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I

¿Qué es la vida?

Si este libro es un libro de filosofía práctica, es decir, una reflexión sobre la vida, parece lógico comenzar preguntándose qué significa vivir, ese sería el primer paso, necesario para la comprensión de lo humano.

En principio, “vivir” parece algo bueno en sí mismo, realmente no necesitaría adjetivos. Podríamos pensar que para un buey o una margarita, para cualquier ser en general, es mejor existir que no existir, haber nacido, que no haberlo hecho. Sin embargo, en el caso del hombre no lo vemos tan claro, cuando hablamos de un ser humano nos resulta difícil no ponerle un adjetivo a la vida. Por otra parte, aunque en muchos momentos de la historia, los hombres se han considerado algo muy especial, el vivir en sí mismo no parece ser radicalmente diferente para ellos y para los demás seres vivos. Lo peculiar es justamente esa necesidad de adjetivo, que nos lleva también a hablar de verdad y de bien y, como consecuencia, a buscar esa diferencia, sea grande o pequeña, que existe entre el vivir en general y el nuestro.

Vivir es crear y mantener una identidad

¿De qué hablamos cuando hablamos de vida?, ¿cuál es su característica esencial, aquella que comparten un hombre y una ameba? Parece ser que no se conoce ninguna forma de vida sin la existencia de algún tipo de membrana,1 es decir, que desde el punto de vista biológico, no hay vida si no hay identidad, la vida es lo propio de un individuo. Esto es muy claro si observamos su actividad fundamental: el alimentarse. Por esta razón el siguiente capítulo se centra en estos dos conceptos: “identidad” y “nutrición”, pero como me propongo comenzar desde abajo, nuestro primer paso será la idea de materia, dado que afecta directamente a nuestra comprensión de los seres vivos.

Revisión del concepto de materia: la materia como energía

La interpretación contemporánea de la materia es probablemente uno de los pasos más importantes hacia la comprensión de la vida y, por tanto, también del hombre. Hoy en día, la física tiende a una concepción de la materia no ya como algo pasivo, sino activo: “una nueva visión de la materia en la que ésta ya no sea pasiva como la descrita en el mundo del concepto mecánico, sino asociada a actividad espontánea”,2 donde la vida y, por tanto, la biología penetra sus propiedades.3 Del mismo modo la vida no se presenta como un fenómeno aislado e inconexo, sino arraigado en las leyes básicas del universo.4 Esta visión del mundo nos devuelve esa idea coherente y unitaria de lo real, que añoraba el Romanticismo como reacción al universo mecánico e inanimado, muerto, descrito por el positivismo del siglo XVIII.

La distinción clásica entre materia y forma nos ha traído muchos quebraderos de cabeza y una división del mundo –que más tarde ahondará el Racionalismo cartesiano– que, con el tiempo, desembocó en una interpretación aberrante de lo real, dividido en partes irreconciliables. Hoy sabemos que no sólo, como afirmaba Aristóteles, no existe un cuerpo sin un alma, sino que no podemos hablar de un principio pasivo constitutivo de los seres vivos.5 La materia, desde este punto de vista, carecería de estructura; toda belleza y todo cambio le vendría impuesto por la forma como principio activo. En contraposición a este planteamiento, la comprensión real de la vida, desde mi punto de vista, sólo puede comenzar con una revalorización de la materia; dado que, como acabamos de ver, ha sido tachada a lo largo de la historia de principio pasivo, contrario al conocimiento, cárcel del alma, causa del pecado y no sé cuantos oprobios más, contra los que se rebelaba el sentido común y cuya inconsistencia demuestra hoy la ciencia. En contra de este prejuicio, repetido a lo largo de la historia de la filosofía, puede afirmarse que la materia es energía, es en sí misma forma, orden y movimiento, es según esto, a su nivel, entelécheia (perfección y acto en lenguaje aristotélico). Tal vez bastaría con decir que en los seres, vivos o no, no existen dos principios diferentes: uno activo y otro pasivo. Esta perspectiva cambia radicalmente nuestro concepto de vida, porque hace posible comprender a los seres vivos, y por tanto al hombre, realmente como un todo. “¿Qué es lo que queda de las viejas ideas de materia y sustancia? La respuesta es energía. Esta es la auténtica sustancia, la que se conserva: solamente cambia la forma en la que se manifiesta”.6

