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Podemos responder a tales críticas de la siguiente manera. En primer lugar, si bien Bentham estaba en lo cierto al afirmar que los derechos naturales no tenían un contenido o una legitimidad legal acordados en ese momento, hoy en día a dichos derechos se les ha dado contenido y han sido aprobados por órganos legislativos y gobiernos. No hay ningún Estado en el mundo que no haya aceptado respetar al menos un tratado de derechos humanos. En segundo lugar, el tipo de derechos que se promueven en el extranjero no es tan ajeno como a veces se afirma. Hoy en día, aunque algunos líderes pueden tratar de ignorar las críticas a los derechos humanos como ajenos u occidentales, es más probable que los derechos se reclamen de abajo hacia arriba como parte de una campaña para protestar contra la opresión, que los derechos humanos se planteen en una forma intimidante en una cumbre entre líderes. Esto no significa que no haya espacio para que diferentes culturas elijan distintos resultados cuando los derechos chocan. Como veremos, el moderno catálogo de los derechos humanos permite limitar la mayoría de los derechos para tener en cuenta los derechos de los demás.

Algunos dirán que todavía no hemos probado realmente que estos derechos existen, más allá de las leyes y los tratados, como una cuestión de lógica moral para todos, más que como un vehículo de conveniencia para quienes los invocan. Creo que para demostrar que los derechos humanos son algo más que demandas concurrentes, y que reflejan la sensación de que los seres humanos tienen un valor especial, deberíamos recurrir a la idea cada vez más influyente de que los derechos humanos se refieren realmente a la protección de la dignidad humana (véase el Recuadro 4).

Recuadro 4. Frédéric Mégret et al. Dignidad Humana: Un enfoque especial en grupos vulnerables.

La idea de dignidad, entonces, podría ser algo así como: no me haga parte de un proceso que realmente no se trata de mí, no me convierta en una víctima colateral de un objetivo mayor. Es un llamado, en otras palabras, a no someter a los individuos a arreglos sociales, sino a organizarlos de acuerdo con la dignidad de los individuos. El enfoque de la dignidad es quizás, a este respecto, más satisfactorio que delinear una serie de “derechos fundamentales”, algo que inevitablemente implica elecciones torpes y simplistas, ya que, entre otras cosas, diferentes derechos importan de manera distinta a diferentes personas en distintos momentos. Todos los derechos son igualmente importantes, y es más bien cada derecho que tiene un núcleo y una penumbra, donde el núcleo es precisamente esa área en la que está en juego la dignidad.

Dignidad

Los teóricos modernos de los derechos han tratado de justificar la existencia y la importancia de los derechos en referencia a algún valor primordial, como la libertad, la equidad, la autonomía, la igualdad, la persona o la dignidad. Basándose en el filósofo alemán Immanuel Kant, algunos han tratado de derivar la lógica de los derechos humanos a partir de principios morales absolutos que pueden generarse a partir de los siguientes imperativos: primero, cada uno de nosotros tiene que actuar de acuerdo con los principios que deseamos que otros seres racionales se guíen; y segundo, que una persona nunca debe ser tratada como un medio para un fin, sino como un fin en sí misma. En las palabras del filósofo moderno Alan Gerwirth: “Los agentes e instituciones están absolutamente prohibidos de degradar a las personas, tratándolas como si no tuvieran derechos o dignidad”.

A menudo, este es el punto de partida para las teorías de derechos que enfatizan la importancia de la autonomía individual y la agencia como valores primordiales para ser protegidos.

El filósofo moderno Jürgen Habermas destaca la forma en que la dignidad humana es el camino hacia leyes igualitarias y universalistas y cómo los derechos humanos están vinculados a la creación de instituciones democráticas que permiten un flujo libre de ideas y participación. Según él, “la idea de la dignidad humana es la articulación conceptual que conecta la moralidad del respeto igualitario para todos con el derecho positivo y la legislación democrática de tal manera que su interacción podría dar lugar a un orden político basado en los derechos humanos, dadas las condiciones históricas adecuadas”. A su vez, los derechos humanos “anclan el ideal de una sociedad justa en las instituciones de los estados constitucionales”.

