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Como lo recuerda Francis Musoni en su libro Border Jumping and Migration Control in Southern Africa, los términos con los cuales se definen a los que cruzan bordes contraviniendo un poder que se ejerce para que este cruce no tenga lugar son controvertidos, ya que a menudo conllevan una carga ideológica (Musoni, 2020: 4-5). “Migración ilegal”, como lo indican Russell King y Daniela DeBono en su ensayo “Irregular Migration and the ‘Southern European Model’ of Migration”, “carries a pejorative connotation and reveals an explicit criminalisation of the migrant’s situation of either entry or residence, or both” (King y DeBono, 2013: 3); otros términos, como “migración informal” o “irregular”, “migración no documentada”, o “migración no permitida” o “no autorizada”, atenúan esta carga ideológica pero no la eliminan, porque de alguna manera siempre tienden a legitimar la instancia de control que determina la informalidad, la irregularidad, la falta de documentación, de permiso o de autorización. Por eso, Francis Musoni propone utilizar el término “border jumping”, o sea, “salto de fronteras”: “unlike other terms, which give the impression that something is abnormal about border crossings that avoid oficial channels, border jumping makes it possible to simultaneously capture both the state’s concern and the sentiments of nonstate actors who often challenge the legitimacy of borders and state-centered efforts of controlling movements between countries” (Musoni, 2020: 5). Ningún término puede designar el poder y sus acciones sin conllevar una carga ideológica. Sin embargo, la expresión “border jumping” tiene la ventaja de evocar el conjunto de emociones que caracterizan la acción de aquellos/as para quienes la frontera no puede ser un punto final sino el motor de una historia, exactamente como en las concepciones estructuralistas del relato: el borde no solamente no detiene el deseo, sino que lo alimenta, y el salto de frontera es el momento de la narración en el que se concretiza el valor del espacio en la reapropiación por parte del sujeto.

No se pueden entender en profundidad las fronteras sin considerar su papel como motor narrativo y las emociones ambiguas, entre miedo y desafío, que su acción genera en la existencia de individuos y comunidades. Sin embargo, como se ha subrayado antes, los dispositivos que crean bordes y fronteras en un mundo más y más digitalizado son a menudo inmateriales, y ejercen su función de gestión asimétrica del espacio de manera subrepticia, determinando, por ejemplo, quién podrá acceder a derechos sociales esenciales como la educación o los servicios de asistencia sanitaria. Frente a un mundo que cosecha constantemente datos para determinar las potencialidades existenciales de un individuo, no solamente en términos de movimientos en el espacio real sino también en términos de acceso a servicios digitalizados, las fronteras se hacen menos visibles pero de hecho incrementan su capacidad de crear discriminaciones a través de “shibboleth” virtuales, como lo subrayan Cindy Ehlert y Thomas-Gabriel Rüdiger en su ensayo “Defensible Digital Space: Die Übertragbarkeit der Defensible Space Theory auf den digitalen Raum” (2020).

Algunos resisten: en Hong Kong, como en otras ciudades donde proliferan las cámaras de seguridad conectadas a algoritmos de inteligencia artificial para el reconocimiento de los individuos y el seguimiento automático de sus expresiones faciales, jóvenes activistas conciben máscaras que puedan hacer frente a las fronteras y oponerse a las máscaras digitales que éstas imponen a los individuos (Biggio y Dos Santos, 2020; Thibault y Buruk, 2020). Pero también están los que practican un border jumping digital; por ejemplo, los estudiantes e investigadores que se procuran así artículos y libros carísimos, que solamente las grandes bibliotecas de universidades privadas del mundo económicamente avanzado pueden procurarse, y que a menudo están vigilados detrás de alambres de púas digitales, impenetrables como monasterios medievales. Habrá que reflexionar, sin embargo, sobre la posibilidad de que se creen emociones específicas a partir de saltos de fronteras que ya no tienen lugar en el espacio físico, y que no involucran más a un individuo a través del cuerpo; así como habrá que reflexionar sobre el hecho de que el anonimato digital sea la única medida con la que se pueda huir del control generalizado de estas nuevas fronteras digitales (Kugelmann, 2016), renunciando a la propia cara e identidad para lograr servicios o detener derechos que están controlados por máquinas biométricas (Maani, 2018).

