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Julio Gerard y el viejo molino

A la altura del km 142 sobre la ruta 14 de la provincia de Entre Ríos, volviendo de Colón, con dirección a Gualeguaychú, vimos el cartel que señalaba EL VIEJO MOLINO balneario/camping, aminoré la marcha y saliendo de la ruta tomé el camino de ripio que me indicaba el cartel, huellas de coches que habían ingresado antes me indicaban que era un lugar muy visitado.

El ingreso con un portal del siglo XVIII nos daba la bienvenida, era domingo a la mañana, una gran arboleda y a través de ella se podía divisar el gran molino, un gigante dormido, en un letargo obligado solo permanecen sus paredes como testigo de una época, del despegue de un pueblo que se empecinaba en crecer y una nación que ya empezaba a caminar sola.

Haciendo un poco de historia…

Hacia 1798 en el talar del Arroyo Largo, hoy Arroyo Urquiza; tenía una gran estancia don José Duval; primitivo colonizador de la zona sobre el río Uruguay. En ese año, como socio y administrador llegó don Josef de Urquiza con su mujer Cándida García y sus primeros cuatro hijos. La actividad ganadera era la principal.

Tenían a su cargo una gran peonada y la propiedad de treinta esclavos, lo que por sí, representaba un gran capital. En tal año, dada la población más las dificultades de traslado hasta la villa de la concepción, solicitan la erección de una capilla, para cumplir con los preceptos cristianos.

Expedienteo de por medio la iglesia accedió a tal pedido. Establecida la capilla, el establecimiento ganadero cobró mayor importancia. Pasadas las primeras dificultades y afincados en el lugar, vieron llegar el nuevo siglo.

El 18 de octubre de 1801, don Josef de Urquiza y Álzaga y su mujer ven nacer a su séptimo hijo a quien llaman Justo José, quien años después sería el organizador de la nación y promotor del desarrollo de esta región.

Los años pasan, sobreviene la Revolución de Mayo, el caudillismo, las luchas internas. El talar del Arroyo Largo y sus moradores ven pasar los acontecimientos. La provincia comienza a cobrar importancia.

En 1842 Justo José de Urquiza es nombrado gobernador y comienza su obra colonizadora. Pero recién en 1857 con la fundación de la colonia San José, el viejo talar es nuevamente el escenario de hechos trascendentes.

Así llega el año 1929. El gigante había concluido su ciclo, lo desplazaba el progreso, un moderno edificio con todos los adelantos de la época y en el puerto de concepción del Uruguay y con vías férreas y navegables a sus puertas. Era su heredero, él lo había engendrado, debía continuar su obra. El 11 de octubre de 1929 el viejo molino detuvo sus máquinas. Tras de sí, cuántas ilusiones, y anhelos están guardados.

Tosca su estructura, su corazón sigue latiendo en cada uno de sus rincones, para mostrarnos la estirpe de una época. El viejo talar del arroyo Urquiza volvía a su antigua mansedumbre. Las máquinas se había detenido definitivamente, todo había sido tan rápido, que parecía un sueño. En su letargo se fue desgastando. Pero orgulloso, está aquí mostrándonos los signos de un pasado de grandeza y esplendor.

Aunque las huellas de sus pesadas carretas ya se hayan borrado…

Ese domingo desviamos nuestro camino desde Colón hacia Gualeguaychú y nos dispusimos a visitar el Viejo Molino, apenas cruzamos el portal de ingreso y bajo una llovizna que nos acompañaba desde Colón, un perro (un Border Collie) nos daba la bienvenida, eran las 10 de la mañana y todos en el establecimiento, dormían.

Solo él estaba levantado, lo vi entre las diferentes edificaciones que componían el complejo, hoy convertido en un balneario / camping, vestía unos harapos de remera y una bermuda, y de calzado unas viejas ojotas, su pelo revuelto que en algún tiempo fue rubio, barba de unas semanas sin rasurar y sus ojos de un color celeste; de típica fisonomía nórdica, después supe que se trataba de Julio Gerard de madre italiana y padre francés el séptimo de 11 hermanos, de los cuales incluido él, solo 8 estaban vivos.

