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Читать книгу: «La transformación de las razas en América», страница 7

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INSTITUCIONES LIBRES 10

El problema que las instituciones libres deben resolver es el del gobierno de las sociedades humanas, a gusto y beneficio de los gobernados, y el mayor inconveniente para la buena gestión de los intereses ajenos, es la tendencia espontánea del individuo a preferir su propia voluntad y su propia conveniencia a las de los otros tanto más cuanto le sean menos afines por la sangre, el espíritu, el suelo, la lengua o el color, y las maneras de suprimirlo o atenuarlo son, naturalmente, la división del poder en varias ramas, que se contrapesen recíprocamente, y su contralor por la opinión pública.

En la antigüedad, solamente los griegos, que hicieron los primeros ensayos de confederación y de gobierno del pueblo por el pueblo, y los romanos, que se dedicaron a la conquista con incorporación, concibieron el problema y trabajaron para resolverlo, ensayando una gran variedad de formas políticas incompletas, que fracasaron sucesivamente, y desarrollando la cultura del entendimiento en una medida tan vasta que, aun preterida porque "no servía para salvarse", durante la noche de diez siglos en que nuestros antepasados se olvidaron de las necesidades de la tierra para delirar con el cielo, el purgatorio y el infierno, ha venido a ser la fecunda simiente de que procede la civilización moderna.

Las repúblicas griegas, en quienes el instinto de la venganza era todavía más grande que el sentimiento de la justicia, que ignoraban los derechos de las minorías, como nosotros en la primera mitad del siglo pasado, y no llegaron a conocer ni la división, ni la limitación de los poderes, ni los grandes beneficios recíprocos de la benevolencia para los vencidos, condenados siempre al ostracismo y la conspiración, fueron asimismo el paraje en que el pensamiento humano pudo levantarse y desenvolverse con mayores holguras.

Como dice Renan, "el estado habitual de Atenas era el terror. Jamás las costumbres políticas fueron más implacables, jamás la seguridad de las personas fue menor. El enemigo estaba siempre a diez leguas; todos los años se le veía aparecer; todos los años era necesario guerrear con él. Y en el interior, ¡qué serie interminable de revoluciones! Hoy desterrado, mañana vendido como esclavo, o condenado a beber la cicuta; después, lamentado, honrado como un dios; todos los días expuesto a verse arrastrado a la barra del más inexorable "tribunal revolucionario", el ateniense que, en medio de esta vida agitada, jamás estaba seguro del día siguiente, producía con una expontaneidad que nos asombra".

La república romana, que llegó a realizar en cierta manera la división de los poderes y el principio de la responsabilidad, tuvo, en consecuencia, una vida más robusta y una existencia más larga, pero, desconociendo el principio de la representación, tiranizó fatalmente a los pueblos vencidos, tanto menos oídos en la opulenta capital cuanto más esquilmados en la remota provincia, y el ejercicio del despotismo afuera, inhabilitando a los dominadores para la práctica de la libertad en casa, substituyó paulatinamente a los gustos y las formas republicanas, el absolutismo y las pompas orientales.

Y aquella incomparable agrupación humana que empezó como escuela de libertad política, terminó en cátedra de absolutismo asiático, inoculado a la parte más civilizada del mundo antiguo, en cinco siglos del más absorvente centralismo.

La ley, que había empezado por ser la expresión de la voluntad del pueblo, acabó por ser nada más que la expresión de la voluntad del príncipe, según la máxima de las Institutas, que sir John Fortescue declaraba en el siglo XV "completamente extraña a los principios de la ley inglesa": quod principe placuit, leges habet vigorem.

"Más esfuerzos han sido necesarios para formular la idea de que el hombre es libre que para saber que la tierra se mueve alrededor del sol, dice Ihering. La historia ha trabajado infinidad de años, millones de hombres gimieron en la esclavitud y ríos de sangre han corrido en los tiempos más recientes, antes de que aquel principio se realice".

Y esto se refiere ya al segundo de los obstáculos mayores que ha encontrado el problema de las instituciones libres.

