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PRESENTACIÓN

(Oración de la Diosa Blanca)

Ella es fuente de unión, representa cuanto es creado.

Ella es la inspiración que nos incita y estimula.

Todo procede de Ella y todo regresa a Ella.

Ella es la primera, la generosa que nos otorga la vida.

Y en oscuridad de la caverna, es la caverna.

Todo procede de Ella y todo regresa a Ella.

Tú que eres el cuerpo y el cuerpo es sagrado.

Nacimiento y Muerte, son los instantes del proceso.

Todo procede de Ella y todo regresa a Ella.

Diosa del fruto y la cebada,

regente de las cosas sentidas y nunca vistas.

Todo procede de Ella y todo regresa a Ella.

Tú que me traes al mundo y tú que me alejas de él…

Todo procede de Ella y todo regresa a Ella.

El despertar

Ha pasado más de un año, retorna de nuevo el otoño y mi joven guerrero pervive en mí, como si no hubiese trascendido el tiempo. Desde nuestra separación he carecido de noticias suyas, aunque en sueños aún puedo evocar su imagen montado sobre Dulzura.

Sucedió en ese otoño, en una noche de borrasca y tempestad, durante la luna del Cazador[27] , que el cielo se colmara de tormentas y la inquietud se estableciera en el Valle. En sueños pude percibir a Ixhian, sumergido bajo el agua, atrapado en el interior de una fortificación cilíndrica. Le observaba a través de una de sus ventanas, sin poder acceder a él. Mi guerrero se hallaba tumbado, yaciente sobre el suelo y junto a él un pájaro oscuro le picotea los ojos. Fue una noche muy extraña en Casalún, pues madre pidió encender el gran fuego y la torre de la Atalaya vertió dulces fragancias e inciensos, reuniéndonos a todas en el Oasis, como se le llama a la planta baja de la torre; rezando todas juntas, apaciguando al viento impetuoso que bramaba desesperado.

A la mañana siguiente, nadie mencionó palabra alguna sobre lo acaecido, como si todo el mundo en Casalún quisiese olvidarse y dejar pasar lo ocurrido. Aunque a ninguna de nosotras, se nos pasara desapercibida la inmediata partida de la Sunma, nada más salir el sol. Tras varios días de ausencia, la Sunma vuelve a solicitar mi presencia, en la Atalaya.

—A partir de la próxima luna comenzarás un ciclo de aprendizaje más profundo. Se ha decidido que inicies, junto a Eleonora, una parte del proceso y aprendizaje llamado los códigos Originarios. Han pasado casi dos años desde que estas con nosotras, y hemos pensado que ha llegado el momento de enfrentarte contigo misma y dar un paso decisorio en tu formación.

Junto al Claro de Transparencia se abre un sendero llamado el Sendero Nardo de Senett, que te lleva directamente a una zona cavernosa, conocida como el Collado de Campanas. Allí vivirás y quedarás en soledad, hasta llegado el día de la Issantia[28] en invierno, entonces será cuando se dé por concluido tu período de aislamiento. Existirás solo con ella y para ella, la diosa que ya te fue presentada, no habiendo nada más importante en el mundo para ti. Alguien te acercará todos los días un cesto con comida y enseres destinados al cuidado personal y te he de advertir que mientras se mantenga este tiempo de reclusión, no verás a nadie salvo que enfermaras. Cerca de ti se halla una fuente, es este el lugar más sagrado del Powa y puede que de toda la isla de Erde. Una fuente de piedra de cuyas aguas ya has bebido. Conocida entre nosotras como «la fuente del agua que nunca cae» —me habla con tremenda seriedad, por lo que no me atrevo a replicarle ni preguntarle. Tan solo me limito a oír con atención, asintiendo con la cabeza e intentando entender sus palabras.

Aprovecho a la mañana siguiente para despedirme de madre Latia que aún se encuentra convaleciente, costándole más de lo debido recuperarse. Sus palabras despiertan cierta inquietud en mí, su imagen parece consumirse y envejecer por días. Aunque aún conserve esa mirada notable, capaz de escudriñar y transmitir paz a cualquier espíritu atormentado.

