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PRIMERA PARTE

PRIMERA PARTE

LOS HUESOS MÁS AMARGOS DE LA VOZ: REFLEXIONES INICIALES

La escritura de obras testimoniales tiene una larga historia. Aparecen estas obras para dar cuenta, desde espacios sin poder político, económico y cultural, de partes de una historia fragmentada, que se ha ido contando de manera a veces desinformada, otras veces a propósito se obvian partes y sujetos que habían participado activamente en hechos que no quedan documentados en la historia que se ha escrito. Quizás sea esa la razón por la cual desde espacios que se resisten siempre a la anonimia y al desaparecimiento, aparecen otros relatos para ir completando partes de la historia que se obvió, o para rectificar sobre los hechos que se documentaron como totalmente ciertos, y donde faltó información más apegada a la realidad de los acontecimientos.

Lo cierto es que los testimonios en la historia de Latinoamérica, que es la que le compete a este trabajo, han funcionado desde el momento del encuentro entre las culturas indígenas, españolas y portuguesas, y un poco más tarde entre las afrodescendientes, para ir dando cuenta desde espacios negados de la historia oficial, de la existencia, presencia, sufrimiento y resistencia de los grupos más marginados de la sociedad en que se produzca este tipo de relato testimonial.

No estamos argumentando en este trabajo, que porque se funde el testimonio como un género literario en la década del 60 del siglo XX, para el caso latinoamericano, y vaya paulatinamente siendo aceptado e incluido en los listados de lecturas obligatorias, para pasar finalmente a constituir parte del canon de las literaturas del continente a lo largo de 30 años, se pueda afirmar que la literatura testimonial aparece en ese tiempo, y que se borre la historia de los antecedentes testimoniales, de su desarrollo como género que, como ya se indicó, aparecen desde el inicio del choque entre las culturas europeas y originarias, de los distintos lugares a donde los conquistadores llegaron en el siglo XV.

La discusión aquí se produce a propósito de que este trabajo se escribe dentro de la academia literaria-cultural, desde uno de los países denominados del tercer mundo, Guatemala, y además tampoco se construyen estas reflexiones desde espacios reverenciados de poder académico. Quién escribe ha estudiado el género testimonial desde hace por lo menos veinte años, y ha enseñado consecutivamente el curso de testimonio, en la maestría de literatura de la Universidad Rafael Landívar desde el año 2011. Esto ha provocado a nivel personal, mayor conocimiento sobre el tema. La interacción con los y las estudiantes de maestría ha sido beneficioso, sobre todo cuando a ellos y ellas se les ha despertado el interés por el tema del testimonio en Guatemala y en otros lugares de Latinoamérica. Han tenido que estudiar la teoría del testimonio y el desarrollo del género en los distintos lugares del continente para poder escribir sus ensayos de investigación, acerca de temas centrales alrededor del tema mayor.

La experiencia de la escritura de este libro no se habría podido hacer sin esa práctica de enseñanza de la literatura del testimonio latinoamericano. La recepción del tema entre los grupos de estudiantes ha ido cambiando. Se ha fortalecido el interés por el género testimonial, por diversas razones. Una central es que en el país el impulso creativo para la escritura de testimonios no se ha detenido a lo largo de cincuenta años. Los y las escritoras de testimonios, en las dos modalidades más fuertes que existen, han sido abundantes en determinados periodos a lo largo de esos años. Sea porque se trataba de personas que habían militado en algún momento de la lucha armada, que duró 36 años en el país y habían sobrevivido para contar su propia versión de la historia.