Lo vi y me trajo a la memoria un tío mío que un día desapareció y nunca más supimos de él. Julio vivía en el predio del Viejo Molino, detrás del camping, y los dueños del complejo lo habían adoptado y le permitían estar allí. Sus hábitos estaban vinculado al alcohol, de hecho cuando trabé conversación con él su aliento etílico me lo demostraba, pero lejos de juzgarlo, me interesó su historia y decidí darle entidad a través de este relato, dado que siempre detrás de las personas, indefectiblemente hay una historia, y lo que viene de aquí en adelante surge de mi imaginación, dado que no pude recabar más información, más de lo poco que me pudo transmitir en lo escueto del encuentro.

Supe que es radical, pero también, de su descrédito en la política, que odia a los peronistas, que sus hermanos estaban bien económicamente y que a él no le hablaban, que luego de vender las tierras colindantes con el predio del viejo molino, él decidió permanecer allí hasta el día de hoy, mientras que ellos compraron en Colonia Hughes (a veces llamada Colonia Hugues) una localidad en el departamento Colón, provincia de Entre Ríos, y aún hoy viven allí, distante a pocos kilómetros; sin embargo algo pasó, no sabría precisarlo bien, para que esta disociación entre sus hermanos se produjera, y me movilizó de tal manera que le ofrecí nuestra comida que traíamos con mi mujer, en el coche y unos pesos para su vicio, sé que se hace mal darles dinero a estas personas dado que no hacemos más que potenciar su adicción, pero lo inmediato para él era más urgente y desde mi corto encuentro no estaba en condiciones para darle un sermón, sino tratar de hacer que se sienta mejor y desde mi intención creo haberle cambiado el día.

Imagino a sus padres, un matrimonio de inmigrantes, él francés, ella italiana y solo dos hijos (sus hermanos), que luego de la guerra buscaban un lugar donde, lejos del horror de las explosiones y muertes, afincarse y forjarse un futuro. Y así los años los mostraron como una verdadera familia numerosa, dado que luego de los dos hijos con los que llegaron a estas tierras, llegaron nueve más y entre ellos la oveja negra de la familia, lo llamaron Julio, había heredado los ojos de su madre, de un celeste cielo y sus rasgos nórdicos que lo mostraban como una persona distinguida; luego sus vicios y su vida un poco desordenada, lo condujo a su estado actual, él en su etapa de esplendor, que va entre los 20 a los 30 años, era un hombre muy atractivo, de buen semblante, se había juntado con Ramona, una entrerriana de pura cepa, y había tenido dos hijos, un varón (Julito) como su padre y una nena (Ramona) como su madre, que en un intento inconsciente de prolongar su historia y que a lo mejor, crecerían lejos de esta enfermedad que a él lo aquejaba y tanto daño les estaba haciendo, en ellos prolongaba su apellido y también habían heredado el color de sus ojos; dedicados a buscar el sustento desde el esfuerzo y las buenas costumbres, Julio y su familia le peleaban a la vida. En los momento de lucidez él se repetía siempre en una suerte de autorreproche: “Julio, piensa en tu familia, ellos te necesitan sobrio y productivo, pero su adicción al alcohol era más fuerte y lentamente lo fue alejando hasta de su propia y tan querida familia, tal es así que un buen día los tres, su mujer y sus dos hijos, que ya contaban con 6 y 8 años de edad, respectivamente, resolvieron alejarse para iniciar una nueva vida, lejos del maltrato, las desavenencias y las promesas incumplidas, que una persona alcohólica presa de la adicción suele consumar, lamentablemente.

Pero debemos ver y tratar a esta persona desde el costado patológico, sabemos que este tipo de adicción corroe lo más íntimo de un ser y lo vuelve desprolijo (para ser amable con el adjetivo), tanto en su estética como en sus hábitos y esto, lo fue postergando del grupo social al que pretendía pertenecer, lo arrojó como un ser sin principios ni sueños y lo convirtió en un marginal, en una persona exenta de méritos y para nada confiable, en términos de conducta social, en una palabra, un ser alejado a toda oportunidad.

