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LA CONSTRUCCIÓN DEL DATO: SU INTERPRETACIÓN Y VALIDACIÓN

La información que obtenemos en campo es siempre una construcción que se da entre la tensión teórica, la información obtenida empíricamente y otras informaciones basadas en fuentes diversas.

Hay todo un proceso —largo y complejo y poco explicitado— entre la información que nos da un informante, lo que de ello elaboramos e interpretamos para colocarlo de manera organizada, tanto en el diario de campo como en el producto final de la investigación.

En esta sección quiero reflexionar sobre tres aspectos que me parecen centrales en la construcción del dato, su interpretación y su validación: la traducción cultural que tiene que realizar el investigador frente a la información que recibe; el paso entre la experiencia vivencial y la escritura y la realización del trabajo de campo en solitario vs. el trabajo de campo en equipo.

Una cuestión central es que para interpretar un dato necesitamos primero que nada ubicarlo en el contexto cultural y de la visión de mundo que tiene el sujeto que nos lo brinda. Cuando un campesino indígena me describe cómo encontró una serpiente, la mató, le cortó la cabeza y entierra sólo la cabeza del animal “para que no lo mire”, tengo que ubicar desde qué visión de mundo me habla y en ella, qué papel juegan las serpientes y qué significado tiene el hecho de “que lo mire”. Sin ello, no puedo interpretar la información recibida. Pero esto no es privativo del trabajo con indígenas o grupos distantes culturalmente hablando. En el campo urbano el esfuerzo es tal vez auń mayor porque partimos de la idea de que como vivimos en el mismo espacio y todos somos “urbanitas” seguramente compartimos la misma cosmovisión, lo cual es incorrecto. Ello implica que tenemos que presentarnos, en cualquier lugar donde hagamos trabajo de campo con la misma pregunta: ¿cuál es el contexto cultural e ideológico de la persona que tengo enfrente? Para desde allí tratar de interpretar lo que nos dicen. Con esto quiero plantear que no es posible la interpretación sin la contextuación.

Esta contextuación implica a su vez varios procesos que tal vez parezcan obvios pero que no siempre lo son: la información previa sobre el grupo y su cosmovisión, el contexto social y político en el contacto inicial; y sobre los sujetos que entrevistamos. Muchas veces la información previa referente a nuestros sujetos de investigación no siempre se puede obtener de antemano; se va obteniendo de manera paulatina y en la medida en que vislumbramos las diversas aristas que de la realidad que tenemos enfrente.

El momento sociopolítico en el que uno entra a una colectividad es determinante para la información que se obtiene y es necesario reflexionar sobre ello. Lo óptimo sería hacer dicha reflexión antes de pisar el campo, porque es información valiosa en sí misma, aunque desgraciadamente no siempre tenemos los elementos para hacerlo.

En 2012 hicimos trabajo de campo en la colonia La Malinche, en la Ciudad de México. Nos interesaba documentar un proceso de lucha urbana en contra del proyecto vial denominado la Supervía Poniente. Cuando nos acercamos al grupo —gracias a la intervención de algunos intelectuales que nos conectaron con los pobladores— se encontraban en el momento álgido de la lucha y de la amenaza de represión. Esta situación determinó la información que quisieron darnos: nada que comprometiera su proceso, lo cual restringía bastante nuestra posibilidad de investigar, ya que el miedo y la sospecha estaba presente aun cuando las personas que nos presentaron eran gente comprometida con su lucha, y a quienes conocían bien. Tuvimos entonces que construir una estrategia diferente para entrar al problema central: la memoria de las luchas pretéritas y los procesos de urbanización de la zona en los años setenta del siglo pasado. El recuerdo de cómo llegaron a esas tierras, la manera en que construyeron sus viviendas, la lucha por la regularización de los terrenos y la entrada de servicios, etc., nos permitió acercarnos a entender el problema contemporáneo, y nos brindó elementos para contrastar y contextuar la lucha actual. En ese entramado, entre el pasado y el presente, la reflexión teórica se constituye en una suerte de bisagra ordenadora entre la realidad vivida por los sujetos de investigación, sus narrativas, y la posibilidad nuestra de darle sentido a esas narraciones.

Ya que:

Hacer trabajo de campo conlleva indefectiblemente una especie de ejercicio de topologización y sincronización de la cultura. En el esfuerzo por ajustar sus desplazamientos a un territorio abarcable y por sintonizar sus actividades con un ritmo de vida extraño —o, por ponerlo a la inversa, en sus esfuerzos por mapear los lugares y abstraer el esqueleto temporal de las acciones nativas— todo etnógrafo enfrenta un problema central: el del encaje entre las coordenadas (representadas) de su escritura etnográfica y las coordenadas (vividas) del campo; entre la construcción abstracta y panóptica de un mapa y un calendario y la constitución, en realidad difusa, de la vida local (Cruces, 2003:169).

