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El Bautismo de los niños

En Palestina, el río Jordán, hace unos 1990 años, por primera vez descendió el Espíritu Santo, Dios Amor, sobre una naturaleza humana, la de Jesucristo y se escucharon estas palabras: “este es mi hijo amado en quien tengo mis complacencias”7

Esto es lo que sucede en cada bautismo cristiano. El Amor de Dios inunda el alma del bautizado que recibe como un chorro y gratuitamente el Amor de su creador y todas las gracias para corresponder.

En cada hombre y en cada mujer hay una sed esencial, una sed que cada persona trata de saciar según los recursos a su alcance. Es la sed de Amor, un amor con mayúsculas porque no vale cualquier amor. Nuestro corazón está hecho para un amor absoluto y eterno porque Dios ama a sus criaturas así, nos regala este Amor y quiere que lo disfrutemos desde el comienzo de nuestra vida.

Joseph Fadelle, (Mohamme), recibió el bautismo después de recibir la preparación doctrinal sobre la religión católica como tantos catecúmenos que descubren en Jesucristo la Verdad y el Amor de Dios.

“Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.”8

La práctica de bautizar a los niños recién nacidos es una Tradición inmemorial en la Iglesia. Cuando a comienzos de la predicación apostólica, casas enteras recibían el Bautismo, es posible que los niños también lo recibieran. está probado que desde el siglo II fue práctica habitual.

“La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de los niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administran el Bautismo poco después de su nacimiento.”9

“Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado.”10

Mis padres eligieron el colegio del Sagrado Corazón para la formación de sus seis hijas. En nuestra educación gastaron los ahorros que traían de Lugo en los diez años en los que allí estuvieron destinados. Junto a mis padres también debo agradecer a mis hermanos; entre los pequeños Miguel, María de los Ángeles y Carmen con quienes compartí juegos y peleas; acuerdos y desacuerdos; y los cuidados materiales de los mayores Fernando, Ana, Marisol y Totonia, ya que los mayores cuidaban de los pequeños, en todos esos años de intimidad familiar transida de cariño, descubrimientos y sorpresas que compartimos y disfrutamos.

Nacer en una familia, tener un padre y una madre que te acojan y críen y unos hermanos, son los primeros regalos que recibimos junto con el don inmerecido de la vida y en mi caso de los sacramentos.

La vida en sí misma es un bien pues una vez iniciada, ya no tiene fin, puesto que la vida es para toda la eternidad.

II

Dietrich von Hildebrand

“Alma de León” 11

“¡Si!

Hay valores permanentes que descubrir y por los que luchar”.

Dietrich von Hildebrand nace a finales del siglo XIX en el seno de una familia de artistas, su juventud transcurre en Florencia donde su educación musical cuajó en un profundo aprecio y amor por la belleza.

Que la pasión por la verdad se revela muy temprano en Dietrich lo manifiesta lo sucedido en 1.903 a la edad de 14 años. “En el trascurso de un paseo con su hermana mayor, ella trata de explicarle que todos los valores morales son relativos, y que están completamente determinados por nuestras circunstancias, por nuestro tiempo y lugar concretos. El joven reacciona instintivamente contra tal afirmación y arguye con vehemencia que eso no puede ser así.

Ya en casa, la hermana pide el apoyo de su padre, que de modo displicente alude a los pocos años del joven, por lo que Dietrich se ve obligado a defenderse haciendo notar que su edad no es, realmente, relevante en la discusión”.

Los faros de la Belleza y la Verdad guiaron al joven Dietrich a la cumbre de la Humanidad. Después de estudiar dos años y medio en la universidad de Munich, decidió trasladarse a la universidad de Gotingan, en el semestre del verano de 1909, para estudiar con Edmund Husserl, que junto con Max Scheller y Adolf Reinach, fueron sus preciados e ilustres maestros.

Anteriormente en julio de 1907, en una cena, Dietrich tuvo la fortuna de conocer a Max Scheler, en quien reconoció a un verdadero genio que, con sus contrastes e incoherencia de vida, era católico.

