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2 POLÍTICA Y DEMOCRACIA
La resistencia afgana: una gesta heroica contemporánea

Un millón de muertos dentro de la población Afgana ha ocasionado la intervención soviética. Cifra igual al total de muertos de Francia e Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial.

Sandro Pertini

Haga usted un esfuerzo de imaginación y ubíquese en una pequeñita aldea asiática, de no más de mil habitantes. Piense usted que son las cuatro de la mañana y que ahí duermen indefensos unos hombres de tez quebrada por el sol, caras alargadas y narices prominentes, pastores casi todos ellos, acompañados de sus mujeres y sus hijos.

Sienta usted ahora con ellos el repentino vacío en el estómago que genera el retumbar de los rotores de un helicóptero descomunal que surge de la nada y lanza desde el aire, aquí y allá, unas pesadas canecas que al estrellarse con el suelo riegan un líquido viscoso que, en fracciones de segundo, levanta una densa nube amarilla que se esparce amenazante.

Observe usted la carrera desenfrenada de estas gentes que se movilizan en desorden de un lado para otro en el desespero de no ser tocados por el gas tóxico. Sienta usted el paroxismo de esta baraúnda de rabia y de pánico, y empiece a mirar entonces cómo en su derredor los hombres, las mujeres y los niños aparecen repletos de unas manchas oscuras en la piel y, sin ninguna herida evidente, la sangre les brota por los poros y los verá también retorcerse asfixiados en el suelo y a muchos de ellos los verá morir…

Sin disparar un solo tiro, el helicóptero MI–24 de fabricación soviética se va tan repentinamente como llegó. Acaba de cumplir una misión de rutina. Es el 21 de junio de 1982 y sobrevuela la región de Jalabat, en Afganistán. En su interior quedan algunas de las canecas de la muerte, cada una con doscientos litros de sustancia letal, que con el napalm, los explosivos de fósforo magnesio y otros compuestos, hacen parte del arsenal químico con el que el social–imperialismo soviético ha pretendido, infructuosamente, exterminar la resistencia patriótica de los afganos a la invasión que los nuevos zares protagonizan desde el 27 de diciembre de 1979.

Allá atrás, en la pequeña aldea, Bernd de Bruian, periodista holandés ha logrado filmarlo todo.

Desde mucho antes, el mundo entero ha logrado conocer la sevicia y la barbarie de esta invasión en la que abundan genocidios como los de las aldeas de Barnian y Kerala, amén de las más atroces prácticas de guerra.

Y aun con esta brutalidad y la presencia de un ejército invasor cuyos efectivos suman más que los ejércitos de Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay juntos, metidos todos en un país cuya extensión es la mitad de la de Colombia y también la mitad de su población (antes de la invasión, apenas sí llegaba a los quince millones de habitantes), aun en medio de las más adversas condiciones, la resistencia afgana escribe a diario las más heroicas páginas de patriotismo de los últimos tiempos.

El oso soviético no ha podido ni podrá doblegar la vocación libertaria de este pueblo. A lo largo de esta prolongada guerra, no han podido consolidar una sola posición estratégica.

Ese ejército invasor, acosado y sin ninguna moral, evidencia una historia diaria de deserciones y de pánico. La resistencia crece en la medida en que es más feroz la acción contra los civiles.

Las leyes que rigen la sociedad son infinitamente sabias: con todo su poderío, el oso soviético es hoy en Afganistán, la lamentable y torpe caricatura de un oso de peluche.

24 de abril de 1986, periódico El Mundo

De pastoral a Cardenal

Quiero medir lo mucho que no sé y es así como llego

Pablo Neruda [1904 – 1973]

Allá en las montañas de la Nicaragua de hoy, la de Sandino, de nuevo la manigua siente el roce jadeante y sudoroso de una extraña combinación de combatientes que, aunque tienen las mismas ansias descamisadas de todas las guerrillas, su objetivo es hacerle revolución a la revolución.

Al margen del análisis que podría hacerse a los oscuros intereses de su dirigencia, una cosa impresiona de este “ejército”: su composición.

Dice la información de prensa que “allí en la ‘Contra’ existe una gran alianza armada entre católicos y protestantes, pues consideran que el sandinismo es comunismo y que el comunismo es ateo”. Así, se ha dado una alianza en torno a un principio básico, según el cual el enemigo principal, desde el punto de vista táctico y estratégico, para los dos grupos es el comunismo.

