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En lugar de asociarla con las terribles connotaciones del Antropoceno, la época ha sido relacionada tradicionalmente con las connotaciones progresistas de la Revolución industrial. Sus máquinas accionadas con energía de vapor y alojadas en fábricas formaron un sistema automático que trastocó la relación entre el trabajo humano y las herramientas, eliminando la inteligencia, privando del interés, prohibiendo el juego, y consumiendo la vida y porciones de cuerpo de los humanos. Un error en parte de nuestro pensamiento actual salta de nuestra era de puesta en común en internet a los bienes comunales agrícolas de la Europa medieval, omitiendo el periodo en el que «la mecanización asumió el mando»[12], en el que el archipiélago de cárceles comenzó a extenderse por el mundo, y en el que los barcos de la muerte (el pasaje del medio) y los campos de la muerte (plantaciones) se convirtieron en motores de acumulación. Esta omisión impide analizar la lucha entre quienes perdieron lo común y los terratenientes, los banqueros y los industriales, que fueron responsables de las «perturbaciones humanas del sistema terrestre» y que pusieron el mundo de cabeza, al invertir la litosfera y la estratosfera.

El historiador que describe los orígenes del capitalismo observa con escepticismo el aura de inevitabilidad que lo acompañó, porque en su desfile de la victoria los dirigentes de la historia no solo pisotearon a los perdedores, como señaló Walter Benjamin, sino que afirmaron que no había alternativa. La historia se convirtió en una máquina con leyes, determinaciones, e inevitabilidades llamadas «mejora», «desarrollo» o «progreso». Ned y Kate proporcionan un antídoto a ese determinismo. Ned y Kate fueron revolucionarios, un hombre y una mujer que trabajaban de manera consciente con otros para cambiar el curso de la historia y obtener fines específicos.

«E. P. Thompson y lo común en Irlanda» trata de la necesidad de la organización soterrada cuando el aparato represivo de la clase dominante empuja a la oposición al exilio, el silencio o el engaño. Inspirándose en Hamlet, historiadores como Hegel o Marx han equiparado este soterramiento con el topo. Otros lo relacionan con el infierno, «el vientre de la bestia». Lo común persistió bajo la superficie. Por una parte, su radicalismo, del cognado raíces, desarrolló un vasto micelio. Los significados geológicos, políticos y míticos, por otra parte, se aplican a una falsa filosofía de la historia y a una asombrosa omisión en la historiografía. Abundan las coincidencias en el momento de la detención de Despard, en noviembre de 1802: el socialismo científico (Engels), la teoría de la tierra (Hutton), el carbón como energía industrial y, por último, el propio Antropoceno. Uno de los temas de esta historia es lo «sumergido», de modo que pensar en montañas bajo el mar no es más extraño que encontrar pruebas del mar entre las montañas, como tan a menudo hacían los buscadores de fósiles de la época.

4. Los cinco capítulos de «Irlanda» buscan significados de lo común a través de hechos biográficos en la vida y la familia de Edward Marcus Despard.

En primer lugar, lo «común» expresa aquello que la clase obrera perdió cuando se le retiraron los recursos de subsistencia; y en segundo lugar, expresa visiones idealizadas de liberté, égalité y fraternité. Como término, común es indispensable a pesar de sus complejas asociaciones con el romanticismo y el comunismo. Podemos pensar en lo común como negación, es decir, lo opuesto a la privatización, la conquista, la mercantilización y el individualismo. Esto, sin embargo, es poner el carro delante de los bueyes. Si lo común constituye una categoría demasiado general porque es susceptible de un mal uso idealizador, el remedio no es descartarlo sino, por el contrario, empezar el análisis por medio de la inducción histórica. Cuando Tácito, el historiador romano del siglo I, lo describió entre las tribus germánicas, se convirtió en un galimatías lingüístico y económico para generaciones y generaciones de estudiosos de lo común.