Los sucesos académicos y personales entre 1907 y 1914, año de su conversión, fueron muy intensos. El descubrimiento de la autoridad en la Iglesia Católica fue un factor crucial en la conversión de Dietrich, hasta entonces, él había sido su propia autoridad última. Descubre entonces que toda autoridad proviene de Él, el Señor y Creador de todas las cosas, y que Cristo, el Hijo de Dios y Redentor del mundo, había delegado su autoridad en la Iglesia Católica.

El Padre Holzapfel, encargado de su instrucción, le explicó que el control artificial de la natalidad estaba fuera del contexto del sentido divino de las relaciones conyugales. El joven filósofo se desconcertó, pues que el control artificial de la natalidad pudiera ser una cuestión moralmente relevante, escapaba a su percepción moral. El Padre Holzapfel fue inflexible: “esta es la doctrina de la Iglesia. Se debe aceptar sus enseñanzas en su totalidad. No es un asunto de seleccionar y escoger. Yo no puedo admitirle en la Iglesia si rehúsa dar su asentimiento a la totalidad de la doctrina católica. La respuesta de Dietrich fue de inmediata e inequívoca sumisión.

La mente del catecúmeno fue fecundada por una nueva percepción del misterio de la esfera sexual, que hasta entonces había respetado profundamente, pero cuya completa sacralidad se le había escapado, la presencia de Dios en la unión del hombre y la mujer se hace precisa ante los actos que pueden dar vida a una persona.

Dietrich tuvo la clara percepción de que la humildad desempeña un papel crucial en el trabajo intelectual para quien busa la Verdad.

El Sábado Santo de 1914, 1 de abril, en la Iglesia franciscana de Munich, Dietrich y su esposa Gretchen, después de acudir a la confesión, proclamaron solemnemente su Abjura de su fe protestante y se convirtieron en miembros gozosos de la Iglesia Católica.

La alegría y el entusiasmo tras su conversión fueron tales que el Padre Holzapfel creyó que era su deber mitigar tan bullicioso sentimiento, así como persuadir al joven converso de su pobreza espiritual y de su necesidad de redención personal, a pesar de todos los talentos con los que Dios le había agraciado. Tenía que humillarse así mismo para entrar en el mundo de la Iglesia, tenía que decir con toda humildad:” Sálvame o pereceré”.

Los ojos de Dietrich se abrieron a una abrumadora Verdad que su privilegiada mente no había percibido: “Sin Mí no podéis hacer nada”.

Dietrich continuó con su actividad y preparó su acceso a la docencia universitaria en la universidad de Munich en la que trabajó en la década de los veinte.

En 1921, en una conferencia en París, un senador belga, cuyo país había sido terriblemente castigado durante la primera guerra, preguntó a Dietrich: ¿Qué piensa usted de la invasión alemana de Bélgica el 4 de agosto 1914? Sin un instante de vacilación, Dietrich contestó: fue un crimen atroz. La sala prorrumpió en una salva de aplausos. La prensa alemana difundió la noticia en parte deformada por lo que Dietrich a su regreso a Munich tuvo que dar explicaciones en la universidad.

En estas fechas muchas personas, sin ser nazis, veían en el Movimiento Nacional Socialista dirigido por Hitler la salvación de Alemania. Dietrich, supo por un amigo, que desde 1921, se le consideraba un traidor y que su nombre estaba en la lista negra para ser erradicado en cuanto Hitler llegara al poder.

El 8 de noviembre de 1923 se produce el sorpresivo Putsch12, en el que Ludendorf se nombra presidente de Alemania con Hitler como Canciller, ello provocó la salida inmediata de Dietrich con su familia de Munich.

A pesar del fracaso del golpe, Dietrich observó a su regreso como la simiente del nazismo iba germinando y que ganaba valor en la opinión pública. El antisemitismo crecía. Pocas personas tenía la fuerza interior suficiente para resistir al poder del Zeitgeist o espíritu del tiempo, del momento. El golpe final llegó cuando en febrero de 1933 Hitler se apoderó de los cargos de presidente y canciller. Alemania permanecería en su puño de hierro hasta 1945.

El 12 de marzo de 1933 Dietrich con su familia abandona Alemania con destino a Italia. En Florencia vivirían con la familia de su hermana List, en la casa que le vio nacer. Desde allí cumplió con su compromiso de luchar contra tan diabólica ideología. Viajó a Bélgica, Holanda, París como embajador de la amenaza que suponía la nueva ideología.

En París, escuchó Dietrich el argumento de que “Vale la pena notar cuán a menudo Hitler menciona el nombre de Dios”. A lo que inmediatamente respondió. “Hitler es tan estúpido que, cuando habla de Dios, no sabe de qué está hablando”. La ceguera ante la depravación del nazismo hacía correr el sudor al filósofo alemán.

Dietrich decidió escribir a sus amigos. “Es totalmente irrelevante el que –por razones políticas- el Anticristo (léase Hitler) no se enfrente por ahora a la Iglesia y que firme un concordato con el Vaticano. El problema crucial es el espíritu que lo anima, la errónea doctrina que siembra, los crímenes que comete. Las acciones criminales ofenden a Dios con total independencia de que la víctima sea un judío, un socialista o un obispo. La sangre inocente clama al Cielo. El antagonismo absoluto, infranqueable, existente entre la filosofía nazi y la Iglesia se encuentra en el racismo y en el sistema totalitario anticristiano. El perverso carácter de este ideario de ninguna manera disminuye porque Hitler firme un concordato con el Vaticano. Un documento legal que él pisoteará tan pronto como lo crea necesario”.

En julio de 1933, Dietrich recibió la visita de Klaus Dohrn quien vino a Florencia para discutir la situación política con Dietrich ambos coincidían en ver en Hitler un enemigo mortal para Alemania y Europa y compartieron la alegría de que Engelbert Dollfuss, que había alcanzado la cancillería de Austria, era al menos un político europeo que reconocía la gravedad de la amenaza nazi.

Como consecuencia del encuentro nació la idea de solicitar a Dollfuss la financiación de un semanario que difundiera y desvelara los peligros del Nacional Socialismo. Superadas las dificultades iniciales, Dollfuss apoyó el proyecto. Dietrich y su familia trasladaron su residencia a Viena a finales de octubre de 1933.

Desde 1934 se publica la revista: “Der Christliche Ständestaat” que vio la luz con críticas simultáneos al nazismo y al comunismo. Dietrich von Hildebrand no hacía componendas, atacó abiertamente el antisemitismo que iba infiltrándose en Austria. Dietrich esparcía la verdad, estuviera o no de moda, mientras era aclamado por unos, fue calumniado por otros. Hubo quien le consideró un refugiado pesimista, un profeta de catástrofes.

El 17 de julio de 1934 es asesinado Dollfuss, el canciller de Austria, porque suponía un obstáculo para los planes de Hitler. El sucesor Kurt von Schuschnigg en la cancillería austriaca pronto informó que su gobierno no financiaría a Dietrich su revista.

En el otoño del mismo año, después de pronunciar una conferencia en la universidad del Sagrado Corazón de Milán, Dietrich no tuvo inconveniente en comentar a los periodistas que le entrevistaban que su abuela paterna era judía. Tan pronto como regresó a Austria, se encontró con la etiqueta de “El judío Hildebrand”. Esto hizo que perdiera los apoyos que tenía para ocupar una cátedra en la universidad de Viena por lo que se tuvo que conformar con una plaza de segundo orden.

En febrero de 1938 Schuschnigg aceptó la invitación de Hitler de reunirse y acudió con el deseo de conseguir una coexistencia pacífica. Entre las condiciones para no invadir Austria exigió Hitler que el canciller reprimiera las actividades periodísticas de Dietrich von Hildebrand, ya que la revista seguía su curso sin financiación gubernamental.

Como es sabido, ante la decisión del canciller austriaco de celebrar el 13 de marzo un plebiscito sobre la adhesión de Austria a Alemania, Hitler se adelantó, al 11 de marzo a invadir Austria.

Unos días antes, el 1 de marzo, un simpatizante nazi en Salzburgo dijo a su esposa, que era católica, que Von Hildebrand estaba condenado a muerte. La mujer informó a un sacerdote amigo de Dietrich, quien alertó al profesor que decidió abandonar junto con Gretchen su mujer Austria. En pocos días volvieron a Viena, por lo que parecía una falsa alarma y fue el 11 de marzo cuando definitivamente huyó de Viena con destino a Suiza.

Desde marzo de 1938, hasta que llegaron a suelo americano el 23 de diciembre de 1940, Dietrich y Gretchen dependieron totalmente de la caridad ajena.

Dietrich siendo adolescente, escuchó la voz clara y firme de su interior, que con toda pureza y libre de prejuicios, le decía: sí, sí tiene que haber algo objetivo, principios permanentes que como tales no pueden dejar de serlo. El testimonio de Dietrich muestra que en el corazón de cada persona están gravados esos principios que de acuerdo con su ser natural favorecen su desarrollo y felicidad.

Su certeza era tal que se mantuvo firme frente al criterio opuesto de su padre y hermanos en un primer lugar, pero eso no era nada frente a lo que le esperaba porque tuvo que resistir en su país y en los países europeos contaminados por el nazismo.

El conocimiento y el corazón

El relativismo al que se opone desde bien joven Dietrich queda totalmente vencido cuando Dietrich encuentra a Jesucristo y comienza una historia de amor donde el conocimiento es secundado por el corazón. A vosotros os he llamado amigos13, dice Jesús.

Dios quiere al hombre no como criatura, sino como hijo que en Cristo, ofrece verdadera amistad. A esta amistad corresponde el hombre uniendo su voluntad a la de Dios.

“Idem velle, ídem nolle” querer lo mismo rechazar lo mismo, lleva a un pensamiento y aun deseo común. La historia del amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que la comunión de voluntad crece en la comunión de pensamiento y de sentimientos, de modo que querer y voluntad coinciden cada vez más. La voluntad de Dios ya no es algo extraño unos mandamientos impuestos desde fuera, sino que es nuestra propia voluntad. Habiendo experimentado que Dios está más dentro de lo más íntimo de cada uno, crece entonces el abandono en Dios y Dios es la alegría del hombre.14

La lucha de Dietrich es una muestra de la fuerza de la Verdad para resistir frente a la máquina de poder que puso en marcha el nazismo, en contra de la posición relativista que lleva a adaptar los valores a las circunstancias y por tanto a claudicar para salvar el pellejo.

El relativismo abrió la puerta a un camino de injusticias y cesiones imparables que arrastraron a pueblos enteros. Ya en 1923 Dietrich se mostró enemigo del incipiente nazismo porque hay que saber que los procesos son largos para poder mentalizar a las personas. También hay que saber, que una vez que se inician y se acepta el proyecto, la degeneración de los valores alcanza escalas incomprensibles.

Sobre el amor conyugal

Dietrich en su conversión asumió con humildad el plan de Dios sobre las relaciones sexuales. “La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que está a favor de la vida, enseña que todo acto matrimonial debe quedar abierto a la trasmisión de la vida. Esta doctrina está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo (de los cuerpos) y el significado procreador.”15

“Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios. En el deber de trasmitir la vida humana y educarla, que ha de considerar como una misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana.”16

Fortaleza del carácter

Dietrich tuvo que hacerse fuerte en su oposición al nacismo por lo que necesitó niveles extraordinarios de motivación para sufrir y superar las dificultades desde la lealtad. El compromiso o fortaleza ayuda a no desfallecer, el estado de ánimo y la disposición de entrega de una persona comprometida es opuesta a la de la persona que adopta el papel de víctima.

No nos da miedo emprender ciertas cosas porque sean difíciles, son difíciles porque nos dan miedo. La persona responsable no culpa a los demás ni a las circunstancias, sino que por el contrario hace frente a la dificultad; porque sabe que, si trata de evitar el problema, crea otro mayor.

La integridad, la honradez y la confianza guiaron la actividad de Dietrich que se desborda acompañada de una profunda magnanimidad y humildad, cualidades imprescindibles en todo comportamiento que deja huella

Yo en mi casa, no tuve que discutir con mi padre sobre la existencia de valores permanentes. Mi padre también era hijo de artista como Dietrich. Fernando Labrada Chércoles17, pintor, fue director de la Academia de Bellas Artes de España en Roma, donde mi padre nació. Su hermano Antonio, arquitecto, reconstruyó la catedral de Sigüenza después de la guerra civil española.

Siendo ingeniero de caminos, mi padre se crio en un ambiente cultural de belleza y verdad. Cada día me estimula la generosidad y altura de miras de mis padres que fraguaron nuestro crecimiento en su amor generoso y según mi percepción bajo dos coordenadas.

