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X. Las dos lo amábamos

Voy a llamar a mi cuñada M. Ella es un fenómeno. Estuvo casada con mi adorado hermano. Él murió. Muy muy triste. Desde entonces, tenemos una relación muy estrecha. Las dos lo amábamos.

Y en cuanto me quedo sola, vuelvo a jugar al solitario. Creo que voy a empezar con el ganchillo.

Hoy he hecho muchas cosas. Bien. Ahora estamos en la cocina. Reconozco que he bebido demasiado. Seguiré mañana, pero hoy he hecho orden de libros y de mesa, paté casero y, sobre todo, orden mental. No sigo. Mañana será otro día. Espero.

XI. No he vuelto a escribir una línea

Pues muy mal. Lo he hecho casi todo mal. No he vuelto a escribir una línea desde el lunes. Y hoy es sábado.

Ha sido una semana regular. Solo he salido un día, el jueves, a comer. Los demás días he estado en casa leyendo, viendo pelis y series y jugando al solitario. Y por las noches, ¡a follar! Creo que mis noches son más importantes que mis días. El día lo paso. Las noches las vivo.

He pensado bastante estos días jugando al solitario. Me he sentido solitaria. Algo que no sé cuánto me gusta. Hay veces, cuando estoy leyendo, que no quiero interrupciones. Aunque lleve siete horas leyendo, estoy en un mundo que no deja sitio, que no deja lugar a nadie más.

Pero entonces me siento culpable. Soy una madre que no escucha a sus hijos, una esposa que no atiende a su marido. Culpable, culpable. Mierda de doctrina.

La semana empezó mal y siguió regular. He decidido dejar de colaborar en todo lo que implique un cierto riesgo, económico o de gestión. Esto es un paso más. Hay que saber aceptar las pérdidas. Cuando me di un golpe con el coche contra un bordillo porque no pude frenar a tiempo, supe que debía dejar de conducir. No pasó nada. Pero fue un aviso. Muy claro. Admití lo que había. No es fácil reconocer nuevas limitaciones.

A veces pienso en mi pasado. Y no me puedo creer que yo sea esta persona. Nunca me imaginé con cincuenta y cuatro años. Soy, si no vieja, muy mayor. No sé si importan los años, yo creo que sí, pero más importa lo vivido. Yo he vivido cuatro vidas. Y eso es mucho trabajo.

Estamos en casa mi marido y yo. Él duerme la siesta en el sofá, con el perro. Yo lo miro. Me gusta. Es algo muy simple y placentero; disfruto. Algo tan simple como ver a tu amado haciendo la siesta. Lujo. Se ha tapado con una manta de piel. Con el perro encima, parece un pervertido. Me gusta.

Estoy muy cansada. Siempre cansada. Escribo solo con dos dedos y tardo mucho. Hago mucho esfuerzo. ¿A quién le interesa mi esfuerzo? A nadie. Porque todos hacemos esfuerzos. El mío no es más importante que el de los demás. Probablemente, este esfuerzo colectivo es el que nos lleva a la desesperación.

Tener esclerosis múltiple no es una tontería. Pero ¿hay algo en la vida que sea una tontería?

Tener esclerosis múltiple proporciona un rango. Yo ya tengo un motivo, científicamente probado, para quejarme. ¿Y los demás? No tienen etiquetas, de qué se van a quejar. Bueno, quizás es cierto, una enfermedad etiquetada da garantías. No me gusta. Nada. Quien se pone la etiqueta de enfermo pierde toda posibilidad. Hay que saber mantener el yo, que no se confunda ese yo con más enfermedad. Siempre separados, que la enfermedad no interfiera en el yo.

Tengo bastante rabia, no sé bien por qué. Quizás me gustaría hacer cosas que no hago. Pero es cierto que me gus­­tan mucho las cosas que hago. Debe ser la típica insatisfacción existencialista.

XII. El arte es una especie de revelación

Es lunes. He hecho fisio esta tarde. Por la mañana he pasado el rato leyendo. Un libro muy interesante sobre el arte, de un tal Martel. Habla de lo que es arte, pero sobre todo de lo que no es arte. Me ha quedado claro que esto que escribo no es arte. Me ha quedado claro que el arte es una especie de revelación. Aquellos que consiguen que el significado de la obra transcienda su capacidad intelectual. Son los que crean clásicos, no obras maestras. Los clásicos son imperfectos. Pero trascienden. Las obras de arte alcanzan la perfección. Pero no emocionan, impactan en el intelecto.

XIII. No tenemos fe en nada

Ya he acabado el libro de Martel. Es bastante descorazonador. Dice —y estoy de acuerdo— que no tenemos fe. En nada. Que tenemos que encontrarla, pero en nosotros mismos.

Estoy con mi marido y mi hijo pequeño. Mi marido le está tomando la lección de Historia. Estamos en el siglo xviii, la Guerra de Sucesión. Ahí es donde empiezan muchas cosas. Cataluña se alinea en el bando perdedor. Y Felipe V le quita los fueros. Eso es la Guerra de Sucesión. No de secesión, como dicen ahora. Una sola letra puede cambiar la historia. Para los que no saben historia.

En este país ha habido grandes reyes. Carlos III lo fue. Intentó hacer un Estado moderno. Pero España no estaba preparada.

¿Cuándo hay alguien preparado? Tampoco una nación. O menos una nación que es el reflejo de las personas que la habitan.

Hoy mi perro Malte se ha hecho pis en el sofá del jardín. No lo puedo entender. Creía que era más listo. No le he dirigido la palabra en todo el día. Él sabe que estoy enfadada. Hemos tenido que lavar todo. Espero que no lo vuelva a repetir. Si es así, será más listo que los humanos, que siempre repetimos nuestros errores.

XIV. Yo todavía no soy sabia

El domingo tuve comida con el grupo de sabios. Es mi grupo de estudio. Llevamos doce años juntos. Yo todavía no soy sabia. Pero espero serlo. Nos vemos todos los miércoles de octubre a junio. Además, hacemos un viaje juntos todos los años. A sitios increíbles, pero sobre todo hacemos los viajes buscando algo. El origen de la perspectiva, el cristianismo primitivo, el terror… Y el 24 de junio celebramos la Noche de San Juan. Y ya no nos volvemos a ver hasta octubre. Cuando nos vemos, nos preguntamos: ¿cómo es que ha pasado tanto tiempo sin vernos?

XV. Isabella es el nombre más bonito del mundo

Mi hija ha bajado al salón. Tiene mucha hambre. Creo que conozco a pocas personas que tengan tanta hambre. Ella es delgadita y pequeña, pero tiene mucha hambre.

Con ninguno de mis dos hijos varones he tenido, creo, una relación complicada durante su crecimiento. Pero con Isabella…

Isabella, mi hija preciosa. Cuando nació le puse el nombre más bonito del mundo para mí. Romántico, sensual, dulce, regio, clásico, moderno y bastante exótico en español, sin ser extravagante. Pero, en realidad, era el nombre que me hubiera gustado tener a mí, porque desde que empezó a hablar —y fue muy pronto—, ella quería llamarse Pilar. Como su madre y como su adorada abuela. Ella era una auténtica muñequita y yo la vestía como lo que pensaba que era: mi juguete de carne y hueso. Otra desavenencia. Ella luchaba por su yo y yo jugaba para conseguir mi muñeca perfecta. Y fue una lucha sin cuartel. Ella se iba a su cuarto gritando: «¡Esta vida es una cárcel!». «¡Ay, si yo fuera hombre!». Discutimos hasta llegar a las manos. Hubo un día que Antonio nos tuvo que separar: yo la empujé dentro de la bañera; ella me daba patadas, yo le daba manotazos; las dos a grito pelado. Ella tendría doce años y yo cuarenta y dos. Antonio no era su padre. Ahora lo pienso y me avergüenzo. Cuánto me costó crecer. Cuánto me costó disociar esa muñeca de mis proyecciones personales. Cuánto le hice sufrir. Pasamos una adolescencia durísima, creo que la mía peor que la suya. Pero al final yo crecí. Y ella se convirtió en la mujer maravillosa que es. Sigue siendo mi niña, pero ya no es mi muñequita preciosa. No tiene porqué serlo. Pero lo que es de verdad es una mujer inteligente, independiente, divertida y llena de amor a su madre, su familia y, sobre todo, a la vida.

XVI. Cualquier fecha es una excusa para celebrar

Mi hermana va a hacer una fiesta de Halloween. Cualquier fecha es una excusa para celebrar.

Pero ella estaba nerviosa y enfadada. Yo le he dicho que celebrar una fiesta es alegría. Me ha dado la ra­­zón. Me encantaría hacer una fiesta. ¿Yo también me enfadaría?

XVII. Mis dedos no funcionan

Son las nueve de la noche. No puedo escribir. Mis dedos no funcionan.

XVIII. El sexo es sublime

Acabo de hablar con mi prima C. un buen rato. Es una persona excepcional. Su marido tuvo un mieloma múltiple. Cinco años sufriendo. Al final, murió en marzo. Eran una pareja envidiable, se amaban de verdad. Tuvieron cuatro hijos. Por amor.

Una vez P., su marido, en una de esas tardes largas que hacen crecer las intimidades, me dijo que, para él, el sexo con su mujer era una experiencia religiosa. Yo no le entendí, y mi marido de entonces, menos. Para A. follar era eso, nada más lejos que un vulgar orgasmo animal. Pero yo siempre recordé ese comentario. Luego me fui dando cuenta de que realmente podía haber algo más allá. Y por fin lo he entendido. La experiencia sexual con la persona realmente amada es inefable. Por eso, las parejas que lo conocen no se pueden dejar. Porque no hay nada más sublime. Ahora pienso en mi prima y su terrible pérdida. En esta vida hay cosas irreparables. Ella lo tiene claro, fue maravilloso hasta el final. Y realmente ha tenido suerte. ¿Cuántas personas viven algo así?

Estoy cansada. Mucho. Llevo varios días así. Espero mejorar, pero solo el movimiento de escribir me cansa. Mi segundo exmarido estuvo en casa el jueves. Siempre me pregunta por mi enfermedad. No lo aguanto. Quiere que tome nuevas medicinas, que vaya al médico, creo que piensa que debería sentirme enferma. Pero yo no soy una enferma. Su hermano tenía lo mismo que yo y pidió la eutanasia hace unos meses. Bueno, pues para él. Yo no. Y si me voy a estropear el hígado, no será por una medicina inútil. Será porque disfruto tomando un buen vino.

A mi hija se le está cayendo el coche a trozos. Hoy ha tenido que dejarlo en el taller. El caso es que me echa la culpa a mí. Ese coche fue mío y cuando se sacó el carnet se lo di. A mí nadie me había regalado un coche, ni nuevo ni viejo. El coche tiene casi doce años y falla. Hoy, cuando ella iba a trabajar, se le ha parado. Ha tenido que regresar con la grúa. Tenía un cabreo considerable. Me ha echado en cara que yo hubiese cambiado mi coche, que era mucho más nuevo, en vez del suyo. Me he sentido muy mal. Ella ha debido estar pensando estos meses que soy una egoísta. Que el coche nuevo tenía que haber sido para ella. Yo no tengo dinero. Lo siento, hija. Está enfadada conmigo. Y a mí me da mucha pena.

Hace tanto que no escribo, que no he contado que ya hemos empezado el curso. Tenía ganas. Esas horas que pasamos hablando de todo lo que no está en la Tierra son fundamentales. Hace dieciocho años que voy un día a la semana a la Escuela Contemporánea de Humanidades; así, con mayúsculas. Y gracias a ello soy mucho más feliz. Lo cotidiano y pequeño queda, un rato, apartado. Y hablamos de alma, razón, subconsciente, arte, tribus, familia, consciente, Jung, Berger, Hillman, Petrarca, Whitman, Proust… (y muchísimos más). Qué dicen y cómo lo entendemos. Cuando volvemos a casa, mi marido y yo seguimos con el debate. Es delicioso fumar un canuto en el balcón sintiéndote semiculto.

El domingo estuvieron en casa dos personas del grupo. L. se va a vivir a Chicago y le habíamos hecho un regalo en grupo que al final le entregué yo. Me encantó porque en cuanto lo tocó dijo «cashmere», marcando la ese líquida. Una mujer que sabe. También vino C., que le regaló un libro de san Juan De la Cruz. Dijo que mejor este que santa Teresa. No estoy de acuerdo. Volvemos al tema, ¿quién escribió Vivo sin vivir en mí? No sabemos, pero, en cualquier caso, la santa es mucho más punk.

Y luego vino la matraca de Cataluña. Es que a estas alturas parece imposible algo así. Vamos para atrás.

Pues es cierto que vi la manifestación antiindependista de Barcelona. Y me emocioné.

Cuando sonó el himno de España, vi a todos los muertos que habían luchado por este país. Rojos, blancos, azules, violetas… El gran esfuerzo que hicieron, ellos y sus familias. Desde hace unos quinientos años. Y ahora lo quieren borrar. ¿Dónde está la memoria histórica? Mucho dolor.

Sigo fumando y bebiendo. Como ayer cambiaron la hora, he empezado a beber antes. Mi reloj biológico no para. Pero no solo el mío, el de todos. La luz marca el tiempo y nos empeñamos en engañarnos. Este invento humano de la hora habría que pararlo. Es un signo más de nuestra lucha contra natura.

Mañana tengo la fiesta de mi hermana. Hemos encontrado unas máscaras que compré en Venecia. Creo que va a ser una buena fiesta. A ver si me comporto.


XIX. ¡Cómo puedo vivir tan bien!

Es mediodía. Nunca he escrito a esta hora. Y se está muy bien, aquí en el jardín con un sol que parece de verano. Hoy tengo que portarme bien, pero no voy por buen camino. Me he levantado a la una, después de leer todos los periódicos posibles, ver el Facebook y jugar al solitario.

¡Qué placer, Dios! ¡Cómo puedo vivir tan bien! Pero en cuanto he llegado al jardín, me ha dado el gusanillo de portarme mal. El gusanillo es un fuerte deseo de hacer lo que no debo. Me da cuando tengo una larga perspectiva de tiempo para mí. Tiempo en el que puedo hacer lo que me dé la gana. Literal. Una suerte enorme tengo. Mi marido es mi conciencia. Me dice que tenga cuidado, que no me pase. Pero yo ni caso. El gusanillo siempre es más fuerte. Entre Eros y Tánatos, por supuesto, Eros. Siempre ha sido así. Soy una hedonista recalcitrante. O me coges así, o me dejas.

Soy politoxicómana. De toda la vida. Lo que pasa es que hasta ahora he tenido suerte. Tengo un subconsciente que de alguna manera me avisa. Hasta que se harte de mí. Toda mi vida, desde los catorce años, he tomado drogas y alcohol. Ya cuando era niña metía los dedos en los vasos de licor de los mayores y me los chupaba. Delicioso. Mi abuelo me llamaba churretera.

Creo que se quedó muy corto.

El primer canuto lo fumé con catorce años, con un chaval que era de lo más guapo de mi pueblo. Me dio una de risa, como son los primeros canutos. El caso es que estábamos en la plaza del museo de San Telmo de San Sebastián y había una buena manifa. Unos corrían para un lado. Otros, para otro. Y nosotros, muertos de la risa. Me resultaba cómico. Hasta que llegué a casa dos horas más tarde de lo que debía. Mi madre no se reía nada. Cambié el relato y le dije que el retraso se debía a la mani, y que había pasado mucho miedo. Se conmovió. Es increíble cómo se puede cambiar la historia cambiando algunas palabras. Esas verdades a medias.

Ya he tomado dos vinos. ¿Voy a seguir bebiendo? Seguramente sí y llegaré a la fiesta hecha una piltrafa. Todo el mundo se dará cuenta, pero pensarán «pobrecita, ¡cómo le afecta su enfermedad!». O eso creo yo.

Me he fulminado la serie Stranger Things. Es divertida, aunque es una mezcla de todas las pelis de ciencia ficción que ya había visto. La verdad, la novedad no es qué historia se cuenta, sino cómo se cuenta. Si no, nadie haría nada. Porque todos contamos las mismas historias.

XX. Escucho a Mozart de fondo

Ha sido un día intenso. Sobre la una me ha llamado mi hermano para decirme que el hijo de veinte años de una amiga en común se había tirado a las vías del tren. Suicidio. Creo que es la peor noticia que pueden darle a una madre. ¿Cómo vives después de eso?

Yo conozco poco a J., pero me siento su amiga. Mi hermano P. era íntimo de su marido S. Mi hermano murió hace tres años y medio. J. y S. estuvieron conmigo en el tanatorio, en el funeral, en la incineración. A los tres años, murió S. A los seis meses, su hijo se suicidó. Y J. queda. Pero su familia no existe. Tiene una hija de trece años. Tiene que vivir por y para ella. Yo no sé si podría. Pero ella sí. Es una mujer increíble, guapa, alegre, inteligente, artista. Y pobre. A veces, la supervivencia produce más angustia que el dolor propio. Saber que puedes pagar la luz, la comida, tanto la tuya como la de tu hija, relaja. Eso es mucho en esos momentos.

Escucho a Mozart de fondo. Es un placer. Me reconfor­­ta. Voy a fumar un canuto. Es mi hora. La hora de perderme y acostarme con mi marido, mi amor. Y sentir cómo se des­­hace el mundo entre nosotros. Y nosotros somos el mundo. Esto ya lo dije antes.

Tengo un fin, pero no sé cuál. He tenido que interrumpir este monólogo. Mozart me lleva. Casi no sé lo que pienso, voy mal. ¡Vaya tonterías!

XXI. Importan más las formas

Ayer el día no terminó bien. Yo bebí demasiado y el canuto me dejó KO. Eso está mal, mis hijos se dan cuenta. Me ven colocada. Y al día siguiente me siento culpable. Me paso el día con remordimientos. Como si hubiera hecho algo malo. Quizás lo he hecho. Mis hijos me ven en un estado incorrecto. Pero ¿no es más incorrecto que yo esté en una silla de ruedas? Eso no les importa. Importan más las formas. Es cierto que son jóvenes y entienden hasta donde pueden.

Hoy hemos comido con mi amiga N. Es la directora de la Fundación de Esclerosis Múltiple.

La conozco desde hace diecinueve años y la quiero mucho. Llevo trabajando con ella unos diecisiete. He sido patrona de la fundación. Dimití en mayo pasado. Me costó mucho y todavía lo siento. Pero no me puedo sentar en la misma mesa con personas que tienen puntos de vista tan alejados del mío. Aunque me duela.

Estamos organizando una fiesta para mi hijo pequeño. Es un problema. Yo quiero que sea un éxito, pero él siempre pide más. Hay que poner límites, dicen. Aunque yo me los salte todo el rato. Y aunque yo se lo daría todo.

Hoy he empezado a leer un nuevo libro. Fantastes, de George MacDonald. Es un cuento de hadas. El cuento de hadas. Tengo que hacer una exposición sobre este libro en la próxima clase. Pero no me hace falta leerlo. Sé bien de lo que habla. Yo también tengo doble visión. Aunque no quiero decirlo. Me tomarían por loca. Creo que existen las hadas, los ogros, los animales que hablan y un mundo bello y horrendo. Me resulta fácil cruzar esa línea. Incluso hay veces que no sé en qué lado estoy.

No sé qué le pasa a mi perro Malte. Lleva días rehuyéndome. Está en plena adolescencia. Como mi hijo pequeño. Me mira pidiéndome algo. Y yo no sé qué quiere.

Uno de mis problemas más evidentes, aparte de no andar, es mi incontinencia. Nada me funciona por esa zona. Y es una lata. Bastante grande. Hace unos diez años que llevo un pañal. La gente se queda flipada cuando lo cuento. Yo también. Me acuerdo de cría, cuando me puse una compresa por primera vez. De aquellas gordas de algodón. Pues eso es una tontería comparado con lo de ahora. Llevo un pañal que me llega a la cintura. En invierno y en verano. Aunque haga cincuenta grados.

¡Buf! Y además tengo que llevar medias de compresión, en invierno y en verano. Yo siempre voy de negro. Entera. Aunque vaya a la playa, voy de negro, con mis medias negras. Me gusta mi imagen. La mantengo siempre. A pesar de las críticas.

XXII. Mi chimenea encendida

Llevo veintisiete días sin escribir. Creía que no lo iba a conseguir. Cuando lo dejo un tiempo, me cuesta muchísimo volver a empezar. Otra vez me parece que no tengo nada que decir.

Este mes ha sido intenso en actividades sociales. Fiestas, visita de mis primas italianas, visita de mi amiga catalana, varios viajes… Mucho comer, mucho beber. No he parado. A todas partes con mi silla. Pero lo he conseguido.

Y ahora estoy delante de mi chimenea encendida.

Hoy he tenido un sueño precioso. He visto a P., el marido de mi prima, que murió en marzo. Venía de la mano con ella, llevaba un jersey azul y estaba muy guapo, sonriente, se le veía feliz. Me decía que venía a despedirse de mí. Me daba un beso con muchísimo amor y paz. Mi prima estaba sonriente, contenta. Yo me he quedado muy bien. Al despertar, ha sido como si de verdad lo hubiese visto. Me siento mejor.

Mi prima vino a Madrid un fin de semana. Fue estupendo. Pudimos hablar de todo, pasamos mucho tiempo juntas. Ella es una persona magnífica. A pesar de haber estado cinco años luchando contra el cáncer de su marido, nunca perdió el ánimo ni la alegría. Tiene cuatro hijos, el pequeño, de doce años. Han vivido toda la muerte de su padre de una forma excepcional.

Podría decir que hasta con alegría. Como explica Elisabeth Kübler-Ross en sus libros. Hizo el paso con paz. Él y su familia. Cuando llegué a Génova, él ya se había ido. Pero su cuerpo seguía en su casa, en su cama. Estaba muy delgado, pero muy guapo. Mi prima fue muy generosa y todos pudimos estar con él el rato que quisimos. En la casa había mucha gente, comida y bebida, como en una fiesta. Nadie lloraba. Solo yo lloraba. Me sentí ridícula. Pensaba encontrar desolación y encontré paz.

Todos estábamos en el salón comiendo y bebiendo y él en su cama, muerto. Me costó entender que todos habían sufrido demasiado, que se habían podido despedir muy bien, que no quedaban deudas que saldar. Transmitían serenidad.

Hoy tengo curso y hemos leído el libro de Elisabeth Kübler-Ross, justamente sobre la muerte. Y he pensado mucho en ellos. Quizás por eso he soñado con él. Y he pensado que me gustaría tener una muerte como la suya. Gracias, P.; gracias, C.

Mañana tengo fisio con J. Ya me duele la tripa de pensarlo. J. es un fisio excelente, y yo conozco muchos fisios, pero ninguno tan bueno. Pero veo las estrellas en sus sesiones. Llevamos juntos quince años. Cuando él llegó, tenía veintiuno, era un chaval recién licenciado. Enseguida nos llevamos muy bien y empezamos a hablar de cosas personales. Le pregunté si tenía novia y me dijo que no. Bueno, era normal, era muy joven. Cuando pasó el tiempo, me di cuenta de que no era por joven, sino que era homosexual. Los prejuicios comienzan cuando se dan por asumidas ciertas cosas, como las novias o los novios. Por entonces, se empezó con la fiesta del Orgullo. Yo le contaba que había estado, que Chueca estaba divertidísima. Él entendió que yo le iba a entender. Pero nunca me dijo nada. Más adelante se emparejó con un italiano estupendo.

Hoy siguen juntos y hemos quedado más de una vez a comer o tomar algo. Pero su familia no le llama ni por Navidad.

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