Porque el terror a lo desconocido y la necesidad de saber para obrar o abstenerse, han originado las seis mil explicaciones diferentes de los fenómenos naturales por los poderes sobrenaturales que llamamos religiones, y éstas han puesto fuera del contralor de la razón y de la experiencia humanas los asuntos que más interesaban, al dar carácter sagrado a las concepciones primitivas, tanto más sagradas cuanto más antiguas, vale decir, cuanto más absurdas.

Por supuesto, el entendimiento se adapta a las creencias en que ha sido amamantado como el paladar a los alimentos, y toda religión es tenida por los que la profesan, y mayormente por los que de ella viven, como el mayor bien posible. Por sus efectos morales, intelectuales y económicos sobre las sociedades, todas son desastrosas en diferente medida, según la historia y la estadística, que los creyentes no pueden entender, y que los estadistas deben tomar en cuenta, si realmente les interesa el porvenir de su país.

"Una religión es una causa de debilidad para un país", ha dicho el marqués Ito. Y en efecto, sea que se propongan gobernar a los vivos a gusto y beneficio de los muertos, para que sean felices después de muertos, como las derivadas del judaísmo, sea que se propongan defenderlas contra los malos espíritus, como las de la China, el África, la Oceanía y la América salvajes, toda religión es una doble defraudación a la energía humana, desde luego porque inducen a ejercitarla en vías tan costosas como estériles, y después por las servidumbres y las limitaciones que imponen al individuo a trueque de beneficios imaginarios, dependiendo la extensión de los males que producen del grado de poder político de que disponen para cohibir al pensamiento dentro de sus recintos cerrados.

Así, nada les debe la libertad, pero el despotismo les debe mucho, pues han sido siempre un resorte de gobierno, y precisamente el que ha dado continuidad y estabilidad al poder, al proveerlo del único carácter que podía hacerlo hereditario – el carácter sagrado – desde que las capacidades naturales no se transmiten necesariamente de padres a hijos. Los del primer dictador romano que fue proclamado dios, quedaron por esta sola circunstancia en condición superior a la de todos los demás ciudadanos romanos, y para evitar que el suyo quedara, como el de Cromwell, en el común. Napoleón se hizo ungir de potestad divina y consagrar por el papa.

De aquí que todo poder dinástico y toda aristocracia hereditaria sean los aliados naturales de alguna religión, es decir, de la forma particular de instrumentación del terror a lo desconocido de que proviene o en la que descansa su autoridad o su superioridad extra personal.

Nada fue así más natural que la "Santa Alianza", en la que los déspotas europeos, sacudidos por los primeros estallidos del sentimiento renaciente de la libertad, al finalizar el siglo XVIII, se concertaron para destruirla, sostenerse mutuamente y ayudar a Fernando VII a sofocar la independencia de sus colonias americanas, que el papa, por su parte, había excomulgado desde el primer momento.

En las poblaciones helénicas de que surgieron las repúblicas griegas y la romana, como en las tribus germanas, la virilidad individual por la fuerza, el talento y la salud, era un desideratum nacional, el valimiento actual pesaba más que el mérito ancestral, y la religión era un auxiliar del estado, en categoría tan secundaria, que los héroes semidioses de la mitología griega provienen del campo de la acción laica, a diferencia de la civilización cristiana, en la que provienen del campo de la acción religiosa; a diferencia también de la civilización moderna, en la que provienen del campo de la acción política, social, científica y educacional.

En las tribus germanas que poblaban la Inglaterra en la época de Tácito, el jefe civil era un funcionario elegido, no en mérito de su nacimiento sino en el de sus hechos, para administrar la justicia y presidir las asambleas de los hombres libres, en las que los sacerdotes sólo tenían misión para guardar el orden; el jefe militar era elegido para cada expedición común, en mérito de sus proezas en anteriores expediciones personales voluntarias, y la conservación del carácter electivo y del poder limitado y revocable de los reyes anglosajones, en frente del poder absoluto e irrevocable de los reyes de derecho divino, erigidos por el cristianismo, ha sido durante doce siglos la gran obra del pueblo inglés en beneficio de la civilización liberal.

