Читать книгу: «Ética», страница 2

Шрифт:

1.2.2 La forma griega de definir la ética

Según Zubiri (1948: 223), en Sócrates no encontramos que lo ético sea una meditación sobre, sino que consistió en vivir meditando. Reflexión y vida hallaban unidad en este pensador griego, lo que marcó un estilo de afrontar los problemas morales en el mundo antiguo.

De modo similar, Aristóteles, al distinguir el saber teórico del saber práctico, coloca a la ética como un saber práctico.7 Dice que no estudiamos ética “[…] para saber qué es la virtud, sino para aprender a hacernos virtuosos y buenos; de otra manera, sería un estudio completamente inútil” (EN, II, 2, 1103b, 27-29). Y en las últimas páginas de la misma obra reitera: “[…] no es suficiente el saber teórico de la virtud, sino que hay que esforzarse por tenerla y servirse de ella, o de algún otro modo hacernos hombres de bien” (EN, X, 9, 1179b).

Ese es el mismo sentido que darán a la ética los pensadores postaristotélicos como los epicúreos y los estoicos, cuyo tema predominante fue el ético. En síntesis, la vivencia socrática de la ética hizo que las reflexiones éticas no pudiesen alcanzar el estatus de ciencia apodíctica. Además, por la propia naturaleza de los asuntos que trata: los actos humanos en un contexto comunitario. Tal es el carácter que le impregnó Sócrates a la ética. Hasta Séneca (siglo I d. C.) seguía diciendo: “Busquemos, por consiguiente, qué es lo mejor que ha de hacerse, y no lo que es más acostumbrado; y qué es lo que nos coloca en posesión de la felicidad eterna y no lo que agrada al vulgo, que es pésimo intérprete de la verdad” (De la vida bienaventurada II, 2).

Esta no distinción entre ética y moral tiene dos sentidos: a) por un lado, lo que hoy llamamos moral era en el mundo antiguo el éthos, el ámbito de las costumbres, los hábitos, las acciones humanas. Y la ética era incluir un valor diferencial en el éthos, más aún, una forma en la que el éthos puede alcanzar su realización. Aun haciendo la diferencia entre el éthos y la ética, esta última tiene un sentido práctico; es decir, que se expresa en la vida personal y comunitaria. b) Este surgimiento de la ética se debe a la inclusión del logos (palabra-razón-sentido) en el mundo de las acciones humanas. Compartir razones para dar sentido, ordenar y orientar las acciones y la vida humana. Por eso, la ética podría ser entendida como sabiduría práctica, como un aprendizaje racional sobre el vivir bien.8 Por lo general, esta será la misma línea que se seguirá en el mundo medieval. No obstante, ¿cómo aprender a vivir bien? En eso se diferenciarán las distintas doctrinas filosóficas, a pesar de compartir el mismo paradigma naturalista.

1.2.3 La forma moderna de definir la ética

La modernidad trae nuevos presupuestos, como el de convertir al ser humano en sujeto que funda la realidad y la praxis. No cabe duda de que Descartes traza los nuevos caminos para el mundo moderno. En primer lugar, el hombre es definido por su subjetividad, por su yo subjetivo. De ese modo, traza una línea divisoria con la naturaleza concebida como mecanismo. Será la razón subjetiva la que se encargará de conocer y actuar. Más aún, el conocimiento científico debería ser fundamento de la acción moral. Pero como es consciente de que la ciencia había avanzado poco, apuesta por una “moral provisional”, lo que indica que hay que esperar para que el conocimiento científico nos ofrezca bases sólidas de una moral definitiva.

De esta manera, la moral moderna, subjetiva o racional, había puesto de relevancia nuevos valores y temas: la individualidad, los derechos individuales, la libertad, la igualdad, la dignidad, la intimidad, la vida privada, etcétera, todo esto afirmando el yo subjetivo. Así, los nuevos fundamentos de la moral —que no sean ni religiosos ni políticos—9 se buscarán en la subjetividad y en la racionalidad. Hume pondrá los fundamentos en los sentimientos, especialmente en la simpatía, aunque sustentada en la costumbre. Locke quiere una moral semejante a la matemática, es decir, con carácter científico.10 Los ingleses también incluirán el placer; es decir, una fundamentación hedonista. Otros lo harán en los derechos naturales de los individuos, lo que será puente entre la moral y la política. Todo este panorama será ordenado por Kant al distinguir entre razón especulativa y razón práctica, para luego sacar de la razón práctica, la conciencia racional, los fundamentos de la moralidad. Kant suele usar el término “moral” para referirse a la moral de los individuos racionales.

