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127 André Breton, “Manifeste du surréalisme”, op. cit., p. 33.

128 Ibid., pp. 34-35.

129 André Breton, Entretiens (1913-1952), op. cit., p. 62; Pierre Reverdy, “L’image”, en Nord-Sud, núm. 13, marzo de 1918 [1].

130 “L’Esprit nouveau”, en L’Esprit Nouveau. Revue Internationale d'Esthétique, núm. 1, París, octubre de 1920, p. 3. En la lista de colaboradores anunciada en el primer número figuraba Aragon; otros eran Céline Arnauld, Hans Arp, Walter Gropius, Fernand Léger, László Moholy-Nagy, Piet Mondrian, Filippo Tommaso Marinetti, Kurt Schwitters y Tristan Tzara.

131 Yvan Goll, “Brief an den verstorbenen Dichter Apollinaire” (Die Weissen Blätter, febrero de 1919), en Gefangen im Kreise. Dichtungen, Essays und Briefe, ed. de Klaus Schuhmann, Lepizig, Philipp Reclam, 1982, p. 312.

132 Ibid., p. 314.

133 Yvan Goll, “Die drei guten Geister Frankreichs”, en Kasimir Edschmid (ed.), Tribüne der Kunst und Zeit. Eine Schriftensammlung, núm. 5, Berlín, Erich Reiß, 1919, p. 73.

134 Ibid., pp. 73-74.

135 Yvan Goll, Methusalem oder Der ewige Bürger, en Gefangen im Kreise, op. cit., p. 171, las cursivas pertenecen al original.

136 Véase Henri Béhar, Les Enfants perdus. Essai sur l’Avant-garde, Lausana, L’Âge d’Homme, 2002, p. 113.

137 Yvan Goll, Les cinq continents. Anthologie mondiale de poésie contemporaine, París, La Renaissance du Livre, col. Littéraire et Artistique Internationale, 1922.

138 Ibid., p. 8 y Henri Béhar, Les Enfants perdus, op. cit., p. 119.

139 Yvan Goll, “Lettre à feu Guillaume Apollinaire”, en L’Esprit Nouveau, núm. 26, [p. 62 n.].

140 Véase Jeremy Stubbs, “Goll versus Breton: The Battle of Surrealism”, en Eric Robertson y Robert Vilain (eds.), Yvan Goll-Claire Goll. Texts and Contexts, Ámsterdam, Rodopi, Internationale Forschungen zur Allgemeinen und Vergleichenden Literaturwissenschaft, 1997, p. 71.

141 Yvan Goll, “Une réhabilitation du Surréalisme”, en Le Journal littéraire, 16 de agosto de 1924; cit. en Marguerite Bonnet, André Breton. Naissance de l’aventure surréaliste [1975], París, José Corti, 1988, pp. 329-330.

142 Ibid., p. 330.

143 “Petit mémorial des Lettres”, en Paris-Soir, año 2, 20 de mayo de 1924, cit. en Norbert Bandier, Sociologie du surréalisme, París, La Dispute, 1999, p. 94. Sobre los “Académisards”, véase Rémy de Gourmont, “Les Courriéristes. Gabriel Reuillard”, en Almanach des lettres françaises et étrangères, París, Georges Cres et Cie., 15 de febrero de 1924, p. 181.

144 Véase Henri Béhar, Les Enfants perdus, op. cit., pp. 113-130.

145 aavv, [“Le surréalisme: la lettre et l’esprit”], en Paris-Soir, año 2, 27 de mayo de 1924; reed. en aavv, Tracts surréalistes et déclarations collectives, t. 1: 1922-1939, precedidos de un texto de André Breton, presentación y comentarios de José Pierre, 2 ts., París, Éric Losfeld-Le Terrain Vague, 1980, p. 14.

146 aavv, “Encore le Surréalisme”, en Le Journal littéraire, núm. 18, 23 de agosto de 1924, p. 8; reed. en aavv, Tracts surréalistes…, op. cit., t. 1, p. 17.