En este proceso narrativo encontraremos que a veces las voces son “disonantes”. Es decir, no siempre la información es homogénea, articulada, y consistente. La validación generalmente la obtenemos a partir de las repeticiones y los silencios. Aquello que varios repiten, que es relativamente constante (que se repite, aunque sea en diversas versiones) o aquello que muchos callan, lo que no quieren decirnos.

Entonces, la validación de la información obtenida se logra a partir de un proceso de contextuación en los planos culturales, sociopolíticos e históricos; del contraste de informaciones en diversos planos: entre pasado y presente, entre lo dicho por los sujetos investigados; y a partir de otras fuentes de información.

Una vez realizado el proceso de validación del dato empírico, ordenamos la información en función de las coordenadas teóricas que orientan la investigación y la plasmamos a través de la escritura fundamentalmente. Todo ello es lo que nos posibilita la interpretación de los datos empíricos. Desde luego no es un proceso así de ordenado como lo describo, pero considero que son esos los elementos básicos para generar los conocimientos antropológicos.

Un elemento que hay que destacar es la cuestión de la escritura: la información organizada generalmente se escribe.12 Tenemos que dar un paso complejo que va de la vivencia en sí, a la escritura sistematizada de dicha vivencia. En ese proceso se va “depurando”, por decirlo de alguna manera, todo el proceso vivencial que implicó el campo: las negociaciones, los encuentro y desencuentros, las sintonías y malos entendidos, las angustias y la resolución de problemas, etc. Lo que Cruces (2003) define como “narrativa del embrollo” que termina siempre con un “final feliz”. Es decir, se presenta el largo proceso llamado investigación, con una narrativa ordenada, redactada seguń los cánones académicos, donde no hay conflictos ni negociaciones y donde todo aparece como si no hubiese desencuentros y todos nos hemos entendido a la perfección, sin contradicciones ni dudas.

Tomando prestada la terminología de Peirce, podríamos decir que el carácter de esta operación semiótica es abductivo. No se trata propiamente de una inducción empírica ni tampoco de una falsación hipotético-deductiva, sino una operación en la que el antropólogo interpreta, como mediador entre dos lenguajes, la relación de semejanza postulable entre ambos, estableciendo puentes de sentido mediante parecidos de familia entre fenómenos y regiones de la experiencia cultural que permitan acercarlos, hacerlos mutuamente inteligibles. En la escritura etnográfica se produce, por tanto, una especie de superposición entre el trabajo de campo como experiencia y como relato. En la medida en que, a través del discurso científico, el lector participa vicariamente de la experiencia de resocialización reflexiva del antropólogo, puede asistir a la apertura de ese mundo, inicialmente cerrado y opaco, de la cultura observada (Cruces, 2003:164).

Finalmente, quiero reflexionar sobre dos formas de hacer trabajo de investigación en antropología que considero determinan la forma de producir conocimiento: el trabajo en colectivo y el individual. La tendencia actual en la investigación en ciencias sociales es la producción individual. En México, las instituciones académicas valoran más el trabajo individual, que el colectivo.13 En nuestras evaluaciones anuales tanto en las universidades como en el Conacyt vemos que los trabajos colectivos reciben un puntaje mucho menor que lo que llaman textos de autor.

Desde luego hay que reconocer que hay prácticas colectivas que esconden la individualidad de los resultados sumándolos a textos colectivos. Pero no me quiero referir a ese tipo de productos que en efecto representa la suma de individualidades. Lo que me interesa rescatar es la experiencia grupal en los procesos de investigación, tanto en la construcción teórica como en el trabajo de campo. Desde mi perspectiva, el trabajo colectivo tiene varias bondades: permite generar proyectos de investigación consensuados, fortalece la docencia (enseñar a investigar investigando), fomenta la interdisciplina que enriquece el bagaje teórico y permite, mediante la observancia y la crítica entre pares, generar filtros y validaciones de la información empírica y la interpretación de los datos.

Aun cuando hay que reconocer que este tipo de investigación tiene algunos problemas, (el elaborar un marco teórico conjunto implica discusión y una suerte de negociación entre las partes involucradas, donde los egos personales tienen que dejarse a un lado y llegar a consensos, la construcción de la interdisciplina que resulta un complejo proceso de sincronizar miradas, y la organización del trabajo de campo compartido, entre otros) considero que resulta mucho más enriquecedor que la soledad a la que se ha orientado nuestro quehacer. Particularmente si se discuten los materiales obtenidos en campo, los problemas que se enfrentaron para obtenerlos y las posibles inter pretaciones que a la luz del marco teórico se pueden realizar. Esta amplitud de miradas contrastadas y contrastantes favorecen una construcción holística de nuestros conocimientos en ese intento, muchas veces fallido, de dar cuenta de lo local como parte del contexto más am plio en donde se inserta: un mundo globalizado.