4. Fronteras sin caras

En fin, no se puede terminar este ensayo sobre las nuevas fronteras digitales –que no substituyen ciertamente las antiguas sino que se superponen e imbrican con ellas– y su impacto en el destino, las emociones y la posible discriminación de las caras que las enfrentan, sin una referencia a lo que está aconteciendo hoy en día, concretamente, a las nuevas fronteras físicas y digitales que se están creando con una rapidez extraordinaria durante la pandemia de 2020. En el día de ayer, mientras finalizaba la escritura de este texto, recibí un mensaje automático de Corona-Warm, el software oficial alemán para el seguimiento de contactos con individuos contagiados.40 El mensaje me decía que, a pesar de mi retirada y muy solitaria vida de estudioso encerrado en su casa, había cruzado en mi camino a una persona a la que se había subsecuentemente diagnosticado el contagio de COVID-19. El mensaje sin embargo me tranquilizaba diciéndome que, sobre la base de los datos de “logging”, o sea de conexión al sistema, mi riesgo de infección era bajo, ya que el cruce se había producido por un tiempo breve o a una distancia considerable. Por lo tanto, me decía el mensaje, yo no tenía que alarmarme y no se necesitaba una acción específica de mi parte.

Las emociones que me suscitó la lectura de este mensaje eran ambiguas: una cierta aprensión al recibir por primera vez un mensaje de un software hasta entonces silencioso, y del cual hasta dudaba que estuviera funcionando; el alivio, por supuesto, al saber que no había pasado nada preocupante; pero también una melancólica sensación de empatía hacia este individuo cuyo camino yo había cruzado en las veinticuatro horas precedentes, o por lo menos cuya área de Bluetooth había cruzado la mía, quizás en un supermercado, o en un cruce en la calle de camino a mi oficina, y que ahora una frontera digital separaba y colocaba en un mundo distinto, el mundo de los contagiados, aislado del mío, presente en mi experiencia y en mis emociones solamente bajo la forma de una huella digital, de un contacto sin cara, de un cuerpo binario. Por un momento, he pensado en esta persona más desafortunada y me dolió que, más allá de esta frontera de datos y números, yo no pudiera ni siquiera imaginar la forma de su cara. Tendremos, quizás, que acostumbrarnos a una empatía hacia lo anónimo que sufre, hacia el sufrimiento de fronteras sin cara.

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PARTE 2 Espacio, ficción y campos disciplinares

Pathos de un cuerpo parlante

J. Manuel Rubio

Universidad Católica Argentina

Universidad Austral

…el psicoanálisis y la literatura tienen mucho que ver con la natación. El psicoanálisis es en cierto sentido un arte de la natación, un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está siempre tratando de hundirse. Y un artista es aquel que nunca sabe si va a poder nadar: ha podido nadar antes, pero no sabe si va a poder nadar la próxima vez que entre en el lenguaje. (Ricardo Piglia, “Literatura y psicoanálisis”)

El tiempo de pandemia nos lleva a revalorizar el tema que nos convoca. Nunca ha resultado más oportuno preguntarnos por el espacio que habitamos, ya que el psicoanalista ofrece un espacio para el encuentro con la propia soledad. Alojándola permite diferenciar la soledad creativa de la que proviene de la repetición del desamparo original en que nacemos.

Lo que vamos a trabajar lo podemos sintetizar en una pregunta: desde el momento en que aceptamos la existencia de lo inconsciente, ¿hay una nueva manera de hacer con el espacio que habitamos? (Lacan, 1973-4, clase 1).