En las tardes de lluvia y desde su soledad, la melancolía lo visitaba y sus recuerdos de su Ramona y de sus hijos le mojaban sus mejillas con lágrimas de un dolor culposo, lleno de reproches e impotencia, dejaba ver ese ser derrotado por su propia incapacidad de resiliencia, tan débil para replantearse la vida…

Pero siempre en esta gente un pero cobija un sesgo de virtud, él era un vicioso, un borracho, por ende, un mal padre y mal esposo, pero de lo que nunca quiso deshacerse, fue de su don de buena gente, él nunca había robado, nunca le había quitado la vida a ningún ser vivo, y menos aún, nunca le había fallado a ningún amigo, su honestidad la llevaba en sus genes, que acarreó ese francés (su padre) que llegó a mediados del siglo huyendo de la guerra y que le trasmitió a sus once hijos entre los cuales estaba la oveja negra, un tal Julio Gerard, que a pesar de ser un beodo, un ser humano con ciertos problemas de adicción, que lo habían llevado a equivocarse en la vida, era una buena persona.

Fin

Lautaro y la pelota (a mi nieto Benjamín Lautaro Aguilera)

El niño soñaba con algo muy lindo, era su anhelo más guardado en sus ganas, su ímpetu, su búsqueda, y su tozudez que le hacía más liviano el camino, y sabiendo qué era lo que deseaba y qué hacer para lograrlo, en algún momento.

Él solo quería jugar a la pelota…

Su vida era la pelota, ojo, buen alumno y mejor compañero en la escuela. Pasaba sus días de la escuela al club, entrenamiento con su equipo, mover los músculos, del club si quedaba tiempo, a jugar la pelota en casa, con algún amiguito, si notan, el medía su tarde, usando la pelota, como instrumento de medición, la pelota reinaba en los días de Lautaro.

Las tardes de sábado o algún domingo, la familia tenía como plan ir a ver al nene que juega de titular, y le dan la diez, nada menos.

Lautaro, cuando entraba a la cancha y tenía una pelota a su alcance, era el niño más feliz de la tierra, ese olor a gramilla, el sol y el viento le daban chance al momento y explotaba, si le quedaba para su volea, y la mandaba a guardar, sin que el arquero se enterase de lo que estaba pasando, él repentinamente se sentía responsable de que su equipo se adelante en el marcador, y vibraba en su talento, esa seguridad que lo inducía a pensar que nadie podía vencerlos.

Y Lautaro creció, primero se volvió un adolescente, con todas sus búsquedas, con dudas y esquives a las tentaciones, pero luego el espejo que traía desde su casa, lo iba moldeando en un atleta con su alma noble y carácter, seguro de lo que quería.

Los juegos se repetían y la gente empezaba a seguirlo, Lautaro pintaba lindo, era el pollo del pueblo.

Con sus 15 años, el técnico de la primera de Defensores de Centenario, ya le había echado el ojo, sus movimientos y su estampa para jugar, eran llamativos para un chico de su edad. Y sin dudarlo, lo convocó para que entrenara con la primera.

La tarde en la que muchos vieron en el, algo diferente, algo que traía como premio, con un adicional a la media, fue en un partido del campeonato regional donde el equipo de defensores de centenario, estaba jugando la final contra su archirrival “el alianza de Cutral Co”, el “defe” al término del primer tiempo, perdía por dos goles y le estaban dando un baile bárbaro, en el banco estaba por primera vez, Lautaro. Cuando fueron al vestuario, el técnico debía acomodar las piezas para tratar de revertir la magra actuación de su equipo y allí mismo, viendo las ganas de Lautaro en su actitud y con sus quince años recién cumplidos, lo miró y le dijo:

—¿Tenés ganas de jugar?

A lo que Lautaro con una sonrisa mezcla de emoción y desfachatez le contestó:

—Claro que sí, hay que atacarlos y creo saber cómo hacerlo.