147 Ibid.

148 Ibid.

149 Yvan Goll y Paul Dermée, “Autour du surréalisme”, en Le Journal littéraire, núm. 19, 30 de agosto de 1924, p. 12; reed. en aavv, Tracts surréalistes…, op. cit., t. 1, pp. 370-371.

150 aavv, Tracts surréalistes…, op. cit., t. 1, pp. 371-372; Paul Dermée, “Découverte du lyrisme”, en L’Esprit Nouveau, núm. 1, pp. 32-34. Sobre el contexto histórico-conceptual de esta discusión, véase Eliane Tonnet-Lacroix, “Le monde littéraire et le surréalisme: premières réactions”, en Mélusine, núm. 1: Émission-Réception, ed. de Henri Béhar, Lausana, L’Âge d’Homme, 1979, pp. 151-179.

151 André Breton, “Le Surréalisme”, en Le Journal littéraire, núm. 26, 6 de septiembre de 1924, p. 5; repr. en “Manifeste du surréalisme”, op. cit., pp. 35-36.

152 Gérard de Nerval, Les filles du feu [1854], París, Le Livre de Poche, 1980, p. 4 [trad. esp.: Las hijas del fuego, Madrid, Cátedra, 1990].

153 André Breton, “Manifeste du surréalisme”, op. cit., p. 35, las cursivas pertenecen al original.

154 Ibid., pp. 35-36, notas.

155 Ibid., p. 35, n. Véase Thomas Carlyle, Sartor Resartus. The Life and Opinions of Herr Teufelsdrockh in Three Books, libro iii, cap. viii, Nueva York, James Miller, 1866, pp. 112-117 [trad. esp.: Sartor Resartus, trad. de Miguel Temprano García, Barcelona, Alba, 2012].

156 André Breton, “Manifeste du surréalisme”, op. cit., p. 36, n. Véase Saint-Pol-Roux, Les Reposoirs de la procession, t. 1: Liminaire, París, Éditions du Mercure de France, 1893, p. 14.

157 Ibid.

158 Paul Dermée, “Pour en finir avec le surréalisme”, en Le Mouvement Accéléré. Organe accélérateur de la Révolution Artistique et Littéraire, año 2, noviembre de 1924; reed. en Yvan Goll, Surréalisme 1: octobre 1924, suivi de: Autour de la revue Surréalisme, ed. de Jean Bertho, París, Jean-Michel Place, 2004, p. 41. Véase Paul Dermée, “Le Panlyrisme”, en L’Esprit Nouveau, núm. 28, enero de 1925, pp. 2362-2368.

159 Paul Dermée, “Pour en finir avec le surréalisme”, p. 41.

160 Ibid., p. 42.

161 Yvan Goll, “Manifeste du Surréalisme”, en Surréalisme, núm. 1, París, octubre de 1924, retiración de tapa.

162 Ibid.

163 Ibid., las cursivas pertenecen al original.

164 Yvan Goll, “Manifeste du Surréalisme”, op. cit., retiración de tapa y [1].

165 Ibid. [1].

166 Ibid.

III. Una mitología moderna

Materia mental y lenguaje

Los diversos escándalos protagonizados por los integrantes de Littérature son los que llevan a Walter Benjamin a afirmar, en “Sobre el lugar social del escritor francés en la actualidad”, que el surrealismo “se hubiese ahorrado muchas enemistades”, aunque haya sabido explotarlas muy bien, “si su origen hubiese sido político”.1 No obstante, “la sustancia discreta y remota en que estaba envuelto originalmente el embrión dialéctico”, a partir del cual este movimiento evolucionó hacia la praxis revolucionaria, se había manifestado ya ya con claridad en Una ola de sueños (1924) de Louis Aragon:

Entonces el movimiento irrumpió bajo la forma de una inspiradora ola de sueños sobre sus fundadores. Parecía que la vida solo valía la pena vivirse donde el umbral entre sueño y vigilia era franqueado como por puntapiés de imágenes que fluían en masa; el lenguaje solo era tal donde sonido e imagen e imagen y sonido engranaban con exactitud automática tan felizmente que ya no quedaba brecha alguna para el “sentido”. “Ganar las fuerzas de la embriaguez para la revolución”: esa fue la auténtica empresa. Pero el desarrollo dialéctico del movimiento llegó recién a su cumplimiento cuando ese espacio de la imagen [Bildraum] que había colonizado se tornó cada vez más idéntico al de la praxis política.2

