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Juramento: es de esperarse que el sinónimo más común para pacto sea la palabra juramento. Debido a que la relación queda plasmada en el juramento o promesa que ambas partes realizan, con frecuencia se hace referencia a la relación de pacto como un juramento. La relación de Dios con Abraham es llamada un pacto una y otra vez de manera explícita. Por ejemplo, Éxodo 2:24 dice: “Dios… se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob”. Se habla de esta misma relación en términos de un juramento hecho por Dios, entonces leemos en Éxodo 6:8: “Yos meteré en la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad. Yo JEHOVÁ”. De la misma manera, Dios dijo a Isaac: “Y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre” (Génesis 26:3). Así pues, este lenguaje se encuentra a través de todo el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento, especialmente en el libro de Hebreos.

Promesa: debido a que los juramentos tienen un carácter promisorio, promesa también se usa como un sinónimo para pacto. Por tanto, en Gálatas 3, Pablo se refiere al pacto abrahámico simplemente como la promesa.

Obligación: las relaciones de pacto contienen obligaciones —a menudo por escrito— de una parte a la otra y viceversa. La mención de las obligaciones puede denotar todo el pacto. En consecuencia, dependiendo del contexto, muchas palabras para las obligaciones o estipulaciones se usan para referirse al pacto: ley(es), mandamiento(s), testimonio(s), juicio(s), estatuto(s) y palabra(s). Piensa en cómo Pablo se refiere con regularidad al pacto de Sinaí simplemente como “la ley”, debido a sus obligaciones.

Señales: las señales o símbolos de las relaciones de pacto también se usan para referirse al todo. Como el anillo de boda simboliza el matrimonio, así también las señales como la circuncisión y la Cena del Señor representan el todo. El Señor Jesús dijo de la copa en la Cena del Señor: “esta copa es el nuevo pacto”.

Fórmula del pacto: otra manera de referirse a un pacto es por medio de cierta fórmula o declaraciones resumidas, tales como la frase en la Escritura llamada fórmula del pacto. La fórmula del pacto es “yo seré su Dios y ustedes serán Mi pueblo” y variaciones de esta. Esta fórmula encapsula la relación de pacto. La forma fundamental es “Yo seré ______ para ti y tú serás ______ para mí”. Los espacios en blanco pueden llenarse con esposo/esposa, padre/hijo, y Señor/ siervo. A menudo también se expresa citando solamente la mitad: “Yo seré…” o “tú serás…”. Esta fórmula se extiende por todo el Antiguo Testamento, y encuentra una posición culminante al final de la Escritura, cuando Dios dice de Su pueblo en la Nueva Jerusalén: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3).

Una última forma posible de identificar o referirse a un pacto es por medio de la terminología del pacto o acción ritual. Palabras hebreas como paz, amor, misericordia y maldición son lenguaje común del pacto. (Estas palabras hebreas se pueden traducir de diferentes maneras en diferentes versiones, así que hay que tener cautela al considerar el español). Esto no quiere decir que estas palabras sean términos técnicos en sí, sino que tienen un uso común en los pactos por lo que reflejan frecuentemente una relación o contexto de pacto. Un ejemplo de esto se encuentra en Deuteronomio 20:10, donde antes de la batalla Israel ofreció “términos de paz” a ciertas ciudades (literalmente—“llamarla para paz”). Aquí “paz” se usa como un sinónimo de “tratado” o “pacto”. Asimismo, ciertas acciones rituales pueden demostrar un pacto en este contexto: compartir una comida, dar una bendición o cortar animales.

A partir de esta introducción, debería hacerse evidente por qué el pacto es vital para la vida cristiana. Nuestra relación con Dios y la Suya con nosotros es un pacto. La maldición que merecemos por el pecado, cómo Cristo nos salvó, cómo agradamos a Dios, nuestra vida de oración, nuestra esperanza bienaventurada—todas estas cosas se llevan a cabo en el escenario de un pacto. El mensaje del evangelio se debilita sin su fundamento del pacto. Nuestra certeza de salvación queda neutralizada sin un pacto. Por eso el teólogo reformado Francis Turretin (1623-1687) afirmó esto acerca de la importancia del pacto:

Ya que (el pacto) es de suma importancia en la teología (siendo, por decirlo así, el centro y vínculo de toda la religión, consistiendo en la comunión de Dios con el hombre y abarcando en su ámbito todos los beneficios de Dios hacia el hombre y los deberes de este hacia Dios), nuestro interés principal consiste en conocerlo y observarlo correctamente. Por tanto su discusión exige una exactitud peculiar (akribeian), para que la verdad sea confirmada en contra de los errores por medio de los cuales Satanás se ha esforzado en casi toda época por oscurecer y corromper esta doctrina salvífica4.