Tales excursiones filosóficas son útiles porque nos dicen por qué podemos querer proteger los derechos humanos. Podemos ver que los derechos pueden ser fundamentales para construir una sociedad que permita a las personas la libertad de desarrollarse como individuos autónomos, al tiempo que permite una participación basada en la igualdad en el proceso de toma de decisiones de la comunidad.

En otras palabras, podemos comenzar a admitir que los arreglos políticos son útiles para proteger los derechos humanos, no porque cada comunidad deba tratar de proteger los derechos otorgados por Dios, o incluso respetar los deberes exigidos por Dios o la “razón natural”, sino más bien porque los derechos humanos parecen ser una forma útil de proteger otros valores, como la dignidad.

Por supuesto, en este punto uno podría preguntarse si el concepto de dignidad merece protección más que los derechos humanos, y, en todo caso, ¿qué implica la protección de la dignidad? Si bien podemos encontrar todo tipo de demandas basadas en apelaciones a la dignidad, a menudo en lados opuestos del argumento, también podemos sugerir que la preocupación contemporánea por la dignidad, como lo demuestra el razonamiento judicial, se puede ver en al menos cuatro aspectos. rimero, la prohibición de todo tipo de trato inhumano, humillación o degradación de una persona sobre otra; segundo, la garantía de la posibilidad de elección individual y las condiciones para la realización personal, la autonomía o la realización personal de cada individuo; tercero, el reconocimiento de que la protección de la identidad y la cultura del grupo puede ser esencial para la protección de la dignidad personal; y cuarto, la creación de las condiciones necesarias para que cada individuo tenga satisfechas sus necesidades esenciales.

Christopher McCrudden ha rastreado la creciente popularidad judicial de la dignidad como el motivo para tomar decisiones en casos de derechos humanos, no solo en casos decididos a nivel internacional por los Tribunales de Derechos Humanos de Europa y Estados Unidos, sino también de jurisdicciones como Sudáfrica, Hungría. India, Israel, Alemania, Canadá, Francia, Estados Unidos y el Reino Unido. Su estudio muestra que, incluso si todavía estamos esperando que el término dignidad reciba un significado sustancial, el término proporciona “un lenguaje en el que los jueces parecen justificar la forma en que tratan los temas como el peso de los derechos”.

La dignidad es quizás un término explicativo que nos ayuda a ver por qué algunas causas son preferibles a otras, no justifica necesariamente un resultado particular. La libertad de expresión es una cuestión de dignidad humana, pero también lo son las restricciones diseñadas para proteger las vidas privadas de otros, para evitar el discurso de odio o para eliminar la pornografía infantil. Ambos lados de los debates sobre el aborto o el suicidio asistido apelarán a la dignidad humana como el principio guía para determinar quién tiene la razón. Como veremos cuando consideremos el equilibrio de los derechos en los capítulos 6 y 8, personas razonables pueden estar en desacuerdo sobre la dignidad de quién debe ser priorizada. Pero mirándolo de esta manera, podemos ver que los casos de derechos humanos son más que una simple interpretación de la intención de los legisladores; a menudo implican elecciones sobre qué tipo de sociedad queremos.

Ejemplos recientes de jueces que justifican su veredicto de derechos humanos, al explicar que el resultado se deriva de la necesidad de defender la dignidad de los seres humanos, se encuentran en decisiones relacionadas con la cadena perpetua. En Alemania (y más tarde en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos) se encontró que la cadena perpetua sin revisión podría ser incompatible con los derechos humanos, ya que la rehabilitación era necesaria en “cualquier comunidad que estableciera la dignidad humana como su pieza central”.

Alejarse de la teoría

Algunos filósofos han sugerido que abandonemos la búsqueda de una teoría moral convincente de por qué tenemos derechos humanos. Para Richard Rorty, es un hecho que: “el surgimiento de la cultura de los derechos humanos parece no deberse a un mayor conocimiento moral, sino que a escuchar historias tristes y sentimentales”, y que debemos dejar de lado las teorías morales fundamentalistas relacionadas con los derechos humanos para que podamos “concentrar mejor nuestras energías en manipular los sentimientos, en la educación sentimental”.