Los católicos cambiaron de enemigo principal merced a la actividad milagrosa del largo brazo de la CIA, con una tesis que ha hecho carrera y que se mueve sigilosa por toda la extensión de nuestra América Latina: El comunismo es el enemigo.

Había más consecuencia con los principios en épocas pretéritas. Vea le cuento: Es un barrio popular, muy popular de Manizales, y se llama San José, es el año 1966, es su parque, es su Iglesia: Una extraña construcción fulgurante forrada en latón, que a las diez de la mañana no se puede mirar directamente porque los rayos del sol hieren los ojos y derriten las conciencias. Y desde allí, con toda la fuerza feudal de un canónico pueblo, Esteban Arango González ejercía su autoridad parroquial de larga sotana y testa blanca, con homilías repletas de apelaciones al terror que se hacían tanto más impactantes con el eco de su inconmensurable voz de trueno.

Era un cura con cojones que la gente temía y respetaba por el desafuero de su permanente actividad y porque, aunque muchos no creíamos en lo que defendía y predicaba, no dejábamos de verlo como un hombre definitivamente bueno.

A una cuadra exacta de esa Iglesia se levantaba la construcción humilde de una secta protestante, que creció de manera acelerada merced al trabajo paciente y dedicado de dos largos muchachos de corbata negra y mangas de camisas blanca que, a duras penas, sí se hacían entender en español, regentada por un pastor de convicciones al que sólo había que verlo caminar para tener la evidencia de que en él habitaba también la fuerza incontenible de un fanático.

Alguna vez, y por razones que están perdidas en la historia, el barrio entero se conmocionó desde sus cimientos por un debate trenzado entre las dos autoridades religiosas: rumbaban los panfletos de una y de otra parte, y la discusión subió de tono y todo amenazaba ya una conflagración.

Fue un gran debate ideológico que, aunque en ese momento muchos no entendíamos, tenía que ver con severos principios religiosos y con el peligro que entraña dar a ellos una adecuada interpretación.

Así, el Pastor sostenía que, en efecto, el enemigo principal era el comunismo, como una manera de oponerse de manera diferencial al cura Esteban, pero éste cerró el debate con una premisa que no tuvo respuesta y que desde el punto de vista de la fe católica pienso que aún tiene una gran dimensión. Esteban sostenía que el enemigo principal era el pecado y, en la perspectiva de la defensa de los principios, debe pensarse, incluso desde la barrera, que al viejo Párroco le acompañaba toda la razón.

1 de noviembre de 1985, periódico El Mundo

El inquisidor Pimiento

“La violenta erradicación de toda divergencia…”

C. Delgado

Ya hay quienes estamos mirando fijamente a Manizales con el desespero de la cuenta regresiva, porque no vemos la hora de que los caminos que conducen a esa montaña descomunal, vibren de nuevo con la romería de los teatreros que regresan desde los cuatro puntos cardinales, a inundar con su arte y su alegría la extensión de esa ciudad de privilegios.

De nuevo va a empezar el Festival y se siente ya una ebullición que recorre las entrañas de los manizaleños.

Este año, dicen sus organizadores, habrá énfasis en el “trabajo de grupo, la experimentación y la búsqueda de nuevos lenguajes”.

La idea es que confluyan, en la perspectiva del teatro, todas las ideas y que sea un evento democrático en el que haya auditorio para todas las tendencias.

Pero, aunque todo apunta a los buenos augurios, se evidencia aún el coletazo del oscurantismo que encarna en Manizales monseñor Pimiento [José de Jesús Pimiento], el mismo anciano arzobispo enardecido que se “retiró” de la ciudad durante el Festival de 1984 con la intención ingenua de desatar un cataclismo y que, ante el desespero de ver a sus feligreses inundados con la alegría del arte y absolutamente ajenos a su arrebato de ausencia, emitió un comunicado incendiario por todas las parroquias de su feudo, blandiendo excomuniones y amenazando de infierno.

Ya “en algunos círculos políticos y cívicos de la ciudad se están preparando baterías para atacar su concepción [la del Festival] con el fin de, por lo menos, ponerle verdadera censura a las obras que para este año se piensan presentar”.

