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Como bien destaca Cordua24, resulta muy decidor el hecho de que la propia Arendt padeciese de los nocivos efectos del fenómeno totalitario en su formato nacionalsocialista, el que la expulsa de su patria, siendo este uno de los motores biográficos que la impulsan a estudiar dicho fenómeno en sus detalles más sugestivos. Decimos uno, y no el único motor, pues la propia Arendt, en la conocida entrevista con Günter Gaus, reconoce que su compromiso con la teoría política estaba circunscrito ya en 1933:

G.G.: ¿Guarda usted memoria de algún suceso determinado, a partir del cual pueda datar su interés por la política?

H.A.: Podría mencionar el 27 de febrero de 1933, fecha del incendio del Reichtag, y las detenciones ilegales que se produjeron esa misma noche. Las denominadas «detenciones preventivas»”. Como usted sabe, estas personas fueron conducidas a sótanos de la Gestapo o a campos de concentración. Lo que sucedió en aquel momento fue monstruoso, aunque hoy a menudo queda ensombrecido por todo lo que vino después. Esto supuso para mí una conmoción inmediata, y a partir de ese momento me sentí responsable. Esto es, dejé de pensar que uno podía limitarse a mirar25.

Por todo esto, Arendt entiende que tanto el régimen del nazismo como el del comunismo soviético constituyen la realización de la nueva sociedad de masas, la que, según explica Cordua, es “representante del antisemitismo radical, fundadora de movimientos imperialistas internacionales, practicante ilegítima de un poder político que gobierna mediante la violencia y el terror, responsable de la ruptura inhumana de la larga historia de la civilización europea”26. Con esto en la mira, Cordua comienza su estricta evaluación en torno a Los orígenes del totalitarismo.

Desde el comienzo de su trabajo, Cordua deja claro que Arendt asume que la Europa cristiana ha sometido reiteradamente a los judíos a tratos vejatorios y a numerosas persecuciones desde siempre. Lo novedoso de este ejercicio es que Arendt no da cuenta de las quejas habituales en torno a los judíos y sus ofensores de siempre, ni tampoco alude a las injusticias de los partidos políticos y gobiernos tradicionales, los que sustituyen un programa anunciado por una propaganda superficial. Para Cordua como lectora de Arendt, resulta imperativo comprender la nueva realidad con nuevos conceptos que den razón de ella. Como plano general de esto, Arendt plantea:

El antisemitismo (no simplemente el odio a los judíos), el imperialismo (no simplemente la conquista) y el totalitarismo (no simplemente la dictadura), uno tras otro, uno más brutalmente que otro, han demostrado que la dignidad humana precisa de una nueva salvaguardia que solo puede ser hallada en un nuevo principio político, en una nueva ley en la Tierra, cuya validez debe alcanzar a toda la humanidad y cuyo poder deberá estar estrictamente limitado, enraizado y controlado por entidades territoriales nuevamente definidas27.

Así es como Arendt, a pesar de conservar el término ‘antisemitismo’, cuando habla de él no se está refiriendo a una forma de antipatía o a alguna modalidad de desprecio hacia un grupo particular de personas, sino más bien, alude a un antisemitismo político radical que se transforma en un programa de Estado. Por esto, para Arendt la destrucción total del pueblo judío se convierte en la tarea a realizar basada en la posible destrucción de otros grupos étnicos y en cómo el ‘poder sin control’ puede ‘elegir’ lo que le conviene eliminar. En este sentido, parece ser que la destrucción de un grupo antecede a la supresión posible de cualquier otro grupo al azar. De esta manera, Carla Cordua destaca en Arendt:

En efecto, el gobierno de Hitler organiza una maquinaria seudocientífica para eliminar a un pueblo completo de la faz de la Tierra; no se trata de deshacerse de la generación actual de los judíos alemanes y europeos. Los judíos todos, los de antes y los de después, son declarados una raza aparte sin derechos; son de otro tipo que el humano, pues bastaba tener un abuelo de tal especie para pertenecer a la raza semita destinada a la eliminación. La perspectiva del Estado totalitario es radicalmente universal, el animalismo anticientífico extremo, un programa criminal ajeno a toda ley o institución histórica conocida. Lo que distingue al antisemitismo en cuanto ingrediente del Estado totalitario no es una enemistad, no es una guerra, no es una rivalidad, no es una medida de precaución para defenderse de un peligro, pues todas estas situaciones, en cuanto humanas, necesitan de una justificación que las autorice y de leyes que gobiernen su tratamiento practico. Que en el medio de la Europa moderna surgiera tal política, que fuera justificada popularmente como programa de Estado es más que un mero síntoma entre otros. Fue algo sin precedentes y bien puede ser considerado, como en efecto hace Arendt, como una catástrofe universal de la existencia humana histórica28.

Sin dudas, Arendt se esfuerza por perfilar la novedad del antisemitismo político en comparación al antisemitismo social, noción corriente de un lenguaje ordinario. Este mismo esfuerzo de distinción lo lleva, bajo un nuevo aire, hacia una nueva estancia: el imperialismo. Desde la lectura de Cordua, Arendt asigna el nombre de ‘Imperialismo europeo’ a los grandes movimientos políticos internacionales propios del nazismo alemán y del comunismo soviético, los cuales fortalecen el antisemitismo político, siendo el otro elemento que da sustento al totalitarismo. En su explicación, Cordua destaca que:

Igual como el antisemitismo no es lo mismo que la eterna persecución europea a los judíos, el imperialismo a que se refiere la autora no coincide con el colonialismo extra europeo que nosotros llamamos «imperialista». Es, más bien, una variante continental que Arendt explica en detalle. El imperialismo antiguo ejercido por Europa persigue la expansión territorial del viejo continente al servicio de intereses económicos; en cambio, más que una empresa económica-territorial, el imperialismo continental de Arendt es una iniciativa local del extremismo político. Nosotros le daríamos este nombre: como ex colonias reservamos las expresiones “imperio”, “imperialismo” para el sufrido por las Américas, y también por Asia y África, a partir del siglo XVI. La expresión de Arendt, en cambio, se refiere exclusivamente al siglo XX europeo. En su caso, el nacionalsocialismo y el comunismo se proponían conquistar Europa primero, y europeizar a la moderna a todo el planeta, luego. Comenzando como partidos políticos nacionales que se extenderían internacionalmente, se muestran en su resultado local como totalitarismos. Arendt dice que en ambos casos se trata de la emancipación política de la burguesía, de sus intereses económicos en primer lugar y de su supremacía racial, luego29.

Con esta caracterización, Cordua resalta en Arendt que estos movimientos políticos van perdiendo su vinculación primera con lo económico, en vistas de una transformación estrictamente política, y, de la misma manera, terminar con el Estado-nación. En este aspecto, el hombre no es interpretado como ciudadano desde la declaración de sus derechos por la Revolución Francesa, sino más bien, desde la nacionalidad interpretada tribalmente en tanto específicamente eslava y germana. Según sus directrices, Cordua ve destacar en Arendt la idea de que tanto Rusia como Alemania se orientan al dominio universal en tanto fuentes originales del comunismo y el nacionalsocialismo, los que, una vez extralimitados más allá de las fronteras del nacionalismo de los derechos humanos, intentan concebirse como razas triunfantes en un proceso de paneslavismo y pan-germanismo. Esta idea es fundamental, pues tan solo después de la Primera Guerra Mundial, el continente estaría preparado para el totalitarismo que se presentará bajo movimientos y gobiernos políticos, sobre todo, considerando que después de esta Guerra, se disuelve la solidaridad entre las naciones europeas y se desintegra la institución política del Estado-nación. Así acontece el totalitarismo.

Cordua destaca que la teoría del totalitarismo en Hannah Arendt es muy compleja. No obstante, su principal talante puede ser abordado desde la distinción entre poder y violencia. Esto se debe principalmente a los procedimientos políticos que el totalitarismo se permitió emplear, procedimientos en que se ve reflejada dicha distinción. Hay un pasaje particularmente decidor de Sobre la revolución en el que Arendt desarrolla con mayor detalle la noción de violencia, distinguiendo así la de poder. Arendt dice:

Allí donde la violencia es señora absoluta, como por ejemplo en los campos de concentración de los regímenes totalitarios, no sólo se callan las leyes […], sino que todo y todos deben guardar silencio. A este silencio se debe que la violencia sea un fenómeno marginal en la esfera de la política, puesto que el hombre, en la medida en que es un ser político, está dotado con el poder de la palabra. Las dos famosas definiciones que dio Aristóteles del hombre (el hombre como ser político y el hombre como ser dotado con palabra) se complementan y ambas aluden a una experiencia idéntica dentro del cuadro de la vida de la polis griega. Lo importante aquí es que la violencia en sí misma no tiene la capacidad de la palabra y no simplemente que la palabra se encuentre inerte frente a la violencia. Debido a esta incapacidad para la palabra, la teoría política tiene muy poco que decir acerca del fenómeno de la violencia y debemos dejar su análisis a los técnicos. En efecto, el pensamiento político solo puede observar las expresiones articuladas de los fenómenos políticos y está limitado a lo que aparece en el dominio de los asuntos humanos, que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo físico, para manifestarse plenamente necesitan de la palabra y de la articulación, esto es, de algo que trascienda la visibilidad simplemente física y la pura audibilidad. Una teoría de la guerra o una teoría de la revolución solo pueden ocuparse, por consiguiente, de la justificación de la violencia, en cuanto esta justificación constituye su limitación política; si, en vez de eso, llega a formular una glorificación o justificación de la violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica.

En la medida en que la violencia desempeña un papel importante en las guerras y revoluciones, ambos fenómenos se producen al margen de la esfera política en sentido estricto, pese a la enorme importancia que han tenido en la historia30.

La interpretación de Cordua sobre el poder en Arendt resalta que:

El poder es una habilidad humana que hace posible y exitosa la acción. Nunca el poder es propiedad de uno solo; es una capacidad que le pertenece al grupo y dura mientras el grupo se mantiene junto y actúa según planes discutidos y concertados por todos o, al menos, por la mayoría31.

Para llevar a cabo esta descripción, Cordua alude a que el ejercicio de la política está íntimamente ligada al lenguaje, medio a través del cual los ciudadanos pueden entenderse, expresar sus convicciones, proponiendo y discutiendo en torno a lo que harán. Por lo tanto, la base del ejercicio político arendtiano radica en el discurso como medio de entendimiento mutuo. En este sentido, la prohibición de la palabra implica privar a la co-existencia de los seres humanos la condición política por excelencia. En este marco aparece la noción de violencia. En la lectura de Cordua, Arendt precisa que la violencia, a diferencia del poder:

Es un medio necesitado de implementos para operar efectos; ella puede ser un instrumento del poder que, tal como otros medios, depende de quien se vale de ellos y guía su uso. La violencia siempre necesita de una justificación, y si no la consigue cae fuera de la esfera de lo legítimamente político32.

En este punto del análisis, Cordua recuerda una relación desarrollada largamente por Arendt en sus textos: la de la guerra y la revolución basadas en la violencia33. En opinión de la profesora chilena, el totalitarismo también pertenecería a esta relación por su violencia, aun cuando el gobierno totalitario, la guerra, incluso la revolución, no están completamente determinados por la violencia, pues cuentan con otros ingredientes a su haber que exceden a esta. Esta es la razón de que Cordua recuerde una referencia ineludible de Arendt para su estudio: “nunca ha existido un Gobierno exclusivamente basado en los medios de la violencia. Incluso el dirigente totalitario, cuyo principal instrumento de dominio es la tortura, necesita un poder básico”34. Pero, finalmente, ¿qué representa el Estado totalitario? En su respuesta, Cordua desarrolla la mirada de Arendt de manera ejemplar. Dice la profesora:

Para representar al Estado totalitario conviene prestar atención a los campos de concentración inventados por el poder totalitario como instrumentos para ejercer la violencia sin límites y sin estorbos sobre los allí detenidos: los campos son espacios cerrados y controlados en los que puede reinar una violencia sin límites y sin mezcla de ingredientes de otras clases. Queda prohibido hablar, pedir, protestar, discutir, quejarse, hacer acuerdos y actuar concertadamente. Queda prohibida, en suma, la acción política como tal. Allí donde ha desaparecido la política, la violencia se impone absolutamente y no deja nada fuera de sí, reduce todo y a todos al silencio y a la sumisión. Esta situación extrema, una exclusividad del siglo XX, es a la vez un símbolo y un instrumento al servicio de lo que Arendt designa como Estado totalitario. El campo de concentración revela, en cuanto medio de Estado, el carácter de quien se sirve de él. ¿En qué consiste prácticamente la violencia ilimitada? Ya lo vimos: impone el silencio y la sumisión totales de sus prisioneros35.

En el marco de la interrupción de la historia, el Estado totalitario carga con su propia paradoja: siendo absolutamente ‘poderoso’, es carente de legitimidad por la sencilla razón de que su establecimiento no está basado en el acuerdo de aquellos que quedan sometidos a él. Aquí entra en juego la distinción propia de Arendt que Cordua pone en primera fila, respecto de la legitimidad o justificación del poder y la violencia. En la medida que un grupo actúe habiendo acordado verbalmente la acción a realizar nace el poder que precede a los fines por efectuar, por lo que no es un medio al servicio de fines, sino más bien, es aquello que faculta a un grupo para actuar.

Al poder lo único que le hace falta es la legitimidad, que se deja decir y que, por eso mismo, no precisa de una justificación ulterior; en cambio a la violencia siempre se le ha de pedir una justificación. Si se la practica en la medida en que acalla y somete absolutamente queda fuera del campo político e histórico36.

Así dice Carla Cordua sobre la distinción arendtiana. Esta distinción guarda su sugestiva fuerza en su propia posibilidad. Por esto, es importante tener presente la imagen que nos regala Arendt: “la violencia puede siempre destruir el poder; del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder”37.

4. Propaganda totalitaria

Justamente la red conceptual en la que se enmarca la teoría del totalitarismo en Arendt (acontecimiento, líderes, gobierno, política, leyes, terror, ideología, dominación total, campos de concentración etc.), a la que solo nos hemos aproximado grosso modo, conduce ineludiblemente a la noción de propaganda. La profesora Cordua, ya en un texto de más de diez años de su publicación, aborda esta problemática, teniendo en mente precisamente lo antes expuesto. Dicho texto, pronunciado en el marco del simposio internacional Hannah Arendt: sobrevivir al totalitarismo, realizado el 2006 en Santiago de Chile, organizado por el Goethe-Institut, y publicado dos años después, da cuenta de la preocupación de Cordua por este tema, valioso para la filosofía y teoría política universal, y principalmente relevante en la obra política de la pensadora judeo-alemana. Al margen de su interés en torno a la tradición del pensamiento político (compartido con Arendt38), la profesora chilena tiene en mente un propósito actual: intentar revisar “los asomos de propaganda totalitaria que se pueden detectar en la red de comunicaciones actuales”39. En este trabajo, mucho más específico y crítico de Cordua sobre la problemática tratada desde Arendt, emergen sutilezas intelectuales que en su trabajo posterior cuesta encontrar, las que vale la pena explicitar en este contexto. Cordua comenta que “Arendt tiende a minimizar, como siempre que se ocupa del totalitarismo, las posibles similitudes entre este género de política y otros aparentemente comparables”40, y agrega, “también en el caso de la propaganda, que forma parte central del programa y el ejercicio del poder totalitarios, se trata para ella de un fenómeno peculiar que hay que mantener separado de cosas como la publicidad comercial o la propaganda electoral en las democracias”41. Así es como Cordua plantea la pregunta sobre las formas actuales de propaganda política que pueden ser comprendidas a partir de los análisis arendtianos basados en las funciones de la propaganda totalitaria.

Para llevar a cabo este desarrollo, Cordua parte de las premisas que caracterizan la propaganda totalitaria en Los orígenes del totalitarismo de Arendt, poniendo el énfasis en dos direcciones exploradas y bien diferenciadas. Primero, a) la propaganda totalitaria se dirige exclusivamente a las masas (no a las élites ni a las turbas), teniendo que cambiar a menudo su estrategia por la inestabilidad de las mismas. De hecho, destacará un perfil específico según el movimiento político totalitario que la enuncie, el cual aún intenta establecerse en el poder, o bien la difunda el gobierno total, establecido ya o durante su ejercicio. Además, b) la propaganda adquiere ribetes diferentes en la medida en que esté orientada al consumo de militantes de los movimientos totalitarios o a toda la ciudadanía. Incluso, c) hay una tercera variante que depende del grado de dominio que aquellos que realizan la propaganda tienen sobre sus receptores, variaciones específicas que suelen faltarle a la propaganda comercial según Cordua. Segundo, existe una estrecha relación que es decisiva entre la propaganda totalitaria y el miedo y el terror, relación poco frecuente en la propaganda comercial o publicitaria. Cordua desde Arendt42, destaca cinco ejemplos actuales sobre esta relación que pasaremos a describir sucintamente a continuación para terminar, posteriormente, con algunas conclusiones:

1) ‘La propaganda que aprovecha el modo racial de pensar’. Para Cordua, un grupo resulta fácil de movilizar propagandísticamente con el fin de que adopte conductas racistas, desde el pensar en términos raciales, entendido como hábito. Incluso, bajo este modo de pensar, es posible movilizarlos a que adopten medidas discriminatorias contra miembros de un grupo definido solo por su raza. Cordua se apoya en palabras de Arendt: “los nazis estaban seguros de que su mejor «propaganda» sería su misma política racial, de la que, pese a la ruptura de muchos otros compromisos y promesas, jamás se desviaron por oportunismo. El racismo no era ni un arma nueva ni un arma secreta, aunque jamás se había utilizado antes con tan cabal coherencia”43.

2) ‘Noticias que difunden la posibilidad de que el Estado espíe a los individuos’. Cordua destaca que la autoridad pública puede insertar de manera muy eficiente mecanismos de control en los ciudadanos y observarlos atentamente en su propia intimidad “mucho más allá de lo tolerable” (una verdadera implementación del modelo anunciado por Orwell del Big Brother). No obstante, lo que no hay que olvidar es que “la difusión de la noticia de que tales modos de espionaje y de control son posibles atemoriza a los individuos y los induce a practicar formas de autocontrol y autocensura restrictivas de su libertad”44.

3) ‘Profecías que propagan un supuesto conocimiento del futuro’. Una consecuencia de la popularización de la tecnología, de su planificación y cientificismo obstinado, ha sido la generalizada creencia de que los medios modernos nos entregan un conocimiento actual del futuro, superstición mezclada generalmente con las profecías propias de la ingeniería social. Desde dicha superstición nace la propaganda asociada a la toma de decisiones políticas. Su argumentación es simple y vacía: aluden a un conocimiento del futuro para dejar fuera opciones políticas que no son de su interés, pudiendo evadir la peligrosidad del futuro, considerando, por supuesto, el sinsentido de que ‘podrían conocer el futuro inevitable’.

4) ‘Propaganda que amenaza con el uso de una fuerza superior’. Considerando países como Inglaterra y EE.UU., y en el marco de conflictos como la guerra y ‘el terrorismo’, Cordua plantea que las guerras solo se declaran a alguien que responde a la declaración expresando que efectivamente ‘están en guerra’. A propósito de esto, señala: “la relación entre naciones, por odiosa que sea, deja de ser bélica si falta el acuerdo de ambos de luchar entre sí. Cuando a una nación poderosa le incomoda que otra de menos poder desobedezca sus órdenes, no existe todavía por eso una situación propiamente bélica. De manera que la «guerra contra el terror» no es una guerra, sino tal vez el intento de ciertas naciones de establecer un totalitarismo internacional autodesignándose líderes incuestionables del mundo”45.

5) “Supresión de toda propaganda en los campos de prisioneros o en situaciones en las que el poder dominante ha suprimido cabalmente las posibilidades de resistencia o de rebeldía”46. Para Cordua, Arendt pone en el tapete un elemento característico de la propaganda totalitaria: esta es suprimida en los campos de concentración. No hay necesidad de amenazar o convencer sobre algún asunto a los prisioneros, pues allí reina el terror de los ocupantes de manera permanente y sin límites. Quedaron sin posibilidad de ninguna iniciativa. Cordua lo expresa descarnadamente: los prisioneros son un “pedazo de humanidad que cayó bajo esta peculiar versión de su poder [el totalitario]”47.

5. Conclusiones

En vistas del tratamiento anterior, podemos establecer algunas conclusiones relativas al tema. En primer lugar, la libertad es entendida como el principio político que entrega la capacidad de hablar y actuar, teniendo a su vez una existencia limitada espacialmente. En segundo lugar, Arendt ve en la sociedad de masas un antecedente peligroso del Estado totalitario, sociedad en la que se anulan las diferencias y los individuos se ven nivelados en un grupo de iguales, apostando por la uniformidad social, lo que en esencia, es un peligro para la pluralidad, condición sine qua non del ejercicio político. En tercer lugar, el modo de aproximación de Cordua en torno a Los orígenes del totalitarismo es adecuado, aunque bastante esquemático. Su fijación en la distinción entre poder y violencia resulta esclarecedora de los regímenes totalitarios, aun cuando pudiera perder profundidad en su análisis de otros aspectos del totalitarismo tomando esta opción. Al distinguir entre poder y violencia, resalta uno de los grandes aportes de Arendt a la teoría política contemporánea: el poder se vincula a la acción y la palabra, a la política, a los asuntos humanos; en él preceden los fines por efectuar, siendo aquello que faculta a un grupo para actuar y necesita legitimidad a la que apela en el pasado; la violencia, en cambio, se vincula al silencio, a la antipolítica, a los análisis técnicos; es un medio al servicio de fines y busca justificación en el futuro. En cuarto lugar, es interesante cómo Cordua destaca el papel de la propaganda totalitaria desde Arendt, haciendo hincapié en cinco puntos concéntricos, muy sugerentes para nuestra actualidad: la propaganda aprovecha el modo racial de pensar, opera con noticias en las que se visualiza la posibilidad del Estado como espía, instala la idea de profecías que asumen un conocimiento del futuro, propagan la amenaza en torno al uso de una fuerza superior, y sugiere la ausencia de propaganda en el caso extremo de los campos de concentración. Con todo, creemos que la voluntad de comprender que une a Cordua y Arendt se expresa por doquier. En muchos de los aspectos revisados aquí se deja ver que sus similitudes son particularmente fecundas: mujeres, profesoras, investigadoras, escritoras, filósofas, referentes de opinión, etc. Todo esto se vuelve manifiesto cada vez que volvemos a las palabras de Arendt, las cuales Cordua siempre hace suyas en el ejercicio reflexivo del pensar filosófico y político: “lo esencial es para mí la necesidad de comprender […] lo que quiero es comprender”48. De una u otra manera, ambas constituyen un espacio de comprensión; de una u otra manera, nos orientan en un mundo donde el extravío de la razón parece apoderarse de nuestra situación política; de una u otra manera, nos invitan a exponernos a la luz de la esfera pública y a participar activamente en ella.

Bibliografía

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____, “«Hannah Arendt» por Carla Cordua”, en Artes y Letras de El Mercurio, domingo 26 de marzo de 2006, http://www.letras.mysite.com/cc210506.htm, consultado el 10 de marzo 2019.

____, “Carla Cordua, filósofa: «El progresismo tiene ese defecto: cree que la actualidad es superior al pasado»”, en La Tercera, sábado 19 de noviembre de 2016, https://www.latercera.com/noticia/carla-cordua-filosofa-progresismoese-defecto-cree-la-actualidad-superior-al-pasado/, consultado el 10 de marzo 2019.

____, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”, en M. Vatter/H. Nitschack (eds.), Hannah Arendt: sobrevivir al totalitarismo, Lom, Santiago de Chile 2008, pp. 37-42.

____, “Hannah Arendt, Sobre el totalitarismo”, Estudios Públicos. Revista de Políticas Públicas, N° 145 (2017) 175-190.

____, Descifrando la ocasión. Prosas breves, Catalina, Santiago de Chile 2017, 160.

1 C. CORDUA, “Carla Cordua, filósofa: «El progresismo tiene ese defecto: cree que la actua-lidad es superior al pasado»”, en La Tercera, sábado 19 de noviembre de 2016, https://www.latercera.com/noticia/carla-cordua-filosofa-progresismo-ese-defecto-cree-la-actualidad-superior-al-pasado/, consultado el 10 de marzo 2019.2

2 C. CORDUA, “«Hannah Arendt» por Carla Cordua”, en Artes y Letras de El Mercurio, domingo 26 de marzo de 2006, http: //www.letras.mysite.com/cc210506.htm, consultado el 10 de marzo 2019. Cf. C. CORDUA, Descifrando la ocasión. Prosas breves, Catalina, Santiago de Chile 2017, sección “Hannah Arendt”.

3 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”, en M. Vatter/H. Nitschack (eds.), Hannah Arendt: sobrevivir al totalitarismo, Lom, Santiago de Chile 2008, 37-42.

4 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”, Estudios Públicos. Revista de Políticas Públicas, N° 145 (2017), 175-190.

5 C. CORDUA, “Tratando con el pasado”, en M. Cruz Rodríguez y D. Brauer (coords.), La comprensión del pasado: escritos sobre filosofía de la historia, Herder, Madrid 2005, 77-89. Cf. H. ARENDT, Hombres en tiempo de oscuridad, Gedisa, Barcelona 2008, 200.

6 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 188-189.

7 H. ARENDT, Sobre la Revolución, Alianza, Madrid 2016, 197.

8 H. ARENDT, Sobre la Revolución…, 456-457.

9 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo…, 177.

10 H. ARENDT, La condición humana. Paidós, Barcelona 2013, 42.

11 H. ARENDT, La condición humana…, 45.

12 H. ARENDT, La condición humana…, 48.

13 H. ARENDT, La condición humana…, 57.

14 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 178.

15 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 185.

16 H. ARENDT, La condición humana…, 38-39.

17 H. ARENDT, Responsabilidad y juicio, Paidós, Barcelona 2015, 197.

18 H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, Alianza, Madrid 2011, 438-439.

19 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 186.

20 H. ARENDT, La condición humana…, 52.

21 H. ARENDT, La condición humana…, 22.

22 Biblia de Jerusalén, Desclée De Brouwer, Bilbao 2009, Génesis 1, 27; Mateo 19, 4; I Corintios 11, 8-12.

23 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 179.

24 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 179.

25 H. ARENDT, Lo que quiero es comprender. Sobre mi vida y mi obra. Trotta, Madrid 2010, 45-46.

26 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 179.

27 H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo…, 27.

28 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 180-181.

29 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 181.

30 H. ARENDT, Sobre la Revolución…, 26-27.

31 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 182.

32 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 182-183.

33 H. ARENDT, Sobre la Revolución…, 25.

34 H. ARENDT, Crisis de la República, Trotta, Madrid 2015, 113.

35 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 183.

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