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2.4. Feminismo obrero y transformación radical de la sociedad

Un importante sector de las mujeres en Chile, hacia fines del siglo XIX, experimentó el fenómeno de la proletarización. Las transformaciones económicas del periodo, gracias al auge salitrero y la diversificación de la producción –especialmente industrial-, significaron para los sectores populares su conversión en clase trabajadora, con una identidad y formas de acción política propias. En dicho contexto, las mujeres ingresaron al trabajo remunerado extradoméstico, principalmente en fábricas y talleres manufactureros, vivenciando la explotación laboral y las duras condiciones de vida. Ante la «Cuestión Social», las y los trabajadores formaron organizaciones en defensa de sus derechos. En el caso de las mujeres, las sociedades de socorros mutuos fueron la primera plataforma reivindicativa.

Entre las primeras expresiones de este feminismo obrero, encontramos nuevamente la importancia de la circulación de periódicos, esta vez producidos por las propias trabajadoras. Según Claudia Montero (2018), el primer periódico de este tipo habría sido La Obrera, publicado en Valparaíso en 1897; sin embargo, sólo se tiene conocimiento de él por referencias, no habiendo actualmente ejemplares disponibles.

En 1905, la obrera tipógrafa Carmela Jeria fundó en Valparaíso el periódico La Alborada, enfocado en la defensa de la clase trabajadora. Si bien este hecho le costó la pérdida de su trabajo en la Litografía Gillet, le permitió abrir un medio de expresión para las trabajadoras, dando cuenta del grado de politización de estas mujeres (Illanes 2012, 14). Este periódico funcionó hasta 1907, año de algidez social que terminaría con la Masacre de Santa María de Iquique. Al año siguiente nace La Palanca, órgano de difusión de la Asociación de Costureras de Santiago bajo la dirección de Esther Valdés de Díaz. Dicha publicación era de carácter abiertamente feminista, denunciando no sólo los abusos laborales, sino también la violencia contra las mujeres, entablando la discusión sobre su emancipación en todos los planos de su vida.

2.5. Sociedades de Señoras y Socorros Mutuos: una escuela de aprendizaje político

El proceso de formación de la identidad de la clase obrera tuvo una dimensión específica relacionada con el género. Las mujeres proletarias comenzaron a asociarse en instancias exclusivamente femeninas, en torno a la solidaridad y apoyo mutuo frente a las carencias de la vida cotidiana y la explotación laboral, así como también se enfocaron en la educación y moral de sus afiliadas. Las Sociedades de Señoras y Socorros Mutuos proliferaron a lo largo de Chile a partir de 1887, con la fundación de la Sociedad de Obreras Nº1 de Valparaíso, la Sociedad de Socorros Mutuos Emancipación de la Mujer y la Sociedad Protección de la Mujer, ambas en Santiago (1888), y la Sociedad de Obreras de Iquique (1890), compuestas en su mayoría por obreras del rubro textil y de vestuario (Cerda 2018). Es importante destacar que, además de trabajadoras, estas sociedades agruparon también a esposas de obreros y dueñas de casa, encontrando una posibilidad de cobertura y seguridad social. Estas sociedades tuvieron una cantidad de afiliadas que oscilaba entre 50 y 500, como fue el caso de la Sociedad Protección de la Mujer de Santiago, en 1910 (Hutchison 2006, 83).

Las sociedades mutuales tuvieron como principal objetivo el ahorro colectivo para la protección de las afiliadas en casos de necesidad, como, por ejemplo, enfermedades –considerando que la salud pública no estaba cubierta por el Estado, siendo muy precaria–, entregando una cuota a quienes no pudieran trabajar por motivos de salud y financiando tratamientos médicos. Por otra parte, con los fondos algunas sociedades financiaban escuelas nocturnas, ello en relación con la importancia asignada a la cultura e ilustración de la clase trabajadora, como mecanismo de elevación moral y mejoramiento de las condiciones de vida. En este sentido, las obreras mutualistas desplegaron gran capacidad de coordinación y gestión. Entre otras acciones, podemos destacar la formación de cooperativas de trabajo y las colectas coordinadas entre varias sociedades para ayudar a personas en casos excepcionales de catástrofes naturales o incendios.

