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C. Estructura de Datos

1. Incidente

La información recopilada se organiza en torno a dos macro conceptos fundamentales: incidente y caso. El primero hace referencia al accidente mismo; el segundo, a las víctimas ocasionadas. Luego, a cada “incidente” le corresponderán tantos “casos” como víctimas mortales se hayan producido en él.

Por ejemplo, en 1980 una avalancha destruyó la instalación de una empresa subcontratista en el mineral El Indio y causó el deceso de 7 personas; por ende, aquí se genera 1 incidente y 7 casos.

Formalmente:

Incidente es la noción lógica que representa un evento que ocasiona muertes.

Declaración que deja establecido que su existencia no está vinculada al cumplimiento de la regla de inclusión de la recopilación. Es decir, hay incidentes que sí representan una fatalidad sucedida en un ambiente de montaña vinculado a Chile (debido a interacción riesgosa, entre 1900 y 2019); mientras que hay otros que no.

Los datos que describen un incidente pueden ser conceptuales (número, nombre y tipo) o tangibles (ubicación, fecha, reseña, fuentes y casos).

Cada uno de los cuales se explica en detalle a continuación.

2. Datos conceptuales

Son aquellos 3 campos virtuales derivados del acto de registrar un incidente en la investigación: número, nombre y tipo.

Los dos primeros son rótulos que identifican el evento en la forma de un correlativo y un título descriptivo (que en el mencionado alud del capítulo anterior serían “138” y “Avalancha Muerto Blanco”, respectivamente). No obstante, describir la tercera variable conceptual del incidente, el “tipo”, requiere un poco más de explicación.

Dada la manera como se desarrollaron las reflexiones realizadas en los capítulos previos, sería razonable asumir que la función del Listado Central es presentar la información de los accidentes que cumplen con el criterio formulado (ambiente de montaña, vinculación a Chile, interacción riesgosa, período 1900-2019). Sin embargo, tal presunción no es correcta del todo porque el Listado Central, más que un simple repositorio, es un superconjunto de incidentes donde, sí, están todos aquellos que cumplen la mencionada norma, pero también otros especiales que no.

El motivo para realizar estas inclusiones suplementarias es que con ellas se realza el valor del Listado Central como material de consulta, al ahora este también contener y documentar algunos incidentes cercanos al tema que tienen importancia histórica, cultural o social; como, por ejemplo, los accidentes mortales sucedidos a deportistas chilenos en el extranjero (Juan Olmos en el Aconcagua en 1952, Claudio Gálvez en el Gasherbrum I en el 2001, Atilio Cremaschi en EE.UU. en el 2006, etcétera). Adición que se hace sin sacrificar la formalidad desarrollada, documentando eventos que están desapareciendo de nuestra memoria colectiva (si es que no se han desvanecido del todo ya) y cuyo único costo por agregarlos es tener que señalar para cada uno de ellos si se trata de un incidente que cumple el susodicho criterio, o bien, uno agregado por su valor referencial. Esta “marca” es el “tipo” del incidente.

Un indicador cuya utilidad no termina aquí; además se le emplea para crear un margen de seguridad en el procesamiento estadístico (aquel que se localiza en la Parte III: Análisis). Lo cual también requiere ser explicado en mayor detalle.

En el Listado Central se encuentran una cantidad no menor de accidentes cuya incorporación es el resultado de una decisión tan fina que perfectamente tales eventos podrían haber quedado afuera; como aquellos que cuentan con escasa información de respaldo (Adolfo Contro en Villa Paulina en 1943), mezclan turismo convencional con el de aventura (Úrsula y Mathew Harper en Torres del Paine en el 2002), son fruto de inusuales condiciones climáticas en áreas no tan remotas (José Álvarez en la quebrada de San Juan en 1941) o poseen una fuerte componente vial (los 5 ocupantes de un automóvil bloqueado por mal tiempo bajando de Pascua Lama en el 2000). Eventos que técnicamente cumplen los requerimientos, pero que debido a sus particularidades traen consigo el potencial de causar distorsiones a la investigación estadística.5

Este problema podría haber sido resuelto de varias formas, pero la escogida fue que los análisis se centraran nada más que en aquellos incidentes (convenientemente identificados por la variable conceptual “tipo”) que no solo aprobaran el aludido criterio, sino que además lo hicieran con holgura.

En resumen, un incidente en el Listado Central puede ser de 3 tipos:

– Extra: no cumple el criterio de inclusión

(función referencial).

– Discutible: cumple apenas el criterio de inclusión

(resultado oficial del estudio).

– Estándar: cumple con holgura el criterio de inclusión

(resultado oficial del estudio y uso estadístico).

5Por ejemplo, al listar los motivos más frecuentes por los que la gente fallece en los ambientes de montaña; en donde, de no hacer nada, podrían aparecer en posiciones significativas causas poco vinculadas a estas (como las asfixias), en directo desmedro de otras que sí le son más propias (como las caídas en nieve).

3. Ubicación

Dato tangible del incidente que indica su localización espacial.

No se basa en los límites geopolíticos nacionales oficiales (región, provincia o comuna) debido a que, primero, estos no son fijos en el tiempo (las actuales regiones AB y CD, mañana pueden ser A, BC y D) y, segundo, no guardan relación con la realidad geográfica. Este último un inconveniente particularmente limitante porque, entre otras desventajas, impide evaluar acertadamente la accidentabilidad de aquellos ecosistemas que, o están comprendidos entre varias unidades administrativas (la Patagonia chilena está en las regiones XI y XII), o se ven consolidados artificialmente con escenarios disímiles (como La Campana y el Paso Libertadores que, siendo distintos, están juntos en la Quinta Región).

Por ende, para especificar la ubicación de un incidente, se prefiere utilizar una estructura propia que no presenta tales problemas y que se basa en 3 conceptos: Zona, Área y Lugar.

El primero de ellos se define de la siguiente manera:

Zona es un extenso territorio de similares características geográficas.

Esta noción es genérica. No exige que sea un ambiente de montaña, ni tampoco un terreno localizado total o parcialmente en Chile (el Sahara Occidental es una “zona” también). Luego, para que una de ellas aparezca mencionada en el Listado Central, se requiere que se haya producido en su seno al menos un incidente estándar, discutible o extra; lo que implica además que no necesariamente todas las zonas de nuestro país están representadas en la recopilación (puesto que no en todas ha habido fatalidades del tipo que aquí se investigan). Adicionalmente, los incidentes extra desencadenan la mención en los resultados de lejanos escenarios del extranjero (Alpes, Himalaya, Cordillera Blanca, etcétera), pero estos no tienen mayor injerencia en el estudio y solo aparecen por razones de consistencia.

Las zonas que sí son centrales a los análisis son las 12 generadas por los incidentes discutibles y estándar. Ellas son:


La segunda unidad de ubicación se declara así:

Área es una subdivisión de Zona que identifica un territorio de menor extensión con similares características geográficas, culturales y geopolíticas.

Un área puede ser una isla (Robinson Crusoe), la sección de un macizo montañoso con identidad propia (Cordillera Doña Ana), la esfera de influencia de la cuenca de un río (Cajón del Aconcagua), los sectores que rodean a un cuerpo de agua (Laguna Laja) o, incluso, un pueblo o ciudad (Illapel). Esto último necesario porque a este nivel también se usa, como criterio de diferenciación espacial, la influencia que la sociedad humana ejerce sobre un ecosistema; ya sea en la forma de control (dominio geo-político) y/o presencial (las personas que lo habitan o visitan). El paisaje puede ser el mismo para, por ejemplo, Pucón, Curacautín o Melipeuco, pero como estas interactúan y afectan su ambiente de maneras diferentes, se justifica que tales localidades definan áreas propias en torno suyo (lo mismo sucediendo con los espacios compartidos entre varios países, como la Puna de Atacama).

Mencionar aquí todas las áreas utilizadas por el estudio es excesivo (son 68); sin embargo, para ilustrar la idea, estas serían las ubicadas en Chile en la zona “Andes Centrales” en donde haya sucedido a lo menos un incidente discutible o estándar:


La tercera y última unidad de la ubicación tiene como objetivo aumentar el nivel de detalle espacial, pero sin llegar a perder el vínculo con el rasgo dominante que lo origina. Se define así:

Lugar es una subdivisión de Área que identifica un específico rasgo topográfico-cultural.

En la recopilación se mencionan 208 distintos, pudiendo ser quebradas (Euquere), valles (Shangri-Lá), refugios (Alemán), cimas (Tinguiririca), ventisqueros (Yelcho), pasos fronterizos (Pino Hachado), mineras (El Teniente), centros de esquí (Valle Nevado), etcétera.

Entonces, usando esta combinación (zona, área, lugar) es posible localizar de forma no ambigua el sitio donde sucede un accidente. Por ejemplo, el deceso de Jean Claude Vinconneau en 1992 (incidente número 211) está ubicado en la zona “Altiplano”, área “Puna de Atacama” y lugar “Volcán Copiapó”; el de Roberto Mikoleit en 1996 (incidente 239), en “Volcanes Australes”, “Laguna Laja” y “Cerro Sierra Velluda”; y el de Marco Vera en el 2008 (incidente 327), en “Andes Centrales”, “Cajón del Maipo” y “Cerro San Francisco”.

La principal ventaja de este modelamiento es su flexibilidad, la cual permite adecuarse a las múltiples realidades que plantean los escenarios involucrados. No obstante, también tiene problemas: los criterios para organizar el territorio son arbitrarios (el Altiplano es zona pero la Depresión Intermedia no), las superficies resultantes no son del mismo tamaño (el lugar “mina El Teniente” es más grande que el “Paso John Gardner”), los límites que separan las unidades definidas son difusos (no está claro dónde termina la zona “Norte Chico” y comienza “Andes Centrales”) y un mismo tipo de rasgo puede recibir diferente clasificación dependiendo de su contexto (el monte San Valentín es un área; el cerro Cabeza del Inca, un lugar).

4. Fecha

Dato tangible del incidente que indica su localización temporal.

Expresado como día, mes y año, no es problemático de identificar si la emergencia se origina en un hecho puntual (como una caída). Sin embargo, si es un proceso continuo (como en los períodos prolongados de mal tiempo donde las condiciones evolucionan) determinarlo será menos evidente, debiendo buscarse el instante conocido más cercano a la causa más importante que desencadena el accidente (como en la tragedia del Paso Pehuenche en 1974, cuya “fecha del incidente” no es la del primer deceso de sus ocupantes, sino que la del previo bloqueo del vehículo por la tormenta).

Con respecto a aquellas situaciones en las que no hay testigos directos de lo sucedido, se busca un momento referencial; que puede ser la entrada de los involucrados al ambiente de montaña, la última vez que se les vio con vida o la más probable según la información circunstancial reunida por los rescatistas o investigadores.

Este dato es el único asociado a los incidentes cuya completa presencia no es obligatoria; es decir, en el Listado Central hay eventos cuya fecha de ocurrencia es parcialmente desconocida. Lo que es pertinente, porque la incertidumbre de la cuestión temporal no impide confirmar sus existencias gracias a la verosimilitud de los testimonios que los documentan (como en el fallecimiento de Harris Hoff en La Campana, que se sabe aconteció en 1953 aunque no fue posible averiguar en qué mes o día).

5. Reseña

Dato tangible del incidente que complementa la información entregada por las otras variables.

Se trata de un texto conciso (725 caracteres en promedio) que se centra en los hechos (“la caída sucedió a las 12:30 horas del 20 de agosto”), brinda contexto (“la víctima era el sobreviviente de aquella tragedia sucedida 20 años antes”), transmite hipótesis probables de lo ocurrido (“la razón del accidente habría sido un desprendimiento”) y sincera los vacíos informativos (“nunca quedó claro el número exacto de fallecidos”). Al mismo tiempo que evita dimensionamientos cualitativos (como decir “cayó cientos y cientos de metros”), no indaga en las implicancias judiciales (del tipo “los sumarios se extendieron por años”), no usa léxico incorrecto (como “tras escalamiento, excursionistas caen a quebrada”), no emplea adjetivos superfluos (“la noche fue horrorosa”), no repite propaganda (“esquiaban por sectores no autorizados”), no evalúa los actos (“el accidente se debió a un error”), no busca negligencias (“la culpa fue de los andinistas“), etcétera.

Por ejemplo, esta es la del incidente mencionado al principio de esta sección (Avalancha Muerto Blanco):

“Una avalancha, de aproximadamente 30 metros de ancho por 5 de alto, se desprendió a las 09:15 horas del 16 de mayo de 1980 desde la cima de la senda Muerto Blanco, causando la destrucción del taller de la empresa contratista CFI Andes y los decesos de Alfredo Urquiza, José Tabilo, Manuel Bozo, Baldomero Astudillo, Juan Peñaloza, Raúl Paulsen y Leopoldo Vargas. Todos los cuales trabajaban en la construcción del camino de penetración al mineral de El Indio, en el sector de Baños del Toro.

Mientras que 5 de los cuerpos fueron encontrados 9 horas después de ocurrido el hecho, los de Vargas y Peñaloza serían localizados en la mañana del día siguiente (sábado 17).”

Las reseñas solo reflejan la información suministrada por fuentes que son subjetivas, contradictorias y/o falibles. Por lo tanto, es importante no perder de vista que han de entenderse nada más que como una ayuda extra para interpretar mejor los datos; no como un recuento definitivo y tajante de lo sucedido.

6. Fuentes

Dato tangible del incidente que especifica el origen de los datos utilizados para describirlo. Hay de dos tipos: públicas y privadas; la primera permitiendo la difusión de su identidad, la segunda no.

Una de las reglas generales para que el Listado Central contenga un accidente es que este debe encontrarse documentado por al menos dos fuentes públicas independientes. Sin embargo, hay excepciones; como cuando solo es posible verificar un evento vía el uso de varias fuentes privadas, o bien con una sola pública pero de reconocida credibilidad.

7. Caso

Segundo concepto fundamental de la recopilación y último dato tangible de un incidente.

Se define así:

Caso es la noción lógica que representa una víctima fatal en un incidente.

Se identifica en forma única por un conjunto de datos que se organizan en dos grupos: los personales (nombre, edad, sexo, nacionalidad, fecha de fallecimiento y situación de los restos mortales) y los coyunturales (acción realizada y causa de muerte).

Cada uno de los cuales se desarrolla a continuación en los siguientes capítulos.

8. Datos personales

Son aquellos que describen los antecedentes básicos asociados a una víctima: nombre, edad, sexo, nacionalidad, fecha del deceso y situación de sus restos mortales.

Se recalca que el más importante de ellos es el primero (el nombre), debido a que este refuerza uno de los objetivos centrales de la investigación (recordar a quienes han muerto en nuestros ambientes de montaña); además que, como es un dato que puede ser indagado en los registros históricos, su existencia es una test de verosimilitud para filtrar incidentes discutibles (ya que la mejor manera de confirmar un rumor es conocer la identidad del fallecido).

Esta última razón es también la que justifica la intención de no colocar en el Listado Central incidentes en los cuales los nombres de los involucrados no sean conocidos; a menos que se trate de eventos cuyas ocurrencias están confirmadas por fuentes públicas y/o privadas (lo que explica la inclusión, por ejemplo, de las 11 anónimas personas fallecidas en el refugio Teski por el terremoto de Valdivia en 1960).

9. Acción

Dato coyuntural del caso que registra el tipo de actividad que la persona estaba realizando al fallecer.

Una variable que finalmente permite estructurar el heterogéneo rango de expresiones que esta recopilación comprende, con un no evidente modelamiento inédito que se origina en los diferentes tipos de interacción riesgosa que se pueden ocasionar.

Colocar a un esquiador, un comando militar o un montañista en los alrededores de un paso fronterizo a gran altitud, provocará diferentes lecturas del escenario por parte de estos actores: el primero se fijará en algunas pendientes nevadas planteándose descenderlas, el segundo en aquellos rasgos que le den una mayor ventaja táctica y el tercero en una adecuada línea de ascenso a un punto prominente. Los tres representando perfiles disímiles pero teniendo en común que la ejecución de su actividad la realizarán con un mínimo de ayuda externa.

En cambio, si mineros, arrieros o funcionarios públicos se ven localizados en el mismo espacio anterior, para realizar sus tareas ellos no vacilarán en usar cualquier medio que tengan a su disposición (un tractor, un caballo, un automóvil). Un enfoque que no implica ningún negativo juicio de valor para con ellos, sino que nada más que la representación de la situación en la que se encuentran; una en donde cumplir el objetivo asignado, lo antes posible y sin poner en riesgo su integridad, es un imperativo.

Expresado de otra manera, la misma moto de nieve cuyo uso para un montañista significaría invalidar la esencia misma de su propósito, para un nivólogo podría ser irresponsable no emplearla.

Explicaciones que van delineando la existencia de enfoques disímiles de interacción riesgosa en los ambientes de montaña. Con sus diferencias no construyéndose, por ejemplo, sobre las dicotomías recreacional versus laboral (porque guiar también es un trabajo) o voluntario versus obligatorio (ya que un comando también obedece órdenes), sino que sobre la actitud que se tiene con respecto a la opción de recibir ayuda “externa”. Sobre la cual hay de 3 distintos tipos.

La primera, denominada “Explotación”, es aquella en la que el único límite teórico de privación logística para realizar el objetivo planteado es la disponibilidad de los recursos no propios; con los involucrados utilizando cada oportunidad disponible para sacarle ventaja al terreno (de ahí la razón para denominarlo “explotación”; en el sentido de “aprovechamiento”).

Las acciones que comprende, y que están presentes en al menos un incidente del Listado Central, son:


El segundo tipo de interacción riesgosa es “Aventura”. El que reúne a las actividades en las cuales, por alguna razón, para cumplir el objetivo planteado existe algún grado de privación logística no vinculado a la disponibilidad de recursos externos. Lo que causa que sus actores tengan que lidiar con un número apreciable de vicisitudes e imprevistos que la sociedad normalmente asocia a una aventura (que es el motivo para rotularlo de tal manera).

Sus acciones, presentes en al menos un incidente de la recopilación, son:


El tercer y último tipo de interacción riesgosa es “Exótica”, la cual agrupa las situaciones especiales o extrañas. Sus acciones, presentes en al menos un evento en la recopilación, son:


Así, usando casos ya mencionados anteriormente, la acción registrada para Harris Hoff (La Campana, 1953) es “Montañismo” (y, por ende, su tipo de interacción es Aventura), para René Bishop (Los Libertadores, 1983) es “Control” (y tipo de interacción Explotación), para Daniel Maspons (caída del avión uruguayo, 1972) es “Aérea” (tipo de interacción Exótica) y para el Cabo 2º Julio Toro (glaciar García, 1997) es “Militar” (tipo de interacción Aventura).

Esta clasificación de las acciones según el tipo de interacción podrá ser pertinente pero definitivamente no es obvia, requiriéndose explicaciones adicionales para dimensionar correctamente su alcance, dentro de las cuales hay 5 puntos en particular que es conveniente desarrollar ahora.

Para comenzar, se admite que inicialmente puede ser confuso diferenciar las acciones “Paseo” y “Turismo”. Si bien ambas están enfocadas en aspectos lúdicos y recreativos con un grado de riesgo mínimo, la primera de ellas, “Paseo” (ubicada en Aventura), se refiere a las clásicas visitas a la naturaleza donde existe un continuo contacto con el ecosistema que puede, incluso, durar algunos días; como acampar en algún terreno agreste o hacer un asado en un área protegida. En cambio “Turismo” (clasificada bajo Exótica) agrupa las actividades como las subidas a los centros de esquí para conocer la nieve o el viaje al Lago Chungará por el día desde Arica; actividades donde la exposición tiende a ser breve, mínima y típicamente en torno al apoyo de vehículos motorizados. Por eso, los fallecimientos de Wilson Molina y Teddy Silva en el sector del Cabrerío en 1990, cuando se desencadenó una tormenta mientras acampaban, se entiende como una propia de la acción “Paseo”; mientras que el deceso de la turista francesa Margaret Francois en el 2015, tras haber caído en uno de los pozones de los Géiseres del Tatio, es uno asignado a “Turismo”.

La segunda observación se aboca a responder la pregunta de por qué la acción Militar está ubicada en Aventura y no en Explotación; como se podría haber esperado dada la reconocida característica de las actividades castrenses por cumplir sus objetivos utilizando todo lo que tengan a mano. Y la razón es simple: cuando hay ambientes de montaña involucrados, para el éxito operativo es fundamental que sus ejecutantes sepan desenvolverse en él; habilidades que, además, son imprescindibles por un asunto de sobrevivencia personal dadas las condiciones extremas que tales entornos presentan. Por lo tanto, las FF.AA. regularmente realizan acciones en terreno bajo la premisa de la privación logística (es decir, Aventura) con la finalidad de capacitar y entrenar a su contingente para que este, después, pueda desenvolverse proficientemente en dichos contextos para hacer viables los planes estratégicos formulados (o, expresado de otra manera, para controlar una nevada vertiente en un glaciar, un soldado esquiando puede ser más efectivo que un tanque).

Tercero, relacionado con lo anterior, y más allá de donde se sitúe la acción Militar (si en Explotación o Aventura), debe aclararse que esta no es una que aglutine a todas las víctimas sucedidas en ambientes de montaña a los miembros de las Fuerzas Armadas, sino que solo a aquellas producto de actividades de neta orientación militar (como las campañas o instrucciones). Siendo un buen ejemplo de ello la diferencia que se hace entre los decesos del Cabo 2do. Fernando Campos (Muela del Diablo, 1978) y el del Cabo 2do. Adolfo Millón (Paine Grande, 1989); la acción del primero catalogada como “Militar” (al suceder durante el transcurso de un curso de montaña del Ejército de Chile), la del segundo como “Montañismo” (por ocurrir mientras se estaba involucrado en un ascenso deportivo).

Lo que deriva a su vez (cuarto punto) en la necesidad de no dilatar más el ejercicio de definir qué se entiende por montañismo. La descripción ubicada en la recién presentada tabla de Aventura es nada más que un esbozo (propio del limitado espacio donde se encuentra), y las reflexiones realizadas en las sección I.B.4 no terminan concretándose en una declaración definitiva (a pesar de que entregan antecedentes útiles, tales como que se trata de una macro agrupación de actos de límites difusos).

Formalizarlo, sin embargo, no es fácil. Con las definiciones existentes siendo tan instrumentales a los contextos que las generan que ineludiblemente se convierten en no universales. Como lo que sucede por ejemplo con la provista por la RAE, la que especifica que “montañismo” es “alpinismo” y a este, luego, lo cataloga como un deporte que consiste en la ascensión a altas montañas. Un conjunto de descripciones que le es útil a esta organización para explicar tal vocablo de alguna forma, pero que evidentemente es insuficiente (a la par de recursivo) porque, entre otras falencias, no da cuenta del conocido hecho que un porcentaje relevante de sus cultores lo considera un estilo de vida (más que un mero acto atlético). Uno que, además, no necesariamente se practica ni en lugares “altos” ni en “montañas”.

