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La crítica internacional al presidente Rafael Leónidas Trujillo tras la matanza de miles de haitianos en 1937 le obligó a ofrecer una imagen humanitaria, y en la conferencia de Evian, en 1938, se comprometió a acoger a un elevado número de refugiados europeos, judíos y españoles. A la prioritaria razón política se añadía, de manera retórica, el impulso económico que se lograría mediante el establecimiento de colonias agrícolas en la frontera con Haití. En apenas siete meses, entre noviembre de 1939 y mayo de 1940, llegaron a Santo Domingo en torno a 3.000 refugiados españoles. La precaria economía dominicana fue incapaz de incorporar a un número tan elevado de inmigrantes, entre los que era notorio el predominio de las clases medias urbanas y profesionales. La República Dominicana fue de inmediato una estación de tránsito hacia Cuba, Venezuela o México.

«Así llegamos –afirmó Custodio en 1981– a ese lugar absurdo y disparatado que era la antigua isla de La Española. Yo, en cuanto pude, salí corriendo de ese lugar y me trasladé a Cuba». La imagen se reitera. A la somnolencia económica y cultural dominicana, se unía el discreto acoso a los republicanos españoles, siempre sospechosos de una peligrosa orientación política. El deseo de huir era contagioso, escribió Teresa Pàmies, joven comunista, recordando la vigilancia de los domicilios y los interrogatorios de que eran objeto al tramitar el permiso de residencia.

«Todo el mundo esperaba –recordaba Deltoro– no se sabe qué, no la llegada del maná, pero si la llegada de algún cheque que le permitiera salir de la isla». Entretuvieron la espera de manera diversa. Ana trabajó por un tiempo en la Biblioteca Municipal de Santo Domingo, donde introdujo el sistema de clasificación decimal, mejoró el equipamiento y promovió la lectura con exposiciones ambulantes de libros. También realizaron el programa de radio «Hora del Mundo», un boletín diario de noticias internacionales sobre la Segunda Guerra Mundial, cuyas críticas hacia el Eje les costó una advertencia de las autoridades dominicanas. Un logro que merece crédito fue la publicación de Ozama, revista literaria de información y crítica cuyo primer número apareció en febrero de 1941. Pretendió servir –decía el editorial, escrito por Deltoro– como órgano de expresión de «solidaridad moral y cultural de la emigración española». El interés por establecer contactos con los intelectuales de la isla no debió de ser por completo ajeno a la percepción de los comunistas de que su situación política era precaria y aconsejaba un mayor anclaje en la sociedad dominicana.

Ozama, la cuidada revista de interesante modulación cultural y literaria, que ideó y capitaneó Deltoro. No obstante su corta vida –escribió Manuel Andújar en 1976–, manifiesta la preparación y talentos del escritor valenciano, por los pasajes seleccionados, la atención que dispensó a las artes plásticas, en un medio nada propicio al comienzo, y sus opiniones de los libros, a la sazón de mayor entidad.52

Los redactores fueron Ana, Custodio y el pintor Joan Junyer, que bien pudo ocuparse del diseño de la cabecera, y colaboró con alguna ilustración.

«Había cosas que en ese momento teníamos que tocar –afirmaba Deltoro–. Considerábamos que pronto nos reintegraríamos a España y, por lo tanto, debíamos mantener vivo el fuego de nuestro patriotismo». Escribió acerca del Idearium español, de Ángel Ganivet, un libro que juzga vivaz y actualísimo, con el que traza un cierto paralelismo entre el error de la fugaz intromisión española en los negocios de Europa durante la edad moderna y los riesgos del presente, la preocupación «de saber a España, destrozada aún y ya con el fantasma de una guerra, extraña a sus intereses, en ronda de muerte». Se trataba de un parangón que adquiría calidades muy contrastadas. Durante la monarquía de los Austria España intervino como protagonista; ahora lo haría desde la condición de lacayo. El comentario sobre Ganivet iniciaba una sección sobre escritores españoles, pero tan solo logró una segunda entrega, dedicada a Antonio Machado, de la que se ocupó Antonio Regalado. Una tercera, sobre Ortega y Gasset, que corría por cuenta de Deltoro, ya no llegó a publicarse. En el primer número también se editó «Si caigo aquí», poema del Romancero del destierro, de Unamuno, un autor que gozó de un amplio reconocimiento entre los exiliados.

