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SCHÖNEN GUTEN TAG. HIER IST JÜRGEN KLOPP
Dortmund 2008–2010

Por raro que parezca, en alemán no hay una frase hecha que describa que para vender un producto uno tiene que vender la idea o sus ventajas, no sus características. Pero ese es el viejo truco de marketing que el Borussia empleó en junio del 2008, un mes después de que Jürgen Klopp firmara como entrenador. Seis semanas antes de que echara a rodar el balón, desplegaron enormes pósteres con la cara de Jürgen Klopp junto a la B1 Schnellstraße, que pasa junto al Signal Iduna Park y atraviesa los mucho más refinados barrios del sur. Su cara era el mensaje, una promesa: el nuevo hombre a los mandos transformaría el «coche cama del fútbol» (Tagesspiegel) que se había visto durante las últimas temporadas, en un estruendoso tren exprés.

«En Dortmund no eran tontos», dice Josef Schneck, el que fuera jefe de prensa del equipo, mientras bebe un vaso de agua mineral en un hotel a unos pocos pasos del estadio del BVB. «Utilizaron su imagen para darle un empujón a la venta de abonos. Y las ventas se dispararon. La gente acampó toda la noche frente a las oficinas del club». Freddie Röckenhaus, del Süddeutsche Zeitung, uno de los dos periodistas que sacó a la luz la cota de desmadre que alcanzaron la deuda y el despilfarro financiero de principios de la década, compara aquellos carteles con los de los candidatos a las elecciones. «Esos carteles podrían haber dicho: ‘‘Vota a Merkel’’. Pero decían: ‘‘¡Vota a Klopp!’’. Y eso fue lo que hizo la gente». El Dortmund tuvo que parar la venta de abonos al llegar a los 49 300 para asegurarse que quedaban disponibles unos pocos miles de entradas para sus empleados y los aficionados de otros clubes.

Desde el comienzo, Klopp se mostró siempre dispuesto a hablar con cualquiera, cuenta Schneck. «Quiso reunirse con representantes de los grupos ultras y de las peñas del club para hacer que se involucraran». Jan-Henrik Gruszecki, uno de los miembros fundadores de The Unity, el grupo ultra del BVB, recuerda que, al principio, le defraudó mucho el entrenador elegido por el club. «Pensamos: Mainz, el club del ‘‘La La’’, siempre con su buen humor… no molaba. Además, Klopp había sido una de las caras del Mundial de 2006; tampoco molaba. ¿Y qué había hecho como entrenador? No mucho. Nos preocupaba que no fuera capaz de frenar la caída. El juego que se veía era un aburrimiento. No había dinero. Aki Watzke tenía que aceptar cualquier oferta por encima de los 500 000 euros. Íbamos directos a convertirnos en una medianía como club, uno de los de mitad de tabla. Pero Klopp… No creo que jamás me haya impresionado nadie tanto en la vida. Le enseñamos a jugar a ‘‘Schocken’’, un juego de dados, y él nos habló. Quedó claro como el agua que tanto Klopp como Ulla, su mujer, que lo acompañaba, estaban comprometidos al cien por cien con el Borussia. Querían saberlo todo sobre el club y su gente. Nos dijo que tenía muchísimas ganas de empezar, y que nosotros tendríamos un peso muy importante como jugador número doce, que teníamos que alimentar ese sentimiento de ‘‘nosotros’’. Desde ese mismo momento, nos tuvo en el bolsillo. Ningún entrenador había hecho nunca nada así».

Schneck: «Cuando alguien de marketing le dijo a Klopp que unos clientes corporativos habían renunciado a sus asientos VIP, este dijo que los telefonearía para intentar hacerles cambiar de opinión. Fue a la oficina, levantó el auricular y dijo: ‘‘Schönen guten Tag, hier ist Jürgen Klopp. Soy el nuevo entrenador del Borussia Dortmund. Me han dicho que quiere renunciar a sus abonos. ¿No cree que sería mejor pensarlo un poco antes?’’. Algunos de ellos se quedaron tan anonadados que dijeron: ‘‘De acuerdo, lo reconsideraremos’’. Los hizo recular. ¿Puede imaginarse a ningún otro entrenador haciendo algo así? Pero así es Jürgen. Es capaz de robarle el corazón a cualquiera».

«En Dortmund ya habíamos tenido, anteriormente, otros entrenadores de éxito que también eran unos maestros a la hora de tratar con la gente», dice Fritz Lünschermann, un hombre risueño y con gafas que, a sus sesenta años tiene toda la pinta de un oso, y que trabaja en el club desde 1988; en la actualidad se ocupa de las necesidades organizativas de la primera plantilla como «mánager del equipo». «Ottmar Hitzfeld, Matthias Sammer. Pero nadie como Jürgen Klopp. Tenía a todos los miembros del equipo comiendo de su mano, porque los trataba con seriedad y valoraba su esfuerzo. Jürgen le preguntaba a la gente por cómo estaba, si tenía algún problema y ese tipo de cosas. Recuerdo que por entonces me gustaba vestir camisas muy coloridas. Jürgen se me acercó y me dijo: ‘‘Oye, escucha, ¿es que siempre llevas esas camisas tan estampadas?’’. Y yo le contesté: ‘‘Buscaré en el armario a ver si tengo otra cosa’’. Y tiré a la basura todas mis camisas estampadas. Seguí su consejo. Era imposible enfadarte con él».

Dejando a un lado su trabajo como estilista personal freelance, Klopp aprovechó el parón veraniego para bucear en las tradiciones y el patrimonio del club. Lünschermann, («una enciclopedia con patas» según Schneck), le explicó la importancia de los «Drei Alfredos», el trío atacante compuesto por Alfred «Ady» Preißler, Alfred Kelbassa y Alfred Niepieklo, que lograron varios campeonatos consecutivos a mediados de los cincuenta. Klopp y él hicieron buenas migas de inmediato, cuenta Lünschermann. «Es un tipo que siempre intenta pasárselo bien, y yo también suelo tener una buena disposición a la hora de divertirme. Tenía que coordinar con él el planning para la temporada, pero, en aquellas primeras semanas, también había otros asuntos que atender. Cada año, nuestro consejo de sabios, formado por antiguos jugadores y empleados de toda la vida, celebraban su fiesta del verano. Le dije a Jürgen: ‘‘Estaría bien que te pasaras’’. Se reunieron en un restaurante en Wickede y, de inmediato, se enamoraron de Jürgen. Se sentó con todo el mundo y habló con todos aquellos señores mayores y sus esposas, que no tenían ni idea de fútbol. Hizo que se sintieran apreciados y se tomó sus temores muy en serio. Se quedó mucho más de lo que en un primer momento tenía pensado, unas cuantas horas, y dejó en todos ellos una impresión inextinguible. Todavía hoy dicen: ‘‘No hay nadie como Jürgen’’». Schneck añade que algunos jugadores legendarios como Aki Schmidt y Hoppy Kurrat estaban encantados con Klopp. «Para otros entrenadores, acudir a estos actos era como acudir al dentista. Por su parte, Jürgen era consciente de que, sin ellos, el club no estaría donde estaba. Su interés era sincero. Le daba mucha importancia a la historia».

Incluso cuando perdía, y sufrió grandes derrotas, Klopp lograba ganarse al club. Tres años más tarde, en un día del personal, los empleados fueron divididos y mezclados en grupos para competir en una serie de juegos físicos y de preguntas. Schneck: «Me tocó en el equipo con Jürgen, uno de los encargados del campo y una mujer del departamento financiero. Había que correr llevando un huevo en una cuchara, había que chutar y meter el balón por un agujero… ese tipo de cosas. Y también se hacían preguntas sobre la historia del Dortmund. Estábamos seguros de que íbamos los primeros, pero en realidad íbamos los últimos. ¡Y aun así el resto seguía animándonos! Como perdedores, tuvimos que limpiar el autobús del equipo. Con Jürgen se podían hacer ese tipo de cosas. Siempre estaba ahí, a tu alcance. Pensabas: es el tío perfecto».

La arrolladora personalidad de Klopp, recuerda, traspasaba los muros entre el trabajo y la vida privada. «Un día, le dije de pasada que mi madre estaba a punto de cumplir los noventa años de edad, y que todavía tenía la cabeza muy bien. Klopp contestó: ‘‘¿Podría ir a felicitarla?’’. Por supuesto, ‘‘aquello sería todo un sueño’’, pero no le tomé en serio. No volví a decirle nada al respecto. Pero unas pocas semanas más tarde me preguntó ‘‘Oye, ¿no era el cumpleaños de tu madre por estas fechas? Por favor, dime dónde vive y le haré una visita’’. Y se presentó en la puerta. Trajeron café y tarta y ninguno de los invitados a la fiesta podía creerse que Klopp estuviera ahí sentado, charlando con mi madre. Pero para él era la cosa más natural del mundo».

La pretemporada dio comienzo con una concentración en Donaueschingen, en la Selva Negra, haciendo un descenso por el río en canoa. «Fue la primera cosa que hicimos, juntarnos y divertirnos un rato», cuenta el defensa del Dortmund Neven Subotić. «Kloppo es el típico que se inclina hacia tu canoa y te la vuelca. Ahí es cuando comienza la diversión. Ya sabe: vaya, parece que esto no va de demostrar quién es el jefe ni de hacer una carrera de verdad. No creo que Klopp piense: ‘‘¿Cómo puedo hacer una gracia?’’. Son cosas que le salen de manera natural».

«Jürgen es un animador nato. Nada más llegar a Donaueschingen ya demostró su presencia, su aura», cuenta Watzke. «Consiguió poner de su lado al equipo de inmediato». Claro que tampoco tenían otra opción. «Sabía lo que quería; solo contempla una manera de hacer las cosas», dice Subotić. «Básicamente, su estrategia era matar físicamente a los rivales. Y eso no es algo que le guste a todo el mundo. Algunos pensaron: ‘‘A mí me vale con jugar. Tú dame el balón’’. Sobre todo, algunos de los jugadores más veteranos y experimentados, ellos tenían su propio punto de vista. Y creo que lograr ponerlos de su lado para practicar este tipo de juego fue todo un desafío que superó de manera magistral. Era una situación nueva para él, porque en el Mainz siempre tuvo un equipo que estaba conformado para desarrollar ese tipo de juego. Pero en el Dortmund tuvo que separar a los que estaban con él de los que no».

Durante la concentración, Klopp nombró capitán a Sebastian Kehl, quien por entonces tenía veintiocho años. Kehl señala que lograr que los jugadores quisieran correr no fue más que la mitad del trabajo de la pretemporada. El nuevo sistema, una ruptura radical con el tipo de juego metódico y basado en la posesión que había desarrollado el equipo con Doll y Van Marwijk, no solo exigía correr más, sino también una nueva forma de pensar el fútbol.

«Klopp no cejó en su empeño sin descanso hasta que implantó en nuestras cabezas su filosofía», dice Kehl. «Recuerdo que me telefoneó durante las vacaciones para tener una larga charla sobre sus ideas y conceptos. Nos adentrábamos en un camino totalmente inexplorado». Algunos equipos más pequeños de la Bundesliga ya habían desarrollado un estilo de juego así de extremo, sobre todo el Mainz de Klopp. Pero el consenso tácito era que los equipos buenos, los que atesoraban una mayor calidad, no necesitaban trabajar ni pensar tan duro. «La estrategia es para los que no saben jugar», había proclamado de manera memorable un par de años antes Felix Magath, antiguo entrenador del VfB Stuttgart y el FC Bayern.

El tipo de presión y Gegenpressing que proponía Klopp precisaba tanto de un fuerte apuntalamiento teórico como de una actitud que no dejase resquicio alguno al egoísmo. Los cimientos del primer muro se lograron gracias a «muchas, muchísimas sesiones de vídeo» (Kehl). Algunos de los clips mostraban otras ligas y clubes, entre los que estaba el Barcelona; pero el análisis siempre se centraba en los partidos del Dortmund. Klopp dibujaba flechas en la pantalla, señalando el lugar en el que los jugadores deberían estar o al que debían moverse, para sobrecargar la zona cercana al balón. Kehl: «Combinado con un intensísimo trabajo en el campo de entrenamiento, con montones de paradas, correcciones y movimientos de un lado a otro. Los vídeos son una gran herramienta, pero luego tienes que experimentar sobre el campo. Has de saber discriminar cuál es el momento adecuado, comenzar a entender el juego de una manera nueva y diferente. Tienes que realizar el balance entre ataque y defensa mucho más rápido, tienes que adaptarte a un impulso diferente. Y ese tipo de cosas no ocurren de la noche a la mañana».

Centrocampista de contención, Kehl estaba acostumbrado a proteger la defensa y distribuir el balón, tranquilamente, a los jugadores que tenía por delante en el campo. En la práctica, ejercía de badén humano. Pero Klopp prefería las Autobahn, el fútbol entendido como autopista. La manera de jugar de Kehl tuvo que mutar mucho más que la del resto, para ajustarse a los acelerones que se daban a su alrededor. En lugar de regresar inmediatamente a su propio campo en el mismo instante en el que el Borussia perdía el balón a partir del medio campo, Klopp le pedía a él y a sus compañeros que flotasen campo arriba, en un intento de volver a hacerse con el esférico lo antes posible. «Otros entrenadores pensaban: ‘‘Que se queden con el balón en su propio campo. Ya iremos a por ellos cuando se acerquen’’», dice Kehl. «Las instrucciones de Jürgen eran las de presionar y venirse arriba al unísono cuando perdíamos el balón en campo contrario, o si jugaban de espaldas a nosotros. También tendíamos trampas en diferentes partes del terreno, al no ir a por el balón de manera directa, asegurándonos así de que los rivales jugaban el balón en el área del campo que nosotros queríamos; por ejemplo, por las bandas, donde les podíamos doblegar. Ese era el plan durante los partidos, junto con una firme determinación de correr y aguantar el dolor. ‘‘Por muy estúpido que parezca’’; ese era uno de sus lemas. Si el primer hombre fallaba en su presión, el siguiente tenía que estar preparado para apoyarle. Eso te obligaba a correr como un salvaje [en dirección al balón]. ‘‘Salvaje’’ era una de las palabras que Klopp utilizaba. Quería que el juego se volviera salvaje, plantearle problemas al adversario y ponerlo en situaciones comprometidas. En la Bundesliga, la mayoría de jugadores estaba acostumbrado a controlar tranquilamente el balón y después esperar a que se le ocurriera algo. Con tiempo y espacios todos los jugadores son buenos, pero si les muerdes los tobillos en cuanto reciben el balón, incluso los mejores comienzan a pasar dificultades. Si les doblas e incluso triplicas en número, les resulta todavía más complicado».

Subotić estaba familiarizado con los ejercicios gracias a las dos temporadas que había pasado con Klopp en el Mainz; pero, en el Dortmund, el entrenador tuvo que regresar al comienzo. «La plantilla era mucho mejor, pero el sistema era completamente nuevo para ellos. Tuvimos que realizar muchas sesiones de entrenamiento que no resultaron, para nada, divertidas. Klopp explicando cosas mientras lo rodean veinte tíos, en pie, o corriendo de manera táctica y sincronizada. Nada divertido. Pero muy importante. Con el tiempo, Zeljko [Buvac] se fue involucrando más y más. Fuera del campo de entrenamiento es muy callado —nadie le pregunta al asistente, ¿verdad?— pero acabó entablando una gran relación con los jugadores. También jugaba al fútbol con nosotros. Eso le hizo granjearse un gran respeto. Los jugadores se quedaban sorprendidos: «¡vaya, si sabe jugar!».

Lo mismo pudo decirse pronto de la nueva dupla defensiva del BVB formada por Subotić y el jugador cedido por el Bayern de Múnich Mats Hummels, ambos de diecinueve años. Apodados por Bild como Kinderriegel —algo que se traduciría como bloqueo infantil—, la dupla de adolescentes novatos (en la Bundesliga) se vio favorecida frente al mucho más experimentado internacional croata Robert Kovač, para sorpresa de muchos expertos. La línea defensiva del BVB bajó todavía más su media de edad cuando el lateral izquierdo y favorito de la afición, Dédé, se rompió el ligamento cruzado en el primer partido de la temporada, una victoria por 3-2 contra el Bayer 04 Leverkusen. Klopp le había dicho a un amigo, apenas dos semanas antes, que el brasileño era «el mejor futbolista con el que haya trabajado nunca», y quedó devastado. Por suerte, Marcel Schmelzer, un joven de veintidós años que acababa de subir de las categorías inferiores del BVB, resultó ser un reemplazo más que capaz. «Era una máquina», le contó Klopp a los Fligge & Fligge en Echte Liebe.

«Ninguno de los cuatro centrales del equipo eran titulares indiscutibles al principio, lo que nos vino muy bien a Neven y a mí», dice Hummels, a quien «el otro Jürgen» —Klinsmann, el nuevo entrenador del FC Bayern— había considerado innecesario. «Fuimos capaces de poner en práctica el sistema muy rápidamente, y Jürgen comprobó que nuestras personalidades eran muy adecuadas. Sí, apenas teníamos diecinueve años, pero Klopp confiaba ciegamente en nosotros; puede que fuera porque vio que, debido a nuestros antecedentes, ambos éramos un poco más maduros mentalmente que los típicos chavales de diecinueve años. Hummels había sido una de las grandísimas perlas de la cantera del Bayern durante sus años formativos, mientras que la historia personal de Subotić dejaba patente un aura de determinación y madurez. Hijo de refugiados serbo-bosnios que se mudaron desde la Selva Negra a los EEUU para evitar que los deportaran, se unió al Mainz con tan solo diecisiete años, llegado desde la Universidad de South Florida, en el verano de 2006. (Tanto él como el delantero del FSV, Conor Casey, compartían el mismo agente, Steve Kelly. Kelly fue quien organizó la prueba que el adolescente pasó con éxito).

Como defensa retirado, se podría esperar que el entrenador estuviera siempre encima del joven dúo. Pero Hummels se llevó la agradable sorpresa de que Klopp admitiera, con toda honestidad, sus propias limitaciones. «Nos dijo: ‘‘Jamás he jugado a vuestro nivel, por lo tanto, jamás intentaré haceros pensar que lo sé todo. Pero, eso sí, siempre intentaré ayudar en lo que pueda’’». La obvia falta de experiencia de los cuatro de atrás, añade Hummels, quedó compensada por un esquema que cargaba gran parte de las responsabilidades defensivas cuarenta metros más adelante, sobre los delanteros y los centrocampistas. «Los rivales no podían, casi nunca, jugar el balón sin estar presionados, lo que conducía a continuos balones en largo que carecían de precisión y dirección. Esos pases, ejercidos bajo presión, solían acabar demasiado lejos o fuera, a menudo. Así era mucho más fácil jugar atrás. Era algo nuevo, pero también era enormemente divertido. Éramos tan jóvenes que todavía no habíamos desarrollado nuestras propias rutinas, podíamos entregarnos por completo a ese tipo de juego». Todo se reducía a la cantidad de presión que se podía aplicar «contra el balón», como Klopp les insistiría a sus jugadores una y otra vez. Un misionero en chándal que predicaba el evangelio a los infieles tácticos.

Pero no todos los oídos empatizaron con su dogma. El delantero croata Mladen Petrić, quien la temporada anterior había sido el máximo goleador (trece dianas), seguramente, el jugador de mayor talento del equipo, tuvo dificultades para aceptar el nuevo régimen. El día después del partido contra el Leverkusen fue vendido al Hamburgo SV como parte de un trato por cinco millones de euros que trajo al Signal Iduna Park a uno de los viejos favoritos de Klopp en el Mainz, el egipcio Mohamed Zidan.

La maniobra de Klopp para librarse del extremadamente popular Petrić fue interpretada como una maniobra extremadamente arriesgada, un pulso de poder por parte de un duro entrenador que deseaba imponer su ley. Pero Watzke deja entrever que había firmes motivos financieros y futbolísticos que hacían de esta operación un buen intercambio, desde la perspectiva del club. «Todos estábamos de acuerdo», dice, haciendo una pequeña mueca mientras el saxofonista del hotel hace sonar su instrumento cerca de su sofá. «Jürgen estaba loco por traer a Zidan, aquello fue clave. Y la oferta [del Hamburgo] era buena. Petrić y [Alexander] Frei no terminaban de encajar en la línea delantera». Frei, delantero centro y típico cazador del área, tampoco era el tipo de futbolista del agrado de Klopp, pero en el Borussia eran de la opinión de que se podría combinar mucho mejor con el volátil Zidan a sus espaldas. La dupla de Frei con Petrić, el elegante segundo delantero, no habría producido el nivel de trabajo requerido.

«Nuestra idea era la de desarrollar un fútbol que fuera todo movimiento y Gegenpressing», dice Watzke. «Eran muy buenos jugadores, pero no los adecuados para esta forma de juego». La consecuencia del traspaso fue que nuestro juego, que se basaba en la presión asfixiante, funcionó mucho mejor. «De inmediato se pudo ver que el equipo era mucho más sólido atrás», recuerda Watzke del alentador arranque de temporada, cuyos frutos fueron una victoria en la Supercopa contra el Bayern (2-1), una victoria en la Copa (3-1 contra el RW Essen) y siete puntos en los primeros tres partidos de liga. «Jürgen le dio al equipo estabilidad defensiva y el Gegenpressing, su marca de la casa, algo que casi todo el mundo desarrolla en la actualidad. En aquel momento, desde el mismo arranque de la campaña, se pudo ver que estaba ocurriendo algo. Aunque, si soy sincero, tampoco esperábamos que ese algo fuera tan grande».

Caprichos del destino, el cuarto partido de Klopp con el Dortmund en la Bundesliga resultó el más importante de toda la temporada: el Revierderby en casa contra el odiado vecino, el Schalke 04. Transcurridos sesenta y seis minutos de juego, los Blues —la afición del Dortmund jamás pronuncia el nombre oficial de sus rivales— iban 3 goles por delante. El joven equipo del Borussia parecía completamente fuera de lugar, los jugadores del Schalke campaban a sus anchas por el campo, arrogantes, sabedores de que habían tomado esa fortaleza que es el Signal Iduna Park. Kevin Kuranyi estuvo a punto de transformar el 0-4, con un cabezazo a bocajarro que dio en la cruceta. Klopp estaba horrorizado. «Ulla, mi mujer, que estaba en las gradas, llegó a pensar en hacer las maletas», contaría más tarde el entrenador. Pero, de alguna manera, sucedió lo imposible. Encolerizado ante la arrogancia del S04, Subotić marcó un gol que prendió el estadio en llamas. Tanto el árbitro como los visitantes perdieron todo control sobre lo que estaba pasando, derritiéndose en aquella olla a presión. Saliendo del banquillo, Alex Frei marcó desde fuera del área. En el minuto ochenta y nueve del partido, el árbitro le concedió al Dortmund un penalti más que dudoso. Klopp no era capaz de mirar. Se puso de espaldas para no ver a Frei, quien, con toda la calma, chutó el balón y convirtió el penalty: 3-3. «Seguramente, uno de los mejores derbis de la historia», celebró el Frankfurter Rundschau. «Una gran novela épica de 1000 páginas. Una resurrección». «Si notan un desagradable olor a sudor, soy yo», dijo un exhausto y aliviado Klopp en la sala de prensa. «Ha sido un partido emocionantísimo. He ganado partidos en los que no me he sentido tan bien como ahora». El mejor arranque de campaña del Dortmund en cinco años hizo que toda la ciudad bullese de excitación. «Allá donde íbamos la gente nos levantaba los pulgares, jamás, en mis diez años en el puesto, había visto algo similar», cuenta Schneck. «Si me pregunta cómo consiguió despertar a este gigante dormido, mi respuesta es: con un beso. Y con una actitud que casaba a la perfección con la zona del Ruhr. Así es él. No fue a clases de ningún tipo, no le preguntó a nadie cómo era la gente de por aquí. Se limitó a averiguarlo de manera instintiva. Y se comportó de una forma que le hizo conectar con todos ellos. Los puso en pie. La gente no hacía más que preguntarle: ‘‘¿Está usted seguro de que no tiene ningún antepasado de esta zona? ¿Algún abuelo que trabajara en las minas o en las fábricas de acero?’’. Tenían claro que era uno de ellos. Nadie se creía que viniera de la Selva Negra, que fuera suabo. Tampoco él se veía así. Siempre decía: ‘‘Desde muy temprano, me di cuenta de que tenía que salir de allí. No me imaginaba barriendo el porche para que me viera mi vecino y dijera: Ah, muy bien, está limpiando el porche’’. Jamás tuvo esa actitud tan cerrada por la que los suabos son conocidos. Lo abierto que es. Atiende a todo el mundo. ¡Dios santo!, al principio hacía todo lo que le pedían los hinchas. Si alguien le pedía que se pasara por algún lugar a saludar, él iba. Jamás tuve la sensación de que hiciera todo aquello con algún propósito oculto. Simplemente, es así: le gusta la gente. Creo que una vez le escuché decir: ‘‘Si un entrenador no les coge cariño a sus jugadores, no es un buen entrenador’’».

Mario Basler, el experto del Bild, denominó a Klopp «El Barack Obama blanco». Ambos tenían «una enorme inteligencia y saber hacer», escribió el que fuera centrocampista del Bayern de Múnich, «ambos contagian esperanza, ambos son ídolos. En Dortmund están tan enamorados de él que, el simple gesto de que se quite las gafas en el banquillo para limpiar los cristales de una manera medio competente, hace que la grada sur estalle en una ovación».

Klopp avisó de que no era «ningún mesías, solo un entrenador», y que todavía era demasiado pronto como para pensar que el Dortmund pudiera entrar entre los tres primeros de la tabla: «Si somos capaces de demostrar compromiso y capacidad de lucha durante noventa minutos, puede que algo bueno salga de aquí».

Una derrota en casa por 0-2 contra el Udinese en la primera ronda de la Copa de la UEFA sirvió para confirmar su escepticismo con mayor contundencia de lo que a él le hubiera gustado. (Se habían clasificado para disputar esta competición gracias a alcanzar la final de la Copa, guiados por Thomas Doll, su predecesor). El primer partido europeo del BVB en cinco años dejó de manifiesto la enorme distancia que tenían todavía por recorrer tanto el joven equipo como su entramado táctico, si es que querían competir con la elite. Los italianos, impertérritos a tanto alboroto, superaron con frialdad la presión del Dortmund, castigándolos a la contra. «Jamás he visto a ninguno de mis equipos jugar tan mal, por momentos daba vergüenza», dijo Klopp, sacudiendo disgustado la cabeza. Para colmo de males, el equipo se vio obligado a realizar dos sustituciones antes de tiempo. Hummels y Zidan se lesionaron, aumentando la confusión. La Gazzetta dello Sport escribió con regodeo que «los locales estaban tan desamparados como una ballena varada. Y lo que es peor, aquella manera de perder levantó dudas sobre la política de fichajes del club. «¿Tiene la plantilla que ha confeccionado Michael Zorc [director deportivo] durante los últimos años la calidad suficiente para jugar al más alto nivel?» se preguntaba Süddeutsche.

Una derrota por 4-1 contra el recién ascendido Hoffenheim, el equipo revelación de la temporada en la lucha por el título, no hizo sino acrecentar las dudas. «Fue una paliza», dice Watzke. Los hombres de Ralf Rangnick desarrollaban un juego muy similar al del Dortmund, solo que mucho mejor. «Jugaron un fútbol muy sistemático, tal y como debería jugarse», admitió Klopp. «Tenemos que llegar a ese punto que ellos han alcanzado. Por desgracia, el desempeño táctico no es como montar en bicicleta. Tienes que practicarlo, una y otra vez».

Reprogramar el sistema con el que operaba el equipo necesitaba su tiempo, subraya Subotić. «En un tres contra tres, incluso cinco contra cinco, resulta sencillo. Pero durante un encuentro te vas cansando y acabas diciéndote: ‘‘¿En serio que tengo que seguir presionando?’’». Aun así, te pones a presionar y el contrario hace tranquilamente un pase al hueco, porque tu compañero no ha llegado a la presión y tu esfuerzo no ha servido de nada. No es fácil acostumbrarse a ello. Exige muchísimo, tanto mental como físicamente. Uno está acostumbrado a sumar 105 kilómetros de carrera entre todos los del equipo, como media en cada partido. Pero, de repente, te ves cubriendo 115, mientras que el objetivo es llegar a los 120 o más. Y Klopp era consciente de que aquello no iba a suceder de un día para otro. Sabía que todo el mundo llevaba jugando al fútbol veinte años y que jamás, nadie, les había pedido que trabajasen de acuerdo a un plan como el suyo. Más trabajo, más tiempo; esa era la solución».

Si las primeras semanas tenían cierto aire de Aufbruchsstimmung —el comienzo de un viaje rumbo a un glorioso futuro para los de negro y amarillo—, de repente, en otoño, el Dortmund se veía estancado en una estación de paso en la que no querían permanecer mucho tiempo. Era una crisis territorial, una preocupante mezcla de una defensa que hacía aguas (el Süddeutsche dijo desdeñosamente que parecía «una galería de tiro»), un concepto que estaba todavía a medio cocinar y un entrenador que no conseguía encontrar el once titular más adecuado. Para el partido contra el Hoffenheim efectuó seis cambios en el once, y otros seis antes del siguiente partido de Copa contra el Hertha BSC, partido que Klopp no se podía permitir perder. «Están siendo unos días muy malos, una mala semana», se lamentó.

«Puedes ser el tío más majo del mundo como entrenador, pero, al final, todo se basa en los resultados», dice Schneck, enarcando las cejas. Subotić deja entrever que, en aquellos momentos, la confianza del vestuario en su entrenador y sus métodos estaba tambaleándose. «Yo le conocía, confiaba en él», recuerda, «pero para cualquier equipo, lo más importante es ver que todo ese trabajo al que te está sometiendo el tipo que tienes enfrente sirve, de verdad, para algo. Le podía caer bien a todo el mundo. Pero, lo más importante al final es que su método sirva para algo».

«Tuvo que convencer a todo el mundo, no todo iba a funcionar desde el primer día», dice Kehl. «Al principio lo pasamos mal, pensando: ‘‘¿Vamos a llegar en algún momento a algún lado?’’. Hubo discusiones. Pese a todo, desde el primer minuto Klopp dejó claro que la única manera de jugar era la suya, porque estaba completamente seguro de que era el camino correcto».

Contra el Berlín, la suerte vino en auxilio de Klopp. El Dortmund arañó una victoria por 2-1 en el descuento, proponiendo un rombo un poco más defensivo en el centro del campo que proporcionaba un poco más de seguridad. Los siguientes, el VfB Stuttgart, cayeron aplastados por 0-3 en el Mercedes Benz-Arena, en donde el Borussia demostró lo bien que podía funcionar su plan cuando se ejecutaba a la perfección.

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