Estudiar los pactos de la Escritura es aprender acerca del grandioso y majestuoso Dios al que servimos y contemplar Su gracia y misericordia espléndidas para nosotros en Jesucristo.

Esta introducción también nos debe ayudar a entender que la teología del pacto no es un sistema abstracto impuesto a la Biblia, sino la estructura y el marco que surge naturalmente de la Escritura misma conforme el drama de la historia de la redención se va desarrollando desde Génesis hasta Apocalipsis. La teología del pacto es el método prescrito por la Biblia para ayudarnos a entender las Escrituras correctamente. La teología del pacto nos ayuda a profundizar nuestro entendimiento de la salvación y comunión de Dios con Su pueblo a través de la persona y la obra de Cristo. Es la forma en que Dios nos da el gran cuadro de Su plan de redención y nos muestra que Su Palabra, de principio a fin, es consistente y no contradictoria.

Cómo usar este libro

Los siguientes capítulos explican ocho pactos importantes de la Escritura: el pacto de redención, el pacto de obras, el pacto de gracia, el pacto con Noé, el pacto con Abraham, el pacto con Moisés, el pacto con David y el nuevo pacto. Cada capítulo tiene tres o cuatro partes. La primera parte presenta una breve descripción teológica del pacto particular que se examina y proporciona un resumen sencillo y conciso del mismo.

La segunda parte de cada capítulo considera la evidencia bíblica del pacto en cuestión, respondiendo a la pregunta: “¿Qué enseña la Biblia?”. Una cosa es dar una definición teológica de una doctrina, pero otra cosa es mostrar por qué esa definición es bíblica. Cada capítulo tendrá como meta hacer esto, pasando del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento.

Algunos capítulos incluyen una tercera parte que considera brevemente de qué manera ese pacto particular es presentado en las confesiones reformadas y de qué manera lo han expresado diversos teólogos reformados a lo largo de la historia. Creemos que esto es útil para familiarizar al lector con la manera en que la teología del pacto se ha expresado históricamente en la tradición reformada. Si bien los reformadores de los siglos XVI y XVII no inventaron la teología del pacto sino que construyeron sobre los cimientos ya puestos en los periodos de los padres de la iglesia primitiva y medieval a fin de defender la doctrina protestante, no obstante, es verdad que la teología del pacto es la teología reformada.

La última parte de cada capítulo tiene como propósito mostrar por qué la doctrina específica es valiosa para la vida cristiana. Como esperamos aclarar, la teología del pacto no es una teoría intangible de razonamiento abstracto. En cambio, es la estructura propia de la Biblia que nos proporciona un cuerpo de creencia inmensamente práctico y concreto. Esta parte concluye con diferentes preguntas para estimular la reflexión del lector.

Como pastores, oramos para que este libro les sea útil para entender la persona y obra de Cristo y el mensaje del evangelio tal y como se desarrolla en la historia de la redención. Escribimos este libro porque con frecuencia quedamos sin respuesta cuando los miembros de la iglesia nos preguntan por un buen recurso introductorio sobre la teología del pacto. Aunque hay muchos libros excelentes sobre el tema, en nuestra opinión, la mayoría de ellos no fueron diseñados para los laicos principiantes. Dada la importancia de la teología del pacto para la vida cristiana, creemos que en la iglesia actual se necesita un libro que provea una explicación sencilla y clara de cada uno de los principales pactos de la Escritura. Este libro fue diseñado como un medio para ese fin, aunque de ninguna manera es la última palabra sobre la vasta materia de la teología del pacto. Más bien, es un volumen introductorio diseñado para dar a los lectores un entendimiento básico de este tema tan esencial y animarlos a realizar un estudio más completo. ¡Que el Señor los bendiga al dedicarse a adquirir un conocimiento más profundo de Su plan de salvación como se administra en Sus pactos!