Como consecuencia, en el planteamiento clásico subyace, a mi entender, un problema de difícil solución: la explicación misma de la actividad, que hoy podríamos llamar energía. Para la filosofía clásica, la actividad era normalmente considerada una perfección en sí misma, sin embargo la perfección más alta se acabó identificando con la inmutabilidad dado que, según Aristóteles, todo lo que se mueve, se mueve por algo, es decir, el movimiento es la búsqueda de algo de lo que se carece, de una perfección que nos falta.7 En este punto surge una contradicción de difícil arreglo. A Aristóteles no le queda otra salida que diferenciar entre movimiento y actividad –que define su idea de perfección–; el movimiento implica cambio (paso de la potencia al acto) y la actividad no. La actividad sería la vida de un ser que se basta a sí mismo y, por ende, encerrado en sí mismo. Según esta interpretación, el famoso motor inmóvil (identificado a menudo con Dios)8 puede entenderse como actividad, pero inmutable, sin cambio. Sin embargo, el afán por la definición, o por lo que se consideraba “pensamiento científico”, acabó ganando terreno. Finalmente, Aristóteles afirma que el alma no puede moverse,9 a pesar de su empeño por demostrar que es acto.

Esta diferenciación nos crea hoy muchos problemas: ¿se puede, en los seres vivos, hablar de actividad sin cambio, teniendo en cuenta, por ejemplo, que un ser vivo renueva todas sus células periódicamente?, ¿se puede hablar de una actividad puramente centrada en sí misma (pensamiento que se piensa a sí mismo) cuando estamos definiendo la vida como “estructura abierta”? Hoy sabemos que, con base en el segundo principio de la termodinámica enunciado por el físico francés Carnot, “todo sistema físico aislado o cerrado procederá espontáneamente en la dirección de un creciente desorden”10 y, por tanto, un sistema cerrado no habla de perfección vital, sino de una carencia estructural que conlleva la muerte por desgaste. La definición de entropía (que en griego significa evolución)11 como tendencia natural de todos los cuerpos al desorden hace todavía más difícil de explicar la idea de la inmutabilidad que subyace tenazmente en muchos de nuestros planteamientos filosóficos. Como más tarde veremos esto con más detalle, baste ahora decir que la vida sólo es posible en los sistemas lejos del equilibrio. La estabilidad equivale a la destrucción del sistema, “buscábamos esquemas globales, simetrías, leyes generales inmutables y hemos descubierto lo mudable, lo temporal y lo complejo”.12

Lo vivo se basa esencialmente en inestabilidades, y esto contrasta con lo inerte, que se sitúa en ámbitos cercanos a estados estables de equilibrio. Las inestabilidades conducen a una abertura sensibilizada, capaz de sondear lo “vivo-embrional” del microcosmos13 […] En esto consiste la esencia del estar vivo, en la estabilización dinámica de la inestabilidad estática.14

La concepción atómica de la materia, que hoy podríamos llamar clásica, evolucionó desde una materia carente de forma (materia prima aristotélica) a un cúmulo de partículas estables indivisibles e inmutables (átomo) que proporcionaba al mundo un fondo de estabilidad gracias a la estabilidad de las propias partículas que lo componían. Pero, como explica el profesor Dürr, lo que realmente nos encontramos es que “en el fondo” la materia no está compuesta por materia, o lo que hemos entendido habitualmente por tal. Igual que el campo electomagnético es algo así como un vacío que vibra, nos damos cuenta de que la realidad está compuesta por figuras, estructuras, cambio, procesos. “En el fondo, no hay sino figuras-gestalt, una pura estructura relacional sin soporte material. Quizás también podríamos decir información”.15 Ciertamente, hoy en día podemos afirmar que la materia es potencialidad, pero no como pasividad, sino como “algo que aún no ha eclosionado, un hasta cierto punto indecidido, ‘tanto esto como aquello’ […] la potencialidad aparece como lo uno, lo nodivisible”.16

La identificación de la inmutabilidad con la perfección ha impregnado durante siglos nuestra forma de entender a los hombres y a Dios, es decir, el conocimiento y la vida en su estado de máximo desarrollo. Aunque, tal vez si hacemos caso a la interpretación que hace Kingsley del poema de Parménides (y toda la filosofía de la época), esto no sea más que un malentendido de Platón. La definición aristotélica de la actividad como inmutabilidad tampoco en su momento fue obvia. Para la mayor parte de los filósofos griegos todo estaba vivo y, por lo tanto, en movimiento,17 o como decía tan bellamente Tales, todo está lleno de dioses. Realmente la quietud y la inmutabilidad parecen lo más ajeno a la vida y resulta extraño que se interprete como perfección en una cultura como la griega para la cual todo el universo estaba vivo. Para los griegos el mundo no tenía nada que ver con la interpretación cartesiana de una realidad mecánica, muerta, llena de máquinas sin alma y movidas por fuerzas externas. Según esto, tampoco la filosofía consistía en descubrir mecanismos de control, era algo mucho más importante, era algo vital, se trataba de encontrar lo humano en cada uno, su identidad; de descubrir, en suma, su propio vínculo con lo divino.18 Para la tradición órfica, la filosofía era una experiencia curativa en sentido profundo y, por esta razón, explica Kingsley, los pitagóricos y los seguidores de Parménides se sometían a ritos iniciáticos, como la incubación, que consistía en un simulacro de la muerte.

Lo importante era no hacer nada. El momento culminante se producía cuando el enfermo no se debatía ni hacía ningún esfuerzo, sólo tenía que rendirse a su condición. Se acostaba como si estuviera muerto: aguardaba sin comer, ni moverse, algunas veces durante varios días seguidos. Y se aguardaba a que la curación llegara de otro lugar, de otro nivel de conciencia y existencia.19

La inmovilidad se entendía como una técnica para alcanzar la perfección, lo divino que hay en mí o la relación del individuo con la divinidad, pero no era la meta, ni la definición de la perfección alcanzada. De hecho, “para los griegos, la inmovilidad tenía una vertiente que les parecía sumamente inquietante. Y no sólo inquietante, sino también siniestra, ajena, profundamente inhumana”.20 Por eso justamente se utilizaba; el hombre rozaba así los límites de lo humano y, con ello, lo conocía más plenamente y podía acercarse a lo divino.21 Era, por tanto, una simulación: haciendo como si estuviese muerto, el individuo alcanzaba una vida más plena.22

En resumen, no parece que seamos capaces de definir lo divino, cuando ni siquiera entendemos realmente lo humano, pero de lo que no cabe duda es de que el hombre es un ser vivo y, por tanto, se mide y se entiende desde la energía y no parece lógico que la perfección sea un equivalente de la muerte: la inmovilidad. En el hombre todo está vivo, incluso lo que le produce la muerte y la enfermedad, como los tumores o los virus. Los griegos lo sabían bien.

En conclusión, parece claro que la explicación de un ser vivo con base en dos principios (uno activo y otro pasivo), por mucho que éstos se consideren metafísicos, resulta difícil, porque eso hace imposible la comprensión de la actividad. La vida sólo es vida, energía, aunque en diferentes grados o niveles de orden, y esto es así porque se explica como una determinada ordenación de la materia-energía: la forma o el orden que ésta alcanza cuando es capaz de autoorganizarse.

La vida es una actividad que consiste en mantenerse vivo: la vida como nutrición

El proceso: nuevo paradigma científico

Esta forma de ver las cosas, de la física clásica, impregna el pensamiento filosófico occidental hasta el siglo XX. Tal vez hemos tenido que pasar por el Romanticismo y las vanguardias artísticas del siglo XX para acercarnos a la vida desde el concepto de “proceso” y no desde visiones puntuales y estáticas; algo así como una suma de instantáneas que sólo pueden darnos, como bien sabemos hoy, una “película”, apariencia de movimiento cuando en realidad “todas las formas de vida son complicados agregados, meticulosamente organizados, de vida microbiana en evolución […] preparados para expandirse, modificarse a sí mismos y a las demás formas de vida”.23

