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El ocultamiento de sucesos tan graves y tan numerosos obedeció a la intimidación ejercida sobre todo tipo de autoridades y al fuerte dominio que los paramilitares tenían sobre el lugar11.

PRIMERA PARTE

“Toda acción...”

1. La guerrilla siembra vientos...

La violencia paramilitar tuvo sus orígenes, o al menos su justificación, en la presencia guerrillera que comenzó a padecer Frontino desde finales de los años setenta. La motivación sustancial de Don Mateo Rey12 para atraer a Frontino los ejércitos paramilitares fue dominar el narcotráfico. Otros personajes que auparon o facilitaron la llegada de estos irregulares pudieron creer, equivocadamente, que serían el remedio contra los desmanes subversivos.

Frontino fue inicialmente asolado por el Ejército Popular de Liberación, EPL. Transcurría el año de 1978 cuando comenzaron a conocerse informaciones de campesinos sobre la presencia de jóvenes forasteros, con mochilas al hombro, especialmente por la región de Caráuta. En Nutibara, principal corregimiento de Frontino, se presentó una escaramuza entre tres guerrilleros que libaban licor en las afueras del caserío y un policía, en la que los cuatro perdieron la vida. No obstante este episodio, los lugareños no tomaron en serio la posibilidad de que la guerrilla se acercara a su pueblo. El cinco de noviembre de 1982, el grupo Marisela Nieves del EPL, del que hizo parte Conrado Pérez (El Tuerto) y su familia, tomó a sangre y fuego el corregimiento de Nutibara. Fueron asesinados los policías Castrillón y Mario Plata, murió la señora Amparo Arango Gómez, y herida Rocío Mira Londoño al caer ambas del techo del Centro de Salud del Corregimiento, donde trataban de ocultarse del feroz ataque. La Inspección de Policía y algunos establecimientos de comercio fueron saqueados e incendiados.

El veintinueve de septiembre de 1983 se conoció el secuestro de doña Adela Correa de Gaviria, esposa del dirigente Guillermo Gaviria Echeverri y madre de Guillermo y Aníbal Gaviria Correa, quienes llegarían a ser gobernadores de Antioquia a comienzos del siglo XXI. Aníbal habría de ser también alcalde de Medellín en el período 2012 - 2015.

Las Farc también realizaron toma sangrienta del corregimiento de Nutibara. El veintiocho de diciembre de 1998 destruyeron medio parque principal, asesinaron al policía Juan Gonzalo Arango González, e hirieron al comandante del puesto Cabo Primero César Augusto Rubio Guzmán y a los agentes Jair Ariza Oyola y Gabriel Eduardo Berdugo Herrera, y secuestraron a nueve uniformados más. Esta toma fue particularmente violenta, pues sometieron a la policía y a la población civil a más de diez horas de bala y bombas artesanales; el comercio fue saqueado y destruido; el comando de policía quedó en ruinas y el sacerdote Hernando Hoyos Moreno tuvo que mediar para que los muertos no fueran más.

Tristeza y desolación

El EPL aceptó desmovilizarse en febrero de 1991 y pactó la paz con el Gobierno de César Gaviria Trujillo. (Con antelación el corregimiento de Nutibara había sido epicentro de unos diálogos frustrados del EPL con el Gobierno de Belisario Betancur, entre los años 1983 y 1984).

No todos los alzados en armas del EPL se acogieron al proceso de paz de Gaviria. Un reducto comandado por Edgar Restrepo, un campesino de Murrí, se quedó delinquiendo en la región con una veintena de muchachos y poco después fue subsumido por las Farc. Restrepo había esquilmado los fondos de la acción comunal del lugar, de la que era tesorero, por lo que se enroló en el grupo subversivo. Estos disidentes fueron los responsables del secuestro y posterior asesinato de la dirigente cívica, política y educativa, Gabriela White de Vélez, el veinticinco de junio de 1991, muerte que tanto dolor e indignación causó entre los frontineños por el hecho en sí y por la forma cruel y demencial como se produjo. Su hijo Félix Antonio Vélez White, en declaraciones al periódico El Tiempo, le adjudicó el asesinato de su señora madre al Frente 34 de las Farc ante orden dictada por el comandante del mismo, Aníbal Arenas13.

