Читать книгу: «Diecisiete instantes de una primavera», страница 4

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—Le conseguiré una caja de genuinas sardinas francesas. El aceite es de oliva, muy picante. Un montón de fósforo… ¿Sabe?, ayer examiné su expediente…

—Pagaría lo que fuera por verlo, aunque fuese con un solo ojo…

—No crea que es tan interesante… Resulta impresionante que usted hable, se ría o se queje de dolor de hígado, si tenemos en cuenta que ha llevado a cabo hace poco una ardua operación. Sin embargo, su expediente es aburrido: informes y más informes. Todo se ha mezclado: sus denuncias, las denuncias contra usted. No, no es interesante… Es curioso lo otro: calculé que, según sus informes, y gracias a su iniciativa, fueron arrestadas noventa y siete personas. Nadie dijo nunca nada sobre usted. Nadie. Y en la Gestapo los trabajaron con bastante dureza…

—¿Por qué me habla de eso?

—No lo sé… Trato de analizar. ¿Le dolió alguna vez cuando detuvieron a la gente que antes lo había ayudado a usted?

—¿Usted qué cree?

—No lo sé.

—Tampoco yo. Creo que me sentía fuerte al enfrentarme con ellos… Me interesaba la lucha. Lo que les ocurría después, no lo sé… ¿Qué nos ocurrirá después a nosotros, a todos nosotros?

—Es verdad —convino Stirlitz.

—Después de nosotros, el diluvio… Además, los nuestros son cobardes, envidiosos, delatores. Todos son así. Es imposible ser libre entre esclavos… Entonces, ¿no es mejor ser el más libre entre los esclavos? Todos estos años he gozado de total libertad espiritual.

Stirlitz preguntó:

—Dígame, ¿quién visitó al pastor anteayer por la noche?

—Nadie…

—Alrededor de las nueve…

—Se equivoca —dijo Klaus—. En todo caso, de los suyos no vino nadie; yo estaba allí completamente solo.

—Tal vez visitaron al pastor… Mis hombres no pudieron ver sus caras.

—¿Vigilaban ustedes la casa?

—Por supuesto. Todo el tiempo. Entonces, ¿está usted seguro de que el viejo trabajará para usted?

—Puede apostar su cuello a que lo hará. En general, siento vocación de opositor, de tribuno, de líder. La gente se somete a mi empuje y a la lógica del razonamiento…

—Bien. Es usted estupendo, Klaus. Pero no se jacte en exceso. Ahora, vayamos al trabajo… Durante varios días vivirá usted en una de nuestras casas. Después, le espera un trabajo serio, que no tiene relación conmigo.

Stirlitz decía la verdad. Los colegas de la Gestapo habían pedido prestado a Klaus durante una semana. En Colonia habían sido capturados dos pianistas4 rusos en pleno trabajo, junto al receptor. Como no hablaban, había que mandar a su celda al hombre adecuado. Imposible encontrar a uno mejor que Klaus. Stirlitz había prometido buscarlo.

—Tome una hoja de papel de la carpeta gris —dijo Stirlitz— y escriba lo siguiente: «¡Standartenführer! Estoy terriblemente cansado. Mis fuerzas están al borde del agotamiento. He trabajado honradamente, pero no puedo más. Quiero descansar».

—¿Para qué todo eso? —preguntó Klaus, firmando la carta.

—Creo que no le vendría mal irse una semana a Innsbruck —contestó Stirlitz, alargándole un fajo de billetes—. Allí funciona un casino, y las jóvenes esquiadoras, como siempre, se deslizan por las montañas. Sin esta carta no podré conseguirle una semana de felicidad.

—Gracias —respondió Klaus—, pero tengo bastante dinero…

—Nunca está de más. ¿Sí o no?

—Claro que no —convino Klaus, guardándose el dinero en el bolsillo trasero del pantalón—. Dicen que ahora cuesta mucho curar la gonorrea. —Se rio.

—Trate de recordarlo otra vez: ¿no lo vio nadie en casa del pastor?

—No tengo nada que recordar. Nadie me vio.