El primer paso para este gran cambio es el concepto de evolución que desde el siglo XIX, suponía el gran reto de los científicos y que dará lugar a la formulación de las leyes de la termodinámica. “Mientras la mecánica Newtoniana era una ciencia de fuerzas y trayectorias, el pensamiento evolucionista –pensamiento en términos de cambio, crecimiento y desarrollo– requería una nueva ciencia de la complejidad”.24

Esta nueva forma de pensar, “desde el cambio, el crecimiento y el desarrollo”, hace posible el nuevo paradigma científico que da lugar al concepto de “proceso”. De forma muy general podemos decir que el proceso describe un cambio químico, de la misma forma que en física se habla de trayectorias o funciones de onda.25 Describe una evolución que ya no puede definirse, tal y como lo hace la física clásica, como reversible (donde no hay una dirección temporal), y desde un punto de vista determinista (previsible a partir de unas condiciones iniciales). El proceso habla, por el contrario, de una evolución irreversible, histórica, y en el que el azar juega un papel importante.26 Tal vez la indefinición del desarrollo de un proceso se debe simplemente a la imposibilidad de conocer y describir la infinitud de factores que intervienen y que, como en una conversación o en una obra de improvisación musical, el resultado es común y, por tanto, como una red inextrincable de influencias mutuas. Realmente, más que de leyes definitorias hablamos de procesos probabilísticos, lo que sucede es simplemente lo más probable.27

Cuando Pauli, a propósito del concepto de materia, nos explica el nuevo paradigma de la física, nos encontramos así mismo con un proceso similar al de la improvisación musical, objetos que comienzan a moverse tan pronto como los observamos, que adquieren una determinada forma por el hecho de ser observados.28 Según lo define Heisenberg, no podemos establecer simultáneamente la velocidad y la posición de una partícula elemental. Al cambiar su estado con la observación, tendremos que elegir entre conocer el espacio o conocer el tiempo, pero no ambos y, por tanto, nunca se puede determinar la evolución del sistema, como sucedía en la mecánica clásica. Una partícula será, según esto, diferente cada vez que la observemos, como en un diálogo, y las posibilidades de cambio residen en sí misma.

Como si de un efecto sin causa se tratara, el resultado individual de una medida no está, en general, comprendido en las leyes […] en el nuevo modelo de pensamiento ya no suponemos el observador objetivo presente en las idealizaciones teóricas de tipo clásico, sino un observador que, debido a sus efectos indeterminables, crea una situación nueva descrita teóricamente como un nuevo estado del sistema observado. De esta forma cada observación es una singularidad de un resultado objetivo particular, un aquí y un ahora de las posibilidades teóricas, que pone de manifiesto el aspecto discontinuo de los fenómenos físicos.29

Esta forma de proceder de la materia-energía es esencial en la comprensión de la vida. El diálogo es una forma de comportamiento que define la actividad propia de los seres vivos, su desarrollo. Incluso cuando nos imponen algo, surge en nosotros un nuevo estado que es una respuesta a esa imposición. Para entender la vida hay que partir necesariamente del concepto de proceso como el imprevisible resultado de una experiencia, como un cambio histórico y, por tanto, irreversible.30 Sólo desde esta perspectiva podemos comprender fenómenos elementales para los seres vivos como la nutrición, la actividad principal de todo ser vivo, que consiste en seguir estándolo.

La nutrición31 y la respiración tienen como meta el mantenimiento de la vida, la supervivencia, y pueden así identificarse con la vida en sí misma. Voy a centrarme aquí en la primera, ya que las dos actividades mencionadas se pueden explicar según el mismo esquema de desarrollo.32 La nutrición es un proceso por el cual el organismo hace suyo aquello que le es ajeno (procesos metabólicos), y expulsa lo sobrante o lo que le es dañino, que por otra parte, suele ser útil para otros seres. Este hacer suyo, que es un proceso de asimilación, significa que el alimento no permanece siendo lo que era, sino que deviene estructura del sujeto que lo ingiere, come o respira. Es algo así como el material que el organismo utiliza para recomponer y hacer crecer su propia estructura y, por tanto, el alimento adquiere la forma que el organismo que lo ingiere le da.

Según esto, la permanencia en el ser se lleva a cabo por un proceso de transformación, mediante el cual “lo ajeno” pasa a ser “lo propio”. La conclusión es que un ser vivo sólo sigue siendo lo que es gracias a la asimilación de lo otro, de otros seres, que necesariamente tienen que ser diferentes a él.33 La identidad se mantiene gracias a lo diferente, porque sólo es posible como diálogo, y el diálogo consigo mismo se vuelve rápidamente aislamiento y locura.34 La identidad es la respuesta del organismo al medio. Esto supone un continuo proceso de reestructuración y renovación interior en el que, de un lado, los componentes del organismo cambian continuamente gracias a su relación con el exterior y, de otro, la estructura y la forma de relación de ese ser permanecen. Digamos que lo importante es que sobrevivimos gracias a lo que es distinto de nosotros mismos y de nuestra capacidad para incorporarlo, al tiempo que permanecemos siendo lo que somos. Quien de verdad se alimenta es quien construye una identidad.

La capacidad de alimentarse es una actividad que no siempre tiene el mismo grado de complejidad o de amplitud. En principio, los seres más desarrollados en la cadena de la vida son aquéllos que son capaces de digerir más variedad de alimentos, es decir, aquéllos que son capaces de vivir, y por tanto de crecer, casi con cualquier cosa; de convertir en propio un amplio espectro de elementos ajenos. De alguna manera, el nivel de perfección de una vida dentro de la cadena biológica se define por su capacidad de apertura a lo otro, o por su flexibilidad interior en el intercambio con el exterior. Según esto, un ser humano es omnívoro en el más amplio sentido de la palabra.

Concluyendo, podríamos definir la vida, en su nivel más elemental, como un proceso de asimilación selectiva o como una relación tal con lo exterior, que un individuo crece y se desarrolla gracias a otros seres con los que establece determinadas relaciones de intercambio y apropiación, que le permiten mantener su identidad.

La vida es un proceso de ordenación

Actualmente la ciencia se centra cada vez más en el concepto de vida; las estructuras y los procesos que la definen. Ya a principios del siglo XX; el Racionalismo y con él la metodología analítica y taxonómica, el modelo mecanicista y el pensamiento lineal mostraban de forma patente su incapacidad para comprender el mundo de los seres vivos. La física no podía explicar la vida basándose en los principios conocidos y aceptados hasta entonces. Por ejemplo, el segundo principio de la termodinámica afirmaba que todo en la naturaleza tiende, de forma irreversible, al desorden.35 Es decir, cualquier movimiento supone una pérdida de calor y, por tanto, de energía que no puede ser recuperada, y eso significa que el universo tiende naturalmente a la extinción. “La entropía aumenta irreversiblemente en los sistemas aislados hasta alcanzar un valor máximo, cuando el sistema alcanza el equilibrio y pierde su estructura inicial”.36 Pero ¿cómo se explicaba entonces que los seres vivos mantuviesen su propio orden e incluso lo incrementasen, es decir, que evolucionasen? Porque un ser vivo no es un sistema aislado. Hubo que reinterpretar el segundo principio de la termodinámica, cosa que hizo Boltzmann37 a principios del siglo XX relacionando desorden (entropía) y orden para poder explicar esta realidad. En la vida, orden y desorden son inseparables, se crean simultáneamente, porque el no-equilibrio es también una fuente de orden.38 “Actualmente hallamos por todas partes transiciones del caos al orden, procesos que implican la autoorganización de la materia”.39 Cada vez más, los físicos buscaron en la neurofisiología, la bioquímica o la psicología, lo que la física clásica no podía proporcionarles.