El honor y respetabilidad de las sociedades mutualistas era también un pilar fundamental, la proyección de mujeres de bien hacía frente a las críticas provenientes de distintos sectores sociales respecto de los peligros del trabajo asalariado para la moral femenina. Así, las mutuales constituyeron una atractiva y valorada instancia a la cual pertenecer, generando una sociabilidad entre mujeres trabajadoras y, además, con otras organizaciones del mundo obrero, construyendo lazos entre la clase trabajadora.

Si bien el mutualismo no se orientó a la construcción de proyecto político, sí operó como plataforma reivindicativa. Las mutuales de mujeres participaron activamente de mítines y otras actividades de protesta. Para María Angélica Illanes (2003), éstas constituyeron la primera experiencia de uso del espacio público y bajo la autorrepresentación de las mujeres trabajadoras. En este sentido, consideramos que las sociedades de señoras y socorros mutuos sirvieron de espacio de aprendizaje político y un precedente de las formas orgánicas posteriores, y si bien no se identificaron a sí mismas como feministas, esbozaron embrionariamente una identidad en torno a la clase y el género. El mutualismo tuvo vigencia hasta la década de 1920, en donde la lucha feminista adquirió nuevas características y grados de radicalidad.

2.6. El librepensamiento y el anticlericalismo en los Centros Belén de Sárraga

Hacia la década de 1910, surgieron nuevas orgánicas entre las obreras, en las cuales se observa una profundización de la conciencia de género y de clase, especialmente tras la visita al país de la librepensadora Belén de Sárraga. En esta década, el feminismo como corriente política comenzaría a masificarse en América Latina, tejiendo redes entre organizadoras sociales, lo cual incidió en la participación sociopolítica en los distintos territorios. Así, y de la mano de ideas como el anarquismo, socialismo y el anticlericalismo, se articuló una lucha por la transformación profunda de la sociedad, que buscaba acabar con la opresión de las mujeres.

Varios factores influyeron en la radicalización de los discursos entre la clase trabajadora; por ejemplo, el impacto causado por la Masacre de Santa María de Iquique en 1907. Pero, sin duda, para las mujeres sería determinante la difusión del librepensamiento y del anticlericalismo. Belén de Sárraga se desplazó por América Latina fomentando la educación laica y realizando conferencias en las cuales se abordaban distintas temáticas, todas referidas a los problemas de la clase obrera, la nociva influencia de la Iglesia Católica y la condición social de las mujeres. Un hito importante fue la realización del Congreso Internacional Feminista de 1910, en Buenos Aires, al cual acudió como delegada chilena María Espíndola, dando cuenta, así, de la circulación de ideas antipatriarcales (Antivilo 2019).

En el norte salitrero, cuna del movimiento obrero chileno, comenzaron a destacar en la prensa algunas personalidades, como la adolescente Rebeca Barnes y Teresa Flores. Ambas destacaron por su activa participación en las veladas organizadas por el Partido Obrero Socialista (POS), interviniendo con elocuentes discursos respecto de la emancipación de la mujer, así como también por su rol en la creación de organizaciones políticas. Al igual que muchas otras mujeres que se incorporaron a las luchas sociales, tenían vínculos con líderes obreros: Rebeca Barnes era hija de David Barnes, mientras que Teresa Flores fue compañera de Luis Emilio Recabarren, miembros fundadores del POS. Si bien ello no definió su participación sociopolítica, sí contribuyó a establecer alianzas con sus organizaciones. Cabe destacar que Flores fue la única mujer presente en la fundación del POS en 1912 y años más tarde sería la primera mujer en ocupar un cargo directivo en la FOCH.

Belén de Sárraga arribó a Chile en 1913. En su estadía estuvo fuertemente vinculada con los principales organizadores obreros socialistas y anarquistas, como Recabarren. Realizó una gira por importantes centros urbanos del país, en donde realizó conferencias que generaron gran polémica, tensionando el debate respecto del rol de la Iglesia en la sociedad. Sus conferencias contaron con una alta convocatoria de mujeres de todos los estratos sociales. Así como era aclamada por su labor en la prensa obrera, los sectores conservadores la criticaron fuertemente por difundir un mensaje que atentaba contra la moral de las mujeres y de la sociedad en su conjunto.

La mayor parte de las actividades protagonizadas por Belén de Sárraga, terminaban con desfiles y manifestaciones espontáneas, algunas de las cuales concluyeron con desórdenes, como fue el caso de un ataque con piedras a la Catedral de Santiago4. En consonancia, en su visita a Iquique, dadas las noticias que se tenían de los acontecimientos en otras ciudades, las autoridades locales decidieron movilizar al Regimiento Carampangue ante posibles desórdenes y ataques a la Vicaría (Cerda 2018, 98).

Tras la visita de Sárraga al norte, se fundaron los «Centros Femeninos Librepensadores Belén de Sárraga» en Antofagasta –de forma pionera–, Iquique, Negreiros y Lagunas, en donde destaca el componente étnico y racial, al tratarse de una zona fronteriza y de reciente incorporación al Estado chileno. El impulso de estos centros en Tarapacá estuvo en manos de Teresa Flores y Rebeca Barnes, quienes se movilizaron por la pampa propiciando su formación, lo cual incluso le costó la expulsión del Liceo de Niñas de Iquique a Barnes, de sólo 15 años, por considerarse que la lucha anticlerical era un mal ejemplo para la juventud.

Entre 1913 y 1917, estos centros organizaron constantes conferencias, veladas culturales y participaban activamente en la sociabilidad obrera, especialmente en actos de protesta. Sus objetivos eran la ilustración de las mujeres en el pensamiento científico laico y la erradicación del fanatismo religioso, como vehículos para su emancipación. A diferencia de la década anterior, estas organizaciones tuvieron un marcado carácter reivindicativo, con un discurso feminista, adosado al proyecto político popular del movimiento obrero. Así mismo, enarbolaron una crítica estructural al sistema capitalista y al machismo. Este último lo identificaban también entre sus propios compañeros y constantemente aludían a la necesidad de que los obreros tomasen conciencia y abandonaran sus prácticas discriminatorias.

Además de los Centros Belén de Sárraga, se crearon otras instancias de mujeres librepensadoras y feministas, como el Centro Instructivo de Obreras Librepensadoras «Luisa Michel», de Antofagasta (en alusión a la lideresa anarquista francesa), y los centros El Despertar de la Mujer, en Valparaíso y Viña del Mar. También en esta década surgieron organizaciones de tipo sindical –impulsadas por anarquistas y socialistas– en aquellos rubros altamente feminizados: las trabajadoras del sector textil y de vestuario, fábricas de calzado, procesadoras de alimentos, y de servicios como los transportes y comunicaciones, fueron quienes más destacaron en la formación de organizaciones en defensa del empleo y mejores condiciones laborales.

2.7. Demandas de clase y demandas de género: organizaciones mixtas y federaciones obreras

A lo largo de este periodo, las obreras no participaron únicamente en instancias exclusivas de mujeres, sino que tuvieron presencia en organizaciones mixtas. Para los líderes del movimiento obrero, la participación de las mujeres en las luchas sociales constituyó una constante preocupación, transitando entre el apoyo e impulso a su organización y la marginación de determinados espacios ocupados por varones. En este periodo se construye una imagen de la mujer trabajadora en razón de estereotipos como la vulnerabilidad sexual, la fragilidad física y moral y el rol materno; esto, a su vez, reafirmaba la masculinidad obrera en base al rol de proveedor de la familia, es decir que el trabajo asalariado se concebía en torno a las diferencias de género.

Los organizadores socialistas veían en las mujeres aliadas estratégicas en la lucha contra la explotación, invitándolas a participar en su calidad de madres, esposas, hijas o hermanas. En ese sentido su inclusión fue desde la subordinación, las barreras para alcanzar posiciones de liderazgo y la representación de sus demandas desde el paternalismo de los obreros. Entre los militantes socialistas, existía una concepción tradicional del género y poca problematización sobre el origen de la opresión de la mujer, lo que definió que el trabajo de las mujeres, sumado al costo moral que acarreaba para el conjunto de la familia proletaria, fuera instrumentalizado como símbolo de la explotación capitalista, en donde el obrero organizado aparece como defensor de las asalariadas (Hutchison 2006). Por su parte, los anarquistas desarrollaron un discurso más radical, cuestionando la moral sexual –tanto católica como laica– y planteando nuevas formas de relaciones que cimentarían el camino de la emancipación de las mujeres, tales como el amor libre, la educación sexual y la maternidad consciente. De este modo, su apoyo a la organización de las obreras apuntaba a su autonomía en igualdad de condiciones que los varones.

La participación de las mujeres en las instancias mixtas se enmarca en lo que fue el feminismo obrero; sin embargo, es necesario reconocer la centralidad que tenía en ellas el discurso de clase. Entre las organizaciones que contaron con presencia de mujeres, destaca el grupo teatral «Arte y Revolución» de Iquique, en el cual participaban varias socias del Centro Belén de Sárraga, bajo la premisa de la regeneración moral, la lucha antialcohólica y la ilustración del pueblo. Otras orgánicas que contaron con la adhesión de trabajadoras fueron las sociedades de resistencia, como plataformas reivindicativas de derechos laborales. Ejemplo de ellas fue la inclusión de las aparadoras de calzado a los gremios de zapateros, como ocurrió al menos en Iquique (Gremio de Zapateros i Aparadoras, 1914), Valparaíso (Federación de Zapateros y Aparadoras, 1914) y Santiago (Federación de Zapateros y Aparadoras, 1917).

Durante el periodo analizado, las organizaciones autónomas de obreras convivieron con la participación en instancias mixtas. Sin embargo, hacia 1918 se evidencia un desplazamiento de la autonomía hacia la creación de secciones dentro de las federaciones obreras. El contexto de crisis económica dado el impacto de la Primera Guerra Mundial, generó un aumento de la sindicalización obrera, además de la complejización de las organizaciones, situando las demandas de clase por sobre otras, como por ejemplo las de género. De esta forma, en la década posterior, las obreras se concentraron principalmente en instancias femeninas como los Consejos Federales Femeninos de la FOCH a partir de 1917, que posteriormente dieron paso a la Gran Federación Femenina de Chile en 1920, y la Federación Unión Obrera Femenina en la IWW en 1921.

Finalmente, cabe destacar que, entre los objetivos del feminismo obrero, el sufragio no constituyó un eje central, al menos en estas primeras décadas. Pese a que se evidencia un interés por la consecución del voto en Europa mediante la prensa obrera, se le consideraba una demanda propia de las mujeres de las élites. El principal foco de interés estuvo puesto en las subsistencias, los derechos laborales y la reivindicación de la mujer en las luchas sociale. Sin embargo, en las décadas posteriores, las mujeres de sectores populares también se incorporaron a la lucha por el sufragio.

3. Organización política partidista y movimiento por el sufragio municipal: 1920-1935

El periodo histórico que transcurre entre 1920 y 1935 es relevante en la historia del feminismo en Chile, pues en él se comienza a ver una diversificación de las organizaciones de mujeres, algunas con tintes feministas y otras abiertamente feministas.

Esta diversificación tuvo que ver también con la incorporación de las mujeres de los emergentes grupos sociales medios y de la élite a la escena política, transitando desde organizaciones femeninas culturales y filantrópicas a conformar partidos políticos de mujeres. Si bien algunos de estos partidos fueron independientes, también hubo otros que tenían estrechos vínculos con los partidos políticos tradicionales, conformados por hombres.

En este periodo se comienzan a gestar, además, las demandas colectivas por el sufragio femenino, el que, junto a la demanda por más y mejor educación para las mujeres, será una de las principales banderas de lucha del periodo.

3.1. El feminismo obrero entre 1920 y 1935

En la década de 1920, el movimiento obrero y sindical se había expandido y consolidado en el territorio nacional. Las demandas obreras por la mejora de las condiciones de higiene y seguridad laboral, mejora de los salarios, pensiones de vejez e invalidez, educación, entre otras, se concentraron y aliaron en la Federación Obrera de Chile (FOCH, 1909-1936), de carácter socialista, y en la IWW sección chilena (1921) Industrial Workers of the World (Trabajadores Industriales del Mundo), de corriente anarquista.