Otros enfatizan que los derechos humanos son demandas acerca de cómo debería cambiar el mundo y tales demandas son realmente acerca de cómo deberían ser las cosas (véase el Recuadro 5).

Recuadro 5. Michael Goodhart “Los derechos humanos y la política de contestación”.

Las reclamaciones en relación con los derechos humanos son demandas políticas en el sentido más amplio. Son afirmaciones normativas, afirmaciones sobre cómo deberían ser las cosas, pero esto no es lo mismo que decir que son afirmaciones sobre la verdad moral. Reflejan la convicción de que todas las personas deben ser tratadas como moralmente iguales y que tienen derecho a ciertas libertades esenciales. Invocar los derechos humanos es desafiar el orden de las cosas, confrontar estructuras de poder y privilegio, jerarquías “naturales” o arbitrarias, con la inquebrantable creencia en la libertad y la igualdad de todos. De esta manera, los derechos humanos son partidistas o ideológicos. Toman un lado particular y reflejan una perspectiva específica, la de los débiles, maltratados, marginados, oprimidos.

Hoy en día, continúa la animada discusión sobre la utilidad de los derechos humanos para el cambio progresivo. Muchos, preocupados por la justicia social, cuestionan si adoptar una estrategia de derechos puede no resultar en el afianzamiento de los intereses de propiedad existentes. Las feministas continúan destacando el fracaso de los derechos humanos para abordar la desigualdad estructural entre los sexos, los problemas de violencia privada contra la mujer y la necesidad de una mayor inclusión de la mujer en la toma de decisiones. Incluso la reorientación de los derechos humanos para abordar estas cuestiones podría considerarse simplemente una medida para reforzar los estereotipos de las mujeres como víctimas de la violencia y de su necesidad de protección. En otro nivel, a medida que las referencias a los derechos humanos aparecen cada vez más en el discurso de los líderes occidentales, algunos temen que los derechos humanos se estén instrumentalizando, como excusas para la intervención de países poderosos en la vida política, económica y cultural de los países más débiles del sur. Por último, críticos como David Kennedy advierten que el uso del “vocabulario de los derechos humanos puede tener consecuencias negativas totalmente involuntarias en otros proyectos emancipatorios, incluidos aquellos que dependen de más energías religiosas, nacionales o locales”. Tales críticas no pretenden negar que los derechos humanos existen. De hecho, los derechos humanos a veces están siendo atacados hoy, no por dudas acerca de su existencia, sino más bien por su omnipresencia.

El planteamiento de Kundera sobre los derechos humanos

El lenguaje de los derechos humanos internacionales se ha asociado con todo tipo de demandas y disputas. Ahora casi todos enfatizan su punto de vista en términos de afirmación o denegación de los derechos. De hecho, para algunos en Occidente, parece que ya hemos entrado en una era en la que el hablar de los derechos se está volviendo banal. Ilustrémoslo con un extracto de la historia de Milan Kundera “Un gesto de protesta contra la violación de los derechos humanos”. La historia se centra en Brigitte, quien, luego de una discusión con su maestro alemán (sobre la ausencia de lógica en la gramática alemana), maneja por París para comprar una botella de vino de Fauchon.

Quería aparcar, pero le resultó imposible: filas de autos estacionados el uno al lado del otro se alineaban en las aceras en un radio de casi un kilómetro; después de dar varias vueltas durante quince minutos, se sintió sorprendida por la falta total de espacio; estacionó el auto en la acera, se bajó y se dirigió a la tienda.

Al acercarse a la tienda, notó algo extraño. Fauchon es una tienda muy cara, pero en esta ocasión estaba invadida por unas cien personas desempleadas, todas “mal vestidas”. En palabras de Kundera:

Era una curiosa manifestación: los parados no habían venido a romper nada ni a amenazar a nadie ni a corear consignas; solo querían inquietar a los ricos, quitarles con su presencia las ganas de comprar vino y caviar.

Brigitte pagó la botella y regresó al coche junto al cual esperaban dos policías que pretendían ponerle una multa. Empezó a insultarles y, cuando le dijeron que el coche estaba mal aparcado e impedía a la gente pasar por la acera, señaló la fila de coches que estaban pegados unos a otros:

–¿Pueden decirme dónde tenía que aparcar? Si está permitido comprar coches habrá que garantizarle a la gente que va a tener dónde dejarlos, ¿no? ¡Hay que ser lógicos! –les gritó.