Para dar cuenta de este nuevo modo, voy a partir de la imagen más típica de un análisis: el analizante escuchándose hablar de su padecer en el diván y el analista en su sillón detrás de él, en el espacio del consultorio. Un dato más: para que un analizante pueda escuchar la voz de su psicoanalista proviniendo del cuerpo que vio antes de recostarse en el diván, tiene que ser capaz de conservar tal reconocimiento, de lo contrario ese sonido se le impondría como una aterradora voz alucinatoria que fragmenta su cuerpo y hace estallar su mundo.

Puede parecer exagerado, pero acostarse en el diván de un psicoanalista conlleva algún riesgo. Nos enseña la clínica que no cualquier persona está en condiciones de hacerlo. ¿Eso implica que hablar puede traer el peligro de hacernos perder las coordenadas espacio temporales? ¿Cuáles son las dimensiones de nuestro espacio como seres hablantes?

1. Planteo

Al comienzo de una consulta a un psicoanalista hay dos cuerpos parlantes que se encuentran, de donde surgen los dichos que circulan en el consultorio, pero, si el análisis funciona, el decir va a provenir de un solo inconsciente. Entiendo que no es fácil aceptar esta afirmación; aparentemente se trata de dos cuerpos, pero de un solo inconsciente, el del analizante; hay que soportar la paradoja. Una aseveración más: se trata de un relato en un espacio de ficción que no es ni público ni privado y donde lo que se dice no es considerado ni verdadero ni falso.

Vayamos a otra afirmación fuerte. Al hablar, el emisor se entera de lo que dijo cuando recibe su propio mensaje viniendo desde donde fue oído. Parece el modelo de la comunicación, donde hay un emisor, un mensaje y un receptor. Sin embargo, Lacan postula una inversión, pues el emisor se escucha a sí mismo desde el receptor y a ese Otro lo escribe con mayúscula para marcar que no es un semejante. Esto lo lleva a afirmar que “el decir es lo que queda olvidado detrás de lo que es dicho en lo que se escucha” (Lacan, 1973: 473).

Es necesario que el emisor sea capaz de reconocer que, si bien es su mensaje, esa voz que escucha en el consultorio proviene de otro cuerpo que el suyo. Hay momentos de la vida de algunas personas donde esto no es posible, y esa voz toma la condición de una voz alucinatoria, que lo aterra, ya que el afecto es efecto del significante. Ya no distingue qué proviene de él, qué del otro, o si hay algo más. Para poder entenderlo, no alcanza con pensar un espacio interior y uno exterior al que llamamos realidad, sino que debemos agregar otro espacio, de donde proviene la voz alucinatoria, que no está ni adentro ni en el afuera compartido. A esa otra dimensión que no se alcanza por la representación Lacan la llama Real, que junto con la Simbólica y la Imaginaria serán las tres que nos permitirán pensar la experiencia de un análisis (Lacan, 1974: 82).

No traigo estos conceptos para hacer psicopatología, sino como una experiencia que nos acerca al habitar humano. El problema es estar mal situado entre dos y tres dimensiones (Lacan, 1974-5, cl. 3). Vuelvo a la cuestión: ¿y todo por hablar?

Si el psicoanálisis es la operatoria de lo inconsciente, ¿cómo hacer en ese espacio? En su praxis, ¿es el consultorio psicoanalítico un espacio diferente a los otros espacios? Estas preguntas llevan implícito qué es hablar para el psicoanálisis. ¿Cuáles son las dimensiones de las moradas del dicho en una conversación psicoanalítica? ¿Qué hay del pathos y un cuerpo parlante?

Una aclaración previa. Pensado como terapéutica, el psicoanálisis es uno más de los abordajes, pero como praxis tiene condiciones específicas en tanto práctica lenguajera. Para poder realizar nuestro decurso apelo a dos fundamentos: transferencia e inconsciente.