—Me refiero incluso a nuestra gente.

—Es posible que me hayan visto si vigilaban la casa, pero no lo creo. No vi a nadie.

Stirlitz recordó que, una semana antes, él mismo lo había vestido de presidiario, antes de fabricar el espectáculo de hacer desfilar a los presos a través de la aldea donde ahora vivía el pastor Schlag. Recordó la cara de Klaus en aquella ocasión: sus ojos eran un poema de bondad y valor; había asumido el papel que debía desempeñar. Entonces, Stirlitz le había hablado de modo diferente; era un santo el que estaba sentado junto a él en el automóvil: la cara luminosa, la voz afligida, y precisa cada una de las palabras que pronunciaba.

—Esta carta la enviaremos de camino a su nueva casa —dijo Stirlitz—. Escriba otra al pastor, para no despertar sospechas. Intente escribirla usted mismo. No le molestaré, voy a hacer más café.

Klaus cogió una hoja de papel.

—«La honradez supone la acción —comenzó a leer, sonriendo—. La fe está basada en la lucha. La prédica de la honradez, unida a la inacción total, es una traición a los feligreses y a sí mismo. El hombre puede perdonarse su propia falta de acción, pero la posteridad, jamás. Por eso no puedo perdonarme mi inacción. Es peor que la traición. Me voy. Justifíquese si puede. Que Dios le ayude». ¿Qué tal está? ¿Bien?

—Magnífico. Dígame, ¿alguna vez juega usted a sí mismo?

—Naturalmente. Llevo una vida de miles de años, pues trabajando con uno u otro hombre, juego a mí mismo; no al que está sentado ante usted, sino a uno distinto, desconocido para mí mismo, sorpresivo, guapo, valiente, fuerte.

—¿Nunca ha intentado escribir?

—No. Si pudiera, tal vez me habría convertido… —Klaus calló de pronto y miró furtivamente a Stirlitz.

—Continúe, muchacho. Hablamos con sinceridad, ¿no es cierto? ¿Ha querido usted decir que si supiera escribir tal vez empezaría a trabajar para nosotros?

—Algo por el estilo.

—No por el estilo —rectificó Stirlitz—, sino precisamente eso.

¿No es así?

—Sí.

—¡Muy bien! ¿Qué sentido tiene mentirme? No tiene sentido alguno. Tome su güisqui y vayámonos. Ya ha oscurecido y creo que pronto empezarán los bombardeos.

—¿Está lejos la casa?

—En el bosque, a 10 kilómetros. Allí hay tranquilidad; dormirá hasta manana.

Ya en el automóvil, Stirlitz preguntó:

—¿Dijo algo sobre el excanciller Brüning?

—Lo puse en mi informe. —Enseguida se encerró en sí mismo—. Temí apretar demasiado…

—Actuó bien. ¿Tampoco habló de Suiza?

—Tampoco.

—Bien. Lo abordaremos por otro lado. Lo importante es que estuviera de acuerdo en ayudar a un comunista. ¡Vaya un pastor! Stirlitz mató a Klaus de un tiro en la sien. No le dijo —como suele ocurrir en las películas— por qué lo mataba ni en nombre de quién. Estaban en la orilla del lago cuando la aviación aliada comenzó el bombardeo. Era una zona prohibida, pero Stirlitz sabía exactamente que el puesto de guardia más cercano se encontraba a dos kilómetros. Durante el bombardeo no se oyó el golpe seco del disparo de pistola. Calculó que Klaus caería directamente al agua desde una plataforma de hormigón donde antes se pescaba, y que no quedarían huellas de sangre en el lugar. De todos modos, esto no era importante: por la noche llovía y nevaba. De aquí que no fuese comprometido el hecho de que, de momento, quedara algo de sangre.

Klaus cayó al agua como un saco. Stirlitz arrojó la pistola al lugar donde había caído el cuerpo. La versión del suicidio por agotamiento nervioso había sido elaborada de modo convincente (las cartas fueron escritas por el mismo Klaus). Luego se quitó los guantes y se dirigió a su automóvil a través del bosque. Estaba a 40 kilómetros de Am Dorf. Allí vivía el pastor Schlag. Stirlitz calculó que estaría en su casa dentro de una hora. Lo había previsto todo, incluyendo la posibilidad de la coartada del tiempo.