En la revista colaboraron Bernaldo de Quirós, el músico Enrique Casal Chapí y escritores dominicanos como Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro René Contín Aybar o el poeta Fabio Fiallo. Ozama fue expresión del componente nacionalizador de las izquierdas españolas en el exilio.

España ya no está en un solo lugar, está en dos. Allí y aquí –fue la exhortación de Paulino Masip en sus Cartas a un refugiado español, de 1939–, y el último adverbio tiene una aplicación muy dilatada. Aquí quiere decir cualquier punto del planeta en donde haya un republicano.53

Deltoro ideó la publicación, dirigió los dos primeros números y debió de colaborar en el tercero, en cuyo crédito aparece como director Justo Tur Puget, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas. En el último –una doble entrega 5-6, aparecida en julio de 1941– podía leerse una defensa de la Unión Soviética que refleja la impronta sectaria que lamentaba Deltoro. Para entonces ya había dejado atrás República Dominicana. José Puche, presidente de la filial mexicana del SERE, envió el auxilio económico para el pasaje. Ana y Antonio salieron de Santo Domingo rumbo a La Habana. Un viaje accidentado en el que Ana sufrió un aborto que les obligó a permanecer un mes en la isla.54

***

República Dominicana, el primer contacto con América, había sido casi una aventura; todavía no era el exilio. Tampoco lo fue inicialmente México, a donde llegaron en mayo de 1941.

Nosotros pensábamos –como creo que todos– que si España había sido el primer país que se había enfrentado al fascismo, al triunfar la democracia sobre el fascismo nos iban a reponer, era lo normal. No pensábamos que el exilio iba a ser tan largo. Nuestra mentalidad era la de hombres en tránsito… y madurar un poco, pasar ese poco de cualquier manera.

A lo largo de las entrevistas, Deltoro utilizaba indistintamente los términos emigración, refugiado y exilio, cultismo algo más tardío reintroducido por el destierro republicano de 1939. Apenas recurre –con tan solo dos menciones– al neologismo transterrado, controvertida y afortunada sugerencia de José Gaos que aspiraba a resolver la tensión entre el atavismo y el nuevo arraigo y era, a su vez, un gesto de reconocimiento a México. Para el también filósofo Adolfo Sánchez Vázquez se trataba de un eufemismo bien intencionado pero deformante: «el exilio –concluyó– es un desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que no parece abrirse y nunca se abre».55

No resulta fácil determinar, lo ha apuntado Clara Lida, cuándo el refugiado convirtió lo extraño en íntimo, en qué momento, por decirlo con la precisa imagen de Vicente Llorens, la emigración fue dejando atrás una vida a medias para iniciar una vida de veras.56 Un proceso que se resiste a pautas y a moldes comunes y se fue desplegando en el trabajo y los afanes cotidianos. Apenas llegados, Ana y Antonio adoptaron la nacionalidad mexicana, acogidos a una norma reciente que permitía mantener la española: «Yo soy mexicano, sigo siendo mexicano», afirmaba Deltoro al final de la entrevista con Mantecón. «No he tenido nada que ver con la nueva embajada española».

Fue recién acabada la Segunda Guerra Mundial cuando adquirieron conciencia de que el triunfo de los aliados no representaba el final del exilio. Deltoro habla en 1978, tras casi cuarenta años de vida en México. Sin embargo, en su relato, México se agosta. La vida vivida cede el paso a la vida recordada: «La guerra de España… siempre la guerra de España, en carne viva y no obstante no vivida, como telón de fondo de la casa y los rayos», escribe su hijo en «Agua enlodada», un poema en el que evoca su infancia. Quizá acierta Brodsky al decir que el exiliado es un ser retrospectivo.57

Apenas llegados, lograron trabajo en el Instituto Luis Vives –nombre de claro alcance simbólico–, el primer centro educativo creado por el exilio en la ciudad de México, abierto en enero de 1940. Fue un trasplante del programa institucionista y pronto gozó de un gran prestigio. Deltoro ingresó en agosto de 1941 como profesor de Literatura Española, plaza vacante por la salida de Concha de Albornoz. Ana lo hizo algo después, por el fallecimiento de Pedro Moles, y fue una reconocida profesora de Geografía e Historia por largo tiempo, entre 1941 y su jubilación en 1978:

Un cuarto a espadas al surgir Antonio Deltoro en este breve repaso de conocimientos previos, afirmó elogioso el escritor Manuel Andújar. No sólo competente y alentador maestro de literatura en la mejor etapa del Instituto Luis Vives, sino catador docto de nuestros escritores principales, sin condescender cuando aplicaba sus plausibles normas de valoración.58

El salario era escaso y las necesidades económicas crecientes con el nacimiento de sus hijos Ana (1942) y Antonio (1947). Además de la docencia hubo de atender otras tareas, como la venta a domicilio de los volúmenes del diccionario de UTEHA –uno de los grandes logros editoriales del exilio–, dar clases de español en la embajada soviética, como recuerda Ana, o trabajar de agente médico en los laboratorios de IQFA, una empresa química creada por el SERE. Los primeros años exigieron un continuado y laborioso esfuerzo. «En nuestra casa –recordó el poeta Antonio Deltoro– había una soleada austeridad, una conciencia de las penurias mezclada con jacarandas; vivíamos de forma que nos permitía comer todos los días».59


Antonio Deltoro Fabuel, Antonio Deltoro Martínez, Ana Martínez Iborra y Ana Deltoro Martínez, México, 1955. Archivo Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.

En 1951, razones económicas llevaron a Deltoro a abandonar la docencia de manera definitiva y comenzó a trabajar en la mejor retribuida industria farmacéutica. La decisión no debió de resultarle fácil: «Allí torcí mi destino, […] Ya me había orientado en un derrotero un poco falso, la propaganda farmacéutica…», le confesaba a Matilde Mantecón en una afirmación no exenta de tristeza, como si con ella se produjera la quiebra de una vocación y de un interés profesional por las letras. Mantuvo el gusto por la lectura –y así le retrató su amigo Renau en 1944–, y como directivo de imagen y publicidad pudo aplicar de algún modo sus conocimientos sobre la tipografía y el diseño. Deltoro ideaba la imagen, redactaba el texto y cuidaba su impresión, por lo común en los talleres de Elicio Muñoz Galache, un impresor del exilio. La biblioteca que fueron reuniendo Deltoro y Martínez Iborra, conservada en la actualidad por sus hijos Ana y Antonio, reunía el amplio catálogo del exilio en México, era variada de autores y temas –en particular en lo referido a historia, artes y letras– y contaba con un buen número de primeras ediciones de poesía española contemporánea. Los libros, al igual que las revistas, en su mayoría escritas por y para el exilio, fueron otro ejercicio de memoria de la España perdida.

Ana y Antonio, como tantos exiliados, irían arraigándose en México –un país por el que viajaron y al que mostraron aprecio–, al tiempo que se insertaron en las redes de sociabilidad española, una amplia y densa trama a la que también incorporaron a los «gachupines», los viejos residentes de la tradicional emigración en cadena. Deltoro admitió el error de haberlos desdeñado inicialmente desde la supremacía moral de los derrotados republicanos. Fueron variados los espacios e instrumentos de esa trama. Noticias, libros o espectáculos que llegaban de España, un flujo nunca interrumpido entre ambas orillas. También entidades asociativas como el Ateneo Español de México, creado en 1949, que propició los intercambios entre el exilio y el medio cultural mexicano, o la Casa Regional Valenciana, en cuya revista Mediterrrani Deltoro colaboró por un tiempo.60 En los primeros años frecuentó las ruidosas tertulias de españoles. Simón de Otaola, excelente cronista del destierro, lo menciona en el café El Papagayo, sentencioso y admirado de Carmen Laforet, cuya novela Nada se había publicado en 1944, y receloso del interés de Camilo José Cela. A finales de los años cincuenta, Ana y Antonio abandonaron la militancia en el Partido Comunista. Debió de existir un desinterés cada vez mayor previo a la decisión formal, si bien Deltoro –siempre hostil hacia los anarquistas al referir episodios de la guerra– mantuvo lo que Rueda ha llamado «la memoria orgánica de partido». El exilio propició en cierto modo una «despolitización»; el refugiado no podía intervenir en la política mexicana –aunque tampoco se interesó en hacerlo–, y entre los sectores intelectuales vinculados al Partido Comunista existió, a juicio de Faber, un progresivo desengaño.61 Las relaciones amistosas fueron determinantes en esa red de afectos que hicieron posible una España vicaria. Un amplio círculo en el que menudearon el escenógrafo Manolo Fontanals, Gabriel García Maroto, León Felipe y Álvaro Custodio –vuelto a ver desde los días de Santo Domingo–, así como José Ignacio Mantecón, Luis Buñuel y Roces, amigos muy frecuentados a quienes Deltoro llama el trío de la bencina. Ruy Renau recuerda a Ana y a Antonio –«amigos de juventud de mis padres en Valencia»– en las comidas dominicales, en la amplia casa que Renau y Manuela Ballester –que retrató a Ana en 1942– tenían en Mixcoac. Fue una relación muy cercana, que alcanzó también a sus hijos.


Antonio Deltoro Martínez, Luis Buñuel, José Ignacio Mantecón, Wenceslao Roces, Ana Martínez Iborra, Carmen Dorronsorro y Ana Deltoro, en casa de Ana Martínez Iborra y Antonio Deltoro, Ciudad de México, ca. 1973. Archivo Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.

También las cartas y los viajes episódicos tejieron esas redes. A comienzos de 1959, la joven Ana Deltoro viajó a Valencia para restablecer unas relaciones familiares casi interrumpidas desde el final de la guerra. En el verano lo hizo su madre, acompañada de su hijo Antonio. Regresaron juntos a México en septiembre. Algún tiempo después, en 1961, Antonio Deltoro viajó por vez primera a España. Fue una estancia breve, de apenas dos semanas: «Sufrí el trauma terrible del primer contacto con la España que perdimos», recordó Deltoro, pero fue feliz el reencuentro con su pueblo, con Chulilla, y el trato con sus hermanos, y con la más liberal familia de Ana. A comienzos de los años setenta las visitas se hicieron algo más frecuentes, aunque en ningún momento consideraron la idea del regreso definitivo. Vivieron ajenos al anhelo de la vuelta.62 En 1976 Ana Martínez Iborra trabajó temporalmente en el Instituto Ausiàs March de Gandía para tramitar su jubilación voluntaria como profesora de enseñanza media. Un derecho que le fue reconocido en diciembre de ese año, tras lo cual regresó a la ciudad de México.

Para mí ser refugiado es perder las raíces que todo ser viviente tiene, y no encontrar dónde enraizarse de manera plena. Estoy incorporado, pero hay cosas que…, uno ha nacido… […] Más que ser refugiado, siento la nostalgia de lo que pasó y de lo que pudiera haber sido uno de no haber sido desterrado o transterrado.

Ana y Antonio, como todos los refugiados, tuvieron un sentido de pertenencia múltiple, aunque esa percepción debió de ser oscilante y lábil, y por momentos, como le sucedió a Tomas Segovia, existió un sentimiento de no pertenencia al territorio de destino que entrañaba la pertenencia continua al lugar de origen.63 En la travesía del Sinaia entre Sète y Veracruz, en la primavera de 1939, Benjamín Jarnés, en una breve nota, advirtió «Contra la nostalgia»:

Circulan unas píldoras contra el mareo –señaló–, también debieran circular píldoras contra la nostalgia. Para extirparla radicalmente, porque no es este el momento de entregarnos al tiempo perdido sino de hincar nuestra voluntad en el futuro. No debemos reclinar la cabeza sobre el cojín de los recuerdos sino alzarla gallardamente para salir al encuentro del pueblo fraternal que nos acoge.

Pero no resultaba fácil vencerla. La añoranza de ese país que no existía estaba entreverada con la nostalgia y la creciente certeza de que aquellos tiempos de su juventud y de los anhelos republicanos habían desaparecido para siempre. Nostalgia de lo que pudo haber sido y ya nunca volvería a ser. Los refugiados fueron en cierto modo sobrevivientes de sí mismos. «Mis padres invocaban el exilio y la guerra, pero llegaba por las ventanas el Parque México».64 Fue el drama y el doble rostro del exilio: una vida entre la integración y el desarraigo. Una vida escindida entre México y España.

1. En el poema «Bajo el cielo de marzo».

2. Véase NC, 4.

3. Véase NC, 15.

4. En el archivo de la Universidad de Valencia no he encontrado el expediente disciplinario al que se refiere Deltoro. Véase NC, 32 y 33.

5. Juan Renau: Pasos y sombras. Autopsia (edición, introducción y notas de Rosa Martínez Montón), Sevilla, Renacimiento, 2011, p. 289; 1.a edición, México, Aquelarre, 1953.

6. Entre 1926 y 1929, y de nuevo entre 1931 y 1935, Deltoro cursó diferentes asignaturas de Letras y Derecho en Valencia y Murcia, universidad creada en 1915. El recurso a la matrícula no oficial en Murcia para la obtención de la licenciatura en Derecho era una práctica extendida. Renau dedicó un extenso comentario a Deltoro, Ángel Gaos y Francisco Carreño Prieto como redactores de Nueva Cultura, véase Textos y documentos, 10.

7. M. F. Mancebo: La Universidad de Valencia. De la Monarquía a la República (1919-1939), Valencia, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert-Universitat de València, 1994, passim. Ernest Sánchez Santiró y Ximo Revert: «Una arquitectura per a la ciència. La Facultat de Ciències de la Universitat de València (1909-1944)», Afers, 10, 1990, pp. 455-474. Véase NC, 35-37.

8. La creciente presencia de alumnas en la universidad fue lenta, pero sostenida, si bien Valencia –a enorme distancia de Madrid o Barcelona– ofrece porcentajes bajos respecto a distritos como Zaragoza o Santiago de Compostela. Mercedes Montero: La conquista del espacio público. Mujeres españolas en la universidad (1910-1936), Madrid, Minerva Ediciones, 2009, pp. 110-114. Dolores Sánchez Durá y Vicenta Verdugo Martí: Memoria. El acceso de las mujeres a la Universitat de València (1910-1965), Universitat de València. Unitat de Igualtat, 2011.

9. Véase NC, 13, 60 y 61.

10. J. Renau: Pasos y sombras…, pp. 296-297. Sobre Manuel Martínez Iborra y la FUE, véase NC, 34 y 50.

11. Mayte Gómez: El largo viaje. Política y cultura en la evolución del Partido Comunista de España, 1920-1939, Madrid, Ediciones de la Torre, 2005, p. 159. Renau: «Notas…», p. XVI.

12. [‘Ya tenemos las fotografías’] [‘Una joven alta y opulenta, morena de cabello y ojos negros como el azabache. Va tocada con una boina ligeramente ladeada, es muy atractiva’]. La exposición –que exhibió el retrato de Max Aub pintado por Genaro Lahuerta– fue organizada por el crítico Manuel Abril, promotor de la renovada Sociedad de Artistas Ibéricos. En el relato de Castelló aparecen Joan [Renau], Antoni Pons [Deltoro] y Bernat Claramunt [Clariana], amigos inseparables, asistiendo a la conferencia de Juan Chabás que acompañó la muestra de arte moderno, G. Castelló: València dins la tempesta, Valencia, Edicions del Bullent, 1987, pp. 19-23, 60-61. Javier Pérez Segura: «La Exposición Novecentista de Valencia», Arte moderno, vanguardia y estado. La Sociedad de Artistas Ibéricos y la República (1931-1936), Madrid, CSIC-Junta de Extremadura, 2003, pp. 81-88.