Porque el proceso de asiatización de la Europa, que rebajó el estandarte de la vida en todo el continente, desde la fe en el esfuerzo humano a la fe en la gracia divina, aun en Escocia con el protestantismo y en Irlanda con el catolicismo, fue menos eficazmente llevado o más felizmente resistido por las tendencias indígenas en la Inglaterra, el país que relativamente ha producido menos santos y más políticos, exploradores, pensadores e inventores, el único país donde la libertad ha fluido del espíritu de independencia, no obstante las excomuniones reiteradas de los papas contra todas las cartas sucesivas de libertades; donde el derecho político ha salido de los precedentes ensanchados por crecimiento natural, como planta indígena, y no de trasplante o ingerto como planta exótica; donde un mayor interés por los bienes positivos, contrarrestando las exageraciones del idealismo visionario, originó la mayor aptitud para el comercio, la industria y la colonización, dando margen para ese espíritu práctico que se desinteresa de los modos de pensar para atender a los modos de obrar, a la inversa de ese espíritu sentimental impreso a los hombres por el cristianismo y el mahometismo, que prescinde de los hechos y se infeuda a las doctrinas, hasta no poder producir más que santos y mahdis, es decir, momias espirituales, manera de pasividad mental que el estancamiento social secular convierte en instinto nacional, que la Inquisición llevó al máximum en España, extinguiendo el foco aislado de liberalismo de Aragón, y de que provino entre nosotros la feroz intransigencia de unitarios y federales sobre doctrinas políticas liberales sostenidas por los procedimientos más brutalmente tiránicos.

Con el espíritu del self government, se preservó también en la Gran Bretaña el amor a la justicia y el instinto de progreso, adormecidos en el continente por la confianza en la justicia divina y la esperanza del cielo para los pobres de espíritu; anquilosados en las civilizaciones de la India y la China por la institución de las castas cerradas y el mandarinismo, que oponían una barrera infranqueable a las capacidades particulares, y se salvaron precisamente por el sistema de las clases abiertas, pues la nobleza misma no era hereditaria sino el título de par y por el hijo mayor, quedando así la aristocracia interesada en la suerte de los comunes de la que participaban sus demás descendientes.

De estos factores provino esa resistencia siempre vencida y siempre renaciente del pueblo contra los desmanes y la avaricia de los reyes y de los papas, que alcanza su primera grande etapa en la Magna Carta, arrancada al rey Juan por los barones en 1215, eludida a menudo después, pero jamás borrada del espíritu público, donde se conserva con la fijeza de una constelación en el firmamento; reconfirmada y ampliada en el parlamento de Simón de Monfort, en 1265, echando al mar en Dover la bula que contenía la excomunión del papa contra los barones rebeldes para quedar, desde entonces, como el gran faro nacional para los días de tormenta o de niebla política, mientras en el continente, aun en Escocia y en Irlanda, y con la sola excepción de la Holanda y la Suiza, la sumisión cristiana a la autoridad divina de los papas, los pastores y los reyes, bajo la forma protestante, la católica o la ortodoxa, hacía tabla rasa de todos los sentimientos de independencia individual o comunal, y mayormente en España, donde el Santo Oficio, sentaba sus reales y sus instrumentos de tortura veintiún años después del nacimiento de la Magna Carta en Inglaterra, para modelar a nuestros mayores por el terror máximo en el plan de la más grande intolerancia sectaria y de la más completa sumisión pasiva al altar y al trono.

Y desde 1534 esta abdicación universal de la capacidad natural del hombre en la capacidad divina de la iglesia fue reconfirmada con la fundación de la compañía de Loyola, y el consiguiente orgullo fanático de los siervos favoritos de Dios exteriorizado medio siglo después, en la "invencible", enviada, dice Fiske, "para extrangular la libertad en su patria predilecta, por el tirano más execrable y cruel que haya visto jamás la Europa tirano cuya victoria hubiera significado no simplemente la usurpación de la corona de Inglaterra, sino el establecimiento de la Inquisición española en el tribunal de Westminster".