Entonces el técnico, que sabía de estas cosas, le pidió que salga al costado del campo a calentar, antes que el equipo vuelva para disputar e segundo tiempo. No quería arriesgar alguna lesión muscular por estar frío, le esperaba un segundo tiempo muy chivo al “nene”. La tribuna, cuando lo vio calentar, bramó de placer, primero porque tenían muchas ganas de verlo en ese tipo de partidos y porque creían en su calidad como jugador. Luego de las recomendaciones a todos, que marca bien al nueve, que mira bien que no te ganen la espalda, cuidado con el siete que es rapidísimo, pero en el fondo, el técnico intuía que los que debían cuidarse ahora, eran ellos…

Salió el equipo para disputar el segundo tiempo y el árbitro preguntó si había algún cambio y el técnico paso su brazo por el hombro de Lautaro y contestó, como una sentencia, como un designio del destino, sí, entra el pibe con la 15… el árbitro autorizó el ingreso y Lautaro trotó hasta el margen derecho del ataque, donde sentía que era su lugar en el mundo, la tribuna coreaba su nombre tratando de que el pibe se sintiera respaldado. Los primeros cinco minutos ni la había tocado y el técnico comenzaba a pensar que a lo mejor había sido un error ponerlo, que a lo mejor no daba el tupé para probar, al menos en este partido y con tamaño rival. Pero en ese preciso momento y como para despabilarlo de sus pensamientos, sucedió…

El Cinco del “defe” corta un avance del Alianza y abre el juego hacia la derecha donde Lautaro esperaba bien pegado a la raya, dominó la pelota y con un pequeño toque corto le mete un caño al defensor que se venía como a comerlo crudo, y con un saltito Lautaro lo esquiva y mete la diagonal hacia el corazón de la media luna del área rival, levanta la cabeza con su estampa de crack, mira la ubicación de su ataque y como desprendiéndose de algo que no le pertenecía en ese momento, y al advertir que el flecha medina, se mandaba como una tromba desde la punta izquierda, corriendo en diagonal para evitar el offside, con el revés de su botín le mete el pase, como una puñalada, el vacío del área grande. El flecha haciendo gala de su apodo, acomodó su cuerpo y de chanfle con su pierna menos hábil, la envió al fondo del arco. Era el dos a uno y faltaban más de treinta minutos, supieron que podían, con el talento de ese pibe, que llegaba en el momento justo. La tribuna se volvía loca de placer viendo el talento desplegado por este muchachito que hacía de las suyas ante cada intervención en el juego y fue cuando promediaba el segundo tiempo cuando Lautaro recibe una pelota que le entregan en tres cuartos de cancha, sobre el callejón del ocho. Domina y gira y en el mismo movimiento deja desairado a su marcador que ya para ese entonces le estaban haciendo una fuerte marca, y arranca hacia el área, su pique corto era demoledor, al pasar al primer defensor lo cierran dos con intenciones no muy santas, lo derriban al borde del área grande, Pita el árbitro y en medio de la silbatina del público, cobra el tiro libre para el “Defe”. Como era la costumbre el cinco, toma la pelota y la acomoda mientras el equipo contrario formaba la barrera, en ese momento se acerca Lautaro y le pide al cinco, lleno de desfachatez:

—¿Puedo pegarle yo?

El corto López llevaba ese apodo, porque era petiso y sus piernas eran un manojo de músculos y nervios, puro tendones y masa muscular, chocar con él, era como si un tren en velocidad te atropellara, era el cinco histórico del “defe” era desde siempre, el encargado de cobrar cada tiro libre, dueño de una magnífica pegada, nadie le quitaría el placer de pegarle sobre todo en ese momento y menos aún, en esa circunstancia, pero percibió algo en los ojitos de Lautaro que lo convencieron y le susurra al oído:

—Dale, yo distraigo, corro, paso de largo y le pegas, dale, veo gol… dale…

Ya armada la barrera con el arquero jugado a un palo, suena el silbato, el Corto López, corre pasa por arriba de la pelota y desde atrás siente cómo el sonido “llenito” del botín de Lautaro que impactaba la pelota, la vio en el aire y supo que el arquero no tendría chance, Lautaro había torcido su cuerpo y el disparo seco hizo una curva en aire por sobre la barrera y se clavó en el ángulo izquierdo del arquero, entre el griterío de las tribunas y el goce de sus padres que habían ido a ver a su hijo, y que no cabían en la piel de tanto orgullo, Lautaro se abrazó al “corto” que había confiado en él, al tiempo que una montaña de cuerpos caían sobre su humanidad, locos de festejos, la tribuna deliraba con el empate y todo estaba en su lugar, pensaba Lautaro.