Del Centro a Justas:

¿Sabe algo de los contactos nazis con los diplomáticos occidentales en Estocolmo? Si lo sabe, ¿de qué se trata? ¿Qué puede decirnos de Kleist, colaborador de Ribbentrop?

De Justas al Centro:

En mi opinión, por ahora son imposibles los contactos serios de los nazis con Occidente. Según orden de Hitler, el Reichsführer SS Himmler declaró que castigaría con la pena de muerte a todos los traidores que trataran de establecer contacto con los aliados. El doctor Kleist es un confidente de la Gestapo en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Como se ha podido averiguar, en el pasado no tuvo ninguna relación seria con Occidente. Su misión en Estocolmo estaba relacionada con problemas de protocolo y, de acuerdo con mis datos, no se le ha ordenado establecer relaciones con los aliados.

JUSTAS

Ernst Kaltenbrunner, jefe del Servicio de Seguridad del Reich (SD), hablaba con fuerte acento vienés, que él sabía que irritaba al Führer y a Himmler. Por ello, durante algún tiempo recibió clases de un prestigioso fonetista para hablar en genuino Hochdeutsch,5 pero sin éxito: amaba Viena, respiraba a través de Viena y no lograba imponerse hablar en Hochdeutsch ni una hora al día para sustituir su dialecto vienés, alegre, aunque, en verdad, algo vulgar. Últimamente, Kaltenbrunner había dejado de imitar a los alemanes y hablaba con todos del modo en que debía hablar: en vienés. Con los subordinados ni siquiera hablaba el vienés, sino un dialecto de Innsbruck. Los austriacos de las montañas hablaban de una manera totalmente distinta y a veces le gustaba a Kaltenbrunner desconcertar a sus colaboradores, quienes tenían que preguntar el significado de una palabra incomprensible para ellos y se sentían extremadamente confusos, desorientados.

—No Siblitz, sino Stirlitz —rio, al teléfono, Kaltenbrunner—. En nuestro personal no hay ningún Siblitz, y sus agentes no me interesan. Sí, por favor, y, a ser posible, rápido. Gracias. Lo espero.

Miró al Obergruppenführer SS Müller, jefe de la Gestapo, y dijo:

—No quisiera despertar en usted quimeras de sospecha en relación con unos compañeros de partido y lucha común, pero los hechos dicen lo siguiente. Primero: Stirlitz, aunque de manera indirecta, tiene algo que ver con el fracaso de la operación en Cracovia. Estaba allí, pero la ciudad, por una extraña conjunción de circunstancias, quedó intacta, cuando debió volar por los aires. Segundo: investigaba la desaparición de una V-2, pero no la encontró; lo cierto es que desapareció, y ruego a Dios que se haya hundido en los pantanos del Vístula… Tercero: también ahora se ocupa de varios problemas relacionados con el Arma de la Venganza, y aunque de momento no se puede hablar de fracasos, tampoco vemos éxitos, ni avances, ni victorias evidentes. Ocuparse de los problemas no solo significa detener a los descontentos. También significa ayudar a los que razonan con precisión y con visión de futuro. Cuarto: el transmisor portátil que, a juzgar por la clave, trabajaba para el servicio de espionaje estratégico de los bolcheviques, y del que se ocupaba Stirlitz, sigue funcionando en los alrededores de Berlín. Me sentiría feliz, Müller, si usted, de inmediato, sin esperar a que nos traigan sus papeles, pudiera refutar mis sospechas. Simpatizo con Stirlitz, y me gustaría que usted desmintiera con pruebas documentales estas sospechas que han surgido en mí de improviso.

Müller había trabajado toda la noche, le zumbaba la cabeza, y respondió sin sus toscas bromas habituales.

—Nunca he recibido información negativa sobre él. En nuestro trabajo nadie está a salvo de errores y fracasos.