La definición desarrollada por esta investigación no está libre de tales inconvenientes pero al menos intenta ser más completa, usando como punto de partida la noción intuitiva que la sociedad tiene de ella, para luego depurarla con aspectos que aportan la experticia y la comprensión teórica de las dinámicas involucradas.

El resultado es el siguiente:

Montañismo es un superconjunto de heterogéneas expresiones que se llevan a cabo en ambientes de montaña, caracterizadas por la consecución explícita de un objetivo por medios propios, con algún grado de privación logística y bajo el principio del Riesgo Asumido.

Esta definición usa conceptos ya declarados (ambientes de montaña, medios propios, privación logística) y otros que son explicados más adelante (Riesgo Asumido, en IV.A.2); todos los cuales redundan en una descripción de tipo inclusivo que permite abarcar actividades tan diversas como ascensiones, escaladas, travesías, esquí de montaña, randonés, big walls, records de velocidad y todas las derivaciones y combinaciones que se puedan dar entre ellas.

La quinta y última consideración es acerca de la pertinencia de incluir en este estudio la acción del Trail Running. La que (y siempre con la idea de no entrar en discusiones semánticas) aquí se utiliza en forma genérica para reflejar tanto a las expresiones del mismo nombre, como aquellas otras con las que guarda similitudes (carreras en altura, maratones de montaña, desafíos extremos, etcétera). Cuyas incorporaciones a la investigación están justificadas porque tales acciones calzan con lo que se entiende es la interacción riesgosa; sin importar que en ellas el aspecto competitivo explícito sea una arista importante, a que en teoría sus recorridos tiendan a circunscribirse a un “sendero” (de ahí su nombre), o a que exista el potencial de una ayuda externa que en otras acciones de Aventura serían vistas como inapropiadas (apoyo médico, red de comunicaciones, pacers, etcétera).

Lo que sí, agregarlas ocasiona subjetividades adicionales; especialmente cuando el accionar de sus víctimas se localiza en la imprecisa frontera que separa la acción Trail Running de la del Montañismo o Excursionismo. Una complicación que solo puede resolverse evaluando caso a caso y sin perder de vista el principio desarrollado en la sección anterior: que lo relevante para el estudio no es lo que las víctimas “son” o “dicen que son”, sino lo que “hacen”. Por lo tanto, más allá que uno de sus ejecutantes sea o se considere turista, cliente, corredor, policía, esquiador o militar, e independientemente a sus motivaciones, experiencia, certificaciones o entrenamiento... si este se adentra en un ambiente de montaña con un accionar que la mayoría de los expertos reconocería como propios del, digamos, Trail Running, entonces la actividad se catalogará como eso; Trail Running (ídem para Montañismo o Excursionismo).

Un ejemplo que ilustra bien este tipo de dificultades es el incidente de Joaquín Castillo y Vicente Charpentier en el cerro Provincia el año 2016. Quienes se movían, al menos inicialmente, según una estética que el grueso de la comunidad identificaría como propia del Trail Running. No obstante, en la medida que ellos ganaban altura, y las condiciones se hacían marginales, la problemática de su actividad se iba haciendo crecientemente similar a la que enfrentan quienes hacen montañismo. Lo que deriva en el dilema de decidir cuál de las dos acciones aquí es la prevalente, conformando un ejercicio que no es trivial y en donde cualquier respuesta alcanzada es válida e insatisfactoria al mismo tiempo (al final, se catalogó como Montañismo).

1 339,67 ₽
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693 стр. 106 иллюстраций
ISBN:
9789560950611
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