Kundera cuenta la historia para centrarse en el siguiente detalle:

En el momento en que gritaba a los policías, Brigitte se acordó de los desconocidos manifestantes de la tienda Fauchon y sintió hacia ellos una intensa simpatía: se sentía unida a ellos en una lucha común. Eso le dio valor; elevó la voz, los policías (igual de inseguros que las señoras con abrigos de piel ante la mirada de los parados) repitieron, tontamente y sin convicción, está prohibido, no está permitido, disciplina, orden, y al final la dejaron ir sin ponerle la multa.

Durante la discusión Brigitte movía la cabeza con movimientos rápidos y breves y levantaba los hombros y las cejas. Cuando al llegar a casa le contó lo sucedido a su padre, su cabeza describía el mismo movimiento. Kundera escribe:

Ya nos hemos encontrado con este gesto: expresa el indignado asombro ante el hecho de que alguien quiera negarnos nuestros derechos más elementales. Por eso llamaremos a este gesto un gesto de protesta contra la violación de los derechos humanos.

Para Kundera, es la contradicción entre las proclamaciones revolucionarias francesas de los derechos y la existencia de campos de concentración en Rusia lo que desencadenó el entusiasmo relativamente reciente de occidente por los derechos humanos.

“El concepto de derechos humanos tiene doscientos años de antigüedad pero alcanzó su mayor fama a partir de la segunda mitad de los años setenta. Alexander Soljenitsin había sido desterrado de su país y su inusual figura provista de barba y grilletes hipnotizaba a los intelectuales occidentales, enfermos del deseo de un destino de grandeza que no lograban. Fue gracias a él que se convencieron, cincuenta años después, de que en la Rusia comunista había campos de concentración y hasta las personas progresistas estuvieron de pronto dispuestas a admitir que meter en la cárcel a alguien por sus ideas no era justo. Y encontraron para su nueva postura también una justificación magnífica: ¡los comunistas rusos habían violado los derechos humanos a pesar de que los había declarado solemnemente la mismísima Revolución Francesa!

Así, gracias a Solzhenitsin, los derechos humanos volvieron a encontrar un sitio en el vocabulario de nuestra época; no conozco a un solo político que no hable diez veces al día de la «lucha de los derechos humanos» o de las «violaciones de los derechos humanos». Pero como la gente en occidente no tiene la amenaza de los campos de concentración y puede decir y escribir lo que quiera, la lucha por los derechos humanos, cuanto más gana en popularidad, más pierde en contenido concreto y se convierte en una especie de postura genérica de todos hacia todos, en una especie de energía que convierte todos los deseos humanos en derechos. El mundo se convirtió en un derecho del hombre y todo se convirtió en derecho: el ansia de amor en derecho al amor, el ansia de descanso en derecho al descanso, el ansia de amistad en derecho a la amistad, el ansia de circular a velocidad prohibida en derecho a circular a velocidad prohibida, el ansia de felicidad en derecho a la felicidad, el ansia de publicar un libro en derecho a publicar un libro, el ansia de gritar de noche en la plaza en derecho a gritar en la plaza. Los desempleados tienen derecho a ocupar una tienda cara, las señoras con abrigos de piel tienen derecho a comprar caviar, Brigitte tiene derecho a aparcar el coche en la acera y todos, los desempleados, las señoras de los abrigos de piel y Brigitte, forman parte de un mismo ejército de luchadores por los derechos humanos.

El ensayo de Kundera presenta algunos argumentos sobre el mundo cambiante de los derechos humanos. Primero, para algunas personas hoy en día, los derechos humanos son obvios, evidentes y simplemente lógicos. A menudo, no se cuestiona la fuente de estos derechos o incluso los fundamentos teóricos de una demanda de derechos. Los cimientos del régimen de los derechos nos parecen tan sólidos que el hecho de invocar derechos en sí mismo parece hacer que uno tenga razón.