—¿Debo con ello interpretar que estoy en un terrible error?

En la pregunta de Kaltenbrunner había acentos duros, que Müller, a pesar del cansancio, supo captar.

—Bueno… —replicó, titubeando—: Cuando aparece una sospecha debe analizarse en profundidad; si no, ¿para qué sirve el departamento? Podrían considerarnos unos vagos que simplemente quieren evadir el frente. ¿Tiene algunos hechos más? —preguntó Müller.

Kaltenbrunner tosía y se tapaba la boca con la mano. El tabaco le hizo toser durante largo rato, su cara se tornó azul, y las venas del cuello se le hincharon y amorataron.

—No sé qué decirle… —dijo, secándose las lágrimas—. Pedí que se grabaran sus conversaciones con mi gente durante varios días. Los que gozan de mi plena confianza hablan abiertamente sobre lo trágico de la situación, critican la estupidez de nuestros militares, el cretinismo de Ribbentrop, llaman idiota a Goering y maldicen la terrible suerte que nos espera a todos si los rusos entran en Berlín… En cambio, Stirlitz responde: «Tonterías, todo va bien, la situación es normal». El amor a la patria y al Führer no consiste en mentir a los compañeros de trabajo. Me pregunto si no será un idiota. Tenemos a muchos estúpidos que repiten ciegamente los galimatías de Goebbels. Pero no, no es un idiota. ¿Por qué, entonces, no es sincero? Desconfía de todos, o teme o planea algo y quiere que todos lo vean inmaculado. ¿Qué es lo que planea? Todas sus operaciones tienen una salida al extranjero, hacia los neutrales… Me pregunto: ¿regresará de allí? Y si vuelve, ¿no se habrá aliado allí con la oposición o con otros canallas? Y no soy capaz de contestarme en sentido positivo o negativo.

Müller preguntó:

—¿Quiere ver su expediente o me lo llevo?

—Lléveselo —respondió Kaltenbrunner con astucia, pues ya había tenido tiempo de estudiar todos los materiales—. Tengo que ir a ver al Führer enseguida.

Müller miró a Kaltenbrunner interrogativamente. Esperaba que le diera noticias frescas del búnker, pero Kaltenbrunner no dijo nada. Tiró de la gaveta inferior de la mesa, sacó una botella de Napoleón, acercó la copa a Müller y preguntó:

—¿Bebió mucho anoche?

—Nada en absoluto.

—¿Y por qué tiene los ojos enrojecidos?

—No he dormido. Mucho trabajo en Praga. Nuestros hombres están vigilando las organizaciones clandestinas. En las próximas semanas ocurrirán allí cosas interesantes.

—Krüger será una gran ayuda para usted. Es magnífico, aunque de poca imaginación. Tome coñac, le levantará el ánimo.

—Al contrario, el coñac me deprime. Me gusta el vodka.

—Este no lo deprimirá —sonrió Kaltenbrunner—, Prosit!

Se lo bebió de un golpe, y la nuez de Adán le subió rápidamente, como la de un alcohólico.

«No lo hace mal —pensó Müller, bebiéndose lentamente su coñac—. Seguro que ahora se servirá la segunda copa.»

Kaltenbrunner encendió un Karo, cigarrillo fuerte y barato, y preguntó:

—¿Otra?

—Gracias —dijo Müller—. Con mucho gusto. Es bueno de verdad este coñac.

1 Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei o «Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán», conocido como Partido Nazi, fundado en Múnich en 1920.

2 Vergeltungswaffe 2 o «Arma de la Vengaza 2», misil balístico alemán diseñado por Wernher von Braun durante la segunda guerra mundial. Llevaba una tonelada de explosivo y se empleó principalmente contra Bélgica y Gran Bretaña.

3 Cesare Lombroso (1835-1909), psiquiatra y criminólogo italiano, uno de los padres de la Nuova Scuola criminalística, que atribuía a cuestiones genéticas y fisionómicas las motivaciones de los delitos.

