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Aventuras en familia 2

Sonia Krumm


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido

Tapa

Solo para padres

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Aventuras en familia 2

Sonia Krumm

Dirección: Stella M. Romero

Diseño de tapa: Karina Varela

Diseño del interior: Giannina Osorio

Ilustración de tapa: Karina Varela

Ilustración del interior: Karina Varela, Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXX

Es propiedad. © 2016, 2020 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-120-9


Krumm, SoniaAventuras en familia 2 / Sonia Krumm / Dirigido por Stella M. Romero / Ilustrado por Karina Varela. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.Libro digital, EPUBArchivo Digital: onlineISBN 978-987-798-120-91. Educación en valores. I. Romero, Stella M., dir. II. Varela, Karina, ilus. III. Título.CDD 370.114

Publicado el 30 de marzo de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Solo para padres

Enseñar a los niños a disfrutar de la lectura es un regalo que los padres podemos hacer a nuestros hijos a muy bajo costo y que perdurará a lo largo de la vida. Leer es un entretenimiento que, si sabemos elegir los textos, instruye y construye. Por eso, es tan importante el modelaje de estas habilidades.

Este libro está pensado para una etapa de transición, entre los años en que los niños necesitan que se les lea y los años cercanos a la pubertad, en los que disfrutan de su independencia lectora. Por esa razón, esta obra contiene preguntas al iniciar y terminar cada lectura. Dependiendo de la madurez cognitiva y emocional de los niños, pueden leer solos. Sin embargo, el objetivo de las preguntas es acercar afectivamente al pequeño lector y a su cuidador (padres, hermanos mayores u otras personas cercanas).

Las preguntas son una gran oportunidad para compartir lo que uno y otro entienden respecto de los conceptos y valores, para dar a conocer sus emociones sobre diversos temas, y para, por qué no, revivir historias y experiencias familiares.

El estilo de vida del siglo XXI amenaza con llevarnos paulatinamente a la incomunicación directa, cara a cara. Y en este sentido, las lecturas son una excusa para la conversación y el intercambio. Sus sencillos argumentos llevan a recordar otras situaciones similares y evocar sentimientos parecidos. ¡Es muy saludable expresar las emociones y los recuerdos en un marco de valores basados en la Palabra de Dios!

Algunas sugerencias para optimizar la lectura de este libro:

 Busque el momento apropiado para leerle a su hijo. No lo haga en forma apresurada. Haga que su hijo sienta que ese tiempo es para él. Esto facilitará el diálogo.

 Encuentre un espacio físico adecuado para el momento. Tome las precauciones necesarias para que no los interrumpan en medio del relato. Recuerde que a los niños pequeños les es difícil retomar el interés una vez que su atención ha sido capturada por otro estímulo.

 Dedique tiempo para hacerle las preguntas que se sugieren antes de comenzar la lectura. Permita que su hijo recuerde vivencias pasadas o que utilice su imaginación con lo que no ha vivido. Este diálogo le dará una oportunidad preciosa para conocer en profundidad qué piensa su pequeño respecto de las cosas más simples y más trascendentes de la vida.

 Mientras lee el relato, trate de transmitir sus propias emociones por medio de las inflexiones de su voz y de gestos. Recuerde que al hacerlo está estimulando la inteligencia emocional de su niño.

 Al finalizar la historia, dedique un tiempo a la conversación. Esta podría surgir espontáneamente o también se puede estimular con las preguntas que se sugieren. No desaproveche la oportunidad de hablar con su hijo de otros temas, aunque no tengan relación con el relato leído. Recuerde que este no es un ejercicio de comprensión de texto, sino que debe ser un punto de partida para el diálogo.

 Una última sugerencia: si su hijo lo desea, tómelo en su regazo mientras le lee. Usted le estará transmitiendo mucho más que los valores del relato. Estará dando un mensaje de amor junto con el placer de la lectura.

Introducción

¿Conoces a mi familia? Quizá se parezca a la tuya… o tal vez sea muy diferente, porque existen distintos tipos de familias. Lo importante es que sus miembros se respeten, se quieran mucho y disfruten de la vida juntos.

En mi casa, además de comportarnos como hermanos normales (que juegan y, a veces, se aburren de estar juntos; o que se disgustan y después se piden disculpas), siempre hemos tenido mascotas muy queridas. Es imposible recordar nuestra infancia sin pensar en ellas. ¡Cuánto hemos aprendido y qué lindas aventuras compartimos!

Por eso, te invito a recordar tus propias aventuras mientras lees nuestras historias. Aprovecha las preguntas para dialogar, con alguien de tu familia, sobre sus recuerdos y vivencias.

¿Te gustaría registrar tus propias “aventuras en familia”? ¡Inicia tu libro de historias familiares!

Capítulo 1


El pijama rojo

¿Has tenido alguna enfermedad eruptiva? ¿Qué molestias te produjo? ¿Cómo te ayudaron a pasar ese momento? ¿De qué modo te entretienes cuando estás enfermo? ¿Te gusta estar en la cama? ¿Qué es lo primero que quieres hacer cuando puedes levantarte?

Volví de la escuela muy cansado. Me picaban los brazos, las piernas, la espalda... ¡todo el cuerpo!

Mi mamá me examinó con cuidado y sacudió la cabeza.

–Andrés, creo que tienes una enfermedad eruptiva. Un baño tibio y ¡a la cama! –dijo.

Así fue como inauguré la temporada de varicela en casa.

–Este talco mentolado te aliviará la comezón. No te rasques para que no te queden cicatrices permanentes –decía mi mamá mientras me dejaba el cuerpo como un pan enharinado.

Al día siguiente, tuve dos compañeros de cuarto. Mis hermanos mellizos de tres años también habían comenzado a rascarse. ¡Los tres con varicela!

Mi habitación se transformó en un hospital. Papá trasladó allí las camas de mis hermanos para que fuera más fácil entretenernos y cuidarnos. En esos días no peleamos. Parece que el estar los tres enfermos nos hizo más generosos con nuestros juguetes y nos dio más ganas de divertirnos juntos. En la cama pintábamos nuestros libros de colorear, armábamos casitas y camiones con ladrillitos, mirábamos algunas películas..., y así fue pasando la semana. Como nos habían vacunado años antes, la enfermedad fue leve. La varicela se despidió de nosotros y volvieron las ganas de jugar afuera.

A mí y a mi hermana Sofía se nos secaron rápidamente las ampollitas y para el viernes nos sentíamos sanos. Pero Alex tuvo más ampollitas y se notaban principalmente en su cara.

El sábado de mañana estábamos deseosos de ir a la iglesia. Era muy raro que faltáramos porque mi mamá era directora de la Escuela Sabática, así que, aunque lloviera o hubiera tormenta, íbamos a la iglesia. Pero, como Alex no había sanado totalmente, mis padres decidieron que mi papá iría con Sofía y conmigo a la iglesia, y mi mamá se quedaría en casa a cuidar a Alex.

Mientras nos vestían y arreglaban para ir a la iglesia, Alex comenzó a reclamar:

–¡Yo también quiero ir a mi escuelita sabática!

–Tú y yo nos quedaremos en casa porque no es bueno que salgas todavía. Tus ampollitas no están curadas, hace frío y no te hará bien salir –le explicó la mamá.

–¡Pero yo quiero ir, estoy aburrido! –protestó Alex.

–Haremos una cosa: después de que tus hermanitos se vayan con papi a la iglesia, yo me voy a vestir y saldremos a dar una vuelta en auto. Así nos vamos a entretener un rato sin tomar fríos, ¿te parece bien?

El trato le pareció bien a mi hermanito y se quedó mirando cómo salíamos de casa con mi papá.

Mientras mi mamá se cambiaba de ropa y se arreglaba el cabello, percibió un gran silencio en la casa. Eso no era normal. Aún en pantuflas y con la mitad del cabello sin arreglar, salió del baño a buscar a Alex.

–¡Alex, Alex! –lo llamó sin éxito en todos los cuartos–. ¿Te escondiste en algún ropero?

Pero no lo encontró en la casa, así que mi mamá salió al patio y volvió a llamarlo. Nadie respondió. Entonces, ¡entró en pánico! Como estaba, salió por el vecindario buscando y llamando.

“¿Estará en la casa de sus tíos?”, pensó y corrió tres casas más adelante, pero tampoco lo encontró. Entonces, decidió caminar hacia la iglesia que quedaba a tres cuadras de la casa. Iba mirando hacia ambos lados, hasta que llegó a la entrada grande de la iglesia blanca.

Todo estaba en silencio pues el servicio había comenzado y toda la gente estaba adentro porque, además, hacía frío. Caminó por uno de los laterales del templo en donde estaban las aulas de la Escuela Sabática. Fue entonces cuando vio que un diácono caminaba con un niño de pijama rojo en sus brazos.

–¡Alex! –exclamó mamá.

–Me parece que este niño no estaba listo para venir a la Escuela Sabática –dijo el hombre riéndose. Y mientras lo dejaba en brazos de mamá, agregó–: ¡Y me parece que usted tampoco estaba lista para venir!

–Yo quiero ir a mi escuelita sabática –insistió Alex señalando, con su manito regordeta, el aula de la que había estado tan cerca.

Mamá le dio un gran beso y le prometió que el próximo sábado estaría allí, pero que ahora iban a terminar de vestirse los dos y saldrían a pasear.


Así, muy apurada y con mi hermanito en los brazos, caminó otra vez hasta la casa, esperando que nadie más los viera en pijamas. Cuando estuvieron listos, dieron un lindo paseo en auto por los alrededores, y vieron terneros, caballos y vacas en el campo.

Cuando regresamos de la iglesia, mamá tenía para contarnos una historia simpática de lo que había ocurrido esa mañana, y terminó diciendo: “¡Ojalá toda la vida, si un hijo se me pierde, lo pueda encontrar en la iglesia!”

 ¿Te gusta ir a la iglesia? ¿Cuáles de las actividades que allí se realizan son tus favoritas? ¿Vas a la iglesia cada sábado y eres puntual?

 ¿Por qué crees que es importante ir a la iglesia a adorar a Dios si también lo puedes hacer en tu casa?

 ¿Recuerdas a otro niño que fue hallado en la iglesia luego de que sus padres los buscaran por tres días? Esa historia está en la Biblia, en Lucas 2:41 al 50.

Capítulo 2


¡Buuumm!

¿Te gusta participar en fogatas? ¿Qué tiene de particular el fuego, que nos atrae aún cuando puede hacernos daño? ¿Qué precauciones crees que debemos tener al encender un fuego? ¿Para qué es útil el fuego?

–¿Puedo hacer una fogatita con estos palitos? Yo creía que, si decía la palabra “fuego” en diminutivo, corría menos peligro y me iban a dar permiso. De hecho, a veces me dejaban hacer una fogata, pero siempre bajo la supervisión de un adulto.

¡Cómo me gustaba escuchar crepitar las llamas! Me gustaba ver cómo las brasas tostaban el maíz que mi abuelo me dejaba asar con la ayuda de un palo. También, me gustaba ayudar a mi papá a quemar papeles y cartones. En fin..., ¡buscaba cualquier excusa para encender una fogata!

–¿Puedo ir a jugar a lo de Javier? –pregunté en una tarde larga y aburrida.

Eran mis vecinos de la calle de atrás, y eran mayores que yo.

–Sí..., pero solo un rato. En cuanto te llame, vuelve por favor. Y recuerda no meterte en problemas, ¿sí?

¡Mi mamá me conocía! ¡Me gustaba sentirme grande y hacer lo mismo que los demás!

Al llegar a la casa de mis vecinos, percibí olor a humo y a leña quemada. Javier estaba tratando de encender un fuego en el calefón a leña que estaba detrás de la casa.

“¡Ah! ¡A mi juego me llamaron!”, pensé y ¡se me iluminaron los ojos!

–¿Te ayudo a hacer el fueguito? –me ofrecí.

–Mmmm..., mejor no, todavía no enciende bien. Cuando tenga el fuego bien armado, le puedes agregar palitos –me respondió Javier, que se sentía importante dándome órdenes.

Di la vuelta por el patio juntando pequeñas ramitas y hojas secas. Quería estar preparado para colaborar.