Segundo, los derechos humanos son demandas que se producen automáticamente cuando uno se siente tratado injustamente. Una sensación de injusticia puede generar la sensación de que a uno le han negado sus derechos. Las apelaciones a los derechos derivados de la lógica y los derechos irrefutables son hoy, de alguna manera, más convincentes que conceptos como el “contrato social”, la “ley de la naturaleza”, o la “razón correcta”. Brigitte convence a la policía mediante la apelación a un derecho lógico a un derecho de aparcar en la acera. Un llamado a la generosidad, el perdón, la humanidad o la caridad habría implicado un gesto diferente.

Tercero, un sentimiento de agravio compartido proporciona un poderoso socorro para aquellos que exigen sus “derechos”. Cuando los que nos sentimos agraviados nos unimos en protesta, encontramos fuerza a través de la solidaridad.

La propia ley puede ser objeto de la protesta. De alguna manera, la indignación ante la ley puede deslegitimar tales leyes incluso a los ojos de los encargados de hacer cumplir la ley. La obediencia a la ley es un hábito a menudo relacionado con su razonabilidad. Invocar nuestros derechos humanos se ha convertido en una forma de desafiar las leyes que consideramos injustas (incluso cuando la ley se ha adoptado de acuerdo con los procedimientos correctos). De hecho, el derecho de los derechos humanos se ha desarrollado para que, en casi todos los estados, la normativa nacional pueda ser impugnada por su falta de conformidad con los derechos humanos. A medida que se revocan y anulan las leyes, existe una percepción válida de que la legitimidad, o incluso la legalidad, de toda ley debe ser juzgada ante la ley de los derechos humanos. La jerarquía entre el derecho de los derechos humanos (o constitucionales) y el derecho nacional normal se refleja hoy en día a nivel internacional en la jerarquía entre el derecho internacional general y ciertas prohibiciones del derecho internacional “superior” (conocidas como normas “perentorias” o “jus cogens”).

Los derechos humanos operan desde un plano superior y se utilizan para criticar las leyes normales.

Cuarto, apelar a los derechos y garantizar el respeto de los derechos es una forma de, no solo lograr un objetivo fijo, sino cambiar el sistema en el que vivimos. Los derechos humanos son importantes como instrumentos para el cambio en el mundo. Los derechos humanos han evolucionado de ser una idea de los derechos individuales de los ciudadanos a ser una proclamación revolucionaria nacional (como la Declaración Francesa de 1789 o los acuerdos políticos contenidos en la Carta Magna de 1215). Hoy en día, los derechos humanos no solo son fundamentales para cambiar la legislación nacional, sus principios se consideran relevantes para los proyectos internacionales de asistencia para el desarrollo, al facilitar la justicia transicional durante los cambios de regímenes, lidiar con la reconstrucción posterior a los conflictos, así como luchar contra la pobreza y los efectos del cambio climático.

Quinto, para algunos existe una asociación histórica entre los derechos humanos y las preocupaciones occidentales, por lo que ha sido tentador desestimar a quienes plantean el tema de los derechos humanos como separados de las privaciones reales de las que hablan. El ejemplo de una joven acaudalada quejándose por la falta de estacionamientos es, por supuesto, deliberadamente absurda e irónica. Pero la historia de Kundera ilustra cómo la indignación por los derechos humanos puede parecer rápidamente ridícula, incluso hipócrita, a medida que ciertos gobiernos occidentales sancionan y apoyan de manera selectiva las violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, sería un error exagerar la asociación de los derechos humanos con la hipocresía occidental. De hecho, el movimiento moderno de los derechos humanos y el complejo marco normativo internacional han surgido de una serie de movimientos transnacionales y generalizados. Los derechos humanos fueron y son cada vez más invocados y reivindicados en los contextos de antiimperialismo, antiapartheid, antirracismo, antisemitismo, anti homofobia, anti islamofobia y luchas feministas e indígenas en todas partes. Es posible que los gobiernos occidentales hayan dominado recientemente el discurso en los más altos niveles internacionales, pero los cánticos en las calles no se basaron necesariamente en ellos, ni cantaron al ritmo de Occidente.