4 Operadores clandestinos de radio.

5 Registro del alemán literario.

2
«¿POR QUIÉN ME TOMAN?». LA MISIÓN

(Del expediente del miembro del NSDAP desde 1938, Obersturmbannführer SS Holtoff, cuarta sección de la Dirección de Seguridad: «Ario genuino. Carácter cercano al nórdico, fuerte. Mantiene buenas relaciones con los compañeros. Buenos índices en el trabajo. Deportista. Implacable con los enemigos del Reich. Soltero. No ha tenido relaciones comprometedoras. Condecorado por orden del Führer y felicitado por el Reichsführer SS…»)

Stirlitz había decidido terminar hoy más temprano, para trasladarse de Prinz-Albrecht-Strasse a Nauen. Allí, en el bosque, en la bifurcación de caminos, se encontraba el pequeño restaurante de Paul, y, lo mismo que uno o cinco años atrás, el hijo de Paul, Thomas el Cojo, conseguía milagrosamente la carne de cerdo y ofrecía a sus habituales clientes el verdadero eisbein con col o, en el peor de los casos, conejo fresco con remolacha encurtida.

Cuando cesaban los bombardeos, era como si la guerra no existiera. Igual que antes, se oía en el tocadiscos la voz grave de Bruno Warnke, cantando: «¡Oh, qué maravilloso era estar allí, en Müggelsee…!».

Pero Stirlitz no había logrado aún salir. Entró Holtoff y dijo:

—Estoy confuso. O mi detenido tiene una enfermedad mental o tenemos que mandárselo a ustedes, a los del espionaje, porque habla igual que esos cerdos ingleses de la radio.

Stirlitz fue al despacho de Holtoff y estuvo allí sentado hasta las siete, escuchando los gritos histéricos de un astrónomo detenido dos días antes en Wansee. Distribuía octavillas escritas por él mismo. El texto era distinto en cada una de ellas. Holtoff alargó a Stirlitz una carpeta. Stirlitz empezó a revisar las hojas arrancadas de una libreta escolar: «¡Alemanes, abrid los ojos! ¡Nuestros locos líderes nos llevan al desastre! ¡El mundo nos maldice! ¡Poned fin a la guerra, rendíos!». Eran de este tenor en su mayor parte. Las había más cortas: «¡Nos dirigen unos maníacos! ¡NO a Hitler! ¡SÍ a la paz!».

Y ahora, sentado en un taburete atornillado al suelo, el astrónomo gritaba por enésima vez:

—¡No puedo más! ¡No puedo, no puedo! ¡Quiero vivir, simplemente vivir! ¿Entiende usted esto? ¡En la monarquía, en el capitalismo, en el bolchevismo! ¡No puedo más! ¡Me ahogan su ceguera, estupidez y locura!

—¿Quién te ordenaba escribir las proclamas? — repetía Holtoff, metódicamente, en voz baja—: Esa porquería no se te puede haber ocurrido a ti. ¿Quién te transmitía los textos? Tu mano era dirigida por una voluntad ajena, enemiga, ¿verdad? ¿Con qué enemigos te has puesto en contacto, dónde y cuándo?

—¡Nunca me he puesto en contacto con nadie! ¡Si tengo miedo de hablar hasta conmigo mismo! ¡Tengo miedo de todo! —gritaba el astrónomo—. ¿Acaso ustedes no tienen ojos? ¿Acaso no entienden que todo está perdido? ¡Estamos perdidos! ¿Acaso no entienden que cada nueva víctima es ya un acto de auténtico sadismo? ¡Ustedes repetían constantemente que vivían en nombre de la nación! ¡Están condenando a morir a niños desgraciados!

¡Son fanáticos, fanáticos ávidos que conquistaron el poder! ¡Están bien alimentados, fuman cigarros caros y beben café! ¡Déjennos vivir como personas y no como esclavos enmudecidos! —De pronto, el astrónomo quedó inmóvil, se secó el sudor de la frente y concluyó en voz baja—: O, mejor, mátenme aquí rápidamente. Es preferible volverse loco a comprender nuestra impotencia, y la estupidez de una nación que ustedes han convertido en un cobarde rebaño…

—Espere —dijo Stirlitz—. Un grito no es un argumento. ¿Tiene algunas proposiciones concretas?

—¿Cómo? —preguntó el astrónomo, asustado.

La voz tranquila de Stirlitz, su manera de hablar sin prisa y sonriendo ligeramente, causaron en el astrónomo una impresión contraria: en la cárcel se había acostumbrado a los gritos y a los puñetazos en la cara. Uno se acostumbra con rapidez y pierde la costumbre lentamente.

—Le pregunto: ¿cuáles son sus proposiciones concretas? ¿Cómo debemos salvar a los niños, mujeres y ancianos? ¿Qué propone usted? Siempre es más fácil criticar y renegar. Mucho más difícil resulta proponer un programa razonable de acción.

—Rechazo la astrología. —Tras quedar pensativo durante largo rato, el astrónomo continuó lentamente—. Pero admiro la astronomía. Me quitaron la cátedra en Kiel…

—¿Por eso eres tan rencoroso, perro? —gritó Holtoff.

—Espere —dijo Stirlitz, frunciendo el ceño con irritación—. No hay que gritar… Continúe, por favor.

—Vivimos en el año del Sol intranquilo. Las explosiones de las protuberancias, la transmisión de una energía solar excesiva influye en los cuerpos celestes, y los planetas y estrellas influyen, a su vez, en nuestra pequeña humanidad…

—Por lo que veo —le interrumpió Stirlitz—, usted ha elaborado algún horóscopo. ¿Por eso está tan nervioso?

—Un horóscopo es un fenómeno intuitivo, tal vez hasta genial, pero no convincente. No, me baso en una hipótesis corriente y nada genial que intente presentar las relaciones recíprocas de cada habitante de la Tierra con el cielo y el Sol… Esta correlación me permite con mayor exactitud y sensatez evaluar lo que está ocurriendo en mi patria…

—Me gustaría que tratásemos el tema más detalladamente—dijo Stirlitz—. Creo que ahora mi compañero le permitirá volver a su celda para que descanse un par de días. Después, reanudaremos nuestra conversación.

Cuando se llevaron al astrónomo, Stirlitz dijo:

—Hasta cierto punto es irresponsable de sus actos, ¿no lo ve? Los científicos, escritores y artistas son irresponsables a su modo. Hay que tratarlos de manera distinta, porque viven una vida propia inventada por ellos. Manda a este tonto a nuestro hospital para que lo examinen. Tenemos demasiado trabajo como para perder el tiempo con charlatanes irresponsables, aunque, tal vez, de talento. Si hubiera paz, lo mandaríamos a un campo de concentración. Allí se reeducaría y luego sería útil al Reich y a la nación trabajando en un instituto o en una cátedra. Pero ahora…

—Habla como un auténtico inglés de la radio londinense. O como un maldito socialdemócrata ligado a Moscú.

—Los hombres inventaron la radio para escucharla. Bueno, él la ha escuchado demasiado. No, esto no es serio. A nosotros, la inteligencia no nos interesa. Sería bueno verlo dentro de varios días, simplemente para tantearlo y saber si es un científico de verdad o solo un loco. Si es un científico serio, veremos a Müller, o a Kaltenbrunner, para pedirles que le den buenas raciones de comida y lo manden a las montañas donde ahora está la flor y nata de nuestra ciencia. Que trabaje allí; enseguida dejará de hablar, cuando no haya bombardeos, sino mucho pan con mantequilla y tenga su casita cómoda en las montañas, en un bosque de pinos… ¿No cree?

Holtoff sonrió.

—Con una casita en las montañas, mucho pan con mantequilla y ni un solo bombardeo, nadie protestaría.

Stirlitz miró a Holtoff con atención, hasta que este no pudo soportar su mirada y comenzó a cambiar apresuradamente los papeles de su mesa de un lugar a otro. Después, dirigió a su subordinado una sonrisa franca y amistosa.

15-2-1945 (20 H 30 MIN)

«Documento taquigráfico de una reunión con el Führer.