¡Mire usted que cosa bella! Hay aún, a unos pocos kilómetros de donde usted vive, un grupo de hombres de la caverna, inteligentes muchachos, muy severos ellos, que no quieren un teatro conectado con la realidad, ni un arte con asidero en este mundo. Un grupo de gentes cívicas que gozarían como enanos y aplaudirían a rabiar, si el teatro para ver estuviera enredado en la melcocha de las hadas madrinas, las caperucitas rojas, los sastrecillos valientes o el mundo maravilloso de Walt Disney.

Alegra saber que la ciudad está también repleta de gentes con cojones que no van a permitir que el Festival se amordace, ni se manipule por los inquisidores de nuevo sello.

6 de junio de 1985, periódico El Mundo.

¿Qué tal un “proyecto humanidad”?

No sé usted, pero en lo que a mí respecta, debo confesarle que toda esta agitación y esfuerzos desplegados en los últimos dieciséis años, a propósito del envilecimiento de la política, los abusos del poder, la violencia desaforada, la institucionalización de la corrupción, la trampa, la mentira, los excesos de la manipulación y la domesticación masiva, me tienen exhausto.

Es patético cómo se ha venido desfigurando este país y cómo va adquiriendo el perfil de una auténtica “republiqueta”: parroquial, inculta, ordinaria, miserable.

La lectura se convierte en un oasis y una alternativa para huir de esta dolorosa sensación. Hago parte de un club de amigos (www.lectores10.com) que se reúne religiosamente cada quince días, desde 2009, y llevamos la nada despreciable cifra de ochenta y seis libros leídos, conversados, deliberados. El último, un hermoso texto de Afonso Cruz (Afonso, no Alfonso), un escritor portugués absolutamente disruptivo y talentoso. El pintor debajo del lavaplatos, se llama.

Es una obra de arte en la que abundan afirmaciones conmovedoras, lúcidas, irreverentes, sabias. El libro exige ser leído muy lentamente, para degustar cada palabra. Le doy un ejemplo: “Sors veía las armas como la prueba del Bien… una persona no podría ser buena si no tuviera el poder para disparar y renunciar a ello. Las armas nos permiten ser buenos, basta con que no las usemos”.

Y entonces se me vino a la cabeza Sartre que estaba ya perdido en mi memoria: “El existencialismo es un humanismo”. Y explicaba que es humanista porque no existe más legislador que el propio hombre. ¡Cómo nos demoramos de jóvenes para discernir eso que ya entendemos hoy!: El ser humano no es “en si” sino “para sí”, lo que quiere decir que la vida del hombre es, por sobre todo, proyectarse, transformarse, construirse a sí mismo.

La diferencia existente entre la especie animal humana y todas las otras especies animales vivientes descansa en ese axioma: “para sí”. La especie humana es la única que tiene la capacidad de sostener un diálogo interior, pensarse. Ello explica, además, por qué es la única especie con la capacidad de transformar su entorno y de construir sueños que proyecten su vida.

Pienso que es por este lado que hay que abordar el humanismo. No como se entendía en El Renacimiento, a la manera de una antítesis de la superstición religiosa imperante. Ni siquiera centrarlo –como se arguyó más tarde– en un retorno a la paideia y al espíritu del helenismo clásico, o como una reivindicación de valores tales como la generosidad y la compasión, que son, desde luego, muy importantes. No.

Me seduce más la visión de Hannah Arendt que plantea como “la necesidad natural de lo humano”, esa pulsión irrenunciable e instintiva de mantenerse vivo, la razón por la cual se alimenta o se aparea, es una pulsión que comparte con las demás especies animales y puede denominarse “la vida de la labor”. Esa vida es repetitiva y rutinaria.

El humanismo empieza a aparecer cuando el ser humano toma distancia, es decir, se sabe integrado a la naturaleza, pero la interviene. Es lo que ella llama el homo faber, constructor de objetos, creador de “mundos”.

Pero el estadio que lo eleva, la fase superior, es aquella que trasciende la vida de la labor y la vida de la construcción, y lo ubica como un ser substancialmente distinto a todas las demás especies: es la capacidad de “actuar”, poner la vida en movimiento. Ella habla de “tomar la iniciativa”. Y entonces aparece la palabra Libertad que permite esa conexión con Sartre.