Estamos inclinados a situar lo común en la Edad Media, como un hábito de la mente o un hábito del ser –incluso una nostalgia del habitus u hogar– que deriva de la teoría de las fases de la historia conocida como estadialismo. Para la historia contemporánea, la dinámica antagonista entre el Estado y lo común empezó en el siglo XVI. En sus orígenes renacentistas, el Estado se oponía a lo común. En vísperas de la disolución de los monasterios por Enrique VIII en 1536, la mayor incautación estatal de tierras en la historia británica, Thomas Elyot, asesor de Enrique VIII, escribió el Book Named the Governor (1531). Elyot comienza distinguiendo la res publica de la res communis, definiendo esta última como «todo aquello que debería ser de todos los hombres en común». Afirma que estaba defendida por los plebeyos y que carecía de orden, estado o jerarquía. Esta distinción entre lo público, o ámbito del Estado, y lo común, o ámbito de la gente corriente, se convirtió en esencia del arte de gobernar.

La concepción planetaria de lo común hace referencia a la idea desarrollada en el cristianismo, la Ilustración y el Romanticismo. Gerrard Winstanley, cavador radical de la Revolución inglesa, decía por ejemplo que la tierra es un tesoro común para todos, mientras que el filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau tomó lo común como punto de partida de la historia del hombre[13]. Los poetas románticos ampliaron la noción en la década de 1790, ayudados por Thomas Spence, el humilde e incansable defensor de los espacios comunales agrarios.

Despard era una parte menor de la ascendencia protestante anglo-irlandesa, es decir, la clase dominante de protestantes de lengua inglesa, en contraste con el campesinado católico y de habla irlandesa («Habendum» y «Hotchpot»). Sus ancestros llegaron a Irlanda en tiempos de la reina Isabel, cuando uno de sus conquistadores –John Harington (1560-1612)– apuntó que «La traición nunca prospera. ¿Por qué razón? Porque si prosperase nadie osaría llamarla traición», relacionando indirectamente la liberación colonial con el cambio revolucionario en la metrópoli. La narración irlandesa se mantenía abierta; conservaba y expresaba relaciones milagrosas («¡Y de todos modos, eso es cierto!». El propio Ned prosperó más por talento que por propiedad y logró escapar de la guerra agraria de los «Chicos Blancos» irlandeses contra los cercamientos gracias a un cargo en el ejército británico, que le acabó llevando a su traslado al Caribe («Un muchacho entre los Chicos Blancos»).

5. En los cuatro capítulos que componen «América», presentamos a Kate y el significado del «amor» en una sociedad esclavista («¡América! ¡Utopía! ¡Igualdad! Una mierda»). Como escribía el irlandés Lawrence Sterne al africano Ignatio Sancho, «No es raro, mi buen Sancho, que una mitad del mundo use a la otra mitad como bestias, y entonces se esfuerce por convertirlos en tales». La relación del amo con la esclava era vil y violenta. Se describen dos significados de América: uno condujo a la creación de Estados Unidos, que de manera deliberada y consciente se opuso a lo común, mientras que el otro exaltaba lo común. «Cooperación y supervivencia en Jamaica» relata cómo la carrera de Despard como oficial de artillería lo llevó a obtener éxitos en Jamaica tras la revuelta abolicionista de Tacky (1760). El capítulo sobre «Nicaragua y lo común entre los miskitos» describe la desastrosa expedición militar de 1780, cuyos resultados estuvieron a punto de salvarle el cuello a Despard veintitrés años más tarde. Hizo amistad, entre otros, con los indios miskitos, y esa amistad formó parte de su política, descrita en «Honduras y lo común entre los mayas». Rechazó la política imperial y la supremacía racial blanca. La comprensión solidaria de las prácticas indígenas fortaleció su compromiso con lo común, haciendo que los plantadores coloniales exigieran que fuese destituido.

En esta búsqueda han emergido tres tipos de común: el de subsistencia, el ideal y el americano. El común de subsistencia asume la mutualidad, o el trabajar juntos. Tú practicas lo común, tú pones en común: «Buena parte de la tierra se compartía de algún modo»[14]. El cercamiento es una abolición de lo común. Por supuesto, hay ecologías –bosque, montaña, humedal y mar– distintas del terreno arable, con sus campos de trigo (pan) y cebada (cerveza). En estas ecologías, el forrajeo perduró milenios, proporcionando la base de ese común «bárbaro» descrito por James C. Scott[15]. Aun así, el común clásico tiene raíces clásicas en el ager publicus por el que luchó Espartaco. La denominada «Ley Agraria» de distribución igualitaria de la tierra fue defendida por los hermanos Graco, Tiberio y Cayo.

El derecho comunal es un poder de apropiación directa y mutua, en contraste con la exclusividad de la propiedad privada que avanza en un sentido: del «nuestro» al «mío». Elude la forma de mercancía y el intercambio de mercancías, cubriendo de manera directa las necesidades humanas, por lo general en forma de trabajo a domicilio o subsistencia doméstica, como en el caso de la leña como combustible para cocinar o el pasto para obtener leche de vaca. Lo común en cuanto relación social está emparentado con lo común en cuanto recurso natural, pero no son lo mismo. Los dos significados del término inglés commons se sugerían en el Dictionary del doctor Johnson (1755): 1) «miembro de la gente del común; hombre (¡sic!) de bajo rango; de condición mezquina», y 2) «campo abierto usado igualmente por muchas personas»[16].

El segundo tipo es el común ideal. «Todo el trabajo del hombre son las artes y todas las cosas en común», escribió William Blake, grabado en cobre. A los primeros cristianos se les ordenaba poner «todas las cosas en común» (Hechos 2: 44, 4: 32). Desde «la edad de oro» de la Antigüedad griega y romana al medieval «país de Jauja» (donde no hay piojos, moscas ni pulgas, y los frailes vuelan de verdad), oímos hablar del ideal de lo común, o podíamos soñar con él. Estas ideas no se ceñían a la propiedad en común; describían condiciones generales de mutualismo y felicidad para todos. Es también importante ver que estos estados de perfección surgieron en condiciones históricas más o menos comprendidas pero que no obstante ocurrían en este mundo y no en el más allá. Son nociones estimulantes, capaces de excitar el idealismo de jóvenes y viejos. Desde que la enseña arcoíris de la revuelta campesina de 1525 exigió poner todas las cosas en común, omnia sunt communia es el programa de quienes se oponen a la privatización respaldada por el Estado.

El tercer tipo de lo común se observa (no se sueña), y se aplica a toda la sociedad (no a quienes la abandonan). Lo llamo lo común americano por una poderosa y peligrosa ambigüedad que alberga en su interior: no es ni completamente real ni completamente imaginario. Como «América», fue un nombre europeo cuyo referente eran los pueblos indígenas, en contraste con los colonos europeos. Los europeos mezclaron las observaciones de los viajeros con sus propios miedos, fantasías y esperanzas proyectados. Lo común se volvió literalmente utópico, un neologismo derivado de dos palabras griegas que significan buen lugar y ningún lugar, y título del libro de Thomas More publicado en 1516[17]. En Utopía, una mancomunidad isleña situada frente a la costa de Sudamérica, «todas las cosas son comunes, todo hombre tiene abundancia de todo». Este común podría ser un aspecto de los primeros días de la colonia de asentamiento, con su robo de bienes comunales indígenas.

«Al comienzo, todo el mundo era América», escribió John Locke, «y más aún que ahora; porque en ninguna parte se conocía el dinero»[18]. La ambigüedad del común americano se encuentra en la influyente teoría antropológica del «comunismo primitivo» desarrollada por Lewis Henry Morgan, cuyos estudios sobre los pueblos iroqueses (y su defensa de sus tierras) influyeron directamente en Marx y Engels, así como en la noción antropológica de «comunismo primitivo»: una condición de ayuda mutua, simplicidad de herramientas y propiedad grupal de los recursos.