De modo general, podemos decir que la modernidad empieza poniendo en cuestión los fundamentos tradicionales de la ética, que estaban en la religión (ética medieval) y en la política (ética griega). La búsqueda de nuevos fundamentos tomará dos caminos: por un lado, encontrará los fundamentos en el sujeto mismo, intentando una fundamentación autónoma de la moral (esa será la pretensión kantiana).11 Por otro lado, pretenderá sustentar la ética en una ciencia o tecnociencia, para de esa manera controlar las acciones humanas. Así, la ética sigue dependiendo de otra actividad y no puede plantearse su autonomía. Estos caminos todavía llegan hasta nuestros días.

El siglo XIX estuvo preparado para producir una crítica al subjetivismo moderno. Una forma de salir del encierro moderno del yo subjetivo y de su moral subjetivista será el planteamiento hegeliano de distinguir eticidad y moralidad. Es decir, frente a las tendencias morales que centraban la reflexión en el sujeto, Hegel revaloró la forma griega de la ética, en la que se incluye el carácter relacional de la vida humana. Así, trazó la diferencia entre moralidad (Moralität) y eticidad (Sitt lichkeit). Dice Hegel: “Moralidad y Ética, que comúnmente valen como sinónimos, son tomados aquí con un sentido esencialmente distinto” (1968: 6612). Esta indicación es interesante, porque supone que hasta ese entonces (siglo XIX) no había una distinción entre ética y moral, por lo que Hegel es consciente de estar produciendo una distinción valiosa. Y seguidamente añade que el kantismo hace suya la moralidad, hasta el punto de hacer imposible la ética, “más bien, hasta la aniquilan y la desdeñan, expresamente” (1968: 66). Además, sostiene que a pesar de que etimológicamente fueran sinónimas, eso no impide distinguirlas.

Hegel consideró la ética como el reino de la “voluntad objetiva” cuya sustancia abarca la familia, la sociedad civil y el Estado (1968: 65). Es el ámbito de la “exigencia” que surge de la “relación y del deber-ser” (1968: 115). En tanto que la moralidad es el ámbito del derecho de la “voluntad subjetiva” (1968: 65 y 115), lo que Kant consideraba la parte más importante: la conciencia del deber, abstracto y formal. Si bien es cierto que Hegel hizo la distinción para luego realizar una conexión, sin embargo culturalmente se marcó más la diferencia que la superación dialéctica de ambos.13 Estas huellas hegelianas se dejan ver todavía en los intentos contemporáneos de distinguir y relacionar las éticas teleológicas y las éticas deontológicas, las éticas de máximos y las éticas de mínimos.

1.2.4 La forma contemporánea de definir la ética

En el mundo académi co del siglo XX, la ética se fue diferenciando como la disciplina filosófica que estudia la moral, la realidad moral o simplemente la moralidad. Por lo que la ética se vuelve una actividad de segundo orden, el primer orden estaría dado por las vivencias morales de las personas y sobre esa moralidad reflexiona la ética. Creo que esto es una influencia de la especialización que sufre el saber humano a través del siglo XX, lo que tiene sus efectos en una nueva distinción entre ética y moral. Leamos dos definiciones en el mismo sentido: “La filosofía moral es una investigación filosófica acerca de normas o valores, acerca de ideas de justo e injusto, de bien y de mal, de lo que debe hacer y lo que no se debe hacer” (Raphael 1986: 25); “La ética es una rama de la Filosofía; es la filosofía moral o la manera filosófica de pensar en materia de moralidad, de los problemas morales y de los juicios morales” (Frankena 1965: 5).

Esto ha ido parejo a la aparición de la “metaética” cuyo objeto de estudio es el lenguaje moral, la cual se distancia de la ética normativa, que había sido el modo tradicional de hacer ética. Este modo de entender la ética ha hecho que esta se convierta en una actividad exclusivamente intelectual y académica con poca relevancia en la vida real de los pueblos. En una época en la que muchos filósofos académicos han renunciado al papel constructivo y orientador que tenía antes la filosofía, se han contentado con realizar un análisis del lenguaje moral abriendo más la separación entre filosofía y vida humana. De ese modo el profesor de filosofía se excusó del compromiso que como ser humano tiene ante la vida humana y ante su propia vida.

Entre los autores que han realizado claramente la separación entre la moral y la ética, y con ello trazado el rumbo de las reflexiones posteriores, se encuentra George E. Moore, uno de los iniciadores de la filosofía analítica. Como muestra su definición, el filósofo de la ética no tiene que ser un moralista, no debe proponer normas ni señalar lo que es bueno o malo, sino que su asunto trata de “cuestiones más generales”. Veamos su definición:

[…] los filósofos, no los moralistas, se ocupan no en establecer reglas para distinguir aquellos modos de obrar que las más, o todas las veces, son justos, o aquellos otros que son injustos, ni siquiera en dar listas de las cosas que son buenas o malas, sino que se esfuerzan en contestar a cuestiones mucho más generales y fundamentales, como las siguientes: ¿Qué es lo que queremos decir de una acción cuando la calificamos de justa o injusta? Y ¿qué es lo que significa decir de un estado de cosas que es bueno o malo? ¿Podremos, acaso, descubrir una característica general que pertenezca en común a todas las acciones justas, prescindiendo de sus diferencias en otros aspectos? ¿Podremos, de un modo análogo, descubrir alguna característica que pertenezca en común a todas las cosas absolutamente “buenas”, y que no pertenezca a ninguna otra cosa, a no ser a aquello que sea un bien? (Moore 1958: 8).

Por su parte, Richard M. Hare, siguiendo la tradición analítica, sigue trazando la distinción entre ética y moral:

[…] la mayoría de nosotros somos moralistas; algunos, más sabios que otros. El filósofo moral es diferente, porque enfoca esos problemas con una habilidad especial… Esta es la habilidad de entender cabal y claramente las palabras que se usan para formular cuestiones morales; saber así, precisamente, qué estamos preguntando y, por tanto, qué argumentos tenemos a nuestra disposición para responder, y cuáles argumentos serán pertinentes (en Magee 1993: 160).

Sin embargo, la versión analítica de la ética ha sufrido cambios, especialmente después de la segunda mitad del siglo XX. Eso es claro en Hare, quien utilizando el análisis del lenguaje aborda problemas morales como los bioéticos. De todas maneras, lo que debe hacer el filósofo de la moral es analizar los conceptos y argumentos morales, no enfrentar los problemas morales de manera directa. La ética del corte analítico es como un instrumento que nos puede servir para enfrentar problemas morales:

B. M.: Hoy día, ¿no están muchos filósofos más jóvenes, como los marxistas y los utilitaristas de ayer, alejándose de la “mera” elucidación de conceptos, y dirigiéndose a una consideración directa de las disyuntivas morales?

R. H.: Me parece que el contraste es falso. El filósofo que cree que puede alejarse de la elucidación de conceptos, y enfrentarse a los problemas morales actuales en la vida real, es como el fontanero que precipitadamente sale a trabajar dejando sus herramientas, y olvidando todo lo que sabía de fontanería. Así, no está mejor equipado que el cliente, que repara los desperfectos.

B. M.: En otras palabras, está usted diciendo que las herramientas profesionales del filósofo son el análisis conceptual y el análisis lógico, y que si no hace un uso mayor de éstas que las demás personas, no está aportando aquello para lo que está especialmente preparado.

R. H.: Sí.

(en Magee, 1993: 161-162)

Por su parte, Berlin mantiene la diferencia con la moral, pero no deja el rol prescriptivo (aunque débil) de la ética. Para Berlin, el eticista tiene la tarea de aclarar los problemas morales, pero de ninguna manera decir lo que se debe hacer. Aclarar, aconsejar, pero no ordenar o dirigir:

No es tarea del filósofo moral, como tampoco la del novelista, guiar la vida de la gente. Su tarea es enfrentarla a los problemas; a la gama de los posibles caminos de acción; explicarle qué podrían escoger, y por qué… Cuando, de esta manera, el filósofo moral ha situado una conducta en su contexto moral […] entonces ha realizado su labor de consejero filosófico. Su tarea no es predicar, exhortar, alabar o condenar, sino iluminar: de esta manera puede ayudar; pero entonces toca a cada individuo o grupo, a la luz (de la que nunca puede haber bastante) de lo que creen y de lo que buscan, decidir por sí mismos. El filósofo no puede hacer más que aclarar, lo más que pueda, lo que está en juego. Pero al hacerlo es ya hacer mucho (citado en Magee 1993: 36).

Así, a pesar de que en el siglo XX se acentuó la separación entre ética y moral, hoy la tendencia es a crear puentes de comunicación. Dicho en términos sociales, los filósofos de la moral son exigidos a participar en el debate moral contemporáneo, para que —con sus instrumentos teóricos— puedan aportar en los diferentes debates actuales.

1.3 A modo de conclusión

Como una síntesis podemos decir que tres grandes acontecimientos marcaron rumbos distintos en la historia del significado de la palabra ética. El primero es el olvido del êthos como morada, centrándose en el éthos como hábito o costumbre. Este descuido de la morada (interior, social y natural) para centrarse en los actos humanos condicionó la aparición de nuevos caminos de olvidos. Hoy, rescatar la dimensión de la morada se hace necesario para responder los reclamos ecológicos.

El segundo acontecimiento es haber convertido la ética como sabiduría de vida (Sócrates) en una reflexión sobre la moral, llegando al punto de proclamar una neutralidad axiológica de parte de los filósofos metaéticos. El filósofo analista toma distancia del mundo moral para encerrarse en el fino análisis del lenguaje moral. En este punto, las nuevas generaciones de filósofos analíticos han visto los límites de esta actitud, especialmente en un mundo que reclama la voz de sus diferentes sectores intelectuales para enfrentar la complejidad de problemas que tenemos.

El tercer acontecimiento consiste en que la ética perdió su sustento en la política (como en Aristóteles) y en la religión (como en el cristianismo medieval), buscando desde entonces una justificación a su estatus autónomo.14 Pero ahora hay otro riesgo. Debido al valor social que tienen la ciencia y la tecnología, surgen voces que quieren reducir el discurso ético a un discurso científico o a un procedimiento tecnológico, para quienes se trata de convertir la ética en una tecnociencia más. Aunque lo razonable es pensar que en nuestro tiempo la ética no puede desconocer el conocimiento científico (como tampoco la dimensión política y religiosa) por lo que debe establecer una sana relación con la tecnociencia, pero no una reducción de la ética a ella. No se trata del simple hecho de que los filósofos pierdan uno de sus últimos bastiones que justifican su existencia. Es algo más importante que eso. Se trata de afirmar la libertad humana en contra de poderes que quieren hacer del hombre un simple objeto manipulable. Por eso, la defensa de la ética siempre implicará una mirada crítica frente a cualquier poder económico, político, religioso y tecnocientífico que pretenda eliminar esa libertad de encontrarnos con otros y construir un mundo común.

2. La ética como filosofía moral

Buena parte de los filósofos contemporáneos han hecho una distinción entre ética y moral, definiendo a la primera como filosofía moral. Sin embargo, las razones de la distinción y los contenidos de cada una varían. Vamos a presentar y evaluar algunas de las definiciones de ética presentes en el debate contemporáneo.

2.1 La ética es distinta de la moral

Empecemos con Rubert de Ventós, quien asume esta distinción y hace tres observaciones que debemos tener en cuenta en la reflexión ética:

• Primera observación: la ética, siendo reflexión, puede aspirar a la objetividad, mientras la moral “[…] no puede realizarse sin una fe entusiasta, a menudo acrítica, en las propias intuiciones” (1986: 39).

• Segunda observación: la ética es posterior a la formulación de los códigos sociales, surge después de la moral, pero no es independiente de los códigos.

• Tercera observación: la ética se pone de manifiesto cuando hay problemas en la moral: “[…] solo aparece la reflexión filosófica de la moral —la ética— cuando se hacen problemáticos los códigos, reglas o hábitos que de un modo más o menos consciente regían la convivencia de una comunidad” (Rubert de Ventós 1986: 39-40). Ahí está señalada la tarea de la ética: afrontar los problemas que se producen en la dimensión moral.

2.2 La ética como ciencia práctica

El filósofo español Sergio Sánchez-Migallón, desde una perspectiva aristotélico-tomista, distingue el ámbito de la ética y la ética como ciencia práctica. En el primer caso se trata de explicitar el objeto material y formal,1 es decir, preguntar por lo ético. En el segundo, por la ética como saber objetivo.

Al describir el ámbito moral, el autor empieza —como los tomistas en general— distinguiendo los “actos humanos” de los “actos del hombre”. Solo los primeros son acciones libres, por lo que pueden ser catalogadas de conductas éticas. En cuanto al segundo aspecto, las acciones libres son acciones de sujetos libres y responsables, que pueden y deben dar razón de sus acciones. En tercer lugar, están los sentimientos morales, que no pueden ser llamados propiamente acciones. Pueden incluirse los hábitos, el carácter, los deseos, la voluntad, etcétera. Esta diversidad de factores le hace decir: “Así pues, vemos que la ética posee un alcance vasto y profundo, que recorre desde las acciones ocasionales hasta el centro más estable y definitorio de la persona, pasando por todas sus manifestaciones y vivencias prácticas. Pero, ¿qué de esas vivencias las hace morales?” (Sánchez-Migallón 2008: 20).