Porque el problema de la sociedad contemporánea, de todas las sociedades, es el descomunal esfuerzo que se hace con todos los medios y con todos los recursos para homogeneizarnos, convertirnos en manada, hacernos creer que debemos resignarnos para no desentonar y jamás escapar de la multitud. Nuestra propia caverna de Platón, una vida que no se construye porque es una vida mutilada. Una vida que no se piensa.

Un “Proyecto Humanidad” sería, de repente, el más subversivo de los propósitos, tal vez el único camino para salvarnos… entender el significado profundo de actuar en libertad… ser los dueños únicos de nosotros mismos.

17 de agosto del 2018, periódico El Mundo

El pacto de Adriana

No dudo que el Festival de Cine de Jardín [Antioquia] empieza a marcar una impronta asociada a su capacidad de ubicarse en los temas trascendentales de la discusión pública. La última versión se enfocó en la democracia. El eje de su propuesta fue “del habitante al ciudadano” y, ciertamente, logró su objetivo.

Vimos cine y asistimos a conferencias y conversatorios que nos permitieron tener una visión integral y dramática de lo que ha significado la historia de abusos del poder, violencias e injusticias en América Latina. Apreciamos las visiones de las víctimas y las de los victimarios, y nos conmovimos con ese paisaje y cultura que integran a nuestra región.

Desde luego, cada cual hace el balance y escoge la película o el documental que le deja una huella más indeleble. En mi caso, y muy a propósito de los sucesos de estos días en los que, por primera vez en la historia del país, un expresidente de la república es citado a indagatoria por la Corte Suprema de Justicia, en mi caso, reitero, El pacto de Adriana se constituye en la pieza trascendental de este festival.

La historia es impresionante: una niña, en Chile, crece adorando a su tía Chany, que representa para ella todo su ideal de mujer. La tía Chany es hermosa, alegre, exitosa, generosa, buena hija, buena hermana, el centro de todo, el orgullo de todos. La tía Chany viaja frecuentemente al exterior y su regreso es siempre una fiesta familiar en el aeropuerto. Ella llega cargada de regalos y siempre hay unos especiales para esta niña que la venera: imita sus gestos, sueña con ella, quiere vestirse como ella y, cuando sea grande, quiere ser como ella.

Un día del año 2007, en uno de esos regresos, la tía Chany es detenida en el aeropuerto acusada de haber pertenecido a la DINA, una siniestra organización del régimen de Pinochet, en donde ejerció como torturadora, dirigió secuestros e incluso un asesinato. La tía Chany es Adriana Rivas.

La documentalista Lissette Orozco, es esa niña y está estudiando cine por esos días. Decide entonces, por instinto, empezar a grabar todo, a conversar con ella, a registrar el entorno. Tarda hasta 2009 para tomar la determinación de realizar un documental que le permita demostrar la inocencia de su tía. Lisette tiene la convicción de que la tía Chany ha sido encarcelada injustamente, ella jamás haría nada de eso que se le endilga.

Uno o dos años después, Chany huye a Australia y el documental la involucra en el diálogo. Chany hace la tarea, graba para su sobrina las conversaciones que sostienen, graba los espacios que habita en la distancia y se establece entre las dos un diálogo largo, de años, en el que los llantos, las conversaciones, los testigos, las indagaciones, los documentos empiezan a mostrarle a Lissette que esa tía adorada la está manipulando, le está mintiendo, que esa tía sí secuestró, sí torturó, sí actuó con sevicia. La tía Chany sí hizo parte de la entraña de esa dictadura oprobiosa.

Y entonces Lisette enfrenta una lucha interior que tiene, a mi juicio, dimensiones épicas. “¿Cancelo el proyecto, no me enfrento a la tía ni me enfrento a mi familia, o sigo con el proyecto porque no me puedo traicionar a mí misma?

Lissete narra su decisión adulta. “Una tiene que armarse sola –dice– tiene que tomar sola la decisión de ser coherente con su ética y sus valores. Responderse a sí misma la pregunta de cuál es mi moral, qué es bueno, qué es malo. ¿Merece o no merece mi país que se conozca la verdad?”.

Y entonces arma esta pieza maestra en la que se aprecia la manera como ella se reconstruye y se conecta con la historia misma de Chile. El espectador es testigo de su dolor, de sus inquietudes, de su desilusión, del derrumbe de su ídolo.