El texto apareció en el segundo número de la revista Commerce —“Cuadernos trimestrales publicados al cuidado de Paul Valéry, Léon-Paul Fargue, Valéry Larbaud”— en el otoño de 1924, primero en el interior de la publicación y luego como separata con la rúbrica Hors-Commerce [Fuera de comercio].3 Relegado durante mucho tiempo, Aragon explicó su origen en distintas entrevistas. Su redacción fue anterior a la del “Manifiesto” de André Breton y buscaba definir por primera vez “los conceptos que expresaban palabras como surreal y surrealidad”, de manera de dar “un contenido” a lo que se había formado en torno a Littérature “antes del movimiento Dadá parisino”.4 El surrealismo había nacido en la primavera de 1919 y, aunque en un comienzo solo representó la escritura automática, se fue extendiendo a otras manifestaciones de la exploración del inconsciente, como las taquigrafías de sueños y las sesiones de hipnosis colectiva. Así, cuando los integrantes de la revista decidieron “reemplazar Dadá con otra cosa”, quisieron darle “cierta cohesión a todo eso”, aceptando el término “surrealista” acuñado por Apollinaire, pero reivindicando “el derecho de fijar el sentido de la palabra”.5

La historia que se cuenta en Una ola de sueños comienza precisamente con el descubrimiento de la escritura automática, cuando la “idea de la surrealidad”, que se había abierto camino, según Aragon, a través de las contribuciones de distintas escuelas poéticas, desde el romanticismo hasta el simbolismo, se reveló a Breton “en el curso de la resolución de un problema poético”: al intentar “captar el mecanismo del sueño”, encontró “en el umbral del sueño el umbral y la naturaleza de la inspiración”.6 En un primer momento, los integrantes de Littérature que practicaron la escritura automática quedaron fascinados por “un potencial que no conocían, una desenvoltura incomparable, una liberación del espíritu, una producción de imágenes sin precedentes y el tono sobrenatural de sus escritos”.7 Como posesos, no se sentían responsables de lo que escribían, pero reconocían que una “gran unidad poética” enlazaba las profecías de todos los tiempos con las Iluminaciones de Arthur Rimbaud y Los cantos de Maldoror.8 Sin embargo, el surrealismo no contaba aún con las condiciones más apropiadas para su desarrollo y, durante ese gran “juicio moral”9 que fue Dadá, se le reprochaba “el bluff del genio”, el “escamoteo” del procedimiento, la “estafa” de la explotación “literaria” de una técnica al alcance de todos.10

Bajo el imperio dadaísta, solo unos pocos integrantes de Littérature —André Breton, Philippe Soupault, Paul Éluard, Robert Desnos, Louis Aragon— consiguieron sustraerse a esa desconfianza colectiva y empezaron a sentir “el efecto imprevisto del surrealismo en sus vidas”.11 El efecto se expandió gradualmente sobre los otros, que vieron elevarse a su alrededor “los prodigios, las grandes alucinaciones que acompañan la ebriedad de las religiones y de los estupefacientes físicos”.12 Las imágenes de “este osario del inconsciente” se corporizaban, tornándose “materia de realidad”; fuera de control, adquirían vida propia, tomaban posesión de aquellos que las conjuraban y solo la “abstención de surrealismo” parecía ser capaz de contener la proliferación de esos fenómenos:

La identidad de las perturbaciones provocadas por el surrealismo, por la fatiga física, por los estupefacientes, sus semejanzas con el sueño, las visiones místicas, la semiología de las enfermedades mentales, nos arrastraron a una hipótesis que era la única que podía responder a este cúmulo de hechos y enlazarlos entre sí: la existencia de una materia mental, que la similitud de las alucinaciones y las sensaciones nos forzaba a considerar distinta del pensamiento, de la cual el pensamiento mismo no podía ser, así como tampoco en sus modalidades sensibles, más que un caso particular. Esta materia mental la experimentábamos por su poder concreto, por su poder de concreción.13