—Me quedé ahí Thyrsá, me quedé en el espejo de la luna grande y no supe salir. Es tanto el dolor y apego que produce una separación…

Tú debes completar aquello que yo no hice. Así está escrito y predispuesto, mi niña. ¡Ojalá que la vida sea loada y generosa contigo! Nadie debe de sufrir tanto; las ausencias absorben y crean un vacío que sepulta a una de por vida. Pero tú mi niña… tú completarás los ciclos y llegarás a ser una la luna grande; “La Inda Onmarisán[29] ” por ti misma. Reza por mí en el Collado y no olvides a esta sencilla mujer que no supo dar otra respuesta ante lo encrespado y retorcido de su destino. Mis votos y compromiso han sido mi tesoro, recuérdalo, ya que ellos serán tu fortuna y garantía. Yo también sufrí mucho dejándolo partir… vete ya niña, se te hace tarde. Vete en paz y cuida de mi recuerdo. Me aferro a su mano emocionada sin poder evitar las lágrimas, pues si bien soy novel en el mundo de la premonición, sé interpretar un mensaje desesperado de alguien que se aferra con todas sus fuerzas a la vida. Besando su frente, me despido de quién más quería. Luego, en la tarde me acompañan Asia y Eleonora hasta el Claro de Transparencia y de allí a la entrada del Collado.

—Ya te tocará a el turno a ti —digo a la mudita Eleonora besándola en los labios—. Espérame como yo te esperaré a ti.

Asia me mira con esos ojos negros que parecen no decir nada y dicen tanto. Esos ojos que han aprendido a hablar por si solos y a componer sus propias canciones.

—No estarás sola, nunca estarás sola, entiéndelo. Aunque no veas a nadie, ni percibas sonido alguno que te acompañe, no estarás sola. No existe lugar alguno más seguro en esta tierra. El mismo Miryad[30] junto con la Sunma, se han encargado de disponer el lugar, para que te mantengas siempre protegida. Nada fuera de ti te puede dañar en Campanas —me dice Asia, abrazándome.

Me volví y penetré decididamente en el Collado, cientos de lamparillas iluminaban la entrada a una de sus cuevas. Dando la sensación de no ser demasiado profunda, presentando una pieza sencilla, pero bastante acogedora.

Comenzaba el ciclo de la luna Sangrienta, hacía bastantes días que había entrado el otoño, aunque las hojas aún resistían en los árboles y el viento soplaba suavemente, entonando sencillas baladas. Este año se retrasaban las lluvias, estaba a punto de cumplir dieciocho años y ciertas evocaciones intimidaban mi alma.

[27] Primera luna de otoño y décima del año.

[28] Festividad a principios de Febrero, conocida como “el Día del Buen Fuego o de la Issantia”.

[29] La elegida para renovar la vieja ley de la Ben Ziryhab. Gran madre de Erde y del Powa.

[30] Nombre por el que se conoce al abuelo Arón, entre los más versados.

XII - Ixhian
Adiestramiento y militarización

Llegaron al Fortín tras varias semanas de camino, durante el trayecto apenas se dirigieron palabra alguna, tan solo la necesaria e indispensable para apoyarse durante la travesía. Mientras avanzaban, el capitán no paraba de mirar a uno y otro lado, siendo evidente que lo transmitido en el País, les había hecho levantar ciertas suspicacias.

El Fortín se levantaba sobre una gran duna de arena rodeada de un amplio marjal. Era este un paisaje sin árboles, en donde una extensa marisma de polvo y arena circundaba un soleado litoral. Un poco más adelante se hallaba la ensenada de Liss, desde donde nacía una extensa vaguada llamada playa Celonia, hasta perderse por los confines de la región. En dicha ensenada se hallaba aposentado el acuartelamiento principal, llamado La Rávena, asomándose a la orilla de un gran lago de agua salada que se inundaba cuando subía la marea. Un poco más hacia el este, se hallaba la ciudad de Puerto Hélice, el núcleo urbano donde confluían las distintas órdenes militares de la isla.

Era este un lugar especialmente destinado para el adiestramiento y la formación de los soldados, siendo dicho acuartelamiento el más importante del sur, y puede que de toda la isla de La Defensa[31] .

La región de Las Viñas se hallaba sometida directamente al gobierno y mando militar de la ciudad de Luzbarán, la capital de la isla. Como parte de su brazo ejecutor y desde donde se procedía a implantar, cualquier tipo de precepto o ley que afectase al resto de la isla. Aunque en principio, su función no era otra más que guardar el litoral, ya que históricamente siempre fue su punto más débil, dada la facilidad para el desembarco de flotas llegadas desde el exterior. Toda la costa sur, desde playa Arenas hasta playa Nardos, se hallaba plagada por torres de vigilancia, con el cometido de interceptar las posibles irrupciones piratas y el arribe de gente externa al imperio.