Reflexioné en nuestro propio país y tuve una sensación de desgarre. La obsesión de muchos sectores por guardar silencio frente a los hechos dolorosos que nos circundan y frente a las actuaciones del expresidente acusado, la manera como se maquilla, se argumenta. Ese eco al mismo discurso de la tía Chany que “nunca hizo nada”: “Yo no lo hice, yo no lo hice, lo que dicen no es cierto, es un montaje, me quieren perjudicar, tú sabes que yo nunca haría eso”.

Esa lección de coraje de una niña que fue capaz de transitar de la inocencia a la adultez y, a pesar del amor, a pesar de la relación familiar, a pesar del riesgo, tiene el poder de descorrer el velo y reconocer la realidad.

Ya lo decía el gran Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad / y ven conmigo a buscarla…”

27 de julio de 2018, periódico El Mundo

Regular la protesta social

Hay un cierto patetismo en todo esto que se deja ver del período presidencial que se nos vino encima. Es un patetismo que rebasa las particulares condiciones del elegido, cuya incapacidad es inocultable según se desprende de los análisis que circulan en las más importantes publicaciones del mundo.

Un patetismo que va más allá de la configuración del gabinete ministerial y la confirmación que se hace al escrutar los personajes seleccionados, de que no sólo se gobernará al servicio de los intereses de unos pocos, sino que la corrupción y la ausencia de ética es un tema que les tiene sin cuidado.

Un patetismo que rebasa incluso la grosera manera como los grandes medios cohonestan con todo lo que entraña el desastre moral de este país.

Es un patetismo que tiene que ver con su incapacidad absoluta de entender el mundo, la historia de la humanidad, el inexorable movimiento del conocimiento y la vocación transformadora del universo.

Hubo una razón para que, desde el siglo XVII, y gracias a los buenos oficios de un pensador de la dimensión de Renato Descartes y de inteligencias como las de Baruch Spinoza, John Locke, David Hume, entre otros, la civilización ingresara triunfante en la era del racionalismo. Esa razón fue la imposibilidad de garantizar el avance de la sociedad sustentada sobre la base de la fe, de la autoridad, de la irracionalidad.

Parece difícil de creer, pero imagine usted un mundo en el que la única verdad posible es la verdad de Cristo. El imperio de una sola idea religiosa, de una sola interpretación de los hechos; un mundo que asume que la explicación de todo lo que existe se encuentra en las páginas de la Biblia.

En ese mundo, toda reflexión, todo acto, todo pensamiento que se aleje de esa verdad, todo gesto que no coincida con sus postulados, es calificado de herejía y causal, además de un castigo ejemplar. Un mundo en el que no se admite la duda sobre el origen divino de la autoridad y que parte de un supuesto escabroso: éste es un valle de lágrimas, nuestra misión existencial es sufrir, pues el sufrimiento es lo único que garantiza nuestro ingreso triunfante al reino de los cielos y a la felicidad eterna.

Imagine usted un mundo en el que cualquiera otra cultura existente sólo sea interpretable en la perspectiva de lo que usted, a su vez, considera pecado, y que, con el objetivo de salvarla, usted decida emprender campañas guerreras para imponer su verdad a sangre y fuego. Esa fue precisamente la lógica de las cruzadas.

Imagine usted un mundo en el que esta idea de Dios y de la verdad empiece a impregnarlo todo: las artes, las ciencias, la arquitectura, la vestimenta, la comida, las relaciones, el comportamiento.

Todo está concebido como un homenaje a Cristo y su verdad: el arte gótico, la arquitectura gótica con sus arcos ojivales, sus pináculos y sus elevadas agujas que pretenden tocar el cielo para entrar en contacto con el creador.

La alquimia, ese remedo de ciencia, que hace de la búsqueda de la piedra filosofal y del elixir de la eterna juventud su único propósito.

Un mundo en el que la intemperancia es ley y que cubre un largo período de la historia: el medievo, que se prolonga desde el siglo V hasta el siglo XVI, y que, por sus efectos devastadores en la civilización, ha recibido el muy certero nombre de «período del oscurantismo».

Ahí, en ese mundo, está instalado el nuevo régimen. Son incapaces de entender la Revolución Francesa, la Comuna de París, los Derechos del Hombre, la libertad, la legalidad, la fraternidad, la diferencia. Viven en otro tiempo, en otro mundo, con otros intereses. Caminan de forma contraria a la historia.

24 de julio de 2018, periódico El Mundo

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