Una definición de trasferencia indica que es “la puesta en acto de la realidad de lo inconsciente”, que es sexual (Lacan, 1964a: 152). En cuanto a lo inconsciente, “es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso consciente” (Lacan, 1953: 248). Y menciono dos aforismos también de Lacan; primero: “es un concepto forjado sobre el rastro de lo que opera para constituir al sujeto” (Lacan, 1964b: 809); segundo: “lo inconsciente es estructurado como un lenguaje” (Lacan, 1964a: 28).

2. Condiciones para hablar en el espacio psicoanalítico

Entre ellos no ocurre otra cosa sino que conversan...

El analista hace venir al paciente a determinada hora del día, lo hace hablar, lo escucha, luego habla él y se hace escuchar. (S. Freud, 1926)

¿Qué es la clínica psicoanalítica? No es complicado, la clínica tiene una base: es lo que se dice en un psicoanálisis.

(J. Lacan, 1976)

Vayamos a su praxis. ¿Cómo comienza un tratamiento? Si necesitamos consultar, le pedimos a alguien de confianza un nombre y una dirección, que, junto a su cuerpo, serán tres elementos que un analista ofrece. Antes de llamar puede ser cualquiera el que nos atienda, pero una vez iniciada la cura, la relación es solo con ese analista y en condiciones muy precisas. Queda claro que ni es un profesional de la salud mental ni es un consejero espiritual, sino alguien que ocupa el lugar de un supuesto saber, otorgado por quien lo consulta. Los elementos que estarán en juego son: espacio, tiempo, dinero y cómo se ubicará el psicoanalista ante esa suposición de saber, siendo que forma “parte del concepto de inconsciente, puesto que constituye aquello a lo que éste se dirige” (Lacan, 1964b: 813).

El psicoanalista practica su oficio en un espacio concreto. Quien consulta entra “en lo del analista”, que pone a disposición su tiempo, su lugar de psicoanalista, su presencia, y que ocupa una posición desde donde realiza su función.

El paciente, por su parte, sale de los circuitos cotidianos donde se desarrollan sus sucederes y entra a una escena de saber. Allí no tendrá que defender su buen nombre ya que se va a escuchar hablando y se hará cargo de su decir. De hablar de la polis pasará a hablar de la familia, como niño, no importa la edad que tenga (Lacan, 1975: 27). Estará sentado o acostado, disociando en su enunciación la voz y la mirada, según el lugar que ocupe en un discurso. Es el momento del relato, que no será el de “las cosas que pasaron”, sino el de poner en juego “la percepción del carácter ineludible de ciertas palabras por las que se debió pasar para evocarlas y que ahora se ponen ‘sobre el tapete’” (Nassif, 1997: 47). Sus palabras tendrán peso como sonido, harán cuerpo, ya no esférico, pudiendo aparecer ese no sabido que sabe; otra definición de inconsciente. Tal situación se repetirá en cada encuentro, entre el saludo inicial al pasar el umbral y el saludo final al volver al pavimento de la ciudad.

Lo resguarda que el analista se abstendrá de tomar partido, por lo que no solo será neutral en sus apreciaciones y tendrá una actitud abstinente, sino que también se hará cargo de su angustia y estará disponible el tiempo convenido. El analizante, en cambio, podrá faltar sin aviso y eso se trabajará en la cura. Además, la obligación de confidencialidad no es recíproca, aunque Freud pedía a sus analizantes que cuando volvieran a la vida de la ciudad no comentaran lo dicho en sesión; está, por ejemplo, el testimonio de Hilda Doolittle (H.D., 1979: 135).

El sentido de este proceder es que, si se enfermó por la palabra, será por la palabra que se curará cuando ésta se tramite en transferencia; por eso la regla de la asociación libre es “la regla fundamental del psicoanálisis, según la cual uno debe comunicar sin previa crítica todo cuanto le venga a la mente” (Freud, 1912: 104-5). Con lo cual el sujeto en análisis no es el que piensa, sino el sujeto de lo inconsciente, que está comprometido “a decir necedades”, dichos de los que no pueda desdecirse (Lacan, 1972-3: 31).

