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Este «Yo» débil al que la adaptación se le hace difícil tiene unas relaciones interpersonales muy selectivas, un radio estrecho que apenas crece.

Para salir de este esquema triangular angustioso podemos recurrir de nuevo al Paro y Pienso: detener el flujo neuronal y dar tiempo para aceptarnos, permitirnos el error y aprender. Es entonces cuando somos capaces de no enjuiciarnos ni atacarnos. ¿Cómo voy a aceptar a los demás si no me acepto a mí mismo? ¿Cómo voy a comunicarme con el prójimo de manera inteligente y asertiva si no empiezo por hablarme a mí mismo con esas mismas actitudes?

6.2 Responsabilidad personal frente a victimismo y queja

La responsabilidad de nuestra propia felicidad y bienestar psicológico es intransferible. Podemos intentar pasarla a quienes nos rodean o a las circunstancias, pero eso solo nos hace caer en un triángulo de victimismo en el que culpamos a los demás de lo que nos ocurre y esperamos que alguien haga algo que cambie la situación. Con esas expectativas y desde la queja y la postración, soy espectador de mi vida. Pierdo el poder porque lo transfiero a otros. Por el contrario, ser verdaderamente responsable significa asumir nuestra situación sin buscar a quién acusar y sin reclamar consuelo a un salvador, comprometiéndome a encontrar e implementar mis propias soluciones.

Las dos claves con un papel fundamental para romper ese círculo vicioso vuelven a ser la autoaceptación y la motivación: La autoaceptación significa un íntimo reconocimiento de quien soy, pero no supone una solución en sí misma, sino el punto de partida para operar los cambios que deseo. La motivación requiere tener presente para qué quiero lograr el cambio. Una vez que he empezado a manejarla y a comprobar el progreso, esa motivación crece en mí de forma exponencial, porque son el control cognitivo y emocional los que disparan el control ejecutivo.


Una cosa es sentirse víctima, pues todos los humanos en algún momento de nuestra vida nos advertimos así: por una injusticia, por no haber sido reconocidos, etc. Ese conflicto interior me avisa de que algo falla y de la necesidad de hacer un ajuste. Como apuntábamos en el autocontrol y en el manejo de la inteligencia emocional, es necesario permitirme sentirme así e investigar qué ha causado ese estado para ponerle solución: este es el proceso que sigue la persona madura. Pero, como decíamos, una cosa es sentirme víctima y otra bien distinta es instalarme ahí y adoptar ese papel. «El rol de víctima es una postura infantil que hace que te sientas indefenso y vulnerable. Si estás metido en ese papel, no dejarás de quejarte y lloriquear. Te ves a ti mismo víctima de las circunstancias y de los manejos de los demás, así como de tu pasado, de unos genes defectuosos o de unas malas decisiones, con lo cual te sientes maniatado e indefenso. (…) Puesto que estar en el rol de víctima tiene mucho de penoso y angustioso, mucha gente se escabulle de él y se refugia en el de salvador; esto es, dedicándose a atender las necesidades de los demás o tratando de calmar y aplacar a un perseguidor. Otras veces adopta directamente el papel de perseguidor, el cual le da la oportunidad de dirigir un dedo acusador hacia aquellos que le defraudan, que le hacen daño o le hacen sentir tan infeliz. (…) Las víctimas son personas que mantienen una alta dependencia con aquellos que están a su alrededor y que, además, suelen tener relaciones perniciosas de codependencia, en virtud de las cuales reciben cuidados y protección. (…) Las víctimas están ancladas en el pasado, siguen sin despojarse de su espíritu infantil y todavía se ven como seres indefensos e incapaces de cuidar de sí mismos».8

El rol de víctima perjudica nuestra salud psicológica y nos aleja del propio crecimiento.

El comportamiento de la persona responsable, dueña de sí misma, conforma la imagen de otro triángulo posible, en el que aparece claro el poder interior para crecer y la capacidad de convertir las quejas en propuestas significativas. Soy responsable de cómo me siento y de cómo me comporto y actúo pidiendo aquello que preciso para ajustar lo que el conflicto me desvelaba.


Este es un triángulo en el que somos capaces, en contraste con el triángulo del victimismo, en el que nosotros mismos nos arrebatábamos el poder.