»Estaban presentes Keitel, Jodl, Havel, enviado del Ministerio de Asuntos Exteriores, Reichsleiter Bormann, Obergruppenführer SS Fegelein, representante del Cuartel General del Reichsführer SS, el ministro de Industria Speer, también el almirante Foss, el capitán de corbeta Ludde-Neurat, el almirante Von Putkammer, ayudantes y taquígrafas.

»Bormann: ¿Quién está haciendo ruido por ahí? ¡Molesta! Silencio por favor, señores militares.

»Putkammer: Pedí al coronel Von Belof que me diera datos acerca de la situación de la Luftwaffe en Italia.

»Bormann: No se trata de esto. Todos hablan al mismo tiempo y hacen un ruido constante y fastidioso.

»Hitler: A mí no me molesta. Señor general, en el mapa aún no han marcado los cambios recientes en Curlandia.

»Jodl: Mi Führer, no se ha fijado usted; aquí están las correcciones de la mañana de hoy.

»Hitler: El mapa tiene las letras demasiado pequeñas. Gracias, ahora lo veo.

»Keitel: El general Guderian insiste de nuevo en evacuar nuestras divisiones de Curlandia.

»Hitler: Es un plan insensato. Ahora las tropas del general Rendulitsch que se quedaron en la retaguardia de los rusos, a 400 kilómetros de Leningrado, atraen de 40 a 70 divisiones rusas. Si retiramos nuestras tropas de allí, cambiará enseguida la correlación de fuerzas alrededor de Berlín y no a favor nuestro, como cree Guderian. En caso de retirar nuestras tropas de Curlandia, por cada división alemana en Berlín tendremos, por lo menos, tres divisiones rusas.

»Bormann: Hay que ser un político sensato, señor mariscal de campo…

»Keitel: Soy militar y no político.

»Bormann: En este siglo de guerra total son nociones inseparables.

