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Capítulo 2: Parada

Búfalo, Wyoming

18 de septiembre de 1976, 10:00 a.m.

Susanne

Susanne sabía que debería sentirse culpable, pero no podía.

Trish seguía aserrando troncos y Perry se había colocado frente al televisor, donde estaba viendo el fútbol universitario. Miró a su hijo. Estaba boca abajo en la alfombra marrón y sólo llevaba los calzoncillos de Supermán. Tenía la barbilla entre las manos, las rodillas dobladas y los pies balanceándose en el aire. Un mini Burt Reynolds en su alfombra de piel de oso, pensó, y soltó una risita. Ninguno de los dos niños estaba listo para irse. Ninguno de los dos había hecho las maletas. Ella tampoco, por cierto.

Dio un sorbo a una taza caliente de lo que Patrick llamaba su "agua color café". Eran las diez y estaba en la mesa de la cocina con un caftán rojo brillante que había hecho ella misma. Un programa de radio local de intercambio promocionaba cachorros, artículos de esgrima y arneses para caballos de trabajo. Competía con la televisión de la otra habitación y con los ronquidos de Ferdinand, su lobero irlandés, que se comía toda la casa y olía siempre como si se hubiera revolcado en un perro de la pradera muerto. A través del ventanal del fondo de la sala de estar y el comedor, podía ver las hojas doradas del otoño en los álamos del patio trasero, que brillaban con la brisa y el sol. A pesar de la insistencia del reloj, no se movió. Echaba de menos a su madre y a su hermana de forma paralizante. Ya había agotado su presupuesto mensual para llamadas de larga distancia hablando con ellas en las dos primeras semanas de septiembre. Les escribía cartas, pero sólo le respondían una de cada tres que les enviaba. Ella lo entendía. Se tenían la una a la otra y a su familia, amigos y a la comunidad. Ella era la solitaria.

¿Por qué Patrick tuvo que alejarlos tanto de todas las personas que le importaban? Sólo se tenían el uno al otro. Parecía que estaba intentando recuperar un elemento –el norte- del sueño que había abandonado en favor de la facultad de medicina: ser un biólogo especialista en fauna silvestre o un guardabosque pobre pero feliz. Claro que había hecho algunos amigos en Búfalo, pero no era lo mismo que en casa. Bueno, excepto por Evangeline Sibley. La esposa embarazada del ranchero era lo más parecido a tener su propia hermana aquí. Patrick también era muy amigo del marido de Vangie, Henry. Pero, a decir verdad, el resto de las mujeres nativas de Wyoming eran demasiado rudas y campestres para Susanne. La mayoría de ellas nunca había conocido un lápiz de labios o un colorete. Cazaban y pescaban con -o sin- los hombres. Susanne estaba orgullosa de ser una dama sureña. No quería ser como las mujeres del lugar, pero seguía sintiéndose de alguna manera... insignificante... cerca de ellas.

Como para confirmar sus pensamientos, el locutor de la radio dijo: "Becky Wills ha sacado una marca de alce cerca de Jackson y está buscando a alguien que cuide a sus hijos, de tres, cinco y siete años, durante unos diez días mientras ella y su marido se van de cacería".

Sólo en Wyoming una mujer se anunciaría en la radio para encontrar a alguien que cuidara a sus hijos para poder ir a cazar. Susanne nunca habría dejado a sus hijos con extraños. Al menos no en Texas. Quizá hubiese hecho lo mismo si tuviera que salir de la ciudad a toda prisa por una emergencia, pero seguro que nunca lo hubiese hecho solo por irse de cacería.

¿Cómo se suponía que iba a convivir con mujeres como Becky Wills? Y todas eran como ella.

Trish entró en la cocina, frotándose los ojos. Parte de su cabello rubio formaba un marco borroso alrededor de su cabeza y su rostro, habiéndose soltado de dos largas trenzas francesas. "¿Qué hay para desayunar?".

Ferdinand se levantó. Estiró su cuerpo flaco y desaliñado de poni en una postura de perro boca abajo. Luego, como un galgo, rebotó y flotó hacia Trish. Ella lo abrazó por el cuello y le arrulló.

