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Pareciera que un problema siempre vigente entre los críticos de la literatura latinoamericana, siguiera siendo la poca visibilización del área centroamericana en la teorización sobre distintos géneros. Pero en este caso, el asunto es que, en la región, el testimonio no se ha agotado, ha mutado, ha cambiado, se ha hibridizado más, se ha desplazado hacia un arte de la memoria principalmente, por los procesos políticos en los que ha estado inmersa. Digamos que es algo histórico.

Y una lección aprendida para quienes estudian testimonios centroamericanos producidos desde la década del 70, es que existe una variedad de testimonios, cuyos campos referenciales suelen ser más de tres, bastante más amplios y abiertos. Con particularidades excéntricas, de acuerdo a los testimoniantes, y además que no se han detenido en los primeros 20 años del siglo XXI, sino que siguen apareciendo, vinculados a la inestabilidad política y la vulnerabilidad económica, en donde el sujeto subalterno ya no es el actor principal, lo ha sustituido un sub-alter (37), variado y polifacético, que puede o no escribir su propia historia, puede o no ser un intelectual orgánico de la clase subalterna en el concepto de los primeros teóricos del testimonio, sino que es un actor nuevo y emergente, proveniente de las capas precarias o precarizadas del hoy, del pos-post.

Se sabe actualmente, que el asunto del género será decisivo para que una literatura entre al canon, al corpus de obras de un lugar, etc. Porque la perspectiva está comandada todavía desde la tradicional noción de literatura. No se puede todavía lograr la inclusión de obras sin este operativo genealógico. (38) Por eso debemos entender el interés de la crítica literaria-cultural por insertarlo como género perteneciente a la literatura, y comprender la ardua lucha que se dio para conseguirlo.

Fundar o no fundar un género: Acerca de un espacio híbrido (39)

Sin embargo, situamos la fundación del género testimonio o testimonial en Latinoamérica en la década de 1960. Cuando Miguel Barnet decide concursar en el premio Casa de las Américas, participando con un libro que sigue considerándose uno de los paradigmas del género, Biografía de un cimarrón (1966). Durante el aniversario del aparecimiento del libro en Cuba, cincuenta años después, desde Casa de las Américas, Luisa Campuzano, a quién le han pedido que escriba el texto de presentación, ya inserto en un corpus de gran prestigio en Cuba, dice lo siguiente:

Quiere ser, por una parte, un rescate de aquel lejano ayer de mi primera lectura de Cimarrón, y por otra, un acercamiento actual al tiempo en que se escribió, se publicó y, sobre todo, se empezó a leer Cimarrón, a su contexto nacional de creación y de recepción, y a su influencia decisiva en la canonización del testimonio latinoamericano. (40)

El libro en cuestión aparece inicialmente dentro del contexto de la Revolución cubana. Sabemos que Barnet decide ir a buscar en un asilo de ancianos algún informante, para que le hable sobre la religión cubana de origen afrodescendiente. Y así tratar de rescatar la memoria de la época de la esclavitud que estaba también dentro de la agenda de las políticas culturales de la revolución. Por eso no es extraño que la investigación de Miguel Barnet se orillara hacia allá. Sin embargo, tenía en común con este tema, el tratar de conocer más sobre la religiosidad practicada durante el periodo de la esclavitud, y no existían planes reales en su agenda de investigación, de acumular conocimiento sobre este periodo histórico de la vida en Cuba. De allí que el gesto de buscar exesclavos para hacerles entrevistas y tratar de rescatar la memoria de ese periodo, con testigos o sobrevivientes que ya estaban en los cien años, fuera una de las tareas importantes desarrolladas por la revolución y sus intelectuales y políticos de la década del sesenta.

En este caso Miguel Barnet que todavía no contaba con 30 años, se dirigió al asilo de ancianos, donde todavía pudo conversar y entrevistar a algunos de ellos. Le interesaba, como ya se dijo, el asunto religioso africano-cubano, pero se empieza a sentir atraído por la figura de uno de los entrevistados, que le parece muy interesante como personaje. Un hombre que había sido cimarrón o esclavo fugado, de nombre Esteban Montejo. (41) Al final termina haciendo las grabaciones con este anciano que poseía el don del relato oral, como una extraña paradoja de la soledad que había vivido durante muchos años en el monte, a donde había ido a refugiarse de la fuerte explotación que, sobre los hombres y mujeres de origen africano, se aplicó durante la esclavitud en Cuba. Desde este escrito suponemos que los destinos de estos dos hombres se cruzaron para construir una historia, la de Montejo, pero transcrita y documentada por Barnet. Sobre este asunto la crítica cubana ha comentado que:

Estebán Montejo, que a sus 103 años pudo pasar mudo por la historia, sumido en las tinieblas, de no encontrarse con Barnet un día preciso de sus largos años. El testimonio del esclavo negro no es una historia privada, individual que afecta a un solo sujeto, tiene que ver con toda una comunidad. (42)

Testimonio con intermediario: Algunas consideraciones teóricas

Desde un artículo inicial de Margaret Randall, ella contemplaba la existencia de un escritor o escritora que participara de un proceso conjunto con otro, identificado como persona o sujeto de la clase subalterna. Las teorizaciones de Randall al respecto pueden revisarse en La voz del otro, dado que los editores del libro, se lo incluyen como documento. Ella desde un inicio distinguía entre dos tipos de testimonios: «en sí» y «para sí». (43) En la primera categoría incluía, de manera general, todo tipo de insumo testimonial, las relacionadas con la literatura canónica, como la novela testimonial, el teatro popular, poesía que transmite la voz de un pueblo, el peridiodismo, discursos políticos, documentos cinematográficos, colecciones de fotografías, etc. En la categoría para sí, identificaba al testimonio que conocemos como mediato o con intermediario. (44)

El proceso del libro entre Esteban Montejo y Miguel Barnet nos permite decir que se trataba de uno de los tipos de testimonio, que la crítica más especializada en literatura y estudios culturales denomina «con intermediario», para oponerlo a aquellos libros donde no hay intervención de un transcriptor o intelectual letrado que acompaña con su edición el proceso del libro escrito, a lo largo de un tiempo prudencial.

A partir del libro de Montejo y Barnet, (45) el intermediario va a escogerse para participar en el proceso testimonial, entre los intelectuales que tenían costumbre o práctica de trabajar con informantes nativos. La diferencia entre las prácticas antropológica e histórica, es que el testimoniante o el sujeto que ofrece su testimonio oral, a un intelectual letrado de la sociedad civil, no es un informante nativo a través del cual el sujeto científico comprobará hipótesis y responderá preguntas de investigación, es más bien el representante de una colectividad subalterna que ha estado en medio de procesos de explotación, los ha vivido, los ha sobrevivido y puede dar fe por él/ella y por su colectivo en un proceso de confianza en un género, que permite que se escuche la otra versión de la historia.

Cuando Barnet, que iba buscando información sobre prácticas religiosas durante la esclavitud, se encuentra con Esteban Montejo, su sorpresa es que el anciano posee un lenguaje de alguna manera vital, a pesar de la edad, la falta de comunicación continua en sociedad, es capaz de ordenar un relato con el cual le dará información sobre una etapa de la vida cubana, que a la revolución sí le interesaba la época de la esclavitud vivida por los exesclavos cubanos que lograron sobrevivir todavía lúcidos a la dominación violenta de ese periodo. De esta manera expresa Barnet, años más tarde, cuando visita por vez primera, Santa Teresa, el lugar donde nació Montejo:

Aunque frente a la grabadora Esteban construyó su propia historia, es evidente que empleó elementos verídicos. Yo siempre respeté su fresquísima memoria, pero no solo intenté reproducir fidedignamente –hasta el punto que uno puede ser fiel– su vida, sino que también recree ese otro lado de la historia no contada. (46)

La variedad de mediaciones del proceso testimonial

Uno de los problemas que observamos en la actualidad, analizando la presencia del intermediario en el proceso de creación de una versión escrita, cuyo testimonio está construido desde lo oral, es precisamente que se enfrentan los autores y transcriptores con una mediación (47) radical. Ya que deben trasladar el discurso del perfil oral al escrito, lo cual se puede lograr a distintos niveles, dependiendo de la capacidad del intelectual letrado, de su adaptabilidad al proceso testimonial, de su confiabilidad en el proceso y de otros factores de confianza y apoyo; porque de alguna manera pierde como escritor, autoridad narrativa, y su deber es más bien, transcribir sin intervenciones convencionales el relato oral del sujeto o testimoniante, que ha entrado en un proceso de confianza total con el intermediario que se ha ofrecido a dejar escuchar la voz del «otro». Y esa confianza es total, no debe ni puede fracturarse, porque todo el proceso del testimonio se desmoronaría. Margaret Randall, en su experiencia de teorización y práctica testimonial, decía al respecto que: «Cuando hay una verdadera identificación con el informante, el trabajo tiene posibilidades mayores». (48)

A partir de la frase de Spivak, de si «puede hablar el subalterno», actualmente sigue siendo un problema el efecto escritural que él o la intermediaria deben lograr al transcribir y editar la voz grabada, tanto cuando el registro de grabación era mucho más artesanal que en la actualidad, que es digitalizada. El problema actual al respecto es que los lectores que están educados en los derechos de autor, las leyes sobre las cuales se apoya la autoría de un libro, y a pesar de que han pasado tantos años y tenemos tantos ejemplos de relatos testimoniales realizados por intermediarios, se suele todavía darle u otorgarle la autoría únicamente al transcriptor. Eso sucede por la forma tan rígida en que hay que realizar los créditos del libro, normados por las academias y las editoriales. Desde estas reflexiones suponemos que cuando se trata de un libro donde el relato es de origen oral, porque el sujeto o sujeta que lo ofrece para transcribirlo no tiene las herramientas escriturales para resolver su propia historia, utilizando el lenguaje escogido para el efecto, debería de tomarse en cuenta, que se trata en todo caso de dos autores o autoras. Los dos casos paradigmáticos son los de Biografía de un cimarrón y Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la consciencia, producidos en dos distintos momentos de la historia del género testimonio en Latinoamérica.

La pregunta de Spivak de todas maneras también puede ser respondida desde otra perspectiva. Ya que al cuestionamiento acerca de si es posible darle voz a la subalternidad. La literatura, los estudios culturales, la sociología, la filosofía y otras disciplinas, han realizado cantidad de ensayos donde se ha trabajado la pregunta, y aparecen distintos puntos de vista que proceden regularmente de una de ellas. Se aconseja, desde la experiencia en la lectura de distintos tipos de testimonios, no sacar una sola conclusión al respecto. No hay recetas, depende del proceso en que se haya visto envuelto el libro, así será el producto final (regularmente en forma de libro, aunque hoy existan otros formatos) que tendrán los lectores que se interesan por estos temas, y que tienen cierta confianza en la lectura que ejecutarán.

Otra de las reflexiones que se ha discutido mucho al paso de tantos años, leyendo y escuchando testimonios, está en relación a la capacidad de los transcriptores de lograr el efecto de oralidad en la escritura. Los relatos orales dependen totalmente de la tradición oral de donde procede la voz del testimoniante. (49) Y los transcriptores también varían de origen, preparación, sensibilidad y confiabilidad, tanto humana como lingüística. (50) El proceso testimonial da paso de lo oral a lo escrito, depende de muchísimos elementos. También el discurso oral viene de una tradición lingüística específica, que casi no observamos desde el proceso de intermediación. Le ponemos mayor atención al resultado de la mediación, o sea al relato escrito. Y no pensamos para nada si el relato oral es tan específico que requiere de un intermediario con capacidades distintas o quizás requiere de más de un intermediario, como sucedió en el caso de Rigoberta Menchú con el primer libro. (51)

Contextos y proyectos políticos en medio de los cuales se dan los procesos testimoniales

Ya hemos mencionado que los dos proyectos que se convirtieron en testimonios paradigmáticos en Latinoamérica son Biografía de un cimarrón (1966) y Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la consciencia (1983). El primero, como ya se explicó antes, aparece en el contexto de la Revolución cubana en la década del sesenta. En tanto el segundo, se inserta en el proyecto político revolucionario guatemalteco, que estaba en medio de un fuerte conflicto armado en la década del ochenta. Se trata de un contexto político muy sangriento y violento, donde la comunidad de donde viene la tradición del relato oral de Menchú, había sido altamente violentada desde la década del sesenta, que es la temporalidad desde donde se gesta el libro cubano. Además, dentro de una revolución instalada en Cuba y en proceso de reforma y asentamiento. Solo con estos dos ejemplos podemos notar que se trata de una actividad testimonial muy distinta.

En el caso de Biografía, (52) el intermediario también es cubano, aunque sea mestizo. (53) Algo particular de este proceso en el que se involucran estos dos hombres, es que se trata de sujetos sociales nacidos en distintos momentos, con muy distintas experiencias personales y un origen que los marca socialmente. En el caso de Me llamo, son dos mujeres, una maya y la otra mestiza de origen venezolano, y fuerte cultura occidental. El contexto político del segundo libro posee una actividad altamente secreta, que el primero no maneja. La búsqueda del testimoniante se da de manera estatal. Barnet no tiene que conspirar para ir a buscar a Esteban Montejo al asilo. Como lo tienen que hacer los interlocutores, intermediarios y participantes en el proceso para lograr que Menchú hable y dé su testimonio, como parte del proyecto político de las izquierdas guatemaltecas. (54)

Los dos testimonios están matizados por la mediación de un/una intermediaria. En el caso del libro cubano, la lengua materna de Esteban Montejo es igual que la del intermediario. Aunque su lenguaje oral se sitúe en el siglo XIX, y haya venido desarrollándolo en silencio a lo largo del siglo XX, ya en época moderna. De hecho, Montejo habla con muchos arcaísmos que son propios del desarrollo del español del siglo XIX. En tanto, en el segundo libro, Menchú es hablante del k’iche’, y Burgos es hablante del español. Allí se presenta otra mediación porque Menchú relata su historia en un segundo idioma, el español. Hay un proceso de traducción personal de parte de ella, que influye en el carácter del testimonio que otorga a Burgos, y añade un problema a las mediaciones realizadas en todo el proceso. Burgos no habla ni comprende el idioma k’iche’. Y aunque en el caso de Biografía, no haya existido un equipo más grande alrededor del proyecto del testimonio transcrito por Barnet, la revolución cubana, con su apoyo a la agenda de recuperación de la memoria de la esclavitud, se convierte en un gran colectivo detrás del libro.

En el caso de Me llamo, además de Burgos hay un equipo de editores y consejeros que son parte del proceso revolucionario, y que están apoyando la edición del libro de Menchú. Hoy sabemos por declaraciones de Arturo Taracena y reproducciones de sus palabras en otros ensayos críticos sobre el tema, que también participa y edita con Burgos en el documento final, que tampoco había sido transcrito finalmente solo por Burgos. A raíz de varias entrevistas ofrecidas por Taracena y también por Rigoberta Menchú, sobre el tema del libro, sabemos hoy que la importancia de este historiador guatemalteco en la hechura del testimonio es fundamental. (55) En este mismo artículo de Morales incluye declaraciones de Menchú respecto a la presencia de Taracena en el proyecto del libro:

Otro de mis grandes maestros fue Arturo Taracena. A él lo conocí en París. No teníamos una fuerte relación de trabajo en esos años. Lo que nos unió fue que él me convenció para dictar el libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia [...] Él [Taracena] tenía la inquietud de que el libro trascendiera y que llegara a públicos grandes. Conocía a Elizabeth Burgos. Fue Taracena quien le propuso a la señora Burgos que hiciéramos el libro. El sostenía que si el libro lo escribíamos él y yo, un exiliado y una indígena, nadie le iba a hacer caso, resultaría una especie de panfleto en familia. Necesitábamos una persona con nombre y con entrada en el mundo académico y editorial. No habría conocido a Elizabeth Burgos si no hubiera sido por él. (56)

En la década del ochenta o noventa en Guatemala, esta información no existía. Se publicó en el libro hasta en 1998. Hoy se convierte en información muy útil para explicar que, efectivamente, el libro de Rigoberta Menchú era un proyecto editorial que tenía detrás un equipo de intelectuales, algunos de ellos guatemaltecos como Taracena, con lo que es posible afirmar que Me llamo Rigoberta Menchú es efectivamente un libro colectivo y heterogéneo en su planificación. Cuando en 1983 se hablaba del libro, la primera descalificación era racial. No lo había escrito Rigoberta por ser indígena. La afirmación era contundente. Más tarde se le atacó también desautorizándola por no haberlo hecho ella sola con Burgos. Cuando efectivamente los testimonios con intermediario poseen este perfil en el que casa perfectamente su libro, cuando es fuertemente político. Tal y como se comprueba después de varios años de publicado. En medio de tremendas polémicas por la autoría, la autoridad narrativa, el asunto de la oralidad, la verdad, los procedimientos, etc.

En la década del noventa, cuando se hacía un recuento histórico de la literatura y se sabía que definitivamente había cambiado el registro literario, y el campo literario se encontraba ante una fuerte tendencia a la hibridez genérica, sin cuestionarla tanto, todavía se ponía en tela de juicio el hecho de que el testimonio se pudiera sostener como un nuevo género literario, muy a pesar de que se había fundado latinoamericanamente en la década del sesenta (57) y para entonces ya habían transcurrido 30 años de fuertes polémicas teóricas alrededor del género. (58)

En la década del noventa habían acontecido varios hechos históricos que hacían que el registro se consolidara. Por un lado, en 1989 se asistió a la caída del muro de Berlín, y con él se vinieron abajo los grandes discursos de la modernidad, que abrían fisuras para pensar al Otro, de manera distinta y existente. (59) Y por otro lado, para el caso del libro de Menchú, se había empezado a negociar con los Acuerdos de Paz, aunque la paz no hubiera sido firmada, sino hasta en 1996. Es muy posible que el aparecimiento de estos relatos, de corte testimonial, construidos de forma oral, como en el caso de los dos libros que se comentan, puedan pensarse como esos pequeños relatos, donde se discuten asuntos históricos, muy localizados geográficamente, pero que tienen una fuerte capacidad de expansión a nivel de fenómenos históricos. Pues son similares a otros en distintos lugares del mundo, y rellenan aquellos hoyitos de historia que no habían sido contados o dichos. Por otro lado, al no ser escritos de puño y letra por los testimoniantes, sino relatados de viva voz, grabados y luego transcritos por el intelectual solidario, parecen actuar discursivamente como literaturas menores, porque no están construidos directamente a través de un discurso escrito, sino que deben pasar por una mediación, a la que le llamamos radical aquí en este trabajo, donde se debaten y entran en discusión, tanto asuntos políticos como culturales y sociales.

Razones de la construcción de estos testimonios

La teoría del testimonio ha explicado ya con claridad que casi todos los libros que se produjeron antes de la guerra fría, estaban insertos en proyectos políticos específicos. Se construyeron con el propósito de hacer escuchar las voces de la otredad. Podemos afirmar que, a nivel de recepción, el libro cubano, Biografía, representó una manera novedosa de utilizar los insumos testimoniales como herramienta de recuperación de la memoria de la esclavitud. Por otro lado, el libro guatemalteco, relata y denuncia asuntos acontecidos en el presente de la escritura y del relato oral, con lo cual se convierte en una lectura peligrosa para los enfrentamientos durante la guerra civil en Guatemala, durante toda la década.

Los dos libros han sobrevivido como libros que dejaron escuchar el relato oral. Uno, porque los transcriptores y/o equipo de edición funcionó escrituralmente y atrapó los elementos esenciales del registro oral de los hablantes nativos. Dos, porque los testimoniantes pudieron relatar con fuerte capacidad creadora aquellas anécdotas que poseían suficiente sentido oral como para trasladarlo a lo escrito. O sea, hicieron compatibles los dos registros, el oral y el escrito.