REFLEXIONES FINALES

A lo largo de estas páginas he buscado poner a la luz algunas de las cuestiones que considero centrales para ser discutidas por los antropólogos con el afán de ir construyendo metodologías más claras y abiertas. La distancia entre el investigador y el sujeto investigado; los conceptos básicos de la antropología y sus nuevos enfoques; la construcción del lugar del investigador con sus múltiples facetas y movimientos, las formas del estar allí y los procesos de validación e interpretación de los datos, son algunos de los puntos de partida para la construcción del conocimiento antropológico.

Sin embargo, lo que me parece más importante destacar es que no hay posibilidades de que, con la complejidad de todo este proceso y la unicidad de cada investigación, podamos hace manuales o guías de “cómo hacer el trabajo de campo”.

Cada investigación implica un montaje metodológico diferente, en donde si bien entran en juego todos los elementos antes descritos, se resuelven de manera uńica y distinta cada vez.

Lo uńico que debe mantenerse es la claridad y la vigilancia —explícita— de cuáles fueron los factores que entraron en juego en este proceso y cuáles las estrategias que se utilizaron para construir cada investigación. Sólo así podremos acercarnos al conocimiento del otro, con alguna certeza de que lo que estamos diciendo no es ciencia ficción.

En este mundo culturalmente dislocado, tal vez la visión de la totalidad no pueda ser finalmente sino un producto ideológico (en el sentido marxista) y todo conocimiento haya de ser necesariamente situado. Podemos entender la etnografía como una suerte de instantánea. No un dictamen definitivo sobre la causa o el sentido de los procesos culturales, sino una búsqueda de sentido (Cruces, 2003:168).

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Notas al pie

* Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Departamento de Antropología.

1 Trabajos como los de Ángel Palerm (1994), de Esteban Krotz (1991, 2015), Cristina Oehmichen (2014), entre otros. Para ampliar las referencias se puede consultar el texto coordinado por Rosana Guber (2018), que cuenta con un anexo bibliográfico organizado por países latinoamericanos.

2 Cabe recordar la importante influencia tanto de Boas como de Malinowski en la construcción metodológica de la antropología mexicana. El primero a través de Manuel Gamio y del propio Ángel Palerm (al respecto se puede consultar el trabajo de Marisol Pérez Lizaur, 2014); el segundo a partir del trabajo directo de Malinowski con Julio de la Fuente sobre los sistemas de mercado en Oaxaca.

3 En síntesis, para Boas: a) cada cultura posee una serie de rasgos propios que adquiere ya sea por difusión o por generación propia; b) no hay una condición innata de inferioridad o superioridad de las culturas; c) la diferencia cultural se da por causas históricas, biológicas, geográficas, etcétera.

4 Esto se debió posiblemente al paradigma marxista en donde lo económico era lo relevante, y los aspectos simbólicos e ideológicos (la superestructura) se consideraban menos importantes.

5 Un ejemplo importante de este tipo de trabajo lo representa el grupo de investigación impulsado por Federico Besserer, Fernando Herrera, Margarita Zárate y Raúl Nieto, que han trabajado colectivamente sobre diversos procesos de transnacionalización.

6 Ya que por décadas el “objeto” de estudio de la antropología mexicana eran fundamentalmente las diversas etnias que habitan el país y el campesinado mestizo o indígena.

7 El término se ha utilizado para caracterizar a aquellos antropólogos que investigan sus propias culturas.

8 Al respecto se puede consultar la tesis doctoral de Eduardo Nivón.

9 La reflexión sobre este tema no es abundante, aunque empieza a tener cada vez más un lugar significativo en las reflexiones metodológicas de las ciencias sociales y particularmente en la antropología. El texto de Guber (2018) previamente citado tiene una sección final dedicada a la antropología “en situaciones de peligro”, particularmente en países como Colombia, México y Guatemala.

10 Si bien en México hay pocas investigaciones que reflexionan metodológicamen te sobre el uso de las redes como herramienta de campo, se puede consultar el trabajo de Gastélum (2018).

11 En los programas de formación de antropólogos como el de la UAM-I o el de la ENAH, en los que he participado como docente, he podido observar que es justamente en este momento, cuando los estudiantes se tienen que enfrentar al “hacer campo”, cuando se dan deserciones importantes y muchos no concluyen sus estudios.

12 Aunque cada vez más lo audiovisual adquiere relevancia como forma de presentar los resultados de investigación. Sin embargo, requiere de un conocimiento técnico y del dominio de un tipo de lenguaje que no todos hemos adquirido.

13 Tal vez esto tenga que ver con la ideología neoliberal del capitalismo contemporáneo, en donde los procesos se individuación se exacerban.

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9786077115953
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