Las organizaciones obreras fueron especialmente críticas de la desigualdad de la distribución de la riqueza y el poder en el país, riqueza y poder que se concentraba en los grupos de élite y que dejaba a la gran masa de los sectores populares hundida en la más profunda pobreza y marginalidad, bajo el fenómeno llamado «cuestión social». A esta condición se le sumó la crisis económica del sector del salitre, principal producto de exportación del país, provocada por el salitre sintético (1914), y la Primera (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), lo que elevó los niveles de cesantía del país.

Todo este contexto de crisis general afectó especialmente a las mujeres pobres y trabajadoras, que debían trabajar desde muy pequeñas para colaborar en la economía familiar para complementar la renta con el esposo o compañero, o las que, siendo jefas de hogar debían cuidar y proveer a su familia. Se debe considerar, además, que los salarios de las mujeres eran hasta un 40% más bajos que los de los hombres, por lo que algunas de ellas, especialmente las más jóvenes, buscaron aumentar sus ingresos dedicándose a la prostitución5 (Prunés 1926), que para la sociedad de la época se transformó en uno de los síntomas más graves de la «cuestión social» junto con el alcoholismo y la delincuencia.

Bajo este escenario, las organizaciones obreras femeninas tendrán un rol fundamental. Si bien la FOCH tenía en su misión defender los intereses de las y los trabajadores de ambos sexos, en 1917 las mujeres trabajadoras se organizaron y crearon el Consejo Federal Femenino, que en 1920 cambiará su nombre al de Gran Federación Femenina de Chile, ya que consideraban importante tener una representación específica dentro de la Gran Federación Obrera de Chile, puesto que sus problemas, demandas e intereses específicos como mujeres (descanso pre y postnatal, horas de amamantamiento, salas cunas, etc.), quedaban casi siempre eclipsados por los conflictos laborales masculinos, que eran presentados como prioritarios y universales. No obstante, las demandas de las obreras no estaban conectadas directamente con el movimiento feminista sufragista internacional, ya que lo veían como parte de las demandas de las mujeres de la burguesía.

Por su parte, las trabajadoras asalariadas de corriente anarquista se organizaron el año 1921 bajo la Federación Unión Obrera Femenina, que dependía de la IWW, con un marcado discurso anticapitalista. Tuvieron la meta de proteger a las trabajadoras de la explotación laboral, pero desde un sindicalismo de base, es decir, mucho más colectivo que el sindicalismo representativo de la FOCH. Entre sus fundadoras, se encontraban las feministas libertarias Isabel Morales y Soma Huerta, como secretaria general.

Siendo el periodo de 1919 hasta 1922 de mucha agitación política y huelgas a nivel nacional, estas lideresas anarquistas tuvieron roles destacados en los mítines políticos y en la defensa de los presos de las revueltas. Soma Huerta se destacó, además, por su participación protagónica en el movimiento social de arrendatarios de 1922, que luchaba para arrendar viviendas dignas a precios justos.

En el POS (que desde 1922 pasó a llamarse Partido Comunista), podemos destacar la figura de Carmen Serrano González (Ignotus 2020). Fue una reconocida feminista que, además de organizar la primera agrupación socialista en Valparaíso, participó y lideró numerosas huelgas obreras, como la Gran Huelga del Carbón en Lota en 1920, junto a Delfina González. Estas mujeres fueron perseguidas por ser consideradas subversivas y agitadoras, siendo encarceladas en varias ocasiones. Dentro de su pensamiento feminista, Carmen Serrano promovía el anticlericalismo, así como la emancipación y libertad de la mujer del yugo maternal y del matrimonio, un pensamiento altamente revolucionario en su época que le costó el aislamiento dentro del partido. En este sentido, el feminismo de las obreras libertarias fue mucho más progresista y apegado a un feminismo más revolucionario, versus el feminismo reformista de las obreras socialistas, que seguía una línea más ligada al maternalismo.

En la década de 1930, la matrona Humilde Figueroa tuvo un rol destacado en el Partido Comunista, siendo, además, una activa lideresa en la clandestinidad, durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo. El periódico comunista La Chispa, publicó una artículo donde Humilde Figueroa hacía una crítica a los pseudocomunistas que estaban dispuestos a transar con la dictadura. El periódico la describía de la siguiente forma: «La compañera Figueroa, cuya heroica actitud la coloca en destacada situación ante la clase obrera, posee abundante información respecto a lo dicho en este artículo...»6. Este reconocimiento nos permite observar la posición de poder de Humilde Figueroa dentro de su coalición, siendo miembro del Comité Central del partido.