1. LA GRACIA ANTES DEL TIEMPO:El pacto de redención

Comenzamos nuestra exploración de la teología del pacto examinando aquel pacto del cual todos los demás pactos bíblicos fluyen, es decir, el pacto de redención. El pacto de redención es esencialmente el plan de Dios para nuestra salvación. Así como una casa, un barco o cualquier otra estructura comienza con un plan de ingeniería meticulosa y diseño técnico, también nuestra redención se originó en la mesa de diseño de Dios. Antes de la Creación del mundo, ya existía un plan de enviar al Hijo como el segundo Adán para remediar los desastrosos resultados del fracaso del primer Adán en cumplir el pacto de obras en el huerto de Edén y llevar a la humanidad a la gloria. El pacto de redención no fue un “plan B” para arreglar el desastre que Adán hizo, sino el plan original de la obra de Cristo y el plan de redención.

Dicho de otra manera, el pacto de redención es como la composición original de una obra maestra de música clásica. Antes de que alguien disfrutara los impresionantes conciertos de Las cuatro estaciones, Antonio Vivaldi compuso en 1723 los sonidos que posteriormente llegarían a ser la pieza de arte clásica disfrutada durante siglos. De una manera semejante, Dios compuso Su obra maestra de redención mucho antes de que cualquier ser humano disfrutara sus beneficios. Como veremos en este capítulo, sin embargo, el plan de Dios para nuestra salvación no era solamente un concepto sino también un verdadero pacto entre las personas de la Trinidad.

¿Qué es el pacto de redención?

El pacto de redención es el primero de tres pactos dominantes en la historia de la redención, a saber, el pacto de redención, el pacto de obras y el pacto de gracia. Evidentemente, hay más pactos en la Escritura, tales como el pacto con Abraham, el pacto con Moisés, etcétera. Sin embargo, como aprenderemos en los siguientes capítulos de este libro, estos otros pactos son subgrupos de los tres pactos generales. El primer pacto general es el pacto de redención. Algunas veces denominado por su título en latín, pactum salutis, el pacto de redención es el origen y el fundamento firme del pacto de gracia. Sin dicho pacto, no habría elección, encarnación del Hijo, resurrección, ni ninguna promesa del cielo. En pocas palabras, no habría salvación de los pecadores.

El pacto de redención es único debido por lo menos a otras dos razones. Primero, fue hecho entre las personas de la Trinidad, y no, como en la mayoría de los pactos bíblicos, entre Dios y los humanos. El pacto de redención es un pacto entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo con el propósito de redimir a los elegidos de Dios. El Padre le dio al Hijo aquellos que Él eligió salvar y le mandó que efectuara la salvación de ellos a través de Su vida obediente y muerte expiatoria como el segundo Adán. También le prometió al Hijo una recompensa al completar Su obra. El Hijo aceptó el regalo del Padre, estuvo de acuerdo con las condiciones de este pacto y se sometió a la voluntad del Padre. El Espíritu Santo prometió aplicar los beneficios ganados por el Hijo a los elegidos yunirlos al Hijo para siempre. Por tanto, decimos que el pacto de redención es un pacto intratrinitario entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Segundo, el pacto de redención es único porque fue establecido antes del tiempo. Todos los demás pactos bíblicos fueron hechos en el tiempo y la historia. Sin embargo, el pacto de redención fue realizado en la eternidad, antes de la fundación del mundo y de todas las cosas temporales. Por ello, decimos que es un pacto pre-temporal.

En consecuencia, detrás de todos los pactos de Dios con Adán, Noé, Abraham, Israel, David y Sus elegidos, se encuentra el pacto de redención. Planeado desde la eternidad por los miembros de la Deidad, el pacto de redención es la base y el propósito orientador de toda la historia de la redención. Damos una definición resumida del pacto de redención como el pacto establecido en la eternidad entre el Padre, quien asigna al Hijo para ser el Redentor de los elegidos y Le manda que cumpla las condiciones para la redención de estos; y el Hijo, Quien voluntariamente acepta cumplir estas condiciones; y el Espíritu, Quien voluntariamente aplica la obra del Hijo a los elegidos.

¿Qué enseña la Biblia?

No debemos alarmarnos de que la Biblia nunca mencione la frase “pacto de redención”. La Biblia enseña muchas doctrinas clave sin usar la misma terminología que los teólogos han acuñado para dichas doctrinas. Por ejemplo, la Escritura enseña la doctrina de la Trinidad, pero nunca usa la palabra Trinidad. No obstante, podemos usar la palabra Trinidad para referirnos con más facilidad a la enseñanza de la Escritura de que Dios es uno en esencia, pero tres personas. La doctrina del pacto de redención no es diferente en ese sentido. Aunque la frase exacta no aparece en la Biblia, la doctrina sí. Esto se vuelve evidente a medida que se despliega el drama de la historia de la redención. La promesa de Dios de enviar un Salvador, declarada primero en Génesis 3:15, es revelada progresivamente en el Antiguo Testamento hasta que llega su cumplimiento en la persona y la obra de Cristo. A la luz del Nuevo Testamento, vemos con claridad que la relación entre el Padre y el Hijo es de naturaleza de pacto, involucra una recompensa prometida al Hijo por Su obediencia a ciertas condiciones prescritas. Veamos ahora algunos de los muchos pasajes de la Escritura que enseñan esta doctrina.

Salmo 40:6-8. Este salmo revela una relación de pacto de obediencia y recompensa entre el Padre y el Hijo, especialmente teniendo en cuenta la interpretación que da el libro de Hebreos. David empieza describiendo cómo Dios lo rescató de un pozo cenagoso del cual no podía escapar (40:1-2). Alaba a Dios por su salvación y declara que aquel que confía en el Señor es bienaventurado (40:3-5). Después, en los versículos 6-8, hace una declaración intrigante acerca de la relación correcta entre el Señor yla persona que confía en el Señor. “Sacrificio yofrenda no te agrada… holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. No es en los sacrificios de animales que Dios se deleita, sino en la obediencia a Sus mandamientos.

Aunque David escribió este salmo, el escritor de Hebreos identifica explícitamente al que habla en los versículos 6-8 como Cristo. En Hebreos 10:5-10, después de explicar cómo los sacrificios del pacto mosaico eran insuficientes para proporcionar salvación, el escritor dice que Cristo vino al mundo para hacer la voluntad del Padre. El Salmo 40:6-8 es esencialmente las palabras fieles de Cristo al Padre mientras se sometía a Sí mismo a las condiciones del pacto de redención. El escritor luego enfatiza que “en esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (10:10). Debido a que Cristo cumplió la voluntad del Padre a través de Su obediencia activa, Él nos ha salvado y reconciliado con el Padre. Él satisfizo las condiciones del pacto de redención y, consecuentemente, obtuvo la recompensa prometida.

Salmo 110. En este salmo, que se cita frecuentemente en el Nuevo Testamento, el salmista anuncia de antemano la exaltación y el reinado de Cristo. Describe al Mesías recibiendo la recompensa por Su obediencia activa; Él se sienta a la diestra del Padre (110:1) y gobierna en medio de Sus enemigos (110:2). Pero el salmista también describe el juramento del Padre al Hijo: “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (4). Como señalamos en la introducción, la toma de juramentos es un aspecto importante de la realización de pactos en toda la Escritura. Los pactos con Abraham y con Moisés, por ejemplo, fueron sellados con juramentos. Lo mismo es cierto del pacto de redención entre el Padre y el Hijo. El Salmo 110:4 resalta el carácter vinculante de este pacto debido al juramento. El Padre sella el pacto con Su juramento y designa al Hijo como el sacerdote mediador para los elegidos.

De nuevo, el libro de Hebreos enseña esto con más claridad. Este interpreta explícitamente el Salmo 110:4 en términos de un pacto. En Hebreos 7, el escritor compara a Cristo con Melquisedec a fin de persuadir a su audiencia hebreo-cristiana del derecho legítimo de Cristo al oficio de sumo sacerdote, aun cuando descendía de la tribu de Judá y no de la tribu sacerdotal de Leví. Sabiendo que sus lectores estaban tentados a abandonar la fe y regresar al judaísmo, él argumenta que si la perfección fuera posible dentro del sacerdocio levítico, no habría ninguna razón para que se levantase otro sacerdote según el orden de Melquisedec, como lo había anunciado el Salmo 110. Aplicando 110:4 a Cristo, el autor dice: “Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos 7:17). Después resalta el hecho de que este nombramiento al oficio de sacerdote se hizo con un juramento: “Y esto no fue hecho sin juramento; porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre” (7:20-21).

Pero, ¿cuándo ocurrió este evento? La Escritura no revela ningún momento particular en el ministerio terrenal de Cristo en que el Padre hiciera este juramento al Hijo. Ni tampoco hay alguna parte en el Antiguo Testamento donde se haya hecho tal juramento. Podemos observar que en Hebreos 7:28 el escritor menciona el hecho de que el Salmo 110:4 se escribió mucho después de que la ley mosaica fuera entregada en el Sinaí, y que esta “palabra del juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo, hecho perfecto para siempre” (LBLA). No obstante, la palabra del juramento fue revelada en los días de David el escritor del salmo, no el juramento mismo. El Padre hizo este juramento al Hijo cuando le dio Su nombramiento sacerdotal en el pacto de redención.

Isaías 53. Esta profecía bien conocida acerca del Siervo sufriente también nos enseña acerca del pacto de redención al decirnos que la relación entre el Padre y el Hijo con respecto a la redención de los pecadores es una relación del pacto en su naturaleza; tiene una relación de obediencia y recompensa. Esto se revela incluso en su título “mi siervo” (Isaías 52:13; 53:11), lo cual es una terminología clásica del pacto. (Por ejemplo, en Isaías 42:1-9, al Siervo se le llama explícitamente un “pacto al pueblo”. Ver también Isaías 49:1-53 no solamente anuncia la humillación y angustia que Cristo experimentó en Su vida y muerte sino también cómo Su obediencia a la voluntad del Padre es la causa y base de nuestra redención. Después de describir cómo Cristo sería “herido por nuestras rebeliones” (53:5) bajo el peso de la ira de Dios al cargar en Él nuestro pecado (53:6), Isaías dice en el versículo 10: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo” y “la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”. En otras palabras, el sufrimiento de Cristo fue conforme a la voluntad del Padre y, a través de la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre, se cumplió Su voluntad. Esta no es una idea fortuita o incoherente; al contrario, este era un plan predeterminado entre el Padre y el Hijo que resultó en la salvación de los elegidos. Como dice Isaías en el versículo 11, fue por medio de la obediencia de Cristo que Él justificó a muchos. Su obediencia activa al Padre logró la justificación de Su pueblo.

El Nuevo Testamento deja claro que este fue un acuerdo mutuo entre el Padre y el Hijo. Pablo nos dice en Filipenses 2 que Cristo “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (2:6-8). El Hijo no fue obligado a aceptar este plan de redención. No fue a la cruz contra Su voluntad. Antes bien, el Padre le dio una obra que hacer, yÉl, a su vez, se sometió a la voluntad del Padre y la obedeció perfectamente.

Que esto fue una recompensa por la obediencia de Cristo se dice explícitamente en Isaías 53:12: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos”. Debido a que Cristo llevó a cabo la obra que el Padre le encomendó, Él ganó la recompensa de un conquistador y el derecho a los despojos de la guerra. El uso de la frase “por tanto” indica que la obediencia de Cristo (descrita previamente en Isaías 53:1-11) tiene como consecuencia una recompensa. Pablo también refleja esto en Filipenses 2, donde continúa diciendo: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (2:9-11). La recompensa de Cristo por Su obediencia fue la justificación de Su pueblo y la exaltación de Su nombre, todo lo cual es para la gloria del Padre.

Por ende, a la luz del Nuevo Testamento, Isaías 53 nos enseña que nuestra redención resulta de que Cristo cumplió las condiciones y recibió la recompensa prescrita en un pacto entre Él y el Padre.

Zacarías 6:12-13. Al profetizar acerca del Mesías, a quien llama “el Renuevo”, un título que también usan Isaías y Jeremías (ver Isaías 4:2; 11:1 y Jeremías 23:5; 33:15), Zacarías dice que “él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono”. Al igual que el Salmo 110 e Isaías 53, este pasaje enfatiza la recompensa del Mesías por Su obra realizada. También describe el pacto que estipulaba las condiciones de esta recompensa como el “consejo de paz” entre Yahweh y el Renuevo, es decir, entre el Padre y el Hijo. Esta frase tiene connotaciones de pacto porque la Escritura conecta el hacer un pacto entre dos o más partes con el hecho de que tomen consejo entre ellas. Por ejemplo, Génesis 21:22-34 nos habla de Abraham y Abimelec conversando juntos como parte de su pacto mutuo. Cada hombre estableció estipulaciones para el otro, y cada hombre hizo un juramento al otro, prometiendo cumplir con su parte del acuerdo. Lo que la Escritura describe explícitamente como un pacto entre ellos (Génesis 21:27, 32) incluía su consejo conjunto. De la misma manera, el Salmo 83:5 habla de los enemigos de Dios tomando consejo entre ellos a fin de hacer un pacto: “Porque de corazón han consultado a una, hacen pacto contra ti” (LBLA). Dado el contexto de la declaración de Zacarías, “el consejo de paz” parece ser una referencia al pacto de redención5.

El evangelio de Juan. Juan proporciona mucha evidencia del pacto de redención en su evangelio. Registra muchas instancias en que Cristo hizo referencia a la obra que vino a realizar, obra que el Padre Le asignó. Por ejemplo, en el capítulo 4, cuando está hablando a Sus discípulos, dice: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (4:34). Después en el capítulo 5, cuando está hablando con los líderes judíos, declara:

No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió… porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado… Yo he venido en nombre de mi Padre (5:30, 36b, 43a).

De manera similar, hablando a las multitudes, en Juan 6:37-40 dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mi viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Yésta es la voluntad del que me ha enviado: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada”. Y en 10:18, hablando a los fariseos, dice: “Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (ver también 12:49; 14:31a; y 15:10). Estos comentarios de Jesús revelan claramente Su misión en la tierra como la obra que el Padre le mandó que realizara. En 10:18, Cristo dice que recibió un mandamiento del Padre. La palabra griega que se usa aquí indica un mandato o una orden que se debe cumplir. Este mandato requería que Jesús consiguiera la redención de aquellos que el Padre le dio por medio de obedecer activamente los mandamientos del Padre, lo cual incluía ir a la cruz para poner Su vida como la propiciación por los pecados de ellos.

Cristo deja esto muy claro en la oración sumo-sacerdotal que hizo la noche antes de Su crucifixión:

Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste… Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese (Juan 17:1b-2, 4-5).

A lo largo de Su oración, Jesús se refiere a aquellos que el Padre le “dio” (es decir, los elegidos en Cristo) por lo menos siete veces (17:2, 6a, 6b, 9, 10, 11, 24). Su misión era salvarlos por medio de Su obediencia a la voluntad del Padre. Al día siguiente, mientras colgaba de la cruz y sufría la ira de Dios por los pecados de aquellos que el Padre le dio, Sus últimas palabras fueron: “Consumado es” (19:30). ¿Qué quedó consumado? La obra que el Padre le asignó antes de la fundación del mundo.

Considerados en conjunto, los comentarios de Jesús en el evangelio de Juan acerca de la obra que vino a realizar revelan un plan mutuo y predeterminado entre el Padre y el Hijo hecho en la eternidad pasada.

Efesios 1:3-14. El comienzo de la epístola de Pablo a los efesios apoya la noción de que el Hijo recibió Su encargo del Padre antes de la fundación del mundo. Después de su salutación inicial en los primeros dos versículos, el apóstol irrumpe en alabanza a Dios por Su gracia:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado (1:3-6).

Pablo deja claro que el Dios trino elaboró el plan de acción para nuestra redención en la eternidad pasada. Dice que fuimos escogidos en Cristo “antes de la fundación del mundo” y predestinados para adopción por medio de Jesucristo, todo de acuerdo al plan original de Dios, es decir, “según el puro afecto de su voluntad”. El Padre y el Hijo entraron en un pacto a fin de llevar a los pecadores a la gloria. De la masa de humanidad caída y condenada, el Padre escogió a pecadores que no tenían mayores méritos o cualidades para ser salvados que aquellos a quienes no escogió. Los escogió en Cristo incondicionalmente y de acuerdo con Su propio propósito. Como dice Pablo en 2 Timoteo 1:9, Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. El Padre dio estos pecadores elegidos al Hijo, quien los redimió por medio de Su sangre y les proporcionó el perdón completo de todos sus pecados (Efesios 1:7). La vida, muerte y resurrección de Cristo nos dan a conocer “el misterio de la voluntad de Dios”, es decir, revelan el desarrollo del pacto de redención (1:8-10).

Sin embargo, Pablo nos dice que hay algo más en este plan. El Padre no solamente eligió a un pueblo en el Hijo sino que también los eligió a través del Espíritu. Como la tercera persona de la Deidad, el Espíritu Santo tiene una función única en el pacto de redención y actúa para llevarla a cabo (1:11-12). Mientras que el Hijo tenía la responsabilidad de lograr la redención a favor de aquellos que el Padre le dio, el Espíritu tiene la responsabilidad de aplicar la redención a estas mismas personas. El Espíritu que preparó el camino en el antiguo pacto para la venida de Cristo y equipó a Cristo en Su encarnación con los dones necesarios para cumplir Su oficio como Mediador, también aplica a los elegidos los beneficios salvíficos que Cristo ganó para ellos. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo a fin de unir a los elegidos con Cristo y sellar para ellos todas las bendiciones de la obra consumada de Cristo: la regeneración, la fe, la justificación, la adopción, la santificación, la preservación y la glorificación (1:13-14; cf. Juan 14:26; 15:26; 16:7). Él es el Don de Cristo para la iglesia, el depósito y garantía de la herencia prometida para los elegidos.

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