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Llevábamos en el cuerpo 15 horas de navegación agotadora, desembarcamos como si nos movieran desde arriba con hilos como los de las marionetas, y a pesar de eso no encontramos ningún sitio abierto para cenar (estábamos en Francia y eran las 23 h). Aprovechamos el wifi de una cafetería para comunicar con nuestras familias, el cual curiosamente no había cambiado la clave desde mi estancia el año anterior y me seguía valiendo, y volvimos a bordo para ponernos a esa hora a hacer la cena y al final nos acostamos a la una. Cuando volvíamos de la cafetería ya era noche cerrada y vimos en el pantalán a un grandullón con un perrazo que asustaba. Era el vigilante de seguridad haciendo su ronda. Le explicamos nuestra llegada tardía, que nos habíamos quedado allí provisionalmente, y no solo no nos puso pegas sino que nos facilitó el número clave para la ducha, lo que le agradecimos mucho. Ya veréis más adelante que no todos se comportan igual con los que llegamos exhaustos; ellos están frescos al principio de su turno de trabajo en tierra y no saben ponerse en el lugar de los que venimos de navegar 15 horas.

El día siguiente lo dedicamos a descansar, a levantarnos tarde, y a distintos temas de intendencia como hacer los papeles de entrada, la compra, sustituir un sable de la vela mayor que con tanto bamboleo se había perdido, y rellenar los depósitos de gasolina. En las oficinas de la marina se acordaban perfectamente de mí de la navegación del año anterior, que había estado dos semanas deambulando por esta bahía. Nada más verme Julie se acercó a darme los tres besos franceses llamándome por mi nombre, y Michel un abrazo cariñoso, un encuentro emocionante. La noche que acabábamos de pasar en puerto no nos la cobraron, sí la segunda, y me recordaron que la siguiente sería gratis por venir “del Océano”, como comentaré en el siguiente capítulo. Para la sustitución del sable Michel llamó a una velería para darles las medidas del que necesitábamos y el responsable quedó en llevármelo al puerto al mediodía. Se lo agradecí porque no había posibilidad de hacer esa gestión en el mismo puerto y me ahorró uno o dos desplazamientos, aunque finalmente tuvimos que limarlo para adaptar su longitud, pues venía un poco largo. Rellenar los depósitos de gasolina fue especialmente dantesco. En primer lugar el pantalán de la gasolinera está pensado para acceder desde el barco, no desde tierra como hacemos nosotros, con los bidones en la mano. Tenía una valla en todo su perímetro que había que saltar pasando por encima del agua. Y en segundo lugar el surtidor era de los de tarjeta de crédito y empezó a dar problemas. Primero rechazó mi tarjeta, luego la de Mario, y finalmente aceptó la segunda de Mario pero nos dio mala espina porque tampoco emitía los recibos. Unos días más tarde sospechamos que de la mía se había hecho una copia fraudulenta que tuve que denunciar a la policía, como contaré más adelante. Y finalmente sacamos los billetes de tren para Mario, que se volvería a España desde Royan, nuestra siguiente escala. A partir de ahí, y hasta Vannes, en los últimos recodos del Golfo de Morbihan, iríamos Alicia y yo solos.


Capítulo 5
La enorme bahía de Arcachon.
La Isla de los Pájaros

Para contar cómo es esta inmensa bahía voy a retroceder un año, al 2014, cuando vine con Ana desde Santander, también en el Corto Maltés, y pasamos dos semanas recorriéndola hasta sus últimos rincones.

Es una bahía enorme con forma triangular, de unos 200 km2 (como comparación la de Santander tiene aproximadamente 20) que se comunica con el mar por un paso de poco más de dos kilómetros de ancho y casi veinte de largo, con muy poco fondo y márgenes de arena, enmarcado a la derecha por la famosa Duna de Pilatos. Antiguamente se la conocía como “el pequeño mar de Buch”, y es la evolución de un estuario, el del río Eyre, que se fue transformando en un delta y posteriormente en una bahía a medida que crecía en longitud la península arenosa del Cap Ferret, debido a los aportes de sedimentos del río. En esta bahía se mezclan las aguas dulces del Eyre con las saladas del mar, creando un hábitat de gran riqueza ecológica cuyos componentes han debido adaptarse a la influencia de la marea, que hace pasar la superficie de agua de los casi 200 km2 citados (en pleamar) a unos 40 km2 en bajamar. Eso supone que cuatro quintas partes de su superficie se secan en bajamar, por lo que allí es imprescindible que el barco esté preparado para varar. Se dedica casi exclusivamente a la ostricultura. Además decenas de miles de aves migratorias reposan o se reproducen en su interior. Tiene una única islita preciosa, la Isla de los Pájaros, con edificaciones construidas sobre pilotes en el mar, y sitios paradisíacos con embarcaderos fluviales entre paisajes campestres a los que se llega tras remontar unos kilómetros alguno de los ríos que desembocan en la bahía. Tiene también 21 pequeños puertos de mar como los del Mar Menor, pero 19 de ellos se secan completamente en bajamar, algunos con fondo de arena y otros de basa blanda donde el barco se hunde hasta la flotación en el chorongal. Hay incluso puertos que tienen pantalanes, pero todo el conjunto se apoya en el fondo en la bajamar y el barco tiene que estar preparado para posarse sin problemas, incluso amarrado a un pantalán. Por eso, para poder disfrutar de la bahía en su totalidad, es por lo que nos hizo falta conseguir los puntales para el Corto Maltés. En resumen, un plano de navegación curioso donde conviven los barcos y los tractores (estos van a los barcos en bajamar a recoger la pesca del día). No es mi caso, pero a los que le gusten las ostras en la bahía de Arcachon hay tantas como para hartarse, y sus conchas se usan para pavimentar el suelo y como elementos de construcción. En fin, un sitio interesante para conocer. Pero igual que en la vuelta a España la recompensa (el Canal de Midi) había que ganársela, la bahía de Arcachon es lo mismo: primero hay que conseguir entrar en ella.

En efecto, el paso de entrada (conocido como “las bocas de Arcachon”: 44º 34,3‘ N; 1º 16,4’ W) es uno de los tres pasos más peligrosos de Europa, claro está que con mal tiempo. Con viento y mar de fondo del Oeste (el predominante en invierno, el mismo que acumula la arena en la Duna de Pilatos) las olas que proceden del Atlántico Norte sin nada que las frene llegan a romper contra las lenguas de arena de los márgenes de la entrada, disimulando el canal y arrastrando a los barcos contra los bajos fondos, donde las olas enseguida los destruyen. El paso queda limitado a ambos lados por olas rompientes y si te sales del canal balizado el barco se convierte en una tabla de surf hasta que choca con la arena. Es un paso malsano que hay que abordar con los cinco sentidos bien despiertos, y el sexto que se te despierta solo al verte allí metido. Además hay una zona de prácticas de tiro del ejército francés a ambos lados de la entrada, como ya relaté.

En la costa, a mitad de la antigua entrada Sur, está la famosa Duna de Pila (o de Pilatos: 44º 35,3’ N; 1º 12,8’ W) formada hace varios miles de años, de tres kilómetros de largo y unos cien metros de altura. Se le ve desde muchas millas de distancia en altamar y sirve de marca de aproximación para encontrar la entrada a Arcachon. La duna está creciendo constantemente por los aportes de arena de los temporales del Oeste (el mismo aporte de arena que está colmatando la entrada) y se está moviendo hacia el interior cinco metros cada año, enterrando un bosque de pinos que tiene detrás e incluso viviendas particulares, sin que nada se pueda hacer para evitarlo. Se usa para parapente y para tirarse por la arena de la duna con esquíes o paipos. Además está adornada con búnkers de la Segunda Guerra Mundial que con el movimiento de la arena se han ido descolgando hacia el mar, quedando algunos en posiciones inverosímiles y cerca de la orilla. Recientemente han empezado a retirarlos, lo que es un trabajo ímprobo pues son de hormigón y primero hay que trocearlos con compresores hidráulicos.

Por la peligrosidad de la entrada, con mal tiempo nadie se arriesga, es más, está prohibido entrar. Pero en la estoa o remanso de la pleamar (un periodo en que el mar no se mueve, está distribuyendo su altura dentro de la bahía y aún ha empezado a bajar) y con el mar en calma o poco picada el paso no ofrece ninguna dificultad y es un paraíso de mar y arena. Yo ya he pasado por esas bocas cuatro veces, y alguna de ellas la he hecho a vela, sobre un mar llano como la palma de la mano y disfrutando del paisaje. Por eso que nadie piense que entrar es un intento de locos, en verano lo normal es poder hacerlo. También en la vuelta a España íbamos muy preocupados con el Cabo Finisterre, el Cabo San Vicente o el Estrecho de Gibraltar, y al final los pasamos sin dificultad eligiendo el momento adecuado. Pero aunque haga buen tiempo y no haya olas rompientes, hay que tener en cuenta las corrientes de marea. La entrada y salida del agua por esa especie de embudo tan estrecho genera corrientes impresionantes, a veces de 5 nudos, que solo permiten la entrada y la salida en el remanso o estoa de la pleamar (aproximadamente una hora y media antes y después de la plea, cuando la corriente tira menos y la profundidad del canal es mayor). La hora de la pleamar se refiere a la pleamar en las bocas de entrada, que ocurre una hora antes que la indicada en las tablas de mareas, pues estas se toman en la Jetée d’Eyrac, un espigón situado en plena fachada marítima de Arcachon, y la onda de marea tarda aun una hora en recorrer los 20 kilómetros que separan la boya de recalada de la ciudad. Por otra parte, incluso en las mejores condiciones meteorológicas solo se permite la entrada con buena visibilidad y de día, pues las boyas están bastante separadas y el seguimiento de la canal exige ver desde cada boya la situación de la siguiente. Ello se debe a que el paso se modifica de un año a otro por los aportes de arena, y no sirve ni la cartografía impresa, ni la electrónica, ni el trak del GPS del año anterior. Hasta hace pocos años había dos pasos para entrar, pero el del Sur (que discurría paralelo a la Duna de Pilatos) recibió tantos arrastres de arena que se cegó y ya no es utilizable (44º 34,1’ N; 1º 14,3’ W). Se ha retirado el balizamiento. Suponemos que poco a poco las bocas de Arcachon pasen a denominarse en singular al haber un único paso. Así pues ahora solo queda el del Norte, y es tan peligroso que las boyas y balizas no están iluminadas, como en el Paso del Sur del estuario del Garona. Algo extraordinario que se hace precisamente para que nadie se arriesgue a entrar de noche, lo que de hecho en Arcachon está prohibido. Incluso se teme que con los años el paso del Norte también se cierre y la bahía se convierta en un mar interior separado del Océano. Como dije ya ha pasado con otras bahías, aunque más pequeñas, de Las Landas.

Como resumen de lo dicho, estas son las advertencias de la guía Imray:

“Cuidado: los canales de entrada son balizados de nuevo cada año a medida que cambian en los temporales de invierno, pero pueden cambiar después del nuevo balizamiento. Sólo se debe entrar entre 3 horas antes y 1 hora después de la pleamar (nota: se refiere a la pleamar de las tablas de mareas) y con mar de fondo de menos de 1 metro. También es importante tener buena visibilidad, pues las boyas están bastante alejadas una de otras y, en contra de lo habitual en la mayoría de puertos franceses, no hay enfilaciones. Hay ejercicios de tiro con fuego real aire-aire, aire-mar y tierra-mar en ambos lados de la entrada. Es improbable que estos ejercicios impidan la entrada a Arcachon, pero pueden imponer restricciones en su acceso desde el Norte o desde el Sur”.

También advierte de que “dentro de la dársena, las algas verdes y las agujas de los pinos pueden atascar los filtros de los motores”, pero ninguna de las veces que he estado allí (en total casi un mes) lo he observado, por lo que me parece una exageración.

Cuando dimos la vuelta a España en el Corto Maltés en 2012 teníamos la intención de haber entrado para conocer esta bahía de cerca, pero no llegamos con las condiciones idóneas (llegamos de noche y no era pleamar) y no pudimos entrar. Podríamos habernos quedado al pairo en altamar en los alrededores y enfrentar el paso con la pleamar siguiente, pero nos dio pereza perder así una jornada de navegación y estábamos deseando llegar a casa después de tres meses navegando sin parar alrededor de la Península. Por eso dejamos esta escala para mejor ocasión y por eso teníamos tantas ganas de aprobar esta asignatura pendiente, lo que motivó nuestra navegación de 2014.

Nuestra llegada a las bocas de Arcachon en 2014 fue después de una noche horrible, procedentes de Anglet, el puerto de Bayona (43º 31,5’ N; 1º 30,4’ W). Habíamos salido al atardecer con pronóstico de galerna para esa tarde-noche, con vientos de fuerza 7-8 en la costa española del Cantábrico. Con ese pronóstico habitualmente no se nos ocurre salir, pero a la costa de Las Landas solo le iba a afectar con vientos del Sur de hasta 26 nudos (fuerza 6) que como nos impulsarían por la popa iban a ser muy favorables y de los que ya tenía experiencia con el Corto Maltés en la costa de Portugal durante la vuelta a España. Además en los vientos de popa la velocidad del barco (en la misma dirección que el viento) disminuye el viento aparente. Como con ese viento pensábamos hacer 5-6 nudos, el viento que “sentiríamos” sería solo de 20 nudos (fuerza 5) que es muy llevadero. Salimos de Anglet con vientos del Este, que no era lo anunciado y ya nos hizo sospechar. Pasamos por Capbreton dos horas y media después y la falta de concordancia con el pronóstico nos hizo dudar si entrar allí a esperar a ver qué pasaba, pero decidimos seguir. A media tarde el viento cambió con una única racha del Sureste que levantaba espuma del mar, y que nos hizo quitar la mayor y seguir solo con el génova enrollado al 50 %. Pensamos que ya estaban allí los anunciados del Sur y que llegaríamos hasta Arcachon solo con el génova en empopada. Incluso el GPS nos daba hora de llegada a las 4 de la madrugada, y como no podríamos pasar las bocas de Arcachon hasta las 11 (con la pleamar) dudábamos qué hacer, si reducir aún más vela para navegar más despacio o seguir así y luego en Arcachon aguantar 7 horas a la capa.

Pero esa racha fue la única vez que sopló del Sur, pues enseguida se paró el viento y nos quedamos encalmados. Y al principio de la noche fue la hecatombe, porque salieron vientos del Norte (justo de cara) que no estaban anunciados, fuertes y racheados, acompañados de tormentas con aparato eléctrico, y lloviendo cuerdas de agua, que no pararon hasta las 7 de la mañana. A motor era imposible avanzar, y a vela derivábamos tanto que en el peor momento de las tormentas, dando bordos, no avanzábamos hacia el Norte más que 0,6 millas a la hora. Estuvimos pensando muy seriamente dar media vuelta y con el viento de popa volver a Bayona para intentarlo otro día. Finalmente no nos rendimos y, apenas sin dormir, alcanzamos la boya de recalada de Arcachon por la mañana. No habíamos errado el tiro pues llegamos media hora antes de lo previsto, lo que no estuvo nada mal para las circunstancias.

Contactamos con el Faro de Cap Ferret y nos dijeron que teníamos paso libre, la ola era solo de medio metro, y que siguiéramos el balizamiento, que acababan de cambiarlo. Era impresionante comprobar en el plotter la diferencia entre el rumbo que llevábamos siguiendo las boyas en el agua (nuestro trak actual) y las boyas que había cuando compré la cartografía dos años antes para la vuelta a España: el canal se había desplazado un kilómetro hacia el Sur y aparentemente estábamos navegando sobre la tierra emergida del Banc d’Arguin, al pie de la Duna de Pilatos. Si hubiéramos seguido la canal que marcaba la cartografía por no haber visto las boyas habríamos caído en las rompientes. Además nos encontramos con una nueva isla que no estaba en la cartografía. El antiguo Banco de Toulinguet (44º 36,2’ N; 1º 14,9’ W) al Sur de Cap Ferret, que antes era una zona de bajos fondos, había emergido hacía dos o tres años por los aportes de arena y ahora era una isla arenosa, como El Puntal de Santander, donde la gente desembarcaba para pasar el día. De hecho en mi siguiente entrada, en 2015, esa tierra emergida ya empezaba a tener vegetación dunar y era una isla plenamente consolidada, lo que asusta por el pronóstico nefasto que supone respecto al posible cierre de la entrada a la bahía en un futuro.