Javier renegaba porque el fuego se le apagaba. Parecía que la leña estaba húmeda.

–Mira, aquí tienes ramitas secas chicas para que lo enciendas más rápido –le dije, alcanzándole mi manojo.

Javier las puso justo debajo de la montaña de leña y volvió a encender un fósforo.

En un abrir y cerrar de ojos las hojas secas se quemaron junto con los palitos, pero así como se encendió, se apagó y solo conseguimos que nos picaran los ojos por el humo.

Javier desapareció por un minuto y regresó con una botella.

–Esto hará que se encienda el fuego de una vez por todas –dijo, convencido.

¿Era una buena idea? A mí nunca me dejaban jugar con combustibles. Me habían enseñado que era peligroso y esto que tenía Javier olía a nafta.

Pero bueno, él era más grande y estaba seguro, parecía saber lo que hacía. ¡Ahora sí tendríamos un fuego de verdad!

Me acerqué a la boca del fogón para ver mejor cómo arrancaba y Javier volvió a encender unos palitos pequeños debajo de la leña. Enseguida tomó la botella, tiró un chorro de combustible al fuego y... ¡¡¡Buuuuummmm!!!


Ya no recuerdo mucho los detalles. Solo conservo el sonido, la gran llamarada roja, y Javier y yo en el pasto, bastante confundidos.

Nos miramos. Javier no tenía ni cejas ni pestañas. Mi flequillo era una masa apelmazada de pelos y también habían desaparecido mis cejas y pestañas. Me ardían las mejillas y las rodillas.

El fuego del calefón no solamente estaba encendido, sino que había trozos de madera humeante desparramados por el patio. Los papás y los hermanos mayores de Javier llegaron corriendo.

–¡Andrés! ¡Javier! ¿Están bien? –alarmados, comenzaron a revisarnos.

¿Se podía decir que “estábamos bien”? No con sinceridad... Teníamos aspecto de espantapájaros. Nuestras camisetas estaban chamuscadas y teníamos mucho tizne en la cara. Además, realmente me ardían las quemaduras.

Cuando volví a mi casa, mis padres se asustaron. Habían escuchado la explosión, pero no se habían imaginado que tuviera que ver conmigo.

–Yo sabía que usar combustible para encender un fuego es peligroso –confesé–, pero pensé que, como Javier es más grande y sabe más de lo que hay qué hacer, no íbamos a tener problemas.

–Andrés, esto pudo haber sido peor. Gracias a Dios, no tienes quemaduras graves. Pero debes saber que tienes que pensar por ti mismo. Todas las personas nos equivocamos. Los niños, los papás, otros adultos..., todos podemos cometer errores. Por eso es necesario pensar y tomar decisiones por uno mismo. Si sabías que el combustible es peligroso, debiste mantenerte alejado –fue la respuesta de papá.

¿Saben por qué me acuerdo muy bien de este incidente? Porque ese fin de semana teníamos planeado un viaje a las Cataratas del Iguazú, Misiones, Rep. Argentina, y aparezco en todas las fotos con mis mejillas muy rojas y las rodillas vendadas. También, en la mayoría de las fotos, estoy sobre los hombros de mi papá, ya que me dolían las quemaduras al caminar. Sin embargo, eso no me impidió disfrutar de jugar con los coatíes (animales mamíferos parecidos a los mapaches, que viven en la selva misionera) ¡y tratar de defenderme de sus intentos de ver qué había debajo de las vendas de mis rodillas!

 ¿Los “grandes” siempre tienen razón? ¿Cómo puedes estar seguro de que estás tomando buenas decisiones?

 ¿De qué modo puedes saber qué está bien y qué está mal? ¿Qué dice Dios acerca de cómo tomar decisiones? Léelo en Proverbios 1:33.

 ¿Es prudente jugar al borde del peligro?

 ¿Qué entretenimientos crees que debes evitar por razones de seguridad?

“Pero el que me preste atención, vivirá en paz y sin temor de ningún peligro” (Prov. 1:33, DHH).

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105 стр. 42 иллюстрации
ISBN:
9789877981209
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