Así, Schrödinger40 (Premio Nobel de física en 1933) al observar las diferencias características de los seres vivos, que incluso se rigen por leyes físicas propias, publicó en 1944 un pequeño ensayo, que pronto se convirtió en punto de referencia, donde hacía patente esta situación, reconociendo las deficiencias de la física, que hoy llamamos clásica, para explicar la vida.41 Para Schrödinger, la respuesta a la pregunta por la vida no se encuentra fundamentalmente en la física, ni en la química, sino en la química orgánica, aunque lo que podríamos llamar las leyes de la vida no contradigan en absoluto las leyes físicas:

de la descripción general que hace Delbrück del material hereditario resulta que la materia viva, si bien no elude las “leyes de la física” tal como están establecidas hasta la fecha, probablemente implica “otras leyes físicas” desconocidas por ahora, las cuales, una vez descubiertas, formarán una parte tan integral de esta ciencia como las anteriores.42 Lo que parece claro, es que la vida escapa a la estadística, parámetro al que se ajusta la física tradicional.43

En ¿Qué es la vida? Schrödinger la define así:

La vida parece ser el comportamiento ordenado y reglamentado de la materia, que no está asentado exclusivamente en su tendencia a pasar del orden al desorden, sino basado, en parte, en un orden existente que es mantenido.44 ¿Cuál es el rasgo característico de la vida?, [se pregunta] ¿Cuándo puede decirse que un pedazo de materia está vivo? Cuando sigue “haciendo algo”, ya sea moviéndose, intercambiando material con el medioambiente, etc. Y ello durante un período mucho más largo que el que esperaríamos que “siguiera haciéndolo” un pedazo de materia inanimada en circunstancias similares.45

Es decir, la vida consiste en el mantenimiento de un orden, que contradice la tendencia general de la materia hacia el desorden. Vivir es mantener y, en cierto modo, producir ese orden. Un ser vivo se alimenta y, al hacerlo, retrasa la muerte, evita la degradación a la que todos los cuerpos tienden. Al comer, beber, respirar, fotosintetizar, en definitiva, mediante los procesos metabólicos, el organismo evita la degradación. Los seres vivos se manifiestan como un orden capaz de mantenerse a sí mismo y producir acontecimientos ordenados.

Según esto, la nutrición, el mantenimiento de la vida, es un proceso de reordenación constante, de reestructuración interior que realiza el propio ser vivo que, para Schrödinger, se mantiene gracias al orden exterior que asimila metabólicamente.46 En realidad, en esta época (1943) ya se sabía que a un ser vivo el orden no le viene impuesto desde fuera, sino que es el propio organismo el que impone ese orden.47 El sistema de reacción de las vacunas se basa en este conocimiento: el ser humano rechaza lo que no tiene su propio orden y, por tanto, no reconoce como suyo. Ese extraordinariamente bien ordenado estado de la materia, del que habla Schrödinger, no se alimenta por él mismo, ni de forma inmediata y automática (de ello nos hablan enfermedades como la anorexia y la bulimia). El alimentarse es una actividad de quien se alimenta, no del alimento. La actividad metabólica es un proceso de reordenación de lo que ingerimos, una actividad del propio organismo para mantener estable su orden interno, es decir, para seguir siendo él mismo. Por tanto, no sería exacto decir que un ser vivo se alimenta de orden, sino que se alimenta ordenando. Lo que ingerimos nos alimenta en tanto adquiere otra forma, la nuestra, la de nuestro propio sistema. Dicho con otras palabras, no es que la vida sea capaz de orden porque lo asimila, sino que es vida porque ordena.

El orden de la vida es la identidad: la autopoíesis

Tal vez, como el propio Schrödinger reconoce, este proceso es difícil de comprender sólo desde la física, incluso desde la física cuántica. Aunque hoy en día el concepto de auto organización es común en la física, vamos a continuar nuestro análisis mediante el concepto de autopoíesis, con el que los biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela explican la vida. Me centraré en su obra El árbol del conocimiento,48 trabajo realizado en 1960 para la Organización de Estados Americanos (OEA), donde se proponen exponer las raíces biológicas de la inteligencia humana como base de un estudio sobre la comunicación, siendo en realidad la meta de su trabajo una mejor comprensión del conocimiento.

Para Varela y Maturana, la explicación del proceso cognoscitivo no empieza con el estudio del sistema nervioso, sino mucho antes: en sus raíces comunes con todo el universo, en su materialidad común.49 La observación de los orígenes materiales de la vida, dirán, nos enseña algo fascinante: que la posibilidad de la vida es la diversidad.

Al comienzo de la historia de la estrella, había, fundamentalmente, homogeneidad […] Después de la formación de los planetas, en un continuo proceso de transformación química, se ha producido una gran diversidad de especies moleculares, tanto en la atmósfera como en la superficie de la corteza terrestre […] la diversidad morfológica y química de las moléculas orgánicas es, en principio, infinita.50

La posibilidad de la vida está, según esto, en la diversidad, potencialmente infinita, de las moléculas, y en su flexibilidad interior. Esta diversificación y plasticidad moleculares posibilitan la formación de redes de reacciones que darán origen, según Varela y Maturana de forma necesaria (aunque esta afirmación dista mucho de ser obvia), a los seres vivos: conjuntos de moléculas que, interactuando, llegan a constituir unidades independientes y autónomas. Para poder hablar de identidad, la diversidad es condición previa, porque la homogeneidad no produce vida.51 Por tanto, un ser vivo es un conjunto de moléculas que es capaz de alcanzar una identidad y mantenerla a partir de la diversidad: “tales redes e interacciones moleculares que se producen a sí mismas y especifican sus propios límites son […] seres vivos”.52 Así, lo que define la vida es una determinada organización, resultado de un proceso molecular que se denomina autopoiético porque consiste “literalmente en que se produce continuamente a sí mismo”.53 El metabolismo celular de los seres vivos es autopoiético.

Un ser vivo se define, por tanto, como un sistema cuya actividad consiste en hacer y mantener su identidad; el sujeto que actúa y el resultado de la acción son uno o, como dicen de forma muy bella Varela y Maturana, “el ser y el hacer de una unidad autopoiética son inseparables y eso constituye su modo específico de organización”.54 Así, aunque no sea real afirmar que el vivir no tiene repercusiones externas, sí podemos decir que la vida es una actividad que se tiene como meta a sí misma. Aunque esta afirmación, como veremos, hay que matizarla, no por ello es falsa, y nos es muy útil para comprender el aspecto fundamental de la vida: el ser un orden que se mantiene a sí mismo. Esto nos ayuda también a entender el significado del concepto de “desarrollo” y de la idea de felicidad como plenitud.55

Los autores identifican este proceso de autoconstrucción con el conocimiento, que no se explica como adquisición de una representación del mundo “exterior”, sino como la continua creación de un mundo interior a través del proceso mismo de la vida. Identifican la vida con el conocimiento, que definen como el intercambio de un organismo con el medio, puesto que consiste en un cambio de estado del ser vivo, algo así como una “respuesta” a una situación ambiental determinada. Esto no significa un cambio de identidad, sino poseer la flexibilidad suficiente para ser el mismo en otras circunstancias.56 Así, entienden por conocimiento esta recreación continua de sí mismo, que realmente puede considerarse como la interpretación que cada ser vivo realiza de la situación exterior a través de lo que toma del entorno. Incluso podríamos decir que “conocimiento” es la interpretación de lo que pasa “fuera”, a través de lo que pasa “dentro”, es algo así como el resultado existencial de una situación, la respuesta que cada ser vivo produce en su diálogo con el entorno. Pero lo más importante es comprender que esa respuesta somos nosotros mismos.

En este proceso vital autopoiético hay que resaltar que dicha actividad autocreadora no depende de los componentes físicos del organismo, que sólo especifican el espacio en el que éste se desarrolla, sino de las relaciones que, en su proceso autopoiético propio, ese organismo concreto establece con su entorno. Es decir, la identidad que define al ser vivo, consiste en una determinada forma de relación, en un orden que él mismo establece, es algo cualitativo.

Un organismo intercambia constantemente sus piezas, substituyendo sus componentes químicos, sin perder nunca su identidad. Este fenómeno holístico modulador que es la autopoíesis, el automantenimiento activo, se encuentra en la base de toda vida conocida; todas las células reaccionan a las perturbaciones externas para conservar aspectos clave de su identidad dentro de sus límites.57

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9786078348947
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