Tanto el movimiento de mujeres obrero socialista/comunista como el anarquista tenían un marcado interés por la defensa de derechos laborales y de justicia social, mucho más que por los derechos políticos ciudadanos de las mujeres, aunque no los excluían. Esto, porque las condiciones de vida y de trabajo de las mujeres obreras distaba mucho de las condiciones de trabajo y vida de las mujeres profesionales o de la élite nacional. Su experiencia de opresión como mujeres tenía un fuerte componente de clase, además del de género. Es por ello que sus organizaciones y demandas se han considerado como parte del feminismo socialista, es decir, luchaban para vencer la explotación económica de la que eran víctimas tanto ellas como sus compañeros.

Una de las preocupaciones de las mujeres que participaban en los movimientos políticos obreros fue la regulación del trabajo femenino e infantil, ya que, por tratarse de los grupos más vulnerables socialmente, existían muchos abusos patronales sobre estos sectores. Hasta la década de 1920 no existía una regulación que se hiciera cargo de las problemáticas laborales específicas de las mujeres. Lo que había eran iniciativas aisladas que, más que proteger el trabajo, protegían a las mujeres en cuanto madres.

Además de las denuncias que hicieron las lideresas obreras en la prensa y en los mítines políticos, algunas feministas que trabajaban en el Estado, como la abogada de la Oficina del Trabajo Elena Caffarena, denunciaron la explotación asociada al trabajo a domicilio, ya que este representaba un punto de explotación específico del trabajo de las mujeres pobres, especialmente de las costureras y las lavanderas. El sweating system fue la explotación del sudor de las trabajadoras a domicilio, que bajo el falso criterio de que las mujeres que trabajaban en sus casas podrían cuidar mejor de sus hijos e hijas7, explotaba a destajo la mano de obra femenina (Caffarena 1924, 97-98).

Será solo en medio de huelgas y durante la crisis del régimen parlamentario que, en 1924, bajo la presidencia de Arturo Alessandri Palma, y previa intervención de los militares para presionar al Congreso Nacional, se promulgaron las anheladas Leyes Sociales; entre ellas, la creación de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio, que velaba por la cobertura de previsión social de las y los trabajadores. En 1925 se dictó el Decreto de Ley N°442, sobre protección a la maternidad obrera y salas cunas. Y en el año 1931, con el Código del Trabajo, se creará una legislación específica para trabajadoras y trabajadores, que en su título V, «Del trabajo de los menores y de las mujeres»8, se refería explícitamente al trabajo femenino, donde se prohibía el trabajo de menores de edad y de mujeres en horarios nocturnos, y en faenas mineras u otras que eran identificadas como superiores a sus fuerzas. Y en el título VI regulaba el trabajo a domicilio.

Las organizaciones políticas de mujeres al interior de partidos políticos, como el Partido Obrero Socialista (y luego Comunista), y en las agrupaciones políticas anarquistas, tomaron un protagonismo relevante, ya que impulsaron demandas transversales al pueblo trabajador. No obstante, las demandas específicas sobre el trabajo femenino remunerado, si bien fueron reconocidas como legítimas, fueron frecuentemente consideradas por los propios camaradas como secundarias o puestas en un segundo plano, frente a lo que se consideraba que eran las prioridades del movimiento obrero: la lucha de clases contra el sistema de opresión capitalista.

Lo que las y los obreros de la época no lograron percibir en ese momento es que tanto las opresiones de clase como las de género eran parte de un sistema continuo, es decir, precisaba tener tanto el control de la mano de obra productiva de los hombres como de las labores reproductivas y de cuidados de las mujeres para funcionar. Esta alianza entre capital y patriarcado será algo que visibilizarán las feministas de la década de los sesenta (Federici 2010, 2018).

En síntesis, las organizaciones de mujeres obreras fueron pioneras en la organización política femenina durante la primera parte del siglo XX. No obstante, en la década de 1920, fueron las mujeres de los grupos medios las principales protagonistas de las reformas políticas y jurídicas que buscaron dar mayor igualdad a las mujeres en la sociedad.

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