Sexto, el sentido de solidaridad entre quienes creen que son víctimas de una violación de los derechos humanos puede trascender las distinciones de clase, género, entre otras. Este sentido de conexión es fundamental para comprender el mundo cambiante de los derechos humanos. El movimiento de los derechos humanos involucra grandes organizaciones con sede en Occidente y pequeños grupos locales de investigación y defensa que se esfuerzan por revelar algunos de los peores abusos. Más aún, parte de la justificación de la primacía de ciertas normas de derechos humanos en el derecho internacional público es que ciertos actos ofenden la conciencia de la humanidad de tal modo que deben ser procesados como crímenes de lesa humanidad. Es el sentido de humanidad común y sufrimiento compartido lo que mantiene al mundo de los derechos humanos en movimiento y explica el gesto de protesta contra una violación a los derechos humanos.

Por último, a través de los ojos de Kundera y Brigitte observamos varias lógicas diferentes de los derechos humanos en función de la cultura, el tiempo, el lugar y el conocimiento. Esta es una historia europea, ambientada en la capital, y que captura el estado de ánimo justo al final de la Guerra Fría. Hay historias contemporáneas africanas, asiáticas o estadounidenses que serían muy diferentes, pero sugerimos que Kundera nos ayuda porque identifica este gesto contemporáneo especial como un sentimiento humano interno que impulsa el discurso. El vocabulario de los derechos humanos no es una simple revelación de una estructura universal profunda que todos comprendemos de manera innata. Tampoco es un idioma para ser aprendido en la adultez. Es la historia de luchas relacionadas con la injusticia, la inhumanidad y un mejor gobierno. Y al mismo tiempo, los estados pueden invocar los derechos humanos para promover sus propios objetivos de política exterior. A menos que entendamos algunas de las fuerzas impulsoras detrás de los derechos humanos, corremos el riesgo de perder las corrientes que determinarán su dirección futura. El escepticismo de Kundera puede sacudirse, pero también toca una fibra sensible. La contradicción entre nuestro compromiso con la lógica moral “obvia” de los derechos humanos y nuestro cinismo hacia ciertas demandas de derechos debe abordarse de frente si queremos entender el mundo de los derechos humanos en la actualidad.

Para apelar de manera contemporánea y sincera a los derechos humanos, no necesitamos buscar más que una demanda reciente sobre alguna detención en la Bahía de Guantánamo (véase el Recuadro 6).

Recuadro 6 . Extracto de una demanda presentada por Reprieve sobre un contrato entre la empresa de seguridad G4S y las autoridades de Estados Unidos responsables de las detenciones en la Bahía de Guantánamo.

Emad Hassan es un ciudadano yemení que fue secuestrado mientras estudiaba en Pakistán. Durante un interrogatorio se le preguntó si conocía a Al Qaeda y respondió que sí. Sin embargo, se refería a una pequeña aldea llamada Al Qa’idah cerca de su casa en Yemen y no a la red terrorista mundial. Este grave malentendido se transformó en la base de la detención de Hassan sin cargos ni juicio en la Bahía de Guantánamo durante casi doce años.

Hassan viajó de Yemen a Pakistán para estudiar poesía, pero sus estudios terminaron cuando las fuerzas paquistaníes lo detuvieron en una redada en su residencia estudiantil. Hassan fue vendido a las fuerzas estadounidenses por una recompensa de 5.000 dólares y llevado a la Bahía de Guantánamo. En 2009, un grupo de trabajo interinstitucional compuesto por seis cuerpos diferentes del gobierno de Estados Unidos, incluido el FBI y la CIA, autorizó su liberación. A pesar de que su liberación ya fue aprobada, Hassan permanece en detención indefinida.

Hassan emprendió la huelga de hambre más larga en la historia de Guantánamo. Durante ocho años se negó a comer y tuvo que soportar la alimentación forzada dos veces al día. Hassan es abusivamente alimentado a la fuerza más de cinco mil veces desde 2007 como parte de los esfuerzos del ejército por romper su espíritu. Como resultado, sufre de graves lesiones internas.

Debido a la alimentación forzada, Hassan contrajo pancreatitis severa y una de sus fosas nasales se cerró por completo.

En su momento Hassan indicó que: “A veces me siento en la silla y vomito. Nadie dice nada. Incluso si me dieran la espalda, lo entendería. Busco humanidad. Todo lo que pido son derechos humanos básicos”.

1 046,08 ₽
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9789561424876
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