Esta “materia mental”, que los surrealistas veían pasar de un estado a otro, era la prueba de que lo maravilloso no se oponía a lo real como lo inexistente a lo existente, sino que se revelaba, en sus transmutaciones, como parte de una realidad más concreta, implícita o latente en el mundo cotidiano. Por ejemplo, las letras de un cartel entrevisto en una calle de París se despojaban de pronto de su “aspecto verbal” y adquirían “modalidades fenoménicas —escribe Aragon— que creíamos imposibles de provocar, fijas, fuera de nuestra fantasía”.14 Fue así como “el nominalismo absoluto encontró en el surrealismo una demostración luminosa” y puso de manifiesto que aquella “materia mental” era el lenguaje mismo: “no hay pensamiento fuera de las palabras”.15 Todo el surrealismo sirve de fundamento a esta tesis que, aunque no sea nueva, asombrosamente despierta más incredulidad que las “vagas opiniones” de los filósofos de La Sorbona o los miembros de la Sociedad Francesa de Filosofía (“una gran casona ornada de banderas y clamores”), que viven del “pacto entre Kant y Comte” y rechazan “la idea vulgar de la realidad para preferir la realidad en sí, el noúmeno, ese yeso descascarado”.16

Nada haría comprender a los filósofos positivistas que lo real “es solo una relación como cualquier otra” y que la esencia de las cosas “no está de ningún modo ligada a su realidad”, sostiene Aragon.17 Más allá de lo real, existen otras relaciones, igualmente primordiales, que pueden ser captadas por el espíritu, como el azar, la ilusión, lo fantástico y el sueño: “Estas diversas especies son reunidas y conciliadas en un género, que es la surrealidad”.18 Los hombres tienden normalmente a no diferenciar lo real de lo que es y oponen a ello lo irreal; solo imaginan “lo surreal” cuando logran superar estos dos conceptos y descubren la existencia de “una relación más general, donde lo que es y lo que no es se aproximan”.19 La surrealidad, relación en la cual el espíritu englo­ba los conceptos de lo real y lo irreal, “es el horizonte común de las religiones, las magias, de la poesía, del sueño, de la locura, de las ebriedades y de la vida miserable, esa madreselva temblorosa que ustedes creen que basta para poblarnos el cielo”.20

Entrada de los médiums

En marzo de 1922, Littérature inicia su “segunda serie”, modificando no solo el diseño para dar cabida a dibujos, fotografías y collages, sino también la línea editorial. La revista es ahora el órgano de un movimiento que aspira a ir más allá de Dadá, de “su negación insolente, su igualitarismo vejatorio, el carácter anárquico de su protesta, su gusto por el escándalo, en fin, todo su aspecto ofensivo”, como afirma Breton en una conferencia impartida en Barcelona con motivo de una exposición de Francis Picabia: “Solo hay una cosa que nos puede sacar, al menos momentáneamente, de esta horrible cárcel en la que nos debatimos y eso es la revolución, una revolución cualquiera, tan sangrienta como se quiera, a la que llamo todavía hoy con todas mis fuerzas”.21 Así, mientras Breton pide “restablecer para el espíritu las leyes del Terror”, son cada vez más los jóvenes que se acercan al movimiento “entregados a la embriaguez, a la confusión de sí, a la deriva, sin mirar atrás, donde brillaba siempre el ardor de las manifestaciones y de los gritos que tenían sin embargo un gran encanto”.22 La exploración del inconsciente se anticipa en un texto de Breton, “Récit de trois rêves” [Relato de tres sueños], publicado en el primer número de la nueva serie, que acusa recibo de la lectura de Sigmund Freud y en no menor medida —según Soupault— de un escrito de Apollinaire, “Onirocrítica” (1908), que “se asemejaba a Los campos magnéticos”.23