13. En el poema «Caligrafías» (1997), véase p. 260.

14. Véase NC, 44. La propuesta de Pérez del Muro no fue atendida. Santos de pueblo pertenece a la Fundación Cultural Mapfre. Eugenio Carmona: «Solana. El invitado, el primitivo y lo inquietante», en María José Salazar y Andrés Trapiello (dirs.): José Gutiérrez Solana, Madrid, Turner-Grupo Santander-MNCARS, 2004, pp. 121-189.

15. José Luis Almunia: «Las exposiciones vanguardistas de Valencia», La Semana Gráfica, 2 de mayo de 1931, reproduce el cuadro con el título Retrato.

16. Véase Textos y documentos, 10 y 11. Juan Gil-Albert: Memorabilia, Barcelona, Tusquets, 1987, p. 205.

17. [‘El aislamiento del partido era total, él mismo se había creado un gueto del que no salía, los obreros lo miraban con indiferencia’]. Véase NC, 54 y 55.

18. Mayte Gómez: El largo…, pp. 187-189. Fernando Hernández Sánchez: «El Partido Comunista de España en la Segunda República», Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51, 2017, pp. 85-100.

19. [‘Todas las dificultades de la confusión resumidas. […] Los estudiantes, que simpatizan con el comunismo en una proporción del 33 % en el seno de su organización profesional, la FUE, los escritores y los artistas –de los que un grupo acaba de fundar una AEAR en Valencia, que cuenta ya con 70 miembros–, los autonomistas –cuya juventud de izquierda se acerca a nosotros, todos hablan de la URSS con simpatía, con esperanza, con ardor’]. Véase NC, 51.

20. Véase NC, 53.

21. Véase NC, 56.

22. «Testigos negros de nuestro tiempo» apareció en los números 1, 2, 3, 6, 7-8, 9, 10, 10 bis, 12, 13 y en la primera entrega de la segunda época, en marzo de 1937. Manuel Andújar: «Los valencianos que conocí en México», en M. García (ed.): Exiliados. La emigración cultural valenciana (siglos XVI-XX), Valencia, Conselleria de Cultura, 1995, II, pp. 203-209.

23. Hora de España, revista mensual (23 números), Valencia, enero 1937-Barcelona, noviembre 1938, 5 vols., Liechtenstein-Barcelona, Topos Verlag AG-Editorial Laia, 1977. A comienzos de 1937, en las páginas de ambas revistas discutieron Renau y Gaya acerca del cartelismo y la guerra. En esa fecha, Nueva Cultura editó la obra de Renau Función social del cartel publicitario.

24. Véase NC, 66 y 92.

25. Josep Renau: Arte en peligro: 1936-1939, Valencia, Ayuntamiento de Valencia-Fernando Torres, 1980, p. 13; el libro está dedicado a Antonio Deltoro y a Manuela Ballester. En 1977 Renau escribió a Deltoro y le consultó acerca de una visita de trabajo a Toledo; no he podido documentar si atendió la consulta. La carta se encuentra en Textos y documentos, 9. Véase NC, 71 y 72.

26. J. C. Rueda Laffond: Memoria roja…, p. 228. M. Gómez: El largo viaje…, pp. 219-220, considera estéril prolongar el debate acerca del uso propagandístico de las actividades culturales por parte del Ministerio o del Partido Comunista; fue «una decisión consciente y en absoluto subrepticia».

27. Orueta había sido director general de Bellas Artes entre 1931 y 1933, y de nuevo entre febrero y septiembre de 1936. Miguel Cabañas Bravo: «Ricardo de Orueta, guardián del arte español. Perfil de un trascendente investigador y gestor político del patrimonio artístico», en Miguel Cabañas Bravo y María Bolaños Atienza (eds.): En el frente del arte. Ricardo de Orueta 1868-1939, Madrid, CSIC, 2014, pp. 20-80 y 218-239.

28. Nueva Cultura, año III, 2, abril de 1937 [p. 297]. Véase NC, 77.

29. El director del Museo era Ramón Pérez de Ayala, que apenas se había ocupado de la gestión; abandonó Madrid a comienzos de septiembre y se instaló en París. Sánchez Cantón era subdirector desde 1922. Josep Renau: «Connotaciones testimoniales sobre el “Guernica”», en Álvaro Martínez-Novillo (ed.): Guernica-Legado Picasso, Madrid, Ministerio de Cultura, 1981, pp. 8-22. El escrito de Deltoro, que puede fecharse hacia 1972, en Textos y documentos, 8. Debió de redactarlo a petición de José Puche, quien le derivó la consulta de una periodista norteamericana acerca del Guernica. Puche lo remitió a Renau, cuya dirección en Berlín le habría facilitado Deltoro. La consulta podría guardar relación con la noticia aparecida en el diario mexicano Excelsior (26 de agosto de 1972) que daba cuenta de la sugerencia del Gobierno republicano en el exilio de que el cuadro debía ir a México por tratarse del único país que reconocía a la República española. Un breve fragmento de la nota de Deltoro se utilizó para anunciar una conferencia de Renau organizada en Valencia por el Partido Comunista del País Valenciano con ocasión del centenario del nacimiento de Picasso. No he podido documentarla. Véase NC, 74.

30. J. Renau: Arte en peligro…, p. 60. Véase NC, 81-85.

31. Véase NC, 80 y 104. «La colección del Palacio de Liria, salvada. Su exposición en Valencia», Hora de España, I, enero de 1937, pp. 60-61.

32. Véase NC, 106, 108.

33. J. Gil-Albert: Memorabilia, pp. 204 y 247.

34. José Moreno Villa: «En Valencia», en Vida en claro. Autobiografía, México, El Colegio de México, 1944, pp. 227-236; hay edición reciente de Juan Pérez de Ayala, Madrid, Visor, 2006. Elena Garro: Memorias de España 1937, México, Siglo XXI, 1992, pp. 50-57. Esteban Salazar Chapela: En aquella Valencia edición, introducción y notas de Francisca Montiel Rayo, Sevilla, Renacimiento, 2001; el personaje de Puga, director general de Bellas Artes por quien el autor muestra animadversión, podría ser trasunto de Renau. Una antología de textos en Antonio Calzado Aldaria y Javier Navarro Navarro (eds.): Valencia, capital antifascista: visiones e impresiones de una ciudad en guerra, Valencia, PUV, 2007.

35. Véase NC, 100-102.

36. John Dos Passos: «La casa de los sabios», en Viajes de entreguerras, Barcelona, Península, 2005, p. 318. Victorio Macho: Memorias, Madrid, G. del Toro, 1972, p. 91.

37. Véase NC, 100 y 101. Una amplia edición de los textos de la polémica en torno a la Casa de la Cultura, en M. Aznar Soler: «L’Aliança d’Intel·lectuals per a Defensa de la Cultura de València i la creació de la Casa de la Cultura», en M. Aznar Soler y otros: València, capital cultural de la República (1936-1937). Antologia de textos i documents, Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència, 1986, pp. 99-318.

38. En la Casa pudieron trabajar el escultor Macho y los oftalmólogos Manuel Márquez y Trinidad Arroyo. Miguel Cabañas Bravo: «Ricardo de Orueta, guardián del arte español. Perfil de un trascendente investigador y gestor político del patrimonio artístico», en M. Cabañas Bravo y María Bolaños Atienza (eds.): En el frente del arte. Ricardo de Orueta 1868-1939…, pp. 20-80, 218-239 y 274.