La bahía es tan grande que después de pasar por las bocas de Arcachon tardamos casi tres horas en alcanzar el puerto, y eso que está nada más entrar a la derecha. El fueraborda del Corto Maltés es de 8 CV, y con el mar en calma lo más que da es cuatro o cinco nudos. Un problema recurrente en Arcachon es que si alcanzas la entrada justo en pleamar puedes pasar, sí, pero después de hacerlo te quedan 10 kilómetros dentro de la bahía que tienes que hacer contra la marea vaciante, que si es fuerte puede suponer cuatro o cinco nudos de cara, con lo que el barco apenas avanza. Por lo tanto con barcos pequeños hay que llegar una hora y media antes de la pleamar en las bocas, o dos horas y media antes de la pleamar de las tablas de mareas, para acompañar a la marea entrante hasta el puerto de Arcachon. También engaña a la vista la lejanía del horizonte, porque la tierra de la orilla de enfrente queda detrás del horizonte y parece que estás pasando entre dos islas hacia altamar (a la izquierda la península de Cap Ferret, a la derecha la Duna de Pilatos, y al fondo ves un horizonte de agua libre). Solo al introducirte en la bahía va apareciendo la tierra enfrente y comprendes que te metes en un golfo cerrado.

Llegamos a la vista del puerto de Arcachon (44º 39,7’ N; 1º 9,0’ W) alrededor de las 13 h, en un día de pleno verano y bajo un sol vertical abrasador, algo sorprendente después de la noche que habíamos vivido. Un poco antes de la entrada, a estribor, vimos algo sorprendente: una cola de ballena de tamaño natural entre los barcos amarrados a las boyas, pero de color blanco y que no se movía. Luego nos contaron que es una escultura flotante que se colocó hace unos años, sin un motivo especial, pero ha hecho tanta gracia que han decidido mantenerla indefinidamente y pintarla de un color esotérico y distinto cada año. Ya había sido rosa, verde, azul y blanca, y en 2015 sería roja. Domina el paisaje que se ve desde la fachada de la ciudad y es muy fotografiada. Tiene incluso un cartel pequeñito, que solo se ve de cerca, prohibiendo a los bañistas que se suban a ella. Tras pasarla sorprendidos, porque la explicación nos la dieron más tarde, al contactar por radio con la marina para pedir atraque y oír que era un barco español me preguntaron que si venía “del Océano”. Creí no haber entendido la pregunta y pedí que me la repitieran, pero sí, era eso, que si veníamos del Océano. Para ellos su bahía es como una piscinita, y lo que hay fuera, aunque no sea más que el Golfo de Vizcaya, para ellos es “el Océano”. La inmensa mayoría de los que piden plaza en Arcachon vienen de otro puerto de dentro de la bahía, para comer en un restaurante o pasar una noche, y la pregunta tenía su lógica y nos favorecía mucho. Porque viniendo del Océano tienes una noche gratis, y preferencia sobre los locales si hay escasez de plazas libres. Algo muy a tener en cuenta en verano, y haríamos buen uso de nuestra preferencia. El primer día en puerto lo dedicamos a dormir, ordenar el zafarrancho del barco y preparar las vacaciones que merecidamente nos aguardaban: dos semanas de vagabundear por esa preciosa bahía que pensábamos explorar a fondo.

Ya sabéis que los marinos tenemos querencia por las islas. Nuestra primera excursión fue a la Isla de los Pájaros (44º 41,

9’ N; 1º 10,5’ W). Es la única isla que tiene la bahía, pero ¡vaya isla! La otra “isla”, la de Malprat, no es más que un terreno en el delta del río Eyre, al Sureste, donde algunos de los numerosos brazos del río independizan un trozo de tierra que solo puede circunvalarse en piragua. La Isla de los Pájaros se llama así por la cantidad de aves que allí anidan. El primer día de navegación lo dedicamos a contornearla para irnos familiarizando con la multitud de canales que discurren por esta bahía, entre los parques de cultivo de ostras. Estos parques ocupan la casi totalidad de la bahía y se les distingue porque en toda su superficie clavan estacas que sobresalen del agua, y cuya única función es hacer ver que allí hay un parque de ostras, que en realidad se cultivan en el fondo. Al acabar el día comprobamos que el circuito había sido de 17 millas (¡!) más de lo que hay entre Santander y Santoña, por ejemplo, que para nosotros en el barco ya es un viaje. En esta bahía todo está sobredimensionado.

Los canales que discurren por sus aguas actualmente están bien balizados con boyas cardinales o numeradas, aunque también sin iluminar porque tampoco se permite navegar de noche dentro de la bahía (solo están iluminadas las boyas de entrada a los puertos). Pero hasta hace poco eran meras estacas clavadas en el fondo, entre las que era fácil perderse. Y perderse significa o quedar varado, o meterse en un parque de ostras, que casi es peor, porque sus conchas están afiladas como cuchillos y son duras como la piedra, y lo más probable es que hagan un agujero en el casco. Además las corrientes de marea son impresionantes y te sacan de rumbo con facilidad. Y si las llevas a favor el barco alcanza tanta velocidad que es fácil pasarse de una boya y salirse de la canal, por lo que hay que ir reconociéndolas con los prismáticos desde lejos. A la vuelta tardamos más de lo previsto por encontrarnos la marea de cara, y nos sorprendió una tormenta con aparato eléctrico, que esos días se estaban repitiendo en Arcachon.

El segundo día lo dedicamos a desembarcar en la isla. Para ello hay que varar pues no tiene puertos o desembarcaderos. Nos acercamos al pie de las dos cabañas de madera sobre pilotes que salen en todas las postales de Arcachon. En marea alta ofrecen una imagen deliciosa, plantadas en mitad del mar pues se encuentran a un kilómetro y medio de la parte emergida de la isla. Una de ellas es privada, suponemos que para un uso cercano a la pesca, y la otra es accesible. Varamos a unos cincuenta metros de ellas (aunque se puede llegar hasta apoyar el barco en sus pilotes) un poco por debajo de la línea de pleamar para poder salir antes el día siguiente y no tener que esperar hasta el final de la pleamar. Así ganaríamos alguna hora para reflotar. Al bajar la marea el barco estuvo como media hora dando golpecitos con el fondo porque hacía bastante viento y levantaba una olita persistente. Luego vino la calma absoluta como ya comenté en la prueba que hicimos en Santander, y hacía raro estar en un barco que no se movía nada. Todo se desarrolló bien y nos fuimos a conocer el poblado. El primer tramo es muy difícil, pues no hay sendero y tienes que andar como dos kilómetros por una zona de pantanal (la que se inunda cuando sube la marea) con fondo de basa y lleno de moluscos, como el Páramo de la bahía de Santander. Te hundes en ese terreno y se te ponen los pies negros, y eso si no pierdes una chancla por el camino absorbida por el barro. También tiene unos estanques circulares, construidos con conchas de ostra, que no supimos para qué servían. Luego entramos en la zona de la isla que siempre queda emergida, donde los senderos están pavimentados con conchas de ostras. El poblado consiste en una aglomeración de cabañas, no más de veinte, que no tienen luz ni agua, y en las que viven de forma permanente u ocasional algunas personas, unas dedicadas a la pesca y otras como vivienda de vacaciones. Las gestiona el ayuntamiento y cuando una queda vacía se arrienda por diez años, y pese a la precariedad de vida en la isla están muy solicitadas. Cuando llegamos Ana y yo todo estaba desierto, todas las casas cerradas menos una que obviamente tenía alguien dentro pues había zapatos fuera, la bombona de butano, las contraventanas abiertas, etc., y aunque estuvimos un rato por allí esperando a ver si salía y nos enrollábamos un rato, para que nos contase su vida en un sitio tan inhóspito, al final no salió. Creemos que sería el propietario del único barco que había en un regato (ya seco, aunque acababa de empezar a bajar la marea) que atravesaba el poblado y cuyos embarcaderos estaban hechos también con conchas de ostras.

Cuando volvimos el sol se ponía tras el horizonte como una gran naranja partida, y nos encontramos que el Corto Maltés se había quedado solo en el fondeadero. Muchos barcos de Arcachon se acercan a estos parajes a pasar el día, pero vuelven a casa por la noche y eso habían hecho los que nos encontramos al llegar. Nos quedamos Ana y yo solos en mitad de la nada. Veníamos con los pies negros de basa, pero antes de que el mar se retirase habíamos preparado un caldero de agua en la bañera para la vuelta. Al regresar se agradece tener con qué lavarte los pies antes de volver a bordo y no mancharlo todo, pero si no lo haces mientras la marea está alta luego no tienes de dónde cogerlo, pues el mar se ha retirado. Nosotros ya sabíamos lo de los desembarcos en el Páramo de Santander y no nos cogió desprevenidos. Cenamos en aquel sitio paradisíaco y nos fuimos a dormir esperando un reflotamiento tranquilo como el que habíamos experimentado en Santander.

Pero todo paraíso tiene su purgatorio, y en este vino por la noche. Estando varados, hacia las dos de la madrugada salió un viento del Norte con rachas de 15-20 nudos que hacía temblar el palo, aun estando en tierra, acompañado de chubascos. La jarcia silbaba más que nunca, ya que al estar el barco varado no cede ante la fuerza de las rachas, y al oponer más resistencia la jarcia silba y vibra más que estando a flote. La isla está muy poco elevada sobre el mar, apenas un metro, y no ofrece resguardo, o sea que estábamos como si fuera en medio del mar. Como éramos nuevos en el sitio no conocíamos ni el detalle de la configuración de la isla ni los vientos habituales en la zona, porque más tarde nos dijeron que este arreciamiento por la noche estaba siendo habitual esos días, como pudimos comprobar las noches siguientes. Estábamos acostumbrados a Santander, donde en verano sopla por el día pero llega el recalmón total por la noche. No se podía dormir con aquel ruido. Para más inri la pleamar era a las 4:30, y nos tocó aguantar otra vez los golpes del casco contra la arena, porque las olas seguían azotando el barco. No nos apetecía aguantarlos otras dos veces (el inicio de la bajada de la marea a las 4:30, y el repunte de la pleamar por la tarde, cuando teníamos pensado marcharnos) pero tampoco podíamos irnos del fondeo de madrugada porque en toda la bahía está prohibido navegar de noche. Esto último es lógico, pues es un laberinto de parques de ostras sin señalización luminosa del que no sales ileso como lo intentes. Así que en mitad de la negrura intentamos una maniobra desesperada buscando aguas más profundas, pero sabiendo que pasadas estas teníamos un parque de ostras a sotavento.

En teoría, la maniobra era sencilla. Estábamos fondeados por proa con un ancla que estaba aguantando casi toda la fuerza del viento, y por popa con otra que solo era para mantenernos en la posición perpendicular a la línea de marea cuando subiese, pero que como el viento entraba un poco por el través también estaba a tensión. Debíamos cazar la de proa para que el barco avanzase hasta la vertical del ancla, largando el cabo de la popa, levantar entonces el ancla de proa y dejar que el barco basculase hasta quedar colgado de la de popa. Si todo salía bien ganaríamos 25 metros hacia sotavento (la longitud del cabo del ancla de popa) es decir, hacia aguas más profundas. Pero eso era la teoría. En la práctica la tensión del ancla de proa era tal que nos faltaba fuerza para hacer avanzar el barco, y no queríamos ayudar con el motor porque teníamos otro cabo en popa, y además plomado, que podía enredarse con la hélice (el accidente típico que lo complica todo). Por si fuera poco, estábamos en la oscuridad total, solo alumbrados por las linternas frontales. Lo resolvimos pasando el cabo del ancla de proa al winchi de la escota del génova para hacer más fuerza, y añadiendo 25 metros más al ancla de popa, que íbamos largando a medida que cazábamos la de proa. Cuando llegamos a la vertical del ancla de proa hubo otro problema inesperado. Al levantarla el barco empezó a bascular con un recorrido circular bastante escorado a sotavento. Pero los puntales seguían puestos porque no nos había dado tiempo a retirarlos. Con la escora el puntal de sotavento no paraba de rozar el fondo, añadiendo estrés a la maniobra por el temor de quedarnos fijos al fondo por el puntal y atravesados al viento, lo que llevaría a varar apoyados en la panza y con el puntal debajo, con riesgo de dañar el casco. Esta vez la suerte nos acompañó y terminamos el giro completo sin incidentes, hasta quedar colgados del ancla de popa 50 metros a sotavento de la posición original, ya en aguas profundas. Pudimos salir del cepo a eso de las 6 de la madrugada. Aunque todo terminó bien, habíamos estado trabajando toda la madrugada y quedamos exhaustos. Fondeamos en un lugar profundo para dormir un poco esperando continuar la navegación por la mañana. Y esta vez por suerte no se bloqueó la orza, porque era lo único que nos hubiera faltado para rematar la noche.

Nuestra conclusión fue que la varada con los puntales tiene muchos riesgos en aguas abiertas, quedando expuestos a muchos imprevistos difíciles de resolver. En el futuro intentaríamos usarlos solo en aguas muy protegidas. Pese a todo, la visita a la isla fue una de las más agradables del viaje, y sin duda mereció la pena.

399
432,22 ₽
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516 стр. 28 иллюстраций
ISBN:
9788416848133
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