La responsabilidad expresa una relación sana con nosotros mismos y con los demás.

6.3 Cómo afrontar y aprovechar los conflictos en las relaciones

Los conflictos siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre ¡son incómodos! Pero… ¡no tienen por qué ser negativos! Son indicadores de la necesidad de realizar ajustes en un sistema; algo está fallando y hay que ponerle solución. El conflicto y las crisis me hablan de oportunidades de crecimiento.

¿Cómo fracasar sin haber empezado? Negando u obviando que hay conflicto: la negación siempre es nuestro peor enemigo, pues nos aísla de la realidad y adormece la capacidad de adaptación al medio.

Un conflicto comparte ciertos aspectos con lo que llamamos fracaso: ambos originan situaciones incómodas que nos producen malestar y los dos son oportunidades para mejorar. ¿Cómo? Aprendiendo del proceso, evaluándolo y gestionando los cambios que hagan falta: sustituir y reemplazar lo que convenga, con revisiones hasta que haya avances significativos, convincentes. Por eso, el primer paso es hacernos cargo de lo que pasa y de cómo afecta y tener la voluntad de trabajar en solucionarlo con un esfuerzo consciente por salir de nuestra zona de confort. La mejor decisión siempre es enfrentar los conflictos, plantearlos objetivamente y hablar de ellos. Ignorar una situación que nos incomoda es empeorarla. Vivimos en nuestra zona de confort y nos cuesta salir de ella porque interiorizamos que más allá de lo que manejo y me da seguridad, hay peligros, pero en realidad lo que hay es una zona de crecimiento y de nuevas posibilidades:


Gestionar un conflicto es tanto un acto de valentía como de conquista: cuando salimos de nuestra zona de confort, claramente nos arriesgamos, pero al hacerlo de forma consciente y ejerciendo nuestra libertad, marcamos territorio y este se amplía en cuanto lo recorremos y, como consecuencia, el espacio interior crece.

Para solucionar un conflicto no hay una fórmula mágica, pero sí varias técnicas que ayudan. La primera es saber esperar: Paro y Pienso para decidir el momento más idóneo para hacer algo: si estamos enfadados, no vamos a plantear la situación de manera objetiva, no vamos a ser buenos interlocutores y a estar receptivos a lo que la otra persona pueda decirnos o demandarnos, así que en muchas ocasiones lo que nos será más beneficioso será decidir esperar y retrasar la actuación (cfr. apartado 10.1 y 10.2 para conocer dos técnicas sobre el abordaje de conflictos en la comunicación).

Las toxinas en las relaciones son fuente de conflicto y de malos entendidos que afectan al bienestar y rendimiento de personas, familias y organizaciones. Conoceremos un poco más en el siguiente capítulo.

6.3.1 Cuatro toxinas en las relaciones interpersonales y sus antídotos

¿Verdad que aunque nos proponemos llevarnos bien con los que queremos, trabajar de forma fluida con nuestro equipo y aceptar el feedback de mejora con buena cara, en la práctica nos cuesta y con frecuencia tenemos una reacción inapropiada que consigue justo lo contrario a lo que pretendíamos? ¡Así somos los humanos, perfectos en nuestra imperfección!

«Siempre tendrás alguna queja sobre la persona con la que vives, pero incluso entre las quejas y las críticas hay una diferencia abismal. Una queja se centra en un comportamiento específico, pero una crítica va más allá, una crítica incluye culpa y difamación».9 Y precisamente por eso que dicen John M. Gottan y Nan Silver remarcamos la importancia de convertir las quejas y críticas en peticiones constructivas.

Siguiendo el planteamiento de los autores, se podrían señalar cuatro toxinas que afectan a las relaciones interpersonales:

La crítica. Criticar y culpar es atacar a la otra persona en lugar de poner el foco en las ideas o comportamientos que nos molestan de ella.

El desprecio. Con el desprecio y el sarcasmo subestimamos al otro, nos volvemos cínicos, faltamos al respeto, porque el humor hostil con adjetivos despectivos solo tiene un objetivo: derribar al otro emocionalmente.

La actitud defensiva. Se manifiesta al dar o inventar excusas en lugar de asumir la parte de responsabilidad que tenemos cuando nos hacen un reproche o petición; cuando se responde a una queja con otra queja…, así solo creamos un círculo vicioso que, lejos de solucionar el conflicto, lo agrava.

La actitud evasiva. Conlleva aislarse o hacer oídos sordos a lo que se nos dice, no participar en la conversación. Estar ausente o negarse a responder y no querer llegar a un acuerdo o solución son actitudes en ocasiones infantiles. Desaparezco y que nadie me moleste, incluso me encierro en mi habitación, despacho ¡o en mí mismo si no hay otra!

¿Cuáles son los antídotos? De nuevo, la solución está primero en reconocer y aceptar nuestras emociones, escuchar lo que nos dicen y lo que nos decimos a nosotros mismos con lo que está pasando; atender a nuestras necesidades y a las del prójimo con compasión, y pasar a la acción con hechos concretos:

La crítica: aparece cuando hay un deseo frustrado. Es necesario descubrirlo para solucionarlo. ¿Cómo? Enfocándonos en el comportamiento que nos ha molestado y sin atacar a la otra persona. En lugar de una queja, haremos una petición y hablaremos de nosotros mismos, de lo que sentimos y necesitamos: no hablamos de la otra persona, solo de nosotros. Le hago saber qué necesito y qué quiero pedirle sin hacerle culpable de lo que me ocurre. Recordemos que solo yo soy responsable de cómo me siento y de cómo me comporto. En este caso, señalo y pido lo que quiero.

El sarcasmo o desprecio. Esta toxina es mortal de necesidad. Rompe las relaciones y hace muy difícil la reconciliación. Tengámoslo en cuenta para atajarla desde el inicio.

Todas las personas tenemos la necesidad de sentirnos queridas, valoradas y aceptadas y, por supuesto, siempre (y al menos si no se dan las anteriores) ¡respetadas! Todas también tenemos talentos y valores por los que se nos puede admirar en algo. Por lo que, si paramos y pensamos, podremos encontrar qué valorar del otro. Hacer el esfuerzo de pensar qué aspectos positivos tiene nos obliga a reescribir la historia en nuestro cerebro y a empatizar cognitiva o emocionalmente con él. Este cambio de estado que provocamos en nosotros nos hace más llevadero soportar aquellos comportamientos que nos disgustan y afrontar de forma constructiva la situación. Si es la otra persona la que nos trata con sarcasmo a nosotros o a otros, asertivamente pediremos respeto, y si la situación lo aconseja o lo hace más oportuno, podremos responder a las observaciones sarcásticas con sentido del humor, exagerando o redimensionando el contenido del mensaje para quitarle la fuerza y no tomar el veneno que pudiera contener el comentario.

La actitud defensiva. ¿Para qué excusarnos, echar la culpa a otros y evadir la propia responsabilidad? Desde el punto y hora en el que sé que soy vulnerable, resulta más natural y sencillo reconocer que hay parte de razón en lo que otros me reprochan o reclaman. Si empiezo por aceptar con responsabilidad que hay razón, estoy facilitando la comunicación y el acuerdo. El arte está en no tomárnoslo de forma personal. Siempre hay al menos un 2 % de verdad en lo que nos dicen, admitirlo en la conversación nos acerca a acordar soluciones y a despersonalizar el conflicto.

La actitud evasiva. Obviar un problema es la mejor manera de asegurar que no se va a arreglar. Si nos sorprendemos manteniendo una actitud evasiva, cabría preguntarnos por qué reaccionamos así: ¿miedo, sentimiento de que ya es todo inútil? Hagamos un esfuerzo por expresar y pedir lo que necesitamos; hablar y escuchar. Recordemos que reprimir las emociones y soslayar los conflictos no hace más que agravarlos y generar sentimientos dañinos en el corazón que afectan a la salud. Evadirse o «castigar» con una actitud de «estoy, pero no respiro» tiene mucho que ver con la inmadurez y con esperar a que sean los demás los que cambien para ser yo mismo. ¡Ahí no mando yo!

6.4 El aval crediticio de la Triple A: Alegría, Autoestima y Asertividad

Nuestra experiencia nos advierte que preferimos el contacto y el trato con una persona alegre y optimista que con otra tristona y negativa, que nos da más seguridad alguien con el ego saludable (ni inflado o casposo ni anoréxico, que se cree menos de lo que es en realidad) que otra que aparece sin criterio propio y voluble. De igual manera, nos resulta más atractiva la persona resuelta, que sabe dónde están sus limitaciones y a la vez es asertiva que aquella otra que, o bien se impone a los demás sin medida o cede de forma servil con tal de que no haya discusión. Así, si la alegría, la autoestima y la asertividad conforman nuestra personalidad son un buen seguro crediticio para las relaciones interpersonales y para la eficiencia en proyectos y trabajos.

Con respecto a los demás y en la educación de nuestros hijos o en la tarea de los docentes, es importante centrar el tiro en estas tres áreas que conforman el carácter y la personalidad y que son independientes del temperamento de cada uno. Enseñar a valorar a los demás, a reconocer lo que hacen bien otros y manifestarlo, a ser agradecidos, favorece las relaciones. Fomentar la autoestima, propia y ajena, y entrenar la empatía interactuando de forma correcta con nuestros interlocutores sin necesidad de que nos caigan bien es una ayuda en la forja de personas maduras y sociedades más humanas. Desde pequeños, aprender a no juzgar, a encontrar puntos de acuerdo y de beneficio mutuo, así como a saber establecer los límites, sin admitir el sarcasmo, la agresión, protegiéndose de todo lo que supone una intoxicación, son elementos fundamentales para crear sociedades en las que los valores de la comunicación, la tolerancia, la inclusión, el respeto y la solidaridad se hagan visibles y sean honrados por todos.

La alegría como actitud se cultiva: sonriendo más, mejor y a todos y buscando pensamientos positivos que nos hagan fijarnos en lo bello y verdadero. También conduce al optimismo y a la ilusión sin pervertir la realidad obviando lo que va mal, sino que cultiva la curiosidad para ver las oportunidades y encontrar la salida. Es un uso inteligente de la capacidad humana de descubrir y transformar, en definitiva de cocrear la realidad.

Algunas herramientas prácticas para mejorar esta Triple A podrían ser las que señalo en las cartas n.º 27, 28, 29 y 31 (Cfr. herramientas Apdo. IV con esos n.º). No olvidemos que, además, ¡los estados emocionales se contagian!

Aceptarnos totalmente tal y como somos ¡está bien! y es más que suficiente para nuestra misión y legado; es la actitud que determinará nuestro grado de crecimiento. Reconocer vulnerabilidad y voluntad de superación como dos realidades que hemos de agradecer con humildad y combinar necesariamente en el plan de acción señalará el grado de acercamiento a la meta en nuestro proyecto de vida.

Un buen hábito para crecer en agradecimiento y autoestima consiste en listar al menos 21 cosas positivas de nosotros mismos para leerlas a lo largo del día, cuando necesitemos un refuerzo positivo para el autocontrol. Al comenzar el ejercicio nos puede parecer que 21 son muchas, quizá porque estamos entrenados en la autoexigencia, pero si terminamos el trabajo e incluso vamos más allá de las 21, descubriremos realidades estupendas en nosotros por las que dar gracias y que nos dan fuerza para la lucha. Así se da un ego saludable. Comenzar nuestro trabajo interno da frutos desde el comienzo, lo que nos aporta una motivación extra al comprobar que, con poco esfuerzo, pero continuado, podemos operar grandes cambios en nuestra autoestima. Es la alegría de comprobar que somos nosotros quienes tenemos las riendas. Aplicar las mismas fórmulas de este diálogo interno en las relaciones con los demás nos abre la puerta a una vida más plena y sana. Somos seres necesitados, tanto en nuestra dimensión física como en la social y espiritual, por lo que precisamos sentirnos aceptados por nosotros mismos, en primer lugar, y por los demás.

«Todo individuo posee una imagen de sí mismo estable y difícil de modificar. ¿De qué sirve tener un yo? Entre otras cosas, nos posibilita el control de los sentimientos y las acciones. (…) Continuamente recibimos estímulos con contenido emocional: desde el taimado perro de los vecinos, pasando por los enervantes compañeros de trabajo, hasta la añorada tarde de cine con los amigos. Regular nuestras reacciones emocionales, así como los impulsos conductuales que de ellas se derivan, constituye una capacidad importante; sin ella resultaría imposible una cohabitación social compatible. (…) Técnicas como la atención plena promueven la percepción consciente de las propias emociones y de las sensaciones corporales, al tiempo que ayudan a desprenderse interiormente de ellas. La atención plena implica una consciencia deliberada, atenta y no valorativa del momento».10

Este mismo esfuerzo de atención sobre nosotros mismos es aplicable a los demás. El mundo no conspira contra nosotros, y desentrañar las necesidades ajenas, las que hacen que los demás actúen como lo hacen, aunque nos podamos sentir agredidos, nos posibilita abordar las soluciones a los conflictos de una manera despersonalizada, proactiva y asertiva.

Otra praxis bien saludable será hacer el mismo ejercicio con la persona que peor nos caiga en un momento determinado y experimentar el cambio que se da en nosotros a medida que nos esforzamos por verle cualidades y cosas buenas. Después, nos preguntaremos cuál es la intención positiva que tiene esa persona detrás de eso que hace o dice que nos molesta, encontrarlo nos facilitará la empatía cognitiva y después bucearemos para tratar de descubrir su necesidad. Con esta estrategia estaremos evitando el juicio, trabajando la empatía y teniendo más ángulo y perspectiva para abordar el trato con ella de forma más inteligente y positiva.

Vamos a terminar esta primera parte tal y como la hemos empezado: imagina cómo debe ser esa sensación cuando eres tú quien tiene el poder… sobre ti mismo, sobre lo que sientes y cómo lo sientes, sobre lo que haces y cómo lo haces, sobre tus relaciones y cómo son. Pues lo cierto es que no tienes que imaginarlo, porque tú eres quien manda en ti. Recuerda: ¡AQUÍ MANDO YO!

¡Cabeza + Corazón + Acción!

Epílogo de la primera parte

Seguramente conoces esta historia real.

Lino Bueno tenía 58 años cuando, azares de la vida, lo desalojaron de su casa por falta de pago. Era un hombre humilde, casado y con familia, que se había ganado la vida trabajando en el campo aquí y allá y afrontaba una situación terrible: no tenía casa ni dinero, no podía darle a su familia las mínimas condiciones para vivir con dignidad. En ese momento estaba asentado en Alcolea del Pinar, Guadalajara, y el mundo parecía volvérsele en contra. Así que Lino acudió al ayuntamiento para pedirle ayuda al alcalde. Más que una solución, lo que consiguió fue que aprovecharan para gastarle una broma pesada: así que el alcalde le cedió un gran peñasco (de arenisca, que son típicos de la zona) situado en un terreno del pueblo y le dio un pico y 10 pesetas de la época, diciéndole: «¿Quieres una casa? Pues mira esta roca: ahí está tu casa, solo tienes que ponerte a picar y hacerla». Fue el hazmerreír del pueblo. Aunque Lino no poseía dinero ni recursos, tenía otras cosas: tenía voluntad, tenía motivación, sabía lo que quería y era capaz de adaptarse a una situación que a cualquier otra persona le hubiera parecido insalvable. Trazó un plan en su cabeza, se marcó prioridades, estableció etapas y el 18 de marzo de 1907 se puso a picar. En Alcolea del Pinar se rieron como nunca cuando le vieron dar los primeros golpes de pico contra la piedra, pero a él no le importó. En la primera etapa hizo una habitación donde poder alojar a su familia y después continuó. El resultado final después de años fue una casa de dos pisos con varias habitaciones, cocina, comedor, chimenea, pasillos, una cuadra y una cochiquera. Hasta talló en la misma piedra mesas, alacenas, escaleras, desagües… Respetó sus planes, plazos y prioridades hasta ampliar y concluir su obra. De hecho, nunca dejó de trabajar, hasta el día de su muerte, a los 83 años. Para entonces, había pasado de ser el hazmerreír del pueblo a ser el héroe local: su casa salió en la prensa y fue visitada por el rey Alfonso XIII, quien se deshizo en elogios ante el trabajo de Lino, también por otros personajes importantes, incluidos los reyes de España en 1978.11 Se comprueba que, cuando tienes un sueño, un plan y la motivación suficiente, puedes adaptarte a cualquier situación… y no hace falta pasarse 25 años picando piedra.

Hasta aquí, la teoría de esta primera parte, basada en la Resiliencia y el crecimiento personal que, como verás, tiene una continuidad lógica en la segunda parte, orientada a la comunicación. Como siempre, una cosa es leer la teoría y otra muy distinta es tener la experiencia. Siguiendo este código QR encontrarás la mejor manera de hacerlo con IEx.


PARTE II:

¡Entendernos ya!

Comunicación inteligente y asertiva con herramientas de coaching

«¿Qué cosa hay más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?».

-Marco Tulio Cicerón

7. El GPS del cerebro

Gracias a las nuevas tecnologías aplicadas a la neurociencia, hemos dado un gran paso que nos ha llevado del mapa físico al mapa social del cerebro. Ya sabíamos cómo hace el cerebro el mapeado físico del espacio y qué regiones cerebrales actúan en él y ahora hemos descubierto que son las mismas zonas las que entran en juego para crear el mapa social que representa las relaciones interpersonales en ejes de jerarquía (poder) y filiación (emociones). Con los términos «cerebro social» o «red social» designamos una serie de redes interactivas a diversas escalas espaciotemporales que representan el mapa de las relaciones de nuestro entorno familiar, profesional, social y cultural. Gracias a los trabajos del Premio Nobel John O’Keefe, de la University College de Londres, conocemos la construcción de la memoria cartográfica y cómo el hipocampo crea un mapa cognitivo en dos dimensiones, una representación mental del mundo físico para navegar por el espacio geográfico. Las distancias físicas quedan organizadas en un plano de dos dimensiones alocéntrico o distal; esto es, en referencia a la geometría del espacio, no al individuo.


Tengamos en cuenta que el mapa que creamos en nuestras redes interactivas no es el territorio, sino una concreción mental simbólica del mundo que percibimos, que lo simplifica para hacerlo asequible a nuestro entendimiento. La información espacial de la memoria episódica requiere dos tipos de neuronas: por una parte, las neuronas reticulares de la región media de la corteza entorrinal, denominadas células de la cuadrícula, que registran en el cerebro los movimientos, actualizando sin cesar su localización física en un mapa cognitivo interior que abarca todo nuestro entorno. Por otra parte, estas células se conectan con las llamadas células de lugar, cada una de las cuales representa un lugar fijo. Con ello, el hipocampo construye el mapa cognitivo del espacio.

Esta representación espacial aporta el contexto a los demás datos relativos al suceso y lo guarda a largo plazo como memoria cartográfica. Este conocimiento del contexto nos orienta con lo que podemos denominar el GPS del cerebro: sabiendo dónde estoy y dónde está mi meta, me es posible establecer una ruta hasta ese lugar. Así pues, el hipocampo representa ubicaciones en un espacio de dos dimensiones.

En 2015, el equipo de Rita M. Tavares descubrió el mapa del espacio social humano, que sitúa a las personas con las que nos relacionamos según la cercanía o distancia afectiva que nos une a ellas y que se guardan como recuerdos. Puesto que el mundo afectivo, al igual que el mundo físico, se caracteriza por una combinación de dimensiones continuas, la construcción de este mapa social se apoya también en el hipocampo. Sin embargo, a diferencia del mapa cartográfico, el mapa del espacio social es polar, egocéntrico (centrado en la persona, no en el espacio) y las distancias hacen referencia al individuo en múltiples dimensiones sociales, como pueden ser la jerarquía, la filiación, la amistad, etc. Este mapa cognitivo tridimensional, como representación mental de las relaciones interpersonales, orienta la navegación por el espacio social abstracto en la vida. El procesamiento de la información social requiere varias estructuras especializadas, regiones parietales, temporales, prefrontales y áreas de la corteza cingulada, que incluyen la percepción social, la teoría de la mente, la formación de impresiones y la autorreflexión. La medida cerebral de la distancia afectiva respecto a las diferentes personas permite procesarlas en el hipocampo y realizar su representación mental como la localización que ocupa cada una de ellas en ese espacio mental. Por tanto, de forma similar al mapa cartográfico, el hipocampo rastrea cómo se representan las personas en términos, por ejemplo, de la interacción entre el poder y la filiación, mientras que la corteza cingular posterior rastrea una medida de lo social.

¿Cómo descubrió el equipo de Rita M. Tavares la forma en que el cerebro mapea las relaciones sociales? Haciendo un experimento que midieron con la neuroimagen funcional (fMRI): «Probamos estas hipótesis utilizando un juego de rol con los participantes en el escáner fMRI. Les dijimos que jugarían a un juego social en el que se mudarían a una nueva ciudad y que su objetivo era encontrar un trabajo y un lugar para vivir conociendo a la gente del lugar. Durante el juego, a los participantes se les mostraron diapositivas de personajes de dibujos que se expresaban a través de palabras escritas junto a ellos. Las diapositivas incluían imágenes y textos de los personajes, pero carecían de indicaciones visuales de cualquier contexto espacial. Cada personaje tenía características únicas que indicaban una posición social potencial. Un personaje, por ejemplo, era un viejo amigo de la escuela secundaria, mientras que otro era dueño de una empresa en la que los participantes podían encontrar trabajo. Los jugadores respondieron a cada diapositiva de interacción social presionando una tecla en un cuadro que seleccionaba una de las dos respuestas posibles que darle al personaje.

Al igual que en los juegos de elige tu propia aventura, nuestros participantes siguieron la misma línea de la historia, pero sus elecciones dieron forma a la narrativa. El resultado de cada interacción social reflejó cambios en la relación de poder o de filiación entre el participante y el personaje. Por ejemplo, el poder del participante sobre un personaje se señalaba al decidir si cumplía o no con la demanda del personaje, y la filiación con un personaje se señalaba al participar o no en una conversación personal. El tipo de interacción social (poder o filiación) y el valor de cada elección se validaron por separado. Las elecciones de los participantes se basaron en las preferencias personales, representando una dinámica social para cada personaje, una serie de cambios en el poder y la filiación representados como una trayectoria a través de un espacio social. La ubicación final de un personaje representaba el resultado de todas las interacciones, un mapa individual del movimiento de cada personaje a través del espacio social único de cada participante. (...) Encontramos que este modelo geométrico bidimensional de relaciones sociales, un espacio social enmarcado por el poder y la filiación, predijo la actividad del hipocampo. Además, los participantes que mostraron mejores habilidades sociales apuntaron una mayor actividad del hipocampo, acorde al movimiento a través del espacio social. Los resultados sugieren que el hipocampo es crucial para la cognición social y que, más allá de la ubicación física, el hipocampo calcula un mapa cognitivo más general, inclusivo, abstracto y multidimensional, consistente con su papel en la memoria episódica. Las perspectivas personales sobre el objetivo y el resultado de las interacciones sociales enmarcan los episodios sociales, y recordar estos eventos en contextos apropiados es crucial para orientar las respuestas adaptativas.

Representar las posiciones sociales de uno con respecto a los otros en términos de su poder y filiación ejemplifica un espacio abstracto, un mapa social construido a través de interacciones episódicas. Así como “distancia” y “dirección” describen la similitud y la independencia de las variables en general, se aplican a las relaciones sociales que varían en poder y filiación. “Subir la escalera social”, tener un “círculo social pequeño” y “sentirse cerca de alguien” son metáforas que pueden reflejar cálculos espaciales que sitúan a los individuos en un espacio abstracto».12 Así funciona nuestro cerebro, pero sabemos que tenemos el control y la capacidad de reescribir sobre nuestras experiencias guardadas en la memoria a tiempo real y hacer que esas relaciones cambien y, por tanto, las distancias también varíen con respecto a lo que sería una secuencia automática sin nuestra intervención consciente.

Como verás, es interesante conocer cómo funciona el GPS de nuestro cerebro social para entender que nosotros podemos cambiar las coordenadas y la ubicación de las personas dentro del mismo. Pasar de estar alejado de alguien con quien quizá vivo a estar más próximo y en cambio alejarme (poniendo medios) de la cercanía del corazón que tengo con otra persona, con la que no sería congruente estar. En las relaciones y los afectos con los otros sigo mandando yo.

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578 стр. 147 иллюстраций
ISBN:
9788411140645
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