En la región de las Viñas se formaban y adiestraban los futuros soldados comandadores, siendo esta la tradición heroica más antigua de la civilización humari[32] , representando el sustento y la garantía de estabilidad para el Senatus[33] de Luzbarán. Los comandadores eran el cuerpo de élite que mantenía el orden y la defensa en la isla, siendo estos el grueso de soldados combatientes que se suponía deberían de custodiar el Imperio y el viejo orden.

El corazón administrativo de dicha ley se depositaba y guardaba en Doria, una población próxima a Luzbarán convertida en un antro burócrata, de lo que antes fue una vasta e inmensa universidad. Regida en el presente por rapaces administradores que apegados a sus cargos, se negaban a renunciar a sus sillones y el poder que estos representaban, manteniéndose devorando raudas ambiciones, tal como si estas fuesen carnazas para buitres hambrientos.

La capital del Imperio era Luzbarán, situada en el macizo central y lindando ya con el oeste. Desde donde dominaba el resto de las comarcas y la totalidad del territorio. Anteriormente dicha ciudad era conocida como la ciudad de Lagos, pináculo de mitos y leyendas, aunque la triste realidad del presente se sustentaba de manera distinta. Ya que desde hacía mucho tiempo, se había transformado en un antro plagado de entresijos y traiciones, donde la ambición militar y política de sus dirigentes se habían apoderado del noble ideal comandador. Una vieja inscripción se mantenía intacta sobre su puerta principal, más conocida con el nombre del Ancestro; custodiando el permiso y acceso a la ciudad, aunque todos hubiesen olvidado su significado.

Detente viajero y mírate hacia dentro.

Asegúrate de contener tus manos y tu lengua,

antes de cruzar el umbral.

Es cierto que jamás enemigo alguno consiguió cruzar sus puertas, jactándose sus gobernantes de guardar y poseer el mayor de los tesoros, pues en el corazón de la ciudad se halla un gigantesco lago llamado La Alana, y en cuyo centro se levanta una pequeña isla, la cual no es posible percibir desde ninguna de sus orillas. Se le conoce a la isla con el nombre de Driana, oficialmente principio de toda la leyenda y sustento espiritual de la ley comandadora. Sin embargo, la realidad desde hacía décadas era otra, ya que una sensación de deterioro y decadencia se ceñía entre la población y sus dirigentes. Las grandes escuelas y filosofías se dispersaban y sus milenarias enseñanzas se desvanecían, pasando a ser mitos y referencias de un distante legado.

Conforme avanzaban los años, los modelos sociales heredados se descomponían, sumiéndose su población en el caos y el desconcierto. Ya que corrompidos sus dirigentes, habían perdido toda credibilidad y la confianza del resto de la población de La Defensa. Tan solo entre diversos focos aislados y dispersos, pervivía aún la pureza y sabiduría de la vieja raza. El Powa en el sur y la selva del Urbian en el norte, eran las zonas impunes que aún mantenían los viejos principios y en donde el brazo ejecutor de Luzbarán disponía de un acceso bastante limitado. Allí la vieja ley proseguía su curso inalterable, y su población alejada del mundanal materialismo, aún respetaba el cuerpo de la doctrina.

Darunia, la tierra del Gobernante

Además del Powa y de la selva del Urbian, existía en la isla una población foránea e imperante, en donde los comandadores tampoco poseían el control, siendo conocida esta como Darunia, la tierra del Gobernante; una propuesta nacida de una sociedad comercial y moderna, cuya política se diferenciaba a la del resto del imperio, en que obviaban y se apartaban de las viejas costumbres. Reprobaba dicha sociedad cualquier tipo de alusión al pasado, siendo ciudadanos que se habían apartado de la vida en los campos y su directa dependencia, dando un trato preferencial a la industria y el comercio. Dicha población, residía en el interior de grandes urbes amuralladas, en el este de la isla; grandes metrópolis en donde se desarrollaba la vida, el libre mercado y los negocios; gente autosuficiente y sin la imperante necesidad de satisfacer tributos ni cuentas, ante el mundo añejo y rancio de Luzbarán. Ciudadanos distantes al modo de pensar y entender una existencia, literalmente opuesta a la que desde el principio de los tiempos, había imperado entre los pobladores de La Defensa. Era gente llegada de fuera y establecida tras arribar por los puertos del este. Esta nueva raza se fue aposentando de manera gradual, expandiendo su pensamiento revolucionario y novedoso por toda la isla, siendo en un principio bien recibidos ya que eran portadores de simpatía y de nuevas posibilidades.

El desencadenante que llevó a la confrontación definitiva fue raudo y progresivo, ya que esta nueva forma de entender la sociedad, hizo prevalecer distintos valores, que quisieran o no, se implantaban sin consentimiento del cuerpo administrativo de Luzbarán; surgiendo un modelo y forma de entender la vida que se atrevió a oponerse, a lo que siempre se había mantenido. Forjaron sus propias leyes, exigiendo su derecho al autogobierno y la administración de una nueva región que bautizaron con el nombre de Darunia, la conocida de siempre como Cola del Dragón. Era esta región, un paraíso al resguardo de sierra Alba, lugar de puertos y playas amables, donde el mar de la Boronia permitía siempre la cómoda navegación y el arribe de las naves provenientes del comercio exterior.

Luzbarán no aprobó tales condiciones y entonces Darunia, impuso sus propias leyes y parlamento; quedando definitivamente fraccionada del resto de la isla. Con el tiempo, la ciudad de Corsario fue nombrada capital del nuevo reino y toda la isla lloró la división de La Defensa, siendo el desenlace definitivo de toda esta historia una larga y cruenta guerra, cuya conclusión final se desencadenó en la batalla de playa Arenas donde no hubo vencedores ni vencidos.

De esto han pasado ya muchos años, surgiendo desde entonces una nueva era en nuestro calendario. A partir de ahí, se evocan constantemente baladas y cantos rememorando con nostalgia, la vieja ciudad de Finnias, La rosa de la luz; con sus exóticos comercios, sus distendidos barracones y su gozosa naturaleza y contento. La tradición Zhiryab no cruzó nunca más sierra Alba, quedando definitivamente dividida la isla y convirtiéndose el este, en feudo del reino Gobernante. No hubo más guerra ni batallas, solo la vergüenza de haber permitido la fracturación de la tierra.

El viejo mundo se cerró a sí mismo, olvidándose de lo que ocurría por el este y mirando hacia otro lado. En el resto de la isla se clausuraron definitivamente las puertas del mundo exterior, finiquitándose las rutas comerciales y las embajadas. Los comandadores incapaces de mirar más allá de sus añejas narices, se dedicaron a disputar entre ellos y todo el sistema social decayó en la pobreza. Se fueron aislando a sí mismos y aunque existiese siempre la posibilidad de entablar relaciones abiertas con el reino del Gobernante, el orgullo y la vanidad se lo impidieron. Una gran muralla natural llamada sierra Alba sirvió de frontera, sin que fuese necesario levantar grandes cercas ni muros. Y así, como quien no quiere la cosa, pasaron más de trescientos años y nadie osó jamás franquear los límites de la frontera con el este. Conforme se sucedieron los años, se fue forjando un entramado hostil entre ambas zonas de la isla, por lo que ningún comandador volvió a cruzar sierra Alba, ni gobernante alguno ascendió hasta Luzbarán. Un mundo de tensión a punto de explosionar se percibía, ya no era nada de cuanto conocimos, pues la desconfianza y la rivalidad imperaban entre las diversas razas de la isla.

Recuerdos de la vida militar

Pero volvamos al comandador, vayamos a sus memorias. Ahora que sabemos algo de la historia y del ambiente que le rodeaba. Comenzó su adiestramiento e instrucción en el Fortín, un lugar inhóspito levantado sobre una colina de árida arena, recubierta por un manto blanco de polvo que se introducía por la garganta y la nariz, haciendo bastante difícil y molesto el simple hecho de respirar. Era este, el lugar donde todos deseaban y soñaban con llegar a ser soldados comandadores, conformando su compañía alrededor de ciento cincuenta chicos, todos ellos de edad similar. Hacía un calor asfixiante en aquella época del año, dormían y convivían en el interior de un demacrado barracón de hormigón, en medio de la nada.

El capitán Marcelo lo dejó allí, tras un efusivo abrazo que sin duda debió de sorprenderle. Un nudo le oprimió la garganta cuando el capitán tiró de Dulzura, atándolo a su caballo; dejándole solo y confundido, en medio de un bullicio ensordecedor, procedente del grito de los oficiales que instigaban a los recién llegados. Al instante siguiente de poner sus pies en aquel lugar, pasó a ser uno más, un recluta anónimo carente de privilegio alguno y al que sometieron a una dura disciplina, tan perseverante que casi no le daba tiempo ni a pensar.