Pero no había terminado el partido, faltaban unos quince minutos y la cosa ahora era diferente, el técnico le pedía que se la den a Lautaro que esa tarde la estaba rompiendo, desde la tribuna coreaban su nombre y él les devolvía desde el campo de juego, todo ese amor que su pueblo le estaba brindado.

Todo nació desde un saque lateral sobre al margen izquierdo del terreno, la pelota terminó siendo despejada por la defensa del alianza, hacia el córner, Lautaro recostado sobre la derecha y como siempre hacía, buscaba el espacio, el centro venía pasado, Lautaro no le sacaba los ojos a la pelota, que dibujaba una parábola con destino de fantasía, con final de grito, con ese olor a gramilla que a Lautaro siempre le había gustado de ese deporte tan lindo que para él, era el juego que mejor jugaba y que más le gustaba, la gente en las tribunas se puso de pie, como siempre sucede cuando una jugada de peligro se avecinaba, y ese preciso momento se hizo un silencio como presagiando lo que iba a suceder, la pelota como en cámara lenta viajaba hacia la ubicación de Lautaro mientras que este se arqueaba en el aire, yendo a su encuentro, amaga con una pierna y la impacta con la derecha en una tijera épica, con un dibujo en el aire que ni el mejor pintor hubiese logrado pintar. El impacto fue tan impecable que la pelota viajó, cruzando el arco de derecha a izquierda clavándose en el segundo palo haciendo inútil la estirada del arquero… Lautaro se levantó, y mientras seguía la trayectoria del balón, que inexorablemente sacudía la red del arco del “Alianza” sellando un triunfo histórico, salió corriendo hacia su tribuna besándose la camiseta y lleno de gloria y tranquilidad de no haberle fallado e quienes confiaron en él. Y la gente desde ese momento lo incorporó a el cuadro de sus ídolos, al lugar que, en los pueblos del interior, ocupaban los que rompían el molde de la media, los que a puro talento asomaban la cabeza pidiendo un lugar en la historia.

Al cumplir sus 16 años, pensó en intentarlo, reunió a sus padres y sin más, les dijo: “Me gustaría probarme en el deportivo de Buenos Aires”.

El Deportivo era el equipo estrella del campeonato de primera, iba puntero y se creía que al final de volvería coronar campeón. Por sus filas descollaron figuras como “Piero Cardalona”, figura en décadas pasadas, “Beto Leone”, grandes jugadores pasaron por esos vestuarios.

Lautaro tenía su abuelo que vivía en Buenos Aires y eso le daba un hándicap. Muchos pibes de interior no se animan a probar suerte en la capital, por el hecho de no contar con un contacto que los asista a la hora del desarraigo, él contaba con ese medio y estaba decidido a usarlo.

Luego de negociar con sus padres el permiso y el aval para el comienzo del sueño grande, viajó a Buenos Aires, con una maleta donde traía la voz de sus padres con recomendaciones puntuales, cuídate de las malas compañías, hazle caso a tu abuelo, aléjate de la noche, enfócate en tus sueños y nunca olvides de dónde vienes, aparte de los botines, vendas, los cortos, y esa carga de ilusiones que iría, con el tiempo seguramente, convirtiendo en lucha y esa lucha en logros.

Con sus casi 17 años, su abuelo lo acompañó a presentarse a la prueba que previamente habían acordado, viajaron desde el barrio de Flores en un colectivo que los dejaba cerca del club elegido, caminaron un par de cuadras y cuando llegaron, Lautaro con su bolsito lleno de ilusiones y sueños por cumplir, se sentía temeroso, mezcla de sumisión y respeto que traía incorporado a sus genes, dado la educación muy elaborada por sus padres y que era su carta de presentación en cada circunstancia que le tocaba vivir, los atendió el “Beto Leone” en persona que en esos momentos era el encargado de probar a los pibes que venían del interior.

No sé por qué designios del destino o por qué causa atribuirle el hecho es que ese día el Beto Leone estaba de muy bien humor y le dijo sin más…

—¿Cuál es tu nombre?

Dirigiéndose al pibe que, bolsito en mano, lo miraba con cierta admiración, había leído y escuchado tantas historias gloriosas de este monstruo del fútbol que en ese momento le preguntaba por su nombre, no lo podía creer.

—Lautaro Aguilera.

Respondió, con una seguridad que hasta a él mismo lo sorprendió.

—Suena bien, me gusta.

Contestó el Beto.

—Hoy vamos a probar unos pibes que vienen de Santiago del Estero, Tucumán y de Córdoba. ¿Ustedes de dónde vienen?

Preguntó el Beto, dirigiéndose a su abuelo, mientras comenzaba a llenar una planilla con datos de cada uno de los que iba atendiendo.

—Él de Neuquén, yo vivo acá, en Capital Federal.

Contestó su abuelo.

—Bien –dijo el Beto, como quien cumple con un primer paso de un trámite, que, para él, era algo casi rutinario, pero para cada pibe que se presentaba, era un primer paso hacia sus sueños, el primer peldaño de una escalera que, a lo mejor, lo llevaría a su destino final que era nada más ni nada menos que sus anhelos tan guardados, tan imaginados en noches de descanso, luego del partido perfecto.

Luego de cambiarse y ya haber cruzado las primeras palabras con los otros chicos que venían como el, llenos de sueños e ilusiones, salieron al campo donde había conos y arcos, que los ayudantes del Beto habían distribuido en función del trabajo que les tenía preparado, para la prueba. El Beto Leone tenía la mirada del experto, de haber vivido tantas tardes de gloria y de haber conocido tantos jugadores que, si bien pintaban lindo, pero que, por diversas razones y artilugios del destino, no habían podido lograr sus objetivos, no por falta de condiciones, sino porque a esa edad, a veces se prioriza a la pasión por la pelota, otros caminos que entre los consejos de sus padres y su propio criterio, veían que era lo mejor para su vida. Por ahora no era el caso de Lautaro, él quería demostrarse y demostrar que podía, luego veríamos. El Beto les dijo de entrada…

—Yo les doy la pelota y ustedes deben demostrarme si el tiempo que me estoy tomando para probarlos vale la pena.

En ese momento tenía tantas pelotas como pibes que querían demostrar sus condiciones. Los hizo poner en fila india y les iba tirando con la mano la pelota hacía arriba, y cada pibe debía bajarla y dominarla para continuar con el juego, en esa acción, sabría si el talento asistía al jugador que querían ser. Le tocó el turno al primer pibe, de Tucumán, creo, miró la pelota en el aire y cuando la quiso dominar, esta le llegó a su tibia antes que su botín y quedó fuera de su dominio, el próximo quiso ser cuidadoso y la pelota le pico fuera de su alcance y dando dos piques pudo al fin, dominarla. Era el turno de Lautaro, para esto el Beto que había probado a miles de pibes y que había vivido estas situaciones otras tantas veces, tomo la pelota, y con un chute la hizo volar por el aire, Lautaro sin inmutarse y cuidando de lo que su entrenador del “Defe”, le había aconsejado, nunca pierdas de vista a la pelota, ese debe ser tu eje, tu única posibilidad de creación, corrió siguiendo el recorrido mientras bajaba y cuando la tuvo al alcance, solo puso su botín con la punta en el aire y al momento del impacto, solo cedió la fuerza como un efecto de amortiguar el golpe y evitar algún eventual rebote y la dejó dormida junto a sus pies, y para terminar con la faena, le dio un toque suave acomodándola para su derecha, y sacó un fuerte remate hacia el arco desguarnecido, el remate seco, lleno de técnica y potencia, entró al lado del palo, sacudió la red. El Beto, sabedor del oficio, primero lo sorprendió y luego como quien se encuentra ante un hecho extraordinario, los miró y les dijo…

—A veces con solo un toque, determinas si un jugador trae premio, en este caso fueron dos y los dos de excelente factura. Lautaro, quiero verte mañana a esta hora y no olvides ese talento que seguramente hará de ti un gran jugador…

El resto ya es historia conocida, todos saben quién fue Lautaro Aguilera, el fenómeno del fútbol y de la selección, este relato solo trató de contar lo que en sus comienzos y junto al esfuerzo de sus padres y las personas que lo querían bien, lograron que sus sueños se hicieran realidad. Claro que, sin su talento y su disciplina, nunca hubieran logrado la proeza de ser uno de los futbolistas más destacados del país.

Fin

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9789878723280
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