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Capítulo 3
El rechazo de la Palabra de Dios

–¿Cuáles fueron algunos de los otros cambios que hicieron los cristianos además de usar ídolos y no seguir exactamente lo que dice la Biblia? –quería saber Miguel.

–Bueno, la observancia del domingo es uno de ellos –respondió la mamá.

–Pero Jesús no iba a la iglesia en domingo, ¿verdad?.

–No –aseguró la mamá–. Jesús era judío; la Biblia nos dice que era su costumbre ir a la sinagoga cada sábado. Durante los primeros doscientos años después de que Jesús regresó al cielo, los cristianos todavía adoraban en sábado. Los paganos que los rodeaban adoraban al sol en domingo. Este era un día de gran celebración. La observancia del sábado, en cambio, no era ni con mucho tan bulliciosa. Para algunos cristianos, las celebraciones dominicales eran mucho más divertidas. Comenzaron a llamar “el viejo sábado judío” a su día de adoración. Gradualmente, empezaron a celebrar el domingo, diciendo que estaban honrando la resurrección de Jesús. Por supuesto, no hay ninguna evidencia en la Biblia de que Jesús alguna vez le haya pedido a alguien que lo adorara en domingo. Pero las Biblias eran escasas, y la mayoría de los cristianos no tenían una. Así que, en corto tiempo, eran muy pocos los cristianos que continuaban guardando el día de reposo sabático.

–¿Cuáles fueron algunos de los otros cambios? –insistió Miguel.

–Bueno –dijo la mamá–, cuando Jesús regresó al cielo, lo hizo para ser nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial. Eso significa que es nuestro Mediador.

–¿Qué es un mediador?

–Un mediador es una persona que trata de reconciliar a dos personas o a dos partes –le explicó la mamá–. Por ejemplo, si dos amigos tuyos tienen un desencuentro, tú podrías hablar con ambos y ayudarlos a amigarse nuevamente. Eso es un mediador. Jesús es un Mediador porque trabaja para que volvamos a ser amigos de su Padre.

“Entonces, el líder de la iglesia cristiana oficial decidió que, si alguien quería hablar con Dios o pedirle perdón, debía ir a la iglesia y contárselo al líder de ella. Luego, el líder hablaría directamente con Dios en nombre de esa persona. Nadie podía hablarle a Dios a menos que fuera a través de él. ¡Imagínate que tuvieses que ir al líder de la iglesia cada vez que quieres hablar con Dios! Cuando el líder decidió que él hablaría con Dios en nombre de todos, le estaba quitando el trabajo a Jesús. Jesús dijo: ‘Nadie viene al Padre, sino por mí’ ”.

–¿No es que algunos cristianos creen que la virgen María es algo así? –expresó Miguel–. ¿Que ella habla con Jesús por nosotros?

–Sí –respondió la mamá.

–Eso no está bien –Miguel reflexionó–. Eso es ignorar a Jesús.

–Es cierto, eso realmente es ignorar a Jesús. ¿Recuerdas por qué Jesús murió en la cruz?

–Sí, él murió para acabar con todos nuestros pecados –respondió Miguel.

–Y la vida y la muerte de Jesús en la cruz, ¿fueron suficientes para acabar con todos nuestros pecados? –preguntó la mamá.

–Claro

–Bueno –continuó la mamá–, con el tiempo, Satanás hizo que los primeros cristianos añadieran cada vez más requisitos a lo que Jesús ya había hecho en la cruz. Los cristianos creían que tenían que ganarse el perdón mediante las cosas que hacían: haciendo viajes especiales a los lugares santos o haciendo penitencias, como decir varias oraciones, azotarse o pagar con dinero. En vez de confiar en Jesús para su salvación, trataban de obtener la salvación por sus propios medios.

Miguel frunció el ceño mientras pensaba seriamente.

–Pero, mamá, ninguna de esas cosas podía eliminar sus pecados. Lo único que puede acabar con el pecado es la muerte de Jesús en la cruz.

–Tienes razón –coincidió la mamá–; pero, durante cientos de años, Satanás engañó a las personas haciéndoles pensar que también tenían que hacer todas esas otras cosas si querían ser perdonadas. Muchas de ellas eran personas sinceras que amaban a Dios y querían hacer lo correcto. Solo que les habían enseñado mal, y no tenían Biblias para leer y aprender la verdad. Así que, se esforzaban mucho para ganarse la entrada al cielo. Adoraban ídolos, encendían velas, rezaban a imágenes y les pagaban a los sacerdotes para que suplicaran a Dios en su favor.

–Eso es muy triste –dijo Miguel–. La iglesia cristiana decía que adoraba a Jesús, pero lo estaba ignorando a él y a todas las cosas que había hecho en la Tierra y las que estaba haciendo en el cielo. Eso realmente debió haber herido sus sentimientos.

–Sí –afirmó la mamá–, es probable. Entonces, el líder de la iglesia oficial, ¡a quien llamaban “papa”! hizo otro anuncio. Dijo que la iglesia nunca había cometido ningún error y que nunca los cometería en el futuro, según las Escrituras. Por supuesto, las Escrituras no decían esto, pero casi nadie tenía una Biblia, así que no podían consultarla.

“Cuando el rey Enrique IV llegó hasta el castillo del papa para hablar con él en medio del invierno, este no lo dejó entrar hasta el final. Lo hizo esperar en un patio exterior. De pie allí en la nieve, con los pies descalzos, sin ropa de abrigo, el rey Enrique esperó para hablar con el papa. Esperó durante tres días antes de que el papa lo hiciera pasar para hablar con él”.

–¡Tres días! –exclamó Miguel–. ¡Jesús nunca trató así a la gente mala!

–Eso es verdad –dijo la mamá–. Y todos deberíamos tratar de ser como Jesús, seamos líderes de la iglesia, madres o niños que van a la escuela.

–¿Hubo otros cambios en la iglesia? –preguntó Miguel.

–Ah, sí. Los primeros cristianos creían que cuando una persona moría permanecía muerta hasta el día en que Dios la despertara en la resurrección.

–Claro –aseguró Miguel–, eso es lo que nosotros también creemos.

–Sí, pero como los cristianos ahora habían llegado a orar a las estatuas de los santos y de los discípulos, ya no creían que estas personas estaban realmente muertas. Creían que los santos y la gente buena que había muerto debían estar en el cielo. Si era así, entonces los malos tampoco debían estar muertos. Probablemente estarían en el infierno, un lugar donde se estarían quemando eternamente.

–¡Ah! –dijo Miguel–, pienso que sería mejor que los malos estén muertos, como creemos nosotros.

La mamá sonrió.

–Estos cristianos también creían en otro lugar llamado “purgatorio”, un lugar a mitad de camino entre el cielo y el infierno.

–¿Quiénes iban allí? ¿Los que solo eran medio malos, o los que no eran suficientemente buenos como para ir al cielo?

–Sí –respondió la mamá–. Los dirigentes de la iglesia, entonces, les pedían a sus parientes que elevaran oraciones especiales y que compraran velas especiales para prenderlas en favor de sus seres queridos que podrían estar en el purgatorio. La gente pagaba mucho dinero para que sus amados pudieran ir del purgatorio al cielo.

–Pero –Miguel quería entender bien–, si sus seres queridos que habían muerto realmente estaban muertos en la tumba, esperando que Jesús los despertara otra vez, entonces los dirigentes religiosos estaban recibiendo todo ese dinero para nada.

–Eso es verdad –confirmó la mamá–. Y hubo otro cambio además. ¿Recuerdas la Última Cena que Jesús tuvo con sus discípulos justo antes de su crucifixión?

–Sí. De allí viene nuestro servicio de comunión, o Santa Cena.

–Y, ¿qué hacemos en la Santa Cena? –preguntó la mamá.

–Tomamos jugo de uva, que nos recuerda la sangre de Jesús; y comemos pedacitos de pan sin levadura, que nos recuerdan que él dio su cuerpo por nosotros.

La mamá asintió.

–Esos son símbolos que nos recuerdan a Jesús y lo que él hizo por nosotros porque nos ama mucho. Satanás les hizo creer a los cristianos que, cuando bebían el jugo de uva, en realidad se convertía en la verdadera sangre de Jesús; y que cuando comían el pan ¡en realidad estaban comiendo el verdadero cuerpo de Jesús! Ellos creían que el pan y el jugo de uva ya no eran solo símbolos sino carne y sangre de verdad.

–¡Oh! –exclamó Miguel–, ¡qué asco! No podían estar comiendo carne y bebiendo sangre de verdad, ¿no es así?

–No –dijo la mamá–. Solo eran pan y jugo de uva. Pero ellos creían que realmente era el cuerpo y la sangre de Jesús. Esa es la diferencia entre la Santa Cena y la misa.

“Todos estos cambios y transigencias entraron en la iglesia y se las enseñaban a la gente. Muchos que estaban en la iglesia cristiana en ese entonces eran personas buenas que amaban a Dios”.

–Supongo que si no tenían Biblias –reflexionó Miguel– no podían hacer otra cosa más que creer lo que les enseñaban.

–Sí, es verdad. Pero Dios tenía un plan para compartir la verdad con la gente, para que no siguiera confundida.

–Dios siempre es buenísimo en estas cosas –Miguel sonrió alegre.

–Sí que lo es, y hablaremos de eso mañana de noche –y la mamá también le regaló una sonrisa.

Capítulo 4
La Biblia en las montañas

Miguel cerró los libros, y guardó los lápices y el papel.

–Ya terminé mi tarea –anunció–. ¿De qué vamos a hablar esta vez, mamá?

Ella se sentó al lado de Miguel.

–Hablemos de los que permanecieron fieles a Jesús en la iglesia cristiana. Porque, incluso con todos los cambios que hubo, todavía había grupitos de personas que recordaban las sencillas verdades cristianas que Jesús había enseñado; y les enseñaban esas verdades a sus hijos. Había grupitos de observadores del sábado dispersos en Europa, África Central y Armenia.

La mamá le mostró a Miguel dónde estaban esos lugares en un gran mapa del mundo.

–Uno de estos grupos era conocido como los valdenses –continuó–, porque seguían las enseñanzas de un hombre llamado Pedro Valdo. Los valdenses eran perseguidos por otros cristianos, así que se fueron a vivir a las montañas, bien arriba de los Alpes. No obstante, no solo se escondían en las montañas; eran personas muy ocupadas. Estuvieron entre los primeros de Europa en tener las Escrituras traducidas en su propio idioma. Se autodenominaban la “Iglesia del desierto”.

–Fantástico –Miguel estaba entusiasmado–, ¡finalmente algunas Biblias! Ahora la gente podía estudiar y ver lo que realmente era verdad.

–Sí –afirmó la mamá–, el estudio de la Biblia era importante para los valdenses. Ellos ayudaban a sus hijos a memorizar largas porciones del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Muchos niños memorizaban libros enteros, como Mateo y Juan, y algunos de los libros escritos por el apóstol Pablo. Cuando eran suficientemente grandes, copiaban porciones de la Biblia, para compartir con otros.

“Los valdenses tradujeron la Biblia al idioma local, para que la gente pudiera leerla y entenderla. A los dirigentes religiosos no les gustaba que la gente tuviese Biblias y pudieran estudiarlas por su cuenta. El hecho de poder estudiar la Biblia por sí mismos llevaba a que hicieran preguntas y que a veces discreparan con las enseñanzas de los dirigentes. Así que, los niños valdenses tenían que esconder sus porciones de la Escritura. Además, tenían que aprender a ser muy cuidadosos con lo que decían y a quién se lo decían.

“Estas familias cultivaban las laderas de las montañas. Sembraban verduras y criaban ovejas. Hacían cosas con la lana de las ovejas y fabricaban queso con su leche. Algunas de estas cosas las vendían en las aldeas. Mientras iban de casa en casa vendiendo sus mercancías, podían hablar de la Biblia con la gente interesada. Entre su ropa, llevaban algunos papeles en los que habían escrito parte de la Biblia. De hecho, las mujeres cosían dobladillos anchos y bolsillos secretos en la ropa, a fin de tener lugar para esconder porciones de la Biblia. Los valdenses salían de dos en dos, ya fuesen comerciantes o estudiantes. Esparcían la Palabra de Dios como hongos, y de este modo las verdaderas enseñanzas de la Biblia se abrían paso a través de todo un pueblo o una escuela, aunque los líderes religiosos no podían sacar en claro de dónde venían”.

Mmm –dijo Miguel–, realmente estoy contento de no ser un niño valdense; ¡tendría que memorizar demasiados textos bíblicos!

La mamá se rió.

–En realidad, memorizar porciones de la Biblia es una muy buena idea. Ayuda a ejercitar tu mente y quizá no siempre tengas tu Biblia a mano. Llegará el tiempo en que estarás muy contento de haber aprendido de memoria los ver­sícu­los de la Escuela Sabática, y otros pasajes bíblicos también.

–Supongo que sí.

–Y, piensa en esto –agregó la mamá–. ¿Cómo sería si tú y tu hermano fuesen los únicos de tu escuela con una Biblia?

–Estaríamos muy solos y tristes –respondió Miguel.

–Tal vez –coincidió la mamá–, pero Dios usó a niños como tú y Doni para cambiar escuelas enteras. Y, si se lo permites, él puede usarte para trabajos importantes también. Hoy, Dios necesita niños como tú, así como durante la época de los valdenses.

–Nunca lo había pensado de ese modo –reconoció Miguel–. Siempre me imaginé que Dios tenía a todos los adultos que necesitaba y que no me necesitaría hasta más adelante.

–Eso no es cierto –dijo la mamá–. Dios te necesita ahora.

Miguel esbozó una amplia sonrisa.

–¡Esa es una buena noticia! De todos modos, yo no quería esperar a ser grande.

Capítulo 5
Juan ­Wiclef­

Al día siguiente, mientras Miguel y su mamá estaban lavando los platos, ella continuó la historia.

–En Inglaterra, Dios utilizó a un hombre llamado Juan ­Wiclef­ para una tarea especial. ­Wiclef­ vivió durante el tiempo en que Eduardo III era rey de Inglaterra, hace unos 650 años. Se había educado en la universidad de Inglaterra y siempre había sido un importante estudioso de la Biblia. Más adelante fue el capellán del rey de Inglaterra.

–¿O sea, como el pastor personal del rey? –preguntó Miguel.

–Sí –respondió la madre–. Juan ­Wiclef­ estaba preocupado por varias cosas que pensaba que andaban mal en la iglesia en ese entonces. El rey tenía que pagar impuestos al papa, que era la cabeza de la iglesia cristiana. Juan ­Wiclef­ pensaba que él no debía hacer eso. ­Wiclef­ también observó que algunos líderes religiosos eran haraganes. Estaban todo el tiempo sacándole dinero a la gente, pero no trabajaban para ganarse la vida ni tampoco ayudaban a la gente que les daba dinero. ­Wiclef­ los llamó codiciosos. Dijo que no era justo que se enriquecieran mientras que los enfermos y los pobres no tenían nada. Si Jesús era su ejemplo, entonces debían ayudar a la gente, no quitarles el dinero.

–Apuesto que a los dirigentes religiosos no les gustaba para nada Juan ­Wiclef­.

–Tienes toda la razón –confirmó la mamá–. Se pusieron felices cuando el rey lo envió como embajador a los Países Bajos.

–¿Eso es Holanda? –Miguel quería asegurarse.

–Sí. ­Wiclef­ estuvo en Holanda por dos años. Pero, después de dos años, regresó. Pronto los dirigentes religiosos trataron de llevarlo a los tribunales por herejía.

–¿Qué es herejía? –preguntó Miguel.

–Herejía es creer y enseñar cosas que son diferentes de lo que enseña y cree la iglesia –explicó la mamá–. Aunque los dirigentes religiosos querían condenar a ­Wiclef­ y matarlo, él contaba en Inglaterra con el apoyo de dos príncipes y de mucha gente. Los jueces tenían miedo de condenarlo, así que lo soltaron. ­Wiclef­ organizó a unos cuantos misioneros y los envió por toda Inglaterra para que enseñaran acerca de Jesús. En Oxford, donde está la Universidad de Oxford, ­Wiclef­ era conocido como el “doctor evangélico”. Enseñó allí durante muchos años.

“Una vez se enfermó de gravedad por trabajar y estudiar mucho. Los dirigentes religiosos estaban ilusionados. Fueron y le dijeron que se estaba muriendo. Le preguntaron si ahora quería admitir que estaba equivocado en lo que creía y enseñaba. Él respondió: ‘No voy a morir, sino que viviré’. Todavía tenía una obra que hacer para Dios. Y de verdad vivió. Se mejoró, para sorpresa de muchos.

“Dios le preservó la vida a Juan ­Wiclef­ porque tenía otro trabajo especial para él. ¿Recuerdas, Miguel, que hablamos de que la gente común de aquel entonces no tenía Biblias para leer? Las pocas Biblias que existían estaban en latín”.

Miguel interrumpió:

–La gente de Inglaterra ¿hablaba latín?

–Solo las personas cultas. En toda Europa, la gente culta aprendía latín para poder conversar entre ellas y estudiar los mismos libros.

–¡Perfecto! –expresó Miguel.

–Las Biblias eran escritas a mano –continuó la mamá–, porque en ese entonces todavía no se había inventado la imprenta en Europa. Y estaban encadenadas a los muros o a los escritorios de las iglesias, porque eran muy valiosas.

“Juan ­Wiclef­ preparó la primera traducción de la Biblia al inglés. Tuvo que ser escrita a mano también, así que les pidió a varias otras personas que hicieran más copias escritas a mano. Esto era muy lento y caro. Las Escrituras manuscritas eran difíciles de conseguir, así que las dividían en pequeñas partes y se las pasaban a varias familias. Juan ­Wiclef­ quería que cada familia de Inglaterra tuviese la Biblia en inglés, para que pudieran aprender que la salvación era solo a través de Cristo.

“Tres veces los dirigentes religiosos trataron de enjuiciar a Juan ­Wiclef­ por herejía. Y las tres veces fueron incapaces de lograrlo. Finalmente, Juan ­Wiclef­ murió en su pequeña iglesia. Sufrió un colapso justo antes de iniciar la Comunión”.

–Realmente, ese fue un buen momento para morir –opinó Miguel.

–¿Por qué dices eso? –preguntó la mamá.

–Bueno, estamos hablando de la Comunión en mi clase bautismal –le contó Miguel–, y antes de la Comunión se supone que preparas tu corazón y confiesas todos tus pecados. Eso significa que Juan ­Wiclef­ murió con un corazón limpio, justo antes de la Comunión.

La mamá se sonrió.

–Sí, quizás haya sido un buen momento para morir. Pero, si amamos a Jesús y lo hemos invitado a entrar en nuestro corazón, sabemos que él está con nosotros todo el tiempo. En cualquier momento que muramos, no tenemos que preocuparnos si Jesús está en nuestro corazón.

–Me alegra mucho que Juan ­Wiclef­ no haya muerto la primera vez que se enfermó tanto –dijo Miguel–. Me alegra que la Biblia esté traducida. No entiendo para nada el latín.

La mamá asintió.–El inglés cambió muchísimo desde que Juan ­Wiclef­ tradujo la Biblia por primera vez. Probablemente tampoco se entendería su traducción. Pero, me alegra poder tener la Biblia en el idioma que hablamos hoy, para poder leerla y estudiarla por nuestra cuenta.

Capítulo 6
Dos héroes

–De quién vamos a hablar hoy? –Miguel sonaba ansioso.

–De otras dos personas especiales a las que Dios les dio una tarea para hacer. Vivieron en Bohemia hace unos seiscientos años.

–¿Dónde queda Bohemia? –preguntó Miguel.

–Bohemia es parte de lo que hoy llamamos la República Checa. Juan Hus y su amigo Jerónimo vivían en Bohemia. El padre de Juan Hus murió cuando Juan era muy pequeño. Su mamá lo dedicó a Dios, así como papá y yo te dedicamos a ti cuando eras pequeño. Le pidió a Dios que se ocupara de Juan y que lo cuidara y, a cambio, ella lo consagraba a Dios.

“Dios cuidó a Juan y lo ayudó a obtener una buena educación. Cuando Juan viajó a la Universidad de Praga, su mamá fue con él. No tenía mucho para darle a su hijo, pero al acercarse a la ciudad se arrodilló y oró para que Dios lo bendijera siempre. Y Dios respondió su oración. Juan Hus terminó sus estudios y se fue a trabajar a la corte del rey como uno de los sacerdotes especiales del rey.

“El amigo de Juan, Jerónimo, había viajado a Inglaterra, donde conoció a la reina de Inglaterra, que era una princesa bohemia. Ella estaba muy lejos de su hogar y probablemente se sintió muy contenta de encontrar a alguien de Bohemia con quien conversar. Jerónimo y la reina de Inglaterra estudiaron los escritos de ­Wiclef­, y les parecieron muy interesantes. Al regresar a Bohemia, Jerónimo compartió los escritos de ­Wiclef­ con Juan Hus. Ambos se entusiasmaron mucho con ellos. Sin embargo, los dirigentes religiosos les advirtieron que no dijeran nada acerca de estas nuevas ideas.

“Por ese entonces, Hus y Jerónimo conocieron a dos hombres de Inglaterra a quienes tampoco les permitían predicar sobre las enseñanzas de ­Wiclef­. Estos dos hombres eran artistas, y decidieron dar un sermón mediante una ilustración. Pintaron dos cuadros juntos. El primero era un cuadro de Jesús vestido con mucha sencillez y montado en un burrito. Al lado de este cuadro había otra pintura que mostraba al papa montado en un caballo, portando su triple corona y con túnicas costosas. Lo seguían otros importantes líderes religiosos y hombres que tocaban trompetas, todos vestidos con ropa hermosa. Sin decir una palabra, estas pinturas mostraban la diferencia entre Jesús, con sus formas sencillas, y el estilo de vida presumido y lujoso de los líderes religiosos. ¡Cuán diferentes eran!

“Aunque estos dos hombres no decían nada y predicaban su sermón en silencio a través de su arte, Hus no tenía miedo de predicar a viva voz. Lo hacía en todas partes. No pasó mucho tiempo sin que los dirigentes de la iglesia se sintieran muy molestos. Llamaron a Hus a Roma para juzgarlo. Sin embargo, el rey y la reina de Bohe­mia lo protegieron y pidieron que no tuviese que ir a Roma. Los dirigentes religiosos de Roma estaban muy enojados, ¡y siguieron adelante con el juicio aunque Hus no estuviese allí! Lo condenaron, así que tuvo que dejar Praga e ir a un lugar más seguro.

“En ese entonces, Hus no estaba seguro de qué era lo que debía hacer exactamente. Sabía que había muchas cosas en la iglesia que no estaban bien. Sin embargo, aún creía que era la iglesia de Dios. Dios lo estaba guiando poco a poco y le enseñaba una cosa a la vez”.

–¡Que bondadoso era Dios! –reflexionó Miguel–. Si le hubiese mostrado a Hus todos los errores de la iglesia de una vez, se habría sentido terriblemente mal. Habría tenido que cambiar demasiadas cosas a la vez.

–Creo que tienes razón –concordó la mamá–. Dios nos trata así a nosotros también. Nos enseña una cosa a la vez, para que tampoco sea demasiado para nosotros.

“De nuevo los líderes religiosos le pidieron a Hus que fuese a hablar con ellos. Todos –el rey de Bohemia, el emperador Segismundo y hasta el papa– prometieron que Hus estaría a salvo si tan solo iba. Así que, acordaron ir a la ciudad de Constanza y hablar con los dirigentes religiosos. Mientras viajaban, la gente acudía en masa a verlo, y él les predicaba a todos a lo largo del camino. Pero, cuando llegó, fue arrojado a la mazmorra de un castillo, del otro lado del río Rin, donde se enfermó de gravedad. ¡Cuántas promesas vacías!

“Cuando su amigo Jerónimo se enteró de lo que le había pasado a Hus, fue a Constanza para intentar ayudarlo. Pero Jerónimo pronto también se encontró preso.

“Finalmente, los dirigentes religiosos sacaron a Hus de la mazmorra. Lo vistieron con una túnica sacerdotal y le pusieron una gran gorro de bufón con la inscripción: ‘El archihereje’. Hus inclinó la cabeza y dijo con voz suave: ‘Jesús fue envuelto en un manto que no era suyo cuando lo enjuiciaron. Y Jesús llevó una corona de espinas por mí. Yo puedo llevar este gorro de bufón por él’. Los líderes, entonces, lo llevaron a rastras por las calles, lo ataron a un poste, ¡y le prendieron fuego! En todo esto, Hus actuó como si fuese a una fiesta de bodas. Sonreía y se veía muy tranquilo. Cuando los hombres lo ataron a la estaca y le prendieron fuego, no gritó ni lloró de dolor. ¡Cantaba! Y siguió cantando hasta que murió.

“Mientras tanto, Jerónimo estaba enfermo y todavía permanecía preso. Los dirigentes religiosos trataron de hacer que admitiera que estaba equivocado y que ellos tenían razón. ‘Pruébenme con la Biblia que estoy equivocado’, les dijo Jerónimo, ‘y haré lo que ustedes digan’. Día tras día, los dirigentes religiosos continuaron intentando convencer a Jerónimo de que desistiera de su fe. Finalmente, había estado tanto tiempo encarcelado, y estaba tan desanimado por lo que le había ocurrido a su amigo Hus, que hizo lo que los dirigentes religiosos pedían que hiciera. Dijo que ya no estaba más de acuerdo con Hus ni con ­Wiclef­ y que creería en lo que los dirigentes religiosos le dijeran que creyese.

“Pero los dirigentes religiosos aun así lo mantuvieron preso. Cuando Jerónimo meditó en lo que había hecho, supo que había negado la verdad. Pensó en lo valiente que había sido Hus. Reflexionó en lo mucho que Jesús había sufrido por él. Así que, llamó a los líderes religiosos y les dijo que lamentaba haber hecho lo que le dijeron que hiciera. Les dijo que realmente creía que lo que decía la Biblia era verdad, aunque ellos no estuviesen de acuerdo. Los dirigentes se enojaron mucho, así que llevaron a Jerónimo hasta la estaca y lo quemaron en la hoguera así como habían hecho con Hus. Al igual que su amigo, Jerónimo también murió cantando.

“Los líderes de la iglesia tomaron las cenizas de Hus y de Jerónimo y las arrojaron al río Rin. Dijeron que el río lavaría todo rastro de estos dos ‘herejes’. Pero, en vez de eso, los pedacitos de sus cenizas flotaron durante todo el trayecto del río por todo el país hasta desembocar en el mar y, finalmente, hasta el mundo entero. Y, al igual que sus cenizas, el mensaje que estos dos hombres predicaron finalmente llegó a todo el mundo también”.

–¿Realmente cantaban mientras se quemaban? –Miguel quería asegurarse de haber entendido bien.

–Sí.

–Es bueno saberlo para cuando pienso en las cosas difíciles que sucederán justo antes de que Jesús vuelva otra vez –comentó Miguel–. Si Hus y Jerónimo pudieron cantar aunque la gente mala lastimaba sus cuerpos, entonces eso significa que Jesús los ayudó a no sentirlo. Y, si Jesús pudo estar con ellos para que pudieran cantar mientras morían, entonces él también puede hacer eso por mí.

–Tienes razón –dijo la mamá–. Seguro que puede.

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