El movimiento guerrillero M-19 incursionó brevemente en la zona, pero rápidamente sufrió bajas y golpes contundentes que lo llevaron a desistir del empeño. En esas escaramuzas iniciales con el Ejército, a comienzos del año 1986, fue dado de baja entre los municipios de Abriaquí y Frontino el famoso comandante de este grupo Israel Santamaría, quien con otros veintidós dirigentes había fundado el M-19 en 1974.

Ante la desmovilización del EPL las fuerzas institucionales no coparon el espacio dejado y quedó todo servido para que las Farc aparecieran en la zona.

El Frente 34 de las Farc nació en 1988, en desarrollo de las estrategias trazadas en la Séptima Conferencia Nacional Guerrillera realizada en 1982 para la conformación de nuevos frentes. A comienzos del año 1992, el Frente 34 inició un proceso de aseguramiento de la región de Caráuta y Murrí, amplio territorio de los municipios de Urrao y Frontino, conocido por lo selvático, cenagoso y húmedo; su radio de acción comprendió también a los municipios de Buriticá, Giraldo, Cañasgordas, Peque, Uramita, Dabeiba, Abriaquí y Caicedo. Allí hizo presencia el tristemente célebre comandante Isaías Trujillo, un campesino del municipio de Giraldo de nombre Luis Carlos Úsuga Restrepo, quien ahora reaparece en la mesa de diálogos entre gobierno y Farc en el proceso de paz que se desarrolla en La Habana.

El secuestro del empresario avícola don Virgilio Díez Escobar (padre) el día doce de diciembre de 1995, precipitó la decisión de vincular las Convivir y las Autodefensas a Frontino. Antes de ser secuestrado, Don Virgilio conversaba con otras actuales y potenciales víctimas de las Farc por figurar en sus cuentas como los “ricos del pueblo”, y siempre se había opuesto radical y contundentemente a que se acudiera a fuerzas no institucionales para restablecer el orden en su pueblo, al considerar que tal remedio podría ser aún peor que la enfermedad.

Estaba pues servido el escenario con unos antecedentes dramáticos para que los comprometidos en terminar la violencia con más violencia pudieran cumplir sus propósitos. Antecedentes que habían ablandado a muchas personas para creer en cantos de sirenas.

2. Adela Correa de Gaviria

En La Isla, una finca vecina a la de los Gaviria Correa, vivía Unaldo Cadavid Elejalde, un hombre solvente económicamente, inteligente y suspicaz. Les había advertido al doctor Guillermo Gaviria Echeverri y a su esposa, los extraños movimientos que se observaban en la región: jóvenes desconocidos que solo cargaban una pequeña mochila y que se desplazaban con facilidad entre los corregimientos de Musinga y Caráuta. El señor Cadavid Elejalde les señaló su certeza de que los extraños estaban recabando información sobre ellos o sobre él mismo, seguramente con intenciones de secuestrarlos. La familia Gaviria no creyó en las advertencias de Unaldo Cadavid, mientras que éste no volvió a La Isla y así evitó su inminente secuestro.

La distinguida matrona fue a su finca Musinga Grande, el 29 de septiembre de 1983, en la vereda del mismo nombre, como lo hacía la familia con frecuencia desde tiempo atrás. Su esposo Guillermo Gaviria Echeverri había sido Secretario de Gobierno y Obras Públicas de Antioquia, integrante de la Dirección del partido Liberal en el Departamento, Senador de la República, Director de la Aeronáutica Civil durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala, propietario y director del periódico El Mundo de Medellín e integrante de varias juntas y agremiaciones en la región. De este matrimonio nacieron Guillermo, quien fuera gobernador de Antioquia y asesinado cruelmente por la guerrilla de las Farc en un lugar del municipio de Urrao, cercano a Frontino; Aníbal, igualmente gobernador de Antioquia y alcalde de Medellín; Sofía, senadora de la República; Irene, actual directora del periódico El Mundo; Julián; María Adelaida; León Toné y Pedro Gaviria Correa.

Era usual ver a los Gaviria Correa en época de vacaciones disfrutando de la vegetación, de la naturaleza y de los caballos de su finca y de la región. Eran vecinos de una familia a la que estaban unidos por una amistad de muchos años, la familia Vélez White, que por esa época tenía a Gabriela White de Vélez como su estandarte y a la que pertenece Cecilia María Vélez White, quien fuera ministra de Educación en los gobiernos de Uribe Vélez. Guillermo Gaviria Correa, el gobernador asesinado por el Frente 34 de las Farc, corrobora esta entrañable amistad que unió a las dos familias, en una carta enviada desde el cautiverio:

“Hoy he vuelto a pensar en lo cerca que me encuentro de mi Musinga, aquel lugar donde están nuestros más felices momentos de infancia. Allí fue creciendo la familia y fui aprendiendo a compartir e incorporar en mis juegos a mis siete hermanos, además de nuestra entrañable amistad con la familia Vélez White”14.

Doña Adela fue secuestrada por el EPL en su finca y trasladada en vehículo hasta un lugar cercano a Nutibara, seguramente por el camino que lleva de este corregimiento a la vereda de Curadiente, donde hoy está el más importante santuario de la santa Madre Laura. El vehículo la dejó a orillas de un plantío de caña de azúcar, donde los secuestradores la internaron a la espera de instrucciones para poder continuar el viaje. Obtenida la autorización por medio de radio teléfono, la ilustre dama y sus captores emprendieron un camino amplio al comienzo, posiblemente la ruta que lleva a la vereda Chachafrutal, y de allí a un lugar cercano a Carautica o Caráuta.

Cuenta doña Adela que caminó mucho, que tuvo jornadas de reposo pero también penosas caminatas hasta de veinte días con descansos en la noche para evitar las culebras, el pantano y las lluvias, que durante el tiempo de su plagio fueron inclementes y permanentes. Solamente una vez le facilitaron una bestia para remontar una empinada cordillera. (Supone el autor que debió ser un viaje entre Carauta y Carautica para ascender a El Salado, para emprender desde allí el camino que conduce a las vegas de los ríos Calles y Venados).

Aunque el secuestro en sí es un crimen abominable, una afrenta a la dignidad humana, doña Adela reconoce que recibió un trato respetuoso, dentro de la infinidad de limitaciones y padecimientos que soportó durante su cautiverio, salvo cuando al final del mismo trataron de quebrantar su resistencia con plantas de la selva, la obligaron a fatigosas jornadas en medio de reprimendas y llegó al final del cautiverio con una herida en la rodilla. Compartió con sus captores enseñanzas, vivencias y lecturas. Uno de ellos, tal vez el comandante del grupo, parecía un hombre medianamente preparado. Siempre estuvo segura de que era un forastero, quizá centroamericano, aunque a veces le parecía que era de Albania, país de origen ideológico de la guerrilla del EPL. Recuerda su nariz aguileña, su voz meliflua y su cara pálida. Por las conversaciones sostenidas con él, la ilustre secuestrada concluyó que el guerrillero era un buen conocedor del pensamiento griego. Del grupo que la custodió nunca hizo parte una mujer, salvo al final de su cautiverio cuando apareció una. Entendió que entre sus plagiarios había dos frontineños y un fornido guerrillero oriundo de la ciudad de Santafé de Antioquia, que en ocasiones la pasó, físicamente sobre sus hombros, por caudalosos ríos.

Muchos episodios entristecen las facciones de doña Adela contando las penurias de esos largos cuatro meses, pero dos en particular llaman la atención: Un día, por la tarde, llegó a buscar el cambuche donde dormía y por precaución sacudió la cobija y vio con pánico cómo salía veloz una culebra venenosa. Se pregunta la matrona, aún con tantos años de por medio, ¿qué hubiera pasado si no revisa su cama y se acuesta tal como la encontró?

La otra historia comenzó el día en que llegó un hombre alto, vestido de ruana y que siempre mantenía cubierta su cara con pasamontañas, a indagar por las circunstancias del secuestro. Doña Adela siempre fue fuerte. No se arredró y era consciente del acuerdo con su esposo Guillermo de que jamás pagaría un peso si alguno de los dos era secuestrado. Estaban seguros de que no querían y no iban a propiciar –con su dinero– el crecimiento de una empresa criminal inhumana como es este delito. Entre resignada y valerosa aceptó la realidad que vivía y padecía. Sus cartas a la familia siempre eran llenas de fortaleza y acordes con el acuerdo tácito que tenía con su esposo.

A partir de esa misteriosa visita su vida cambió sustancialmente. Se volvió irascible, llorosa, deprimida y lo peor, con intenciones suicidas. Noches enteras sin conciliar el sueño y con la convicción de abandono por parte de su familia. Atrás quedaron su fortaleza y su decisión de que la familia no transigiera. Recuerda cómo caminó por horas en un corto trayecto donde se lo permitían, cenagoso y húmedo; no la venció ni el cansancio que le produjo ir y venir cientos de veces en ese cortísimo camino, a lo sumo de unos siete u ocho metros. En los pocos momentos de sosiego que tuvo durante esta crisis que duró unos veinte días, le adjudicó al misterioso visitante la responsabilidad de que le estuvieran suministrando un medicamento para alterar su tranquilidad. Cualquier, día sentada en un tronco de madera a orillas de una quebrada, preguntó a uno de sus captores:

–¿Este hongo –señalando uno que crecía cerca del tronco– será venenoso o no?

–No señora. Lo desconozco. ¿Pero ese no es del que le están dando a usted?

La respuesta la paralizó. Siempre creyó que en las comidas le estaban dando algo que le producía su terrible tristeza y sensaciones de abandono. Obvio, ya el contenido de las cartas de doña Adela a su familia eran el reflejo de la nueva situación que sufría y estos, cuando pudieron, le enviaron un medicamento apropiado para la situación, que les recomendó el médico de la familia.

Antes de que los tranquilizantes llegaran a su destino, la ilustre dama sufrió tal vez la más grave de sus crisis. Sentada sobre el cambuche, construido generalmente a orillas de una quebrada, con madera rústica, un poco levantado sobre el suelo y con plásticos que la protegieran de los terribles aguaceros, se llenó de gran nostalgia y tristeza. Miró cómo la quebrada bajaba ese día con mucha agua enfurecida que atronaba ensordecedoramente en la selva. Vio solamente un guerrillero que la custodiaba. Sintió un fuerte impulso suicida. Comprendió que había llegado el momento de una decisión definitiva. Calculó los pocos pasos que debía dar para lanzarse a la quebrada y encontrar solución a su infinita tristeza. Estando en todas estas disquisiciones prorrumpió en llanto y en un fuerte clamor para que su vigilante no la dejara cometer un error imperdonable y fatal. Como pudo, el subversivo la cogió y trató de serenarla. Desde ese momento la vigilancia sobre la dama fue más rigurosa, aunque afortunadamente para la víctima los medicamentos llegaron poco después de la crisis y le produjeron una fuerte sensación de alivio y paz interior; por fin pudo conciliar el sueño. Seguramente los plagiarios también dejaron de suministrarle lo que le producía el terrorífico efecto.

En los días finales del secuestro, al campamento subversivo llegó un joven guerrillero oriundo de Frontino, tímido, campesino, sin preparación ni educación alguna, tosco pero respetuoso, al que le faltaba uno de sus ojos, que con los años se pudo identificar como Conrado Pérez Rivera, alias El Tuerto. Es posible que el otro frontineño identificado por doña Adela haya sido Hilario, hermano del anterior, a quien se le conoció después con el alias de Cobra, ambos nacidos en el corregimiento de Chontaduro.

El camino a la libertad lo emprendió la secuestrada desde la vereda Calles del municipio de Urrao, inicialmente en compañía de Conrado Pérez y otros guerrilleros, quienes la obligaron a emprender largas jornadas a pie, no exentas de reprimendas injuriosas que lesionaban la dignidad de la víctima, especialmente de parte de alias El Tuerto. En una ocasión se lastimó una de sus rodillas contra una piedra y aun así y pese al intenso dolor e hinchazón, fue obligada a caminar. Al final de tan penosas jornadas fue recibida por una familia de apellido Pérez, –nada que ver con el guerrillero– de la que recibió cariño y respetuoso cuidado. Después la condujeron a la escuela de Calles, donde un educador de apellido Restrepo la recibió con solidaridad, apoyo y afecto. Más tarde la trasladó al corregimiento La Encarnación donde la familia Larrea la hospedó mientras pudo continuar su camino. Finalmente llegó a Urrao el diez de febrero de 1984, cuatro meses y diez días después del secuestro.

El secuestro de doña Adela Correa fue un aburridor mensaje de la subversión a las gentes de Frontino, especialmente a sus autoridades y a sus empresarios.

El Tuerto y Cobra, con sus hermanos Heriberto y Alicia Pérez, se acogieron más tarde al proceso del EPL con el Gobierno, y meses después encontraremos a los dos primeros comandando el grupo de paramilitares en su propio pueblo, sirviendo a otra causa.

Doña Adela, a pesar del tiempo transcurrido, conserva aún su gratitud y se reencuentra con periodicidad con la familia Pérez, los Larrea y el educador, ya jubilado, de apellido Restrepo.

3. Gabriela White de Vélez y sus hijos Bernardo Ernesto y Félix Antonio Vélez White

Líder cívica, mujer emblemática de Frontino donde nació el quince de abril de 1913 en el hogar conformado por Guillermo White Uribe y Rosana Ruiz Peláez. Fueron sus abuelos paternos don Juan Enrique White y doña Rita Uribe, el primero famoso ingeniero que llegó a Colombia en 1870, y la segunda una distinguida dama rionegrera, sobrina del general Rafael Uribe Uribe, y sus abuelos maternos don Justiniano Ruiz y doña Mercedes Peláez.

Doña Gabriela es educadora egresada de la Escuela Normal de Institutoras de Antioquia y cofundadora del Instituto Central Femenino, CEFA, donde ejerció como docente durante ocho años. Abandonó la cátedra para contraer matrimonio con Juvenal Vélez Correa, y sus primeros años de casados los vivieron en la hacienda Tablaíto, del corregimiento de Musinga, en Frontino. Fueron padres de cuatro hijos: Bernardo Ernesto y Félix Antonio, empresarios del sector agropecuario e innovadores en muchos aspectos de su profesión; Cecilia María, ministra de Educación del Gobierno de Álvaro Uribe Vélez, y Mercedes Lucía, profesora de la Universidad Nacional y reconocida arquitecta.

Fue doña Gabriela una activista del partido Liberal y su militancia política la llevó a sufrir entre los años 1948 y 1950 la primera persecución violenta a su familia, por lo que buscaron refugio en Medellín. Fue una de las primeras colombianas en llegar a cuerpos colegiados como diputada a la Asamblea de Antioquia durante varios períodos y se desempeñó como subsecretaria de Educación de Antioquia. Cofundadora de la Asociación Cristiana Femenina en Colombia.

Entre sus acciones cívicas y educativas creó varias escuelas en la municipalidad, sirvió con entrega y dedicación a obras sociales como el Hogar Juvenil Campesino y el refugio de ancianos Paulo VI. Fue una de las impulsoras y defensora de una Escuela Normal para la formación de educadores, lo que hizo posible que en muchos lugares de Antioquia sirvan maestros formados allí.

Tablaíto, la finca de ensueños y alegrías de la familia Vélez White, se convirtió también en el lugar de sus tormentos. El día veintitrés de mayo de 1991 doña Gabriela fue sacada a la fuerza de los corredores de su casa. Corredores llenos de jardines, de alegrías y de vivencias para muchos frontineños que iban a recibir enseñanzas y consejos de la matrona y a solicitarle favores. La llevaron en su propio vehículo por la carretera al corregimiento de Nutibara y de allí a la zona selvática de Murrí. Seguramente por la edad de la ilustre dama los secuestradores se vieron precisados a dejarla en el paraje denominado La Blanquita, en casa de una familia Restrepo. El plagio fue cometido por un reducto del EPL que no se reinsertó y que posteriormente adhirió al Frente 34 de las Farc. Este reducto estaba comandado por Edgar Restrepo y supuestamente de él hacía parte Carlos Alberto Agudelo, alias Medio Almuerzo, un joven frontineño que murió como actor en esta violenta guerra.

Los operativos militares no se hicieron esperar y uno de los lugares militarizados fue Murrí, concretamente el caserío La Blanquita. Los secuestradores se llenaron de pánico y la asesinaron con crueldad, evitando ruidos que alertaran a la fuerza pública que estaba en los alrededores. La huida de los facinerosos fue relativamente fácil y horas después, el veinticinco de junio de 1991, fue encontrado el cadáver de la ilustre anciana.

Durante el tiempo del cautiverio la población de Frontino realizó tal vez el acto cívico y patriótico más significativo de la violencia en Colombia: En decenas de vehículos, cientos de personas fueron hasta el corregimiento de Fuemia, otro de los lugares que la opinión pública consideraba como un santuario de las Farc, y de allí se internaron por las montañas buscando a la secuestrada, obviamente sin ningún resultado pero en un gesto de rechazo increíble y valeroso. Gesto que los frontineños, inexplicablemente, no fuimos capaces de repetir cuando llegó la violencia paramilitar.

“Quien tanto luchó por la justicia social, quien entregó lo mejor de su vida al servicio de sus semejantes, encuentra la muerte en una forma cruel y demencial. Un grupo subversivo la asesinó inmisericordemente. Recibió una muerte que jamás mereció una mujer de esas calidades y virtudes”15. Las tragedias de la familia Vélez White apenas comenzaban. Dos veces fue secuestrado el agrónomo y empresario agrícola Félix Antonio, en una ocasión por el Ejército Popular de Liberación, y en otra por el Frente 34 de las Farc, antes de encontrar la muerte en forma violenta el seis de agosto de 1997 en la carretera que del municipio de Cañasgordas conduce al de Santafé de Antioquia, cuando viajaba de Frontino a Medellín. El empresario de cuarenta y cinco años fue abordado por varios hombres fuertemente armados, lo bajaron de su vehículo y lo internaron en un pequeño bosque en el paraje conocido como Boquerón de Toyo. Allí fue sometido a crueles torturas: le arrancaron las uñas y fue quemado en varias partes de su cuerpo. Finalmente, lo asesinaron de tres disparos de arma corta en su cabeza. Todos los medios de comunicación y autoridades de todo orden, excepto el periódico El Tiempo en su edición de ocho de julio de 2004, le imputaron el asesinato a los subversivos de las Farc: “En agosto del 97, Félix Antonio, ingeniero agrónomo de cuarenta y cinco años, fue asesinado por las autodefensas en el mismo sector donde apareció el cuerpo de Bernardo, entre Frontino y Cañasgordas”16.

Escuchadas todas las versiones sobre este cruel asesinato, existe unanimidad en responsabilizar del hecho al paramilitar Gustavo Restrepo, alias Morrogacho, quien posteriormente también encontró la muerte en forma violenta a manos de sus compañeros de grupo.

Para la época del asesinato de Félix Antonio, las finanzas suyas y de su hermano Bernardo Ernesto habían entrado en una profunda crisis, producto del asedio y la persecución de las Farc a sus empresas agrícolas.

La tragedia aun no terminaba. El día veintitrés de marzo de 2001, Bernardo Ernesto, el mayor de los hermanos Vélez White, fue secuestrado por el Frente 34 de las Farc en un sitio de la carretera al mar, entre Santafé de Antioquia y Cañasgordas, muy cerca al lugar donde encontró la muerte su hermano Félix Antonio. “El mayor de los White, que al momento de su secuestro tenía 58 años de edad, era agrónomo de la Universidad Nacional y había heredado de su madre y de su padre, el ingeniero Juvenal Vélez, la sonrisa y la cordialidad, pero sobre todo la tenacidad para aprender y enseñar ‘la tecnificación del campo con el ánimo de llevar el progreso a Frontino’, afirmó la revista Semana17.

Entre el secuestro y la fecha de la aparición de su cadáver, transcurrieron más de tres años, tiempo en el cual muy poco se conoció del secuestrado a pesar de que la familia pagó en dos ocasiones por su liberación algún dinero a los plagiadores. Los legistas no pudieron precisar la fecha de su fallecimiento.

Para la fecha de estos últimos acontecimientos, y desde el siete de agosto del 2002, era ministra de Educación Nacional la doctora Cecilia María Vélez White, en el primer gobierno de Álvaro Uribe Vélez, cargo que desempeñó durante los dos mandatos del gobernante paisa.

La desventura de esta familia es el cuadro patético y resumido de la tragedia de su pueblo, Frontino.

4. Virgilio Diez Escobar

Fue un exitoso y visionario hombre de negocios. Forjó durante su ciclo vital un emporio empresarial avícola, primer proveedor de huevo y pollos del mercado de Urabá y del Occidente antioqueño. Al final de sus días había incursionado con los productos de sus firmas en Medellín y el Valle de Aburrá con buena fortuna. Su organización económica era tan completa que ella misma producía insumos agropecuarios para la producción de cuidos, biológicos y otros insumos para las granjas.

El doce de diciembre de 1995 fue secuestrado por hombres de las Farc, a las siete y media de la mañana, cuando se dirigía a una granja de su propiedad cerca del área urbana municipal.

Hacía unos treinta días Don Virgilio había sido advertido de que muy cerca de sus empresas se notaban movimientos extraños y que era mejor que tomara medidas de seguridad. Atendiendo a las sugerencias viajó a Medellín donde permaneció unos veinticinco días, al cabo de los cuales regresó y cambió en algo su rutina. El día del secuestro decidió no viajar muy de madrugada, como era su costumbre, y lo hizo cuando ya el día comenzaba. En las propias calles del pueblo, en el barrio Manguruma, un niño, probablemente adiestrado para el efecto, se le atravesó al carro detrás de un balón. El empresario frenó e inmediatamente tres hombres con uniformes de fútbol lo encañonaron, se subieron al automotor que ellos mismos condujeron por el corregimiento de Musinga hasta empalmar con la carretera que conduce al corregimiento de Caráuta. Por su edad avanzada, setenta y seis años, no resistiría un largo viaje a pie; entonces lo obligaron a continuar a lomo de mula.

El mismo grupo había intentado secuestrar a Don Virgilio meses atrás y maniobrando hábilmente su propio vehículo, había logrado eludir los secuestradores. Dicen que al pasar un río caudaloso Don Virgilio se cayó de la bestia, aunque para otros fue un acto voluntario buscando huir o perecer, y en ese episodio perdió los medicamentos necesarios para la hipertensión y otras enfermedades propias de su edad.

Sin precisar cuál fue la ruta seguida, Virgilio Díez terminó en una casa cerca al Corregimiento de Bajirá, municipio de Mutatá. Allí lo hospedaron en una vivienda donde varios integrantes de la subversión lo vigilaban, y una mujer, respetuosa con el secuestrado, lo atendía con diligencia a pesar de las limitaciones de estar secuestrado y sin recursos médicos. Cualquier día, que tampoco se pudo precisar, la cuidandera le preguntó a víctima:

Don Virgilio, ¿qué le provoca para almorzar? Si quiere le preparo una gallina montañera en un sancocho.

No me parece mala la idea, se la acepto.

Le respondió sin mostrar signos de decaimiento o de enfermedad. Después del breve diálogo el secuestrado se fue a descansar en su habitación. Preparados los alimentos, la cuidadora entreabrió la puerta de la habitación y dijo que ya estaba servido el almuerzo.

Nadie respondió. La guardiana repitió los llamados y al no tener respuesta, ingresó al aposento y encontró a la víctima sin vida sobre la cama. Su aspecto dejaba entrever una muerte tranquila y fulminante. Rápidamente los demás vigilantes ingresaron y constataron la información. Por orden superior el cadáver fue sepultado sin ninguna ceremonia en lugar alejado de la vivienda.

Uno de los guardianes del secuestrado recibió permiso para visitar su hogar y en la intimidad de la familia el joven guerrillero le contó el episodio a su señora madre, mujer piadosa que cuestionaba las andanzas de su hijo, pero las soportaba por fuerza de las circunstancias. La madre informó al sacerdote de la Iglesia Católica del corregimiento de Bajirá y éste le avisó al presbítero Germán González, párroco de la parroquia de Chigorodó, quien por muchos años había ejercido su misión sacerdotal en Frontino donde sus feligreses lo llamaban cariñosamente “El Infeliz”.

Enterada la familia, buscó contactos con la organización subversiva. Los comandantes guerrilleros negaron la versión e intensificaron la presión sobre los hijos y la esposa del fallecido, buscando el pago de un rescate. Frente a tanta confusión acordaron mandar un emisario para dialogar con miembros del Frente 34 de las Farc, quienes conducirían al enviado hasta donde supuestamente se encontraba el empresario secuestrado. La cita se cumplió, claro está, sin el encuentro con el secuestrado. El pariente enviado fue amenazado e intimidado por los guerrilleros quienes recopilaron toda la información personal y familiar del mismo y lo devolvieron con frases intimidantes:

Si usted no le informa a la familia de don Virgilio que lo vio y dialogó con él y que lo vio bien de salud, usted y su familia se mueren. Ya sabe lo que tiene qué hacer. Ya sabe que tenemos sus datos y los de su familia y ya sabe lo que somos capaces de hacer.

El mensajero regresó y le contó a la familia la real situación que vivió. Lo hizo con el terror que infunden los violentos cuando se apoderan de una región. Las versiones del párroco de Chigorodó y las vivencias del emisario en su diálogo con las Farc, llevaron a la familia al convencimiento de que el jefe del hogar estaba muerto.

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9789588869421
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