La característica de la civilización greco-romana, que en veinte siglos preparó el terreno sobre el cual se extendieron, más tarde, en simple substitución, las civilizaciones cristiana y árabe, y lo que hizo posible su prodigiosa expansión sobre los países y los continentes vecinos, fue la circunstancia de que la religión – regional, sin cosmología sagrada, sin dogmas teológicos y sin gerarquía eclesiástica – no cohibiera mayormente el libre juego de las capacidades naturales, como la parte progresiva de la misma circunstancia en Inglaterra – su tolerancia con las costumbres y las religiones particulares de los países conquistados hasta el punto de tener dos religiones oficiales en el mismo reino unido, constituido en cuna de la libertad y refugio de los perseguidos de toda la Europa, – explica la incesante expansión inglesa; como la misma circunstancia, bruscamente producida en Francia sobre el orden político y militar, por la revolución del 89, y a que se refería Napoleón al decir que todo soldado llevaba en su mochila el bastón de mariscal de Francia, explica la inopinada expansión francesa y la epopeya napoleónica, como la misma circunstancia sobre el terreno educacional, comercial e industrial en Norte América explica su portentosa prosperidad; como el cristianismo sin la ciencia europea en Abisinia, y la ciencia europea sin cristianismo en el Japón, explican el estancamiento secular del primero y el prodigioso desenvolvimiento repentino del segundo; como la circunstancia inversa – el fanatismo sin pensamiento y sin ciencia, – en España y Portugal, explica a su vez, el estancamiento regresivo a la manera musulmana de aquel imperio ibérico en que no se ponía el sol, cuando aquello de que ha salido toda la potencialidad moderna – el espíritu humano – estaba aún en todas partes prisionero de los siglos pasados, como dice Ugarte; cuando la esperanza en los milagros de la fe obstruía en todas partes el advenimiento de los milagros de la ciencia y la inteligencia humanas.

"Entre las grandes naciones modernas fue únicamente la Inglaterra, dice Fiske, la que en su desenvolvimiento político se mantuvo más independiente de la ley romana y de la iglesia romana, y la única que salió del crisol medioeval con su gobierno propio teuton substancialmente intacto".

"De Homero a Constantino la ciudad antigua es una agrupación de hombres libres que tiene por objeto la conquista y la explotación de otros hombres libres", dice Taine. De Constantino adelante, otros objetivos para la vida dirigen la conducta por otros rumbos, pues una nueva concepción del hombre y del mundo, que ha hecho camino en el espíritu de las masas y llegado finalmente a la supremacía política y social, ha invertido todos los valores humanos, descalificando el pensamiento y la acción, la alegría, la salud y la fuerza y exaltando la esterilidad, la tristeza, la suciedad, la enfermedad, y la pobreza, porque el ideal y el destino del hombre han sido magnificados en el bien y en el mal y situados fuera de la humanidad, en un otro mundo que será el inverso del presente. La moral, que Aristóteles hacía consistir en "la utilidad social", consiste según los teólogos en "la sumisión a la voluntad de Dios", es decir, en la utilidad de Dios.

Esto se llama la "civilización cristiana", y a ella son convertidos los demás semibárbaros europeos por la persuación o la fuerza. Desde entonces, la ciudad medioeval es una agrupación teocrática de visionarios a la expectativa del fin del mundo y del juicio final, levantando castillos, presidios, horcas y fortalezas para defenderse de la barbarie natural de los malvados vivos, y santuarios, templos, conventos y oratorios para procurarse la gracia divina, conseguir milagros y defenderse de la barbarie sobrenatural de los malvados muertos, a quienes la teología ha dado una segunda existencia, infinitamente peor que la primera, en los demonios, las brujas, los duendes, los fantasmas, las ánimas en pena, etc., etc.

Esta civilización cristiana, que considera al hombre perdido desde el pecado original, en imperiosa necesidad de salvarse, incapaz de conducirse por sí mismo y necesitado de curatela, sucedió a la civilización greco-romana, imperando exclusivamente en el continente europeo hasta el siglo XVIII, en diversas formas, y en una de las peores fue importada al nuevo mundo por la España en el XV.

La cosa vino así: un enviado especial del autor de todo lo que existe, que los judíos esperaban y siguen esperando aún, había descendido entre ellos, a la tierra, para iluminar el camino de la vida a los hombres, en una época en que la brújula, la ciencia, la navegación a vapor, las escuelas, los ferrocarriles, la libertad, y "esos signos de la idea, esas santas letritas de plomo que han esparcido el derecho y la razón por el mundo", como dice France, eran insospechables, y, naturalmente les había aconsejado lo mejor posible en la ocasión: la resignación ante las calamidades inamovibles del presente mediante la esperanza de un bienestar póstumo.

Este programa de vida era un sistema de compensación ideal de los males de la tierra, calculado para dar la capacidad de sobrellevarlos pacientemente, y no la de superarlos poco a poco, que sólo podía provenir del acrecentamiento indefinido de la inteligencia humana por el ejercicio, que son el método y el objetivo de la civilización moderna. Por el contrario, empujado por la propia lógica de los suyos, el cristianismo creó nuevas formas de males para agrandar las recompensas del cielo – que es el plan y el objetivo de la vida conventual – instituyendo para los infieles las penas más atroces y para los fieles las torturas morales por los terrores del infierno, y las torturas físicas por el cilicio, las privaciones y las penitencias, prohibiendo la medicina, las diversiones y los anestésicos, porque tendían a disminuir el dolor y la tristeza, que eran tenidas como fuentes de dicha futura.

Lo que había empezado como ensueños de esperanzas, degeneró en pesadilla de horrores futuros, sustentados y acrecentados por una gerarquía de profesionales en las cosas del otro mundo, que llegaron a constituirse en un segundo poder público, que enseguida vino a ser el más fuerte de los dos, para empezar a declinar, a su turno, cuando empezó a elaborarse la civilización moderna, que tiende a suprimir la tristeza, el dolor, la pobreza de espíritu, la miseria, el miedo y el castigo por la educación, la instrucción y la dignificación.

Pues, como dice Renan, "no es del cristianismo que han salido las ideas liberales, sino del espíritu moderno, formado sin duda en parte por el cristianismo, pero libertado del cristianismo. La ortodoxia las maldecía desde luego; después, cuando ha visto que era imposible detener el torrente, que la humanidad seguía su camino, inquietándose poco de dejarla atrás, se ha puesto a correr detrás de su pupila infiel, a hacerse la apurada, a pretender que había querido lo que ha sucedido – y que se le debe mucho reconocimiento por ello".

Pero es justo decir que el programa cristiano de conformidad con los males de la tierra, considerados como castigos del cielo por los pecados de los hombres, sólo atenuables por la oración, la penitencia y las peregrinaciones, ha sido superado en su acción enervante de la energía humana, por otra religión igualmente fatalista salida en el siglo VII de la misma cepa judía: "el islamismo, de la palabra islam, que significa resignación a la voluntad de Dios".

Con la transferencia operada por Constantino, de la protección imperial y de las rentas y bienes del antiguo culto oficial al nuevo, la iglesia llegó a ser un poder político, y como estaba organizada en el plan del pastor y el rebaño, que es decir, en manera más opuesta a la autonomía moral del individuo, la libertad quedó aplastada bajo dos lápidas, y el problema de las instituciones libres para el libre desenvolvimiento de la personalidad, desapareció de la escena en que se trataba sólo de "apacentar a las ovejas del Señor", a gusto y beneficio del propietario por sus delegados y representantes, los obispos y los príncipes, sólo responsables ante él, y por ende omnipotentes e irresponsables ante la majada humana.

Ellos podían poner la mano sobre todos impunemente; nadie podía ponerla sobre ellos sin quedar condenado ipso facto. La libertad individual no había llegado antes a un estado de mayor aniquilamiento doctrinario, pues era entendido que todo mal provenía de la perversidad del diablo o de la ira de Dios, todo bien de su gracia y toda autoridad de su voluntad, trasmitida por ordenación en la gerarquía eclesiástica y por herencia y unción o por usurpación y consagración en el orden político, ejerciéndose por delegación descendente.