Se levantaban antes del amanecer y a los pocos segundos ya debían de encontrarse perfectamente uniformados. Con tan solo un vaso de leche y un trozo de pan mojado en aceite y sal, daban comienzo a la dura jornada matinal. Luego pasaban un escrupuloso examen corporal y ya con la mañana avanzada se sumergían en un más que severo entrenamiento físico. En la tarde la disciplina se les hacía más reposada, recibiendo diversas teorías, referentes al arte de la lucha y los diferentes métodos de combate.

Ixhian pasó dos años imbuido en ese mundo asfixiante, carente de oportunidades y sin posibilidad de cruzar palabra alguna con sus superiores, limitándose a obedecer y cumplir con cuantas obligaciones se le imponían. Allí, en ese mundo desenfrenado se fortalecieron sus músculos y huesos. El carácter se le volvió tosco y espinoso, tal como era el mundo que le rodeaba. En las continuas campañas de reconocimiento, entre la playa y la montaña, se les sometía a las condiciones más adversas y hostiles que cupiera imaginar. Cruzaban kilómetros de ciénaga, arrastrándose bajo punzantes cercados e incluso les hacían pasarlas noches pernoctando al abrigo de las olas. Aprendió a cruzar ríos, caminar sobre resbaladizos troncos cubiertos de musgo y verdina, descender por escarpados desfiladeros y sobrevivir entre diminutos túneles cincelados bajo la roca.

Y cuando al final del día caían vencidos sobre el camastro, el peso del cuerpo se transformaba en una piedra imposible de mover. Muchos fueron cayendo lesionados y enfermos, otros desertaron, mas nuestro soldado se mantuvo absorto y abstraído dentro de su propia historia, sometiéndose a lo establecido. Quería ser soldado comandador a toda costa, e incluso se llegó a dejar embaucar por ese discurso ingenuo que consistía en servir y ayudar a la corrupta patria comandadora. Muy de vez en cuando, el inconsciente se le revelaba y escapaba en sueños al altozano de Vania, recuperando y trayendo a la memoria la imagen de Latia, el abuelo y la niña Thyrsá.

Fueron pasando los meses y conforme transcurría el tiempo, la situación se fue haciendo más sostenible. Tras un arduo entrenamiento, los cuerpos se fueron habituando, siendo capaces de soportar cualquier tipo de trote o camino. Llegó entonces cierto relajamiento que le permitió abrir la puerta de la memoria, volviendo a recomponer el rostro de su amor y alguna que otra vez, en situaciones inverosímiles, le llegaba sorpresivamente el olor a comida procedente de los calderos de Latia. De una manera u otra la mirada sosegada del abuelo cruzó el tiempo y el comandador soñó al fin que volvía a casa y que llegaba de nuevo a ella, abrazándola y besándola hasta la locura.

Pasados al fin, los dieciocho meses de adiestramiento, el capitán Marcelo volvió a aparecer en escena, haciéndole una visita que sorprendiera a propios y extraños. Mantuvieron una larga conversación durante la tarde, mientras paseaban a través de un camino polvoriento, tan solo salpicado por matas de jaras y lentiscos. Hablaron sobre cosas sin importancia, referentes al mundo militar y el adiestramiento. En el fondo, Marcelo tan solo se aseguraba de que Ixhian había soportado satisfactoriamente la instrucción a la que había sido sometido.

Llegó el día en que se dio por concluida su formación como recluta y en una suntuosa ceremonia en La Rávena se le hizo entrega del reluciente uniforme comandador. A partir de entonces se les permitió salir y pasear por Puerto Hélice, donde deambulaban decenas de soldados, sedientos de diversión y esparcimiento. En las puertas de las casas y tabernas, se sentaban los viejos marineros fumando en pipa y dialogando al amparo del mar. Solían acabar, en el mejor de los casos, en la posada del Rey Lugartino, una vieja bodega en el barrio marinero, junto al puerto y siendo el punto de encuentro más común de los soldados comandadores. Cierto encanto embaucaba aquel local donde se permitía el exceso y se bebía hasta perder la compostura. La cerveza corría de una mesa a otra y viejos cantos de la vieja marinería resonaban retumbando por el interior de la bodega. El alcohol y la alegría reinaban en la posada del Rey Lugartino, en donde el baile y las bellas mujeres acababan sorteadas, en los brazos del soldado delirante.

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9788417334307
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