De acuerdo con Aragon, el episodio capital tuvo lugar en septiembre de 1922, luego de que René Crevel conociera durante las vacaciones a una dama “que le enseñó a dormir un sueño hipnótico particular, semejante más bien al estado de sonambulismo”.24 La versión coincide con la que Breton ofrece en “Entrada de los médiums”, en el sexto número de la nueva serie de Littérature, aparecido en noviembre de ese año. Partiendo de la idea de que el surrealismo, en sentido estricto, consiste en “cierto automatismo psíquico que se corresponde adecuadamente con el estado del sueño”, Breton sostiene que en adelante “nada de lo que se diga o se haga fuera de la obediencia de aquel dictado mágico es válido” y señala, como antecedente de la práctica introducida por Crevel, sus propios “relatos de sueños”, transcriptos estenográficamente y publicados en el número inaugural de la nueva serie.25 A continuación, ofrece un relato pormenorizado del comienzo de las sesiones de sueños inducidos. Cierta “señora D.”, habiendo distinguido en Crevel cualidades peculiares de médium, le habría enseñado el modo de desarrollarlas y fue así cómo, en las condiciones requeridas para la producción de ese género de fenómenos —“oscuridad y silencio, cadena de manos alrededor de una mesa”— los surrealistas aprendieron a entregarse a sueños inducidos, que estaban cargados de premoniciones y los llevaban a "proferir palabras que se organizaban en discursos más o menos coherentes, a los cuales venían a poner fin, en el momento deseado, los pases mágicos del despertar".26

El primer trance fue protagonizado por el mismo Crevel y tuvo lugar el lunes 25 de septiembre de 1922, a las nueve de la noche, en el departamento de Breton y Simone Kahn, su mujer, ubicado en el cuarto piso del número 42 de la rue Fontaine.27 Crevel cayó en un sueño hipnótico y contó la historia de una mujer que había sido acusada de haber asesinado a su marido, pero cuya culpabilidad era puesta en duda porque aparentemente había actuado a pedido de él. Al despertar, no guardaba ningún recuerdo de su relato. Posteriormente, Desnos, que decía no simpatizar con estas experiencias, dejó caer su cabeza sobre un brazo y se puso a garabatear de manera convulsiva sobre la mesa. Cuando volvió en sí, unos instantes después, tampoco recordaba lo que había pasado. La segunda sesión de hipnotismo, de la cual Breton labró un protocolo, se desarrolló dos días después, en el mismo lugar, con la participación de Paul Éluard, Max Ernst y Benjamin Péret. Desnos respondió preguntas en estado de sonambulismo: dijo ver la muerte, dibujó a “una mujer ahorcada al borde de un camino”, hizo referencia a un barco, la nieve y una torre de telégrafo y, tomando la mano de Péret, vaticinó que este moriría “en un vagón lleno de gente”; luego Crevel entró en un trance similar al anterior y narró de nuevo una “historia criminal, todavía más oscura: La mujer estará desnuda el hombre más viejo será el que tendrá el hacha”.28

En el curso de la tercera sesión, también registrada por escrito, habrían de tomar parte Max Morise, Éluard, Ernst, Péret y una amiga de este último, Renée Gauthier, a quien Aragon describe en Una ola de sueños como “una joven totalmente dividida entre una suerte de pasión y la ingenuidad que nada podría hacerle perder”.29 Gauthier, no bien se queda dormida, “se muestra presa de una gran agitación y lanza frases jadeantes”, que repite temblando: “El abismo… sudor incoloro de mi padre me inunda”.30 Un último intento da lugar a “una explosión de risa de Péret, brusca y muy prolongada”; no se sabe si está o no dormido y, con gran esfuerzo, sus compañeros logran arrancarle algunas palabras: “¿Qué ve? —Agua”.31 Le preguntan de qué color es el agua, pero no responde; se levanta precipitadamente, se acuesta boca abajo sobre la mesa y simula nadar. Breton, Éluard, Ernst y Morise, por su parte, no consiguen abandonarse al trance hipnótico; Soupault, que no participa de estas sesiones por encontrarse de viaje, al igual que Aragon, desconfía de los fenómenos de hipnotismo y piensa que Desnos, Crevel y Péret fingen o simulan para darse importancia, aprovechándose de la credulidad de Breton y los otros.32

Mistificación o autopersuasión, lo cierto es que, hacia fines de 1922, según Aragon: “Una epidemia de sueño se abatió sobre los surrealistas”.33 Al comienzo, “son siete u ocho que no viven más que para esos instantes de olvido en que, con las luces apagadas, hablan, sin conciencia, como ahogados al aire libre”.34 Las experimentaciones con opio, mezcalina y otros narcóticos se hacen cada vez más frecuentes. Los soñadores “se embriagan con sus palabras”, entran en trance en todas partes. En el café, entre los vasos de cerveza y las bandejas, Desnos habla y escribe en sueños, dibuja como un autómata, profetiza: “Los que interrogan a este durmiente formidable apenas lo aguijonean, y la predicción, el tono de la magia, de la revelación, de la Revolución, el tono del fanático y del apóstol, surgen enseguida”.35 El quinto número de la nueva serie de Littérature, aparecido en octubre de 1922, presenta tres “Sueños” de Desnos, el primero de los cuales, fechado en los años de guerra, evoca la visión de unos enigmáticos números y los bosques de Sena y Marne, al este de París, con su célebre castillo de estilo renacentista, construido a mediados del siglo xix por el arquitecto inglés Joseph Paxton:

En 1916

Soy transformado en cifra. Caigo en un almohadón que es al mismo tiempo una hoja de papel, pasando de una ecuación a otra con la desesperación de alejarme cada vez de la luz del día y de un paisaje que es el castillo de Ferrières (S. y M.) visto desde la vía del ferrocarril del este.36

En el sexto número, aparecido en noviembre, junto al ensayo “Entrada de los médiums”, se transcriben las actas de los primeros sueños de Crevel, Desnos y Péret, mientras que en el séptimo, correspondiente a diciembre, uno de los dibujos hipnóticos de Desnos, “La ville aux rues sans noms du cirque cérébral” [La ciudad con calles sin nombre del circo cerebral], se publica precedido de un sueño de Breton, que empieza diciendo: “Una parte de la mañana se me fue conjugando un nuevo tiempo del verbo ser —pues acababa de inventar un nuevo tiempo del verbo ser”.37 Apenas un paso separa los trances y los sueños hipnóticos de lo que Aragon denomina “la era de las ilusiones colectivas”, cuando las coincidencias empiezan a acompañar los relatos de los soñadores.38 Pero las experiencias repetidas vuelven cada vez más irritables a quienes las practican; algunos adelgazan y sus sueños se vuelven más prolongados: “Ya no quieren que se los despierte. Se adormecen viendo dormirse al otro, y dialogan entonces como habitantes de un mundo ciego y lejano”.39 Una noche, en el departamento de una amiga de Picabia, una decena de surrealistas, hombres y mujeres, entran en trance simultáneamente. Van y vienen de un lado a otro, vaticinando y gesticulando hasta que, a las dos de la mañana, Crevel es encontrado, en las penumbras de un armario, tratando de ahorcarse de un perchero.40 En otra ocasión, al término de una cena en casa de Éluard, en los suburbios de París, Desnos debe ser reducido por sus amigos, cuando se pone a perseguir al anfitrión por el jardín con un cuchillo en la mano. “Entonces el espíritu crítico recupera sus derechos”, escribe Aragon. Unos hablan de simulación; otros ofrecen “explicaciones delirantes: el más allá, la metempsicosis, lo maravilloso”, pero “el precio de esas interpretaciones” es la incredulidad y la risa socarrona.41

Hacia 1924, sin embargo, el contagio del surrealismo se expande a través de París y sus arrabales. Los retratos de los “presidentes de la República del sueño”, inspiradores de este nuevo movimiento del espíritu, cuelgan en las paredes de las habitaciones de los jóvenes poetas: Saint-Pol-Roux, a quien Aragon describe, en su castillo de Camaret, como un “hombre al borde de los mitos y del mar, todo de nieve y de silencio”; Raymond Roussel, autor de Impresiones de África (1910), a bordo de la casa rodante con la que proyecta dar la vuelta al mundo; Philippe Daudet, hijo del líder intelectual de L’Action française, hallado muerto en un taxi con una bala en la cabeza a principios de 1923; la joven anarquista Germaine Berton, ajusticiadora de Marius Plateau, caudillo de los Camelots du Roi; Saint-John Perse, exdiplomático en China, que acababa de publicar en La Nouvelle Revue Française el primero y el último canto de Anábasis; Giorgio de Chirico y Pablo Picasso, porque uno pintó “la Noche y era la Noche misma” y el otro pintó el Cielo “y era toda la esmeralda del destino”; Pierre Reverdy, “que sueña todavía otro sueño: el desierto encima de las ciudades, los postigos todos iguales y los pasos sigilosos de la vida”; Jacques Vaché, el suicida, con “una pipa de malo de novela, un decorado como nos gusta y un buen cronómetro de oro sobre la mesa”; Léon-Paul Fargue, “un grandulón” que no tiene vergüenza de entonar “cancioncillas imposibles”; Sigmund Freud, el científico “que puso una mano fría sobre los sentimientos del hombre y las puras relaciones de familia”.42

Una “luz surrealista” baña entonces cada uno de los rincones de París: en los escaparates con maniquíes en medias de seda, en los negocios de la Bénédictine, en la plaza Vendôme, en la avenida de la Ópera, en el bulevar de la Madeleine, en los trabajos de restauración del Moulin Rouge, en las ruinas de las antiguas fortificaciones, en el campo de estatuas de las Tullerías, en los Gobelinos, en los túneles del metro.43 En el hotel de Bérulle, ubicado en el número 15 de la rue de Grenelle, se crea la Oficina de Investigaciones Surrealistas, destinada a “recopi­lar por todos los medios apropiados las comunicaciones relativas a las diversas formas que es capaz de tomar la actividad inconsciente del espíritu”.44 En este “romántico albergue para las ideas inclasificables y las rebeliones perseguidas”, según la descripción de Aragon, se redactan declaraciones y se llevan a cabo sesiones de sueños inducidos.45 Los soñadores son un amplio grupo: Breton, su esposa Simone Kahn y Denise, la hermana de esta, el gran amor de Aragon; Roger Vitrac y su amiga Suzanne; Crevel, Desnos, Éluard, Max Ernst, Antonin Artaud, Joseph Delteil, Benjamin Péret y Renée Gauthier; Man Ray, recién llegado a París, y los pintores André Masson, Max Morise y Georges Malkine; Pierre Naville, los hermanos Jacques y Charles Baron, Mathias Lübeck, Francis Gérard y Pierre Picon, todos de la revista L’Œuf dur; Georges Limbour de Aventure, Alberto Savino, Jacques-André Boiffard, Jean Carrive, Marcel Noll, Maxime Alexandre y Georges Bessières.46

En junio de 1924, Aragon envía el manuscrito de Una olas de sueños a la redacción de Commerce y, en octubre, Breton da a la imprenta su “Manifiesto del surrealismo”. En diciembre, aparece La Révolution surréaliste, cuya dirección es asumida por Naville y Péret. En la portada roja del primer número, debajo de tres fotos de Man Ray que documentan actividades del grupo —entre ellas una sesión en la que Desnos escribe en sueños— una frase sintetiza los propósitos del movimiento: “Se trata de conseguir una nueva declaración de los derechos del hombre”.47 En la retiración de tapa, junto a un anuncio de la Central Surrealista (“Estamos en vísperas de una revolución. Usted puede participar en ella”), una nota editorial advierte:

El surrealismo no se presenta como la exposición de una doctrina. Ciertas ideas que le sirven actualmente de punto de apoyo no permiten en absoluto prejuzgar su desarrollo ulterior. Este primer número de La Révolution surréaliste no ofrece ninguna revelación definitiva. Los resultados obtenidos por la escritura automática, el relato de los sueños, por ejemplo, están representados, pero ningún resultado de las investigaciones, de las experiencias o trabajos aún es consignado aquí: hay que aguardar el porvenir.48

En las primeras páginas, un prefacio firmado por Jacques-André Boiffard, Paul Éluard y Roger Vitrac traza una exaltada apología del sueño: “No teniendo el proceso de conocimiento ya nada más que hacer, no siendo ya la inteligencia tenida en cuenta, solo el sueño le proporciona al hombre la libertad total. Gracias al sueño, la muerte no tiene ya un sentido oscuro y el sentido de la vida se nos hace indiferente”.49 Hasta la aparición del surrealismo, el sueño no era más que un “tirano terrible vestido de espejismos y relámpagos”, cuyo poder los seres humanos debían resignarse a sufrir en el estado de vigilia, un gigante de “músculos de nieve” frente al cual la poesía no estaba en condiciones de medirse y cuyas fuerzas oscuras solo los visionarios parecían capaces de dirigir ciegamente hacia el futuro:50 “El surrealismo, la intersección de los encantamientos del alcohol, del tabaco, del éter, del opio, de la cocaína, de la morfina; pero es también lo que rompe las cadenas: no dormimos, no bebemos, no esnifamos, no fumamos, no nos inyectamos y soñamos”.51 Todas las profecías, todas las invenciones, todos los descubrimientos que cambian “la naturaleza, el destino de un objeto o de un fenómeno” constituyen hechos surrealistas.52 Nada, sin embargo, es más lejano a sus propósitos que la idea de explotarlos “en un sentido que pudiera hacer creer en un progreso”.53 La revolución es otra cosa: “El realismo es podar los árboles… El surrealismo es podar la vida”.54

Sueños surrealistas

El número inaugural de La Révolution surréaliste ofrece tres relatos de sueños que llevan las firmas de De Chirico, Breton y Gauthier, ilustrados con fotomontajes de Man Ray y un dibujo de Morise.55 De Chirico narra la lucha con un hombre “de ojos bizcos y muy dulces”, que se revela como su padre, aunque bajo una apariencia “lejana”.56 Cada vez que intenta golpearlo, el padre sonríe bonachonamente y le aparta los brazos. El combate termina con su “abandono”; luego la imagen del río Po o del Peneo, en el norte de Grecia, se funde con otras “como nubes de tormenta que han descendido muy bajo sobre la tierra”, mientras el soñador vagabundea con angustia “por largas calles oscuras” hasta descubrir que se encuentra “en medio de una plaza de una gran belleza metafísica”, que bien podría ser la plaza Cavour en Florencia “o quizá también una de esas bellísimas plazas de Turín”.57 A un lado se levantan “pórticos coronados por apartamentos con postigos cerrados, balcones solemnes”; en el horizonte hay colinas con villas romanas, el cielo es muy claro y, mientras cae el sol, las sombras van cubriendo las fachadas de las casas y las siluetas de los transeúntes que atraviesan la plaza se alargan:

Miro hacia las colinas donde se presentan las últimas nubes de la tormenta que huye; las villas en algunas partes son totalmente blancas y tienen algo de solemne y sepulcral, vistas contra el telón muy negro del cielo en ese punto. De pronto me encuentro bajo los pórticos, mezclado con un grupo de personas que se apiña en la puerta de una confitería de pisos abarrotados de pasteles multicolores; la multitud se apretuja y mira dentro como en las puertas de las farmacias cuando se lleva a un transeúnte herido o que se ha descompuesto en la calle; pero al mirar yo también, veo la espalda de mi padre que, de pie en medio de la confitería, come un pastel; sin embargo, no sé si es por él que la multitud se apiña; cierta angustia entonces se apodera de mí y quiero huir hacia el oeste a un país más hospitalario y nuevo, y al mismo tiempo busco bajo mis ropas un puñal o una daga, ya que me parece que un peligro amenaza a mi padre en la confitería y siento que si entro en ella, la daga o el puñal me son indispensables como cuando uno entra en una guarida de bandidos, pero mi angustia aumenta y súbitamente la multitud me abraza como un remolino y me arrastra a las colinas; tengo la impresión de que mi padre ya no está en la confitería, que escapó, que van a perseguirlo como un ladrón, y me despierto con la angustia de este pensamiento.58

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