Este era el orden de cosas consuetudinario cuando reaparecieron en la Europa cristiana traídas por los ex-prisioneros de las cruzadas, las ciencias y las artes griegas, que fueron un poderoso estimulante de actividad mental, y consiguientemente, de diferenciación del medio ambiente. "La cultura antigua, dice Renan, como los ríos que desaparecen en la arena, tuvo un curso secreto, no traicionando su existencia sino por débiles hilos de agua, hasta que reapareció gloriosamente en el Renacimiento con todas sus virtudes fecundantes. Ella fue la levadura intelectual de las naciones modernas".

En efecto, como el árbol y el fruto en la simiente, los descubrimientos científicos, las máquinas y las invenciones que han elaborado las instituciones libres, la salud, la riqueza y el bienestar, estaban en el camino inaugurado por Euclides, Sócrates, Fídias, Aristóteles y Arquímedes, y no estaban en la senda en que trabajaron Zoroastro, Moisés, Confucio, Buda, Jesús y Mahoma, como que no han sido encontrados por sus respectivos secuaces o fieles, sino, por sus rebeldes, herejes o infieles a medias o a enteras, que, apartándose de esta vía, se echaron a andar por aquella.

La vida de las sociedades humanas depende de la producción y la distribución de la riqueza, y, hasta el advenimiento de las ciencias y de las máquinas en el siglo XVIII, promovidas entrambas por el método experimental descubierto por Bacon en el XVI, la producción de la riqueza, confiada principalmente a los esclavos y a los siervos embrutecidos por el exceso de trabajo y de supersticiones, fue mezquina y precaria, y hasta la consolidación y difusión de los principios políticos ingleses, su distribución estuvo a merced de la avaricia de los poderosos, que, en tiempo de guerra se comían los huevos y la gallina, y en tiempo de paz los huevos y los pollos.

"Como la de todas las civilizaciones antiguas, la causa principal de la caída de Roma, fue la desigual distribución de la riqueza con la resultante esclavitud de la población, dice H. Spencer. En vez de producción de riqueza por medio de la ciencia y la industria hubo anexión de riqueza por guerra y conquista, en monopolio de las clases gobernantes, que por ella se corrompieron".

Las leyes romanas, que daban al acreedor el derecho de vender como esclavo a su deudor, fueron hechas por los acreedores, dice Brooks Adams, y la expoliación capitalista mató al imperio romano. Eran, en efecto, en manos de los usureros, una máquina de arruinar a los más en beneficio de los menos. Y así, cuando la conquista del Egipto, abaratando el trigo en Roma, arruinó a los agricultores que trabajaban a crédito en Italia, fueron estos vendidos con sus tierras, y millones de hombres libres descendieron de este modo a la condición de siervos de la gleba.

En las provincias, los procuradores de los prestamistas romanos al 4 0|0 mensual, y los publicanos o empresarios de contribuciones, eran un flajelo más temible que las pestes y las inundaciones. "Además de la contribución territorial, había una sobre las industrias, que se pagaba cada cinco años. Cuando llega la época de la colación lustral, dice un escritor de entonces, no se oyen en la ciudad más que llantos y lamentos. Los que no pueden pagar reciben palos y maltratos; las madres venden a sus hijos para satisfacer a los colectores. Los contribuyentes eran sometidos a tormento en algunos casos", agrega Seignobos.

El régimen del terror supersticioso por males y peligros imaginarios, en que vivía el hombre en la pura civilización cristiana, y la servidumbre espiritual a los dogmas absurdos y al absolutismo de la iglesia, fue fatal a la libertad y a todos los intereses humanos que estuvieron subordinados a los intereses divinos. "Nadie puede ahora hacerse una idea de lo que fue el estado mental de un hombre en el siglo IX," dice Huxley. Por más altamente educado que fuese, su vida era un campo de permanente entre santos y demonios por la posesión de su alma. La vida medioeval fue en lo principal tan angustiada por el miedo de los malos espíritus como la de cualesquiera salvaje de nuestro tiempo, dice Robertson en su Short History of Christianity; pues el pueblo había conservado la noción de sus espíritus hostiles, y el diablo cristiano era el Dios de ese reino.

La vida también, era tan breve como apenas pueden concebirla los modernos, tan alta era la mortalidad normal, tan frecuentes las pestilencias, tan poco entendidas las enfermedades; y la cercanía de la muerte hacía a los hombres atolondrados o aterrorizados. Donde la ignorancia y el temor van unidos, es el reino de la superstición. La religión consistía de ordinario en un empleo perfectamente supersticioso de los sacramentos del bautismo y la eucaristía; un temor constante de la actividad del diablo; un uso singularmente mecánico de los formularios; una intensa ansiedad de poseer o de beneficiarse por las reliquias, cuya fácil manufactura debe haber enriquecido a muchos; un temor crónico de la brujería; y una concepción tan literal del purgatorio y del infierno, que su universal fracaso en enmendar o controlar la conducta es una revelación de la inconsecuencia de la moralidad media. Es a menudo difícil distinguir en la religión medioeval entre la sugestión devota y la criminal. En la vida del italiano S. Romualdo (siglo X) se dice que cuando insistió en dejar su retiro en Cataluña, donde había ganado una reputación de santidad, los catalanes proyectaron matarlo para poseer sus reliquias. El mismo, por su parte, apaleó a su padre casi hasta matarlo para hacerlo consentir en su profesión de vida religiosa. Tales ideas morales desarrollaron en los siglos 13, 14 y 15 los movimientos crónicos de los Flagelantes a cuyas salvajes auto-torturas públicas no pudieron poner coto ni la Iglesia ni el Estado mientras duró la manía".

Las profesiones instruidas, que en la civilización moderna ascienden a 57, según el cómputo de Hubbard, sólo llegaban a tres en la civilización cristiana: predicador, abogado y médico. Aún en el siglo XVII, las materias que se enseñaban en los seminarios a los confesores de los reyes y directores de la sociedad eran: Teología Moral, Liturgia o Ritos y Disciplina Eclesiástica. "Lo que se llamaba el conocimiento enciclopédico en las escuelas, dice Robertson, consistía en las reglas de la gramática latina, dialéctica o lógica elemental, retórica, música, aritmética, geometría elemental y alguna astronomía tradicional. Las tres primeras constituían el Trivium, o curso de introducción en las escuelas medioevales; las otras el Quadrivium: juntas "las siete artes liberales".

Las únicas profesiones lucrativas eran: la guerra, reservada a los nobles, y la religión para los segundones de los nobles en los beneficios mayores y para los plebeyos en los menores. El exceso de sacerdotes era tal que las prebendas eclesiásticas – más disputadas y con más artimañas que los empleos políticos en nuestros días – se vendían para cuando ocurriera la vacante y hasta en 2.ª, 3.ª o 4.ª andana.

No combatiendo la inicua distribución de la riqueza sino su producción misma, el cristianismo fue un grande error económico, político y moral, aun siendo un grande progreso relativo sobre el paganismo. Por lo pronto, empobreció a las poblaciones cristianas, hasta ponerlas en la imposibilidad de resistir a la invasión de los árabes. Aniquilando por la resignación el deseo de mejorar, desalentó el esfuerzo, acrecentando la indigencia por la esterilidad, la inactividad y el misticismo, desde luego, y por la avaricia insaciable de las iglesias después.

Porque todo se arreglaba por dinero y sumisiones en Roma, residencia del poder absoluto para atar y desatar, para vender el perdón y la indulgencia divinas, y no eran el crimen o el vicio, expiables por el arrepentimiento, los que tenían que pagar el más alto rescate.

Las matanzas de judíos – creadores y víctimas perpetuas del odio religioso – hoy excepcionalmente perpetradas por las masas fanáticas, lo eran, entonces, por los gobiernos, con el aplauso de los pueblos y las bendiciones de los papas.

Es que la barbarie no había sido suprimida por el cristianismo, sino trasladada desde el campo de la lucha por los bienes reales al campo de la lucha por los bienes ideales, perdiéndose en estética lo que se ganó en ética, en mentalidad y en virilidad lo que se ganó en castidad y en mansedumbre.

10.Conferencia pronunciada en la Universidad de La Plata. – 1909.
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12+
Дата выхода на Литрес:
25 июня 2017
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