Ned y Kate experimentaron los tres tipos de común: el de subsistencia, el ideal y el americano. No fueron los únicos. Personas con experiencia en los tres empezaron a reunirse en la década de 1790. Debido a la promesa revolucionaria de tales encuentros, los dirigentes intentaron destruir y eliminar lo común con los cercamientos de la prisión, la tierra, la fábrica y la plantación: el abismo de Blake, la «roja esfera ardiente». La roja esfera ardiente podría hacer referencia a lo que denominaríamos el Antropoceno, con su calentamiento planetario, o a las luchas revolucionarias de la época y los incendios en las plantaciones esclavistas.

6. «Haití» muestra que no hay forma de entender la Europa ni la América modernas sin situar exactamente en medio la Revolución haitiana[19]. Comenzó en un terreno comunal, el Bois Caïman, en agosto de 1791, y duró hasta obtener la independencia, una década después, por la época de la conspiración y la ejecución de Despard, en 1803. Susan Buck-Morss dice, acerca de 1802 y el ataque simultáneo de Hegel a Adam Smith y a la revuelta haitiana, que «en este momento histórico convergieron la teoría y la reali­dad»[20]. Nadie personificó más plenamente esa convergencia que la pareja formada por Edward y Catherine Despard.

«Haití y Thelwall» presenta a un importante reformador de Inglaterra que se opuso a los cercamientos. El Gobierno rodeó a John Thelwall mientras hablaba y lo encarceló. Las reacciones de Thelwall a la revuelta haitiana revelan la separación histórica entre el revolucionario práctico y el idealista poético. «Irlanda y Volney» está dedicado al aristócrata filósofo y revolucionario Constance Volney. Su obra, traducida al inglés por Jefferson, influyó en los militantes haitianos e irlandeses, por su crítica laica a la religión y su análisis de clases del poder político. El pensamiento de la clase dominante afirmaba que las «divisiones» entre hombres y mujeres, patricios y plebeyos, negros y blancos, pobres y ricos eran «naturales» y «eternas». Al introducir la exactitud temporal en los orígenes políticos de estas divisiones, el capítulo «Un punto en el tiempo» muestra que no es así. ¿Qué significaba la raza y cómo cambiaron sus significados con la expansión de la esclavitud racial? Ned y Kate tuvieron un hijo, un niño mestizo llamado John Edward, que refuta una de esas divisiones.

7. «Inglaterra» sigue a Irlanda, América y Haití como el cuarto pico de las montañas atlánticas. Ned y Kate se embarcaron en un proyecto revolucionario con un desdichado final. Inglaterra estaba dominada por terratenientes, tanto de tipo aristocrático y militarista como de tipo burgués, decidido a obtener rentas elevadas. Para progresar en sus causas de conquista y beneficio, el cercamiento de tierras y la abolición de lo común en su propio país se volvieron parte integral de la guerra contra los súbditos coloniales y su común. «Un sistema de devoradores de hombres» describe la sistemática violencia mundial liderada por el primer ministro William Pitt, y la oposición a ese sistema en Inglaterra, que incluyó la acción directa de Despard. «La oca y lo común» se inspira en lo folclórico, abordando lo común desde el punto de vista de un pequeño kōan poético sobre una oca. «La guarida de ladrones» examina la ley de cercamientos de Enfield, que tuvo lugar por la misma época que la conspiración de Despard. Con «Lo común y lo verdaderamente común» concluye la sección sobre Inglaterra, explorando directamente qué significaba lo común durante la década de 1790, cuando lo común real fue destruido por la ley de los terratenientes, pero lo común virtual fue elevado a ideal revolucionario.

8. «El negocio» es un eufemismo que Despard y los demás conspiradores que lo acompañaban utilizaban para hacer referencia a la conspiración insurrecta y a sus intenciones revolucionarias. Su «negocio» era necesariamente subrepticio, y las fuerzas populares a las que apelaba estaban necesariamente soterradas. El eufemismo abarca a un grupo de fuerzas indeterminado, algunas de las cuales se describen en la segunda parte («Las montañas atlánticas»), donde se abordan las luchas por lo común en Irlanda, Inglaterra, el Caribe y Centroamérica. En Londres, Despard y sus compañeros de conspiración conocieron un proletariado de revolucionarios irlandeses exiliados –veteranos de guerra, marineros, criados y artesanos enfrentados a la degradación provocada por las máquinas– influidos por ideas de los demócratas londinenses. En paralelo al cercamiento de tierras, vieron su trabajo en artesanías y manufacturas cercado en la fábrica o criminalizado por las autoridades policiales, como se describe en «La criminalización en el proceso de trabajo». Artesano, criado y jornalero fueron alienados de los medios y los materiales de producción, así como de los productos de esta. A medida que los productos se convertían en mercancías, la costumbre se convertía en delito. Ned y Kate pueden interpretarse como personificaciones coloniales de las energías volcánicas, «ardiendo» desde abajo. El «negocio» de ese momento era lo común, entendido como descripción de prácticas de subsistencia saludables y como aspiración revolucionaria a la libertad humana. Las fuerzas termodinámicas se volvieron esenciales para la lucha, como se muestra en «Mano de obra irlandesa, carbón inglés». La tos se convirtió en signo de los tiempos.

9. La sección titulada «La cárcel» consta de cuatro capítulos, cada uno dedicado al encarcelamiento de Despard y el cercamiento de lo común en Inglaterra. La «reforma» de las prisiones a final del siglo XVIII pretendía 1) proteger la propiedad privada y 2) establecer la disciplina social y un súbdito obediente a las jerarquías económicas, sociales y raciales. «Endeudado en la cárcel» empezó para sustituir al patíbulo, alcanzando su culminación en el panóptico nombrado y elaborado por Jeremy Bentham, arquitecto utópico del cercamiento en su sentido amplio. Arthur Young, el agrónomo, por su parte, fue su defensor práctico en el sentido estricto. Young se concentró en el ámbito agrario, al igual que Bentham lo hizo en los fabricantes en su defensa del cercamiento social. Despard fue encarcelado en la prisión del King’s Bench por deudas. En la prisión de Cold Bath Fields sufrió una privación extrema y se encontró casi literalmente «En la cárcel sin cuchara». También en la King’s Bench vivió en un entorno poroso, en el que el deporte («Rackets en la cárcel del King’s Bench») se practicaba en un espacio común. El último capítulo, «Catherine Despard se enfrenta a la penitenciaría», conduce La roja esfera ardiente a su clímax. La cárcel era una encrucijada de países y de ideas. Ni el patíbulo, ni las vallas, ni los muros, la guerra o el exilio lograron eliminar o hacer desaparecer lo común. Kate, la intrépida abolicionista, la incansable reformadora del sistema carcelario, la mujer perteneciente a la Sociedad de los Irlandeses Unidos, es la protagonista de este relato.

10. «Dos relatos» está compuesta por dos capítulos. «Todos los negocios del hombre» hace referencia a Blake y Despard, vecinos y contemporáneos. Los dos resumen esta época en la historia de la humanidad, el primero con la poesía de la profecía y el segundo con los hechos proféticos. Al hacerlo, apuntaron a caminos que no se tomaron. Los dos capítulos siguientes cuentan historias reales. El primero («El gorro rojo de la libertad») es un relato de fantasmas de los tiempos del hambre que recuerda los tiempos revolucionarios de la época de Despard en el 98. Es un relato en el que la esperanza está firmemente arraigada en el condado de Laois, lugar de nacimiento de Ned en Irlanda. El segundo es un relato de animales («El pájaro crestirrojo y el ánade negra») que surgió en la región de los Grandes Lagos de Norteamérica y volvió a contarse en 1802 entre los anticuarios de Dublín, que lo compararon con Homero. Estos relatos, de naciones de narradores, dan sentido a las derrotas históricas. La roja esfera ardiente concluye con una pregunta. «¿Qué es la raza humana?» comienza con el discurso de Ned y Kate en el patíbulo. Plantear la pregunta reafirma el poder de la voluntad humana, de la libertad.

Las formas contemporáneas de defensa de lo común (zapatistas, movimiento Occupy, Standing Rock, y similares) inspiraron el discurso renovado de lo común, y también me animaron a investigar su historia y a descubrir que las ideas no eran mero humo, aunque el curso de la clase dominante y sus cronistas digan lo contrario. Si el conocimiento de lo común, cuando este se producía verdaderamente, fue suprimido, esta supresión estuvo relacionada, pensé yo, con la supresión de la historia de las mujeres en la reproducción social. La profesora Neeson nos enseñó en la década de 1990 que los regímenes de propiedad comunal eran más amigables con las mujeres que los regímenes económicos y sociales basados en la propiedad privada.

Ned y Kate fueron súbditos coloniales que perdieron su apuesta por situar a la humanidad en una trayectoria distinta, una senda no tomada. Su amor mutuo formaba parte de su amor por lo común. Eros, filia y ágape encontraron su perdición en el amor maltusiano de la reproducción calculada, o ektrofeia, que está al servicio del Estado y del capital. Si recordar a Ned y Kate es decir que la ecuación blakeana, cercamiento = muerte, no tiene por qué imponerse, y si su memoria nos ayuda a afirmar la asociación entre nuestro amor por los demás y el proyecto de puesta en común, sin duda, pensé, mi investigación debía empezar con los restos de Kate.

[1] W. Blake, Visions of the Daughters of Albion, Londres, 1793, p. 196.

[2] E. Despard, «Recollections of the Despard Family», 1841, Mr. and Mrs. M. H. Despard Collection «Recollections», p. 22. Véase también J. Despard, «Memoranda Connected with the Despard Family from Recollections», 1838, Mr. and Mrs. M. H. Despard Collection.

[3] A. Linklater, Measuring America: How the United States Was Shaped by the Greatest Land Sale in History, Londres, 2002.

[4] P. Mantoux, The Industrial Revolution of the Eighteenth Century: An Outline of the Beginnings of the Modern Factory System in England, Londres, 1961, p. 252.

[5] S. Beckert, Empire of Cotton: A Global History, Nueva York, 2014; E. Baptist, The Half Has Never Been Told: Slavery and the Making of American Capitalism, Nueva York, 2014; N. Frykman, «The Wooden World Turned Upside Down: Naval Mutinies in the Age of Atlantic Revolution», tesis doctoral, Universidad de Pittsburgh, 2010.

[6] E. Ostrom, Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action, Cambridge, 1990 [ed. cast. El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva, México, 2011]; D. Bollier, H. Silke, y Heinrich Böll Foundation (eds.), The Wealth of the Commons: A World beyond Market and State, Amherst, MA, 2012; M. Mies y V. Bennholdt-Thomsen, The Subsistence Perspective: Beyond the Globalised Economy, Londres, 1999; L. Brownhill, Land, Food, Freedom: Struggles for the Gendered Commons in Kenya, 1870 to 2007, Trenton, 2009; S. Federici, Caliban and the Witch: Women, the Body, and Primitive Accumulation, Nueva York, 2004 [ed. cast.: Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid, 2010]; S. Federici, «Feminism and the Politics of the Commons in a Era of Primitive Accumulation», en C. Hughes, S. Peace, K. Van Meter y Team Colors Collective (eds.), Uses of a Whirlwind: Movement, Movements, and Contemporary Radical Currents in the United States, Edimburgo, 2010; R. Solnit, A Paradise Built in Hell, the Extraordinary Communities That Arise in Disaster, Nueva York, 2009 [ed. cast.: Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre, Madrid, 2020]; N. Klein, «Reclaiming the Commons», New Left Review 9, mayo-junio 2001 [ed. cast.: «Reclamemos los bienes comunales», NLR 9, julio-agosto de 2001]; V. Shiva, The Violence of the Green Revolution, Londres, 1991; J. M. Neeson, Commoners: Common Right, Enclosure, and Social Change in England, 1700-1820, Cambridge, 1993.

[7] G. Esteva y M. S. Prakash, Grassroots Post-Modernism, Nueva York, 1997; R. Patel, The Value of Nothing: How to Reshape Market Society and Redefine Democracy, Nueva York, 2009; L. Hyde, Common as Air: Revolution, Art, and Ownership, Nueva York, 2010; M. Hardt y A. Negri, Commonwealth, Cambridge, 2009 [ed. cast.: Commonwealth, el proyecto de una revolución del común, Madrid, 2011]; D. Graeber, Debt: The First 5.000 Years, Nueva York, 2011; H. Reid y B. Taylor, Recovering the Commons: Democracy, Place and Global Justice, Urbana, IL, 2010; D. Bollier, Silent Theft: The Private Plunder of Our Common Wealth, Nueva York, 2002; I. Boal, J. Stone, M. Watts y C. Winslow (eds.), West of Eden: Communes and Utopia in Northern California, Oakland, 2012; M. De Angelis, Omnia Sunt Communia: On the Commons and the Transformations of Postcapitalism, Londres, 2017; G. C. Caffentzis, «On the Scottish Origin of “Civilization”», en S. Federici (ed.), Enduring Western Civilization: The Construction of the Concept of Western Civilization and Its “Others”», Westport, CT, 1995.

[8] S. Federici, Re-enchanting the Commons: Feminism and the Politics of the Commons, Oakland, 2018 [ed. cast.: Reencantar el mundo. El feminismo y la teoría de los comunes, Madrid, 2020].

[9] H. Mayhew, London Life and London Labour, Nueva York, 1968, vol. 2, p. 256.

[10] E. P. Thompson, The Making of the English Working Class, Nueva York, 1963 [ed. cast.: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid, 2012]; D. Worrall, Radical Culture: Discourse, Resistance and Surveillance, 1790-1820, Detroit, 1992; I. McCalman, Radical Underworld: Prophets, Revolutionaries, and Pornographers in London 1795-1840, Cambridge, 1988; M. Elliott, «The “Despard Conspiracy” Reconsidered», Past and Present 75, 1977; A. Hone, For the Cause of Truth: Radicalism in London, 1796-1821, Oxford, 1982; M. Chase, The People’s Farm: English Radical Agrarianism, 1775-1840, Londres, 2010; C. D. Conner, Colonel Despard: The Life and Times of an Anglo-Irish Rebel, Conshohocken, PA, 2000; M. Jay, The Unfortunate Colonel Despard: Hero and Traitor in Britain’s First War on Terror, Londres, 2004; R. Wells, Wretched Faces: Famine in Wartime England, 1763-1803, Gloucester, 1988.

[11] J. Zalasiewicz, A. Cearreta, P. Crutzen, E. Ellis, M. Ellis, J. Grinevald, J. McNeill, C. Poirier, S. Price, D. Richter, M. Scholes, W. Steffen, D. Vidas, C. Waters, M. Williams y A. P. Wolfe, «Response to Austin and Holbrook on “Is the Anthropocene an Issue of Stratigraphy or Pop Culture?”», Geological Society of America Groundwork 22, octubre de 2012, e21-22.

[12] S. Giedion, Mechanization Takes Command: A Contribution to Anonimous History, Nueva York, 1969.

[13] J.-J. Rousseau, Discourse on Inequality, Londres, 1754.

[14] J. M. Neeson, Commoners: Common Right, Enclosure, and Social Change in En­gland, 1700-1820, Cambridge, 1993, p. 3.

[15] J. C. Scott, Against the Grain: A Deep History of the Earliest States, New Haven, 2017.

[16] A Dictionary of the English Language, Londres, 1755.

[17] T. More, Utopia, Londres, 1923, pp. 43-44 [ed. cast.: Utopía, Madrid, 2011].

[18] J. Locke, Two Treatises of Government, Nueva York, 1956, p. 145.

[19] J. S. Scott, The Common Wind: Currents of Afro-American Communication in the Era of the Haitian Revolution, Londres, 2018.

[20] S. Buck-Morss, Hegel, Haiti, and Universal History, Pittsburgh, 2009, p. 60.

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