En Centroamérica, en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, la escritura de testimonios sí dio frutos. El tremendo problema es que el impulso de la escritura estaba ligada a proyectos políticos de las izquierdas centroamericanas, y que todo lo que tuviera ese color era rechazado por la sociedad centroamericana en general, de forma privada o pública, y visto desde el poder del Estado, como algo peligroso, con tintes izquierdistas, aunque algunos de los relatos no tuvieran acogida real, o hubiesen aparecido dentro del centro de poder de los proyectos políticos. En algunos casos estas escrituras se hicieron a contrapelo de la dirigencia de izquierda. Se realizaron de forma clandestina a manera de catarsis del dolor sufrido, porque el impulso que las motivaba, venía precisamente de que, si no contaban su historia, no tendrían con el tiempo la menor oportunidad de contarla, si acaso desaparecían, y todos aquellos relatos se irían diluyendo cuando el tiempo fuera pasando. Entre estos proyectos testimoniales con autoría están, por ejemplo, los relatos de escritores indígenas que sobrevivieron a las masacres en sus localidades y pudieron migrar hacia otros países, como los casos de Víctor Montejo o de Calixta Gabriel. Por otro lado, se precisó de lo que en la teoría del testimonio se llama el intelectual solidario, en testimonios puramente orales y regularmente colectivos o anónimos, que funcionaría como transcriptor y editor de estas obras, para así poder sacar a luz los testimonios de quienes nunca podrían escribir sus propios relatos. El ejemplo clásico es el libro Historia de un gran amor de Ricardo Falla, donde nos enteramos de varias facetas testimoniales. Por un lado, los relatos orales que el padre Falla recabó entre el colectivo, acompañando pastoralmente a las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) entre las décadas del ochenta y noventa del siglo XX. Y por otro lado su propio relato o testimonio de lo que él mismo vivió en ese tiempo, acompañándolos a ellos. Digamos que el perfil de estos testimonios también floreció infelizmente entre los colectivos más anónimos, que enfrentaron o estuvieron en medio de la guerra de los 36 años.

Los casos de testimonios autoriales (6) son numerosos. Se trata de aquellas historias colectivas y mixtas, narradas por los militantes o exmilitantes de las distintas guerrillas en Guatemala, El Salvador o Nicaragua. Eran obviamente producto de su propia experiencia en las montañas o en la selva de sus lugares de origen, o de su historia de militancia. Esos relatos o testimonios son muy híbridos en cuanto género. Se trata generalmente de relatos de guerra, de participación guerrillera, de sobrevivencia en medio de un espacio hostil, de tiempos vulnerables −vivencialmente hablando−, dado que la mayoría de estos autores y autoras eran ladinos urbanos que se insertaron en las guerrillas de sus propios países en el momento de los enfrentamientos entre población civil y ejércitos. Entre los más conocidos están: Miguel Mármol (1972), de Roque Dalton de El Salvador, Los días de la selva (1980) de Mario Payeras de Guatemala, La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982) de Omar Cabezas de Nicaragua.

Husmeando en las raíces

Durante estos largos años investigando los testimonios, nos encontramos con desplazamientos de paradigmas. El conocimiento general sobre la literatura y los cambios en sus propias nociones, son parte de la historiografía actual de los países de Centroamérica que hay que seguir revisando, para actualizarlos. La literatura de este lugar cambia y sufre desplazamientos similares con otros lugares del mundo, donde se producen fenómenos bélicos o fuerte inestabilidad política y económica, que tiene una relación con las acciones económicas de los centros hegemónicos de poder, todavía de perfil colonial. Saber que en la década del sesenta emergen las literaturas no ficcionales en distintos lugares del mundo, colabora bastante en la comprensión de un género como el testimonio. Precisamente porque esta práctica escritural se produce desde espacios no hegemónicos. Los productores de estos relatos, ya sean los orales o los propiamente escritos, se encuentran en espacios políticos y sociales muy vulnerables. Unos porque vienen de zonas precarias económicamente de la sociedad, en algunos casos totalmente empobrecidos; otros porque se encuentran en espacios no vigilados del poder estatal, que sería el caso de los relatos de guerra o sobrevivencia durante este periodo de guerra interna.

Acerca de gestos descoloniales

Para quienes estudiamos el testimonio, teórica y prácticamente, sabemos que uno de sus mayores dilemas como género literario es poseer varios campos referenciales de entrada. Porque cuando se hace desde la oralidad y se transcribe, precisa mínimo de dos personas. Una que da el relato oral, lo otorga, tiene toda la voluntad de que se transcriba; y otro que debe comprometerse con su oficio. Se trata de un escritor-a, que es solidario con el proceso, que transcribirá fielmente lo relatado, que hará que se escuche la voz de ese que le cuenta la historia, en medio de un tremendo sufrimiento, si aquello que cuenta ha sido vivido de forma brutal y ha provocado trauma. Cuando esto sucede, en medio del proceso de otorgamiento y grabación de la voz, en el caso que se pueda usar esta herramienta, aparecen ya los distintos campos referenciales funcionando simultáneamente. En los casos paradigmáticos del testimonio latinoamericano, donde funciona un transcriptor-editor, el proceso regularmente se sucedió entre un antropólogo y un testimoniante de origen subalterno. Los dos casos famosos lo constatan en dos distintos momentos de la historia del testimonio. (7) La historia ya documentada de estos testimonios, verifica que se trataba desde el primer momento de un proceso entre distintas disciplinas. Y el proceso completo se logrará utilizando herramientas provenientes de otras dos disciplinas más, como la historia, entendida como contrahistoria, y la propia literatura vinculada a los orígenes del testimoniante. Los resultados son distintos y además tienen distintos contextos políticos, económicos y culturales, que serán más adelante comentados en otros apartados. Lo cierto es que el testimonio con intermediario se produce de manera transdisciplinaria. El testimonio como proceso no admite otra opción, y esa puede ser una gran diferencia entre la autobiografía, el ensayo y otros géneros ya existentes y validados por las academias occidentales, con los cuales se intertextualiza.

Los testimonios autoriales que no poseen intermediarios, resultan construidos transdisciplinariamente también, pero con otro perfil. Porque el testimoniante, no precisa de un intermediario para la transcripción, se realiza directamente la escritura y lo que se produce es la narración que pendula entre varias disciplinas que el testimoniante conoce de alguna forma, dependiendo de sus capacidades y de sus orígenes.

Quizás la mayor discusión aquí puede ser esto del campo de lo transdisciplinar. Porque el asunto con el testimonio es que se construye dentro de una transdisciplinariedad a la que la crítica llama descolonial. (8)

Más actualmente, pero también en su origen, los primeros teóricos del testimonio venían relacionados con lo que la academia norteamericana llamaba estudios étnicos (9) desde la época del 60, que es cuando el testimonio va a empezar a pelear su validación como género literario. Para la crítica lo étnico se asociaba también con sujetos cuya ciudadanía estaba continuamente cuestionada dentro del orden moderno colonial. (10) Y quizás por esto mismo, los testimoniantes de origen indígena son considerados por este orden colonial como los menos capaces en la producción de conocimiento, que sería el de participar en la construcción de un testimonio, donde una parte del reconocimiento escritural les correspondería a ellos. Es evidente que esta falta de credibilidad en narrativas que provenían de esos espacios que estaban racializados por los Estados nación, se constituían en problemáticas que, en Guatemala, se pelearon a niveles insospechados y desde diferentes frentes, tanto extranjeros como nacionales. (11)

Es indudable que parte del rechazo a la lectura de los testimonios y su credibilidad en lo que se relata, está basada en el prejuicio que colonialmente se construyó en el imaginario sobre los sujetos que lo escriben. (12) La aparición y la validación del testimonio se producen en una época en que tanto la línea secular como la ontológica (13) en la modernidad, conviven. Según la crítica lo que esto provoca es que el sujeto moderno no sea: «liberal, tolerante, e hiper-racionalista, sino racista». (14)

Por otro lado, los testimonios están relatando una parte de la historia del mundo en el que han sobrevivido para contarlo, que no resulta cómoda para los lectores. Se trata de evidenciar las formas en que han vivido las desigualdades y cuál ha sido el impacto de esa diferencia. Los testimoniantes dan fe de su propia deshumanización dentro del relato. Se identifican dentro de ella, y de esa manera crítica y sencilla, definen su identidad. (15)

Por otro lado, el enorme rechazo a las historias vertidas en los testimonios, tanto autoriales como con intermediario, están basadas en el lugar de enunciación del relato. Sería más conveniente verlas y practicarlas como lo que son. Entenderlas más bien como formas de la verdad. (16) Hay una concepción de los espacios, como Centroamérica, que siguen persistiendo en el imaginario de la modernidad-colonial como espacios periféricos o del famoso tercer mundo. Y en tanto más afuera del propio Estado nación de ese tercer mundo sea la proveniencia de la voz del relato, la situación de credibilidad es todavía peor, y tenemos muchos ejemplos, en la historia de los testimonios relatados por indígenas o por mujeres pobres, migrantes e indígenas. (17) Por eso, al plantear en este libro la problemática central de comprensión de estos discursos, se alude a un problema mayor, que no está solo en el campo de lo literario, sino representa la tensión de la línea ontológica en pervivencia con otras de la modernidad-colonial.

Discursivamente pareciera que el testimonio emerge en la década del sesenta como un proyecto de resistencia, precisamente porque se trata de un giro, de alguna manera descolonial. Son literaturas cuestionadoras a partir de su propia enunciación. Buscan a través de la voz ventrilocua, cambiar patrones coloniales del ser, saber y poder. Por eso no parece extraño que la primera obra de la década del sesenta aparezca en Cuba en la voz de un exesclavo ya anciano, que todavía pudo dar cuenta de lo que significó para ellos la falta de existencia, el trato deshumanizante de la esclavitud, el concebirlos como animales. Las anécdotas sobre la relación entre los dos hombres que construyen Biografía de un cimarrón, también están dentro del proceso de resistencia que conlleva el testimonio como género literario. La manera en que Barnet concibe su relación con el anciano tiene que ver con las relaciones entre las dos líneas de la modernidad-colonial. En realidad, el problema central de Biografía de un cimarrón es la descripción, el relato de la deshumanización a la que alude la crítica de la descolonialidad. Los relatos sobre la guerra también problematizan la posesclavitud del colectivo afrodescendiente. En ningún momento Montejo deja de tratar el problema de la identidad negra, inclusive toca el asunto de lo religioso y místico de la cultura afrocubana, tal y como él la había vivido, aunque a los ojos del otro pareciera cuestión de brujería. De otra manera, dibuja, bosqueja entre los dos, la línea ontológica colonial. Esta se hace visible dentro de todo el relato del anciano, y crea una tensión entre lo negro y lo blanco, representado en el interlocutor.

El testimonio como proceso tiene un valor de giro descolonial en su propio interior, en su práctica. Y aunque es cierto que se trata de procesos fragmentados o incompletos, se produce un ejercicio de descolonialidad que admite el uso de los variados campos referenciales o disciplinas. Estos campos son orientados opuestos a la actitud moderno-colonial. La tratan de negar de distintas formas, tanto como proceso, que como contenido. Podríamos decir que en el proceso testimonial se plantea una actitud descolonial dentro del mismo, la transdisciplinariedad es parte del gesto, y el resultado es la voz de la subalternidad que da cuenta de lo acontecido así mismo y a su colectivo, y los lectores lo podemos comprender de esa manera. (18)

El testimoniante, pero también el lector, se encuentran en un espacio fronterizo de conocimiento. Le sorprende y le puede asustar o impactar la transdisciplinariedad del proceso. Sin embargo, haciendo cruces que el mismo testimoniante ha realizado, puede llegar a comprender el discurso, entender las reglas creadas por el nuevo proceso. Ya que como dice la crítica descolonial: «Lo que esta actividad de transgresión de fronteras exige es una conciencia diferencial, en el sentido de un manejo versátil y creativo de tecnologías de emancipación que apuntan a la descolonización». (19)

En la actualidad quienes, desde la academia literaria, persisten en estudiar el testimonio como género, introduciendo nuevas lecturas, otras categorías metodológicas, prácticas pedagógicas para expandir este movimiento, pretenden mostrar las formas de resistencia y la historia de esa resistencia para lograr tanto la descolonización del saber y del poder. Con esto podríamos decir que el testimonio también cumple en este sentido, con la función ejemplarizante y transformadora que la crítica del testimonio menciona. (20)

El género testimonial, un poco de historia

El género testimonial es un género relativamente nuevo, de hecho, es un género moderno, aparece fundado en lo que se denomina la alta modernidad latinoamericana, ya que aparece en la década del 60. Se trata de un género que, en la historia de la literatura, la historia y la antropología tienen muchísimos antecedentes, y por eso se ha comentado que hablar de un momento fundacional, en el caso del testimonio, parece erróneo o se le considera un problema teórico. Respecto a la cuestión genérica y la necesidad de plantearla desde el inicio notamos que:

De esta forma, concebir la escritura testimonial como un género literario tiene implicaciones importantes en su recepción y en la distribución de los textos considerados testimoniales, en su inclusión (o exclusión) en el canon y en el atenuamiento del propósito que aparentemente los anima: ser una «literatura de resistencia». (21)

El aparato crítico que se ha ocupado del género del testimonio en Latinoamérica, tiene su momento más arduo y polémico entre las décadas del sesenta al ochenta. Se le considera, como dice Noemí Acedo (22), ubicado en un espacio interdisciplinar, donde se pueden dar cita campos referenciales como la antropología, la historia, las ciencias sociales, la literatura y el periodismo, por nombrar algunos de los más comunes encontrados en los estudios testimoniales de este periodo señalado.

Una de las preguntas que se siguen haciendo los estudiosos del testimonio en lugares donde la proliferación de testimonios ha sido mayor, es sobre cómo el testimonio se dota de una autoridad que se le niega a la historiografía. Todos estos relatos que la crítica actual denomina relatos de la memoria, para no llamarles más «testimonios» al estilo del siglo XX, se empoderan históricamente, y han ido adquiriendo un valor que se extiende sobre todo en el espacio legal, donde se dan cita testimonios orales, a veces traducidos y transcritos en una corte, en lugares como Guatemala, Argentina o Chile, solo para nombrar algunos que todavía están resolviendo asuntos políticos en las cortes de resarcimiento y justicia.

Otra de las discusiones que se hacen los nuevos trabajos críticos hoy sobre el testimonio como género, está en relación en cómo el testimonio entra al canon desmantelando los supuestos literarios que prevalecían hasta su aparición y el de otras literaturas no-ficcionales. (23) Creen que se propició, a la par de su emerger y desarrollo, una literatura crítica que lo ha acompañado durante demasiado tiempo, construyendo a su alrededor centros específicos que estudian el fenómeno testimonial. Al respecto, Merce Picornell propone que el agotamiento creativo del género testimonial se observa hacia la década del noventa. (24) Y se inicia a partir de allí un replanteamiento de la labor crítica literaria. Sin embargo, al respecto habría que cuestionar que lo que llaman agotamiento creativo del género, es relativo. Dado que tendríamos que revisar por país cuál ha sido el desarrollo del género, sobre todo en los lugares donde el género ha tenido diversos momentos de aparecimiento y posee un perfil altamente recurrente.

Sobre la crítica entonces, se pueden hoy rastrear los pasos y las contiendas en las que entraron distintos grupos teóricos, al discutir acerca de la pertinencia o no del género testimonio, sobre todo durante la postmodernidad. Porque lo cierto es que buena parte de la discusión se va a desplazar hacia la academia. Allí va a tener lugar una polémica que sí se agotará al paso del tiempo, y de donde surgirán nuevas propuestas teóricas para seguirle la huella en algunos lugares, a esa proliferación de obras testimoniales que van oscilando en su tipología. Cambiando o mutando, agregando nuevos elementos y perdiendo otros, matizados y mediados por las circunstancias sociales, políticas y culturales de la época que se vive al momento en que aparecen.