Verdades y mentiras narrativas

Un elemento bastante estudiado por la crítica testimonial, desde la década del setenta, es el de la verdad narrativa, que la explican y entienden como la verdad del testimoniante. Se trata de una versión de la historia que se cuenta y que posiblemente se inserta en una historia mayor, realizada en distintos espacios y tiempos por los historiadores, con el carácter de ser la verdad única e inamovible. La verdad narrativa testimonial regularmente ha sido ignorada por la historia oficial o por los realizadores de la historia. En incontables ocasiones se escucha decir que los testimonios son muy parciales en lo que relatan. De hecho, lo son. Porque en el fondo se trata de lo que la crítica literaria-cultural denomina non-fiction o literatura de no-ficción. Literatura que surge abiertamente a finales de la década del cincuenta e inicios del sesenta, en distintos lugares del mundo, pero se deja ver más rápidamente desde los lugares de poder cultural, como Estados Unidos. A sangre fría (1966) (60), de Truman Capote, es uno de los ejemplos paradigmáticos de la literatura de no-ficción. Casi inmediatamente, y por encontrarse en su apogeo la industria del cine, en ese país floreciente, sale la película basada en la obra de Capote, (61) con el mismo título, y catapulta el género literario internacionalmente. La obra en cuestión la escribe Capote dentro del periodismo de investigación, tiene un campo referencial biográfico, pues tiene la oportunidad de conocer al asesino en la cárcel. De alguna manera también la trabaja como una novela policial. Los insumos de investigación son muy fuertes. La historia proviene de la realidad, no la está inventando. Los sucesos están aconteciendo a la vista de Capote, y él es testigo de toda la trama que inserta dentro de la narración. Por el carácter de consulta de las entrevistas que realiza con distintas personas involucradas o no en el caso, se puede decir que las transcripciones que hace se insertan dentro de la modalidad de la literatura testimonial con intermediario. Sin embargo, en Estados Unidos no se desarrollan proyectos políticos de insurrección civil y militar como en un lugar como Cuba o Guatemala durante el siglo XX.

La obra de Capote emerge durante el contexto previo a la guerra de Vietnam. Pero al mismo tiempo también se dan los fuertes proyectos de defensa de los derechos civiles en Estados Unidos durante la misma década. La obra aparece, como las otras, en lo que se nombra como «río revuelto». La historia contada se ubica en Kansas en 1959, pero se publica en 1966. La narración es la de un escritor del sur de Estados Unidos, que le hace una marca específica a la narración sobre relatos verídicos llevados a la ficción o a la no-ficción, como es el caso de este género, donde se inserta lo testimonial. De hecho, Truman Capote designa el género como non-fiction, con el cual explica su concepto de novela testimonial.

Un antecedente, Operación masacre (1957) de Rodolfo Walsh

La obra de Walsh también corresponde al periodismo narrativo o nuevo periodismo. Y es posible ubicarlo historiográficamente en la literatura de no-ficción. Es uno de los géneros que emergen en la misma época, en distintos lugares del mundo, y que en este caso lo traemos a colación precisamente porque aparece ligeramente antes en Argentina que A sangre fría de Capote en Estados Unidos. Se publica de hecho en 1957, dos años antes que Capote iniciara su investigación en el caso del asesinato de la familia Clutter y que consigna en el libro. La construye igualmente a través de las estrategias del género testimonial, haciendo las entrevistas con los propios sobrevivientes, las familias de estos, las autoridades de gobierno y otros personajes de la vida cotidiana de ese momento en la Argentina.

Realiza una investigación detallada y da cuenta del acontecer de una serie de asesinatos de prisioneros el 9 de junio de 1956, conocidos en la historia como los fusilamientos de José León Suárez. Estos fusilamientos fueron ordenados y cometidos durante la dictadura cívico-militar de la llamada: Revolución Libertadora. El asesinato lo motiva una de las insurrecciones peronistas contra esta Revolución Libertadora. El castigo que les prodigan a los insubordinados es ser ajusticiados de forma clandestina en un lugar cercano a Buenos Aires, con el nombre de Suárez. Pocos meses después, Walsh se entera de lo ocurrido a través de una persona y decide hacer la investigación porque hay sobrevivientes y decide, a través de esos testimonios que recoge, reconstruir la masacre. Los entrevista, reconstruye los hechos y ese material será la base con la cual escribe Operación masacre. Se sabe que Walsh fue publicando la obra por entregas, consolidando una versión en 1957, que iba creciendo mediante el recabamiento de mayor información que realizaba en forma de investigación, y que paulatinamente iba añadiendo. En realidad, a través de este relato, Walsh hizo evidente el terrorismo de estado en la Argentina, y podemos observar que los métodos utilizados contra la población civil en las décadas sucesivas en Latinoamérica, y que se conoce como «doctrina de seguridad nacional». Esta práctica estaba ya en los acontecimientos que Walsh pone al descubierto en su investigación sobre este caso. La manera cómo construye el libro también antecede a la construcción de testimonios a través de intermediarios, como es el caso de los dos libros paradigma del género que se van comentando.

Ya hemos observado la tendencia que las obras argentina y estadounidense presentaban. Poseían fuertes componentes testimoniales en su concepción. Se hacía uso de varios campos referenciales para construir la historia. En ambos casos la verdad narrativa va construyéndose a través de los testimonios de varios testigos de los hechos. Con estos insumos se arma la historia, y quizás por eso, la obra posee un fuerte referente novelístico o ficcional. En cambio, en el caso de Menchú y Montejo, se trata de dos sujetos que ofrecen un testimonio dentro de un proyecto político de las izquierdas latinoamericanas. Aquí, en estos dos libros, la verdad narrativa se vuelve mucho más relativa, porque no se trata de contar a pedazos una versión de la historia que se quiere narrar, sino que se construye la historia que no se contó en ningún momento o los grados cero de historia que no se consignaron en la historia oficial. Se trata de dos modos testimoniales con intermediarios. En el caso de los libros de Menchú y Montejo, los intermediarios reciben el testimonio desde los espacios de la subalternidad. En Operación masacre y en A sangre fría, las entrevistas se recaban con distintos sujetos, porque en el fondo se trata de una investigación criminal, que no existe en el caso de los libros cubano y guatemalteco. Digamos que el campo referencial que predomina en los libros argentino y estadounidense está vinculado con armar o reconstruir una verdad sobre un hecho que está oculto, y que es de corte criminal. La verdadera intencionalidad del libro es desvelar la tragedia de los fusilados. En los otros dos libros, está pesando más el referente autobiográfico e histórico por un lado. En los dos casos, las voces provienen de espacios iletrados y subalternos, además se marca el género sexual como un elemento decisivo en las narraciones, también la etnicidad de los testimoniantes, y el hecho de que sus lenguajes orales provienen de espacios comunitarios en el caso de Menchú, y desterritorializados en el caso de Montejo, ya que articula un discurso en un lenguaje construido desde la esclavitud, matizado por la temporalidad en la cual desarrolla sus habilidades para hablar y comunicarse, las cuales van a ser interrumpidas por su condición de cimarrón, la soledad y la ausencia de comunicación con otros seres humanos en largos periodos de tiempo.

Menchú y Montejo o la construcción de la verdad

¿Qué pasa entonces con la construcción de la verdad contenida en los libros de Menchú y Montejo? En los dos casos hay un fuerte componente histórico. Montejo por ejemplo, relata las vicisitudes de su vida como esclavo en los barracones. La religiosidad que practicaron durante la esclavitud. Las formas en que sostenían relaciones sexuales, que se considera algo específico del espacio íntimo y pasa en este testimonio al espacio público, etc. Se trata de un mundo que estaba oculto para los historiadores, sobre todo en detalles de los que solo puede dar fe un esclavo que ha vivido durante mucho tiempo tanto las vicisitudes de la esclavitud en comunidad, como en soledad, que es el caso de Montejo cuando se escapa y vive escondido en el monte, en total aislamiento. Las partes más polémicas de sus relatos, son las relacionadas con su participación en la guerra, y luego durante la revolución.

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