Es importante diferenciar el verse del oírse, porque la fonación suena en el oído del sujeto cuando emite, resonando en el vacío del Otro, cayendo como voz en su timbre, sonoridad, como objeto de una invención, que genera el agujero para hablar (Lacan, 1960-1, cl. 17/5/61). ¿Quién es el analista entonces?: es “a quien se habla y a quien se habla libremente” (Lacan, 1958a: 596).

¿Y el tiempo y el dinero? Cuando se piensa en un servicio de salud, el criterio es el del mercado, donde tiempo es dinero y se cobra por los minutos empleados en la consulta al modo de un taxi. Pero ocurre que el psicoanálisis no es un servicio, y si bien Lacan lo considera como “un sesgo práctico para sentirse mejor” (Lacan, 1976-7, cl 14 /12/76), no está en función de la salud. El foco no está ni en una métrica ni en lo útil sino en la operatoria de lo inconsciente, que se relaciona con el acontecimiento, tiempo kairológico no cronológico; esto es válido tanto para la duración como para el número y la secuencia de las sesiones. Significa que importa la singularidad del analizante; tan es así que del momento y modo del corte de cada sesión se espera que pueda tener un efecto performativo.41

El pago también participa de esta lógica. Forma parte de la cura en tanto el analizante pueda hacerse cargo de la deuda simbólica en la que se constituyó como sujeto. Si nos constituimos en la alienación al Otro primordial, el dinero participa de la operación inconsciente de separación. También cada vez, por eso, en general se paga cada sesión y al final, ya que cualquier sesión puede ser la última. Separación y renuncia van de la mano, lo que permite mirar de frente a la muerte.

Algo que puede parecer extraño en la lógica capitalista es que Lacan sostiene que

El analista también debe pagar:

- pagar con palabras, sin duda, si la transmutación que sufren por la operación analítica las eleva a su efecto de interpretación;

- pero también pagar con su persona, en cuanto que, diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia;

- ¿olvidaremos que tiene que pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser (Kern unseres Wesens, escribe Freud): sería él el único allí que queda fuera del juego? (Lacan, 1958a: 567)

3. Sobre el inconsciente

Todo lo reprimido tiene que permanecer inconsciente, pero queremos dejar sentado desde el comienzo que lo reprimido no recubre todo lo inconsciente. (S. Freud, Lo inconsciente, 1915)

Lo psíquico es en sí inconsciente. (S. Freud, Esquema de psicoanálisis, 1938)

Lo que está escondido es lo que está escondido por la forma del discurso mismo, pero lo que no tiene absolutamente nada que ver con la forma del discurso no está escondido, está “en otra parte”. (J. Lacan, Seminario 21. Les non dupes errent, 1973)

En el punto anterior mostramos un modo de habitar el espacio desde la práctica psicoanalítica; vamos ahora a formalizarlo. Tomamos como guía lo dicho por Lacan en la primera clase del Seminario 25, Momento de concluir: lo inconsciente es la “hipótesis de que no se sueña solo cuando se duerme” (1977-8, cl. 1). ¿Es posible despertar de ese sueño? (1976-7, cl. 11 y 13).

Freud postula la hipótesis de lo inconsciente cuando se refiere a la diferencia entre realidad psíquica y realidad efectiva, no como lo oculto sino como una estructura cifrada. Lo psíquico forma parte de la realidad, no es una regla para operar con eficacia en ella (Lacan, 1967). Lo grafica con el llamado esquema del peine (Freud, 1900, cap VII). Se ha leído este aparato freudiano desde una topografía euclidiana, basado en un modelo óptico (Harari, 1991; Lacan, 1954-5; Le Gaufey, 2012).

Se basa en la operatoria de la represión primaria, que es constituyente del aparato, en un momento de la historia de la persona y que vuelve a suceder cada vez que habla. Es desde allí que el vienés diferencia tres realidades: la Realität o realidad objetiva en sentido psíquico, donde se cumple el deseo inconsciente, la Wirklichkeit como realidad efectiva, compartida, donde se realiza la fantasía inconsciente (Freud, 1908) y una tercera, de “los pensamientos intermedios y de transición”, que podríamos llamarla de lo psicológico (Freud, 1900: 607). El deseo solo se cumple en el aparato psíquico, el fantasma se realiza.

Se presenta una situación clínica difícil de resolver cuando un paciente dice que ya sabe lo que le pasa pero que su vida sigue igual. Lo lleva a preguntarse por ese acto psíquico donde aparece en la consciencia un contenido inconsciente, sin que haya dejado la localización inconsciente pues sigue produciendo efectos; su vida no cambió en el orden del malestar (Freud, 1915: 170). Del mismo modo que el analizante que ante el relato de un sueño le aclara a Freud “Usted pregunta quién puede ser la persona del sueño. Mi madre no es” (Freud, 1925: 253). ¿A quién se le ocurrió que podía serlo? Con el “no”, el soñante deniega que se le ocurrió, habiendo hecho consciente un contenido del cual no se hace cargo. Por eso, “la negación es un modo de tomar noticia de lo reprimido” (Idem). Abre un capítulo para una teoría del juicio, donde el de atribución es anterior al de existencia y por la vía de la expulsión y afirmación primordial de la que no podemos ocuparnos (Hippolyte, 1954; Ricœur, 1970: 272).

Leído como espacio topográfico: un equívoco al que llevó el decir de Freud lo encontramos cuando calificó al psicoanálisis como psicología profunda; entonces daba a suponer que hay una superficie y una profundidad en el discurso del analizante. Así, se puede creer que lo inconsciente es un lugar adonde se pueden ir a buscar contenidos, al modo de una alforja llena de recuerdos y sorpresas, como un desván en la casa donde se guarda lo que no se quiere ver. Por cierto, se lo ha llenado con montones de pertenencias que llevaron a plantear lo inconsciente como una mochila que contiene afectos, traumas, pulsiones…

Sin embargo, el planteo que permite el sueño abre a los lugares del saber según la implicación subjetiva del soñante. El contenido negado (“es mi madre”), aunque sea un saber verdadero, puede aparecer en forma consciente sin transformar la posición del sujeto ya que sigue vigente la represión. ¿Qué significa? Que en su operar produce efectos que el sujeto los ve como extraños a su yo, “lo reprimido es para el yo tierra extranjera, una tierra extranjera interior” (Freud, 1933: 53). Estos efectos son los síntomas, los lapsus, los actos fallidos, olvidos, sueños, torpezas, la psicopatología de la vida cotidiana (1901), y no solo la “patología” diagnosticada; por eso la aparición consciente de esas representaciones, como la de la madre, sin que se haya levantado la represión.

¿Habría una divisoria irreductible entre inconsciente y preconsciente-consciente?

Ya desde sus primeros textos, cuando estudia la formación de las fantasías, Freud muestra que no. En 1897 (pág. 293), se refiere a “poetizaciones inconscientes, que no sucumben a la defensa”; de los textos de 1906-1909, tomamos las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad donde ubica a los sueños diurnos como “fuentes comunes y arquetipo normal de todas estas creaciones de la fantasía”, en referencia a las fantasías delirantes, a las escenificaciones de los perversos y a los fantasmas histéricos. Su importancia es tal que son los que “proporcionan la clave para entender los sueños nocturnos” (1908: 141).

Poco después, en 1911, en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, texto que se lo suele tomar para marcar la radical diferencia entre consciente e inconsciente, vuelve a hablar del fantasear como “una clase de actividad del pensar que se escindió; ella se mantuvo apartada del examen de realidad y permaneció sometida únicamente al principio del placer” (227). Lo empezado con el juego de los niños, al que retoma más adelante en el conocido for-da (1920: 14 y ss.), se prosigue como sueños diurnos a lo largo de la vida. Lo difícil es estar despiertos, dado que desde el yo vivimos en dos dimensiones.

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