Una sería el interés por la búsqueda y el conocimiento de la verdad; recordamos sin duda los hermanos las conversaciones en las comidas sobre el Ente, en las que apenas me atrevía a intervenir por ser de los pequeños y que marcaron mis inquietudes. Pero en mi casa, a diferencia de Dietrich las respuestas a la pregunta sobre el hombre: su origen, destino y misión, o valores que anclan a la persona en su identidad, estaban inspiradas en valores permanentes procedentes de la cultura greco-romana, realzados por el humanismo cristiano.

La otra coordenada que orientó nuestro crecimiento fue el estilo de vida austero. En los años sesenta, en España y la mayoría de los países, no había peligro de vivir del despilfarro, pero el estilo de vida austero es más una elección libre de vivir sin apego a los bienes materiales, que no poder disponer de ellos. Se elige valorar todo lo que tienes como regalo y disfrutar de ello sin crearte necesidades, ataduras ni ansiedad. Es un estilo que aligera la vida de todo lo superfluo y desarrolla la capacidad de sorpresa: ante la naturaleza en todas sus versiones, ante una hoguera a la luz de las estrellas, ante el ruido del mar o la escucha del silencio; ante una conversación que abre horizontes; ante la música y el canto con la guitarra; ante todo aquello que es reflejo de la Belleza, de la Bondad y de la Verdad. “Llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria de Dios”18

“La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen; son los que experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música, en el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida”.19

Mi infancia y adolescencia transcurrió entre el colegio, el Parque del Oeste próximo a nuestra casa, las reuniones semanales de los equipos de Boy Scouts en el garaje de Nieves Blanco en la C/ Nervión en el barrio del Viso, las excursiones de fin de semana y el campamento anual. La familia Blanco también puso a nuestra disposición un año para acampar su finca de Rascafría. Nieves, que nos amenizó muchas veladas y bailes con su acordeón, perdió la vida junto con su madre muy joven en la peligrosa carretera de bajada de Navacerrada a Rascafría. Su pérdida me advirtió de la fragilidad de la vida y de que a pesar de nuestra juventud la muerte se presenta para recordar la temporalidad de todo lo que nos ocupa y la fragilidad de la condición humana. La muerte de un ser querido invita a un buen vivir para un buen morir.

En los veranos mis padres nos mudaban a Sigüenza, la ciudad del Doncel, a la que arribábamos con los baúles y el famoso saco familiar de zapatos para instalarnos tres meses como poco y es que el colegio comenzaba a primeros de octubre.

A los 14 y 15 años hice mis primeras escapadas a Tapia de Casariego a casa de Pilarchu. Las estancias en Tapia donde estrenábamos cada mañana la playa de la Paloma con las hullas de las gaviotas, en busca de percebes en las rocas y de quisquillas en la bajada de la marea; las visitas al puerto; las excursiones a los lagos con grandes extensiones de helechos verdes en compañía de amigos; la mantequilla salada elaborada por Leo con la leche fresca que llegaba por la mañana. Todo aquello me interpelaba sobre algo o alguien muy por encima de lo tangible que me henchía el alma.

El verano antes de comenzar la universidad, para reforzar el francés, fui con mis hermanos Marisol y Miguel a Pau lo que supuso mi primera salida de España.

Terminado el bachillerato de ciencias en el Instituto Beatriz Galindo, consideré la carrera como algo diferente a seguir cinco años más con: cuentas, números ecuaciones y fórmulas. Mi acceso a la mayoría de las carreras de letras no era fácil por la falta de base en latín y griego.

Me decidí por la carrera de Derecho después de escuchar a un eminente jurista en una conferencia sobre esta disciplina en el Colegio Mayor Zurbarán. Era el día que cumplía 18 años y fue el día que conocí a Jaime, mi actual marido quien me conquistó de inmediato. Todo ello a causa de dos queridas celestinas, mi hermana María Antonia, Toto, y la prima de Jaime, Maribel.

No había antecedentes en mi familia de abogados o juristas. Mi abuelo Fernando que, como he escrito, había consagrado su vida al arte a través de la pintura me comentó su sorpresa ante mi elección.

Sin problemas para el acceso, superando los exámenes correspondientes y obteniendo la beca solicitada comencé Derecho en la Central de Madrid. Mi promoción fue la última del régimen de Franco, antes de la transición a la democracia.

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