Quizás uno de los problemas con los que tenían que enfrentarse los teóricos de la crítica literaria tradicional, al momento en que emerge e inicia su camino hacia la consolidación como género literario, el testimonio, se pueda explicar al entender que un género literario se caracterizaba por la pureza. Y se pensaba que, aunque se tocaran los géneros, no suponían mezclarse tanto. El propio testimonio al convertirse en género o al aparecer repentinamente postulándose como tal, pone en entredicho los presupuestos de los géneros literarios y su pureza. Sobre todo, por su particularidad de poseer varios campos referenciales para construirse. Por eso mismo, este y otros géneros de la no-ficción nos van a demostrar que existe durante el postestructuralismo una contra-ley, la de que los géneros tienden a la hibridación. (25)

Parece importante señalar que, en cuanto género literario, el testimonio tiene problema para ser concebido como tal, pero no lo tiene en su propia práctica de construcción, con sus múltiples campos referenciales y toda la contaminación que eso conlleva. Además, de acuerdo a Jacques Derrida, los géneros van a tender en general a contaminarse en su calidad de géneros. Son propensos a esto, digamos. Acedo supone que la actitud de resistencia ante la entrada del testimonio a la academia estaba también en relación a la variabilidad de su construcción inicial.

¿Cómo bregar con toda la inestabilidad genérica que de entrada poseía el testimonio, sin poderlo ajustar a alguno de los ya existentes? Y por eso se podría considerar hoy, que la polémica se extendió más de lo esperado, porque al mismo tiempo que iban teorizando los adeptos y estudiosos del testimonio, sobre el género ya nacido, también iban aportando nuevos y variados ejemplos de testimonios que seguían emergiendo en los distintos corpus de los países que más testimonios han producido. Y la tarea parecía continuar, porque no era totalmente cierto que se había agotado la creatividad del género.

No cabe duda hoy que parte del interés de esta sección de la academia, estaba en poder controlar la mayor cantidad de variables del testimonio, como parte de su interés institucional, o lo que Robert Carr visualizaba como el cruce divisorio entre primer y tercer mundo. (26) Y señalaba el interés político en la construcción interesada y parcial de la lectura de la literatura latinoamericana, que borra las realidades políticas y las relaciones entre estos dos mundos. (27)

Desde este trabajo, lo que Derrida propone para este tema introductorio sobre el género testimonial, parece acertado, dado que según él, para poder leerse un texto, debería estar inserto en un género. Esta inserción supone también la reescritura. Tanto taxonomías como clasificaciones entre géneros y subgéneros imponen un orden. Lo negativo de tal cosa, parece ser que, al dibujar esas genealogías, se invisibilizan otros textos que no coinciden con las nuevas clasificaciones. Testimonios que se alejan del asunto de la subalteridad, la mediación del testimonio latinoamericano, del centroamericano y específicamente del de las revoluciones cubana, nicaragüense y salvadoreña. (28)

Al respecto Elzbieta Sklodowska observaba que:

Lo que se desprende de nuestro recorrido por la crítica enfocada en los estudios genealógicos del testimonio no es sumamente productivo. En realidad, entramos en una suerte de círculo vicioso: la delimitación del género resulta imposible, porque no sabemos cuáles son las reglas genéricas, o sea los mecanismos formales comunes a los textos considerados como testimoniales. (29)

A lo largo de su discusión en el año 2017, Acedo señala que la preocupación sobre el asunto genérico todavía prevalece dentro del ámbito crítico. (30) Vuelve a recalcar que los aspectos que construyen las aporías existentes en el género testimonial, se crearon al abordar problemáticas como la relación entre escritura y referencia histórica, la dialéctica entre historia e imagen literaria, la complejidad de la relación entre el sujeto de análisis y la autoría del escrito, etc. Entendemos que la crítica cultural e histórica tenderá teóricamente a posicionar la discusión sobre el testimonio en relación con las teorías de la memoria. Por ejemplo, para Jorge Nárvaez, el testimonio es un género a partir del cual se puede escribir desde quiénes no tienen la voz, una historia paralela a la oficial. Un punto central de este posicionamiento es que dejan de valorar la estética de la obra, en tanto género literario, y lo acercan así a la disciplina histórica. Otros críticos como Víctor Casaus, que analiza el género con ejemplos cubanos, sí les da valor estético a estas obras, piensa que es central que lo posean. Pero también enfatiza que su función principal es la del rescate de la memoria colectiva. En suma los dos críticos señalan que una de sus funciones más importantes será la de reconstruir las distintas versiones que existan de la historia de un lugar. (31) En el caso específico de Guatemala, donde el testimonio como género ha seguido creciendo y mutando, se podría añadir que los testimonios recogidos durante el siglo XXI, que atañen a la historia particular del conflicto armado de los 36 años, han funcionado desde la memoria para reconstruir muchísimos pasajes de la historia, que eran totalmente desconocidos, por un lado o por otro, para cambiar la propia historia contenida inclusive en libros de textos escolares.

Un aspecto central que se trabajará más adelante y que sirvió para apoyar el asunto del testimonio como género literario, sucede cuando Miguel Barnet acuña la categoría novela-testimonio, que contribuyó de forma abierta al debate sobre la literariedad del género. Barnet, con mucho olfato acota en el libro que una de las características principales de este género recién acuñado, será el de funcionar para desentrañar la realidad, señalando hechos que hayan podido afectar a un pueblo y describiéndolos a través de sus protagonistas. (32) Para este autor, que planteó la teoría desde la praxis, no era complicado ver la relación. Tanto por su calidad de investigador, como la de un escritor en formación. Definitivamente aunado a otro texto fundacional, el de Margaret Randall sobre los testimonios de mujeres en Nicaragua, (33) estos dos teóricos del género testimonial serían de gran apoyo para el sector de la crítica que más adelante, entraría en una discusión larga, para poder vincular el testimonio al ámbito literario.

Al revisar la bibliografía más actual que vuelve a este asunto del género literario y su inserción en el canon de las literaturas latinoamericanas, tan tratado por los críticos más importantes del testimonio como John Beverley por ejemplo, constatamos un asunto central para la consideración del género testimonial como género, y es que se trata de uno solo, pero con variantes particulares que teóricos como Beverley señalaban desde el inicio. Acedo supone en su relato que el norteamericano negaba la entrada del testimonio al campo de lo literario. Pero entendemos, hoy más que nunca, que su perspectiva estaba situada. Toda su teorización era realizada revisando testimonios de Centroamérica. Y ese punto parece importante de resaltar para la teoría del testimonio y sus variantes. Desde 1989 Beverley proponía que el testimonio podía tener apariencia de novela corta, en forma de libro o panfleto (y se refería a un formato escrito, y por eso su guiño sobre el género literario); debía ser contada en primera persona, por un protagonista como en una novela, cuya unidad narrativa fuera por lo general una experiencia significativa de vida. (34) Más adelante, siempre estudiando los testimonios centroamericanos, Beverley afirmará en 2004, en un ensayo titulado Testimonio e imperio que el testimonio es arte de la memoria no solo dirigido a recabar la memoria de un lugar, sino a constituir Estados nación más heterogéneos, diversos, igualitarios y democráticos, así como de formas de comunidad, solidaridad y afinidad que rebasen las fronteras de los estados-nación». (35) Si bien es cierto que en su definición en este momento, Beverley está vinculando el testimonio con la política y la subalternidad, estos dos elementos no descartaban el hecho de que el testimonio fuera considerado como un género literario, precisamente de la literatura de no ficción, como se hablará más adelante en este volumen. Además, el asunto de la memoria, no contradice ni contrarresta el sentido de literatura en el argumento de Beverley, más bien está en relación con la función que la memoria tiene, un lugar en la oposición al presente y en la concepción del futuro, desde el punto de vista descolonial. (36)

860,87 ₽
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251 стр. 2 иллюстрации
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9789929543690
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