¿Qué hace que esta diversidad de factores sea considerada como ética? Hay actos libres que no son morales, ¿qué les da su contenido ético? Eso le lleva a explicitar el objeto formal de la ética. Un primer rasgo es el carácter de lo debido y lo prohibido de nuestras acciones. Por ejemplo, socorrer a un herido es éticamente debido, mientras que humillar es éticamente prohibido o incorrecto. A su vez, ¿qué lo hace debido o prohibido, correcto o incorrecto? Su respuesta es:

[…] la adecuación o correspondencia de la acción con la realidad a la que se refiere. Las acciones son respuestas a una realidad, son intencionales, como también lo son las actitudes, deseos, sentimientos; incluso los hábitos e ideales de vida. Ninguna de estas vivencias puede definirse sin relación a un referente intencional. Y a semejanza de lo que acontece en los juicios, la adecuación o inadecuación con dicho referente las caracteriza como correctas o incorrectas (Sánchez-Migallón 2008: 21).

Las acciones y las actividades mentales son intencionales. Y es con respecto a ese referente intencional que una acción puede llamarse correcta o incorrecta. Pero como los referentes intencionales también están en toda actividad humana, ¿en qué se distingue el referente intencional? ¿Cuándo un referente intencional es moral? ¿Lo constituirá la tradición, nuestras inclinaciones biológicas o la conciencia misma?

El filósofo español cree que, en primer lugar, es el grado de la exigencia lo que hace correcta una acción: “Ese carácter de fuerte o incondicionalmente debido es una de las notas por las que distinguimos lo moral de lo no moral” (Sánchez-Migallón 2008: 21). Dicho llamado a la conciencia de carácter incondicionado, inapelable e inexcusable es la característica de la necesidad moral. “Es este un dato elemental de la conciencia llamada moral” (Sánchez-Migallón 2008: 22). En segundo lugar, es lo preferible en sentido “absoluto” e “intrínseco”, por lo que pueden ser catalogadas de meritorias y buenas. De ese modo, hay dos características del campo moral: la obligatoriedad incondicional y la bondad absoluta. Aunque no hay identidad entre ambas características, tampoco están separadas, al contrario, están vinculadas a través de una interinfluencia.

Una vez visto el ámbito de la ética, pasa a justificar la ética como filosofía o ciencia práctica. Lo que significa que aspira a un saber objetivo, universal y ordenado, distinguiéndose del “conocimiento moral espontáneo” (Sánchez-Migallón 2008: 24). Y como ciencia práctica tiene “la esperanza de llegar a saber lo que debe hacer, de encontrar el mejor modo de vivir” (Sánchez-Migallón 2008: 24). Esto lo hace una ciencia normativa, que señala qué actos son buenos o malos, correctos o incorrectos.

Reconoce el autor que esto choca con la mentalidad moderna. Y no le falta razón, porque se puede preguntar: ¿quién tiene el saber objetivo? ¿Ya existe? ¿Es revisable? ¿No suena eso a que nosotros tenemos el saber objetivo y ustedes no? ¿No sirve esto solo para justificar nuestras opiniones morales, en desmedro de otras? Y es que expresiones como “saber último” o “auténtico saber moral objetivo” dan que pensar.

El método de esta ciencia práctica debe partir de la experiencia, la cual debe ser examinada para extraer sus notas esenciales. En términos del propio autor:

De esta manera, el método, y sobre todo el criterio fundamental, queda delineado en sus trazos principales: se trata de tomar como punto de partida los juicios (su contenido, claro está) que la experiencia moral presente como evidentes, examinarlos a través de la descripción y del contraste con otros hechos o argumentos para determinar si efectivamente son evidentes, y extraer las enseñanzas esenciales (universales y necesarias por tanto) que en los hechos juzgados quepa intuir (Sánchez-Migallón 2008: 32).

Esta metodología pareciera no tener problemas, pero los sujetos nunca juzgan desde una objetividad descontextualizada, sino que juzgan como seres en el mundo que son, es decir, desde ciertos criterios que les permiten juzgar. Desde estos presupuestos socioculturales juzgamos, aunque a su vez podemos poner en cuestión nuestros propios presupuestos, pero no deshacernos completamente de ellos. Eso hace que nuestra objetividad lograda, en un mundo plural, deba surgir desde los encuentros dialógicos con otros, de lo contrario será simple imposición de verdades objetivas. Y es ese sentido dialógico el que no aparece en la forma de entender la ética, ni como ámbito ni como ciencia.

Бесплатный фрагмент закончился.

190,56 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
133 стр. 6 иллюстраций
ISBN:
9789972453250
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают