Читать книгу: «Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000)», страница 8

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126 «Ofensiva alarmante» (editorial), en El Mercurio del 22 de marzo de 1991.

127 «Sin perdón ni olvido», El Mercurio del 31 de marzo de 1991, cuerpo D, p.4.

128 «PC: ambigua postura frente al extremismo», La Nación de 3 de marzo de 1991. Las críticas de Leal, «Terrorismo es acto de delincuentes comunes», La Tercera del 1º de abril de 1991.

129 Ver El Mercurio del 4 de abril de 1991; «DC: Opiniones de Corvalán son inaceptables y erradas», La Nación del 5 de abril de 1991; «ARCO se refiere a Corvalán», La Nación del 4 de abril de 1991; «PPD lanza toda su artillería contra el Partido Comunista» y «El PC de Volodia es una colectividad de ultraizquierda», La Nación del 10 y 7 de abril de 1991, respectivamente. Meses más tarde, incluso sectores pertenecientes al oficialismo no descartaban su ilegalización, ver declaraciones del dirigente demócrata cristiano Adolfo Zaldívar en «PC debe entregar armas», La Nación del 10 de octubre de 1991.

130 Ver «Dirigentes del PC serán citados a declarar» y «PC iniciará acción legal contra juez», en La Nación del 20 y 21 de abril de 1991, respectivamente.

131 Ver «Volodia: Si hay armas deben entregarse», La Nación del 6 de abril de 1991. Otra declaración pública del PC calificando como erradas las declaraciones de Corvalán, en «Dirigente PC advierte giro a la derecha en política», La Nación del 14 de abril de 1991. La declaración pública del PC, «Para garantizar el curso democrático», El Siglo del 21 de abril de 1991, p. 5. Otras declaraciones que expusieron la posición del PC ante la violencia política y el terrorismo, discurso de Gladys Marín, «Para creer en Chile, verdad y justicia», en El Siglo del 19 de mayo de 1991, p. 2.

132 «Ante los acontecimientos en la URSS», en El Siglo del 25 de agosto de 1991, p. 5.

133 El Mercurio del 22 de agosto de 1991.

134 «Sucesos en las URSS han conmocionado a los comunistas», en El Mercurio del 25 de agosto de 1991.

135 Andrés Allamand declaró que el PC chileno, «hoy debería efectuar un último acto de obediencia e imitación, anunciando que se autodisolverá», en alusión a las noticias sobre el fin del PCUS. Meses más tarde, Luis Guastavino decía que «lo que corresponde es terminar totalmente y cuanto antes esta experiencia comunista que fracasó en formar estrepitosa en «PC debe disolverse o reestructurarse», El Mercurio, 28 de agosto de 1991, y «El Partido Comunista es un incordio para la izquierda», La Nación, 5 de octubre de 1991.

136 «¿Lo de los comunistas…? Una tragedia», en El Mercurio del 21 de abril de 1991, p. D8 y D7.

137 Durante 1991, renunciaron al PC el economista Manuel Riesco Larraín y José Sanfuentes, este último integrante del Comité Central y la Comisión Política. Pero sus salidas fueron silenciosas y ambos mantuvieron una relación cordial con su ex tienda política. Ver «Sanfuentes renunció al PC», «Otra renuncia en el PC: Manuel Riesco» y «Sanfuentes y Riesco confirman renuncias», en La Nación del 1, 2 y 3 de octubre de 1991, respectivamente.

138 Todas las citas en «Sensibilidad militante», en El Siglo del 1 de septiembre de 1991, p. 20.

139 A las semanas del fin de la URSS, Volodia Teitelboim, secretario general del PC, publicó una elegía al Che Guevara: «El legado del guerrero heroico», en El Siglo del 6 de octubre de 1991, p.14 y 15. Además, en las páginas de la prensa comunista se dio amplia cobertura a la posición de Cuba ante el colapso de la URSS.

140 «Bases para la discusión del proyecto de nuevos estatutos del Partido Comunista de Chile», en El Siglo del 7 de abril de 1991, Separata, p.1.

141 Riquelme, op. cit. p. 248-249.

142 Sobre el caso del PCF, Kriegel, op. cit. La descripción sobre la historiografía conservadora del comunismo, Serge Wolikow, «Aun origines de la galaxia communiste: l’Internationale», en Dreyfus et al., op. cit. p. 293.

143 Al respecto, fue interesante el debate realizado en el parlamento chileno durante el año 2016, sobre la validez o no de imponer elecciones directas a los partidos políticos. Como lo señaló un destacado politólogo conocedor del sistema de partidos chileno, la elección directa no implica necesariamente que la organización sea más democrática que otra con métodos indirectos. Por su parte, los integrantes del Partido Demócrata Cristiano, Por la Democracia y Socialista estuvieron de acuerdo en respetar la existencia de diversas formas de elección de las autoridades, según las tradiciones de cada partido. Ver Claudio Fuentes, «Un militante un voto: ¿Interferencia del Estado o autonomía de los partidos?», en www.elmostrador.cl. Visitado el 21 de marzo de 2016.

144 Riquelme, op. cit. p. 252.

145 «Ideas para el socialismo en Chile», en El Siglo del 2 de diciembre de 1990.

146 «Proyecto de nuevo programa del Partido Comunista de Chile», El Siglo del 24 de noviembre de 1991. Documento.

147 Ver «P.C. De la independencia a la oposición», en El Siglo del 8 de diciembre de 1991, p. 23.

148 «PC insiste en la idea de plebiscito» y «PC: ‘Hay cogobierno con la derecha’», La Nación del 21 y 13 de mayo, respectivamente.

149 Ver «El pueblo y la izquierda tienen la palabra», El Siglo del 22 de septiembre de 1991, p.5. También declaraciones de Mireya Baltra en «PC anuncia que hará franca oposición», La Nación del 4 de noviembre de 1991.

150 Ver entrevista a Gladys Marín «Pinochet es una buena obsesión», La Nación del 22 de diciembre de 1991.

151 La caracterización del CUI, «Unir a la izquierda desde la base», El Siglo del 6 de enero de 1991, p.5. La cita en «Informe al XVII pleno del Comité Central del Partido Comunista de Chile», mecanografiado, p.11.

152 Sobre el CUI, ver «La izquierda dice: ¡presente!», «Por los caminos de Allende», «La izquierda tomó la palabra», en El Siglo del 2 de junio, 14 de julio y 21 de julio, respectivamente.

153 «Hacia un nuevo programa de la izquierda», El Siglo del 10 de noviembre de 1991. Documento.

154 «Por una izquierda en la senda de Allende», El Siglo del 1° de septiembre de 1991. Documento.

155 Claudio Fuentes, El pacto. Poder, constitución y prácticas políticas en Chile (1990-2010), Ediciones Diego Portales, 2012, p.17.

156 «¡Gobierno extorsiona a los presos políticos!», El Siglo del 9 de junio de 1991, p. 17. Otra huelga de hambre con impacto público se realizó durante el mes de noviembre, realizada por seis militantes del MIR que cumplían largas condenas desde principios de la década de 1990.

157 Sobre los chilenos caídos en las guerrillas latinoamericanas y el recuerdo de ex militantes que se marcharon al «Frente autónomo», ver «Héroes de nuestro tiempo», El Siglo del 27 de octubre de 1991, p. 8. De Jocelyn-Holt, El Chile perplejo. Del avanzar sin transar, al transar sin parar, Editorial Planeta, 1998.

158 «Represión policial al PC», La Nación del 5 de mayo de 1991.

159 Ver «PC denunció detenciones y seguimientos» y «PC se querellará por allanamiento», La Nación del 16 de septiembre de 1991.

160 «Casa nueva, vida nueva», El Siglo del 5 de mayo de 1991. Separata, I. Otros actos similares se realizaron por las recuperaciones de los locales partidarios en las comunas de Renca y Cerro Navia. Reafirmando la importancia de lo identitario en este período, la nota de prensa resaltaba que, en Cerro Navia, una joven cantante «rindió homenaje al Frente Patriótico Manuel Rodríguez». El Siglo, 6 de enero de 1991, Separata. IV.

161 El Siglo publicó desde comienzos de 1991, una separata titulada «Vamos a andar», que contenía información sobre la vida partidaria.

162 «Homenaje a dirigentes del PC desaparecidos en mayo de 1976» y «Gracias a Violeta. Así canta el pueblo», El Siglo del 5 de mayo y 10 de febrero de 1991, respectivamente.

C apítulo 4 El tiempo de los necios: el MIDA y las primeras elecciones municipales en democracia (1992)

En 1992 «El necio», una de las nuevas canciones del trovador cubano Silvio Rodríguez, se popularizó rápidamente entre sus seguidores chilenos. De manera inusualmente explícita, el cantante cubano defendía su adhesión a la «Revolución» en plena época que hacían nata los conversos. Esta reafirmación de la identidad antiestablishment, reflejada en la decisión de mantener en alto las banderas a pesar de navegar a contrapelo del discurso dominante, fue el que identificó al accionar del PC chileno durante este mismo período. Las señales enviadas por Silvio Rodríguez, ícono cultural de la Revolución Cubana, eran inequívocas: los revolucionarios morían con las botas puestas. Los comunistas chilenos seguirían su ejemplo. Con ese ánimo enfrentaron el complejo año 1992, en el que un mal desempeño electoral podía significar la derrota final de «los necios»163.

La política chilena durante 1992 estuvo marcada por los temas electorales. En primer lugar, en junio se realizaron las elecciones municipales, las primeras luego de terminada la dictadura. Producto del carácter local de este tipo de elecciones, se constituyeron en el primer barómetro para medir el peso electoral de cada partido. Además, los resultados de estas elecciones serían vitales para el posicionamiento futuro de las cartas presidenciales de los respectivos partidos. Por este motivo, el segundo semestre del año, con los resultados de las elecciones municipales en la mano, el debate presidencial pasó a copar la agenda política del país. Ante este escenario, el Partido Comunista llevó a cabo durante 1992 una batalla que era crucial: demostrar que todavía era una colectividad electoralmente vigente. Analistas de todos los sectores pronosticaban su virtual desaparición del mapa electoral. Es más, muchos de sus ex militantes explicaban su renuncia al partido, basado en la necesidad de la creación de un «tercer vértice» de izquierda, que sin adscribir a la óptica social-demócrata y/o liberal del PS y sectores el PPD, reconstruyera una «nueva izquierda» atractiva para la ciudadanía. Este análisis, ciertamente, daba por agotada la experiencia del Partido Comunista en Chile. Por este motivo, de acuerdo a la endojerga comunista, las elecciones municipales de junio de 1992 se convirtieron en el «esfuerzo principal» del partido para aquel año. Zanjada exitosamente la prueba de fuego que implicaban estas elecciones, el PC se abocaría a definir su estrategia para las parlamentarias y presidenciales que se realizarían el año 1993.

Como lo señalábamos en el capítulo anterior, el PC optó por posicionarse a contrapelo de lo que el cuadro político consideraba como «políticamente correcto». Si lo que predominaba era el gradualismo, buscar acuerdos y pactos con los adversarios, y así avanzar en la profundización de la democracia, el PC radicalizó su oposición al modelo que implicaba la «transición chilena». Desechó la alternativa de los consensos por considerarla que aseguraba la continuidad en el poder de la derecha, del pinochetismo y los grupos económicos. De esta manera, el PC adoptó una conducta ante las elecciones que fue permanente a lo largo del resto de la década: privilegiar los aspectos ideológicos e identitarios por sobre las consideraciones netamente electorales.

En esta época, la tendencia de la Concertación consistía en moderar sus posiciones políticas, en función de alcanzar acuerdos en la derecha. Además, despolitizó su discurso de campaña, como forma de intentar lograr sintonía con los intereses de la ciudadanía164. Por lo tanto, para el caso chileno, la lógica de la «maximización» de los resultados parece ratificar la tesis de Downs, que considera que los partidos subordinan su ideología y su mensaje en función de lo que la ciudadanía está demandando. Esto, por lo general, provoca que el conjunto del sistema se mueva hacia el centro. Como decíamos, este fue el caso de gran parte de los integrantes del sistema de partidos chileno en este período.

Sin embargo, esta no fue la opción del PC, el que acentuó sus críticas «al centrismo» moderado de la Concertación, para de este modo, conscientemente, posicionarse como un actor político ubicado a la izquierda del sistema político. Como en este caso, tal como señala la crítica de Robertson a Downs, algunas organizaciones políticas priorizan cuestiones ideológicas por sobre la maximización de votos. En estos casos, «para la mayoría de los activistas del partido, sus motivaciones consisten en el deseo de que se realicen ciertas políticas». De tal manera, no plantearlas o defenderlas públicamente puede significar el retiro masivo de militantes de la organización165. En el caso que analizamos, la dirección del PC estaba intentando dejar atrás dos años marcados por sucesivas crisis políticas, ideológicas y de poder dentro del partido. Esto había implicado tomar posiciones en torno a estas materias, tras las cuales un segmento importante de la militancia se había alineado. Desde este punto de vista, se puede entender de manera más amplia por qué los comunistas decidieron remar contra la corriente en estos años. La decisión de darle continuidad a la experiencia comunista en Chile se tradujo en una versión opuesta a la que tradicionalmente había tenido dentro del sistema político chileno. Es decir, el poscomunismo en Chile eligió la ruta de un viraje hacia la izquierda, no pactar con el centro, preservar un discurso radicalizado y los emblemas y rituales partidarios tradicionales. A diferencia del caso del PCE durante la transición española, que había moderado sus posiciones y flexibilizado su ideología, al abandonar explícitamente el leninismo, los comunistas hicieron lo contrario. Más que un renacer de la kominterniana política de «clase contra clase» o expresiones de un contumaz estalinismo autoritario166, el PC chileno evaluó que la manera de asegurar la sobrevida de la izquierda en Chile pasaba por preservar su identidad política, sus imaginarios y parte significativa de su proyecto histórico. Esta decisión se tomó incluso bajo el riesgo –anunciado por moros y cristianos en Chile– que esto podría traducirse en la virtual extinción electoral del partido.

Como vimos en el capítulo anterior, la modalidad elegida por el PC para enfrentar las batallas electorales fue intentar agrupar a los atomizados sectores de izquierda que no se habían incorporado a la Concertación. Así había nacido el CUI, convergencia que en diciembre de 1991 dio origen al Movimiento de Izquierda Democrático Allendista (MIDA). Esta entidad estuvo compuesta por el PC, pequeñas agrupaciones socialistas disidentes de la conducción del PS, algunas fracciones miristas, trotskistas e incluso un diminuto partido estalinista. Además, incluyó a «personalidades» de la izquierda chilena, dirigentes sociales e independientes de izquierda. Desde el punto de vista orgánico, el nuevo referente pretendió desarrollar asambleas de bases que coordinarían sus actividades a través de estructuras a nivel comunal y regional. Sus integrantes serían los militantes de los partidos que lo conformaban, los que mantendrían sus identidades particulares dentro del MIDA. Su máximo ente resolutivo sería la Asamblea Nacional, la que se reuniría luego de las elecciones municipales de junio de 1992 para asumir con propiedad la dirección del movimiento. Respecto a sus objetivos, rescataba parte del programa histórico de la izquierda chilena, incorporándoles algunos aspectos nuevos: el MIDA lucharía por «el impulso y la materialización de un proyecto alternativo de carácter democrático, popular, nacional, anticapitalista, antiimperialista, latinoamericanista, pluriétnico, antiburocrático, solidario con las luchas de liberación de todos los pueblos del mundo, y por el Socialismo». Asimismo, se definía como portador «de un proyecto estratégico… [que] ASPIRA A CONVERTIRSE EN UNA CLARA OPCION DE PODER… EN LA PERSPECTIVA DE CONQUISTAR UN GOBIERNO DEMOCRATICO DEL PUEBLO»167.

Desde el punto de vista electoral, el MIDA se declaraba opositor al gobierno de Patricio Aylwin y sostenía que las elecciones municipales de junio de 1992 serían el primer paso de una especie de larga marcha en función de democratizar el país. En ese sentido, anunciaba la conformación de una lista unitaria de la izquierda, que se enfrentaría a la Concertación y a la derecha. Algunos de los aspectos más importantes de su plataforma política eran la necesidad de elaborar una nueva Constitución Política por medio de una Asamblea Constituyente; un nuevo sistema electoral proporcional, que reemplazara el binominal creado por la dictadura; salida de Pinochet de la comandancia en jefe del ejército y subordinación efectiva de las fuerzas armadas al poder civil; nuevo Código del Trabajo, para poner fin a la legislación laboral de la dictadura que debilitaba el poder negociador de los sindicatos; el papel rector del Estado en las políticas de salud, vivienda y educación y el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios168. En el fondo, el MIDA proponía un nuevo modelo de desarrollo para el país, opuesto al neoliberal que la nueva democracia administraba y profundizaba tras el término de la dictadura.

En todo caso, el programa del MIDA contemplaba medidas no incluidas en la institucionalidad vigente, como la convocatoria a una Asamblea Constituyente o un plebiscito para consultar la voluntad ciudadana. Producto de la mayoría de derecha en el Senado, que cerraba toda posibilidad de reforma de la Constitución, los planteamientos del MIDA se convertían en una plataforma maximalista, carente de posibilidades reales de encauzar un movimiento más amplio. De esta forma, la viabilidad de alcanzar algunas de sus propuestas se depositaba en la presión que pudieran desarrollar los movimientos y organizaciones sociales. Sin embargo, estos pasaban por una etapa de gran debilidad orgánica, que se traducía, en la práctica, en una escasa capacidad de incidencia en la agenda pública del país. Tal vez conscientes de estas adversidades, el MIDA insistía en la proyección estratégica de sus propuestas, dando a entender que no se concretarían a corto plazo.

En el marco de la centralidad política de las elecciones y la reciente conformación del MIDA, el PC realizó en abril de 1992 su segunda Conferencia Nacional. No obstante marcada por la fuerte polémica internacional y nacional provocada por la situación del ex mandatario de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, la Conferencia se dio en un contexto muy diferente a la de junio de 1990. El que se refiriera casi exclusivamente a la campaña electoral municipal, reflejaba que había quedado atrás la peor etapa de la crisis. El diagnóstico del momento político que vivía el país se resumía en la tesis de que no se estaba cumpliendo el programa de gobierno. La persistencia de la impunidad para los violadores de los derechos humanos; el papel tutelar de las fuerzas armadas sobre el gobierno; la continuidad del Plan Laboral; la falta de independencia en la política exterior, reflejada en el no restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, entre otros aspectos, ratificaban la línea de «oposición democrática de izquierda» del PC169.

De esta manera, la II Conferencia Nacional se concentró en definir los contenidos programáticos de las elecciones municipales (centrados en ampliar los mecanismos de participación local y restricción del poder del alcalde) y la estrategia electoral. Al respecto, se reconocía que las condiciones económicas eran adversas, por lo que la campaña se avizoraba difícil170. En este sentido, las encuestas de opinión daban entre un 1% y un 2% de porcentaje de votos al PC, lo que indicaba que se ratificaría la tesis de la defunción política de la organización. Por esta razón, la meta que públicamente se estableció el PC era obtener alrededor del 5% de las preferencias. Esto, estimaban, implicaría hacer crecer al MIDA como fuerza alternativa, además de posicionar la influencia política del PC171.

Las condiciones materiales en que se realizaron estas y las subsiguientes elecciones, fueron muy adversas para el PC. La ley de partidos políticos contemplaba un aporte estatal por los votos recibidos, lo que proyectaba cierta retribución a las inversiones realizadas en los gastos de campaña. Sin embargo, no existía ninguna regulación al aporte de los privados a estas. Esta situación permitía la existencia de campañas millonarias de la derecha y la Concertación, invisibilizando la presencia de los candidatos del MIDA. Además, el tribunal electoral estableció que no habría propaganda gratuita en la televisión, acentuando los problemas de difusión de los candidatos de la izquierda. Así, el principal medio de campaña fue el que históricamente el PC había utilizado antes del golpe de Estado de 1973: «el contacto directo con la gente, la conversación casa a casa, las caravanas y algaradas callejeras a fábricas e industrias, las jornadas de propaganda con los comités de base del MIDA…», entre otros. La apelación a las tradiciones partidarias, familiarizada con la conexión en la base social, no dejaba de ocultar la precariedad de la campaña, especialmente en una etapa histórica en donde los mass media ocupaban un papel fundamental para darse a conocer. La otra orientación que la Conferencia Nacional hacía sobre la compaña se refería a su enfoque, el que debía ser juvenil y alegre172. El objetivo de esta estrategia buscaba mostrar otra cara de las fuerzas de izquierda. Descalificadas por los medios a través de adjetivos como «violentistas», «ortodoxos», «pasados de moda», «resentidos», la campaña debía intentar transmitir frescura y proyección de futuro.

De esta manera, la óptica que el PC revivió para estas elecciones hundía sus raíces en una de sus más características tradiciones partidarias: unir la instancia electoral con la agitación social. Es decir, la labor del candidato no debía ser solo transmitir un mensaje, sino que ser un activista en terreno y agitar los conflictos sociales. Esta fórmula, antaño muy utilizada, era planteada de esta manera en 1992: «impulsar formas de lucha en el pueblo que expresen el descontento, la rebeldía… es el tiempo de las huelgas, de las tomas de terrenos, de las actividades callejeras, de la recuperación por los hechos de nuestros locales, de las tomas de tierras mapuches…»173. Así, la apuesta del PC era recuperar y ratificar su presencia en el debilitado tejido social postdictatorial. En este sentido, el principal defecto de esta vieja fórmula comunista era que la coyuntura de 1992 estaba lejos de ser de agitación y formas más radicales de lucha.

Otro de los aspectos relevantes tratados por la Conferencia de cara al desafío electoral del mes de junio, fue lo que se denominó como «la lucha por la vigencia del Partido Comunista». Junto con reafirmar su compromiso con la «renovación revolucionaria» (es decir, diferente a la promovida por los ex militantes del partido), se instaba a incorporar nuevos temas y problemáticas al quehacer partidario. Algunos de ellos eran la cuestión medioambiental, la tercera edad, la situación de la mujer y de la juventud, entre otros174. Parte de la estrategia de sobrevivencia política de los comunistas chilenos fue fortalecerse en los sindicatos, su espacio de masas tradicional, pero también alrededor de las nuevas demandas ciudadanas.

Las resoluciones de esta II Conferencia Nacional, que ahondaron las críticas al gobierno de Aylwin, fueron una nueva oportunidad para sus adversarios de descargar la artillería pesada en contra de los comunistas. Por un lado, la Democracia Cristiana consideró que sería «un error más» que el PC profundizara las críticas contra el gobierno durante la campaña; además, recalcaron su doble estándar, al pedir más democracia y no haber criticado las dictaduras comunistas. El PPD, uno de los más críticos con el PC, señalaba que sus planteamientos «no tienen ningún sentido de realismo» y negó que el gobierno fuera neoliberal, como decían los comunistas. Antonio Leal, a nombre del PDI, realizó las críticas más fuertes contra el Partido Comunista, al catalogarlo de ser «el pasado… es una colectividad vieja y sin ideas y por estas razones, creo que será castigada por los electores en las elecciones municipales…». Finalmente, para terminar de armar el cuadro general, Andrés Allamand, presidente del derechista partido Renovación Nacional, tildaba la posición del PC ante el gobierno como demostración de que era «una especie de residuo arqueológico de las peores expresiones de comunismo en el mundo»175.

No obstante que en esta coyuntura electoral el oficialismo se concentró en enfrentar a la derecha, denunciándola ante la ciudadanía por su falta de compromiso con reformas democráticas, tampoco descuidó del todo el flanco izquierdo que le abría el PC. En efecto, esta elección vio nacer el argumento electoral que la Concertación aplicaría sobre el PC durante el resto de la década: el voto útil. Homologando las críticas de la derecha y los comunistas, surgía como conclusión que el único voto útil era el que se le daba a la Concertación. La única opción verdaderamente democrática, se decía, era el voto oficialista. Votar comunista, por lo tanto, era favorecer a la derecha176.

Así, la construcción de una imagen de ser una organización carente de todo sentido de realismo y que con su actuar favorecía al pinochetismo, fue un duro escollo para los comunistas. Además, para lograr captar la adhesión ciudadana, debía remontar las acusaciones que los vinculaba a acciones terroristas. ¿Quiénes fueron los y las que se atrevieron a enfrentar estos desafíos?

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