»Hitler: Para evacuar a las tropas que se encuentran ahora en Curlandia, necesitaríamos, por lo menos, seis meses, teniendo en cuenta las experiencias de la operación en Libau. Es ridículo. Tenemos horas, unas horas para conquistar la victoria, basándonos en hechos reales y no en invenciones quiméricas. Todo el que pueda ver, analizar y sacar conclusiones debe responderse una sola pregunta: ¿es posible una victoria cercana? No pido que la respuesta sea ciega y categórica. No me convence una fe ciega; busco una fe capaz de ver. Jamás el mundo ha conocido una unión tan paradójica y contradictoria como la coalición de los aliados. Las ideas raras, las aspiraciones, elementos y caracteres diferentes solo pueden coexistir sin perjuicio en una situación sin salida. Me refiero a un campo de concentración donde, como se dice, viven perfectamente en una barraca, por ejemplo, nuncios papales, ateos comunistas y radicales franceses junto a conservadores británicos. Una situación sin salida engendra unión. Es una unión de desesperados, una unión sin esperanzas y sin objetivos. Mientras que los objetivos de Rusia, Inglaterra y los Estados Unidos son diametralmente opuestos, nuestro objetivo está claro para todos nosotros. Mientras ellos se mueven dirigidos por las diferencias de sus aspiraciones ideológicas, a nosotros nos mueve una sola aspiración a la que hemos subordinado nuestra vida. Mientras que las contradicciones de ellos aumentarán cada día más, nuestra unidad tiene ahora, como nunca antes, aquella solidez por la que luché durante muchos años en esta campaña grande y difícil. Sería utópico ayudar a destruir la alianza de nuestros enemigos por vías diplomáticas o por otras. Utópico en el mejor caso, si no es logrando que manifiesten pánico y pierdan toda perspectiva. Solamente asestándoles golpes militares, demostrando la fortaleza de nuestro espíritu y nuestro poderío inagotable, aceleraremos el término de esta coalición, que se derrumbará con el estampido de nuestros cañones victoriosos. Nada impresiona tanto a las democracias occidentales como la demostración de fuerza. Nada disipa tanto la embriaguez de Stalin como la confusión de Occidente por un lado y nuestros golpes por el otro. Tengan en cuenta que ahora Stalin tiene que hacer la guerra no en los bosques de Briansk o en los campos de Ucrania. Ahora tiene a sus tropas en territorio de Polonia, Rumanía, Hungría. Al establecer contacto directo con la “no patria”, los rusos ya están debilitados, hasta cierto punto, desmoralizados. Pero mi máxima atención no está dirigida a los americanos. ¡Dirijo mi mirada a los alemanes! ¡Solo nuestra nación puede y debe alcanzar la victoria! En estos momentos, todo el país se ha convertido en un campamento militar. Todo el país: hablo de Alemania, Austria, Noruega, parte de Hungría e Italia, un territorio considerable de los protectorados de Bohemia y Moravia, Dinamarca y parte de Holanda. Este es el corazón de la civilización europea. Es la concentración del poderío material y espiritual. En nuestras manos ha caído el material de la victoria. De nosotros, los militares, depende ahora en qué medida y con qué rapidez se utilice este material en nombre de nuestra victoria. Créanme: después de los primeros golpes demoledores de nuestros ejércitos, la coalición de los aliados se derrumbará. Los intereses egoístas de cada uno de ellos prevalecerán sobre el análisis estratégico del problema. Propongo lo siguiente para acercar la hora de la victoria: que el VI Ejército Pánzer SS comience la contraofensiva en Budapest, protegiendo de esta manera la seguridad del baluarte sur del nacionalsocialismo de Austria y Hungría, por un lado, y preparando la salida a los flancos rusos, por el otro. Recuerden que precisamente allí, en el sur, en Nagykanizsa, tenemos setenta mil toneladas de petróleo. El petróleo es la sangre que corre por las arterias de la guerra. Prefiero entregar Berlín antes que perder este petróleo que me garantiza la inexpugnabilidad de Austria y su unidad con los millones de hombres de la agrupación italiana de Kesselring. Continúo: el grupo de ejércitos Vístula, reuniendo las reservas, llevará a cabo una contraofensiva determinante en los flancos rusos utilizando para esto el campo de operaciones de Pomerania. Al romper la defensa de los rusos, las tropas del Reichsführer SS llegarán a su retaguardia y tomarán la iniciativa. Apoyados por la agrupación de Stettin, cortarán en dos el frente de los rusos. Para Stalin el problema del transporte de las reservas es grave. Las distancias están en su contra y a nuestro favor. Siete líneas de defensa que protegen Berlín —y prácticamente lo hacen inaccesible— nos permiten alterar los cánones del arte militar y transportar al oeste un grupo considerable de tropas desde el sur y desde el norte. Tendremos margen. Stalin necesitará dos o tres meses para reagrupar las reservas, nosotros necesitaremos cinco días para trasladar los ejércitos; las distancias en Alemania nos permiten hacerlo, desafiando las tradiciones de la estrategia.

»Jodl: De todas maneras, sería deseable coordinar este problema con las tradiciones de la estrategia…

»Hitler: ¿Qué quiere decir con eso, Jodl?

»Jodl: Creo que todo esto es muy sabio y perspicaz, pero me permito expresar mi desacuerdo solo en lo siguiente: que no deben coordinarse los detalles de este plan con las tradiciones de la ciencia militar.

»Hitler: No se trata de detalles, sino del conjunto. Al fin y al cabo, los problemas particulares siempre pueden resolverse en los estados mayores por los grupos limitados de especialistas. Los militares tienen más de cuatro millones de personas organizadas en un poderoso puño de resistencia. La tarea consiste en convertir ese poderoso puño de resistencia en el golpe demoledor de la victoria. Estamos ahora en las fronteras de agosto de 1938. Nuestra industria militar produce cuatro veces más armamento que en 1939. Nuestro Ejército es dos veces mayor que en 1939. Nuestro odio es terrible y la voluntad de vencer, inmensa. Les pregunto: ¿acaso no ganaremos la paz a través de la guerra? ¿Acaso el éxito militar no engendra el éxito político? Les ruego que me preparen para mañana proposiciones concretas, señor mariscal de campo.

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