"Perry, Ferdie y yo comimos hace dos horas. Hay cereales en la despensa".

Los ojos de Trish se entrecerraron y frunció la nariz, pero cogió un tazón y una cuchara, y los posó con fuerza sobre la gruesa mesa. Susanne se estremeció. La mesa era especial para ella, junto con el aparador a juego que había al lado. Nogal pulido, herrajes de latón y puertas de cristal. Eran los primeros muebles nuevos que ella y Patrick habían comprado. Por suerte, el mantel individual absorbió el impacto del bol. Trish se dio la vuelta para buscar los cereales y la leche.

"Tu padre está en el hospital. Va a querer irse en cuanto vuelva".

"Bien por él".

"Trish". El tono de su voz decía: "Basta ya". Ella suspiró. "No eres demasiado mayor para darte unos buenos azotes". No estaba orgullosa de ello, pero Susanne había roto varas de medir, cucharas de madera, cepillos de pelo y palos en los traseros de sus hijos. Esto no los había frenado mucho.

"Si es que puedes atraparme".

Susanne señaló el cabello de su hija. "Para eso están las colas".

Trish echó los cereales y la leche en su cuenco. Hizo sonar la cuchara contra sus dientes y luego sorbió la leche de un gran bocado. "¿A qué hora llegará?".

"Modales, Trish. Debe estar por llegar".

"Gracias por despertarme".

Susanne fingió no notar el sarcasmo. "De nada".

El teléfono sonó. Esperando que fuera su madre o su hermana, Susanne se lanzó a por él. No fue tan rápida como su hija.

"Residencia Flint, habla Trish". La adolescente puso los ojos en blanco mientras decía el saludo que sus padres le exigían. Escuchó un momento. "No está aquí ahora mismo. Déjame llamar a mi madre". Tendiendo el teléfono a Susanne, dijo: "Quieren dejar un mensaje, ya sabes".

"No digas 'ya sabes'. No lo sé si no me lo dices tú". Susanne gruñó pero le arrebató el teléfono a su hija. "Soy Susanne Flint".

"Hola, señora Flint. Soy Hal Greybull, el forense del condado".

"Hola, Sr. Greybull. Nos conocimos en el desayuno de panqueques para los bomberos, creo".

"En efecto, lo hicimos. Intenté comunicarme con Patrick llamando al hospital, pero no lo he localizado. ¿Puede decirle que me llame?"

"Lo siento. Debe estar de camino a casa. ¿Él sabrá de qué se trata?".

"Tengo algunas preguntas finales para él antes de dar a conocer la autopsia y el informe de Jones". Recitó un número de teléfono.

Susanne sabía de qué caso se trataba. Su marido había estado fuera de sí desde el día en que no pudo salvar la vida de la anciana. Patrick era brillante, y ella sabía que había hecho todo lo posible. A veces las cosas malas simplemente suceden. Sin ningún motivo. Los humanos viven, los humanos mueren, y los médicos no son Dios, pero muy poca gente entiende eso. "No hay problema".

"Gracias".

Susanne colgó el teléfono. Su mente se trasladó a la noche en que Bethany Jones murió. Patrick había llorado en los brazos de Susanne. Sus ojos ardían. Había tenido mucha suerte con su marido en muchos aspectos. Quizá Wyoming no fuera para siempre.

La cuchara de Trish cayó a la mesa, fuera del mantel. Con la boca llena, dijo: "¿Por qué papá nos hace ir a cazar alces con él?"

Buena pregunta. Una que prefirió ignorar. Las discusiones con las adolescentes debían evitarse a toda costa. "Quita tu cuchara de mi mesa".

Trish lo hizo, lentamente.

Un pensamiento golpeó a Susanne. Entendía por qué Patrick quería ir. Le encantaba cazar. Incluso entendía lo mucho que quería pasar tiempo con los niños y compartir con ellos esa actividad que tanto le gustaba. Pero, ¿por qué tenía que ir ella? Ella estaba con los niños todo el tiempo. En su mente marcó los puntos en contra de la caza. Odiaba, sin ningún orden en particular, pasar frío, dormir en el suelo, disparar, los caballos y las cosas muertas. En un instante, supo por qué no había hecho que los niños empacaran o terminaran de preparar sus propias cosas.

Ella no iba a ir.

"Mamá, ¿me has oído? He preguntado por qué papá nos hace ir".

La puerta principal se abrió y se cerró. Patrick estaba en casa. Ferdinand bajó trotando a saludarlo. Oyó a Patrick saludar y luego sacar al perro.

"Pregúntale a tu padre".

Perry estaba tan absorto con la televisión que no oyó entrar a su padre. De haberlo hecho, habría saltado y apagado el aparato. Patrick y Susanne solían limitar a los niños a El mundo submarino de Jacques Cousteau o El reino salvaje, y a un dibujo animado a la semana. En su desasosiego, Susanne había olvidado supervisar la adición de Perry a la televisión.

La silueta de Patrick apareció en lo alto de la escalera, que daba al salón, y Perry. "¿Quién está listo para la caza?" Su apuesto rostro lucía un poco demacrado, pero su voz sobaba alegre.

"Hola, cariño", dijo Susanne. "¿Una noche larga?".

Trish volvió a su cereal. Cada sorbo de leche y cada chasquido de dientes avivaban la ira de Susanne. Se sentía al borde de un feo cambio de humor, así que forzó una sonrisa.

"Fue una noche larga y difícil. Te lo contaré todo de camino a las montañas". Patrick frunció el ceño mientras se acercaba a Susanne. Se agachó para evitar una lámpara que colgaba del techo bajo. Sólo medía un metro ochenta, pero la luminaria estaba colocada de forma extraña. "¿Por qué está Perry viendo el fútbol?".

Al oír su nombre, Perry detectó por fin la presencia de su padre y se puso en pie de un salto. Retrocedió hasta el televisor y lo apagó.

"Sólo dejé que lo encendiera un segundo mientras comía". Susanne cruzó los dedos en su regazo y esperó que los niños no la delataran.

Patrick besó la mejilla de Susanne y luego puso su cartera y sus llaves en la encimera de la cocina. "¿Está el equipaje listo para cargarlo en el camión?".

Perry se acercó a la mesa. Agachó la cabeza. "Todavía no".

"Creí que estabas emocionado por ser finalmente lo suficientemente mayor para cazar, amigo".

"Lo estaba. Lo estoy. Estaré listo rápidamente. Pero, papá, ¿cómo es que no puedo jugar al fútbol? También soy lo suficientemente mayor para eso".

"Porque no quiero que rompas el cráneo. Ya hemos hablado de esto. Podrás jugar cuando estés en octavo curso". Apartó la mirada de su hijo y miró a Trish y Susanne a su vez. "Ahora, vayan a prepararse. Todos. La luz del día se agota y nos vamos de caza". Casi cantó sus últimas palabras e hizo unos cuantos pasos malos de baile.

"¿Tengo que hacerlo?" Preguntó Trish, con su voz sibilante.

El baile se detuvo. "Fingiré que no acabas de preguntar eso. Muévete".

Los chicos salieron en fila, Perry de puntillas y emocionado, Trish con los hombros encorvados y el ceño fruncido.

"¿Qué le pasa?" Preguntó Patrick, mientras se servía un tazón de cereales y una taza de café.

"Es una niña de quince años. Quiere estar con sus amigos. Y creo, por la forma en que salta cada vez que suena el teléfono, que le gusta un chico".

"Es demasiado joven para los chicos".

"La misma edad que tenía yo cuando empecé a salir contigo".

"Exactamente, ese es mi punto".

Susanne le sonrió. "Quizá sea como yo en más de un sentido".

"¿Qué quieres decir?"

No hay manera de que lo que estaba a punto de decirle saliera bien, pero tenía que acabar con ello. "Odio la caza".

"No odias la caza".

Ella se preparó. "Sí la odio. No me gustan nada las armas. O los caballos. Cindy tropieza todo el tiempo. Me da miedo. Y he decidido que no voy a ir al viaje".

El cuenco de Patrick se estrelló contra el suelo, salpicando leche y cereales sobre el linóleo, los armarios y hasta la alfombra. "¿Que has dicho?", dijo mirándola con furia.

Sí, la cosa no iba nada bien.

Capítulo 3: De improviso

Buffalo, Wyoming

18 de septiembre de 1976, 11:00 a.m.

Trish

Trish cogió el teléfono amarillo con forma de donut que le habían regalado sus padres por su decimocuarto cumpleaños. Marcó, se equivocó y volvió a marcar. Mientras sonaba la línea, se sentó en su silla de cesto colgante y se giró hacia delante y hacia atrás, admirando sus pantalones vaqueros acampanados. Su madre no le dejaba llevar las sandalias de plataforma que tanto le gustaban, pero no quedaban mal con sus botas de imitación de Dingo.

Oyó gritos en el piso de arriba. Plantando los pies en la alfombra, contuvo la respiración para poder escuchar.

"He dicho que no voy". La voz de su madre era firme. No se enfrentaba al padre de Trish muy a menudo, pero cuando lo hacía, lo hacía a lo grande.

"¿Vas a arruinarnos el viaje?", preguntó su padre.

Una voz de mujer en su oído interrumpió su escucha. "¿Hola?".

"¿Puedo hablar con Brandon, por favor?" preguntó Trish, usando la voz educada que reservaba para los adultos que no eran sus propios padres, y hablando en voz baja para que sus padres no la oyeran. ¿A quién quería engañar? Su padre acababa de gritarle algo a su madre. Cuando los dos se alteraban, ignoraban todo a su alrededor.

"¿Quién llama?". La mujer sonaba escéptica.

"Trish Flint".

"¿Flint?" La Sra. Lewis hizo un sonido de "t" fuerte al final de la palabra. Le recordó a Trish cuando un bebé saltamontes había volado dentro de su boca y lo había escupido.

"Sí".

Trish pudo oír la respiración de la mujer mientras consideraba la petición de Trish. La señora Lewis era enfermera, y Trish había escuchado a sus padres hablar de que la habían despedido el mes pasado. Algo sobre el robo de cosas, y que su padre había sido el que la atrapó. A la Sra. Lewis probablemente no le agradaba mucho el padre de Trish. ¿Significaría eso que tampoco aprobaría a Trish? Trish no tenía tiempo para intentar ganársela. Si la Sra. Lewis no le pasaba el teléfono a Brandon pronto, Trish no tendría la oportunidad de hablar con él antes de que su padre la obligara a salir por la puerta para el estúpido viaje de acampada.

"Espere, por favor".

Un golpe seco le indicó a Trish que la Sra. Lewis había dejado caer el teléfono sobre el mostrador. No es muy amable, señora. Trish empezó a contar. Si llegaba a cien y la señora Lewis no la comunicaba con Brandon, colgaría. Su padre no se alegraría si bajaba las escaleras y la encontraba al teléfono en lugar de estar empacando.

La madre de Trish gritó lo suficientemente fuerte como para que los vecinos la escucharan, algo que normalmente no hacía. "Odio la caza. Y las armas. Y odio acampar. Y que me digan lo que tengo que hacer. Y tú sabías todo esto antes de planear el viaje".

¡Así se habla, mamá! ¡Si ella no va, papá no me puede obligar a ir! Entonces se acordó de todas las actividades de la iglesia que había ese fin de semana. Si se quedaba aquí, su madre la obligaría a ir. Obligó a Perry y a Trish a participar en todas las actividades de la iglesia. La escuela dominical, la Escuela Bíblica de Vacaciones -lo único que le gustaba de la Escuela Bíblica de Vacaciones era memorizar versículos para ganar premios, porque siempre ganaba-el campamento de la iglesia, el lavado de autos, la venta de pasteles y, ahora, el grupo de jóvenes. La familia de Brandon pertenecía a la misma iglesia, pero casi nunca iba. ¿Qué era mejor, faltar a la iglesia o no tener que cazar?

Su padre estaba cada vez más enojado. "He estado esperando este viaje. Nunca puedo pasar tiempo con los niños".

Nada sonaba más aterrador que la voz de su padre cuando estaba enfadado. Trish se estremeció, pero Susanne no tenía miedo de Patrick.

"Yo siempre estoy con los niño. Me vendría bien un descanso".

Qué bien, mamá. Yo también te quiero.

Entonces oyó a Brandon. "Hola". En su voz se sentía una sonrisa.

El calor se apoderó de la cara de Trish. No podía creer que se hubiera atrevido a llamarlo. Nunca había llamado a un chico. Se olvidó de sus padres discutiendo. "Hola, tú"

"¿Qué onda?".

Alrededor de Brandon, Trish se sentía anticuada. Le encantaba su forma de hablar. Como si fuera de California o algo así, aunque hubiera nacido y crecido en Buffalo. "Mi padre nos va a llevar a cazar alces, ya sabes".

"Eso es muy lejos".

Trish estaba de acuerdo con él. Brandon era muy guapo, y estaba en el último año, dos años por delante de ella en la escuela. A todas las chicas les gustaba. Ella estaba bastante segura de que le gustaba, pero sólo la había llamado un par de veces, y no le había pedido que saliera con él ni nada parecido. Sus amigas estaban de acuerdo en que era importante dejar que los chicos hablaran de sí mismos y actuar como si te gustaran las mismas cosas que a ellos. Pero a Trish no se le daba muy bien fingir, aunque pudiera estropear las cosas.

"No está muy lejos. Tendremos que faltar a la escuela y todo eso".

"¿La señorita de las notas perfectas podría sacar un simple notable?"

Oyó un clic en la línea telefónica. "¿Alguien acaba de contestar?"

"No lo creo", dijo Brandon. "Hola, hola, ¿hay alguien ahí?".

No hubo respuesta.

Trish giró su silla hacia la ventana y habló más bajo. "Mi madre tampoco quiere ir, pero está permitiendo que mi padre me lleve. Ella está siendo cómplice de mi secuestro. Debería huir".

"Así es. No dejes que el tipo te mandonee". Trish oyó la risa en su voz.

"¿Te estás burlando de mí?".

"Sí, un poco. Relájate. Estarás muy lejos. Tienes suerte".

"Vale, si tú lo dices". Se sentía tonta intentando hablar como él, y ni siquiera estaba segura de estar haciéndolo bien.

"¿A dónde van?"

"No lo sé. A algún lugar cerca de Hunter Corral es lo que le dijo a mi madre".

"¿Estás empacando?"

"¿Van de mochileros?"

"No, iremos a caballo, tonto".

"Oh. Sí. En caballos. Y luego a acampar".

"Genial."

"Quizás deberías ir tú en mi lugar".

"O podría conducir hasta allí y decir hola."

"Eso sería genial". El calor volvió a subir a sus mejillas.

La voz de su padre retumbó desde el fondo de la escalera. "Trish, ¿por qué no está tu equipaje en la puerta? Te necesito afuera ahora mismo".

"Tengo que irme, Brandon". Hizo una pausa, casi conteniendo la respiración, esperando que él hiciera las cosas oficiales entre ellos. Eso valdría unos segundos más y la ira de su padre.

Todo lo que él dijo fue: "Sigue tu camino".

Una parte del subidón que había sentido al hablar con él se esfumó. Si volvía y descubría que se él se había liado con Charla Newby, nunca perdonaría a su padre. Charla. Arcadas. Cabello negro largo y rizado y ojos grandes y oscuros. Primer lugar en el rodeo juvenil de este año. Charla conseguía todo lo que quería, y últimamente Trish había oído que quería a Brandon. "Uh, sí. Nos vemos luego".

Colgó y se enfrentó a su padre que ahora estaba en la puerta. Aunque no parecía tan amenazante junto al papel pintado de flores azules que lo enmarcaba.

"¿Estabas hablando por teléfono?"

"Lo siento. Tuve que hablar con un amigo para que me consiguiera las tareas. Ya que voy a faltar a clase".

"Muévete. Ahora".

Ella se armó de valor y soltó: "Papá, si mamá no va, yo tampoco".

"Oh, claro que irás, jovencita".

"Pero no me gusta cazar".

Era cierto. Ella podía disparar. Su padre pensaba que disparar era una habilidad necesaria para la vida, y le había enseñado a disparar cuando tenía once años. A Perry le había ensañado aún más joven. "Todo comienza con la seguridad, y la seguridad comienza con el conocimiento", había dicho. Le hizo cargar y manejar un rifle, un revólver y una escopeta, todo por su cuenta. Su madre había insistido en que, si iba a enseñarles a disparar, también debía enseñarles a defenderse de otras maneras. Les enseñaba defensa personal como si estuvieran en la escuela, con una colchoneta en el suelo del salón y sus tres alumnos, si se cuenta a su madre, frente a él. Los aleccionaba. "Todo lo que un tipo malo te va a hacer en otro lugar es siempre peor que lo que te va a hacer aquí. Así que luchen, luchen, luchen". Luego los instruyó en movimientos de defensa personal. Pinchazos en los ojos. Golpes de cabeza en la nariz. Patadas en la ingle.

Honestamente, su padre era un poco intenso. Y súper friki.

A ella definitivamente, no le gustaba pelear. Pero disparar era divertido, y era buena en eso. Le gustaba más el revólver. No le golpeaba el hombro. Últimamente su nueva ballesta había sido la obsesión de su padre, y Perry y ella habían estado practicando con él.

Pero el año pasado la obligó a ir a cazar antílopes con él. Ella no había querido disparar sola, así que él la había rodeado y había sostenido el rifle con ella. Incluso había puesto su dedo sobre el de ella en el gatillo. Su primer disparo había dado al animal, pero probablemente gracias a ella, no lo había matado. Su padre no tardó en disparar en solitario para acabar con su sufrimiento. Pensar que había herido a un animal y que éste había sufrido, aunque fuera un segundo, por su culpa... Era horrible. Lloró y lloró. Cuando se calmó, tuvieron que sacarle las entrañas en el campo. Su padre la había hecho ver todo. Fue asqueroso. Asqueroso y triste. Y tardaron una eternidad. Luego tuvieron que llevarlo al camión y a casa.

¡Qué asco! Y todo lo que comieron fue antílope durante semanas. A ella le gustaba el antílope, pero se hartó de él, y recordaba la horrible cacería en cada comida.

Su padre seguía hablando. "No tiene que gustarte la caza. Pero vas a ir".

"No quiero".

"No te he preguntado si quieres". Su voz cambió de oscura a luminosa. "Pero va a ser divertido. Ya lo verás".

Ella cambió su tono de desafiante a triste. "Todos mis amigos van a ir a una fiesta de cumpleaños".

"Lástima que no tengan padres geniales que los lleven a cazar alces".

Como la tristeza no funcionaba, puso los ojos en blanco. "Me perderé de una semana de escuela".

"No una semana entera. Le dije a tu madre que sólo estaríamos fuera cuatro días".

El corazón de Trish dio un salto. "¿Sólo cuatro días?" Hizo un gesto con el puño. "Sí".

"No te emociones tanto". Se giró a medio camino de la puerta, mirándola por encima del hombro. "Voy a enganchar el remolque. Reúnete conmigo en la puerta para ayudarme con los caballos. Y trae tu bolso y a tu hermano".

Ella se levantó de un salto y se puso en posición de firmes. "Sí, señor, sargento, señor".

"Muy gracioso. Y cámbiate la ropa por algo que puedas usar en las montañas", dijo, y se fue.

Segundos después, la puerta principal se cerró de golpe tras él.

Refunfuñando, Trish sacó la ropa desordenadamente de sus cajones y la metió en un bolso. Luego saltó sobre una pierna y se quitó las botas. Tiró su bonito conjunto sobre sus botas de imitación, dejando un promontorio desordenado en medio del suelo. Cuando se vistió con una camiseta, unos vaqueros y unas botas vaqueras, se hizo un último cambio, quitándose las gomas negras de las trenzas y sustituyéndolas por los cierres de bola con cara sonriente que aún le gustaban pero que ya no podía llevar en público. Luego se echó el bolso al hombro. Tal vez no necesitara todas estas cosas. Pero no le importaba. A veces hacía mucho frío en las montañas. Pasar frío es una mierda.

Salió a toda prisa de su habitación, suspirando, y casi choca con su madre en el pasillo. Estaba oscuro, ya que toda la parte trasera de la planta baja era subterránea y no tenía ventanas, aunque la parte delantera sí. Era una especie de caseta gigante, que ella sólo conocía porque su padre la había hecho jugar al béisbol hace dos veranos. En el equipo de los chicos, porque no había equipo de chicas. Fue mortificante.

Trish esperaba ver un cesto de ropa sucia en los brazos de su madre. La única habitación del pasillo, además de la suya, era el lavandero, y como su madre decía ser más feliz no viendo el desorden en la habitación de Trish, nunca entraba en ella si podía evitarlo. Pero no llevaba ropa sucia. En la otra dirección estaba la escalera central y más allá una gran habitación abierta que sus padres llamaban la sala de juegos. Trish escuchaba discos en ella. Perry hacía lo que fuera que hiciera Perry mientras ella lo ignoraba. Pero su madre tampoco se dirigía a la sala de juegos. Venía por Trish.

"No he oído sonar el teléfono", dijo Susanne, bloqueando el camino de Trish. Llevaba el cabello largo y castaño recogido en una coleta baja en la nuca. Era guapa, curvilínea y vivaz. Tanto que la mitad de los chicos del colegio de Trish estaban enamorados de ella. Trish esperaba que Brandon no lo estuviera. ¿Qué tan vergonzoso sería eso?

"Como que no".

"Pero te escuché hablando con Brandon Lewis".

"¿Estabas escuchando la llamada?" La voz de Trish se elevó. Recordó el clic.

Susanne no respondió a su pregunta. "Las chicas buenas no llaman a los chicos. Especialmente a los chicos mayores".

"Quizá, en la Edad de Piedra, pero en Wyoming estamos en 1976 y las chicas pueden llamar a los chicos".

"Nunca te llamará si tú eres quién lo llama".

¿Estaba su madre diciendo en serio que no era una buena chica y que Brandon nunca la llamaría? "Gracias por el consejo, mamá. Me tengo que ir. Papá me está obligando a ayudarle a subir el equipaje en la camioneta. ¿Dónde está el mocoso?"

"No hables así de tu hermano".

Trish rodeó a su madre. Cuando llegó al final de la escalera, gritó: "Perry, tenemos que irnos. Vamos".

Perry apareció, arrastrando una mochila de lona verde militar y llevando su caja de aparejos y su caña de pescar en la otra mano. "Ya voy".

"Si te sigues moviendo así de lento, voy a ser tan vieja como mamá para cuando llegues aquí".

Su madre suspiró desde justo detrás de ella. "Trish".

"Es verdad."

"Escucha, dile a tu padre que el forense quiere que lo llame".

"¿Por qué no se lo dices tú misma?"

"Oooh, bocazas, lo vas a conseguir", cacareó Perry dijo poniéndose de puntillas, con expresión divertida.

"Estoy demasiado enfadada con tu padre para hablar con él".

Trish se echó la cola de su trenza por encima del hombro. "No puedes estar tan enfadada. No te he oído romper nada".

"Yo no rompo cosas".

"Lo hiciste aquella vez que le tiraste una taza de café a papá", dijo Perry.

"Y otra vez cuando le tiraste un plato", añadió Trish.

"No tengo ni idea de lo que están hablando". Bufó y le dio un beso a cada uno en la mejilla.

Trish y Perry se miraron arqueando las cejas. Su madre siempre actuaba como si no recordara nada de lo que no quería hablar.

Su madre subió las escaleras hasta el rellano. "Cuida a tu padre. Y cuídate mucho. Te veré en cuatro días".

Trish gimió. "Si sobrevivimos tanto tiempo".

Perry apretó los puños y los retorció en las comisuras de los ojos como si estuviera llorando. "Buaa, Trish tiene que ir de caza. Buaa, Buaa".

Abrió la puerta de golpe, dejando entrar la brillante luz del sol de otoño. Ferdinand estaba justo fuera, moviendo su larga y curvada cola. "Vamos, tonto. Acabemos con esto".

390,38 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Дата выхода на Литрес:
20 ноября 2021
Объем:
301 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9788835430124
Переводчик:
Правообладатель:
Tektime S.r.l.s.
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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