39. El balance de la Casa de la Cultura puede consultarse en M. Aznar Soler: «L’Aliança…», pp. 314-317. En 1980, en la entrevista que le hicieron M. Aznar Soler y F. Pérez Moragón. A. Gómez Andrés y F. Pérez Moragón (eds.): Emili Gómez Nadal: diaris i records, Valencia, PUV, 2008, pp. 369-413 y 404. [‘Tengo la impresión de que hicimos muy poco […] Y sobre todo no tengo idea de haber hecho gran cosa’].

40. Las colaboraciones de Deltoro se reproducen en Textos y documentos, 1-4.

41. El texto de Altolaguirre y Bergamín no se ha localizado, Francisca Ferrer Gimeno: «Vestuario para El Triunfo de las Germanías», Stichomythia, 11-12, 2011, pp. 268-283. Los decorados de Alberto fueron elogiados por Francisco Carreño Prieto: «Elementos para una plástica teatral española», Nueva Cultura, 2, abril de 1937, p. 15, y por Ramón Gaya, en una nota sin firma: «Teatro», Hora de España, II, febrero de 1937, p. 60.

42. Francisco Carreño Prieto: «El arte de tendencia y la caricatura», Nueva Cultura, 11, marzo-abril de 1936, pp. 14-15; en ese mismo número, p. 6, «Cuatro dibujos políticos de Alberto Sánchez».

43. Véase NC, 109-111. Jordana Mendelson: «Los laboratorios de la propaganda: artistas y revistas durante la guerra civil española», en Revistas y guerra, 1936-1939, Madrid, MNCARS, 2007, pp. 15-267, 181.

44. Véase NC, 112-124.

45. Véase NC, 125. En el verano de 1936 Carl Einstein (1885-1940) se integró con su esposa Lyda Guevrekian en la columna dirigida por Buenaventura Durruti –de quien escribió un elogio fúnebre– y estuvo en diferentes frentes en Aragón y Guadalajara. Problemas de salud le obligaron a retirarse a Barcelona, donde al parecer menguó su inicial fervor anarquista.

46. Véase NC, 127-130.

47. Sobre el Centro de Acogida de Narbona, véase NC, 132-143; para la carta de Giner Pantoja y la estancia en París, véase NC, 144-145.

48. A. Martínez Iborra: Fragmentos…, s/p. Los tres grandes embarques a México fueron los del Sinaia, Ipanema y Mexique, que trasladaron a 4.660 refugiados entre junio y julio de 1939; en ese tiempo Ana y Antonio todavía no habían logrado reunirse en Narbona. Véase NC, 146.

49. ‘Y veo llegar, entre otros, a Deltoro y a su mujer. […] Era después de la ruptura de la brecha de Sedán y los alemanes estaban a dieciocho días en París. Había un barco en Vernon, al lado de Burdeos, y el SERE […] dijo: se han acabado los cupos. Todo el que sea comunista, prioritario. Que no se arriesguen más. Os hemos hecho venir para que os vayáis. Ahora, vais a Santo Domingo. Y me contesta [Deltoro]: ¿Y México? Que tenemos todos los amigos y no sé qué… Digo: Escucha […] Si vas a Santo Domingo, desde allí está muy cerca […] De lo que se trata ahora es de salir de París’. En el recuerdo, Gómez Nadal equivoca las fechas: la brecha de Sedán fue en mayo de 1940 y Deltoro y Martínez Iborra habían llegado a Santo Domingo en febrero. Véase NC, 146.

50. Sobre la estancia en Santo Domingo, véase NC, 147-168.

51. Véase la entrevista con Elena Aub citada en NC, 151.

52. Lo afirmó en el primer trabajo amplio sobre el exilio republicano que dirigió José Luis Abellán. Un año antes, como queda dicho, Vicente Llorens había recordado la revista con algún recelo: «aunque reflejara de algún modo la orientación política de quienes la dirigían se presentó como “revista literaria de información y crítica”», Memorias de una emigración…, p. 319. Sobre Ozama, véase NC, 160-167.

Возрастное ограничение:
0+
Объем:
583 стр. 56 иллюстраций
ISBN:
9788491346685
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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