Les dijo: “Siéntense”.

Riley y Jenn se sentaron en las sillas frente a su escritorio.

Meredith se quedó callado por un momento.

Luego dijo: “Agente Paige, agente Roston, quiero que sepan que ahora son compañeras”.

Riley contuvo un jadeo. Miró a Jenn Roston, cuyos ojos color marrón oscuro se habían abierto como platos ante la noticia.

“Espero que eso no sea un problema”, dijo Meredith. “La UAC está sobrecargada de casos en este momento. Con el agente Jeffreys de licencia y todos los demás trabajando en otros casos, tienen que trabajar juntas. Ya está decidido”.

Riley cayó en cuenta de que Meredith estaba en lo cierto. El único otro agente con el que realmente querría trabajar en este momento era Craig Huang, pero él estaba ocupado vigilando su casa.

“No hay problema, señor”, le dijo Riley a Meredith.

Jenn dijo: “Será un honor para mí trabajar con la agente Paige, señor”.

Esas palabras sorprendieron a Riley un poco. Se preguntó si Jenn las decía de corazón.

“No te emociones mucho”, dijo Meredith. “No creo que este caso llegue a mayores. Esta misma mañana, se encontró el cuerpo de una adolescente enterrado en tierras de cultivo cerca de Angier, un pequeño pueblo de Iowa”.

“¿Un solo asesinato?”, preguntó Jenn.

“¿Por qué es un caso de la UAC?”, preguntó Riley.

Meredith tamborileó los dedos sobre su escritorio.

“Mi conjetura es que probablemente no sea uno solo”, dijo “Otra chica desapareció antes en el mismo pueblo, y todavía no ha aparecido. Es un lugar pequeño y tranquilo, donde este tipo de cosas simplemente no suceden. La gente de por allí dice que las chicas no eran era del tipo que huiría o hablaría con extraños”.

Riley negó con la cabeza con reservas.

“Entonces ¿por qué creen que se trata de un asesino en serie?”, preguntó. “Eso me parece un poco prematuro ya que solo tienen un cuerpo”.

Meredith se encogió de hombros.

“Sí, yo pienso igual. Pero el jefe de policía de Angier, Joseph Sinard, está en pánico por esto”.

La frente de Riley se arrugó ante la mención de ese nombre.

“Sinard”, dijo. “¿Dónde he escuchado ese nombre antes?”.

Meredith sonrió un poco y dijo: “Tal vez estás pensando en el asistente ejecutivo del FBI, Forrest Sinard. Joe Sinard es su hermano”.

Riley casi puso los ojos en blanco. Ahora tenía sentido. Un miembro de la parte más alta de la cadena alimentaria del FBI estaba siendo molestado por un pariente, así que el caso había sido enviado a la UAC. Había sido asignada a investigaciones con motivaciones políticas de este tipo en el pasado.

Meredith dijo: “Ustedes dos tienen que ir para allá para cerciorarse de que siquiera haya un caso”.

“¿Y mi trabajo en el caso de Hatcher?”, preguntó Jenn Roston.

Meredith dijo: “Tenemos un montón de gente trabajando en eso, técnicos e investigadores por igual. Asumo que tienen acceso a toda tu información”.

Jenn asintió.

Meredith dijo: “Estarán bien sin ti por unos días. Aunque creo que no les tome tanto tiempo”.

Riley estaba un poco indecisa. Aparte de no estar segura de si quería trabajar con Jenn Roston o no, tampoco ansiaba perder el tiempo en un caso que probablemente ni siquiera requería la intervención de la UAC.

Preferiría estar ayudando a Blaine a aprender a disparar.

“O estar haciendo otras cosas con Blaine”, pensó, conteniendo una sonrisa.

“¿Cuándo nos vamos?”, preguntó Jenn.

“Tan pronto como sea posible”, dijo Meredith. “Le dije al jefe Sinard que no moviera el cuerpo hasta que llegaran. Volarán a Des Moines, donde los empleados de Sinard las recogerán y conducirán a Angier. Queda a una hora de Des Moines. Tenemos que alistar el avión. Mientras lo hacemos, no se vayan tan lejos. El despegue será en menos de dos horas”.

Riley y Jenn abandonaron la oficina de Meredith. Riley se fue directamente a su propia oficina, se sentó por un momento y miró a su alrededor, perdida en sus pensamientos.

“Des Moines”, pensó.

Solo había estado allí un par de veces, pero allí es donde vivía su hermana mayor, Wendy. Riley y Wendy, distanciadas desde hace muchos años, se habían puesto en contacto el pasado otoño, cuando su padre se estaba muriendo. Wendy estuvo con papá cuando murió.

Pensar en Wendy la hacía sentirse culpable, y también despertaba otros recuerdos perturbadores. Papá había sido muy duro con la hermana de Riley, y Wendy se había escapado de casa a los quince años. En ese entonces Riley solo tenía cinco. Tras la muerte de su padre, se habían comprometido a mantenerse en contacto, pero hasta el momento solo habían hablado por videollamada.

Riley sabía que debería visitar a Wendy si tuviera la oportunidad. Pero, obviamente, no de inmediato. Meredith había dicho que Angier quedaba a una hora de Des Moines y que la policía local las recogería en el aeropuerto.

“Tal vez pueda verme con Wendy antes de volver a Quántico”, pensó.

Ahora tenía un poco de tiempo libre hasta el despegue del avión de la UAC.

Y había alguien a quien quería ver.

Estaba preocupada por su compañero de muchos años, Bill Jeffreys. Vivía cerca de la oficina central, pero llevaba varios días sin verlo. Bill estaba lidiando con TEPT, y Riley sabía por su propia experiencia lo difícil que era recuperarse de eso.

Sacó su teléfono celular y tecleó un mensaje de texto.

Quiero irte a visitar. ¿Estás en casa?

Ella esperó unos momentos. El mensaje estaba marcado como “entregado”, pero aún no leído.

Riley suspiró un poco. No tenía tiempo para esperar que Bill chequeara sus mensajes. Si quería verlo antes de irse, tenía que pasar por su casa ahora mismo con la esperanza de que estuviera ahí.

*

El viaje del edificio de la UAC al pequeño apartamento de Bill en el pueblo de Quántico fue corto. Cuando estacionó su auto y se dirigió hacia el edificio, volvió a percatarse de lo deprimente que era.

El edificio de departamentos en sí no tenía nada de malo. Era un edificio de ladrillos ordinario, no un inquilinato ni nada por el estilo. Pero Riley no pudo evitar recordar la bonita casa suburbana en la que Bill había vivido hasta su divorcio. En comparación, este lugar no tenía ningún encanto y ahora vivía solo. No era una situación feliz para su mejor amigo.

Riley entró en el edificio y se dirigió directamente hacia el apartamento de Bill que estaba ubicado en el segundo piso. Tocó la puerta y esperó.

Nadie respondió. Tocó de nuevo, pero nada.

Sacó su teléfono celular y vio que el mensaje no había sido leído.

Sintió un nudo de preocupación en su garganta. ¿Le había pasado algo a Bill?

Tomó el pomo de la puerta y lo hizo girar.

399
599 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
291 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640298675
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают