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Читать книгу: «Un Cielo De Hechizos », страница 4

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Todo su cuerpo temblaba. Acababa de matar a su padre. No había pensado que fuera posible.

Thor miró alrededor y vio a todos los guerreros, a ambos ejércitos, mirándolo en estado de shock. Thor sintió un tremendo calor correr a través de su cuerpo, como si un profundo cambio hubiese ocurrido dentro de él, como si hubiese destruido una parte maligna de sí mismo. Sintió que había cambiado, se sentía más ligero.

Thor oyó un gran ruido en el cielo, como un trueno, y miró hacia arriba y vio una pequeña nube negra aparecer sobre el cadáver de Andrónico y un embudo de pequeñas sombras negras, como demonios, giraban hacia el suelo. Ellos se arremolinaban alrededor de su padre, abarcándolo, aullando, luego levantaron su cuerpo por lo alto, cada vez más y más arriba, hasta que desapareció en la nube. Thor vio esto, en estado de shock, y se preguntó a qué infierno podría ser arrastrado el alma de su padre.

Thor miró hacia arriba y vio al ejército del Imperio frente a él, decenas y decenas de miles de hombres, con ojos de venganza. El Gran Andrónico estaba muerto. Aun así, sus hombres se quedaron ahí. Thor y los hombres del Anillo los seguían superando por cien a uno. Habían ganado la batalla, pero estaban a punto de perder la guerra.

Erec y Kendrick y Srog y Bronson caminaron al lado de Thor, con las espadas desenvainadas, mientras enfrentaban juntos al Imperio. Los cuernos sonaban de arriba a abajo por la línea del Imperio, y Thor se preparó para enfrentar la batalla una última vez. Él sabía que no podrían ganar. Pero al menos todos morirían juntos, en un gran choque de gloria.

CAPÍTULO SIETE

Reece marchaba al lado de Selese, Illepra, Elden, Indra, O’Connor, Conven, Krog y Serna, los nueve caminaban hacia el Oeste, como habían hecho durante horas, desde que salieron del Cañón. Reece sabía que en algún lugar, su gente estaba en el horizonte y, vivos o muertos, estaban decididos a encontrarlos.

Reece había quedado sorprendido cuando pasaron por una zona de destrucción, interminables campos de cadáveres, llenos de aves de rapiña, carbonizados por el soplido de los dragones. Había miles de cadáveres del Imperio alineados en el horizonte, algunos de ellos todavía sacaban humo. El humo de sus cuerpos llenaba el aire, el hedor insoportable de carne quemada impregnaba una tierra destruida. Quien no había sido asesinado por el soplido del dragón, había sido dañado en la batalla convencional contra el Imperio; los MacGil y los McCloud también yacían muertos, pueblos enteros habían sido destruidos, había montones de escombros por todas partes. Reece meneó la cabeza: esta tierra, que había sido tan abundante, ahora había sido devastada por la guerra.

Desde que habían salido del Cañón, Reece y los demás estaban decididos a volver a casa, a regresar al lado MacGil del Anillo. Incapaces de encontrar caballos, había marchado todo el camino hacia el lado de McCloud, hasta las tierras altas, por el otro lado, y, finalmente, avanzaron a través del territorio MacGil, pasando nada más que ruinas y devastación. Desde el aspecto de la tierra, los dragones habían ayudado a destruir a las tropas del Imperio, y por eso, Reece estaba agradecido. Pero Reece todavía no sabía en qué estado podría encontrar a su propio pueblo. ¿Todo el mundo estaba muerto en el Anillo? Hasta ahora, parecía ser así. Reece estaba deseando averiguar si todo el mundo estaba bien.

Cada vez que llegaban a un campo de batalla de muertos y heridos, los que no estaban quemados por las llamas de los dragones, Illepra y Selese iban de cadáver en cadáver, dándoles vuelta, revisándolos. No sólo eran impulsadas por sus profesiones, sino que Illepra también tenía otro objetivo en mente: encontrar al hermano de Reece. A Godfrey. Era una meta compartida por Reece.

"Él no está aquí", anunció Illepra una vez más, al estar parada, habiendo volteado hasta el último cadáver de este campo, con su cara de decepción.

Reece podría decir cuánto se preocupaba Illepra por su hermano, y se sentía conmovido. También Reece tenía la esperanza de que estuviera bien y entre los vivos – pero por el aspecto de estos miles de cadáveres, tenía el presentimiento de que no era así.

Siguieron adelante, caminando sobre otro campo rodante, otra serie de colinas y al hacerlo, vieron otro campo de batalla en el horizonte, con miles de cadáveres más. Se dirigieron a él.

Mientras caminaban, Illepra lloraba en silencio. Selese puso una mano en su muñeca.

"Está vivo", Selese la tranquilizó. No te preocupes”.

Reece se acercó y colocó una mano reconfortante en su hombro, sintiendo compasión por ella.

"Si hay algo que sé de mi hermano", dijo Reece, "es que es un sobreviviente. Él encuentra una manera de salir de todo. Incluso de la muerte. Te lo prometo. Es más probable que Godfrey esté en una taberna en algún lugar, emborrachándose".

Illepra rio a través de sus lágrimas y las secó.

"Eso espero", dijo ella. "Por primera vez, realmente espero que así sea".

Continuaron su marcha sombría, silenciosamente a través de la tierra baldía, cada uno perdido en sus pensamientos. Las imágenes del Cañón vinieron a la mente de Reece; no podía evitarlas. Pensó en lo desesperada que su situación había sido y estaba lleno de gratitud hacia Selese; si ella no hubiera aparecido cuando lo hizo, seguirían estando ahí abajo y seguramente todos habrían muerto.

Reece extendió el brazo y tomó la mano de Selese y sonrió, mientras caminaban con las manos entrelazadas. Reece estaba conmovido por el amor de ella y la devoción que le tenía, por su voluntad para cruzar toda la campiña, solo para salvarlo. Sintió un abrumador torrente de amor por ella, y no podía esperar a tener un momento a solas para podérselo expresar. Ya había decidido que quería estar con ella para siempre. Sentía una lealtad hacia ella, como nunca había sentido por nadie, y en cuanto tuvieran un momento, prometió ofrecerle matrimonio. Le daría el anillo de su madre, el que su madre le había dado para entregarlo al amor de su vida, cuando la encontrara.

"No puedo creer que hayas cruzado el Anillo solamente por mí", le dijo Reece.

Ella sonrió.

"No estuvo tan lejos", dijo.

"¿Que no estuvo lejos?", preguntó él. "Pusiste tu vida en peligro para cruzar un país devastado por la guerra. Estoy en deuda contigo. Más allá de lo que puedo decir".

"No me debes nada. Estoy contenta de que estés vivo".

"Todos estamos en deuda contigo", intervino Elden. "Nos salvaste a todos. Todos nos habríamos quedado atrapados allá, en las entrañas del Cañón, para siempre".

"Hablando de deudas, tengo que hablar de una contigo", dijo Krog a Reece, acercándose a él, renqueando. Desde que Illepra había entablillado su pierna en la parte superior del Cañón, Krog al menos había sido capaz de caminar por sí mismo, aunque fuera con rigidez.

"Me salvaste allá abajo y más de una vez", continuó diciendo Krog. "Fue bastante tonto de tu parte, si me lo preguntas. Pero de todos modos lo hiciste. Pero no creas que estoy en deuda contigo".

Reece meneó la cabeza, tomado desprevenido por la severidad de Krog y su torpe intento de darle las gracias.

"No sé si estás tratando de insultarme, o tratando de darme las gracias", dijo Reece.

"Tengo mi manera de hacerlo", dijo Krog. "De ahora en adelante, cuidaré tus espaldas. No porque me agrades, sino porque creo que eso es lo que debo hacer".

Reece meneó la cabeza, perplejo como siempre, por Krog.

"No te preocupes", dijo Reece. "Tú tampoco me agradas".

Todos continuaron su marcha, todos ellos relajados, contentos de estar vivos, de estar por encima del suelo, de volver a estar en este lado del Anillo – todos excepto Conven, que caminaba en silencio, alejado de los demás, ensimismado, como había estado desde la muerte de su hermano gemelo en el Imperio. Nada, ni escapar de la muerte, parecía alejarlo de ello.

Reece pensó en cómo, allá abajo, Conven se había lanzado imprudentemente al peligro, una y otra vez, casi matándose para salvar a los demás. Reece no pudo evitar preguntarse si era más un deseo de suicidarse que ayudar a los demás. Se preocupaba por él. A Reece no le gustaba verlo tan alejado, tan perdido en su depresión.

Reece caminó junto a él.

"Luchaste brillantemente allá", le dijo Reece.

Conven sólo se encogió de hombros y miró hacia la tierra.

Reece no dejó de pensar en algo que decir, mientras avanzaban en silencio.

"Estás feliz de estar en casa?", le preguntó Reece. "¿De ser libre?".

Conven se dio vuelta y lo miró sin comprender.

"No estoy en casa. Y no soy libre. Mi hermano está muerto. Y no tengo derecho a vivir sin él".

Reece sintió un escalofrío correr a través de él, con esas palabras. Evidentemente, Conven seguía abrumado por el dolor; lo usaba como una insignia de honor. Conven era más como un muerto viviente, con los ojos en blanco. Reece lo recordaba lleno de alegría. Reece podía ver que su luto era profundo, y tenía el presentimiento de que nunca lo dejaría. Reece se preguntaba qué sería de Conven. Por primera vez, no pensó en nada bueno.

Marcharon y marcharon y pasaban las horas y llegaron a otro campo de batalla, hombro con hombro con los cadáveres. Illepra y Selese y los demás se dispersaron, yendo de cadáver en cadáver, volteándolos, buscando alguna señal de Godfrey.

"Veo a muchos MacGil más  en este campo", dijo Illepra esperanzada, "y no hay soplido del dragón. Tal vez Godfrey está aquí".

Reece miró hacia arriba y vio a los miles de cadáveres y se preguntó si él había estado aquí, si alguna vez lo encontrarían.

Reece se separó y fue de cadáver en cadáver, al igual que los demás, volteando a cada uno. Vio todas las caras de su pueblo, rostro por rostro, reconoció a algunos y a otros no, era gente que había conocido y con los que había luchado, gente que había peleado por su padre. Reece se sorprendió ante la devastación que había habido en su tierra, como una plaga, y sinceramente esperaba que por fin todo hubiese terminado. Había visto un montón de batallas y guerras y cadáveres para durar toda la vida. Estaba listo para tener una vida de paz, para sanar, para reconstruir otra vez.

"¡AQUÍ!", gritó Indra, con su voz llena de emoción. Ella estaba parada junto a un cadáver y lo miraba hacia abajo.

Illepra se dio vuelta y salió corriendo, y todos se reunieron alrededor. Ella se arrodilló al lado del cuerpo y las lágrimas inundaron su rostro. Reece se arrodilló a su lado y jadeó para ver a su hermano.

Godfrey.

Su gran barriga sobresalía, sin afeitar, tenía los ojos cerrados, estaba muy pálido, sus manos estaban moradas de frío, parecía muerto.

Illepra se inclinó y lo sacudió, una y otra vez; él no respondió.

"¡Godfrey!". ¡Por favor! ¡Despierta! "¡Soy yo! ¡Illepra! "¡GODFREY!".

Le sacudió una y otra vez, pero él no despertaba. Finalmente, frenéticamente, se dio vuelta hacia los demás, examinando sus cinturones.

"¡La bolsa de vino!", le exigió a O’Connor entregársela.

O’Connor buscó a tientas en su cintura y apresuradamente la quitó y se la entregó a Illepra.

Ella la tomó y la acercó a la cara de Godfrey y la roció sobre sus labios. Le levantó  la cabeza, abrió su boca y derramó un poco en su lengua.

Hubo una respuesta repentina, mientras Godfrey lamía sus labios y lo tragaba.

Él tosió, después se sentó, agarró la bota de vino, con los ojos aún cerrados, y la roció, bebiendo más y más, hasta que se sentó totalmente. Lentamente abrió sus ojos y se limpió la boca con el dorso de su mano. Miró alrededor, confuso y desorientado y eructó.

Illepra gritó de alegría, inclinándose y dándole un gran abrazo.

"¡Sobreviviste!", exclamó.

Reece suspiró con alivio mientras su hermano miraba a su alrededor, confundido, pero vivo.

Elden y Serna cada uno agarró a Godfrey por debajo del hombro y lo pusieron de pie. Godfrey quedó ahí parado, tambaleante al principio, y tomó otro trago largo de la bota de vino y limpió su boca con el dorso de su mano.

Godfrey miró a su alrededor, con la mirada nublada.

"¿Dónde estoy?", preguntó. Estiró la mano y se frotó la cabeza, que tenía un gran bulto, y sus ojos se entrecerraron de dolor.

Illepra examinó la herida de manera experta, corriendo su mano a lo largo de ella, y la sangre seca de su cabello.

"Recibiste una herida", dijo. "Pero puedes estar orgulloso: estás vivo. Estás a salvo".

Godfrey se tambaleó, y los demás lo atraparon.

"No es seria", dijo, examinándola, "pero tendrás que descansar".

Ella se quitó una venda de su cintura y comenzó a envolverla alrededor de su cabeza, una y otra vez. Godfrey se estremeció de dolor y la miró. Luego miró alrededor y examinó todos los cadáveres, con los ojos abiertos de par en par.

"Estoy vivo", dijo. "No puedo creerlo".

"Lo lograste", dijo Reece, agarrando el hombro de su hermano mayor, felizmente. "Sabía que lo lograrías".

Illepra lo abrazó, y lentamente, él también la abrazó.

"Así que esto es lo que se siente ser un héroe", observó Godfrey, y los demás rieron. "Denme más bebidas como ésta", añadió, "y tal vez lo haré más a menudo".

Godfrey tomó otro largo trago, y finalmente comenzó a caminar con ellos, apoyándose en Illepra, con un hombro alrededor de ella, mientras le ayudaba a equilibrarse.

"¿Dónde están los demás?", preguntó Godfrey, mientras avanzaban.

"No sabemos", dijo Reece. "En algún lado del oeste, espero. Es ahí adonde nos dirigimos. Vamos a la Corte del Rey. Para ver quién sigue vivo".

Reece tragó saliva al pronunciar esas palabras. Miró al horizonte y oró para que sus compatriotas hubieran tenido un destino similar al de Godfrey. Pensó en Thor, en su hermana Gwendolyn, en su hermano Kendrick, y en muchos otros que amaba. Pero él sabía que el grueso del ejército del Imperio todavía estaba adelante, y a juzgar por el número de muertos y heridos que había visto, presentía que lo peor estaba aún por venir.

CAPÍTULO OCHO

Thorgrin, Kendrick, Erec, Srog y Bronson estaban parados como una pared unificada contra el ejército del Imperio, su gente detrás de ellos, con las armas desenfundadas, preparándose para enfrentar la embestida de las tropas del Imperio. Thor sabía que sería su muerte, su última batalla en la vida, pero no se arrepentía. Moriría aquí, frente al enemigo, de pie, con la espada en la mano, con sus hermanos de armas a su lado, defendiendo su patria. Tendría la oportunidad de compensar lo que había hecho, de hacer frente a su propio pueblo en batalla. No había nada más que pudiera pedir en la vida.

Thor pensó en Gwendolyn, y sólo deseaba tener más tiempo, por su propio bien. Él oró para que Steffen la hubiera llevado a un lugar seguro y que estuviera a salvo ahí, detrás de las líneas. Estaba decidido a luchar con todas sus fuerzas, a matar a tanta gente del Imperio como pudiera, para evitar que la dañaran.

Mientras Thor estaba parado allí, pudo sentir la solidaridad de sus hermanos, todos ellos sin temor, parados ahí valientemente, manteniéndose firmes. Esos eran los mejores hombres del reino, los mejores caballeros de Los Plateados, de los MacGil, de los Silesios – todos ellos unificados, ninguno de ellos retrocediendo de miedo, a pesar de las probabilidades. Todos ellos estaban dispuestos a entregar sus vidas para defender a su patria. Todos ellos valoraban el honor y la libertad más que la vida.

Thor escuchó los cuernos del Imperio, arriba y abajo de las filas, vio a sus divisiones de incontables hombres alineados en unidades precisas. Eran soldados disciplinados a los que se enfrentaba, soldados con comandantes sin piedad, que habían luchado toda su vida. Era una máquina bien aceitada, capacitada para seguir adelante frente a la muerte de su líder. Un nuevo comandante del Imperio sin nombre se acercó y condujo a las tropas. Era una enorme cantidad, interminable y Thor sabía que era imposible que pudieran derrotarlos con tan pocos hombres. Pero eso ya no importaba. No importaba si morían. Todo lo que importaba era cómo morirían. Morirían de pie, como hombres, en un choque final de valor.

"¿Esperamos a que se acerquen a nosotros?", preguntó Erec en voz alta. ¿O les ofrecemos el saludo de los MacGil?".

Thor sonrió, junto con los demás. No había nada como un ejército más pequeño atacando a uno más grande. Era imprudente, pero también era el tamaño del valor.

Al unísono, Thor y sus hombres soltaron de repente un grito de guerra, y todos fueron a la carga. Corrieron a pie, apresurándose hacia la brecha del puente entre los dos ejércitos, sus gritos de batalla llenaban el aire, sus hombres los seguían muy de cerca. Thor sostuvo su espada por lo alto, corriendo al lado de sus hermanos, con su corazón latiendo aceleradamente, una fría ráfaga de viento pegaba en su cara. Así era como se sentía estar en una batalla. Le recordaba lo que se sentía estar vivo.

Los dos ejércitos fueron a la carga, corriendo tan rápido como podían, para matarse unos a otros. En unos momentos se reunieron en el centro, en un tremendo choque metálico de armas.

Thor empuñaba su arma por todos lados, metiéndose en la primera fila de los soldados del Imperio, quienes empuñaban lanzas largas, picas, lanzas cortas. Thor cortó la primera pica que encontró a la mitad, y luego apuñaló al soldado en los intestinos.

Thor se agachó y se movió de un lado al otro, mientras múltiples lanzas se dirigían a él; empuñó su espada, girándola en todas direcciones, cortando todas las armas a la mitad con un sonido metálico y pateando y dando codazos a cada soldado fuera de su camino. Abofeteó a varios más con su guantelete, le dio una patada en la ingle a otro, un codazo en la mandíbula a uno más, un cabezazo a otro, apuñaló a uno más y giró y apuñaló a otro. Los cuarteles estaban cerca y era un mano a mano, y Thor era una máquina de un solo hombre, abriéndose paso a través del ejército superior.

Alrededor de él, sus hermanos estaban haciendo lo mismo, luchando con increíble velocidad y potencia y fuerza y espíritu, aunque ellos eran superados en número, se lanzaban al ejército mucho más grande y se abrían paso entre las filas de los hombres del Imperio que parecía no tener fin. Ninguno dudó, y ninguno se retiró.

Alrededor de Thor, miles de hombres con miles de otros hombres gritaban y gruñían al luchar cuerpo a cuerpo en la gran batalla feroz, la batalla determinante para el destino del Anillo. Y a pesar de las fuerzas infinitamente superiores, los hombres del Anillo estaban cobrando fuerza, manteniendo a raya al Imperio e incluso haciéndolos retroceder.

Thor arrebató un mayal de las manos de un soldado del Imperio, lo pateó, luego lo hizo girar y lo golpeó en un costado del casco. Entonces Thor lo hizo girar por lo alto, en un amplio círculo y derribó a varios más. Lo lanzó a la multitud y derribó a otros tantos.

Entonces Thor levantó su espada y volvió al combate cuerpo a cuerpo, acuchillando de un lado a otro, hasta que sus brazos y hombros se cansaron. En un momento dado fue demasiado lento, y un soldado se acercó a él con una espada levantada; Thor se volvió para enfrentarse a él, demasiado tarde y se preparó para recibir el golpe y las lesiones.

Thor escuchó un gruñido y Krohn pasó zumbando, saltando en el aire y clavando sus mandíbulas en la garganta del soldado, derribándolo, salvando a Thor.

Pasaban horas de combates cercanos. Aunque Thor al principio se sentía alentado por sus victorias, pronto se hizo evidente que esta batalla era un acto de poca importancia, prolongando lo inevitable. No importaba a cuántos de ellos mataran, el horizonte se seguía llenando con un sinfín de hombres. Y mientras que Thor y los otros se estaban fatigando cada vez más, los hombres del Imperio estaban frescos, y llegaban cada vez más y más.

Thor, perdía impulso, no defendía tan rápido como lo había estado haciendo y de pronto recibió un corte de espada en el hombro; gritó de dolor, mientras la sangre brotaba de su brazo. Thor recibió entonces un codazo en las costillas, y un hacha de batalla descendió hacia él, que apenas pudo bloquear con su escudo. Casi acababa de levantar el escudo un segundo demasiado tarde.

Thor fue perdiendo terreno, y cuando miró alrededor, se dio cuenta de que los demás lo perdían también. La marea empezaba a girar otra vez; los oídos de Thor se llenaron con los gritos de la muerte de muchos de sus hombres, empezando a caer. Tras horas de combates, estaban perdiendo. Pronto, todos estarían acabados. Pensó en Gwendolyn, y se negó a aceptarlo.

Thor levantó la cabeza hacia los cielos, tratando desesperadamente de convocar a cualquier poder que le quedaba. Pero su poder de druida no respondía. Sintió que mucho de él, había sido drenado por el tiempo que pasó con Andrónico, y que necesitaba tiempo para sanar. Se dio cuenta de que Argon estaba en el campo de batalla, ya no tan poderoso como había sido antes; sus poderes también se habían visto afectados combatiendo contra Rafi. Y Alistair se había debilitado también, sus poderes se habían visto mermados resucitando a Argon. No tenían más refuerzos. Sólo su fuerza de armas.

Thor echó la cabeza hacia atrás a los cielos y soltó un gran grito de desesperación, deseando que algo fuera diferente, que algo cambiara.

Por favor, Dios, oró. Te lo ruego. Sálvanos a todos en este día. Me dirijo a Ti. No al hombre, no a mis poderes, sino a Ti. Dame una señal de Tu poder.

De repente, para sorpresa de Thor, el aire se llenó con el ruido de un gran rugido, tan fuerte que parecía dividir el cielo.

El corazón de Thor se aceleró al reconocer inmediatamente el sonido. Miró hacia el horizonte y vio salir de las nubes a su vieja amiga, Mycoples. Thor estaba sorprendido, feliz de ver que estaba viva, que estaba libre y que estaba aquí de regreso, en el Anillo, volando hacia él. Era como si una parte de sí mismo hubiese sido recuperada.

Aún más sorprendente era ver al lado de ella, a un segundo dragón. Un dragón macho con antiguas y descoloridas escamas y enormes y brillantes ojos verdes, de aspecto más feroz que el de Mycoples. Thor miró a los dos volando por el aire, entrando y saliendo y después bajando en picado hacia él. Entonces se dio cuenta de que sus oraciones habían sido contestadas.

Mycoples levantó sus alas, arqueó su cuello y chilló, igual que el dragón que estaba a su lado y los dos soplaron un muro de fuego sobre el ejército del Imperio, iluminando el cielo. El frío día se volvió repentinamente cálido, luego caliente, mientras muros de llamas rodaban y rodaban hacia ellos. Thor levantó sus brazos a su cara.

Los dragones atacaron por detrás, así que las llamas no alcanzaron a Thor. Aun así, el muro de fuego estaba lo suficientemente cercano para que Thor sintiera su calor, los vellos en su antebrazo se chamuscaron.

Los gritos de miles de hombres se elevaron en el aire, mientras el ejército del Imperio, división por división, era incendiado, decenas de miles de soldados gritaban por sus vidas. Corrieron en todos los sentidos – pero no había ningún lugar a dónde huir. Los dragones eran despiadados. Era una destrucción y estaban llenos de furia, listos para acabar con la venganza del Imperio.

Una división del Imperio tras otra, tambaleaban hacia el suelo, muertos.

Los soldados restantes frente a Thor, se dieron vuelta llenos de pánico y huyeron, intentando escapar de los dragones que entrecruzaban el cielo, soplando fuego por todas partes. Pero sólo corrían a su propia muerte, mientras los dragones apuntaban hacia ellos y los remataban de uno en uno.

Pronto, Thor se encontró frente a nada más que un campo vacío, con nubes negras de humo, el olor a carne quemada llenaba el aire, de aliento de dragón, de azufre. Mientras las nubes se elevaban, revelaron un páramo carbonizado ante él, ni un sólo hombre sobrevivió, toda la hierba y árboles se marchitaban en el vacío de nada más que oscuridad y cenizas. El ejército del Imperio, tan indomable unos minutos atrás, había desaparecido completamente.

Thor se quedó allí parado, en estado de shock, eufórico. Viviría. Todos vivirían. El Anillo era libre. Finalmente, eran libres.

Mycoples bajó en picado y se sentó delante de Thor, bajando su cabeza y resoplando.

Thor dio un paso adelante, sonriendo mientras se acercaba a su vieja amiga, y Mycoples bajó su cabeza hasta el suelo, ronroneando. Thor acarició las escamas en su cara, y ella se inclinó y frotó su nariz de arriba a abajo de su pecho, acariciando su cara contra su cuerpo. Ella ronroneó satisfecha, y era evidente que estaba extasiada de volver a ver a Thor, como él estaba eufórico de verla.

Thor se montó en ella y giró, arriba de Mycoples y enfrentó a su ejército, miles de hombres lo miraban con asombro y alegría, mientras él levantaba su espada.

Los hombres levantaron sus espadas y lo aclamaron. Finalmente, los cielos estaban llenos del sonido de la victoria.

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399 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
09 сентября 2019
Объем:
273 стр. 6 иллюстраций
ISBN:
9781632912862
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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